ALEXANDER KLUGE Y SU JARDÍN DE GENTE

ALEXANDER KLUGE Y SU JARDÍN DE GENTE

Por Fabián Casas 

Cuando se fundó lo que después sería denominado como la Escuela de Fráncfort, varios de los principales animadores de ese movimiento estaban fascinados con el joven Marx. Para Erich From y Herbert Marcuse, por ejemplo, la lectura de los textos juveniles de Marx fueron centrales a la hora de ponerse a “realizar” la filosofía. Adorno no estaba tan fascinado por el joven Marx, pero pensaba igual —en su ensayo “Sobre la situación actual de la música”, de 1932— que el capitalismo era un lugar donde todos los caminos estaban cerrados, donde los seres humanos no podían acceder a la vida propiamente dicha. Creo que gran parte del catálogo de los libros que viene publicando Caja Negra en la Argentina habla de este tema central. El capitalismo es un virus que no puede ser derrotado, así que hay que encontrar la manera de convivir con él, tratando de rescatar esa potencia que nos habita y que muchos llaman “vida”. Adorno, dice Alexander Kluge en su hermoso libro El contexto de un Jardín, no sabía tomarse solo ni un tranvía. Y lo recuerda, también, como una persona “que vivió la vida poco práctica de quién ha sido un niño sobreprotegido”. Alexander Kluge es un heredero del inconformismo de la Escuela de Fráncfort. Pero a diferencia de muchos de estos teóricos, tiene la prosa y la sabiduría no de los filósofos (que a veces agobian con sus estructuras sintácticas paratácticas), sino la de los poetas. El libro de Kluge, finito, que es el compendio de una serie de discursos que el escritor dio al recibir algunos premios, es una muestra contundente de lo bueno que es que una determinada persona, con un amplio y riquísimo vocabulario espiritual, se ponga a trabajar en contra de la grieta y a favor de tender “puentes” y de la “hospitalidad” de la escucha. El contexto de un jardín tiene que lidiar con las malas hierbas, las plantas carnívoras y venenosas del siglo XX: las guerras mundiales, las guerras zonales, los atentados terroristas y la poca confianza que a uno le queda con la raza humana. Kluge es un dulce escritor de resistencia. Alguien puesto a pensar qué hacer con “los huecos que deja el Diablo”. En sus discursos funda una antirretórica tan propia de estos eventos donde alguien se pone a hablar para cumplir. Para Kluge, la oportunidad de hablar frente a un público (es decir, dentro de la esfera pública) es casi un género nuevo. Y cuando lo hace sobre escribir, dice cosas como esta: “¿Qué es un autor literario? Un autor literario es alguien que en la infancia escuchaba historias que le contaban. La narración inmediata, la escucha atenta, el ímpetu del discurso vívido del adulto: eso es la modulación, el ser a la luz del cual internamente decidimos entre importante y no importante, corto o largo, aceptación o resistencia”. Epicuro jamás soñó las tragedias con las que tuvo que lidiar Kluge para construir su “spinettiano”  jardín de gente. En el texto sobre Adorno, Kluge habla sobre la Dialéctica de la Ilustración, donde se escribe “sobre la génesis de la estupidez”. Dice: “La inteligencia, la curiosidad despierta, el corazón de la filosofía, son comparados allí con la antena de un caracol. Este es un atributo que no solo tienen los seres humanos, sino también los animales. Este espíritu despierto solo se atreve a salir “con extrema cautela”. Si es lastimado, si lo amenazan el espanto o el terror, vuelve a replegarse en su casita. Desde afuera se ve como estupidez. También da la impresión de pereza y pasividad, pero en su sustancia es solo otro grado de agregación de lo vivo”. Para Kluge, reforzar ese carácter delicado es el trabajo de la formación cultural.

Fabián Casas nació en Boedo en 1965. Es poeta, narrador, ensayista y periodista. Publicó Horla City y otros. Toda la poesía 1990-2010, La supremacía Tolstoi, Ensayos bonsai, Ocio, Los Lemmings y otros y Titanes del coco. Fue guionista de la película Jauja, dirigida por Lisandro Alonso y protagonizada por Viggo Mortensen. Es hincha de San Lorenzo.

 

TÍTULOS RELACIONADOS

  • CONTRA EL CINE

    $17,800
    COMPRAR (ARG)
  • EL CONTEXTO DE UN JARDÍN

    $15,000
    COMPRAR (ARG)
  • 120 HISTORIAS DEL CINE

    $19,000
    COMPRAR (ARG)

LOS VAMPIROS SOVIÉTICOS

LOS VAMPIROS SOVIÉTICOS 

Por María Negroni 

Inventor de falanges, mobiliarios celestes, alfabetos pasionales, super-niños, olimpíadas culinarias, y muertos transmundanos, Fourier siempre me pareció insuperable. Boris Groys, el autor de Volverse público, me sacó de ese error en uno de sus capítulos, “Cuerpos revolucionarios”. 

Al parecer, varios físicos y filósofos, que actuaron y pensaron durante la Revolución Rusa, consiguieron sobrepasar sus fantasías, llevando la quimera al plano estrictamente político. Me refiero, sobre todo, a Aleksander Bogdanov y Nikolai Fiodorov.

De Aleksandr Bogdanov sabemos que fue físico y amigo de Lenin, y que fundó y dirigió en los años veinte un Instituto para la Transfusión de Sangre, con el que esperaba aminorar el envejecimiento o detenerlo por completo. Su objetivo era impulsar una solidaridad intergeneracional. Sin eso, pensaba, resultaría imposible imponer una sociedad más justa.

El segundo, que formuló por primera vez el derecho a no morir, otorgándole carácter de reivindicación legítima, tenía una confianza ciega en la tecnología y su objetivo era alcanzar la vida eterna para todos. Su lema era incontestable: “No a la discriminación de la muerte”. Solo garantizando la perdurabilidad de las generaciones futuras y resucitando artificialmente a los muertos, existiría una real equidad entre los integrantes de la sociedad, y se eliminarían por completo los privilegios.

Fiodorov consideraba que la Revolución tenía una falla fundamental. La inmolación de las generaciones actuales en beneficio de las futuras representaba para él una indignante injusticia histórica: el socialismo como explotación de los muertos por los vivos.

No fueron los únicos que formularon ideas de este tipo. Aleksander Svyatogor, líder del grupo anarquista ruso “Inmortalistas”, también abogaba por los derechos humanos asociados a la existencia (inmortalidad, resurrección y rejuvenecimiento). Coincidía con Fiodorov en que el Estado debía garantizar tales derechos para hacer viable el verdadero socialismo. La muerte, afirmaba, separa a la gente y la propiedad privada no puede ser eliminada mientras cada ser humano detente un fragmento privado de tiempo.

La inventiva, digamos, tenía su lógica y no faltaron adeptos que llevaron el delirio, si cabe, aún más allá. Hubo quienes promovieron una sociedad de inmortales a escala interplanetaria, otros que dedicaron textos a la patrificación de los cielos, es decir a la conversión de los astros en lugares habitables para nuestros padres resucitados, y otros que, anticipándose a Benjamin, vieron en el “copiado” el método ideal para la producción artificial de la vida eterna.

Se recordará que Bram Stoker había publicado, pocos años antes de estos desvaríos, su novela Drácula. El dato importa porque esa novela pasa concisa revista a las ventajas y, sobre todo, las desventajas de la inmortalidad. Su personaje, el famoso vampiro de Transilvania, oscila entre la potencia depredatoria y la vulnerabilidad de la orfandad, la soledad y el deseo, revelando, con sus incontables padecimientos, que la eternidad no alcanza para suprimir o enmendar la carencia metafísica que nos constituye.

Fausto, Frankenstein, El Golem, El retrato de Dorian Gray (para citar solo algunos ejemplos memorables) confirman, si fuera necesario, esta penosa verdad y vuelven patente la ambivalencia humana ante la utopía de la perduración sin límites.

Visto desde esta perspectiva, el vampiro de Bram Stoker sería simultáneamente la premonición inglesa de estas quimeras rusas, su signo distópico, y la advertencia de que la desmesura, como nos enseñó Goys (y Andrei Platónov en su novela La excavación), siempre engendra monstruos. Es también un sutil recordatorio de que la literatura y, por extensión el arte y los sueños, mantienen con la política una relación mucho más compleja de lo que se cree. 

Descargá “Cuerpos inmortales”, incluído en Volverse público, de Boris Groys. 

María Negroni. Nacida en Rosario en 1951 es escritora, poeta, ensayista, profesora y traductora. Doctorada en Literatura Latinoamericana en Columbia University, vivió durante muchos años en Nueva York, dedicándose a la actividad académica y a la escritura. En 1994 recibió la Beca Guggenheim en poesía. Ha sido traducida al inglés, francés, italiano y sueco. Ha publicado ensayos como Museo negroGalería fantástica y Ciudad gótica y novelas como El sueño de Úrsula y La anunciación, además de varios volúmenes de poesía. En 1997 ganó el Premio Nacional del Libro Argentino por El viaje de la noche, en 2002, el PEN Award al mejor libro de poesía en traducción por Islandiay recientemente recibió el Premio Konex en Poesía. En la actualidad, dirige la Maestría en Escritura Creativa de la UNTREF

TÍTULOS RELACIONADOS

  • PEQUEÑO MUNDO ILUSTRADO

    $18,000
    COMPRAR (ARG)
  • OBJETO SATIE

    $13,600
    COMPRAR (ARG)
  • ELEGÍA JOSEPH CORNELL

    $12,500
    COMPRAR (ARG)