Burnout is the new black

19 diciembre, 2024

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Burnout is the new black. Sacrificio laboral y cuantificación molecular del agotamiento. Por Elian Chali

El humedal de Waikato en Nueva Zelanda. El Amazonas en Brasil. El gobierno de turno en Argentina o los nuevos [viejos] reaccionarios europeos renaciendo de sus cenizas. La policía matando a quemarropa a pibes por la espalda en cualquier barrio de Córdoba. El fuego hoy pareciera ser el elemento central que arrasa y organiza el mundo en el que vivimos. Y, como era de imaginarse, nuestros cuerpos no están a salvo. 

Burnout es el término acuñado para reunir a una serie de circunstancias y condiciones relacionadas al agotamiento y diferentes formas de malestar psíquico, emocional y corporal de nuestra época. Como cualquier quemazón, el burnout está actuando como alarma social ya que pareciera no tener final, más bien todo lo contrario: advierte sobre la normalización de un modo de vida insoportable que llegó para quedarse. No es simplemente un fenómeno individual para indicar cansancios diversos, sino que se trata de un cuadro sintomatológico generado por las relaciones de poder, las formas de producción de capitales y los regímenes de visibilidad en la lógica de plataformas. Esto da cuenta de un estado de situación del campo laboral, la relación con el tiempo y las distintas metodologías de explotación contemporáneas hacia el interior de los cuerpos. Los efectos del capitalismo globalizado en torno al desguace de la figura del Estado y las instituciones, ha llevado a la degradación de múltiples aspectos de la vida configurando nuevas formas de competencia y rupturas de los lazos sociales.

Para remontarnos a los inicios de esta crisis habría que rebobinar más de dos siglos (si quisiéramos ir a fondo, quizá deberíamos comenzar desde el origen de la esclavitud), pero hay algunas señales que las artes, el campo de las ciencias sociales y la política contrahegemónica vienen advirtiendo hasta el hartazgo. Sin embargo, la globalización en sociedad con la lógica de plataformas aceleró de manera radical esta crisis para no solo instalar nuevas nociones humanas relacionales en torno al trabajo, sino también producir una cultura de la imagen que tiene como escenario, actor y guión al cuerpo humano. Tampoco es nuevo: lo que Michel Foucault señala como biopolítica y biopoder y que luego Paul B. Preciado retoma con el régimen farmacopornográfico en relación al dominio y vigilancia de los cuerpos, hoy exige una actualización de cara a la cuantificación del agotamiento, la proliferación de gurúes y pseudo profesionales sin respaldo científico influyendo masivamente en redes y la -nueva- disputa por visibilidad que viene entrometiendose en las subjetividades del presente. 

El burnout no es simplemente un fenómeno individual para indicar cansancios diversos, se trata de un cuadro sintomatológico generado por las relaciones de poder, las formas de producción de capitales y los regímenes de visibilidad en la lógica de plataformas.

Esa estrella era mi lujo

30 de noviembre del 2001, 11:40 a.m. Santiago, Chile. El obrero y militante Eduardo Miño reparte una carta en la Plaza de la Constitución. Minutos después, abre su abdomen con una navaja y esparce combustible sobre sí mismo. El fuego consume su cuerpo mientras los transeúntes leen su reclamo en contra del Estado y los empresarios del amianto. La denuncia concluye con las siguientes palabras: “Mi alma que desborda humanidad ya no soporta tanta injusticia”. Pero, ¿qué merece nuestro sacrificio?

El mundo de la cultura y el espectáculo tienen un protagonismo particular en relación al burnout. Desde J Balvin hasta Emilia Mernes pasando por Brad Pitt, Rihanna, o Graciela Borges, sobran ejemplos de artistas con giras suspendidas, internaciones de urgencia y denuncias. Es que el burnout no reconoce territorios, ni disciplinas, ni edades, ni coyunturas, ni clase social. Su causa y efecto es planetario: opera multilateralmente y la velocidad es su soporte predilecto. Aunque en la política, el deporte y otros ámbitos con altos grados de exposición también haya figuras y famosos quemados, ¿qué particularidad tiene la esfera pública cultural y el arte que pareciera estar más acentuado este asunto? Si echamos luz a la cantidad de referentes que a diario hacen declaraciones sobre su estado físico-emocional a modo de pedido de exoneración por ausentarse de las redes o de sus trabajos, podemos también imaginar el impacto en los públicos para, desde allí, comprender desde la romantización del tema hasta formas de utilización, tergiversación y desprecio de las consecuencias. Y resulta relevante echar el ojo acá porque es innegable el espejo que producen los famosos en la sociedad y cómo muchas personas logran identificarse con ellos.

Desplazando el eje tan solo un poquito, en Argentina tenemos el caso de Javier Milei. La inconsistencia de su salud mental, la violencia discursiva y política sin límites que ejerce junto a los disparates simbólicos con los que aparece a diario, están envueltos y desordenados en un halo de tolerancia por encarnar el desequilibrio, el estrés y la ansiedad traducidos en hartazgo político. Construye referencia desde su lugar de quemado. Y digo desplazándonos tan solo un poquito porque lo curioso es que el actual presidente se comporta y quiere instalar su lugar de prócer con la estética y la metodología de una estrella de rock, al igual que su ídolo, el empresario desarrollista mediático devenido en presidente, Donald Trump. No es casual el lugar que ocupa la política en la industria del entretenimiento y viceversa. La farandulización es un fenómeno para nada inocente y con vasta trayectoria. Un gran mecanismo de distracción que tiene como objetivo desarmar algunos roles significativos para la sociedad y entrometerse en los imaginarios colectivos por el costado más blando.

¿Puede ser la lástima pública también una forma de captación de nuevos públicos para los artistas? ¿Una metodología perversa que hace del testimonio un móvil de empatía en pos de la acumulación y en simultáneo una manera de humanizar, de bajar a tierra, estas estrellas completamente desconectadas de la realidad? ¿Acaso estamos frente al devenir del burnout como identidad? 

A menudo estas confesiones de índole religiosa reposan sobre una gramática afectiva que pretende achicar la brecha con el fanático utilizando el perdón como un modo de reclamar reconocimiento por tanta entrega. La voracidad del capitalismo cultural lleva a instrumentalizar incluso los malestares en función del propio beneficio, pero, ¿son estas estrellas las únicas culpables de esta forma de dominación? Sospecho que no, aunque sí merece un poco de reflexión crítica al respecto.

Por un lado, no solo deben soportar la presión de las corporaciones y clusters mediáticos que a menudo los llevan a quemarse, sino que también están sometidos a capitalizar absolutamente todo en su vida en función de construir un imaginario en los públicos y potenciales consumidores. Es decir, la explotación de la intimidad como procedimiento es clave en la producción de contenido y una forma violenta de traducción de la privacidad a la privatización. Nuevamente la empresa de la transparencia arremete con su cometido pero esta vez bajo el tropos de la métrica como imperativo, ornamento y motor. Solo exhibir las experiencias personales no es suficiente. Aunque esto no quita responsabilidad y la chance de construir una ética respecto a la imagen pública que decide cada uno, lo cierto es que los aparatos legales de las multinacionales de la industria cultural junto a las leyes de copyright y derechos de imagen, construyen en conjunto bozales específicos para censurar y continuar manipulando el discurso público. Esto también impacta en temas sensibles como posturas políticas, opiniones de hechos relevantes e incluso expresión de principios propios. Muchas celebridades esquivan las opiniones sobre la coyuntura porque afecta su modelo de negocio: estropean el recipiente en el que sus seguidores los han ubicado. Uno de los factores por lo que sucede, es por la amplificación de rangos de audiencias dada por la condición universalizante de su producto. Para contentar a muchos, hay que aplanar la oferta.

La cantante pop argentina Emilia Mernes durante una conferencia de prensa en 2024.

Lxs artistas están sometidos a capitalizar absolutamente todo. La explotación de la intimidad como procedimiento es clave en la producción de contenido y una forma violenta de traducción de la privacidad a la privatización.

Psique eslabón

11 de junio de 1963, 10 a.m. Saigón, Vietnam. El monje Thích Quảng Đức adopta la posición de loto sobre su zafu, vacía un bidón de nafta en su cuerpo y prende la chispa que consume su carne. No emite sonidos ni quejas; sus músculos en estado de relajación total denuncian persecución religiosa. Su corazón descansa en un cáliz de cristal en la pagoda de Xa Loi. Pero, ¿qué merece nuestro sacrificio?

 

Hoy existen miles de herramientas disponibles para medir métricas y el alcance algorítmico de lo producido en plataformas. La matemática como lenguaje se ha apoderado de nuestro inconsciente, nuestras hormonas y nuestro tiempo. Abundan casos de “profesionales” de la salud actuando de la misma manera que los influencers financieros. No solo con las imágenes que construyen en sus discursos sino también con el contenido: el control y manipulación del cuerpo propio comprendido como cálculos económicos. El cuerpo financiarizado comienza a responder también a la lógica de mercados bajo algoritmos celulares en la administración glandular por la eficiencia. Negocios de sí mismos en pugna con la autoexplotación. 

Si el capitalismo industrial tenía como base operativa la carne, el capitalismo financiero tiene la psiquis. En esto entra de lleno el problema del multitasking, hoy celebrado como una habilidad entre los trabajadores cognitivos precarizados y en simultáneo una condición excluyente de los departamentos de recursos humanos de las empresas digitales. Veronica Gago pregunta, ¿qué otras materialidades se ponen hoy en juego y son violentadas por medio de diferentes dispositivos de abstracción? En la resaca del posfordismo digital impera la fragmentación extrema y no es necesario ser especialista en nada. Las consecuencias particulares son responsabilidad del trabajador aislado que no logra formular ningún reclamo a su patrón que a menudo es un software privativo y compite con sus compañeros de trabajo en la disputa tarifaria de los clientes/usuarios.

Se falseó la rosca de la realidad maquínica: la fragmentación extrema es una política de la mutilación de la psiquis. No por nada la OMS clasificó en un primer momento al burnout como dificultad para la gestión de la vida y ahora actualizó su postura como un problema en torno al empleo y el desempleo. Entonces prevalecen trabajos sin jefes ni oficinas, ni fábricas, ni jornadas laborales y todo se encuentra organizado en una misma ecuación que combina resistencia psicológica + estadísticas hormonales + hiper especificidad individual de la tarea que, con suerte, da como resultado el ingreso a un sistema de recompensas perverso que premia al que más corre el límite de la salud mental y física con premios miserables para que nunca descanses.

En su reciente documental Cómo ganar plata, Ofelia Fernandez señala que a cada fragmento habrá que encontrarle su orden. Me pregunto si esta puede ser una forma de recomponer y actualizar la noción del trabajo y al trabajador como sujeto político contra la simplificación del autómata productor de dinero sin deseo, ni vocación ni proyecto. ¿Podremos abrir paso en cada fragmento, esquirla, pedazo, para comprenderlo y desde ahí recuperarnos?

Thích Quảng Đức

Si el capitalismo industrial tenía como base operativa la carne, el capitalismo financiero tiene la psiquis. En la resaca del posfordismo digital impera la fragmentación extrema y no es necesario ser especialista en nada.

Ábaco digital de hormonas

30 de septiembre del 2008, 12:02 a.m. Veracruz, México. El dirigente campesino Ramiro Guillén Tapia remoja su ropa en nafta y prende un encendedor. De pie y con la templanza de la muerte mientras el fuego abraza su cuerpo, explica frente al Palacio de Gobierno: “Lo hice porque no sirve el gobierno, sólo son engaños y yo tenía que responder a mi pueblo popoluca”. Pero, ¿qué merece nuestro sacrificio?

Una mezcolanza perfecta de tecnología, salud, productividad y fe bajo la promesa de supervivencia, optimización y crecimiento. Los relojes que capturan datos a través de las pulsaciones para medir esfuerzo, sueño, nivel de estrés y capacidad de recuperación, procesan a través de algoritmos una serie de estrategias para mejorar tu rendimiento. Tienen conectividad nativa con los smartphones y su software luce como las redes sociales. Los dispositivos parecen joyas, a medio camino entre tecnología y orfebrería. Aunque su rango de precios sea variado, las empresas que los venden insisten en que su accesibilidad se justifica desde la salud y la necesidad.

Para quienes no les gusta llevar más artefactos encima, también hay gran variedad de apps: las más populares están relacionadas con el insomnio, o como se dice en la jerga, el monitoreo de sueño. También hay aplicaciones que te recuerdan que debés tomar agua y organizan el tracking de tu metabolismo a partir del ingreso de datos diarios. Estos datos, instrumentados en el ecosistema de plataformas, terminan siendo variantes del sistema financiero en curso. Si estás dudando entre una patología o agotamiento excesivo por trabajo, existen métodos de autodiagnóstico que te ayudan a identificar el grado de tu TDAH en solo tres pasos bajo una interfaz navegable, aesthetic y gratuita valiéndose de la cultura gamer.

Las dedicadas al control de dopamina tienen como principio la productividad, por lo que una correcta gestión a través de estas plataformas indicará una recompensa adecuada. Resulta curioso que la masturbación sea una de las actividades clave en el control de esta sustancia química. Esto quiere decir que un trabajador promedio, para considerarse merecedor de la limosna de esta hormona, debe restringir su acceso al placer. Si lo que hasta anteayer era sinónimo de enfermedad y locura y podía significar el ostracismo ciudadano, hoy se actualiza como oferta de optimización para funcionar mejor en la autoexplotación. Estamos nuevamente frente a un reverso de la censura del goce en el régimen de la biología pero completamente dialectizados, abigarrados en un pantano discursivo alfanumérico. Solo es válido el exceso de testosterona si está orientado a la productividad a través de la regulación represiva. No es casual que los promotores de estos productos sean los influencers devenidos en especialistas de mercados bursátiles de la noche a la mañana y se refieran a sus consumidores como apóstoles comulgando la palabra del dios dinero. Y bien sabemos que la desesperación diseña el credo perfecto al cual aferrarnos aunque este vaya a contramano de todo contrato, pacto o consenso. Quienes crean ser dignos de esa salvación deberán someterse a las tobilleras electrónicas 2.0 devenidas en apps y tecnologías especulativas del autocontrol. 

Quienes crean ser dignos de esa salvación deberán someterse a las tobilleras electrónicas 2.0 devenidas en apps y tecnologías especulativas del autocontrol. 

El único límite está en tu mente

17 de diciembre del 2010, 11:30 a.m. Ben Arous, Tunisia. El vendedor ambulante Mohamed Bouazizi se baña en pintura inflamable, prende un fósforo y grita “la vida que nos hacen vivir, no merece ser vivida”. Mientras arde lentamente, se inaugura la Primavera Árabe. Pero, ¿qué merece nuestro sacrificio? 

Mark Fisher dice que el realismo capitalista insiste en que la salud mental debe tratarse como un hecho natural tanto como el clima, cuando este es un efecto político-económico. Siguiendo sus ideas, se puede observar la distribución sensible de responsabilidades ergo de las acciones a tomar frente a determinadas crisis que defienden algunos médicos, profesionales o pseudo gurúes.

La influencer Naty Franz promociona un ejercicio llamado “tapping” para disminuir la ansiedad, que también sirve para atraer abundancia económica. Se trata de un ejercicio de golpes autoinflingidos en la cabeza o en la mano  que servirían para cambiar la energía. Es decir, con esta técnica no solo estaríamos produciendo capital económico, si no que, en simultáneo, también cuidaríamos nuestra salud mental. Justo cuando el par trabajo-estrés parece estar más apretado y anudado que nunca, esta propuesta ofrece un divorcio radical en un acto psicomágico de palmaditas.

Otro caso paradigmático es el Doctor La Rosa, que en sus videos de YouTube instruye en la cuantificación, control y medición de casi todos los valores calculables de tu cuerpo. Dar un paseo por su canal es un boleto a la frustración y la ansiedad, ya que con el nivel de explicación molecular de la salud que promociona, podría argumentar la bomba atómica en un reel de Tik Tok aunque nadie pueda jamás replicarla. Esto se encuentra estrechamente conectado con la inteligencia artificial, cuyo poder de cálculo alcanza una velocidad imposible para un humano.

Que la neurociencia está empecinada en erradicar el malestar individual no es ninguna novedad. El asunto está en que el abordaje exclusivo de los síntomas aislados termina por individualizar las causas cuando bien sabemos que son sociales, políticas y culturales. Responsabilizar a un trabajador por su estrés desconociendo los niveles de presión a los que está expuesto es pieza clave del funcionamiento del burnout ya que este se sufre de manera personal y por lo tanto para seguir su ejercicio de dominio, debe partimentar el conflicto de origen para volverlo incapturable. El neoliberalismo en curso homogeneiza en función del borramiento y fragmenta en virtud de la subyugación, convence al sujeto de un lugar de poder inexistente bajo el viejo cuento de la potestad individual.

Para alcanzar la articulación perfecta de este mecanismo, la crisis nerviosa necesita tamizar sus efectos y el doomscrolling (adicción a scrollear infinitamente en redes sociales) es la metodología con mayor grado de interiorización en los usuarios. No solo “apacigua” temporalmente las consecuencias sino que deriva en otro concepto cercano que es el boreout: el síndrome de desmotivación laboral que puede derivar en desmotivación profunda. Y como cada vez aumenta más el abanico de diagnósticos, por consecuencia también aparecen más psicofármacos paliativos y abordajes terapéuticos. Una patologización total que funciona como velo para que las consecuencias sigan innominadas, camufladas, adjudicando al sujeto la culpa de su malestar. ¿Qué hilo rojo perverso conecta las Big Tech de IA con la industria farmacéutica? ¿Qué nuevo control poblacional-cognitivo se estará tramando en las mesas chicas de estas empresas? Siguiendo a Suely Rolnik, si su base operativa es nuestra psiquis, ¿en qué consistirá la mentada protesta de los inconscientes? Quemados, aburridos y anestesiados acariciando nuestros smartphones, una receta perfecta para dominar. Este calvario tiene muchos alienados en su frente y la zombificación no para de avanzar. 

Ya vimos que existen influencers de la explotación llamados finfluencersi, que relativizan lo que significa una estafa al naturalizar los esquemas Ponzi metiendo inescrupulosamente a amistades y familiares en ruedas financieras de las que nadie sale ileso. A diario vemos falsos coaches que ofrecen dietas militares muy parecidas a la pobreza. Mientras más se normalizan los implantes capilares, menos importa el origen de la caída del pelo. Lo mismo con la piel: vemos todo el tiempo rutinas de skincare eternas y maquillajes variados, pero lo que dice a gritos la explosión dérmica de la sociedad pareciera no ser relevante para nadie.

Reels ultra acelerados de yoga que, más que relajar, irritan el doble. Nutricionistas de dudosa calidad profesional instalando verdades incomprobables sobre alimentos inaccesibles. Cuentapropistas del wellness más cerca de la ludopatía que de la vida holística. ¿Cuánto falta para que arremetan contra los merenderos acreditando los beneficios del ayuno intermitente? La proliferación de fake news con supuestos respaldos científicos alentando la optimización corporal por sobre cualquier límite fisiológico o desacreditando el descanso como tiempo fundamental para el desarrollo de la vida, logran un estado de confusión generalizado que altera el valor del tiempo, desdeña la importancia de la dignidad y relativiza los lazos afectivos imponiendo la producción de capital como única función humana. Desde el ocio hasta los neurotransmisores, todo devenido en commodities. 

En Después del trabajo, Nick Srnicek y Helen Hester se preguntan por qué la clase ociosa se ha convertido en la clase agobiada cuando históricamente las clases altas se libraban de la “contaminación espiritual” del trabajo gracias a los ingresos pasivos producidos por el capital fijo de la propiedad. Continúan señalando que la apariencia de estar ocupado y con alto nivel de demanda representa el estatus social que antes era escenificado en la ociosidad y la frivolidad del consumo excesivo. Esto vuelve a señalar al burnout como un efecto diagonal y condición de época que atraviesa transversalmente sin detenerse en división de clase, territorios o rangos etarios. Aunque su forma de acontecer sea distinta por sus características situadas, se puede percibir como el mismo ruido de fondo que siempre adquiere distintas ecualizaciones: el trabajo, la explotación, la disputa por el valor y el deseo cada vez más imposible de una vida mejor.

El neoliberalismo en curso homogeneiza en función del borramiento y fragmenta en virtud de la subyugación, convence al sujeto de un lugar de poder inexistente bajo el viejo cuento de la potestad individual.

05 de diciembre del 2024, 08:25 a.m. Córdoba, Argentina. Un jubilado espera en fila por medicamentos oncológicos en la sede central del PAMI. Pero esta vez es diferente: en una mano lleva un bidón de nafta y en la otra un encendedor. Pero, ¿qué merece nuestro sacrificio? 

Un smartphone recibe un promedio de ciento veinte notificaciones por día y un corazón cualquiera late aproximadamente cuarenta mil veces en una jornada laboral. ¿Qué número importa? ¿Son variantes de la misma ecuación? ¿La geometría de la vida es un algoritmo matemático? Estas formas insostenibles de cohabitación abstracta generan un solo excedente: agotamiento. Estamos quemados, no damos más, por eso en este acto y con la última raya de batería social propongo crear La Asociación Internacional de Agotados (AIA) y recuperar la politicidad del fuego devenida en depresión política para prender la chispa que nos caliente, despierte, o ilumine guiando algún sur. 

Elian Chali (1988. Córdoba, AR) artista, militante e investigador independiente. Sus prácticas van desde la pintura expandida, la fotografía y la escritura hasta el activismo social y la curaduría en proyectos comunitarios.

Con 4 exposiciones individuales y numerosas colectivas, sus proyectos se pueden encontrar en Argentina, Australia, Bélgica, Brasil, Canadá, Chipre, Cuba, Costa Rica, Emiratos Árabes Unidos, España, Estados Unidos, Francia, Alemania, Italia, Inglaterra, Marruecos, México, Polonia, Portugal, Paraguay, Perú, Rusia, República Dominicana, Uruguay, Ucrania, Taiwán, entre otros.

Sus investigaciones recientes abordan las políticas de representación del cuerpo en la cultura y la sociedad, la liberación sexual y la intersección entre formas singulares de supervivencia en contextos urbanos.

Ha publicado Hábitat (2016), Barrio Muerto (2018), Interín, Desvaríos sobre la cultura pre, durante y ¿post? pandemia junto a José Heinz (2020), Nadie sabe lo que puede un cuerpo que no puede (2022) y Una feta gris de nada (2023).

Como militante del colectivo de personas con discapacidad forma parte de Torceduras&Bifurcaciones, foro de corporalidades políticas. También habita Hotel Inminente, adhiere a AVAA y participa de organizaciones que abordan las problemáticas de violencia institucional y el aparato represivo del Estado.