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“Lo reprimido, la representación pecaminosa, es –por una analogía más profunda y aún por iluminar– el capital, que grava intereses al infierno del inconsciente.”
Walter Benjamin
En una ocasión, después de una conferencia dictada en 1996, Cornelius Castoriadis se lamentaba de que las ciencias sociales continuaran operando “como si Freud no hubiera existido”, es decir: “Como si las motivaciones de los seres humanos fueran trivialmente simples y ‘racionales’”. El filósofo grecofrancés pensaba que los hallazgos del autor de El malestar en la cultura habían facilitado, desde finales del siglo XIX, una comprensión más compleja y más justa de los seres humanos, que no solo se conducirían en función de intereses ni por criterios exclusivamente racionales. He ahí el gran avance del psiquiatra vienés y sus seguidores. Sin embargo, la economía, el pensamiento político o la sociología seguían sordas al psicoanálisis.
A partir de ahí, cabe volver a preguntarse si las áreas del saber aludidas se han aventurado a pensar “como si Freud hubiera existido”. No sabemos si la situación general es mejor que cuando Castoriadis dictó su conferencia, pero a principios de 2024 ya han visto la luz dos obras que se han hecho cargo de ello. La primera fue Deseo postcapitalista (Caja Negra, 2024), que alberga las clases de Mark Fisher en Goldsmiths durante el primer cuatrimestre de 2016, un curso suspendido por el suicidio del autor de Realismo capitalista. Y la segunda ha sido Capitalismo libidinal (Ned Ediciones, 2024), en el que se dan cita los artículos de Amador Fernández-Savater que se han publicado en los últimos años y que se relacionan con la cuestión.
Libido of the Forest (1917) / Pablo Kee
En Deseo postcapitalista y Capitalismo libidinal palpita la voluntad de animarnos a pensar con los dos las vicisitudes del deseo y la libido neoliberales.Capitalismo libidinal
El trabajo y el consumo son dos de los elementos que saltan más rápidamente a la vista y que generan una problemática mayor en el capitalismo de hoy. En relación con ello, si saltan a la vista es porque los dos son omnipresentes y, asimismo, si generan una problemática mayor es porque los dos se han erigido sobre las figuras del deseo y del placer, de forma que es oportuno preguntarse cómo ha sido posible.
A principios del siglo XX, Max Weber publicó una serie de ensayos que vieron la luz bajo un título que haría fama: La ética protestante y el “espíritu” del capitalismo. Más allá de la tesis central de la obra, que viene a explicar que las principales ramas del cristianismo reformado fomentaron el ánimo de riqueza entre los fieles al adivinar en ella una señal de salvación, Weber se dio cuenta de que para llegar hasta allí en primer lugar hubo que alterar las palabras. Y el gran responsable fue Lutero, cuando volcó la Biblia al alemán y asoció el sustantivo Beruf (profesión, trabajo) a un llamado por parte de Dios. En español es fácil advertir la complicación del giro luterano, ya que las voces profesión o vocación están igualmente colmadas de connotaciones religiosas: la fe se profesa, la vocación se atiende. A resultas de lo cual, hoy, cuando una persona afirma ser “muy profesional” o contar con una “vocación clara”, no solo dice de forma más o menos velada que se relaciona religiosamente con su ocupación, sino que le da un sentido elogioso, positivo. En parte, porque el mundo en el que vivimos premia dicha actitud y castiga la contraria.
De ahí a desear ser profesional o contar con una vocación solo hay un paso.
Sin embargo, setenta años después, Pier Paolo Pasolini vislumbró un cambio que venía operándose desde el final de la guerra (en realidad, se había gestado durante el fordismo) y que iba a complementarse con el fenómeno advertido por Weber. Una “mutación antropológica”, avisaba el poeta de Emilia-Romaña, había hecho de sus vecinos y vecinas consumidores en serie, al punto de edificar una “civilización de consumo” cuyo carácter totalitario era aún más opresivo que el del fascismo. ¿Qué había animado la expansión del consumo hasta alcanzar a convertirse en una civilización? En opinión del propio Pasolini, la respuesta era el hedonismo de masas, cuya potencia había extinguido el resto de valores presentes en el pasado. Es “la nueva religión”, subrayaba el autor de El Evangelio según san Mateo, conectando así con lo que decíamos a partir de La ética protestante y el “espíritu” del capitalismo: en el trabajo late una pulsión religiosa, al igual que en el consumo.
No hay afueras. El trabajo y el consumo han colonizado de raíz a unos seres humanos que cuando no trabajan consumen y cuando no consumen trabajan.
Sin embargo, lo que sucede es una situación que cabe caracterizar de la siguiente forma: si aspira a seguir existiendo, el capitalismo, con especial gravedad en su versión neoliberal, exige trabajo y consumo, una exigencia que cuenta con más posibilidades de ser observada si logra que las personas de las que dependen gocen trabajando y consumiendo. Así, una de sus grandes victorias es haber conseguido que el deber del trabajo y del consumo se vistan del deseo de trabajar y de consumir.
El capitalismo libidinal se reproduce así gracias a cada uno y cada una, por lo que somos nosotros y nosotras quienes hacemos el mismo. Por eso, quizás no sea aventurado decir que el capitalismo busca (y muchas veces halla) cómplices.
A partir de aquí surgen dos posibilidades. La primera, más asequible, es una suerte de decrecimiento libidinal y pasa por limitar el deseo de trabajar y consumir; es la vía que se rebela contra la orientación de los deseos para conducirlos hacia fines más satisfactorios. Y la segunda, más vaporosa, es una suerte de revolución libidinal y pasa por eliminar el deseo de trabajar y consumir; es la vía que se rebela contra la captura de los deseos para liberarlos, si es que es posible.
¿Qué opción elegir? ¿Es posible elegir?
No hay afuera. El trabajo y el consumo han colonizado de raíz a unos seres humanos que cuando no trabajan consumen y cuando no consumen trabajan.Deseo postcapitalista
Hace más de cincuenta años, Franco Bifo Berardi dio la sensación de optar por la segunda: “Dejamos a los trabajadores el rechazo del trabajo y la insubordinación permanente, el desorden organizado”, decía en 1970, la época del autonomismo. El objetivo expreso era la abolición del trabajo, que en la práctica significaba romper uno de los pilares del capitalismo que hemos visto hasta ahora.
En relación con ello, The Big Quit (La gran dimisión), que surgió en Estados Unidos pero que experimentó réplicas en unos cuantos países más, le ha dado la razón: varios millones de personas abandonaron sus empleos al calor de la pandemia de la covid, un fenómeno que aún sigue escapándose a explicaciones satisfactorias y que, por lo demás, da la sensación de haber ido agotándose desde finales de 2023. A pesar de todo, la fuga dal lavoro contribuyó a que el pensador italiano diera forma a una idea por la que ha venido abogando desde entonces: la de la deserción.
En su célebre Diccionario etimológico, Joan Corominas recuerda que deserción comparte su raíz con deseo, con lo que hay una estrecha proximidad entre las dos voces, ya desde el plano lingüístico. De la misma forma que la hay en el político.
A lo largo de los últimos años, Berardi no solo ha dado continuidad a su convencimiento de que hay que desertar del trabajo, sino que hay que hacerlo igualmente del consumo, el segundo pilar al que venimos aludiendo. De hecho, su planteamiento es deudor de la crítica de la “ideología hedonística” formulada por Pasolini, ya que el propósito es “liberarnos de la identificación del placer con el consumo”. Frente a una vena consumista que considera “patógena”, Berardi piensa que hay que separar el deseo del consumo en aras de una “insurrección frugal”.
En realidad, la deserción de Bifo no se limita al trabajo y al consumo, sino que se extiende a la guerra o a la patria, pero en lo que nos ocupa la deserción ya ha alcanzado sus objetivos, gracias a la ruptura del deseo con el trabajo y el consumo.
No obstante, es posible que lo que suceda sea lo contrario, a saber: que sean el trabajo y el consumo los que hayan roto con el deseo. El autor de Almas al trabajo lo explica con la expresión que dio título a sus diarios de pandemia: “Deflación psíquica” o “psicodeflación”, un fenómeno asociado a la pérdida de la capacidad sugestiva de la que habían gozado los dos pilares que venimos viendo. En lugar de producir placer, el trabajo y el consumo habrían producido unos agravios cada vez mayores, una prueba de esto es la proliferación de las afecciones de salud mental.
De ser así, la sorprendente conclusión sería que el capitalismo neoliberal habría desertado (o renunciado, si no queremos seguir abusando del mismo verbo) de los principales ardides con los que hasta ahora había intentado que el trabajo y el consumo fuera dos ámbitos seductores para sus protagonistas: el deseo y el placer.
Ante un eventual deseo capitalista abandonado por las dos partes, es oportuno pensar en un deseo postcapitalista que abra mundos alternativos a una libido nueva.
Y dicha cuestión conecta precisamente con la pregunta que debemos plantearnos antes de finalizar, que es la siguiente: ¿adónde van los desertores, las desertoras?
En lugar de producir placer, el trabajo y el consumo habrían producido unos agravios cada vez mayores, una prueba de esto es la proliferación de las afecciones de salud mental.Comunismo libidinal
La respuesta más rápida de Berardi es a “los márgenes”, espacios que escapan a las lógicas que se dan en los centros de una realidad que, opina, no admite solución.
Sin embargo, el pensador italiano ofrece una segunda opción, igualmente por explorar, según ha subrayado él mismo, que cristaliza en una vieja palabra que nos es dable asumir, solo sea de forma provisional, para seguir sus pasos: comunismo.
Ahora bien, no debemos pensar que el comunismo al que alude Berardi es una vuelta a un Estado burocratizado, planificador y vigilante à la Unión Soviética, sino más bien una consigna, un significante que aguarda un significado más próspero. Porque, a pesar de que él no contempla la posibilidad de una tercera vía: “Comunismo o extinción”, el hecho es que hemos de pensar qué va a ser el comunismo, en parte para decidir si efectivamente es el concepto más adecuado.
Casualmente o no, una vez que Berardi es un autor compartido, Fisher y Fernández-Savater se han hecho eco de la misma palabra. El primero lo hizo agregándole un adjetivo, comunismo ácido, avisando de que era una “provocación”, una “promesa” y una “broma con un propósito muy serio”, a saber: “La fusión de nuevos movimientos sociales con un proyecto comunista”, una idea que no alcanzó a precisar más, aún por concretar. Y el segundo plantea que el comunismo es una “una experiencia de lo común” que se opone a la privatización de la vida alentada por la economía; siendo, por ello, una experiencia política.
Aun así, es posible que una presencia excesiva de eros al final fuera problemática. En la antigua Grecia, cuna de Eros, el afecto erótico se caracterizaba por ser febril y volátil, además de por la urgente voluntad de fusión que alentaba entre los amantes en liza. A su lado, en cambio, había una expresión amorosa más flemática, que se prestaba a alargarse en el tiempo y que respetaba la integridad de sus protagonistas: era la philía, a la que hoy asociamos con el vínculo amistoso. No en vano, Hannah Arendt vio en ella un antídoto contra el espíritu agonal propio de la vida en Grecia.
Sobre dichas premisas, si el Eros alcanzara a combinarse con la philía de Grecia, la vida radicalmente nueva sería no solo más deseable, sino más sostenible.
Quizás las alusiones al amor y sus muchas expresiones suenen excesivamente cándidas, hasta ilusas, pero no lo serían más que las alusiones que hizo Karl Marx en sus Manuscritos de economía y filosofía, en los que vislumbró un estadio en el que habría de asumirse “al ser humano como ser humano”, uno en el que “pudiera intercambiarse solamente amor por amor”. Ni fuerza laboral a cambio de salario, ni dinero a cambio de bienes y servicios: amor por amor. El deseo y el placer habrían sido capturados por la alteridad y orientados hacia ella. Comunismo libidinal.
Ante un eventual deseo capitalista abandonado, es oportuno pensar en un deseo postcapitalista que abra mundos alternativos a una libido nueva.