Destellos de belleza

Por Jonas Mekas

1 julio, 2022

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EL LENGUAJE Y YO

Ha llegado el momento de contarles algo sobre mí. Una mini biografía relacionada con el lenguaje.

Crecí en una pequeña aldea campesina en Lituania, en una zona que hablaba su propio dialecto. Solíamos reírnos del idioma oficial lituano y bromear al respecto.

Luego ingresé en la escuela primaria y tuve que aprender el idioma oficial lituano.

Luego, en la secundaria, comencé a aprender latín y francés. Tuve dos años de cada idioma.

Cuando llegaron los soviéticos en 1940, declararon que el francés y el latín no eran aceptados. En cambio, impusieron el idioma ruso. Entonces comencé a aprender ruso. Dos años de estudios.

Cuando llegaron los nazis en 1942, anunciaron que el ruso ya no era aceptable, solo el alemán. A partir de allí estudié alemán durante dos años más.

Entonces sucedió que terminé en un campo de prisioneros de guerra en Hamburgo, Alemania, junto a italianos y franceses.

Pensé, “ah, ahora que estoy en Alemania podré perfeccionar mi alemán”. Pero al poco tiempo descubrí que estaba en una zona de Alemania donde se hablaba un dialecto especial llamado plattdeutsch, difícil de comprender incluso para el resto de la población alemana. Entonces pensé que como vivía con italianos, mejor aprender ese idioma. Aun- que unos meses más tarde comprendí que lo que estaba aprendiendo era en realidad el italiano hablado por los gitanos de Sicilia y que mis otros amigos italianos no lo entendían en lo absoluto.

Al poco tiempo, la guerra terminó y llegaron los estadounidenses, por lo que todos comenzamos a aprender inglés. Pero para ese momento había llegado un punto en el que sabía varios idiomas, pero los hablaba todos mal. Fue entonces que con mi hermano llegamos a una conclusión brillante: debíamos aprender el lenguaje del cine, un idioma que todo el mundo comprendía.

Arribamos a Nueva York y conseguimos una cámara Bolex para empezar a filmar. Nos rodeamos de gente joven que también hacía películas y les mostramos nuestras filmaciones a personas más experimentadas que por lo general miraban nuestras películas y luego sacudían la cabeza diciendo: “No entendemos lo que estamos viendo. ¿Qué es esto? Esto no es cine. Vamos mucho al cine y sabemos lo que es el cine y esto no se parece en absoluto”.

Aquello nos devastó: ¡habíamos aprendido el lenguaje del cine incorrecto! El lenguaje de la vanguardia, de la poesía. En ese momento decidimos abandonar todos los idiomas, incluido el del cine, y hacer lo que quisiéramos aun cuando nadie, salvo nuestros amigos, nos comprendiera. Igual que en nuestra aldea.

 

Jonas Mekas junto a Al Pacino en el Anthology Film Archives, 1997. Foto de Peter Sempel.

AL PACINO Y YO 

En 1992, Al Pacino realizó una función privada de su film The Local Stigmatic en el Public Theater de Joe Papp. Tras la proyección hubo una fiesta en el bar de enfrente.

En un momento de la fiesta, un sujeto se acercó y comenzó a hablarme y elogiar no recuerdo bien qué cosa que yo había hecho; una de esas personas que no conoces pero ellas sí saben todo de ti y te admiran y te arrinconan toda la noche sin posibilidad de escapar. Fue por eso que le dije: “No quiero oír sobre mí. Esta noche deberíamos hablar de Pacino. Su trabajo es fantástico en esta película y pienso que debería ganar un Oscar por su actuación”. El sujeto me escuchó, pestañó y luego de conversar un poco más me alejé. Al acercarme a Fabiano Canossa, programador del Public Theater y organizador del evento, dije: “Fabiano, me gustaría conocer a Pacino, ¿está aquí?”. Me miró con un poco de asombro y entonces dijo: “Pero Jonas, estuviste hablando hasta recién con él”.

No le creí. Pero sí, al parecer había estado conversando con Pacino. Maldición, le hablé a Pacino sobre Pacino.

La verdad es que tengo una memoria fatal para rostros y nombres. Tengo que ver a una persona como mínimo cuatro o cinco veces para empezar a reconocer su cara. O su nombre. A veces pienso que comencé a filmar mis diarios solo para recordar rostros y lugares; al reverlos en película ya no los olvido.

No puedo resistirme a contarles otra historia relacionada con mi desafortunada mala memoria de rostros.

El día de los inocentes de 2008, el presidente de Austria, Heinz Fischer, realizó una ceremonia en la que tanto Marina Abramović como yo fuimos condecorados con la medalla de Österreichisches Ehrenzeichen für Wissenschaft und Kunst [Condecoración Austríaca para las Ciencias y las Artes]. La ceremonia fue en el Palacio Presidencial Austríaco con la presencia de invitados de relevancia para la ocasión.

Peter Kubelka, quien había recibido los mismos honores unos años antes, me llevó al Palacio. Al llegar, atravesamos varios vestíbulos fastuosos pero democráticos hasta ingresar al salón de ceremonias, donde un portero modesto y vestido elegantemente nos recibió. Me sorprendió positivamente cuán modesto era todo.

Por lo general, en este tipo de eventos hay un comité de tres o cuatros personas importantes en la entrada recibiendo a los invitados. En este caso, solo había un portero. ¡Me pareció fantástico! Muy austero.

La ceremonia se desarrolló como de costumbre. Hubo discursos, fotografías y varios brindis. Incluso brindé con el portero… Estaba deseoso de que llegara el presidente, pero jamás apareció. “¿Cómo es que el presidente no ha venido?”, pregunté a Peter. “¿Qué?”, dijo Peter con sorpresa, “estaba aquí, se acaba de ir… Lo conociste y todo; te abrió la puerta”. “No lo puedo creer –dije–, pensé que ese hombre era el portero.” “Así es, ¡el propio presidente te abrió la puerta! Es muy austero  nuestro presidente. Pensé que lo sabías”, dijo. Mi respuesta fue que no, que desconocía eso.

A Peter le pareció muy gracioso todo este incidente, pero para mí fue todo lo contrario.

Debo sumar una posdata a las anécdotas anteriores. Recientemente tuve que operarme de cataratas. Venía padeciendo esta enfermedad en ambos ojos durante años. Mi ojo izquierdo finalmente se oscureció por completo y no pude salvarlo. Me uní a las filas de los cineastas tuertos: John Ford, Nick Ray, Raoul Walsh, Fritz Lang y André de Toth, el director de la primera gran película en 3D, El museo de cera (1953). Pero pude salvar mi ojo derecho justo a tiempo. Luego de la operación, abrí los ojos y no pude creer lo que vi. Fue como la frase famosa de Stan Brakhage en la que se pregunta cuántos colores puede ver un bebé recién nacido. Cuando le conté al médico mi problema

220 con los rostros me dijo que no había dudas de que tenía que ver con las cataratas, ya que reduce las sutilezas de las caras a una tabula rasa y todas terminan pareciéndose. De modo que esta podría ser la razón de mi condición. O por lo menos, una de ellas.

Mekas como un perro con Minnie Cushing, Newport 1967. Filmación de Peter Beard.

UN DÍA EN MI VIDA DE PERRO

No sé cómo sucedió, pero en 1967 hubo un día en que quise vivir como un perro. Es decir, vivir como perro entre otros perros.

El hecho de estar hospedado en la vieja mansión de Minnie Cushing en Massachusetts, repleta de una familia de perros grandes y pequeños, jóvenes y viejos, posibilitó esta idea.

No fue realmente idea mía, sino de Peter Beard, a quien a menudo se le ocurren locuras así. Pero me gustó tanto que decidí ponerla en práctica.

Entonces pasé casi todo ese día en cuatro patas. Corriendo junto a los otros perros en cuatro patas. Fue una tarea agotadora, pero debido a mi buen estado físico no representó grandes problemas. El principal inconveniente fue que los perros corrían más rápido que yo en cuatro patas. Y para peor, no les gustaba estar sentados por mucho tiempo:

preferían correr todo el rato. No tuve más remedio que seguirles el juego, incluidas las corridas a los automóviles, que me volvieron loco. El otro problema fue beber agua del tazón. No había forma de escurrir mi rostro entre sus hocicos. Pero para sorpresa de Minnie resulté muy bueno en el juego de recoger palos.

Debo confesar que a pesar de lo extenuante que fue terminé sintiéndome muy bien. Pensé que la vida de los perros no era tan mala después de todo. De hecho, era mucho mejor que la de las personas a mi alrededor. Jamás volveré a decir: “Oh, qué vida de perros”.

Nacido en Lituania en 1922 es, además de poeta, uno de los máximos exponentes del cine experimental norteamericano y del New American Cinema Group, movimiento contracultural que surgió en Nueva York durante los ’60 como alternativa al cine de Hollywood. Desde la revista Film Culture sentó las bases estéticas para esta nueva vanguardia que contaba entre sus filas con John Cassavetes, Robert Frank y Andy Warhol. Como realizador, es principalmente conocido por sus películas-diario, como Walden (1969), Lost, Lost, Lost (1975), Reminiscences of a Journey to Lithuania (1972). Su último film es Outtakes from the Life of a Happy Man (2013).