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Este texto fue parte de la conversación que mantuvieron Dani Zelko, Lina Meruane y Gabriel Giorgi hace algunas semanas durante la presentación de Oreja Madre en la Universidad de Nueva York. Agradecemos a Lina por cedérnoslo para compartir con nuestrxs lectorxs.
Parto por agradecer la publicación y la escritura de este libro sobre la “cuestión judía” de Dani Zelko, que, si me permiten, se espeja en el libro que yo misma escribí (que sigo escribiendo) sobre mi “cuestión palestina”, mi “volverme” palestina: ambos giran en torno a esa cosa tan voluntaria como voluble que es la identidad.
En este libro lúcido, a ratos conmovedor, a ratos impactante y hasta aterrador, Dani Zelko interroga los relatos y los afectos que conformaron el aprendido judaísmo de su juventud. Y lo hace para desactivar los dogmas de ese aprendizaje a la luz de su experiencia de escucha incesante y de escritura colectiva con comunidades originarias sometidas a emprendimientos coloniales, en Argentina, en Chile, y asimismo en Israel, donde Zelko pudo avizorar el sostenido genocidio palestino.
Son todos esos horrores pero sobre todo este último, lo que hace que Zelko caiga en la cuenta retrospectiva de un discurso sionista que de tan escuchado y repetido no había logrado poner en tela de juicio: uno según el cual ser judío o identificarse con el judaísmo o celebrar las tradiciones y los ritos de ese pueblo implica, incluso exige, apoyar las prácticas de exterminio del Estado de Israel.
Así, esta meditación personal se abre hacia un examen crítico de la retórica sionista y se va volviendo una propuesta política llena de reflexiones sustanciosas, pertinentes y urgentes sobre cómo ser judío hoy, hoy más que nunca.
Mientras escribía mi cuestión palestina comprendí que la identidad, cualquier identidad, cualquiera de sus partes, se estremece y se activa cuando está en peligro, y que puede rearticularse, reordenarse, re-redactarse en tanto es un relato que cada uno inventa para sí: yo me volví palestina ante la violencia que sufría mi gente. A Zelko le sucede esto mismo en su escritura, comprende que debe desidentificarse del sionismo y de esa manera reescribir su presente siguiendo la premisa que le dicta, en estas páginas, el escritor y político palestino Ghassan Kanafani: “podés cambiar el relato de tu vida”.
¿Cómo se cambia ese relato que, en el caso de Zelko, esta punteado por la muerte: la de los pogroms, la del ghetto de Varsovia, la del holocausto, la de los ataques de la resistencia palestina? No es tan simple. Así como Kanafani le susurra a Zelko –en una oreja, por así decir– la posibilidad de transformar el relato y de transformarse, David, su adorado tío abuelo israelí, su casi abuelo sionista miembro de la Mossad y asesino de Kanafani, le dice que el destino de todo judío es “matar o morir”.
Zelko escucha atentamente a ambos, los interroga, y pese a los afectos familiares elige la vía palestina de la transformación. Ese es el relato que emprende. Y no lo emprende en cualquier momento, no lo emprende en un momento cómodo y abstracto sino en el peor: en la víspera del asesinato de su prima israelí, del esposo de su prima, de las dos hijas de ambos, en un kibutz al sur de Israel o al norte de Gaza. Se sienta a escribir sin saber que se avecina el ataque del 7 de octubre del 2023 y que ya no será tan fácil escuchar a Kanafani y hablarle a su familia sobre estos hechos.
Ese relato doloroso (sentidas condolencias, querido Dani) parte el libro en dos. El duelo se escribe con letras blancas y se imprime sobre páginas negras, dificultando la lectura, obligándonos a demorarla, a ir palabra por palabra. Es el momento más oscuro del libro, el momento en que una nación en duelo elige matar, el momento en que una familia debate sobre si se puede justificar la venganza y olvidar las condiciones coloniales de sometimiento palestino que han llevado una y otra vez a su levantamiento. Arriesgando mucho, Zelko se opone a la sentencia sionista de la defensa y se deshace de la idea de que los judíos son las “únicas víctimas”, las víctimas absolutas, las víctimas eternas, las víctimas con derecho a victimizar a otras víctimas, las víctimas impunes aun cuando se comporten como victimarias. Se opone, en otras palabras, al uso y el abuso de la victimidad judía, cuestión debatida y rechazada por pensadores palestinos de todos los tiempos, y que en el presente ha generado un total rechazo de esta noción incluso para los propios palestinos. Porque a los palestinos solo se los defiende en tanto víctimas que acepten comportarse como tal, acepten ser despojadas, violentadas, asesinadas, masacradas hasta el exterminio sin oponer resistencia como lo hicieron tantos judíos antes de la fundación de Israel. Los pensadores palestinos posteriores a Kanafani se declaran, no sin ironía, como víctimas “imperfectas” (en el último libro de Mohammed el-Kurd) o “malas víctimas” (en la formulación de Noura Erekat). Rechazan aceptar las migajas que les han ofrecido en los fallidos acuerdos de paz. Rechazan la muerte como destino colectivo.
Lina Meruane, escritora chilena, es autora del ensayo Palestina en pedazos.
Para escribir este libro, para cambiar este relato, Dani Zelko inaugura un yo ausente en sus anteriores libros “de escucha” de su proyecto Reunión. Se trata de un yo íntimo que, por más contradictorio que parezca, no es uno, sino múltiple, poroso y fragmentario como su propia escritura. Es un yo que busca y rebusca, que lucha contra sí mismo, que pregunta e incorpora saberes provenientes de una pluralidad de voces. Que trae a este libro todo el recorrido de la escucha desplegada en su obra anterior. Que retrocede a su infancia. Que interroga los privilegios de su educación y de su clase. Que cita a otros, vivos y muertos, en presencia y por escrito para discutir, para complejizar, para hacer, en sus palabras, autocrítica colectiva. Que dialoga, debate e incluso traduce a Kanafani (nunca había visto un libro que incluyera la traducción completa de un cuento ajeno) para oponer el relato del dolor familiar al del dolor familiar palestino. Que examina incansablemente ideas y palabras como matar y muerte, como culpa y responsabilidad, como autodefensa y derecho, para no solo cambiar el relato sino cambiar las palabras, y así cambiar el rol del escritor y del pensador judío de estos tiempos.
Hacia el final de este libro Zelko escribe, en un guiño queer a Néstor Perlongher y en otro no tan queer a otro poeta, Mahmoud Darwish, “hay cadáveres por todos lados y vos pensando qué puede el arte.” Es lo que se preguntaba también Virginia Wolf en medio del blitz londinense de la segunda guerra mundial, qué hacer en el tiempo de un bombardeo que amenaza de muerte a las desarmadas mujeres inglesas en sus casas; Woolf responde de una manera acaso un poco decepcionante: “escribir, escribir como la cosa más urgente y necesaria que ninguna”. Woolf no nos dice más, pero Zelko sí, Zelko habla de la movilización de un sentir, del sentir lo que otras carnes sienten, de escuchar al otro, de ponerse en el lugar del otro como una posibilidad que el arte ofrece en el tiempo del horror.