Amor místico por el black metal

Por Nicola Masciandaro | Traducido por Mnemo

28 julio, 2022

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Deep in the shadows wings take to flight through clouds of chaos where stars die

[En lo profundo de las sombras, algo levanta vuelo a través de las nubes caóticas, donde las estrellas mueren]

Inquisition

 

Los secretos más profundos de una vida espiritual son develados a aquellos que toman riesgos y experimentan valientemente con ellos. Estos secretos no son para el vago que busca seguridad a cada paso. Aquel que especula desde la costa sobre el océano solo conocerá su superficie; el que quiera saber sobre las profundidades del océano deberá estar dispuesto a zambullirse en él.

– Meher Baba

Y por esto toda criatura visible e invisible puede ser llamada teofanía -es decir, aparición divina-  […] en cuanto se comprende más oculto, en tanto parece acercarse a la divina claridad. Por consiguiente, la claridad inaccesible de las esencias celestes, con frecuencia es llamada por la teología tenebrosidad.

– Juan Escoto Eriugena

El mundo -en cuanto absoluta, irreparablemente profano- es Dios.

– Giorgio Agamben

¡Ah, bienaventurada ausencia de Dios, con cuánto amor estoy atada a ti!

– Matilde de Magdeburgo

 

Amo el black metal. En secreto. En la clandestinidad en la que el black metal guarda su propio secreto, sobre todo (y debajo de todo) de sí mismo. ‘El amor incendia al que lo encuentra. Al mismo tiempo, sella sus labios para que no salga nada de humo. El amor es para sentirlo, no para comentarlo. Lo que se muestra no es amor. El amor es un secreto destinado a permanecer secreto, resguardado por aquel que lo recibe y lo guarda’. Como Bathory canta en The Return [El regreso], Dark as her closed eyelids / Her secret […] She don’t fear the flames […] BORN FOR BURNING [Oscuro como sus párpados cerrados / Su secreto […] Ella no le teme a las flamas […] NACIDA PARA QUEMAR].

 

O como Marguerite Porete, quemada por herejía en el año 1310, explica: el alma aniquilada (un quien secreto para otros y para sí misma) ‘es el fénix que se halla solo; pues esta Alma se halla sola en Amor, que solo de él se sacia’. También es cierto que The Scapegoat dijo que ‘la primera regla del black metal es que NO SE HABLA SOBRE EL PUTO BLACK METAL’ [‘the Ërst rule of black metal is that YOU DO NOT FUCKING TALK ABOUT BLACK METAL’]. About [sobre], del inglés antiguo onbutan, significa ‘en el exterior de, alrededor’. Nadie habla sobre black metal – no saben de qué están hablando, ni lo que hacen (perdónalos). La conversación en torno al black metal es blasfemia, herejía, sacrilegio. Esa es la condición de su verdad: que rompe toda fe en sí mismo. ‘Le parecía una especie de blasfemia’, escribe el compilador de las memorias de Angela de Foligno, ‘tratar de expresar lo inexpresable […] Más que nadie que haya conocido, tenía el hábito de decir: “mi secreto es para mí misma”’. Y este amor secreto (por el black metal) es también precisa y perfectamente lo que exige ser comentado. ‘Y aunque yo quiero hablar de ella’, le dice el Alma al Amor en el texto de Porete, ‘no sé qué decir. Sin embargo, dama Amor, mi amor es de tal manera que prefiero oír mal-decir (médiscance) algo de vos que que no se diga nada’. El secreto es lo que puede y debe soportar toda blasfemia. Este amor black metal, inviolable en la soledad radicalmente inmanente de su trascendencia negativa, nace para quemarse: ‘She is not afraid to die / She will burn again tonight / (she will always burn) / But her spirit shall survive’ [‘Ella no teme morir / Se quemará de nuevo esta noche / (siempre se quemará) / Pero su espíritu sobrevivirá’]. Entonces no hablemos sobre black metal. Hablemos en black metal, allí, donde está el secreto del black metal, donde sea que el black metal sea su propio secreto. En las regiones infernales del antiguo culto. Porque el black metal es amor.

El amor místico por el black metal no es una forma específica o particular del amor por el black metal, ni uno de muchos amores, sino el mismísimo amor por el amor black metal mismo, su forma pura y purificadora, la intensidad superlativa de un amor que es esencialmente místico, un amor oculto por lo Escondido. Todo amor por el black metal es, lo quieras o no, místico. El amor místico por el black metal es verdadero (amor). Esa es mi blasfemia teórica: mostrar al black-metalero [black metal head] como amoroso y místico en secreto, acusar al black metal de amor divino. Y tal acusación estará tergiversada, torcida como siempre alrededor de la complicidad entre la inquisición y la herejía, al mismo tiempo ridícula y cierta; una sentencia cuya negación es simultáneamente insignificante e indicativa de un profundo e inexplicable significado. Imagina esta querella como si fuera una inversión de su precedente medieval, anclada en una analogía genealógica esquemática que contiene una pizca de verdad histórica: la teoría contemporánea es a la teología medieval lo que el black metal es al misticismo medieval – una conexión que, tendida sobre la cruz de la modernidad, se vuelve evidente en la disputa sobre la heterodoxia. En la situación premoderna, un grupo teológico falsamente ortodoxo e hipócrita acusa al misticismo de herejía: de convertirse en Dios. En la situación posmoderna, un grupo teórico falsamente herético e hipócrita acusa al black metal de ortodoxia: de amar a Dios. Donde la flama material revela al misticismo como verdadera santidad, la flama intelectual revela al black metal como verdadero misticismo.

Todo amor por el black metal es, lo quieras o no, místico. El amor místico por el black metal es verdadero (amor). Esa es mi blasfemia teórica: mostrar al black-metalero [black metal head] como amoroso y místico en secreto, acusar al black metal de amor divino.

¿Qué significa esto? ¿Cómo puede ser el black metal, un arte musical, verdadero misticismo? No nos referimos a los tópicos místicos del black metal, o de místicos que aman el black metal. Me refiero a que el black metal en sí mismo es verdadero misticismo. Alguien ya ha dicho que el black metal es un misticismo sin sujeto ni objeto, misticismo sin yo y sin Dios. Pero el amor black metal tiene un sujeto viviente, el black-metalero, y un objeto concreto, el arte black metal. O sea que deberíamos refinar esto para dar cuenta de que, en sentido místico, el black-metalero es un sujeto sin sujeto de un objeto sin objeto, un yo fuera suyo (el metalero) enamorado de un Dios que no es Dios (el metal). Sujeto y objeto permanecen, pero solo sin tenerse a sí mismos, a través de una transformación que entierra a cada término en el otro. La cabeza se convierte en metal, y sin embargo permanece siendo cabeza. El metal se convierte en cabeza, y sin embargo permanece metal. Esta es la realidad esencial del black metal como misticismo: ser una materialización musical de la relación mística en la que la trascendencia del sujeto y el objeto, yo y Dios, están igualmente dislocadas y secretadas en un inmanente y ennegrecido devenir del metal junto con todo, una alquimia amorosa pestilente que nigredamente derrite al ser en una esencia cósmica antigua que no puede ser, volando a través de nubes de caos donde las estrellas mueren, hacia el cuerpo divino más oscuro, nombrado por Eriugena como ‘[naturaleza] que ni crea ni es creada [y] se coloca entre los imposibles, de cuyo ser es propio el no poder existir [cuius differentia est non posse esse]’. La experiencia mística del black metal es asimismo algo que no puede ocurrir. Uno está ahí de algún modo para escucharlo y verlo, pero la experiencia no es  propia. Es como si el black metal poseyera las cosas para experimentar por sí mismo, no de manera reductiva, sino en una forma que a escondidas se abre al Todo, que conduce hacia el ‘Sabat escondido y secreto que convoca mi nombre’. Dagon dice, ‘la música es la droga, el veneno, la experiencia espiritual e incluso la guerra, todo en una sola dosis. Ven a un evento de Inquisition y te prometo que te vas a ir sintiéndote bien. No puedo decir más al respecto’. Como si en el magnetismo negativo de la presión sónica ennegrecida los motores gemelos del ascenso místico, intellectus y affectus, cabeza y corazón, se proyectaran en la transposición enrevesada de la dupla amante-amado. La cabeza, que representa al intelecto es ahora de metal, y el corazón (el lugar del sentimiento, la memoria, la experiencia, la presencia del yo) explota ahora en un sonido metálico que llena el espacio, un corazón sónico omnipresente, difuso y dislocado que en todas partes siente más intensamente por sí solo, un campo volitivo trans-subjetivo que, en vez de contener dentro suyo la imagen de lo que le falta, continuamente y de manera auto-deíctica muestra su ser siendo lo que su voluntad quiere. Una inversión perfecta del modelo tradicional de la intimidad mística del anhelo divino o ‘santo deseo’, en donde el corazón es un dominio interior paradójicamente en falta, como una presencia ausente y una ausencia presente, el Ser que de forma más incisiva lo penetra y lo informa, como un espejo en el que yo y Dios siempre se miran, vislumbrándose pero nunca capturándose, hablando con irregularidad a través de una impasible próxima distancia. Mientras la atmósfera ideal de ese corazón espiritual es el silencio (el medio de la comunicación incomunicable cuyo análogo óptico es la mirada [gaze]), la atmósfera de la intimidad mística del black metal es el ruido (el medio de la incomunicación comunicable cuyo análogo óptico es la mirada fija [stare]). Diamanda Galás expresa algo de este devenir-metal ruidoso y explotacorazones: ‘El ruido catapulta un ser humano hacia el infinito y este aterriza en una silla de hierro sin nombre, una máquina de carne demasiado herida fundida a una forma irreconocible’.

Alguien ya ha dicho que el black metal es un misticismo sin sujeto ni objeto, misticismo sin yo y sin Dios. Pero el amor black metal tiene un sujeto viviente, el black-metalero, y un objeto concreto, el arte black metal. O sea que deberíamos refinar esto para dar cuenta de que, en sentido místico, el black-metalero es un sujeto sin sujeto de un objeto sin objeto, un yo fuera suyo (el metalero) enamorado de un Dios que no es Dios (el metal). Sujeto y objeto permanecen, pero solo sin tenerse a sí mismos, a través de una transformación que entierra a cada término en el otro. La cabeza se convierte en metal, y sin embargo permanece siendo cabeza. El metal se convierte en cabeza, y sin embargo permanece metal.

El black metal como misticismo, entonces, puede ser pensado como la sombra secreta de la transformación convencionalmente imaginada en el misticismo cristiano en la forma de un devenir-fuego: ‘Todo el amor es un fuego, pero un fuego espiritual. Lo que el fuego físico le hace al hierro, el fuego espiritual hace por un corazón impuro, frío, endurecido. Debido a la infusión en tal fuego, la mente humana se desprende de toda negrura, frialdad y dureza; y toda la mente se vuelve de un blanco caliente por la ignición del fuego divino; combustiona y, al mismo tiempo, se entra en estado de licuefacción en el amor de Dios’. Concibo al amor por el black metal como una inversión de este fuego, una flama negra híper-fría o meta-caliente (el ‘Black Fire’ [Fuego Negro] de Sabbat) dentro del corazón del metalero, que preserva y asegura el incondicional devenir-fuego del amor, precisamente previniéndolo. Porque un fuego tan negro, como el mismo vehículo del opuesto de la transustanciación (en la que los accidentes sobreviven a la alteración de la sustancia), también es identificable dentro de esta metáfora como la virtud secreta del hierro que permite que su dureza negra sea afectada por el fuego para preservarse a sí mismo durante la quema y para lograr la total transformación sin perder su sustancia

 

 

Es decir, para realmente lograrlo. Como dice Eriugena, al describir el devenir-divino del individuo, ‘Es evidente que el hierro o cualquier otro metal, licuefacto en el fuego [in igne liquefactum], se convierte en fuego, hasta el punto que parezca que hay fuego puro, aunque la sustancia del metal permanezca sana y salva [permanente]’. Nadie diría que la capacidad del black metal para permanecer como black metal en el centro del fuego infinito del amor está disociada de su ser místico, su devenir-divino. Más bien, esta resistencia cómplice es su misma base, lo que aviva su fuego en primer lugar, lo que permite que el fuego queme sin fin, lo que sin esfuerzo sufre por siempre la infinidad perversa del amor divino y subyuga incluso su propio ser totalmente sobrepasado por este amor. ‘Una vez que mi alma se elevó’, dice Ángela, ‘no vi amor, perdí mi amor, se volvió no-amor [non amor]. Después lo vi en la oscuridad […] cualquier cosa concebible o entendible no llega a aprehender este bien ni se le acerca […] En este bien que es visto en la oscuridad, me recordé completamente’. La helada quemadura de la esencia del black metal -que quema tan caliente que incluso el más caliente fuego-amoroso infernal es quemado por ella retirándose en secreto hacia el interior de la sustancia del metal- es la profunda propiedad de un infinito, uno entre muchos que es sin embargo y sobre todo Uno sin número, la seguridad única y final de que cuando te conviertas en lo que eres (Dios), podrás decir, con Al-Hallaj, Yo soy la Verdad. Al ser fundido, derretido, al convertirse por completo en él, quien incendia, el hierro se vuelve más intensamente un arma, una espada líquida superdireccionada, que corta todas las direcciones al mismo tiempo, fácilmente blandiéndose a sí misma incluso contra el Todo. ‘Ésta es una verdad cierta y necesaria:’, afirma Eckhart, ‘quienquiera que entregue por completo su voluntad a Dios, cautiva y obliga a Dios de modo que Él no puede hacer otra cosa sino lo que quiere el hombre’. En ‘Summoned by Ancient Wizards Under a Black Moon’ [Invocado por brujos antiguos bajo una luna negra] de Inquisition, el fuego es convocado como un arma portable definitiva y como un medio para la auto-disolución final: ‘I will open gates of unknown time / I will breathe my fire towards the cosmic eye […] Far Before all time, far beyond all time / I shall fade away in the fire realm below’ [Abrire puertas de un tiempo desconocido / respiraré mi fuego hacia el ojo cósmico […] Mucho antes del tiempo, mucho más allá del tiempo/ me desvaneceré en el submundo del fuego]. El amor por el black metal es una espada mística de fuego inconquistable.

 

El amor por el black metal es un secreto, misticismo inverso, un amor escondido de una realidad divina y universal escondida, el continuum absoluto que sostiene la esencia suprema y superesencial de tu supuesto yo. Es el amor de algo (el black metal) lo que materialmente crea y a través de la percepción hace lo que el misticismo es espiritualmente: ‘una conversación secreta [secretissima] con Dios, ya no a través de un espejo o a través de imágenes de criaturas; una conversación en la que la mente trasciende a todas las criaturas y a sí misma, y se desembaraza [otiatur] de las acciones de todos los poderes que son capaces de tocar cualquier cosa en la creación, deseando ver y sostener a él que está encima de todo, esperando [expectans] en la oscuridad de la privación de comprensión real, en la oscuridad del desconocimiento real de todas las cosas, hasta que ese al que desea se manifieste’. Por lo tanto, lo hace precisamente no haciéndolo, como si no se retirara del espejo de las cosas, como si se quedara, morando la estética de su propia oscuridad, sin buscar la visión cara-a-cara de lo que ese espejo oscuro promete y previene, haciendo artísticos dobleces y prensando la visión contra la oscuridad del espejo mismo, fundiendo la oscuridad en la oscuridad para levantar un vuelo sónico y prescindir de la necesidad de ver. ‘O Cryptic One I see – black / the veiled one chanting near […] the shadow one in the mist / Wings flock to my crypt, I fly to my throne’ [Oh Oculto veo – negro / al velado entonando cánticos cerca […] al sombrío entre la niebla / Escucho aleteos en dirección a mi cripta, yo vuelo hacia mi trono].

El amor por el black metal es un misticismo inverso, no solamente porque es una profanación del misticismo, sino en un sentido más profundo: una inversión mística del misticismo, un registro oculto e inconsciente o una preservación intuitiva y perversa del amor heterodoxo por Dios. La inversión debe ser entendida como un operador lógico universal para revelar-escondiendo y esconder-revelando la esencia de algo en una transposición. La inversión es secreto, veneración cultual de lo que permanece in-vertido, una inmanencia a punto de darse vuelta. Es una revelación destructiva-creativa del punto muerto o axis de inversión: por ejemplo, el momento mártir que identifica a Cristo en la cruz con San Pedro, una intersección mínima al centro de toda diferencia cuyo movimiento antípodo ocluye de una vez por todas e intensifica en espiral. La inversión reitera sin repetición, sin registro, manteniendo lo viejo como una sombra de lo nuevo. El amor por el black metal, lejos de ser un mero medievalismo o una nostalgia anti-moderna por un mundo sagrado y perdido, es una percepción (ciega) nueva de una realidad espiritual. Una síntesis sónica insoluble o una a-síntesis de la negatividad mística premoderna y la imagen en expansión de un cosmos sin ataduras. Dagon dice: ‘El caos inmenso, cuerpos cósmicos titánicos que desaparecen por doquier, todo a nuestro alrededor es tan inmenso y poderoso que puedo ver que lo que todas las mitologías conocidas han escrito en torno al cielo y al infierno toma inspiración directa del espacio, algo que hemos estado menospreciando nuestra vida entera’, ‘La simple noción de que mi espíritu es tan antiguo como el tiempo mismo; estoy aquí en los “tiempos modernos” pero mi espíritu es muy viejo y por lo tanto mi inspiración es vieja y críptica’; ‘el eterno universo negro, el mar cósmico de Lucifer. ¿Cómo puede uno no encandilarse con tal grandeza después de un profundo vistazo dentro de algo tan primitivo, vasto y atemporal?’ ‘el cosmos y toda la naturaleza llevan los secretos de la humanidad, la creación y la destrucción. Todo sobre ello es tan satánico en esencia, tan “black metal” en esencia’.

Concibo al amor por el black metal como una inversión de este fuego, una flama negra híper-fría o meta-caliente (el ‘Black Fire’ [Fuego Negro] de Sabbat) dentro del corazón del metalero, que preserva y asegura el incondicional devenir-fuego del amor, precisamente previniéndolo. Porque un fuego tan negro, como el mismo vehículo del opuesto de la transustanciación (en la que los accidentes sobreviven a la alteración de la sustancia), también es identificable dentro de esta metáfora como la virtud secreta del hierro que permite que su dureza negra sea afectada por el fuego para preservarse a sí mismo durante la quema y para lograr la total transformación sin perder su sustancia.

El amor por el black metal se tuerce hacia la exterioridad cósmica absoluta por un camino místico de inversión intensiva. El misticismo ordenado toma un camino hacia adentro y hacia arriba para llegar a Dios como una fuente y horizonte total, retrayéndose del mundo de los fenómenos exteriores para ascender más allá de él hacia el Uno en un movimiento que es anabático (creciente) y anagógico (ascendente). El amor por el black metal, al revés y al contrario, tiende hacia abajo y hacia afuera, hacia un cosmos paradójicamente desordenado y múltiple que ya no es más divino, sino que persigue un camino musical que es catabático (descendente) y apogógico (centrífugo). Allí donde la música tradicionalmente apunta a ascender vía mímesis a la verdad divina híper-central a través de la armonía de las esferas celestes, el pulso sónico anti-moderno y ruidoso del black metal se zambulle de manera coordinada en las profundidades solo para desatar y volar radicalmente sobre el infinito poder centrífugo o el viento cósmico negativo del sonido mismo. ‘Through cosmic chaos, through burning stars, abyss horns now bray. […] The kingdom closes through which I fly as darkness opens | Our Earth has opened as lunar craters become infernos | As ancient hymns call I sing the song in caves of sorrow | The echoes wander with lifeless moan as horns are braying’ [‘A través del caos cósmico, a través de las estrellas ardientes, los cuernos del abismo ahora rebuznan. […] El reino se cierra allí por donde yo vuelo mientras la oscuridad se abre / Nuestra Tierra se ha abierto como cráteres lunares devenidos infierno / Como himnos antiguos canto la canción en las cuevas de la pena / Los ecos merodean con gemidos sin vida mientras los cuernos rebuznan’].

Como si el black metal fuera un eco dionisíaco subcultural de la espiritualidad medieval  antinómica o ‘anárquica’ -o la verdad de Marquerite Porete, la hereje oculta en la memoria de Baphomet (el supuesto dios de los templarios que fueron quemados en la hoguera unas semanas antes que ella en París)- sus verdades se mantienen inversamente legibles al interior del discurso místico medieval, sobre todo en donde el movimiento ordenado e integrado de regreso a lo Uno se centra en una realidad individual. Una lista corta (o siete principios):

1) Irreligión. La verdad divina yace más allá de la religión, esa institución que separa más de lo que une al mundo y a Dios. ‘ella [el Alma] está por encima de la ley, / No contra a la ley’ dice Porete, en la voz de la Santa Iglesia. Esos a los que ella llama ‘asnos, [que] buscan a Dios en sus criaturas, en los monasterios mediante rezos, en paraísos creados, en palabras de hombre y en las Escrituras’.

2) Libertad. Principio absoluto de independencia. ‘Esta Alma —dice Amor— es libre, más libre, muy libre, encumbradamente libre […] Si no quiere, no responde a nadie que no sea de su linaje’. Ni es ‘una sirvienta de nadie’. Eckhart: ‘El hombre justo no sirve ni a Dios ni a las criaturas ya que es libre; y cuanto más cerca se halla de la justicia, tanto más llega a ser la libertad él mismo y tanto más es él la libertad […] Hay una cosa que se halla por encima del ser creado del alma [y] a la que no toca ninguna criaturidad que es [una] nada; no la posee ni siquiera el ángel […]   Ella es afín a la índole divina, es una sola en sí misma, no tiene nada en común con nada’.

3) Intoxicación. Principio de dicha radical sin preocupación. ‘Y está tan ebria del conocimiento del amor y de la gracia de la pura Deidad, que está siempre ebria de conocimiento y colmada de alabanzas de amor divino. Y no solo ebria de lo que ha bebido, sino muy ebria y aun más que ebria de lo que nunca bebió ni jamás beberá’.

4) Saberse totalmente malvado. Principio de inteligibilidad propia, solo como pura perversión de lo bueno. ‘[E]sta Alma no reconoce en sí misma más que una sola cosa, a saber: la raíz de todos los males y la abundancia de todos los pecados, sin número, peso y medida’. ‘Este es el signo del espíritu de la verdad’, Dice Angela de Foligno, ‘darse cuenta de que el ser de Dios es amor total y reconocerse a uno mismo como odio total’.

5) Deserción, desolación, desesperación. ‘Percibo que los demonios’ dice Angela, ‘sostienen mi alma en un estado de suspensión; solo como un hombre colgado no tiene nada que le haga de base, así también mi alma parece no tener qué la soporte. Las virtudes de mi alma son quebrantadas […] y cuando percibe todas sus virtudes siendo subvertidas y escapando […] el dolor y el enojo que siente la empuja al punto de la desesperación, que por momentos no puede llorar y por momentos llora inconsolable. Incluso hay momentos en los que me sobrepasa la ira y apenas puedo evitar destrozarme’.

6) Rechazo del creacionismo, el impregnante y malicioso hábito de pensar al ser como criatura o efecto inescrutable de una causa externa, ya sea un arquitecto divino o un cosmos enmudecido que está estúpidamente ‘ahí afuera’ antes y después que el ser propio. Eckhart dice no: ‘Pues, en aquel ser de Dios donde Dios está por encima del ser y de la diferencia, ahí estuve yo mismo, ahí quise que fuera yo mismo y conocí mi propia voluntad de crear a este hombre. Por eso soy la causa de mí mismo en cuanto a mi ser que es eterno, y no en cuanto a mi devenir que es temporal’. No se preocupen más por cómo volver o mantener o desechar el ‘regalo del ser’.

7) Negación paradójica de Dios. La verdad invertida sobre la que la Iglesia Cristiana y el Kvlto Black Metal se fundan. ‘Por eso ruego a Dios que me libre de «Dios»’, dice Eckhart. La negación es necesaria para abrir el continuum, para consumar lo universal como sistema abierto, es decir, un mundo de maravillas y monstruos. Lógicamente, el continuum es lo que en la negación hace a la diferencia entre X y no no-X. Esta ecuación es la base para lo apogógico o la prueba indirecta que, como Kant señala, ‘puede, sí, producir certeza, pero no [puede producir] comprensibilidad de la verdad en lo que se refiere a la concatenación con los fundamentos de la posibilidad de ella’, llamándolo ‘más un recurso para caso de emergencia que un procedimiento que satisfaga todos los propósitos de la razón’. Es válido solamente en sistemas cerrados y finitos, en ‘ciencias en las que es imposible sustituir de manera errónea lo subjetivo por lo objetivo’. En el procedimiento del misticismo apofático (negar lo que no es Dios), la indeterminación de lo apogógico, la grieta entre X y no no-X, toma forma en el reconocimiento de que la negación del no-Dios no produce a Dios, sino que nada más lleva al lugar de Dios, y que una negación más profunda de la negación condiciona la iluminación divina, que trasciende ambos la subjetividad objetiva y el binarismo lógico, develando una verdad de la que, como Dionisio dice en De Mystica Theologia, ‘Nada en absoluto se puede negar o afirmar’. ‘Aquí’, continúa, ‘no siendo ni uno mismo ni alguien más, uno se encuentra unido de forma suprema por una inactividad completamente no consciente de todo conocimiento, y conoce más allá de la mente en tanto no conoce nada’. Esencial en este despliegue de lo negativo es el principio, contra Aristóteles, de que la negación no es lo opuesto a la afirmación, sino la afirmación de lo que se encuentra más allá de esta, un término de intensificación que indica de forma negativa lo que es en exceso positivo, tanto que ‘uno podría incluso decir que el no-ser anhela lo Bueno que está por encima del ser. Repeliendo el ser, lucha por encontrar descanso en lo Bueno que trasciende al ser, en tanto que denegación de todas las cosas’. El black metal es similarmente inteligible como negación intensiva, indicación negativa del exceso más allá de Dios, significación exuberantemente sacrilegiosa de la divinidad con exceso de deidad. Y/o doble negación intensiva: demostración estético-formal de la denegación de la inexistencia divina / negación del Dios que no es (con o sin afirmación de un Dios-por-venir). El involucramiento en la doble negación es correlativo a una afirmación abierta o no-positiva, a la futuridad y al absurdo tautológico de la voluntad de vivir, presentado por Eckhart como un ciclo de preguntas y respuestas interminable entre el hombre y la Vida: ‘Si alguien durante mil años preguntara a la vida: «¿Por qué vives?»… ésta, si fuera capaz de contestar, no diría sino: «Vivo porque vivo». Esto se debe a que la vida vive de su propio fondo y brota de lo suyo; por ello vive sin porqué justamente porque vive para sí misma’. Así la profundidad del continuum es expuesta como la diferencia entre estar dispuesto a ser y no estar dispuesto a ser. La esencia del divino deseo o del amor divino es definida en textos medievales místicos no solo por su absolutismo (lo que para Bataille sería ‘el deseo de serlo todo’), sino como continuidad negativa, como deseo que no desaparecerá, algo incesante finalmente afiliado con el orden cósmico (el ‘Amor que mueve el Sol y otras estrellas’ de Dante) y lo que está más allá de ello, al interior del deseo sin fin por devenir-uno-mismo. ‘Porque ni lo que eres ni lo que has sido Dios observa con su ojo misericordioso, sino lo que serás’. Negación de Dios = afirmación no-propositiva de la anarquía divina de la vida. Toda la ley…

Coda: Etcétera. No digo nada y digo demasiado. Las doctrinas ominosas del macrocosmos perpetuo y místico no son doctrinas de en tanto doctrinas sobre. Son doctrinas sobre el macrocosmos perpetuo y místico solamente si las palabras nombran al black metal que encarnan, si el black metal es la doctrina ominosa, llamada por un nombre que nunca deja de sangrar sobre la cosa misma. No hay entendimiento sin ser parte de las doctrinas ominosas del macrocosmos perpetuo y místico, que son las doctrinas del macrocosmos mismo, que le pertenecen, que lo hacen ser. ‘Glosad esto si queréis, pero sobre todo si podéis’; Dice Poret, ‘si no podéis, es que no estáis ahí, si estuvierais, se os abriría’.

¿Qué se abriría? (pregunta el humano, parpadeando).

 

Nicola Masciandaro es profesor de inglés en el Brooklyn College (CUNY) y especialista en literatura medieval. Es autor de On the Darkness of the Will y de las antologías Mors Mystica: Black Metal Theory Symposium y Floating Tomb: Black Metal Theory.

Mnemo es Historiadora del arte (Facultad de Artes, Universidad Nacional de La Plata). Especuladora en todo menos en las finanzas. (Ex)bloguera. Fanática del Club Atlético Hedonia Depresiva.