NO FRACASAR MEJOR SINO PELEAR PARA GANAR

Por Mark Fisher*

11 enero, 2024

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El realismo capitalista, para resumirlo brevemente, puede ser visto, a la vez, como una creencia o como una actitud. Es una creencia que el capitalismo sea el único sistema político-económico viable, y una simple reafirmación de la vieja máxima thatcheriana: “No hay alternativa”.

Gente como Paul Mason viene diciendo, desde 2011, que ha habido un aumento significativo de la militancia global, incluidos varios levantamientos, y que esto representa el fin del realismo capitalista. Claramente esto no es así. Es verdad que la enorme crisis del capitalismo de 2008 condujo a una situación en la que el capital pasó a ser ideológicamente más débil que en ningún otro momento de mi vida, y que dio como resultado una extendida desafección; pero la pregunta es: ¿por qué aun así el realismo capitalista todavía existe? 

En mi opinión, es porque nunca se trató necesariamente de la idea de que el capitalismo era un sistema particularmente bueno: se trató, más bien, de persuadir a las personas de que es el único sistema viable y de que la construcción de una alternativa es imposible. El descontento, prácticamente universal, no cambia el hecho de que parece no haber una alternativa factible al capitalismo. No cambia la creencia de que el capitalismo todavía tiene todas las cartas y no hay nada que podamos hacer al respecto; de que el capitalismo es casi como una fuerza de la naturaleza que no puede ser resistida. Nada de lo ocurrido desde 2008 hizo algo por cambiar esta situación, y es por eso que el realismo capitalista todavía persiste.

De este modo, el realismo capitalista es una creencia, pero también es una actitud relacionada con esa creencia; una actitud de resignación, derrotismo y depresión. Entonces, el realismo capitalista, si bien es diseminado por la derecha neoliberal –y muy exitosamente–, es una patología de la izquierda –o de los elementos de la llamada izquierda– a la que sucumben. Fue una actitud propagada por el Nuevo Laborismo: ¿qué fue el Nuevo Laborismo sino una instanciación de los valores del realismo capitalista? En otras palabras, nos resignamos al hecho de que no hay forma de evitar al capital; en última instancia, el capital dirigirá las cosas, y quizás todo lo que podamos hacer sea ajustar algunas clavijas como un gesto hacia la justicia social. Pero, esencialmente, la ideología está terminada; la política está terminada: estamos en la era de la llamada postideología, la era de la pospolítica, en la que el capital ha triunfado. Esta presentación del Nuevo Laborismo, denominada “pospolítica”, fue uno de los modos en los que el realismo capitalista se impuso a sí mismo en el contexto británico.

Sin embargo, hay un problema en ver al realismo capitalista solo como una creencia y una actitud, ya que ambas se basan en la psicología individual. La discusión que necesitamos instalar debe preguntarse de dónde provienen esas creencias y actitudes, ya que con lo que estamos lidiando es con la descomposición social que las produjo. Para ello, realmente necesitamos una narrativa sobre el declinar de la solidaridad y el declinar de la seguridad; el proyecto neoliberal alcanzó sus objetivos al socavarlas. El realismo capitalista es, entonces, también una reflexión sobre la recomposición de varias fuerzas sociales. No se trata solamente de que las personas sean persuadidas para creer ciertas cosas, sino de que las creencias que las personas tienen reflejen el modo en que las fuerzas sociales se componen en el realismo capitalista.

Nunca se trató necesariamente de la idea de que el capitalismo era un sistema particularmente bueno: se trató, más bien, de persuadir a las personas de que es el único sistema viable y de que la construcción de una alternativa es imposible.

MODERNIZACIÓN

El debilitamiento de los sindicatos probablemente sea el factor más importante en el ascenso del realismo capitalista para el común de la gente. Hoy nos encontramos en una situación en la que todos desprecian a los banqueros, al capitalismo financiero y al nivel de control que estas personas todavía tienen sobre nuestras vidas. Todo el mundo está espantado por el saqueo y la evasión fiscal, pero al mismo tiempo hay un sentimiento de no poder hacer nada al respecto. ¿Y por qué llegó a ser tan poderoso ese sentimiento? Porque realmente no hay un agente que pueda mediar entre los sentimientos que las personas tienen y su organización. El efecto es que el descontento puede extenderse, pero, sin ese tipo de agente, permanecerá en el nivel de la desafección individual.

Así fácilmente se convierte también en depresión, una de las historias que intenté contar en mi libro Realismo capitalista. Allí me ocupo de la asociación entre la pospolítica, la postideología, el ascenso del neoliberalismo y el de la depresión que va unido a este, particularmente entre los jóvenes. Llamo a este proceso “la privatización del estrés”. 

No es mi intención hacer depender todo del debilitamiento sindical; los sindicatos son solo un ejemplo de lo que ha sido removido de la infraestructura psíquica y política de la vida de las personas durante los últimos treinta o cuarenta años. Sin embargo, en el pasado, si tu paga o las condiciones laborales empeoraban, podías acudir a los sindicatos y organizarte; en cambio, hoy, se nos incentiva, si, por ejemplo, aumenta nuestro estrés laboral, a verlo como un problema propio que debe ser tratado individualmente.

Debemos tratarlo a través de la automedicación, a través de antidepresivos, que cada vez son más prescritos, o, si tenemos suerte, a través de la terapia. Pero estas preocupaciones, experimentadas hoy como patologías psíquicas individuales, en verdad no tienen sus raíces en la química cerebral: ellas residen en el amplio campo social; pero como ya no existe un agente, un mediador, para una acción colectiva de clase, no hay modo de abordarlo.

Otro modo de llegar a esta historia es a través de la reestructuración del capital a fines de los setenta y comienzos de los ochenta con la llegada del posfordismo. Este implicó una creciente implementación de condiciones laborales precarias, de la producción “justo a tiempo” del toyotismo y de la tenebrosa palabra “flexibilidad”: debemos doblegarnos ante el capital, sea lo que sea que el capital quiera; estamos obligados a doblegarnos y lo vamos a hacer. Por una parte, existía ese tipo de mandato; pero también, al menos, había otros estímulos en los ochenta: el neoliberalismo no solo golpeaba a los trabajadores, incentivaba a las personas a no identificarse más como trabajadores. Su éxito consistió en su capacidad de seducción para que abandonen esa identificación y la conciencia de clase.

La genialidad que se hallaba en el centro del thatcherismo puede verse en la subasta de las viviendas sociales, porque junto al incentivo directo de ser dueño de tu propia casa había una narrativa sobre el tiempo y la historia, por medio de la cual Thatcher y las personas como ella buscaban hacer que tu vida fuera más libre. Ellas se oponían a los que habían quedado atrapados en el barro, a los burócratas centralizados que querían controlar nuestra vida. Eso implicó un aprovechamiento muy exitoso de los deseos que se habían desarrollado, especialmente, a partir de los sesenta.

Parte del problema fue la ausencia de una respuesta de la izquierda al posfordismo; en su lugar hubo, podríamos decir, un apego a la comodidad de los viejos antagonismos. Hemos internalizado la historia de que existía un fuerte movimiento obrero que dependía de la unidad. ¿Cuáles fueron las condiciones para que exista? Bueno, había trabajo fordista, la concentración de los trabajadores en espacios confinados, el dominio de la fuerza de trabajo industrial compuesta por obreros masculinos, etc. El quiebre de esas condiciones amenazó con quebrar al movimiento obrero. Emergió una gran cantidad de luchas diferentes, que condujeron al socavamiento del propósito común, que el movimiento obrero, alguna vez, tuvo. Pero ese tipo de nostalgia por el fordismo fue, en realidad, peligroso: el fracaso no había sido el fin del fordismo, sino que no existiera una visión alternativa de la Modernidad que pudiera competir con el relato neoliberal.

De hecho, el neoliberalismo se adueñó de la palabra “modernización”. Si se escucha esta palabra en los programas de noticias, es sinónimo de neoliberalización. Siempre que hay una disputa –digamos, por ejemplo, en el Correo Real–, las expresiones que se utilizan son algo así como: “El Correo Real intenta modernizarse, pero los trabajadores se oponen a sus planes”. Cuando dicen “modernizar”, en realidad, quieren decir “privatizar” y “neoliberalizar”. Ya vimos esto con el blairismo: los que querían “modernizar” el Partido Laborista, en verdad querían neoliberalizarlo. Por supuesto, si te opones a la modernización, debes estar desconectado de la realidad o te encuentras inmediatamente a la defensiva.

Pareciera que la izquierda casi se lo creyó, y el único modo de “modernizar” fue acomodarse, de alguna manera, al capital. El error opuesto, sin embargo, fue pensar que las cosas podían permanecer como estaban antes. Y ese discurso era realmente muy peligroso. El desafío era inventar un izquierdismo posfordista, un proyecto que había comenzado en los ochenta. Pero, pronto esto se descarriló, ya que todo intento fue visto como una rendición frente al blairismo, incluso si no era el caso. 

Cuando dicen “modernizar”, en realidad, quieren decir “privatizar” y “neoliberalizar”. Por supuesto, si te opones a la modernización, debes estar desconectado de la realidad o te encuentras inmediatamente a la defensiva.

DEUDA

Hay muchas dimensiones diferentes del realismo capitalista en la educación, pero otra fundamental es, lisa y llanamente, la deuda. Lo que es interesante es que luego de la falsa paz –supongo que así podríamos llamarla– tras el 2008, en la que nada realmente significativo ocurrió en términos de demostraciones públicas de ira, la primera manifestación real de descontento fue el movimiento estudiantil de 2010.

Justo antes de que ocurriera, le dije a un amigo que iba a suceder alguna expresión de ira por los recortes a la educación superior, y él respondió, en consecuencia, que eso no iba a ocurrir, que solo era una “nostalgia revolucionaria” de mi parte. No cuento esta historia para adjudicarme una visión profética especial, sino para ilustrar el hecho de que su visión parecía ser la realista: ciertamente no había habido ningún signo de que esa ira estalle.

Pero sí estalló a fines de 2010. ¿Por qué ocurrió eso? ¿Qué es lo que se estaba discutiendo en relación a los costos? Claramente, la retórica sobre el pago de la deuda es absurda, en la medida en que cualquiera puede dar a entender cualquier cosa en la economía nigromántica que rodea a los costos universitarios. De todos modos, pareciera que al gobierno le está costando más imponer este nuevo sistema, porque, en realidad, ha incrementado el déficit. ¿Qué estaban tratando de lograr con este aumento masivo de los costos? Para mí es obvio que esta es otra versión de la producción de un cierto tipo de ansiedad: la población estudiantil debe estar constituida por deudores.

Hay un interesante artículo de Matt Bolton en New Left Project, en el que sostiene que la deuda es hoy la categoría social clave del capitalismo: el capital no necesita funcionar del mismo modo que en el pasado, pero sí necesita que estemos endeudados, una fuente principal de nuestra subjetividad. ¿Qué es la deuda? Es también una captura del tiempo, de nuestro futuro. Así que la confrontación con los estudiantes universitarios del Reino Unido es un ejemplo dramático del tipo de cambio del que fuimos testigos: una lucha por el uso del tiempo.

¿Cómo era la universidad a la que yo asistí? En primer lugar, no tuve que pagar la matrícula de admisión y, en segundo lugar, recibí una beca de manutención, por medio de la cual, si eras bastante austero, era posible vivir. En otras palabras, había un tiempo financiado por fuera de la actividad frenética del trabajo. Digo esto porque hoy el trabajo ha pasado a ser un simple medio para pagar deudas.

El artículo de New Left Project discute contra un absurdo libro tory de derecha, Britannia Unchained, donde se afirma que Gran Bretaña ha sido encadenada, y que esas cadenas hoy están rotas. ¿Cómo somos libres ahora? Podemos trabajar más tiempo y más duro, incluso más duro que los chinos, porque tenemos que hacer un trabajo de explotación sobre nosotros mismos mucho mejor del que hicimos hasta ahora. Pero la realidad del trabajo es que no paga lo suficiente y es por eso que estamos endeudados.

Este gobierno ha intentado moralizar la deuda. Esto es análogo a la absurda aseveración que sigue haciendo (el gobierno opera de un modo neurolingüístico, creyendo que si repite algo la suficiente cantidad de veces, entonces se volverá verdadero) de que la crisis fue causada por el exceso de gasto del Nuevo Laborismo, tal como si un individuo hubiera agotado sus tarjetas de crédito. Por supuesto, no fue para nada un fracaso moral cuando todas las personas confiaron en sus tarjetas de crédito: fue inevitable. Más importante, la economía entera hoy necesita que las personas estén endeudadas, ¡están cumpliendo sus deberes con el capital! Ese deber con el capital en el pasado es utilizado como una nueva razón en el presente para explotarlas más, recortar los servicios públicos y sus estándares de vida. Sería gracioso, si no fuera tan grotesco. Pero esta personalización ridícula de la deuda, como si fuera un fracaso moral, es el meollo del realismo capitalista.

En relación con esto, se encuentra la reducción del tiempo que puede destinarse a otros propósitos que no sean el tipo de ansiedad relacionada con el mundo del trabajo. Aquel libro tory es, en realidad, parte del intento de imponer esa ansiedad; después de todo, no trabajamos lo suficiente. Lo que hemos visto con el gobierno de la coalición es el cierre sistemático de los espacios en los que el tiempo podía ser usado de un modo diferente. Esto tiene un impacto masivo en la cultura, porque es dentro de esos espacios donde puede producirse una cultura alternativa de cualquier tipo. Muchos de los principales desarrollos de la cultura popular desde la década del sesenta fueron facilitados por el espacio provisto por el Estado de bienestar, las viviendas sociales, etc. Equivalían a un tipo de financiamiento indirecto de la producción cultural. Con esos espacios cerrados, gran parte de la cultura del capitalismo tardío en Gran Bretaña está moribunda, miserable, repetitiva y homogénea.

Otra de las paradojas del realismo capitalista es la hiperregulación del aprendizaje en el aula, de modo que cualquier desviación del programa oficial es dada de baja. Hasta los estudiantes se quejan cuando pisas afuera de los estrechos parámetros del ejercicio de evaluación. Preguntan: “¿esto es un examen?”. Lo que se les inculca es un estrecho enfoque teleológico, junto a la súper instrumentalización de la educación.

Por supuesto, una de las cosas que la administración de alto rango intenta hacer con la introducción de las tasas de ingreso es crear una división entre los estudiantes y los profesores. Los directivos, bastante cínicamente, intentan que los estudiantes se comporten como “consumidores perjudicados” que deberían demandar más por su dinero; pero el problema es que ninguna parte de ese dinero extra es para los profesores. Sé de un comunicado de un director de alto rango de una institución de educación superior que decía, tras el aumento de las matrículas, “mejor preparémonos para que los estudiantes nos demanden más”. Lo que significa que los profesores tendrán que trabajar más por la misma paga.

La economía entera hoy necesita que las personas estén endeudadas. Ese deber con el capital en el pasado es utilizado como una nueva razón en el presente para explotarlas más, recortar los servicios públicos y sus estándares de vida.

¿TODOS JUNTOS EN ESTO?

¿Cómo es posible imponer todo esto? Bueno, solamente por la atmósfera ideológica general del realismo capitalista. Si bien no concuerdo con Paul Mason, es cierto que el realismo capitalista ha modificado su forma en comparación con como era antes de 2008. Luego tuvo un carácter optimista que declaraba: “O te subes a bordo con nosotros o eres un perdedor que va a morir tomando alcohol de quemar en una alcantarilla, si tienes suerte”. A partir de 2008, tuvo un carácter más desesperado, que es lo que subyace tras la retórica aparentemente inclusiva del “Estamos todos juntos en esto”. En otras palabras, si no tiramos todos para el mismo lado, nos iremos todos a pique; algo muy diferente de la implicación anterior de que cualquiera que no suba a bordo simplemente será aplastado por el gigante del capital.

Si bien el tono del realismo capitalista ha cambiado, han sido impuestas muy rápidamente medidas severas debido a la ausencia de una alternativa. De hecho, es incluso peor que eso, porque la forma previa del sistema del que, se nos dice, no hay alternativa es hoy imposible. No hay vuelta atrás al capital previo a 2008. El capital no tiene idea de cómo solucionar las crisis que condujo al 2008. 

No hay garantía de que la crisis actual pueda terminar, porque la herramienta del capital para mantener los salarios bajos y la demanda alta era precisamente la deuda. Si haces que sea más difícil endeudarte, entonces ¿qué es lo que va a ocupar su lugar? No hay respuesta a esa pregunta, y los apologistas del capital simplemente dan vueltas alrededor de ella.

Su única respuesta ha sido la estrategia de la austeridad, que está basada, en gran parte, en un olvido histórico de las razones por las que el Estado de bienestar fue introducido. Fue introducido no por la bondad y la generosidad de los capitalistas, sino como un “seguro contra la revolución”, para que el descontento extendido no se desbordara en una revolución. Ellos han olvidado este hecho y, en consecuencia, piensan que pueden seguir retirando las redes de contención social sin ningún problema. Las revueltas del año pasado nos vislumbraron las posibles repercusiones.

¿Qué podemos hacer entonces? Primero, es necesario derrotar a los anarquistas; y esta es solo una broma a medias. Es esencial que nos preguntemos por qué las ideas neoanarquistas son tan dominantes entre los jóvenes y, especialmente, entre los estudiantes de grado. La respuesta directa es que, si bien las tácticas anarquistas son menos efectivas para derrotar al capital, el capital ha destruido todas las tácticas que eran efectivas, dejando que este remanente se propague dentro del movimiento. Hay una incómoda sinergia entre la retórica de la “gran sociedad” y muchas de las ideas y conceptos neoanarquistas. Por ejemplo, una de las cosas particularmente perniciosas de algunas de las ideas dominantes dentro del anarquismo en este momento es su desconexión del mainstream.

Existe la idea de que los medios masivos son un monolito inherentemente corrupto. El punto es que son completamente corruptos, pero no son un monolito. Constituyen un terreno que, efectivamente, está controlado en la actualidad por los neoliberales, quienes se tomaron muy  seriamente su lucha contra los medios masivos y, en consecuencia, la ganaron. 

Una de las cosas que impulso es despertar la conciencia sobre los medios entre los jóvenes; por ejemplo, el Canal 4 solía tener programas en los que tres filósofos debatían durante una hora. Hoy Gran Hermano tiene ese espacio. El espacio ocupado, alguna vez, por el cine arte europeo hoy está tomado por Location, Location, Location. Si quieren ver los cambios políticos y culturales en la sociedad británica durante los últimos treinta años, no hay mejor ejemplo que el Canal 4.

¿Por qué es eso? Porque el Canal 4 surgió como resultado de todo tipo de luchas dentro de los medios por el control de cosas como el cine, y las personas lo tomaron muy seriamente. Junto a las luchas obreras de los ochenta, también hubo luchas culturales. Ambas fueron derrotas, pero en ese momento no era para nada obvio que iban a serlo. Si recuerdan, los ochenta fueron la época del pánico moral a los consejos de “la izquierda chiflada”, y también existió un pánico moral al Canal 4 y sus “izquierdistas” políticamente correctos, que supuestamente estaban tomando el control de los medios.

Esto es en parte lo que quiero decir cuando me refiero a una modernidad alternativa: una alternativa a la “modernidad” neoliberal, que, en muchos sentidos, es solo un regreso al siglo XIX. Pero la idea de que la cultura masiva está inherentemente cooptada, y que todo lo que podemos hacer es retirarnos de ella, está profundamente equivocada.

Lo mismo vale para la política parlamentaria. No deberíamos poner todas nuestras esperanzas en la política parlamentaria porque eso sería triste y absurdo; pero, al mismo tiempo, deberíamos preguntarnos por qué la clase de los negocios gasta tantos recursos en subyugar al parlamento a sus propios intereses si supuestamente es un sinsentido.

Una vez más, la idea neoanarquista de que el Estado está terminado, de que no necesitamos participar en él para nada es profundamente perniciosa. No es que la política parlamentaria vaya a lograr mucho por sí misma; si consideras que ese es el caso, la lección práctica de lo que ocurre fue el Nuevo Laborismo. Poder sin hegemonía, eso es lo que efectivamente fue el Nuevo Laborismo. Pero eso es inútil. No podemos esperar lograr algo solamente a través de la máquina electoral. Sin embargo, es difícil imaginar cómo podrían tener éxito las luchas sin ser parte de un conjunto. Tenemos que recuperar la idea de que lo que hay que hacer es ganar las luchas hegemónicas de la sociedad en diferentes frentes y al mismo tiempo.

Dado que los movimientos anticapitalistas surgidos en los noventa, en última instancia, no han conseguido nada, provocaron que el capital no se preocupe por nada; y ha sido muy fácil reconducirlos. Esto se debe a que han ocurrido en las calles, ignorando la política de los lugares de trabajo y de lo cotidiano. Eso hace que los trabajadores comunes los sientan como algo lejano, ya que con los sindicatos, a pesar de todos sus defectos, al menos había una conexión directa entre la vida cotidiana y la política. Esa conexión falta hoy, y los movimientos anticapitalistas no la han provisto.

La estrategia de la austeridad está basada en el olvido histórico de las razones por las que el Estado de bienestar fue introducido. No por la generosidad de los capitalistas, sino como un “seguro contra la revolución”, para que el descontento extendido no se desbordara.

COORDINACIÓN

Me parece que la cuestión fundamental hoy es la coordinación. Muchos de los debates sobre centralización versus descentralización, verticalismo versus horizontalidad ocultan los problemas reales, que tienen que ver con cuál es la forma más efectiva de coordinación contra el capital. La coordinación no requiere de la centralización: las cosas no tienen que estar centralizadas para tener un propósito común. Debemos resistir a la falsa oposición que proviene del modo en que son narrativizadas las ideas neoanarquistas.

Obviamente todos los movimientos anticapitalistas, hasta Occupy, han conseguido movilizar la desafección, pero no han sido capaces de coordinarla de un modo que le cause problemas a largo plazo al capital. ¿Cómo se podría coordinar el descontento? ¿Y cómo podría convertirse la desafección ambiental en un antagonismo sustentable? La falta de sustentabilidad de estos antagonismos es, junto a ellos, parte del problema. Otro problema que tienen, y que mi colega Jeremy Gilbert ha planteado, es su falta de memoria institucional. Si no existe algo como una estructura partidaria, entonces, no tienes memoria institucional, y simplemente repetirás, una y otra vez, los mismos errores.

Hay demasiada tolerancia al fracaso de nuestro lado. Si escucho una vez más la cita de Samuel Beckett: “Inténtalo otra vez, fracasa de nuevo, fracasa mejor”, me voy a volver loco. ¿Por qué siquiera pensar en esos términos? No hay honor en el fracaso, aunque tampoco hay vergüenza si intentaste vencer. En lugar de ese estúpido eslogan, deberíamos proponernos aprender de nuestros errores para tener éxito la próxima vez. Las probabilidades pueden acumularse de tal modo que continuemos perdiendo, pero el punto es aumentar nuestra inteligencia colectiva. Eso requiere, si no una estructura partidaria al viejo estilo, al menos algún tipo de sistema de coordinación y algún sistema de memoria. El capital lo tiene, y nosotros también lo necesitamos, si queremos ser capaces de contraatacar.

 

*Pueden encontrar una versión más extensa de este artículo en K-Punk – Volumen 2 (Caja Negra, 2020) 

Mark Fisher (Reino Unido, 1968-2017). Fue un escritor y teórico especializado en cultura musical. Colaborador regular de las publicaciones The Wire, Sight & Sound, Frieze y New Statesman. Ejerció como profesor de filosofía en el City Literary Institute de Londres y profesor visitante en el Centro de Estudios Culturales de Goldsmith, Universidad de Londres. Entre sus libros se cuentan Realismo capitalista (Caja Negra, 2016), Los fantasmas de mi vida (Caja Negra, 2018), Lo raro y lo espeluznante, K-Punk (Volumen 1, 2 y 3: Caja Negra, 2019, 2020 y 2021) y Constructos Flatline (Caja Negra, 2022). Su blog k-punk es uno de los blogs más populares sobre teoría cultural.