No quiero hablar de la fiesta, quiero hablar del tiempo 

Por Perla Zúñiga

19 abril, 2024

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No quiero hablar de la fiesta, quiero hablar del tiempo.

Es 2021 y estamos en un taxi camino a un agujero, nos han hablado mucho de este agujero porque es secreto y profundo. A medida que nos adentramos, el paisaje se inunda por una fina capa de seda, las paredes del recto van cambiando de color y el aire se vuelve palpable, está caliente y susurra. De la nada, aparecemos en un bosque que parece sintético, pero no lo es, y entre la maleza nos encontramos a dos frases bailando. Una enfrente de la otra. No se hablan, pero se entienden. Esa es la magia de las raves. Una es de 1917 y la otra del 2021.

 

Una vez más, la puerta se abrió y ella pasó como si dijéramos a un mundo distinto, al mundo de la noche, frío, inescrutable, en el que el tiempo no existe. 

Katherine Mansfield, 1927

 

Un tiempo sin deseo que sin embargo coge. 

McKenzie Wark, 2021

Ay, amiga, cuántas veces has tenido deseos de huir del tiempo, de escapar, de que te lo coman ahí, en medio, de que no se acabe nunca, jamás. Cuántas veces has pensado que las mariposas son la finalidad de algo, y es que tú siempre has querido volar bien, bien alto.

Una y otra vez recurrías a esos pensamientos mientras bailabas, algunas veces acompañada, otras veces solitaria, algunas veces en tu casa, otras veces en salas. Era pura escapatoria. Tu día se resumía en contar las horas para que llegara la noche y poder alejarte de ti, y poder acercarte a ti. Porque en ese momento tú eras una cosa para el afuera y otra cosa para el adentro. Porque la noche es contradicción, porque es un refugio, pero es peligroso. Porque está oscuro pero hay mucha luz.

En la librería, en la cafetería, en tu casa o ahora mientras tocabas en clubs, contabas los segundos para que llegara ese momento donde todo se alinea y entras en un tobogán que te lleva a un cuarto fuera y dentro del mundo. Fuera y dentro del tiempo. Y allí, estás a gusto. Porque todo funciona con otra velocidad, porque hablamos otro idioma, porque hay otros códigos.

Un día, que no vamos a poder recordar, te aseaste tanto que te separaste de la vida, y comprendimos que la realidad, lo blanco, es algo de lo que nunca te vas a poder despegar, como chicle en suela de zapato, y son, sin embargo, la construcción de agujeros, bambalinas y pasadizos ocultos, lo que te va a mantener atada a esta vida. Respiraste. Te quedaste tranquila. Sentiste que descubriste el misterio de la vida. Y ahora no quieres alejarte tanto porque construir bambalinas es lo más cercano que has encontrado a quererte, a habitarte. Porque son puro deseo y puedes compartirlo. Porque podemos hacerlo juntos.

La vida está formada por muchos backstages

uno son mis amigas, 

otro ha sido la fiesta.

Me encantaría recordar la primera vez que sentí que el tiempo funcionaba de otra manera. Pudo ser cuando se murió mi primera mascota, un conejo marrón que se llamaba Ludovico, o cuando me dijeron en una consulta que tenía un tumor pegado a las costillas, o la primera vez que consumí MDMA y bailé al ritmo de un 4×4. 

El conejo fue un golpe seco, 

el tumor una línea recta partida por la mitad 

y la droga el reloj de Dalí en un desierto.

La muerte, la enfermedad y la fiesta tienen la virtud y la desgracia de otorgarte una presencialidad total y, al mismo tiempo, distanciarte de ella. Esto provoca, aunque dé miedo, que lo efímero se convierta en nuestra única certeza, es un ancla, una guía. Y debemos recordárnoslo, porque todas las que salimos tenemos una relación tóxica con el tiempo.

(Este texto surge de mi ausencia en el Club de lectura dedicado a Raving de McKenzie Wark debido a problemas de salud, donde estaba programada para dirigir una de las sesiones.)

La vida está formada por muchos backstage. Uno son mis amigas, otro ha sido la fiesta.

Hoy?

 

Hoy,

siento que no me he despertado

y tan solo he abierto los ojos,

como si mi cuerpo fuera una notificación de la vida

que se enciende y dice:

Buenos días,

sigues con vida.

 

Quiero dedicar estas palabras a todas aquellas personas que tienen una relación difícil 

con el tiempo

y salen cada fin de semana a pedirle otra oportunidad.

 

Perdón,

no va a volver a pasar,

dijo mirando a un punto fijo.

 

Quiero dedicar estas palabras a todos los soñadores y a las ilusiones,

a los sectarios del sol,

a la luna

y a la droga,

por trazar caminos a las emociones,

por brindarnos todo

sin pedir nada,

por brindarnos la nada

cuando pedimos todo.

 

Me gustaría también dedicar este poema a los cobardes,

a aquellas que estén atrapadas en la incertidumbre de las palabras,

a los cuerpos que son resultados,

a las luces 

y a las sombras,

pero sobre todo a la música,

porque muchas veces deseo silencio,

y no ser persona,

y es ella quien me brinda todo 

eso

sin pedir nada.

 

Él me dijo te quiero,

pero yo entendí:

Quedamos en el bombo guarro

de cualquier pub random.

 

Cuelguen de sus cuellos

sus sueños, acertijos y rabias 

para mañana sudar una sauna

porque,

aunque no sirva de nada,

podemos intentar engañar al tiempo

y a nosotros mismos,

haciéndonos creer

que no somos personas

a las que les importan las cosas,

y solo somos 

deseo y asfalto.

 

 

La muerte, la enfermedad y la fiesta tienen la virtud y la desgracia de otorgarte una presencialidad total y, al mismo tiempo, distanciarte de ella.

Perla Zuñiga es artista, poeta y DJ. Desde 2016 convive con la enfermedad y trabaja con sus rastros, derivas y metáforas. Su trabajo explora las dimensiones y perspectivas que adquieren el lenguaje, el tiempo y las emociones en los espacios de deseo; para ello utiliza diversos medios como las artes visuales, la escritura, la performance o el sonido. Además, es co-fundadora del colectivo de música CULPA, un espacio creado para celebrar y reivindicar las existencias trans y nb en la noche.