Aliens y anorexia, notas de lectura de Fernando Martín Peña

24 enero, 2025

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En el sistema de la primera parte, la novela alterna apuntes sobre varias personas que Kraus siente muy afines y que comparten el carácter maldito de la muerte joven y la incomprensión de su tiempo. Se destacan entre ellas la filósofa Simone Weil y el artista plástico Paul Thek, cuyas biografías Kraus narra en paralelo con el análisis de sus ideas sobre el mundo. Muy importante es esa interpretación del sentido de sus obras, porque allí la autora pone en juego una identificación profunda con las pulsiones de ambos. Hay un elenco populoso de personajes secundarios que aparecen y desaparecen porque sus circunstancias le sirven a Kraus para amplificar o explicar mejor ideas o conceptos relativos a Thek y Weil. 

En la segunda parte ese sistema inicial continúa pero algo más apagado y se le agrega otro, compuesto por episodios protagonizados por la propia autora. Casi todo lo que describe Kraus –el rodaje de su largometraje Gravity and Grace, las ideas de Weil, la convivencia con un marido de prestigio académico, la relación telefónica BDSM con un productor de cine– se apoya en las ideas teóricas profusamente desarrolladas en la primera. Se apoya, pero no de manera lineal, no es una cama con sommier. Es más bien como un puñado de palitos chinos que hacen equilibrios fantásticos entre sí cuando uno los suelta. Pero tampoco, porque hay un sentido. Sería más bien como si los palitos, al acomodarse, fueran capaces de decir algo sobre la persona que los soltó. Sobre el final, Kraus cita dos películas de Chris Marker, un cineasta que hizo prodigios con ese tipo de estructura narrativa, libre y pertinente al mismo tiempo.

 

 

Kraus se apoya en las ideas teóricas pero no de manera lineal, no es una cama con sommier. Es, más bien, como un puñado de palitos chinos que hacen equilibrios fantásticos entre sí cuando uno los suelta.

Comentario a la página 16:  La traductora, que en todo sentido hizo un trabajo descomunal, debe ser una persona joven porque dice que Gravity and Grace (la película de Kraus que la lleva a Berlín al comienzo del libro) fue “grabada” y no “filmada”. Ocurre que desde que el fílmico se redujo a su mínima expresión ya no se “filma” y en cambio se “graba” porque todos los aparatos cotidianos, empezando por el telefonito, “graban”. Lucho en vano en las clases de Historia del Cine cuando preguntan sobre, por ejemplo, La guerra gaucha : “¿Y dónde grabaron esto?”, “Filmaron”, digo yo. Se me ha dicho que son sinónimos porque en definitiva se trata de una imagen que queda impresa –grabada, registrada– en un determinado soporte, cosa que en última instancia es correcta. Pero yo digo que no, porque en el pasado (Kraus sitúa esa parte de la novela en 1996) los dos verbos permitían diferenciar si se usaba fílmico (se “filmaba”) o video (se “grababa”). Si ahora resulta que todo se “grababa” entonces ya no sabemos en qué se hizo (y por lo tanto, cómo debería verse) la inmensa producción audiovisual de las décadas en que el soporte fotográfico convivió con el soporte electrónico. 

Cosas de viejo. No me hagan caso. Salvo que cursen materias conmigo.

Comentario a la página 20 – Ya en el mercado adjunto al Festival de Berlín, Kraus cuenta que la recibe un señor, Gordon Laird, a quien solo conocía por teléfono. “Me entregó una carpeta con toda la información y un programa, y después giró para saludar a alguien importante”. En esa y otras frases de humor autoderogatorio, Kraus describe como nadie (como nadie que yo conozca) la sensación de entrar a uno de esos eventos por la puerta de atrás, es decir, sin ser “alguien importante”. Es como esos sueños en los que uno está en un evento en patas o en calzoncillos, sintiéndose horriblemente inadecuado, mientras muchas personas pasan alrededor ignorándote, uno nunca sabe si por desprecio o porque simplemente uno no existe para ellos, en ninguna condición. Estuve así en varios festivales internacionales cuando asumí la dirección del BAFICI a fines del 2004. Hoy pienso que tendría que haber ido en patas o en calzoncillos y la hubiera pasado mejor. 

Fotograma de la película Gravity and Grace, dirigida por Chris Kraus.

Kraus describe como nadie la sensación de entrar a esos festivales de cine por la puerta de atrás, sin ser “alguien importante".

Comentario a la página 33 – “El fracaso, como el cáncer, solo puede ser la manifestación de la voluntad secreta de una persona.” Me quedé un rato en esta frase, un poco reconociendo que representa algo que pienso siempre y no sé decir, y otro poco, bastante, aterrorizado. Porque si es así –y yo creo que es así aunque sin saber por qué– ¿cómo hace uno para controlar esa voluntad secreta y evitar la enfermedad? Kraus no se detiene para explicarse. Tira la bomba y sigue. Hay mucho del libro que funciona así, lanzando cargas de profundidad como si fueran flores. No tiene paz esta señora.

Comentario a la página 42 – Otras veces sí se detiene, quizás porque lo que dice tiene que ver con la estructura de su relato. “Las personas románticas tienden a vivir sus vidas como si fueran tableros o laberintos, llenos de líneas erráticas, pero conectadas entre sí, que se van revelando. Toda esta serie de casualidades posteriormente se verá como un patrón…”   Y a continuación despliega ejemplos en los que el azar parece organizar las cosas. Allí aparece otra constante del libro que es la erudición. Kraus sabe sobre teoría del arte, sobre estética, sobre filosofía, y lo sabe con disfrute, con placer. Esos datos que maneja, pequeñas historias de artistas y del pensamiento, hacen sistema en su cabeza por afinidad temática y conceptual. Las cuenta con síntesis y gracia. Mejor dicho, las borda sobre el papel sin esfuerzo aparente. La erudición de Kraus funciona en su narrativa como ella dice que funciona el azar para las personas románticas. Para las personas románticas, no se sabe si para ella también porque en el ejercicio de ese procedimiento se pone un poco por fuera de lo que dice. Para meterse adentro se reserva otras zonas del libro, explícitamente autobiográficas. A la larga entra y sale como quiere, sin perder la ilación, mientras el lector corre atrás con la lengua afuera. La alcanza, sin embargo, porque ella es amable y espera, antes de salir disparada otra vez.

Chris Kraus. Arielle Bobb-Willis / For The Times

La novela funciona lanzando cargas de profundidad como si fueran flores. No tiene paz esta señora.

Última idea: Kraus cuenta el rodaje de Gravity and Grace en Nueva Zelanda como una aventura de La armada Brancaleone. Dice que recién sintió estar haciendo realmente la película después de la renuncia de medio equipo, cuando consiguió que el resto se comprometiera y la acompañase en el trabajo frenético que fue necesario para terminarla. Es una pena que no viniera a la Argentina a filmar Gravity and Grace.  En 1993 sus 40 mil dólares de presupuesto le hubieran rendido más que en Nueva Zelanda, un equipo local de estudiantes de cine le hubiera dado un sostén profesional irreprochable, sus ideas hubieran apurado la inminente eclosión del Nuevo Cine Argentino, y hasta le hubiera ido mejor en Berlín.   

Cosas de viejo. No me hagan caso. Salvo que cursen materias conmigo.

Fernando Martín Peña es un crítico, docente, investigador, coleccionista, divulgador de cine y presentador de televisión argentino.