Federico Manuel Peralta Ramos por Osvaldo Baigorria — REÍR Y PENSAR

por Osvaldo Baigorria

20 noviembre, 2020

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Un libro de Caja que disfruté mucho en 2019 fue Del infinito al bife, la biografía coral de Federico Manuel Peralta Ramos que armó Esteban Feune de Colombi después de recoger –si no conté mal– 174 testimonios sobre aquel “pedazo de atmósfera” a través de todas las vías posibles: teléfono fijo y móvil, mensajes de texto, redes sociales, mails, fragmentos de artículos y entrevistas presenciales a amistades, familiares, mozos de bar, cineastas, actrices, artistas, músicos, poetas, críticos, etc.

Por razones de diferencia en clase social, edad, lejanía y tal vez prejuicio, fui de aquellos que no se acercaron a la Recoleta ni a la Manzana Loca de Buenos Aires en los años 60-70, y por lo tanto no pude conocer al Niño Federico. También por suspicacia contracultural, su aparición televisiva como un grandote de cara seria, peinado prolijo, traje, corbata y ojos alucinados en los programas de Tato Bores no despertó mi interés en aquel momento, salvo por la gracia con la que desarmaba las costumbres con las armas del absurdo. Pero las anécdotas y el rumor de elite acerca de sus chistes, charlas, recitados y canciones imprevistas en La Biela, el Florida Garden o la Galería del Este, lo hicieron cada vez más insoslayable en la bohemia porteña y finalmente tuve que rendirme a la evidencia: aunque su capacidad como humorista pudo haber opacado cierto rol precursor como artista conceptual y también el lugar anómalo que ocupó como poeta, todo el conjunto de sus intervenciones finalmente lo mantuvo vivo en el firmamento del mito.

Las leyendas abundan y las historias también. De aquel célebre banquete que dio en el Hotel Alvear para veinticinco personas en 1968, en el que se supone que dilapidó los 6000 dólares que había ganado con la beca Guggenheim pero que en realidad fue solo uno de los gastos de ese dinero –si bien el más resonante– entre otros como la compra de cuadros, ropa y grabación del disco Soy un pedazo de atmósfera, algunas voces dijeron que fue una “cena paqueta”, otras que había solamente milanesas con papas fritas, y otras que hubo invitados que en realidad no estuvieron. De su compra del toro campeón charolais en un remate de la Sociedad Rural en 1966 sin tener fondos propios con la idea de exponerlo como obra de arte en el Instituto Di Tella, algunos creen que realmente lo expuso, pero de hecho su padre tuvo que anular la operación y confinar temporalmente al “loquito” en una clínica psiquiátrica. El doctor Rojas-Bermúdez lo asistió para atravesar esa y otras crisis: lo diagnosticó como “psicodiferente”. También lo ayudó el haloperidol. Y unos cien dólares mensuales que aportaba su papá y que el Niño Federico a veces gastaba en pocos días, para luego vivir de préstamos de amigos. Oligarca de nacimiento pero no por adopción de valores, su cuna de origen lo sostuvo en la verosímil autodefinición “tengo una incapacidad innata para ganarme la vida”.

Como maestro de la respuesta desplazada e incongruente pero rara vez cínica, Federico parece haberse formado como un performer que pulió reflejos en cafés, cabarets y encuentros casuales. Si alguien le preguntaba qué planes tenía para para el año siguiente, diría “estar presente”. Si la cuestión era qué podíamos hacer frente al sida, “masturbarse hasta que aclare”. Si le preguntaban cómo se hacía la paja, “con las uñas pintadas”. En cuanto a la pregunta por si creía en la vida de la muerte, respondía: “sí, hay otra vida, pero es carísima”.

El libro de Feune de Colombi es eficaz en su distribución de peripecias y reflexiones, ya que en vez de agotar la lectura con largas exposiciones, despliega los testimonios en textos breves, a veces de una frase mínima y siempre inferiores a una página, con lo cual se arma una historia de vida que cuenta con un índice onomástico de entrevistados y una cronología final con datos biográficos duros.

Lo más cierto de todo es que en épocas siniestras, ese anarco aristrócrata de espíritu supo  desestructurar las convenciones y burlarse de la autoridad y la frivolidad con ternura. “¿Qué es el arte?” se preguntaba en un poema. Su respuesta: “Hacer reír y pensar”. Una respuesta de niño. De lindo niño.

Osvaldo Baigorria. Nació en Buenos Aires en 1948. Entre 1974 y 1993 vivió en Perú, Costa Rica, México, Estados Unidos, España, Italia y Canadá, desempeñándose en este último  país como sembrador de árboles, traductor y asistente en programas de ayuda a refugiados de la Argenta Society of Friends y miembro cofundador de una comunidad rural en los bosques al oeste de las  Montañas Rocosas. También recibió becas de estudios para desarrollar proyectos de investigación sobre narrativas aborígenes, minorías y medios de comunicación. Escribió y colaboró en diversos medios, entre ellos las revistas Ñ, Crisis, Cerdos & Peces, El Porteño, Ajoblanco, Mutantia, Uno Mismo, Página/30 y en los diarios Página/12, Perfil, El Independiente El Mundo. Publicó, entre otros libros, En pampa y la vía, Correrías de un infiel, Sobre Sánchez, Poesía estatal y Cerdos & porteños. En la actualidad es docente universitario, titular de cátedra en la carrera de Comunicación, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.