POR UN PRIMITIVISMO ESTRATÉGICO. DIÁLOGO ENTRE EDUARDO VIVEIROS DE CASTRO Y YUK HUI

POR UN PRIMITIVISMO ESTRATÉGICO. DIÁLOGO ENTRE EDUARDO VIVEIROS DE CASTRO Y YUK HUI

Diálogo publicado originalmente en Philosophy Documentation Center | Traducción: Emma Baizabal | Corrección: Sofía Stel

Yuk Hui: Su obra me ha inspirado mucho, especialmente su noción de multinaturalismo, el esfuerzo por escapar del relativismo y el constructivismo. Lo tomo en general como una estrategia por cuestionar y desestabilizar las categorías que hemos heredado del pensamiento moderno europeo, que fueron universalizadas a partir de la modernización y estandarización del sistema educativo. Es precisamente la cuestión de la categoría y traducción que me parece crucial y urgente retomar, algo que creo que los antropólogos han trabajado por décadas y que a los filósofos les falta todavía apreciar y aprender. La filosofía occidental es fundamentalmente la búsqueda del universal a través de diferentes medios, y se encuentra siempre en tensión con otros sistemas categoriales; así, para justificar su propia existencia, está obligada a resolver este problema formulando un progreso histórico del espíritu, que como usted ha notado, fue el precursor de la cultura. Esto también aparece en los escritos de los filósofos que se han vuelto antropólogos. Su noción de multinaturalismo también introduce una cierta acronicidad a este discurso, y su trabajo con su esposa Déborah Danowski, ¿Hay mundo por venir?, ha cuestionado el tiempo monoteísta cristiano presupuesto en la tesis de Quentin Meillasoux sobre la contingencia. Yo creo que esta apertura es muy significativa para que nos permitamos repensar varias categorías y relaciones entre ellas.

Eduardo Viveiros de Castro: No estoy seguro de entender del todo su punto, es decir, que la noción de multinaturalismo introduce cierta acronicidad al discurso filosófico occidental (poscristiano). De cualquier forma, siempre me resulta sorprendente la casi unánime convergencia entre los filósofos modernos occidentales respecto de la superioridad metafísica del tiempo sobre el espacio −una superioridad que no se encuentra exenta de un componente fuertemente antropocéntrico−. Si bien el “trabajo” hecho por el concepto de tiempo en diferentes filosofías es ciertamente divergente (Kant, Hegel, Bergson, Heidegger, Benjamin, entre otros), la asociación de la espacialidad con el “otro” pagano, arcaico o primitivo, sugiere que la obsesión con la temporalidad es una de las más profundas y más obvias marcas del mesianismo judío y cristiano en los discursos filosóficos modernos y (¡precisamente!) posmodernos. La crisis interminable de la idea de progreso −o mejor dicho, el desfasaje (temporal) entre el evidente fracaso de la idea filosófica y su terca persistencia en la práctica geopolítica (“globalización”)− así como la continua catástrofe ecológica (espacial) sugieren que el tiempo del “tiempo” está por acabar, y que el presente urge por una renovada atención filosófica al espacio, al lugar, o como usted lo llama, la localidad. El desplazamiento masivo de poblaciones humanas y no-humanas debido al cambio climático, así como las fantasías tecnológicas de “desterritorialización” planetaria de las especies y la colonización del sistema solar son indicadores de esta necesidad.

YH: En efecto, esta es la razón por la que más adelante volveremos sobre la cuestión del espacio que yo prefiero llamar localidad, aunque podría sonar reaccionario a primera vista. Pero en referencia a lo que ha dicho sobre la globalización, que también podríamos llamar “universalización tecnológica”, me gustaría empezar con una pregunta fundamental que ha estado en mi mente por un tiempo y que creo que usted podría ayudar a clarificar: ¿cuál es el rol de la tecnología en su concepto de “naturaleza”? Y ¿cuál es la posición de la tecnología en el perspectivismo, o cuál es exactamente la relación entre técnicas y cosmos en sus estudios etnográficos?

EVC: Globalización como universalización tecnológica debería incluir la universalización de la Lebensform [forma de vida] o la Weltbild [cosmovisión], aunque probablemente usted entienda que la primera conduce a la segunda, o, como usted remarca más luego, como una sinécdoque de estas nociones, así que mi comentario sería redundante. Pero respecto a su pregunta: no sé si es posible decir que yo, hasta el momento, en mi trabajo como antropólogo, poseo y defiendo un concepto ontológico de “naturaleza”. Como queda implícito en su siguiente pregunta (que está en parte respondida aquí), las nociones de “perspectivismo” y “multinaturalismo” son intentos experimentales por traducir a un vocabulario reconociblemente filosófico ciertas actitudes práctico-cognitivas y concepciones poético-metafísicas de poblaciones indígenas de América (y otros lugares). El concepto de “multinaturalismo” −en el que la raíz “-naturalismo” refiere a unos componentes semánticos distintos a los del concepto de naturalismo moderno− es la versión metafísica (o mitofísica) de los conceptos de “perspectivismo” y “animismo” que derivan más directamente de materiales etnográficos.

Así, si existe un concepto de naturaleza en mi trabajo, se trata de un metaconcepto, que es parte de una teoría etnográfica sobre ciertas −por supuesto que no todas− presuposiciones ontológicas de la cosmopraxis de ciertos pueblos −“extramodernos”−. Por varias razones epistemo-políticas, yo me identifico con el objeto de mi metaconcepto, ese objeto cosmológico que he incorporado bajo el concepto de “multinaturalismo”. En primer lugar, porque da cuenta de la originalidad y resiliencia de una forma de vida cuya violenta exclusión fue una de las condiciones fundamentales de la imposición autoritaria de la metafísica moderna occidental (o la Razón). En segundo lugar, porque desafía la cosmogononía colonialista de “mononaturalismo” y su hipócrita asociación con la tolerancia del “multiculturalismo”. En tercer lugar, porque es una de las alternativas actuales y virtuales al sustrato universalista, monoteísta y antropocéntrico de prácticamente toda la filosofía occidental −una alternativa recursivamente “local”, porque además de ser local y heterogéneo en relación con la globalización hegemonizante y homogeneizante, el multinaturalismo propone una “localización” o dispersión radical de la agencia cósmica−. Finalmente, y muy importante, porque sugiere una perspectiva cosmopolítica más adecuada −quizá podríamos definir mi posición aquí como un “primitivismo estratégico”− al arte de vivir en un planeta dañado, como diría Anna Tsing. El horizonte de implicación política concreta del “multinaturalismo” es el Antropoceno.

Me temo que no tengo mucho que decir sobre la relación entre técnicas y cosmos en las culturas amerindias. Ese es un vacío muy serio en mi trabajo. En lo que a mi concierne −en oposición a lo que concierne a los pueblos sobre los que he leído y he escrito− tengo muchas reservas a propósito de la idea, que repetidas veces percibo en ciertos discursos antropológico-filosóficos, de que la tecnología sería el carácter diacrítico que separa (y eleva) a los humanos respecto de otros seres vivos. No puedo evitar preguntarme si no estaremos aquí sino para ser un “último refugio de humanismo trascendental”, como dijo Lévi-Strauss sobre la historia de la filosofía. Las “técnicas” funcionarían entonces como una sinécdoque de la “cultura”, y esta a su vez como la heredera del alma humana. No veo razón para pelear por una discontinuidad fundamental entre la especie humana y otras formas de vida desde la perspectiva de la técnica −como si fuera una diferencia toto caelo entre “tecnología” y “etología”−. Por supuesto, es posible hablar de las técnicas humanas y de las técnicas no-humanas, pero una definición menos antropocéntrica de la tecnología es necesaria. (Aquí me siento muy cerca del espíritu de Apología de Raimundo de Sabunde, libro en el cual Montaigne castiga la arrogancia técnica de nuestra especie; también de la idea de Samuel Butler en Vida y hábito sobre la tecnología como un instinto incipiente). Aquí también es donde me distancio del maravilloso libro de Bruno Latour, Investigación sobre los modos de existencia, en el que propone el “modo de existencia” TEC como algo claramente exclusivo de los humanos.

El concepto darwiniano de evolución, por cierto, me parece que determina precisamente la dimensión técnica como un atributo general de la vida, quizás incluso como su propiedad distintiva;  pero entonces deberíamos estar preparados para recibir la llamada vida “artificial” en el seno de la teoría darwinista. Por mí eso estaría bien.

Por otro lado, como usted dice, cada técnica es una cosmotécnica. A lo que yo agregaría que toda cosmología es una técnica.

He dicho que no tengo nada que decir a propósito de la relación entre técnicas y cosmos en mis estudios etnográficos. Pero una característica muy extendida de las mitologías amerindias sobre el origen de la tecnología humana (lo que Lévi-Strauss llamó “el pasaje de la naturaleza a la cultura”) es la falta de énfasis en la noción de invención o creatividad, muy valorada en la Modernidad. En estas mitologías, el origen de las técnicas culturales (utensilios, procedimientos, instituciones, etc.) se explica canónicamente como un préstamo, como una transferencia (violenta o amigable, por robo o aprendizaje, como un trofeo o como un regalo) de prototipos de tales utensilios o procedimientos como los que poseen los animales, los espíritus u otros enemigos no-propiamente-humanos. La técnica no es inmanente a los humanos, siempre viene de afuera. La esencia de la cultura es la aculturación, y al principio de toda tekhné se encuentra métis, la astucia.

En la medida en que la forma percibida de muchas especies (de hecho, de un número esencialmente indeterminado de tipos de seres) es idéntica a la forma percibida de los seres humanos, y en que el ambiente de cada especie es “amueblado” de una manera análoga a la nuestra, muchas características del paisaje que nosotros humanos (es decir, ellos, los pueblos amerindios) vemos como “natural” son percibidas por diferentes especies como culturales, artefactuales −como en el ejemplo que siempre doy, del jaguar que experimenta la sangre de su presa como cerveza, o en la nomenclatura botánica que identifica especies “salvajes” como variedades de plantaciones indígenas cultivadas por espíritus o animales−. Así, lo que para unos es naturaleza o materia prima puede ser un artefacto técnico o cultural para otros.

Imágenes pertenecientes a los proyectos Aboriginal Territories in Cyberspace e Indigenous Futures, una red de investigación-creación cuyo objetivo es garantizar la presencia aborigen en las páginas web, entornos en línea, videojuegos y mundos virtuales que componen el ciberespacio.

YH: Yo también he dicho que todas las cosmologías son cosmotécnicas. Solo una breve interrupción… de nuevo, tal vez deberíamos reflexionar acerca del uso de categorías filosofías y vocabularios “heredados” de la filosofía occidental para entender naturalezas no europeas, por ejemplo, phusis-diké, teckné-métis. Usted empleó el término “ontología”, y Philippe Descola también habla de cuatro ontologías: animismo, totemismo, analogismo y naturalismo. El término “ontología” significa principalmente una filosofía primera que ha sido su objeto de estudio. También me da curiosidad saber si es legítimo usar el término “ontología” cuando describimos el modo de “ser” de los amerindios, una pregunta indirectamente provocada por Francois Jullien, quien afirma que los chinos no tienen ontología. Julien no ha sido el primero en sugerir esto; por ejemplo, la Escuela de Kioto, en particular Kitaro Nishida, afirmó que la filosofía oriental no tiene como tema principal sino el no ser, pero Jullien fue más lejos proponiendo una des-ontologización.

EVC: Muchos colegas han objetado el uso del “honrado nombre de la ontología” en mi interpretación de las cosmogonías, mitologías, ideas (o cualquiera sea el término más aceptado por la institución antropológica. Nótese que cualquiera de estas alternativas es igual de griega y “filosófica” que “ontología”) amerindias. Yo uso esta palabra en el mismo sentido que emplean los físicos cuando hablan de ontología en la teoría física, o cuando los científicos informáticos hablan de ontología en un dominio del conocimiento. Es la abreviatura para “las entidades y procesos que son sugeridos como existentes por determinada lengua-cultura-sociedad” o para “el conjunto de modos de existencia oficialmente reconocidos por una determinada lengua-cultura-sociedad”. No creo que el modo de pensamiento amerindio otorgue mucho lugar a “trascendentales”  como el Ser. Ciertamente no aplico “ontología” en un sentido heideggeriano y no atribuyo tal sentido a los pueblos sobre los que he escrito. Por cierto, el uso que hace Descola de la palabra “ontología” tampoco coincide exactamente con el mío. En dos ocasiones expliqué por qué traté de aclimatar dicho término al discurso de la antropología social, que ya había sido utilizado por muchos otros, en especial por Irving Hallowell en un famoso artículo de 1976 sin generar mayor revuelo en la disciplina. Pero para recapitular: mi principal objetivo al recurrir a “ontología” fue bloquear cierta tendencia de mi disciplina a reducir las cosmopraxis a ciertas “visiones del mundo” donde “visión” subsume a “mundo” (ellos tienen sus “visiones”, nosotros cuidamos del mundo). La cuestión era tanto más relevante por cuanto el “inmobiliario ontológico” de los mundos indígenas sobre los que yo estaba escribiendo consistía precisamente en una multiplicidad divergente de “puntos de vista” encarnados; lo que yo llamo “perspectivismo cosmológico”.

Como última observación sobre la palabra “ontología” permítame recordar que el libro que publiqué en 2009 lleva por título Metafísicas caníbales, no “Ontologías caníbales”.

YH: Usted me ha comentado en dos ocasiones, una durante un encuentro en Río y otra por correo electrónico, que no tenía la intención de decir que el multinaturalismo es una mejor solución, sino que se trata de una forma diferente de formular y abordar la cuestión. Yo estoy completamente de acuerdo con que no hay una única solución posible para salir del problema de la modernización que tenemos hoy en día. Mi hipótesis es que para alejarnos de este tipo de modernización que llamamos globalización y que es, de hecho, un proceso de universalización de una epistemología y conocimiento particulares, es necesario pensar desde la perspectiva de la localidad. Es cierto, como ha dicho usted antes, que “’las técnicas’ funcionarían entonces como una sinécdoque de ‘la cultura’”; y es probablemente más cierto hoy en día que en el pasado. Esta es la razón por la cual insisto en clarificar la cuestión de la tecnología, y que un pluralismo de naturalezas implica un pluralismo de técnicas. Un tipo específico de tecnología y racionalidad están transformando la tierra en una tierra artificial, manifestación de un monotecnologismo. La aparente integración de las diferencias culturales y geográficas, de hecho, encubre el proceso de desintegración, que Lévi-Strauss podría llamar entropología, y que experimentamos más intensamente en los últimos años. ¿Cómo imagina usted que esta reapertura de la “naturaleza” contribuye a una nueva política en y para el Antropoceno, así como para “negociar” con la fuerza tecnológica?

EVC: Asumiendo que las técnicas −materiales, políticas y metafísicas− emergerán para modificar seriamente la base material (natural) del ensamblaje político-técnico actual, esto es, asumiendo que somos capaces de frenar la acelerada entropización antrópica de la Tierra, tales técnicas no pueden dejar de ser −al menos en parte− un “retorno”, o como usted dice una “reapertura”, a la naturaleza, al concepto de naturaleza, a la relación (inherente a la naturaleza) entre técnicas y naturaleza, y a una disociación radical entre el concepto de libertad y de infinito, en otras palabras, el reconocimiento práctico y político de que la especie no es inmortal y no hay un plan escondido de la naturaleza a la medida de nosotros, que no hay una realización progresiva del Espíritu, y que el “comunismo de lujo” no es un final feliz para el actual infierno capitalista.

Me gusta la noción de “monotecnologismo” que expone la verdad detrás de la hipócrita noción de multiculturalismo. Mientras la tecnología sea concebida como expresión de una orientación cultural fundamental, queda claro que el mononaturalismo occidental se replicará exactamente en el moculturalismo tecnológico (o viceversa). Así que su sugerencia de una multiplicidad de cosmotécnicas es bastante pertinente.

Peter Frase comienza su más reciente libro, Cuatro futuros, con una variación de la oración con que abre el Manifiesto [Comunista]: “Dos espectros acechan la Tierra en el siglo XXI: el espectro de la catástrofe ecológica y la automatización”. Lo que me interesa de esta formulación, más que la combinatoria que Frase deduce de la superposición histórico-futurológica de ambas dinámicas, es cómo estos “espectros” definen dos tendencias o temperamentos intelectuales: uno ve la catástrofe ecológica como algo que subordina metafísicamente a la tecnología (esta última concebida como la expresión material de la victoria del espíritu sobre la materia); la otra ve la tecnología como un proceso histórico-material autotrascendente, irreversible, que avanza asintomáticamente hacia la “desmaterialización” de la especie, haciendo la catástrofe ecológica innecesaria (en los dos sentidos del adjetivo), esto es, mitigable, controlable y por lo tanto metafísicamente secundaria. Aquí, una vez más confieso mi inclinación por la primera vía, porque disiento de la segunda en sus rasgos de tecnotriunfalismo demiúrgico preantropocénico.

YH: Me parece que ambos espectros se encuentran aún basados en la dicotomía entre tecnología y naturaleza, y que en un sentido expresan una dialéctica irresoluble. El primero sugiere la contingencia inconquistable de la naturaleza, mientras que el segundo insinúa el triunfo necesario de la tecnología sobre la naturaleza. ¿Acaso no nos sigue acechando el “naturalismo” que, podríamos decir, comenzó con la metafísica ateniense? Además de este primitivismo estratégico que usted propone, ¿podríamos pensar otros comienzos −por ejemplo el perspectivismo− que no estén basados en tal dicotomía? Digo “otros comienzos” en lugar de regresar a “ontologías indígenas” porque pienso que la condición global dificulta (si no es que imposibilita) tal regreso. Quizás estos otros comienzos nos permitan transformar nuestra imaginación sobre el futuro desarrollo de “la tecnología”. De lo contrario, creo podemos esperar más catástrofes que surgirán de la ciega “innovación disruptiva” y su economía. Claro que se trata de una pregunta muy importante, que probablemente esté fuera del alcance de cualquier capacidad individual, e implica un imperativo a repensar minuciosamente el significado del pluralismo. Mi estrategia fue redescubrir, o al menos reinventar el concepto de técnicas, y creo que hay varias cosas que podemos esbozar desde la antropología.

EVC: Las “ontologías indígenas” no son algo a lo que podamos o debamos regresar, no solo porque no son algo perteneciente a un pasado arcaico e inmemorial, sino porque lo que usted llama “condiciones globales” no es lo mismo en todos lados −el monotecnologismo produce un “Antropoceno fragmentario”−. La diversidad espacialmente localizada, ecológicamente situada de las cosmotécnicas indígenas −los modos de vida indígenas en “suposición recíproca” con el bioma del amazonas, por ejemplo, donde la naturaleza y la cultura son ontológicamente indiscernibles− es, de cualquier modo, algo a lo que tenemos que “volver”, dado que hemos destruido absurdamente los bosques tropicales por esa agroindustria “moderna”. La tecnología, después de todo, es más que el ensamble de metal, organismos fósiles y la radiación electromagnética. Mi “primitivismo estratégico” es un llamamiento retórico al valor acrónico del perspectivismo, “un salto dialéctico en el cielo abierto de la historia”, una manera de “barrer la historia a contra pelo” como dijo Walter Benjamin.

“Yo estoy completamente de acuerdo con que no hay una única solución posible para salir del problema de la modernización que tenemos hoy en día. Mi hipótesis es que para alejarnos de este tipo de modernización que llamamos globalización y que es, de hecho, un proceso de universalización de una epistemología y conocimiento particulares, es necesario pensar desde la perspectiva de la localidad. Es cierto, como ha dicho usted antes, que “’las técnicas funcionarían entonces como una sinécdoque de ‘la cultura’”. Esta es la razón por la cual insisto en que un pluralismo de naturalezas implica un pluralismo de técnicas. (Yuk Hui)”

Déjeme decir, de paso, que me pregunto qué tan serias o consecuentes son las actuales filosofías de la técnica respecto de la catástrofe ecológica, esto es, como algo que ya ha pasado, en el sentido en que muchos de los cambios que están ocurriendo dentro de los parámetros geobiofísicos del planeta son irreversibles, al menos de corto a mediano plazo. No se trata aquí de la contingencia de la naturaleza, sino de la necesidad de la causalidad. La única tecnología capaz de controlar radicalmente la trayectoria actual de los procesos geobioquímicos planetarios sería una máquina del tiempo. El desarrollo de la automatización (en el sentido del libro de Frase) parece estar más en conexión con el porvenir del fin del trabajo humano −ya sea como una bendición (comunismo de lujo, singularitarismo) o una maldición (desempleo, exterminismo, etc.)− que con algo al mismo tiempo diversamente limitado por la catástrofe ecológica y que pide urgentemente ser tratado. Las cosmotécnicas son cosmopolíticas también.

YH: Para poner su preocupación más concretamente, y esto quizá sea algo especulativo: alguna vez comparó la máquina animal de Descartes con la máquina de Turing, reconoció las diferencias significantes entre ellas, que pueden ser consideradas las diferencias entre sujeto y objeto, cuerpo y mente, y en ese sentido, para los indios amazónicos, una computadora podría ser reconocida como un sujeto igual que un animal. ¿Me pregunto si este nuevo estatus de las máquinas constituye un futuro para el perspectivismo amerindio, o si tiene al menos un rol en el futuro de la cosmología amerindia?

EVC: Claro, bueno, la máquina animal cartesiana, es decir, el animal como máquina, es lo opuesto a la máquina de Turing que es, en cierto sentido, la idea de la máquina como humano. El triángulo cosmotécnico “humano-animal-máquina” parece ser inestable, ya que tiende a colapsar en una de las tres dualidades: ya sea {humano} contra {animal+máquina}, que sería el antropocentrismo cartesiano, o {humano+animal} contra {máquina}, que podría ser asociado con las teorías funcionalistas de la mente y con mucha filosofía de la inteligencia artificial. No estoy seguro de si las cosmologías tradicionales amerindias verían automáticamente (por decirlo así) las máquinas de Turing como sujetos intencionales al nivel de seres “naturales” (algunos de los que consideramos inanimados en nuestra propia vulgata ontológica). Dicho esto, las computadoras son no-indígenas, y su difusión en las sociedades amerindias contemporáneas está acompañada de los presupuestos ontológicos occidentales que por el momento no reconocen a las computadoras como humanos.

“Me gusta la noción de “monotecnologismo” que expone la verdad detrás de la hipócrita noción de multiculturalismo. Mientras la tecnología sea concebida como expresión de una orientación cultural fundamental, queda claro que el mononaturalismo occidental se replicará exactamente en el moculturalismo tecnológico (o viceversa). Así que su sugerencia de una multiplicidad de cosmotécnicas es bastante pertinente.(Viveiros de Castro)”

YH: De hecho, el uso de los aparatos computacionales modernos implica inmediatamente “conflictos ontológicos”, y esta es la razón por la cual sentía curiosidad sobre en qué sentido otras “ontologías” pueden participar en la transformación de los “presupuestos ontológicos” integrados en las tecnologías. Pero vayamos a la cuestión política o de economía política, que es la que me interesa. Con Déborah, por ejemplo, usted ha venido hablando sobre el crecimiento ineludible. Soy consciente de que últimamente ha revisitado las lecturas de y sobre Marx, y que se encuentra particularmente cautivado por el trabajo del filósofo japonés Kojin Karatani. Karatani sugiere una nueva economía a partir de la lectura “performativa” de la economía del don de Mauss, un poco más realista que la economía general de George Bataille, ya que Karatani tiene su “etnografía” de comunidades anarquistas que recorre casi todo su trabajo. Me pregunto si esto puede servir para pensar una posible “salida” del Antropoceno.

EVC: Apenas he comenzado a leer a Karatani así que no me siento en posición de dar una opinión informada sobre su trabajo. De cualquier manera, me siento intrigado por esta decisión de centrarse en “modos de intercambio” más que en “modos de producción”, particular de su interpretación del materialismo histórico. Esto, por supuesto, lo trae más cerca de Mauss, Lévi-Strauss, Sahlin, Strather, etc., de lo que la antropología tradicional marxista (y Deleuze y Guattari, dicho sea de paso) jamás soñó. De hecho, una crítica marxista estándar a Mauss y compañía era precisamente la errada, no, burguesa atención al intercambio a expensas de las realidades materiales concretas de producción. Karatani ha demostrado que tal crítica es anticuada. Al mismo tiempo, sus topologías de los modos de intercambio podrían dar a los antropólogos (me da a mí, al menos) un sentimiento de déja vu que me esfuerzo por disipar, porque estoy absolutamente seguro de que todavía me quedan muchas sutilezas por descubrir en su teoría. Lo que queda claro para mí es cómo sus argumentos sobre la relación entre el capital y el Estado-nación son muy innovadores y revolucionarios.

Es importante decir que mi lectura sobre su trabajo es con la plena intención de desarrollar mi propia concepción del “primitivismo estratégico”; el modo D de Karatani, su reclamo del Imperio de los fines, viene a mi mente para dar la bienvenida a todos los seres vivos (y su condición “no-viva” de existencia), en otras palabras, para acabar con el absurdo antropocentrismo de la distinción kantiana entre personas y cosas, fines y medios, humanos y otros seres vivos. El Imperio de los fines no es monárquico sino anárquico.

YH: Recuerdo la defensa de Karatani de la posibilidad de un “movimiento de consumidores” y su activa experimentación con los Sistemas de Intercambio Locales (LETS) en los noventa. En cierto sentido creo que la transición de la producción al intercambio es también un reconocimiento de la desaparición de los trabajadores como sujetos revolucionarios, lo cual es probablemente cierto hoy por hoy. El otro motivo por el que me parece que es relevante en nuestra discusión es que él ve el límite del Imperio de Hardt y Negri, ya que las naciones-Estado son cruciales para el desarrollo del capitalismo, un reconocimiento que ha sido socavado por la tesis de Hardt y Negri. Pienso que es inevitable confrontar la relación entre la localidad y el Estado-nación, ya que la primera puede ser fácilmente transformada en un tipo de nacionalismo o fascismo, a la manera de los discursos del Frente Nacional en Francia o del AfD en Alemania, entre otros. En muchos países vemos que el discurso de la localidad es, de hecho, puro nacionalismo que contribuye al mononaturalismo al participar de la competencia económica global así como del expansionismo militar (lo que significa la continuación del nonaturalismo, las catástrofes ecológicas y el poder del “progreso” desde el siglo XVIII).¿Cómo ves este “reto” del primitivismo estratégico?

EVC: Para contestar rápidamente, diría que el concepto de localidad es una antípoda del nacionalismo, que es justamente un universalismo exclusionario o un universalismo compactado. Lo “local” no es lo subnacional tampoco. Se trata más bien de la idea de que existen otros locales. Para invertir una definición famosa: lo local es la imagen del mundo como un círculo en el que la circunferencia está en todos lados y el centro en ninguno.

YUK HUI nació en China. Estudió ingeniería informática y filosofía en la Universidad de Hong Kong y en Goldsmiths College en Londres, con un enfoque en filosofía de la tecnología. Actualmente enseña en la Universidad Bauhaus en Weimar y en la Escuela de Medios Creativos de la Universidad de Hong Kong. Fue investigador asociado en el Instituto de Cultura y Estética de los Medios (ICAM), investigador postdoctoral en el Instituto de Investigación e Innovación del Centro Pompidou en París y científico visitante en los Laboratorios Deutsche Telekom en Berlín. Es el iniciador de la Red de Investigación en Filosofía y Tecnología, una red internacional de intercambio de investigaciones y colaboraciones. Hui ha publicado artículos en distintos medios como Research in PhenomenologyMetaphilosophy, Cahiers SimondonDeleuze StudiesImplications PhilosophiquesTechné, etc. Publicó los libros 30 Years after Les Immatériaux: Art, Science and Theory (2015, con Andreas Broeckmann), On the Existence of Digital Objects (2016), The Question Concerning Technology in China -An Essay in Cosmotechnics (2016) y Recursivity and Contingency (2019). Próximamente publicará Art and Cosmotechnics. Sus escritos han sido traducidos a una docena de idiomas.

EDUARDO VIVEIROS DE CASTRO nació en Río de Janeiro en 1951. Es reconocido mundialmente por sus estudios en etnología indígena. Como afirmó Claude Lévi-Strauss, “es el fundador de una nueva escuela en la antropología” por su concepto de “perspectivismo amerindio”. Es doctor en Antropología Social por la Universidad Federal de Río de Janeiro y profesor titular allí. Fue profesor de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Cambridge y profesor visitante en las universidades de Chicago, Mánchester y París X (Nanterre), en la École des Hautes Etudes en Sciences Sociales y en la Universidad de San Pablo. En 2014 recibió el título de Doctor Honoris Causa por la Université de Paris Ouest Nanterre-La Défense. Entre sus obras se destacan: From de Enemy’s Point of View, La inconstancia del alma salvaje, Metafísicas caníbales y The Relative Native.

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PLANIFICACIÓN ECONÓMICA CONTRA LA CLAUSURA DEL FUTURO

PLANIFICACIÓN ECONÓMICA CONTRA LA CLAUSURA DEL FUTURO

Fotos: Regina de Miguel

Por Martín Arboleda 

Tras haber sido una de las ideas-fuerza más importantes del siglo pasado, la planificación económica cayó en desgracia en la década de 1980. El auge del neoliberalismo, sumado a la derrota histórica de los socialismos realmente existentes, hicieron de la planificación –tanto en sus vertientes socialistas, como keynesianas y desarrollistas– un paradigma no solamente ineficiente, sino políticamente peligroso. La gobernanza, con su énfasis en la eficiencia y en la gestión (aparentemente) no ideológica, se consolidó como la manera más sensata de administrar recursos escasos en una sociedad. Los movimientos de izquierda, por su parte, también renunciaron al proyecto de los grandes diseños utópicos y normativos, recluyéndose en una política de localismo particularista. Tres décadas después, el avance desenfrenado de la globalización neoliberal –y sus efectos polarizantes y disruptivos – ha carecido de un contrapeso considerable o de una alternativa coherente.

El poder oligárquico, sin embargo, no ha tenido ningún reparo con seguir soñando en grande. Ante el ocaso del mito de un libre mercado que se autorregula de manera eficiente, las élites económicas y políticas no han dudado en recurrir a ambiciosos esquemas de planificación para hacer intervenciones colosales, pero en contra del bien común. Si algo ha dejado en claro la seguidilla de crisis que empezó con el estallido de la burbuja de hipotecas basura en 2008 en los Estados Unidos, y que fue escalando de manera dramática hasta su cúspide en la pandemia global del coronavirus, es el hecho de que la reproducción expandida del capital es un proceso minuciosamente planificado. Rescates multimillonarios a grandes conglomerados económicos en momentos de crisis; redistribución de riqueza hacia arriba a través de complejas tramas de subsidios, concesiones y exenciones tributarias; colusiones y fijación arbitraria de precios por actores económicos oligopólicos; represión militar y policial contra quienes exigen condiciones de vida digna. Como lo sugiere Campbell Jones, cuando la planificación se transforma en el hábitat natural en el que se desenvuelve la economía política del capitalismo, la pregunta entonces deja de ser si se debe planificar o no, sino de qué manera se debe planificar, en beneficio de quién se debe hacerlo, y a quién se debe involucrar en la elaboración de planes.

Adicionalmente, el auge de nuevos movimientos de masas (feministas, antirracistas y por la justicia climática) han propiciado un cambio de sensibilidad política que ya no se limita a meros gestos discursivos y/o contestatarios, sino que aspira a una democratización real del poder. Estas luchas por la democratización, en algunos casos, han ido acompañadas de un ejercicio técnico-institucional encaminado no solamente disputar la producción de riqueza en la sociedad, sino a demostrar que otras formas de producción de la riqueza son posibles. El proyecto del Green New Deal en Estados Unidos, por ejemplo, encarna una apuesta política de masas por enfrentarse a las grandes corporaciones de energías fósiles con el fin de descarbonizar la infraestructura productiva del país, y con ello crear millones de trabajos verdes. La figura del Sistema Nacional Integrado de Cuidados (SNIC), que se originó en Uruguay tras un proceso de movilización social feminista y que posteriormente ha inspirado plataformas electorales en otros países de la región, inaugura una institucionalidad pública que permite visibilizar los trabajos de cuidados y también incorporarlos más orgánicamente en el diseño de nuevos modelos de desarrollo.

Impulsado por este emergente panorama político, el incipiente regreso del debate sobre la planificación ha ofrecido un espacio de apertura para volver a discutir visiones ambiciosas y radicales de futuros postcapitalistas. Así, esta discusión ha permitido un desplazamiento desde los argumentos típicamente especulativos y/o celebratorios sobre las economías alternativas (ya sean solidarias, cooperativas, post-carbono, o no-mercantiles), hacia un examen concreto de su viabilidad económica, su factibilidad técnica, y sus condiciones político-institucionales.

 

 El debate sobre el cálculo socialista. 

Si la idea de la planificación tuviera un mito fundacional, sin duda sería el famoso debate sobre el cálculo socialista de la década de 1930. En este debate, los economistas de la Escuela de Austria –y principalmente Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek – impugnaron la capacidad de una economía planificada para recopilar y calcular toda la información que requiere la gestión eficiente de recursos escasos. Las tecnologías de almacenaje y procesamiento de datos con las que contaban los planificadores del momento, señaló Hayek, simplemente no daban abasto con el universo de transacciones que se da permanentemente en una economía nacional. Por el contrario, Hayek consideró que el libre mercado juega un rol análogo al de una “máquina” o “sistema de telecomunicaciones”, pues permite la transmisión permanente de ‘señales’ sobre costos y condiciones tecnológicas de la producción. En su forma agregada, este sistema de precios constituiría un dispositivo altamente preciso para orientar la toma de decisiones en la sociedad. 

En su momento, economistas socialistas como Oskar Lange, Abba Lerner, y Fred Taylor, aceptaron a regañadientes el argumento sobre la superioridad de cómputo del sistema de precios, y el debate quedó zanjado a favor de la lectura austriaca. Avances recientes en tecnologías de supercomputación, robótica, bioquímica, y de conectividad logística, sin embargo, han generado entusiasmo hacia las posibilidades que hoy en día abriría una economía democráticamente planificada. En un número reciente sobre el retorno de la planificación económica, la revista de teoría crítica South Atlantic Quarterly presenta en su portada un primer plano de un supercomputador de última generación, como los que usualmente se emplean en operaciones altamente complejas de modelación climática, astrofísica, de mecánica cuántica y fisión nuclear, entre otros. Esta imagen, a la vez amenazante y sugerente, vislumbra las inmensas capacidades de cálculo y coordinación que se han desprendido de las iteraciones más recientes del modo de producción capitalista, e insinúa las derivas que podría tomar la relación entre la política y la técnica en el siglo que empieza. 

Así, algunas relecturas contemporáneas del debate del cálculo se han caracterizado por rescatar los futuros perdidos de quienes imaginaron formas de cálculo racional no-monetario. Este tipo de enfoques han explorado el rol que podrían desempeñar métricas como las de bienestar o morbilidad, así como prácticas de intercambio propias de comunidades campesinas y precapitalistas, en el diseño de circuitos económicos alternativos. Otros enfoques han explorado las formas de regulación algorítmica que harían posible las nuevas tecnologías digitales, de blockchain y de plataformas, algunas veces en diálogo con experiencias históricas de planificación cibernética – como la del icónico Proyecto Synco, desarrollado por el gobierno de Salvador Allende en Chile. Libros como People’s Republic of Walmart [República popular de Walmart], de Michal Rozworski y Leigh Phillips, Cibercomunismo, de Paul Cockshott y Maxi Nieto, o Economic Science Fictions [Ciencias ficciones económicas], de William Davies, vuelven al antiguo debate del cálculo con cierto optimismo prometeico de que las infraestructuras tecnológicas de la globalización neoliberal estarían prefigurando un futuro socialista de abundancia material, tiempo libre y autogobierno popular. 

La experiencia histórica, sin embargo, pone de manifiesto el hecho de que la mera apropiación de las tecnologías capitalistas no es suficiente, y que la planificación no se puede reducir a una operación técnica de asignación óptima; la democratización profunda de la sociedad es impensable sin la activación política de las masas populares, y sin un andamiaje institucional que pueda traducir debates valorativos sobre distintos caminos de desarrollo, en instrumentos técnicos de intervención. Desde el marxismo ecológico también se han criticado las ideas de sociedad post-escasez que informan estas nuevas tradiciones de socialismo cibernético o digital, pues tienden a pasar por alto una discusión más seria sobre los límites del planeta para mantener los ritmos y estándares de vida actuales. Otras críticas han cuestionado los supuestos implícitos de control automático del trabajo, la automatización de la política, y la reducción de importantes cuestiones sobre el esfuerzo y la cooperación humana a asuntos meramente matemáticos o actuariales. Una planificación verdaderamente radical y democrática, de acuerdo con Jasper Bernes, se parecería entonces a una planarquía, pues aceptaría y encauzaría el carácter fundamentalmente heterogéneo, autónomo y espontáneo de las motivaciones humanas.

Esquema de planificación económica desarrollado por la socióloga chilena Marta Harnecker en sus Cuadernos de educación popular (Quimantú, 1972).

Centralización y/o descentralización. 

Uno de los aspectos más interesantes del regreso de la planificación al horizonte del pensamiento radical, es quizás el hecho de que ha sido liderado por movimientos de base que cuestionan la rigidez de los protocolos de intervención del pasado, los cuales eran diseñados desde arriba, por expertos –usualmente hombres blancos – que desconocían la realidad de los territorios objeto de intervención. El movimiento internacional del Nuevo Municipalismo, por ejemplo, ha dado origen a una amplia red de “Ciudades sin Miedo” en diversas ciudades del mundo (Valparaíso, Rosario, Barcelona, Zagreb, Preston y Jackson, entre muchas otras), las cuales han posicionado a las administraciones locales como importantes laboratorios de experimentación con formas no-capitalistas de los mercados y las relaciones sociales. El nuevo municipalismo emerge a raíz una nueva sensibilidad que busca llevar a los movimientos sociales al corazón de la política institucional. Una vez en el poder, estas alcaldías rebeldes han implementado agendas de política inspirada en principios mutualistas, feministas, ecosocialistas y cooperativos.

En la práctica, la “política de proximidad” sobre la que se fundamenta el nuevo municipalismo ha servido como una barrera de contención frente al auge del neo-fascismo, pues ha permitido una asignación más precisa de servicios públicos en escenarios de crisis (ya sea climática, de desempleo, desindustrialización, etc.), y ha empoderado la ciudadanía al incorporarla más directamente al proceso de toma de decisiones. Sin embargo, la discusión sobre este movimiento ha carecido de un análisis más matizado sobre la (in)capacidad de la política municipal de controlar el proceso productivo general y de definir trayectorias de desarrollo cuya implementación trascienda las facultades del espacio municipal. Para proponentes del Green New Deal como Thea Riofrancos y Alyssa Battistoni, por ejemplo, la descarbonización radical de una economía nacional requiere de una estrategia diferenciada que articule dos vectores de intervención: desde abajo, políticas de proximidad que emanen desde los espacios municipales para proteger a comunidades vulnerables e incorpore públicos diversos a la toma de decisiones; desde arriba, una política industrial verde que pueda impulsar de manera comprehensiva algunos sectores de la economía –tecnologías limpias, salud, educación, recreación y vivienda – mientras hace decrecer otros –industrias fósiles, policía y fuerzas militares, mercados de capitales.

“Cuando la planificación se transforma en el hábitat natural en el que se desenvuelve la economía política del capitalismo, la pregunta entonces deja de ser si se debe planificar o no, sino de qué manera se debe planificar, en beneficio de quién se debe hacerlo, y a quién se debe involucrar en la elaboración de planes.

Gestionar la operación de una economía nacional hacia algún objetivo específico, sin embargo, no implica necesariamente una planificación centralizada y envolvente. Para Michael Löwy, la discusión en torno a si la planificación debe ser centralizada o descentralizada, desde arriba o desde abajo, pasa por alto lo que sería quizás el aspecto más importante: la capacidad de controlar democráticamente el plan en todos los niveles de su diseño y ejecución (local, nacional, y multilateralmente). Una planificación verdaderamente democrática, de acuerdo con Löwy, sería entonces lo opuesto a una planificación centralizada, pues las decisiones no las tomaría ningún ‘centro’, sino los públicos involucrados. En ese sentido, algunos autores han propuesto enfoques de capas de planificación, en los que distintos niveles de intervención (hogares, lugares de trabajo, economía nacional, comercio internacional) se articulen de manera sinérgica entre sí.

Liberar el pasado para recuperar el futuro 

Muchos de los textos que informaron los grandes debates sobre planificación en el siglo pasado fueron publicados en entornos de catástrofe, como lo fueron las guerras civiles que sucedieron la Revolución Bolchevique en Rusia, la Gran Depresión de la década de 1930, o bien en el marco de los horrores suscitados por la Segunda Guerra Mundial. En algunas ocasiones, la planificación modernista dio origen a complejos episodios de burocratización del poder público, monopolización de los conocimientos expertos, e incluso terror estatal. En otras ocasiones, sin embargo, se materializó en impresionantes infraestructuras físicas y sociales –estadios, parques, proyectos de vivienda social, hospitales, escuelas, etc. – destinadas a expandir las posibilidades de la vida social en direcciones hasta ese momento inimaginables. Volver de manera crítica a estas imágenes históricas no implica una actitud nostálgica o complaciente con los mundos perdidos del socialismo, la socialdemocracia, o el desarrollismo. Articular históricamente el pasado, Walter Benjamin plantea en sus Tesis sobre la filosofía de la historia, “no significa conocerlo como verdaderamente ha sido. Significa apoderarse de un recuerdo tal como este relampaguea en un instante de peligro”.

En América Latina, el proyecto de avanzar hacia una coordinación consciente y planificada de la economía también surgió en momentos de peligro, como el que vivimos actualmente. Los primeros planes quinquenales y sexenales se dieron a fines de la década de 1930 en Brasil, México y Argentina, principalmente con el fin de mitigar los efectos catastróficos que dejó la Gran Depresión. Impulsados desde abajo por los frentes populares y movimientos obrero-campesinos que surgieron en aquel escenario de desmoronamiento económico, estos planes trazarían la trayectoria hacia programas de reconversión productiva, reformas agrarias y construcción de estados bienestar que mejorarían dramáticamente las condiciones de vida de la población. En algunas ocasiones, estos planes incluso terminarían por pulverizar el poder de patrones hacendales, haciendo posible nuevas formas de igualdad social y económica.

“El nuevo municipalismo emerge a raíz una nueva sensibilidad que busca llevar a los movimientos sociales al corazón de la política institucional. Una vez en el poder, estas alcaldías rebeldes han implementado agendas de política inspirada en principios mutualistas, feministas, ecosocialistas y cooperativos.”

Estas intervenciones públicas, a su vez, tuvieron como su correlato una impresionante vanguardia artístico-cultural que se manifestó en fenómenos como el Boom Latinoamericano en la literatura, el movimiento Tropicália de la música y artes plásticas en Brasil, y el brutalismo latinoamericano en la arquitectura, entre otros. Hoy, estas demandas y aspiraciones nos permiten reconectarnos con aquella sensibilidad que el crítico cultural Mark Fisher denominó prometeísmo popular, y que consiste en la aspiración que alguna vez tuvo la clase obrera de crear un mundo que excediera –en términos experienciales, estéticos y políticos – los miserables límites de las relaciones sociales burguesas. Si el prometeísmo popular que describe Fisher llegó a tener algo parecido a un lenguaje técnico que conectara las aspiraciones de los movimientos de base con el tejido de toma de decisiones del Estado, éste sin duda sería el de la planificación.

Este texto es una versión actualizada de un artículo publicado en el primer número impreso de la revista Jacobin América Latina.

Martín Arboleda es profesor de la Escuela de Sociología de la Universidad Diego Portales, en Santiago de Chile. Doctor en Ciencia Política de la Universidad de Manchester, Reino Unido. Sus áreas de investigación son la economía política del capitalismo global, la teoría social crítica, y los estudios agrarios y territoriales. Es autor de los libros Planetary Mine: Territories of Extraction Under Late Capitalism (Verso Books, 2020), y de Gobernar la utopía: sobre la planificación y el poder popular (Caja Negra Editora, 2021). Su trabajo de investigación también ha sido publicado en diversas revistas académicas internacionales, así como en Jacobin Magazine, Harvard Design Magazine, CIPER Chile, y Jacobin América Latina, entre otros.

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“El fin de la historia es la pesadilla de la que estoy tratando de despertarme”,  confesaba Mark Fisher en una de las entradas de su ya célebre blog K-Punk. Solo que para ello, para despertar de esa pesadilla, de la vida sin historia, sin futuro, sin tiempo ni  lazos sociales que impone el neoliberalismo, el crítico inglés no se dejó arrastrar por  profecías y se encomendó a un tipo de pensamiento no teleológico en el que la memoria es un arma política de doble filo: sirve tanto para elaborar relatos múltiples del pasado como para constituir un reservorio que permita pensar otras  temporalidades posibles.

En esta denuncia de la “lenta cancelación del futuro”, Fisher se confió también a la  música popular, a la cultura de masas, al cine, al arte y la literatura. Lo hizo a veces  para verter una crítica ideológica devastadora contra la cultura como vehículo de imposición de valores dominantes, pero, con mayor frecuencia, para advertir la  importancia política que alberga y de la que podemos —debemos— aprovecharnos.  Al fin y al cabo, son las imágenes, relatos y sonidos de la cultura los que nos mueven a  soñar de un modo u otro. Tiene por ello sentido que en 2006 dedicase una entrada, en  ese mismo blog, a Le fond de l’air est rouge, una cinta que data de casi treinta años antes, 1977, en la que Chris Marker encadena imágenes de casi todos los movimientos  insurreccionales del siglo XX con el 68 como eje central. “Aunque el film sea,  aparentemente, un catálogo de desilusiones”, escribe Fisher al respecto, “su registro  de una época en la que había desafíos —sin importar lo imperfectos, desorganizados y  contradictorios que fueran— al orden existente, no puede ofrecer algo de inspiración  en estos tiempos mucho más desoladores”.

En el segundo episodio de nuestro podcast, participan la filósofa Ariadna Álvarez Gavela y la investigadora Irene Valle Corpas. Escuchalo acá.  

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DW

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Por Jesús Carrillo 

Mis primeros contactos con la obra de David Wojnarowicz, por seguir el tono confesional del diario, fue a través de dos compatriotas de su misma generación y contexto neoyorkino, hoy también desaparecidos. Al editar los textos del añorado Douglas Crimp en 2004, encontré en la introducción de Melancholy and Moralism la referencia a un artista para mí desconocido hasta entonces. Douglas relataba la falsa antinomia en que habían querido arrinconarle por su defensa de un arte activista frente al SIDA. Según comentara maliciosamente en Artforum el crítico gay David Deitcher, la posición partisana adoptada por ciertos artistas en 1989 suponía desautorizar el valor de las imágenes abiertamente homosexuales, pero aparentemente apolíticas, de David Wojnarowicz. A ello respondía el autor de On the Museum Ruins que a él mismo le encantaba Wojnarowicz y que no se avergonzaba de hacerlo.

Me encontré por fin cara a cara con tales imágenes cuatro años más tarde, en 2008, cuando Cathie Coleman, fundadora y responsable del departamento de fotografía del Museo Reina Sofía, apareció en mi recién ocupado despacho de actividades públicas con una caja en que traía algo que era importante que viera. Se trataba de una edición póstuma de la serie Arthur Rimbaud en Nueva York (1978-79) que el museo acababa de adquirir y que, según ella, tenían un valor singular. Desgraciadamente, Cathie no llegó a ver la exposición que años después dedicara el Reina Sofía a su admirado Wojnarowicz, con dicha serie como elemento protagonista.

Teniendo entre mis manos las imágenes decadentes y románticas en que el artista neoyorkino invocaba el fantasma del artista en fuga entre las ruinas biográficas y arquitectónicas del Lower East side, pude entender que, diez años después, un crítico malintencionado las contrapusiera a los eslóganes reivindicativos utilizados por los miembros de ACT UP; también entendí que Douglas, dotado de una agudísima sensibilidad estética, se negara a aceptar tal oposición.

Que la obra de Wojnarowicz llegara a un museo al otro lado del océano hacía justicia poética al hecho de que su identidad como artista despertara en una infantil visita al MoMA. Los escritos agrupados bajo el acertado título En la sombra del sueño americano, son los diarios de alguien que encuentra en la “vida de artista” la medida desmedida en que inscribir su inconforme subjetividad. Aquella estructura biográfica tejida desde el extrañamiento y la búsqueda de un horizonte inalcanzable había adquirido carta de naturaleza, a la vez que su expresión epigonal, en la literatura y el arte norteamericanos del siglo XX. David, cuya búsqueda/escapada venía propulsada por el desarraigo emocional de una infancia rota en una sociedad en descomposición, aparecía como un sujeto particularmente adecuado para encarnar el mito. Este le daba la oportunidad de plantear ad infinitum la pregunta ¿por qué? ¿por qué?, difiriendo la respuesta a la irreductible experiencia de un individuo en permanente huida de una vida vacía de sentido. El viaje, el encuentro con un otro desconocido, el enamoramiento fugaz, las impresiones de un caótico paisaje humano, la revelación de los sueños e, incluso, la estancia en París, son lugares comunes de este relato maestro que el joven Wojnarowicz vivió y transcribió con vocación, honestidad y talento. 

Puesta de la obra de David Wojnarowicz en el Museo Reina Sofía (2019) 

La selección de los diarios realizada por Amy Scholder da cuenta tanto de un sostenido ejercicio de autoconocimiento como del entrenamiento incansable de quien busca adiestrarse en el arte de transmitir las sensaciones más genuinas; de “reflejar la energía que uno absorbe de la sociedad” y, al hacerlo, aliviar el malestar de sus congéneres “haciendo que se sientan a gusto y renuncien a todo lo terrible que hay en el mundo. Que digan: sí, esto es verdad”. A cambio, como él mismo reconocía a través de la voz uno de sus amantes, esperaba la valoración y el reconocimiento que nunca había sentido de niño. 

Leer los pasajes de estos diarios trae a la memoria las novelas de otro seguidor americano de Jean Genet como Edmund White y nos permite entender hasta qué punto la traducción estética de la disidencia sexual y el consumo de drogas fue el canto de cisne de una poderosa figura del artista, heredero americano de Rimbaud, a punto de quedar enterrado en la fosa común del tardocapitalismo y de la tragedia del SIDA. La generación de los Kerouac, Burroughs y Ginsberg había marcado un camino sin retorno que el joven David Wojnarowicz se disponía a recorrer hasta sus últimas consecuencias, aunque para ello hubiera de iniciar un viaje sin mapas y generar un “velo” protector respecto a sus orígenes.

Los repetidos encuentros sexuales que encontramos relatados en el diario no son simplemente los hitos temáticos de una narración autobiográfica que necesita enunciarse desde el margen y lo abyecto. Antes que eso son para él la única y fugaz evidencia del sentido de la existencia: “En las sensaciones eróticas evocadas por el encuentro con este hombre por los oscuros recovecos del embarcadero (…) me fue dado un indulto en la imposibilidad de vivir mi vida como debería ser, como demandan mis sensibilidades (…) La posibilidad inherente a la imposibilidad”. David defiende a Burroughs de quienes le criticaban por llenar sus relatos de encuentros con jovencitos. Él mismo registra en su diario el rito compulsivo de bajar al muelle en busca de la furtiva iluminación ligada al encuentro sexual, aunque la repetición de cuerpos y escenarios le provocara la melancólica sensación de estar atrapado en un loop sin salida. El hastío y el cansancio derivados de la repetición le impedía, como a un yonki, romper la circularidad del maelstrom que se alimenta vorazmente de toda energía imaginativa y libidinal a su alcance. Como confesara en una ocasión, “bien en lo profundo algunos desearíamos que todo se prendiera fuego liberándonos a todos de las historias pasadas en este embarcadero”.

No encontrará el lector en las intensas páginas del diario de Wojnarowicz una descripción razonada de la sociabilidad gay del Nueva York previo a la pandemia. Más allá de algunas conversaciones con su círculo íntimo y del registro directo de sus encuentros sexo-afectivos, solo encontramos imágenes impresionistas de los muelles y de los bares que eran escenario de sus trayectos vitales. No hay un interés especial por recoger los modos en que la disidencia sexual deja su huella colectiva en la ciudad. Por el contrario, se pregunta “Si estas paredes hablaran ¿Cuál sería el mejor recuerdo que tendrían de mi?” Los personajes que habitan sus calles y sus bares adquieren foco únicamente cuando pasan a ser objeto de su deseo personal. Mientras tanto, las travestis aparecen una y otra vez a modo de elemento ambiental sin dejar nunca el anonimato. De hecho, tampoco refleja los rasgos individuales de quienes le acompañaron de un modo más cercano y sostenido en su vida, como sí lo hiciera de sus amantes o de Peter Hujar, cuya amistad le ayudó a resituar su carrera artística. De Brian o de Tom sabemos poco más que sus nombres.

Del periodo de mayor éxito artístico, la década de los 80, apenas tenemos registros. Demasiado ocupado, dejó de dedicar esfuerzos al diario, según nos informa la editora. Éste retoma toda su intensidad a partir de 1987 coincidiendo con las primeras alusiones al VIH y la enfermedad de Peter Hujar. En ese momento, confiesa David, la esperanza de estar unido con el discurrir del mundo se interrumpe, se frena, confundiéndole y generándole un malestar que ya no le va a abandonar. Desde entonces hasta unos meses antes de su fallecimiento el diario de Wojnarowicz se precipita en una emocionante, escalofriante a veces, reflexión sobre la vida y, ante todo, sobre la muerte. El ejercicio de autoconocimiento y de exploración de emociones adiestrado en su condición de artista iba a verse desbordado, estallando en mil pedazos, ante la enfermedad y la inminencia de la muerte. Si en 1977 se veía “mirándome a mi mismo sentado junto a una ventana abierta” desde donde el mundo aparece “como un gran misterio, un misterio de tierras extranjeras y alientos oceánicos”, en 1990, invirtiendo el punto de vista, querría que esa ventana permitiera que los demás vieran su alma, quién y cómo es verdaderamente. A pesar de ese deseo último de transparencia, se siente a menudo como una ventana rota a punto de desvanecerse, “un cristal humano desapareciendo entre la lluvia mientras muevo mis manos y brazos invisibles y grito mis invisibles palabras”.

El desdoblamiento que le permitía al joven artista verse mirando al infinito, se convierte ahora en desidentificación con el David que llora ante la certeza de la muerte, deseando sustituir dicha certeza con la idea de “desaparecer, montarme en un coche al atardecer y pisar el acelerador, lanzarme hacia lo desconocido y la nada del desierto”. Pero la ficción de escapada ya no alivia, como tampoco lo hace la sensación otrora tan liberadora de ser un extraño: “Jamás podré encontrar lo que busco fuera de mí (…) Me siento como si hubiese llegado de otro mundo y no pudiera hablar el lenguaje adecuado”. Tal sensación se vuelve insoportable una vez se da cuenta de que “ya nadie podrá tocar una parte esencial de mi ser”. El sexo, ahora de pago y sometido a la profilaxis exigida por la posibilidad del contagio, ya no es capaz de conjurar un miedo a la muerte que lo invade todo y para el que confiesa no estar preparado, si es que ese estar preparado significara algo. 

El que tal vez sea uno de los documentos más intensos del deseo de vivir del último tercio del siglo XX se transforma por el SIDA en uno del inconmensurable miedo que provoca la muerte, cuando esta, cruelmente, avanza triturando de manera sistemática los fundamentos de una biografía basada en la consecución de una libertad cifrada en el ilimitado encuentro con los extraños.

Jesús Carrillo. Desde 1997 es profesor en el Departamento de Historia y Teoría del Arte en la Universidad Autónoma de Madrid. Desde 2008 a 2014 dirigió el Departamento de Programas Culturales del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. De 2015 a 2016 fue Director General de Programas y Actividades Culturales del Ayuntamiento de Madrid. Miembro de la Red Conceptualismos del Sur. Entre sus libros destacan, Space invaders. Intervenciones artístico-políticas en un territorio en disputa. Lavapiés (1997-2004) (Madrid: Brumaria, 2018), Arte en la Red (Madrid: Cátedra, 2004), Naturaleza e Imperio (Madrid: 12 calles, 2004) y Tecnología e Imperio (Madrid: Nivola, 2003).

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IRSE DE LA MESA CON EL MANTEL EN LA MANO 

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UN PODCAST DE LA RADIO DEL MUSEO REINA SOFÍA Y CAJA NEGRA 

La desaparición de Mark Fisher en 2017 no hizo más que alimentar la ácida visión de cómo el neoliberalismo fabrica las condiciones objetivas y subjetivas de una realidad hecha a medida del ciclo de explotación, acumulación y beneficio. 

Un fantasma con la voracidad de un zombie: los restos de su teoría crítica proliferan y disfrutan de nuevas vidas más allá de la muerte. Rapsódica y opúscular, su escritura reúne epistemologías, intuiciones políticas y prácticas políticas que desde el final del modernismo y la derrota del movimiento obrero en los años 70 habían estado separadas. El retorno de la crítica cultural podría, en estos términos, poner en cuestión el monopolio que el capital pretende tener sobre las fuerzas productivas y las formas del sentir. Porque donde hay poder hay resistencia, no existe ninguna cultura capaz de ser única y dominar por completo.

Con la intención de exorcizar la profecía autocumplida que nos ha llevado a no tener esperanza en un futuro mejor, nació Irse de la mesa con el mantel en la mano, un podcast  producido por Caja Negra y la radio del Museo Reina Sofía. En cada episodio, un grupo de historiadores, teóricos y artistas son invitados a reflexionar sobre el legado del crítico cultural Mark Fisher. Sus intervenciones establecen un diálogo espectrológico con algunas de las inquietudes y malestares que atraviesan la obra del autor.

El primer episodio se llama “El fantasma de Mark Fisher” y cuenta con la participación de Julia Ramirez Blanco y Alberto Santamaría. Escuchalo acá

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