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No niego que el volumen de información falsa esté aumentando dentro del discurso político, ni que ello resulte perjudicial para la democracia y sirva a los malos. Pero la información falsa en el discurso público no es nada nuevo.
Periodistas y políticos manifiestan su indignación porque hackers rusos están influenciando elecciones en los países democráticos occidentales. Esto es malo, pero cuesta ver en ello algo novedoso, ya que durante los últimos setenta años el sistema de medios y los servicios secretos estadounidenses han influenciado elecciones sistemáticamente en numerosos países, no solo en Occidente, sino en casi todas partes del mundo.
El dinero estadounidense influenció las elecciones generales de Italia del año 1948, y los servicios secretos estuvieron involucrados en el derrocamiento de Mohammad Mosaddegh en Irán en 1953, por nombrar tan solo dos ejemplos. Los medios de comunicación estadounidenses, por su parte, jugaron un claro papel incitando a la gente a rebelarse (por supuesto, con buenas razones) durante las manifestaciones antisoviéticas de 1989 y en la insurrección ucraniana de 2014.
Así que no hay nada nuevo en las fake news.
Lo que es nuevo son la velocidad y la intensidad de la infoestimulación, y por consiguiente la enorme cantidad de atención que es absorbida por la información (falsa o no).
La saturación de la atención social pone en peligro nuestras habilidades críticas.
Las habilidades críticas no son algo naturalmente dado, sino un producto de la evolución intelectual a lo largo de la historia. La facultad cognitiva que llamamos “crítica” es la capacidad del individuo para distinguir entre proposiciones verdaderas y falsas, así como entre actos buenos y malos, y solo se desarrolla bajo condiciones especiales. De hecho, para ser capaz de distinguir críticamente, nuestra mente necesita procesar información, sopesar y luego decidir. La capacidad crítica implica una relación rítmica entre estímulo informativo y tiempo de elaboración.
Por encima de determinado nivel de intensidad, la información ya no es recibida e interpretada como un conjunto complejo de proposiciones. Pasa a ser percibida como un flujo de estimulación nerviosa, un asalto emocional al cerebro.
La facultad crítica que fue crucial para la formación de la opinión pública en la era burguesa moderna fue el efecto de una relación especial entre la mente individual y la infoesfera, en particular la esfera constituida por medios impresos, libros y discusión pública.
La mente alfabética estaba engranada para elaborar un lento flujo de palabras dispuestas sobre la página de manera secuencial, lo que hacía que el discurso público funcionara como espacio de evaluación consciente y discriminación crítica, y que la elección política estuviera basada en la evaluación crítica y el discernimiento ideológico.
La aceleración de los infoflujos llevó a la saturación de la atención, por lo que nuestra capacidad para discriminar entre lo que es verdadero y lo que es falso se ve confundida y perturbada; la tormenta de infoestimulación nubla la vista, y las personas terminan por envolverse en redes de autoconfirmación.
La segunda venida, el nuevo libro de Franco Bifo Berardi, es nuestro lanzamiento de abril.
Hace veinticinco años, nuestra imaginación de la Internet naciente se basó en la idea de que esta nueva dimensión estaba destinada a tirar abajo todas las fronteras y hacer posible un proceso de confrontación abierta y libre.
Pero tuvimos razón solo en parte: Internet se convirtió en un espacio donde reverberan incontables cámaras de eco, repitiendo siempre un idéntico mensaje: competencia, identidad, agresividad.
Hasta donde alcanzo a entender, el principal problema del paisaje de medios contemporáneo no es la propagación de fake news, sino la descomposición de la mente crítica, cuyos efectos incluyen la credulidad entre las muchedumbres y la agresividad autoconfirmatoria de la multitud.
En la entrevista con el Washington Post mencionada más arriba, Paul Horner ofrece la siguiente explicación del éxito de Trump: “Honestamente, la gente es decididamente más estúpida. Hace circular cualquier cosa. Nadie se toma ya el trabajo de verificar nada. O sea, así es como fue elegido Trump”.
La regresión cultural de nuestro tiempo no tiene su raíz en el mayor número de mentiras que circulan en la infoesfera. Antes bien, es un efecto de la inhabilidad de la mente social para elaborar distinciones críticas, de la incapacidad de las personas para priorizar su propia experiencia social y crear un camino común para una subjetivación autónoma. Por eso la gente vota por manipuladores de los medios de comunicación que a su vez explotan su credibilidad.
En la Unión Europea se está debatiendo introducir regulaciones contra las fake news. Pero ¿quién va a decidir dónde está el límite entre lo falso y lo verdadero? ¿Debemos luchar por el restablecimiento de la verdad para restaurar la democracia?
Así que no hay nada nuevo en las fake news. Lo que es nuevo son la velocidad y la intensidad de la infoestimulación, y por consiguiente la enorme cantidad de atención que es absorbida por la información (falsa o no). La saturación de la atención social pone en peligro nuestras habilidades críticas. La aceleración de los infoflujos llevó a la saturación de la atención, por lo que nuestra capacidad para discriminar entre lo que es verdadero y lo que es falso se ve confundida y perturbada; la tormenta de infoestimulación nubla la vista, y las personas terminan por envolverse en redes de autoconfirmación.Sin embargo, el proceso de subjetivación social no se basa en develar el secreto; se basa en el proceso de interpretación y de imaginación.
El enigma es un enunciado abierto que puede ser interpretado de infinitas maneras, y los enunciados del poder se asemejan más a enigmas que a secretos. Constantemente tienes que estar interpretando los signos del poder establecido para descubrir líneas de escape y de subjetivación.
El conflicto entre WikiLeaks y el establishment occidental se desarrolla dentro de la esfera del puritanismo anglosajón. Como captó con perspicacia Jonathan Franzen en Pureza, la cultura digital es el punto de llegada de la binarización epistemológica y de la purificación del lenguaje y el comportamiento social.
Lo que tenemos aquí es un conflicto entre dos formas diferentes de la cultura puritana: el culto de la centroizquierda de la corrección política versus el culto de WikiLeaks de una verdad ética que la corrección política enmascara a menudo con hipocresía.
Pero al final de la contienda, el ganador fue el barroco de Trump: el emperador de lo fake que surgió de las ruinas de la solidaridad social y el entendimiento crítico.
El caos le gana al orden, y el ruido artificial les gana a las voces humanas.