Comuna telepática

por Mnemo

15 noviembre, 2023

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“Nacidx para ser raver hardcore, obligadx a ser coworker”, le escribí a un amigo. No soy un raver hardcore. Tampoco un pesado, quiero creer. Soy algo más parecido a eso a lo que McKenzie Wark llama, en Raving, un “coworker”: tengo mi trabajo diurno, universitarix arty, y voy a las raves para tener algo de qué hablar después, como estoy haciendo ahora, escribiendo este texto. Aunque a veces me acerco al continuum, a veces siento que la necesito, a veces simplemente es experiencia. Conocí la música electrónica hace relativamente poco, porque crecí siendo una mezcla de termo metalerx y rochx cumbierx. Pero con la EDM (electronic dance music) descubrí, a diferencia del pogo sísmico arrítmico y de los pasos turros hiperactivos, un modo de bailar que no depende de mi voluntad: es ser pasivx en un sentido sónico-kinético, como escribe Wark, entregarme a la música, ponerme al servicio de la máquina de ritmos. Y también aprendí a usar mi cuerpo como una mezcladora de químicos. No soy purista, pero algunas cosas me gustan más que otras, algunas cosas se combinan mejor con la música que otras.

Fiesta @lacuracrew | Registro: @archivoisla

Con la EDM (electronic dance music) descubrí un modo de bailar que no depende de mi voluntad: es ser pasivx en un sentido sónico-kinético, como escribe Wark, entregarme a la música, ponerme al servicio de la máquina de ritmos.

La mandíbula trabada, descolocada. Tomo un poco de agua. Los bajos y los bombos se sienten bien. Podría escribir sobre la relación entre el MDMA y el barroco, ¿yendo a Perlongher? o a Mark Fisher, más que seguramente, las raves y los rayos solares barrocos. Un poco cliché, pero no es necesario escribir, el éxtasis se siente. Tanto Wark como Marta Echaves escriben en el libro sobre Fisher: ojalá se hubiera dejado penetrar por la fiesta. La anhedonia no es amiga de la rave, mucho menos del bajón químico de la pasti, pero poner el sistema nervioso a prueba y llevarlo al límite es una parte —no muy elegante— del ritual que puede producir un cortocircuito. Hay gente —me incluyo— demasiado encerrada en su mente, y en mi experiencia la rave puede pinchar un agujero en tu cráneo para que descomprimirlo, que tus ondas cerebrales alcancen otros cuerpos, potenciar la telepatía.

Lo entendí bailando y lo sigo entendiendo, ahora, mientras escribo. O sea que lo entendí con otrxs, como se baila y se escribe, como dice Echaves, como dice Wark. Lo entendí, también, viendo una película: el primer largometraje de David Cronenberg, Stereo, de 1969. Un experimento social en el que un grupo de personas es puesto a prueba en una especie de Gran Hermano con fines científicos. Las cláusulas: no pueden comunicarse verbalmente, con la esperanza de que ello lleve al desarrollo de habilidades telepáticas y, consecuentemente, de una comunidad erótica que opere más allá de la semiosis lingüística; un tráfico de sensaciones que comunique más que la palabra. Naturalmente, en principio, las no-conversaciones se desarrollan a través de un lenguaje gestual bastante predecible. Todo se ve encarnado en gestos y señas demarcadas por una somatopolítica específica —aunque en el caso del film no se entiende si se trata de una propia de Canadá de fines de los sesenta, de un futuro post-Nacional o de la Europa del Medioevo, o puede ser que una mezcla de las tres—. Pero enseguida la iconicidad de los rostros y las manos deja de significar lo que generalmente representaría; se borronean los límites y se vuelve difícil identificar estereotipadamente el significado de cada mueca, o su anclaje en un sentido establecido, y se genera un repertorio de signos común solamente a esa comunidad de participantes. La película la vi en el Club de Artes y Ocios, en La Plata, con algunas amigas que organizan la rave Lacura. No sé si lo eligieron antes o después, pero la siguiente fiesta llevó el subtítulo Tormenta telekinétika.

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En mi experiencia, la rave puede pinchar un agujero en tu cráneo para descomprimirlo, que tus ondas cerebrales alcancen otros cuerpos, potenciar la telepatía.

Para mí, la rave es una constante alternancia entre conectarse y desconectarse a esa comuna telepática. Estoy en Tolosa, en los galpones de la Comunidad Ferroviaria. Mi mente se apaga. Cierro los ojos y bailo, los abro y estoy en otra parte de la pista, sigo bailando, el beat es rápido. Mi mente se apaga de nuevo. Algo pasa, la pista se enfría. La gente vuelve a bailar y sube la temperatura otra vez, vuelvo al continuum. Cambian lxs djs, no me doy cuenta, el ritmo sigue. Un chico me da un beso. Sigo bailando. Entre los cuerpos apretados alguien me pide que baile “más chiquito”, me desconecto, muchísima mente adentro de mi cabeza —es mejor cuando está descentralizada, cuando la mente es todo mi cuerpo—, se empieza a preocupar por el mecanismo de mis pasos, me baja el efecto de las drogas. Un amigo se da cuenta y me convida popper, se dilata todo, se me dilata la mente, me conecto otra vez. Me desconecto de vuelta porque reconozco un sample. Let the bodies hit the floor encima de una base de house. Vuelvo a entrar hasta que un amigo me ve y me saluda, me dice algo que no termino de escuchar, sonrío y vuelvo a bailar. Se hace de día. Antes me molestaba, ahora lo disfruto. Rayos solares barrocos, destellos de una realidad paralela. Nos vamos. El after, eso que Leo Felipe describe como un proceso de cura psicosocial, también es en el Club. Después dos amigas pintan en varios lienzos capturas de ese momento y lo convierten en obra. “Ese también es un modo de ser coworker, ¿no?”, pregunta alguien.

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Para mí, la rave es una constante alternancia entre conectarse y desconectarse a esa comuna telepática. Estoy en Tolosa, en los galpones de la Comunidad Ferroviaria. Mi mente se apaga. Cierro los ojos y bailo. Mnemo Historiadorx del arte, investigadorx y docente. Integrante del Club de Artes y Ocios, centro de salud artística (Villa Elvira, La Plata) y del Instituto Infinito, proyecto de pedagogías artísticas horizontales.

En Raving, Wark crea con otrxs un montón de conceptos sobre… no, sobre no, desde la rave, pero me interesa más el puente telepático que el libro tiende entre nosotrxs, el mismo que las escenas de una fiesta que experimenté yo pueden tender hacia vos —o que te pueden parecer anécdotas sin importancia, también—, las experiencias de unos cuerpos cuirs entrando y saliendo unos de otros, ese instante de trans-formación hacia una cosa fuera de unx mismx, ilujurismo. Crea un continuo entre la autoficción y la autoteoría, y lo hace a través de la escritura, no para intelectualizar la práctica, sino porque esta también es un acto de telepatía —esto lo dice Stephen King en Mientras escribo—: nos permite transmitir un pensamiento, una imagen (visual o de otro tipo), de una mente a la otra sin hablar; empatía a distancia, un misil afectivo teledirigido.

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Mnemo es historiadorx del arte, investigadorx y docente. Integrante del Club de Artes y Ocios, centro de salud artística (Villa Elvira, La Plata) y del Instituto Infinito, proyecto de pedagogías artísticas horizontales.