María Negroni por Carla Imbrogno — LA PRÓTESIS Y EL AMULETO

Por Carla Imbrogno

29 noviembre, 2020

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Fotografía: Alicia Markova, El canto del ruiseñor, coreografía de George Balanchine sobre el poema sinfónico de Igor Stravinsky, 1925.

En el epílogo de Objeto Satie, el último libro de María Negroni publicado por Caja Negra en 2018, el crítico Pablo Gianera concluye: “El estado adánico ya no existe en el arte –y habría que ver cuándo existió después de las cavernas– y ningún artista inventa nada. No inventa nada salvo una cosa: su propia familia”. María Negroni es una de ellas. Construye su propia familia en el arte, y vaya alegría fue saberla parte de esta familia de cajitas musicales, instigadoras, componedoras, poéticas que es Caja Negra y que cumple 15 años.

Cuando allá por 2011 salió el primero de los títulos de Negroni que publicó esta editorial –Pequeño mundo ilustrado– nada parecía más propicio, más adecuado. Entretanto son cuatro sus libros publicados por Caja Negra y están agotados. La noticia de una edición engordada, aniversario, del Pequeño mundo en 2021 llega como bálsamo.

Pero no es este el espacio de una reseña, de las que abundan en la red siempre abrumadora. Tampoco voy a revelar el contenido de un libro que es panorama, coreografía y miniatura a la vez. Esta es más la descripción de un cuadro, el eco de un método, el sentimiento de un temple, un estado del ánimo. Releer las pequeñas formas de María Negroni devuelve este año opresivo no el recuerdo pero al menos la intuición de que algo parecido a lo apacible todavía existe. La ductilidad, la alegría del movimiento que anhelamos. Lo conocemos, lo hemos perdido y por eso lo anhelamos.

¿Qué no estamos incorporando con todo eso que no estamos nombrando?, se pregunta –más o menos así– Frigga Haug, pensadora del marxismo, en una entrevista reciente. María Negroni no tiene en la lengua pelos cuando se trata de nombrar el mundo, por más lindo o más feo que sea, y por estos días ese gesto auténtico aliviana, aligera el aliento, facilita la digestión. Porque no por callarlo el mundo deviene otro, y se necesita talento para tratar con lo mundano propio y ajeno a través de las marcas que lxs artistas dejan en el tiempo.

Algo de eso hace María Negroni y me invita a hacerme mis propias preguntas en lugar de buscar en la lectura algún tipo de espejo. Qué es este momento que vivimos. “Es la pregunta por el sentido menos su respuesta” (la literatura); es el corte, es la edición, es la sensibilidad negra; es la cita, es la fatiga, la abstinencia, la recurrencia; es la fragua; es la familia y es la casa a la que siempre volvemos, es la perturbación, es la amante, es la “prótesis” y “el amuleto”; es la “gangrena obscena del deseo”, es: “un colapso de la razón triunfante, una constatación somera de que el mundo nombrado no es seguro jamás”.

No se puede ser lo que una no es, me dijo una vez, con escalofriante poder de síntesis, la escritora Gabriela Massuh. Hablábamos de cosas nuestras. Me lo dijo sin tapabocas aún, de lo contrario no habría podido leerle los labios y escuchar esa verdad. Y pienso que María Negroni también es una de ellas, porque su escritura no pretende ser lo que no es, simular que no pertenecemos al mundo de lo físico tanto como al mundo de lo anímico. Un poema suyo versa: “Algunas cosas vienen a mí sin nombre, aparecen con nada que decir, un ruido de columpios, una bandera en tres ritmos, el cuerpo que me habito como una equilibrista. Yo las pongo en un álbum como si hubiera un mundanal, una casa a los costados de esta ciudad  ilegible. Dicen que en lo movido se corrige la infancia. La calesita gira, yo compito con la Señora Muerte por la sortija”.

Una de las pequeñas formas de María Negroni incluida en Pequeño mundo ilustrado se titula “What are poems”. Allí escribe: “Como todos los mundos de fantasía, los mundos de la Arcadia tienen una feliz precisión que los hace más líricos que narrativos, más muertos que vivos. (…) Los poemas son centros de un centro, micrografías del deseo, interioridades infinitamente profundas que funcionan como defensas. Son también fijaciones, mundos perfectamente completos y manipulables, abiertos al consumo del ojo. Los castillos, las casas de muñecas, las islas son, en este sentido, hrönir de poemas. El principio al que obedecen es el mismo. En ellos se despliega sin pausa el arreglo floral de lo perdido y también se constata, con fervor asombrado, una paradoja crucial: dado que ningún trofeo cauteriza, toda herida es luz. Invertida, la fórmula también es verdadera”. La que escribe es una poeta que propone aceptar la incerteza. La que escribe es la niña, de pie, mirando el cuadro.

Carla Imbrogno nació en Buenos Aires. Escribe, traduce dramaturgia, poesía y prosa contemporánea del alemán, y se dedica a la gestión cultural y a la curaduría de formatos transdisciplinarios.