¿Arte sudamericano contemporáneo? Ya no existía más tal conglomerado de formas. Ni en su mente ni en las casas de la gente porque lentamente todo se había ido apagando comenzando por el arte de su tiempo, en particular el de su juventud.
En esa morada paupérrima era feliz. O había aprendido a no quejarse demasiado. Vivía al costado de una gran autopista junto a sus 4 perros y junto a su pareja lisiada en una casa que quedaba atrás de la montaña de cosas que acumulaba. Todo el día estaba en la calle —en medio de sus bártulos, cajones y cadenas— reparando carros con la soldadora. También, cotejando materiales que le traían lxs más niñes. A veces conseguía cosas que valían la pena y las compraba por tres mangos o las cambiaba por botellas de cerveza que también comercializaba. Rara vez caminaba por el centro, se había cansado de los parásitos bot, diminutos piojos eléctricos que proliferaban por las arterias calles céntricas.
Dejaba esa tarea a las nuevas generaciones.
Por ejemplo, Raimon. Él era su favorito. “¿Qué es un algoritmo? Viejo…” —el niño preguntó mientras escupía y se acercaba— “¿Sabés?”
“Y a mí qué me importa”, respondió secamente. Estaba cansado. El niño traía un objeto entre las manos. Era un libro en parte mutilado porque no tenía tapas y le faltaba al menos uno de los capítulos iniciales. Era el tipo de desafío que le gustaba al viejo, el niño daba pruebas una vez más de su astucia. Leería unos párrafos.
Pero no hizo falta. Cuando sus ojos se asomaron al cuerpo tipográfico elegido lo notó al instante, era un cajanegra. Hacía mucho que no veía uno de esos tomos y eso que habían sido populares en su tiempo. Una suerte de guiño entre entendidxs. Un objeto que consumía una clase de personas a la cual él en un momento había pertenecido con orgullo. ¿Qué había pasado luego? Su mirada se posó sobre las magulladuras de sus dedos y algunos cortes que estaban en proceso de cicatrización. Luego, hizo una elipsis fantástica hasta un local en el sótano de la Bond Street.
Allí, recordaba había visto por primera vez el libro en cuestión. Una amiga trabajaba en un diminuto local y él se acercaba para charlar con ella y hojear algunos incunables. Le gustaba mucho hacer esa pausa y ella aprovechaba para mostrarle las novedades. El libro había tenido una tapa amarilla y blanca de diseño super elegante, lo recordaba perfecto. Leyó un poco: “Carecen de una identidad compartida o de una historia previa que les dé recuerdos comunes y sin embargo, constituyen una comunidad. Estas comunidades se parecen a las de los viajeros de un tren o de un avión. Para decirlo de otro modo: estas comunidades” y las palabras que seguían, “radicalmente contemporáneas”, estaban dañadas. La parte que seguía también faltaba.
Volverse Público, como se titulaba el libro de Boris Groys, había marcado un antes y un después. Había comprado el libro por 150 pesos y lo había leído en un bus de larga distancia. Había ido a las presentaciones del autor en los grandes salones de la ciudad que para su sorpresa siempre aparecían colmados hasta las últimas líneas de asientos. En su trabajo freelance le pidieron que escribiera un informe. El autor había nacido en la extinta Unión Soviética y empleaba un tono cautivante para hablar del presente. En sus relatos se mezclaban reyes, vampiros y el público masivo que mira exposiciones. Con el advenimiento de las redes sociales postuló una era de la producción artística masiva. El viejo con sus amigos habían discutido hasta altas horas varias de estas ideas. El niño no sabía qué era lo que traía entre manos pero se había dado cuenta que era algo valioso.
Leopoldo Estol (Buenos Aires, 1981) Curador, artista y performer. Se formó en la Universidad de Buenos Aires, participó de la Beca Kuitca (2003) y del Centro de Investigaciones Artísticas. Realizó exposiciones en Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Tucumán, Salta, Montevideo, Rio de Janeiro y Milán. Ha dedicado el último lustro a la construcción de acciones poéticas y comunitarias que se escapan del museo y la galería para adentrarse en otros ámbitos sociales. Edita el periódico El Flasherito. Da clases en la carrera Artes Electrónicas (UNTREF). Participó de la Bienal de Salto, del Mercosur y de la Bienal Sur.