Puta Reina (Carta a David Bowie)

Por Mckenzie Wark

12 mayo, 2022

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Querido David,

Cuando falleciste, te adueñaste de mis feeds de Facebook y Twitter durante días y días. Fue como si todas las personas dentro de un rango bastante amplio de edades, géneros y creencias hubieran tenido una o dos polaroids tuyas incrustadas en la memoria por alguna loca razón. Hiciste la vida tolerable para los jóvenes queer y trans. Imágenes tuyas de alto contraste se transmitieron a través del ruido, se potenciaron por medio de riffs repetitivos, penetraron a los golpes hasta en el último reducto suburbano, provincial, australiano, invocándolos (invocándonos) a entrar en otras vidas.

Muchas personas aparentemente normales te amaban también. Resulta que incluso ellos necesitaron un pedacito tuyo, alguna vez, en algún lugar. Y tú seguiste activo no solo en los setenta, sino también en los ochenta, en los noventa. Dejaste el siglo XX y aterrizaste en Nueva York. Cuando emigré allí a finales de siglo fue un gran consuelo saber que estabas ahí, en algún lugar. Tu estándar se elevó, reina residente.

En retrospectiva, pienso que lo que estaba ahí para que todos lo sintieran incluso si no lo entendían es que tu cuerpo era un cuerpo que había sido cogido. Te habías abierto, en algún lugar, alguna vez, y habías dejado al mundo, y a alguna verga, entrar. Y lo convertiste en poder. Eras ese raro dios del rock, hétero o no, que no era solo un activo dominante. Parecías más un pasivo dominante. Esa era la señal subespacial que habías emitido. Ahí estaba alguien que la había recibido por el culo y había escupido dinero y fama.

Huw Lemmey: “Su cabello se eriza contra los cachetes de mi trasero, pero no hay dolor. Solo placer, mientras mi culo lo engulle y yo me balanceo hacia adelante y hacia atrás. Soy el mejor pasivo dominante jamás engendrado, ganador de premios, destructor de penes. En cuestión de minutos mi culo lo atrae a las profundidades de mi interior, lo ingiere, lo macera y lo guisa, hasta que lo único que queda son unos pantalones pendiendo de mi ano, y sus medias negras enrolladas sin vida sobre el suelo, como preservativos usados”.

No es un dato menor que la tuya sea una historia que despega en los setenta. No podrías haber sido una estrella pop de los sesenta. Los sesenta todavía recubrían el sexo con la profilaxis del amor y el romance. ¡Esos adorables Beatles con sus peinados casco! Nunca fueron muy convincentes en los setenta. No tenían ese factor de peligro sexual. Los Rolling Stones hicieron la transición. Mick tenía esa cosa andrógina. Keith usaba ropa de Anita Pallenberg. Ya en los sesenta dieron pistas de lo que estaba por venir.

En los setenta lo importante era el sexo, no el romance. Mayormente el sexo heterosexual. Todos debíamos adorar la verga. Los varones debían ser verga. Las chicas tenían que querer verga. Era toda una teología de la verga. Desde luego, no todo era lo que parecía. Incluso en el mismo rock verga. Los surcos del deseo se curvan como quieren.

Todas las imágenes pertenecen a la sesión de fotos de Bowie para la tapa del álbum Diamond Dogs (1974)

Te habías abierto, en algún lugar, alguna vez, y habías dejado al mundo, y a alguna verga, entrar. Y lo convertiste en poder. Eras ese raro dios del rock, hétero o no, que no era solo un activo dominante. Parecías más un pasivo dominante. Esa era la señal subespacial que habías emitido. Ahí estaba alguien que la había recibido por el culo y había escupido dinero y fama.

Era una época en la que el camino para salir del aburrimiento no necesitaba la coartada del romance. Uno podía querer coger sin querer las flores primero. Y había muchos chicos y chicas que querían que se los cogieran, preferentemente un dios del rock, o alguien que al menos se viera como uno, y lo más pronto posible. Nadie esperaba a tener la edad legal.

Nosotros los adolescentes de los setenta vivimos el gran culto a la verga. Y si uno tenía verga, podía intentar imitar el culto simulado a la verga que el rock and roll había puesto en exhibición. Pero si lo hacías, y funcionaba, las chicas que te cogías no soñaban contigo. Soñaban con estrellas de rock. Te tocaba ser el sustituto del sustituto.

Kathy Acker: “Él le advirtió que tuviera cuidado de sus celos, él sabía todo sobre los celos. Acababa de pasar la noche en una azotea con una chica que le contaba que estaba locamente enamorada de David Bowie”.

Algunos querían expresamente que tú te los cogieras, David, el mismísimo Diamond-Dog Starman. No es ningún misterio. Eras desde luego muy adorable. ¡Esos pómulos! Hasta podían hacer que uno pasara por alto esos dientes ingleses.

Sobre todo, fuiste el que dio la señal de que habías sido cogido, y sabías de qué se trataba. ¿Quién mejor para coger que alguien con experiencia, y sobre todo la experiencia de ser cogido? ¿Y te cogiste a esas adolescentes, verdad? En la escena de Los Ángeles, por ejemplo. No todo el mundo aceptaba esa cara de los setenta cuando falleciste.

Simplemente no había intercambio posible entre fanáticas adolescentes y el dios del rock. Las chicas eran vendidas por depravados de la industria. ¿Y qué conseguían ellas? Lo que querían, tal vez: tener sexo con una estrella de rock. O al menos con el bajista de la estrella de rock. Mirar el recital desde el escenario. Probar drogas. Paseos en limusina, como una mascota. Y quizás, solo quizás, ser la musa. Ser ese “tú” secreto a quien se dirige la canción. Que es para nosotros los modernos una forma de volverse un mito. Era un trabajo duro, tratar de ser una musa en los setenta. Que prometía no solo oscuridad y obsolescencia, sino también adicción, ira, tristeza, locura y herpes.

Luego de tu muerte, me di cuenta de que lo que la prensa económica más amaba de ti era que en 1997 emitiste 55 millones de dólares en “Bonos Bowie”, asegurando futuras ganancias de veinticinco discos grabados antes de 1990. Los inversores recibirían 7,9% de interés por el bono de diez años. La emisión fue una genialidad creativa de un tal David Dullman. El auge de la música por Internet convirtió esos bonos en basura. Moody’s los calificó BBB+. Pero no antes de que consiguieras tu dinero. Te convertiste en un neoyorquino del ocio.

Así que no era la gran cosa, ser cogido por ti (en todo sentido), ¿no? Cuando te marchaste con tanta fama, dinero, ganancias, culos. Todo lo que las groupies y los fanáticos pudieron atesorar fueron recuerdos y melodías pegadizas. Tal vez las melodías pegadizas deberían ser consideradas un tipo de enfermedad venérea, que se contagia por sexo auditivo. O tal vez las melodías pegadizas son un tipo de dinero, que se obtiene tocando de oído.

A pesar de todo, tal vez valió la pena. ¿Quién soy para juzgar? Todo por esos pocos momentos de penetración, de ser aquel que elegiste para coger. Porque durante esos pocos minutos, mientras la verga entra en ti, no eres cualquier otro cuerpito en el mundo, eres el hoyo en el centro del mundo, alrededor del cual gira el mundo. A veces. Cuando no es simplemente triste e incómodo; o peor, impuesto y no deseado. Tan solo imaginar estas cosas ambiguas y ambivalentes muestra una cicatriz y una mancha de los setenta.

Todo por esos pocos momentos de penetración, de ser aquel que elegiste para coger. Porque durante esos pocos minutos, mientras la verga entra en ti, no eres cualquier otro cuerpito en el mundo, eres el hoyo en el centro del mundo, alrededor del cual gira el mundo. A veces.

Algunas veces, ser quien es cogido es ser todo. Ese era el secreto sucio de la era del rock verga. Adorábamos a tu verga solo cuando estaba adentro nuestro, haciendo su trabajo, para nosotros. En sí misma, es nada. Ustedes eran nada. Excepto tú, David. Estabas al tanto del secreto. Alguien te había cogido también. Y muchas veces nosotros los cogidos, los jodidos, aprendimos de tu ejemplo a convertir nuestra rareza invertida en una vida, y en un modo de vida propio. Resulta que el mundo heterosexual nos pagará para jugar en su lugar, para añadirle un pequeño giro a la interminable producción de aburrimiento.

Tú eras el sustituto. Te veías bastante alto, pero estabas drogado y tus tacos eran plataformas. Eras el doble, la copia, de esas estrellas de rock originales blancas inglesas, que ya eran copias de las copias estadounidenses blancas del blues. Quizás robaste menos del arte negro porque hurtaste sus remanentes descartados de las tiendas de segunda mano de la industria cultural. Mientras otros intentaban simular ser auténticos –Mick Jagger cantando con esos aletargados acentos vaqueros– tú eras algo distinto.

Eras Aracne, pero tus arañas eran mejores incluso que las conocidas arañas de Minerva. ¡Eran de Marte! Y se quedaban hasta después del crepúsculo. Un escándalo. Pusiste manos a la obra y comenzaste a tejer tu segundo sol. Lo dividiste en pasos y resolviste el proceso.

Tom McCarthy: “Mientras esperaba caí en la cuenta de que todas las grandes empresas son empresas de logística. No de genio o inspiración o viajes de la imaginación, habilidad o astucia, sino de logística”.

Tú no eras solo una copia, un resto, el original abollado, tú eras la táctica de copiar misma. Lo que es auténtico en la copia no puede ser la copia, es el copiado. Y así copiaste una y otra vez, variaciones, mostrando cómo un look, un sonido y un estado de ánimo pueden ser ensamblados, a partir de información. Cómo dejar que la información del mundo entre muy cuidadosamente en el cuerpo, cómo dejar que un sabroso tentáculo de información del mundo te tome. Fuiste un pionero del gusto astuto.

Te gustaba Sídney, tenías un departamento fabuloso ahí en los ochenta. Era raro verte. ¿Qué tipo de vida tranquila viviste allí? Te había visto tocar en el estadio Showground de Sídney a fines de los setenta, pero nunca te vi en tus discretas visitas al país. Pero conocía a Geeling, que estuvo en el video de “China Girl” contigo. Ella era parte del grupo que frecuentaba King Cross tarde por la noche: personas que trabajaban en el ámbito de los restaurantes, profesionales de la industria musical, periodistas y personas de los medios con fechas de entrega nocturnas. Jugábamos a los dados y bebíamos Sambuca en los antros de la calle Kelley hasta cualquier hora. Geeling dijo pocas palabras sobre ti, pero todas amables.

 

Tú no eras solo una copia, un resto, el original abollado, tú eras la táctica de copiar misma. Lo que es auténtico en la copia no puede ser la copia, es el copiado. Y así copiaste una y otra vez, variaciones, mostrando cómo un look, un sonido y un estado de ánimo pueden ser ensamblados, a partir de información. Cómo dejar que la información del mundo entre muy cuidadosamente en el cuerpo, cómo dejar que un sabroso tentáculo de información del mundo te tome. Fuiste un pionero del gusto astuto.

Te gustaba Nueva York y te mudaste allí en los noventa, una década antes que yo. Una estrella de rock inglesa en Nueva York, de nuevo, solo que esta vez nadie intentó pegarle un tiro al pianista. Quizás porque tú no eras tú. Nunca afirmaste que tu cuerpo fuera la fuente de algo auténtico, desafiando al mundo a sacrificarlo. El show era una actuación, no pretendía ser real. No había allí un tú al que matar, no había garantía sobre la deuda simbólica a la que dañar. Como la música disco, pertenecías ya a la cultura del siglo XXI, en el que la fama no es un acto sacrificial de uno para muchos.

Las ciudades todavía necesitan tener sus estrellas residentes, incluso más que sus superhéroes imaginados. Que arrojen un haz de posibilidad sobre los cielos nocturnos contaminados por las luces. Vine aquí a New York cuando el nuevo siglo comenzaba, a lo que yo consideraba tu ciudad. Claro, hay algunas buenas historias de los noventa que no te estoy contando. Yo y la artista lesbiana famosa a nivel local; yo y la identidad literaria cross-dresser; yo y el novelista punk de vanguardia. Y hay historias de la primera y la segunda década del nuevo milenio, cuando, igual que tú, tal vez no publiqué lo mejor de mí.

Hiciste una salida elegante en un gran escenario. Déjame tomar prestado de tu arte y transponerlo a una escala menor, un género menor, y terminar Vaquera invertida, tras un par más de digresiones por supuesto, con algunas anécdotas que a lo mejor te gustarían. Seguramente ya te acostumbraste a las anécdotas australianas. Aunque en realidad era neozelandesa, Geeling podía contarlas muy bien, inexpresiva, con un buen arco narrativo, pero sin moraleja redentora.

Al final te contaré una anécdota sobre la única persona que dijo que mis pies lisiados eran hermosos. La persona con la que me quedé. La persona hacia la que emigré. La persona a la que le di todo; la persona por la que renuncié a todo. La persona que me entiende; la persona que me da.

Atentamente,

McKenzie

Nació en Australia en 1961 y vive en Nueva York. Su libro más reciente es Philosophy for Spiders: on the low theory of Kathy Acker. Es profesora de Estudios Culturales y Medios de Comunicación en el Eugene Lang College de la New School for Social Research de Nueva York. Ha publicado numerosos ensayos de crítica cultural centrados en el legado cultural y político de la Internacional Situacionista (IS). También ha estudiado los cambios sociales y culturales producidos por la incursión de las tecnologías de la información y la comunicación en nuestra cotidianidad. En 2017 transicionó. Sus títulos disponibles en español son: Un manifiesto hacker, La playa bajo la calle y El capitalismo ha muerto. En 2020 editó el número “trans | fem | aesthetics” de la revista e-flux. En la actualidad se encuentra trabajando en un libro acerca de la escena rave trans y queer en Nueva York.