PLANIFICACIÓN ECONÓMICA CONTRA LA CLAUSURA DEL FUTURO

PLANIFICACIÓN ECONÓMICA CONTRA LA CLAUSURA DEL FUTURO

Fotos: Regina de Miguel

Por Martín Arboleda 

Tras haber sido una de las ideas-fuerza más importantes del siglo pasado, la planificación económica cayó en desgracia en la década de 1980. El auge del neoliberalismo, sumado a la derrota histórica de los socialismos realmente existentes, hicieron de la planificación –tanto en sus vertientes socialistas, como keynesianas y desarrollistas– un paradigma no solamente ineficiente, sino políticamente peligroso. La gobernanza, con su énfasis en la eficiencia y en la gestión (aparentemente) no ideológica, se consolidó como la manera más sensata de administrar recursos escasos en una sociedad. Los movimientos de izquierda, por su parte, también renunciaron al proyecto de los grandes diseños utópicos y normativos, recluyéndose en una política de localismo particularista. Tres décadas después, el avance desenfrenado de la globalización neoliberal –y sus efectos polarizantes y disruptivos – ha carecido de un contrapeso considerable o de una alternativa coherente.

El poder oligárquico, sin embargo, no ha tenido ningún reparo con seguir soñando en grande. Ante el ocaso del mito de un libre mercado que se autorregula de manera eficiente, las élites económicas y políticas no han dudado en recurrir a ambiciosos esquemas de planificación para hacer intervenciones colosales, pero en contra del bien común. Si algo ha dejado en claro la seguidilla de crisis que empezó con el estallido de la burbuja de hipotecas basura en 2008 en los Estados Unidos, y que fue escalando de manera dramática hasta su cúspide en la pandemia global del coronavirus, es el hecho de que la reproducción expandida del capital es un proceso minuciosamente planificado. Rescates multimillonarios a grandes conglomerados económicos en momentos de crisis; redistribución de riqueza hacia arriba a través de complejas tramas de subsidios, concesiones y exenciones tributarias; colusiones y fijación arbitraria de precios por actores económicos oligopólicos; represión militar y policial contra quienes exigen condiciones de vida digna. Como lo sugiere Campbell Jones, cuando la planificación se transforma en el hábitat natural en el que se desenvuelve la economía política del capitalismo, la pregunta entonces deja de ser si se debe planificar o no, sino de qué manera se debe planificar, en beneficio de quién se debe hacerlo, y a quién se debe involucrar en la elaboración de planes.

Adicionalmente, el auge de nuevos movimientos de masas (feministas, antirracistas y por la justicia climática) han propiciado un cambio de sensibilidad política que ya no se limita a meros gestos discursivos y/o contestatarios, sino que aspira a una democratización real del poder. Estas luchas por la democratización, en algunos casos, han ido acompañadas de un ejercicio técnico-institucional encaminado no solamente disputar la producción de riqueza en la sociedad, sino a demostrar que otras formas de producción de la riqueza son posibles. El proyecto del Green New Deal en Estados Unidos, por ejemplo, encarna una apuesta política de masas por enfrentarse a las grandes corporaciones de energías fósiles con el fin de descarbonizar la infraestructura productiva del país, y con ello crear millones de trabajos verdes. La figura del Sistema Nacional Integrado de Cuidados (SNIC), que se originó en Uruguay tras un proceso de movilización social feminista y que posteriormente ha inspirado plataformas electorales en otros países de la región, inaugura una institucionalidad pública que permite visibilizar los trabajos de cuidados y también incorporarlos más orgánicamente en el diseño de nuevos modelos de desarrollo.

Impulsado por este emergente panorama político, el incipiente regreso del debate sobre la planificación ha ofrecido un espacio de apertura para volver a discutir visiones ambiciosas y radicales de futuros postcapitalistas. Así, esta discusión ha permitido un desplazamiento desde los argumentos típicamente especulativos y/o celebratorios sobre las economías alternativas (ya sean solidarias, cooperativas, post-carbono, o no-mercantiles), hacia un examen concreto de su viabilidad económica, su factibilidad técnica, y sus condiciones político-institucionales.

 

 El debate sobre el cálculo socialista. 

Si la idea de la planificación tuviera un mito fundacional, sin duda sería el famoso debate sobre el cálculo socialista de la década de 1930. En este debate, los economistas de la Escuela de Austria –y principalmente Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek – impugnaron la capacidad de una economía planificada para recopilar y calcular toda la información que requiere la gestión eficiente de recursos escasos. Las tecnologías de almacenaje y procesamiento de datos con las que contaban los planificadores del momento, señaló Hayek, simplemente no daban abasto con el universo de transacciones que se da permanentemente en una economía nacional. Por el contrario, Hayek consideró que el libre mercado juega un rol análogo al de una “máquina” o “sistema de telecomunicaciones”, pues permite la transmisión permanente de ‘señales’ sobre costos y condiciones tecnológicas de la producción. En su forma agregada, este sistema de precios constituiría un dispositivo altamente preciso para orientar la toma de decisiones en la sociedad. 

En su momento, economistas socialistas como Oskar Lange, Abba Lerner, y Fred Taylor, aceptaron a regañadientes el argumento sobre la superioridad de cómputo del sistema de precios, y el debate quedó zanjado a favor de la lectura austriaca. Avances recientes en tecnologías de supercomputación, robótica, bioquímica, y de conectividad logística, sin embargo, han generado entusiasmo hacia las posibilidades que hoy en día abriría una economía democráticamente planificada. En un número reciente sobre el retorno de la planificación económica, la revista de teoría crítica South Atlantic Quarterly presenta en su portada un primer plano de un supercomputador de última generación, como los que usualmente se emplean en operaciones altamente complejas de modelación climática, astrofísica, de mecánica cuántica y fisión nuclear, entre otros. Esta imagen, a la vez amenazante y sugerente, vislumbra las inmensas capacidades de cálculo y coordinación que se han desprendido de las iteraciones más recientes del modo de producción capitalista, e insinúa las derivas que podría tomar la relación entre la política y la técnica en el siglo que empieza. 

Así, algunas relecturas contemporáneas del debate del cálculo se han caracterizado por rescatar los futuros perdidos de quienes imaginaron formas de cálculo racional no-monetario. Este tipo de enfoques han explorado el rol que podrían desempeñar métricas como las de bienestar o morbilidad, así como prácticas de intercambio propias de comunidades campesinas y precapitalistas, en el diseño de circuitos económicos alternativos. Otros enfoques han explorado las formas de regulación algorítmica que harían posible las nuevas tecnologías digitales, de blockchain y de plataformas, algunas veces en diálogo con experiencias históricas de planificación cibernética – como la del icónico Proyecto Synco, desarrollado por el gobierno de Salvador Allende en Chile. Libros como People’s Republic of Walmart [República popular de Walmart], de Michal Rozworski y Leigh Phillips, Cibercomunismo, de Paul Cockshott y Maxi Nieto, o Economic Science Fictions [Ciencias ficciones económicas], de William Davies, vuelven al antiguo debate del cálculo con cierto optimismo prometeico de que las infraestructuras tecnológicas de la globalización neoliberal estarían prefigurando un futuro socialista de abundancia material, tiempo libre y autogobierno popular. 

La experiencia histórica, sin embargo, pone de manifiesto el hecho de que la mera apropiación de las tecnologías capitalistas no es suficiente, y que la planificación no se puede reducir a una operación técnica de asignación óptima; la democratización profunda de la sociedad es impensable sin la activación política de las masas populares, y sin un andamiaje institucional que pueda traducir debates valorativos sobre distintos caminos de desarrollo, en instrumentos técnicos de intervención. Desde el marxismo ecológico también se han criticado las ideas de sociedad post-escasez que informan estas nuevas tradiciones de socialismo cibernético o digital, pues tienden a pasar por alto una discusión más seria sobre los límites del planeta para mantener los ritmos y estándares de vida actuales. Otras críticas han cuestionado los supuestos implícitos de control automático del trabajo, la automatización de la política, y la reducción de importantes cuestiones sobre el esfuerzo y la cooperación humana a asuntos meramente matemáticos o actuariales. Una planificación verdaderamente radical y democrática, de acuerdo con Jasper Bernes, se parecería entonces a una planarquía, pues aceptaría y encauzaría el carácter fundamentalmente heterogéneo, autónomo y espontáneo de las motivaciones humanas.

Esquema de planificación económica desarrollado por la socióloga chilena Marta Harnecker en sus Cuadernos de educación popular (Quimantú, 1972).

Centralización y/o descentralización. 

Uno de los aspectos más interesantes del regreso de la planificación al horizonte del pensamiento radical, es quizás el hecho de que ha sido liderado por movimientos de base que cuestionan la rigidez de los protocolos de intervención del pasado, los cuales eran diseñados desde arriba, por expertos –usualmente hombres blancos – que desconocían la realidad de los territorios objeto de intervención. El movimiento internacional del Nuevo Municipalismo, por ejemplo, ha dado origen a una amplia red de “Ciudades sin Miedo” en diversas ciudades del mundo (Valparaíso, Rosario, Barcelona, Zagreb, Preston y Jackson, entre muchas otras), las cuales han posicionado a las administraciones locales como importantes laboratorios de experimentación con formas no-capitalistas de los mercados y las relaciones sociales. El nuevo municipalismo emerge a raíz una nueva sensibilidad que busca llevar a los movimientos sociales al corazón de la política institucional. Una vez en el poder, estas alcaldías rebeldes han implementado agendas de política inspirada en principios mutualistas, feministas, ecosocialistas y cooperativos.

En la práctica, la “política de proximidad” sobre la que se fundamenta el nuevo municipalismo ha servido como una barrera de contención frente al auge del neo-fascismo, pues ha permitido una asignación más precisa de servicios públicos en escenarios de crisis (ya sea climática, de desempleo, desindustrialización, etc.), y ha empoderado la ciudadanía al incorporarla más directamente al proceso de toma de decisiones. Sin embargo, la discusión sobre este movimiento ha carecido de un análisis más matizado sobre la (in)capacidad de la política municipal de controlar el proceso productivo general y de definir trayectorias de desarrollo cuya implementación trascienda las facultades del espacio municipal. Para proponentes del Green New Deal como Thea Riofrancos y Alyssa Battistoni, por ejemplo, la descarbonización radical de una economía nacional requiere de una estrategia diferenciada que articule dos vectores de intervención: desde abajo, políticas de proximidad que emanen desde los espacios municipales para proteger a comunidades vulnerables e incorpore públicos diversos a la toma de decisiones; desde arriba, una política industrial verde que pueda impulsar de manera comprehensiva algunos sectores de la economía –tecnologías limpias, salud, educación, recreación y vivienda – mientras hace decrecer otros –industrias fósiles, policía y fuerzas militares, mercados de capitales.

“Cuando la planificación se transforma en el hábitat natural en el que se desenvuelve la economía política del capitalismo, la pregunta entonces deja de ser si se debe planificar o no, sino de qué manera se debe planificar, en beneficio de quién se debe hacerlo, y a quién se debe involucrar en la elaboración de planes.

Gestionar la operación de una economía nacional hacia algún objetivo específico, sin embargo, no implica necesariamente una planificación centralizada y envolvente. Para Michael Löwy, la discusión en torno a si la planificación debe ser centralizada o descentralizada, desde arriba o desde abajo, pasa por alto lo que sería quizás el aspecto más importante: la capacidad de controlar democráticamente el plan en todos los niveles de su diseño y ejecución (local, nacional, y multilateralmente). Una planificación verdaderamente democrática, de acuerdo con Löwy, sería entonces lo opuesto a una planificación centralizada, pues las decisiones no las tomaría ningún ‘centro’, sino los públicos involucrados. En ese sentido, algunos autores han propuesto enfoques de capas de planificación, en los que distintos niveles de intervención (hogares, lugares de trabajo, economía nacional, comercio internacional) se articulen de manera sinérgica entre sí.

Liberar el pasado para recuperar el futuro 

Muchos de los textos que informaron los grandes debates sobre planificación en el siglo pasado fueron publicados en entornos de catástrofe, como lo fueron las guerras civiles que sucedieron la Revolución Bolchevique en Rusia, la Gran Depresión de la década de 1930, o bien en el marco de los horrores suscitados por la Segunda Guerra Mundial. En algunas ocasiones, la planificación modernista dio origen a complejos episodios de burocratización del poder público, monopolización de los conocimientos expertos, e incluso terror estatal. En otras ocasiones, sin embargo, se materializó en impresionantes infraestructuras físicas y sociales –estadios, parques, proyectos de vivienda social, hospitales, escuelas, etc. – destinadas a expandir las posibilidades de la vida social en direcciones hasta ese momento inimaginables. Volver de manera crítica a estas imágenes históricas no implica una actitud nostálgica o complaciente con los mundos perdidos del socialismo, la socialdemocracia, o el desarrollismo. Articular históricamente el pasado, Walter Benjamin plantea en sus Tesis sobre la filosofía de la historia, “no significa conocerlo como verdaderamente ha sido. Significa apoderarse de un recuerdo tal como este relampaguea en un instante de peligro”.

En América Latina, el proyecto de avanzar hacia una coordinación consciente y planificada de la economía también surgió en momentos de peligro, como el que vivimos actualmente. Los primeros planes quinquenales y sexenales se dieron a fines de la década de 1930 en Brasil, México y Argentina, principalmente con el fin de mitigar los efectos catastróficos que dejó la Gran Depresión. Impulsados desde abajo por los frentes populares y movimientos obrero-campesinos que surgieron en aquel escenario de desmoronamiento económico, estos planes trazarían la trayectoria hacia programas de reconversión productiva, reformas agrarias y construcción de estados bienestar que mejorarían dramáticamente las condiciones de vida de la población. En algunas ocasiones, estos planes incluso terminarían por pulverizar el poder de patrones hacendales, haciendo posible nuevas formas de igualdad social y económica.

“El nuevo municipalismo emerge a raíz una nueva sensibilidad que busca llevar a los movimientos sociales al corazón de la política institucional. Una vez en el poder, estas alcaldías rebeldes han implementado agendas de política inspirada en principios mutualistas, feministas, ecosocialistas y cooperativos.”

Estas intervenciones públicas, a su vez, tuvieron como su correlato una impresionante vanguardia artístico-cultural que se manifestó en fenómenos como el Boom Latinoamericano en la literatura, el movimiento Tropicália de la música y artes plásticas en Brasil, y el brutalismo latinoamericano en la arquitectura, entre otros. Hoy, estas demandas y aspiraciones nos permiten reconectarnos con aquella sensibilidad que el crítico cultural Mark Fisher denominó prometeísmo popular, y que consiste en la aspiración que alguna vez tuvo la clase obrera de crear un mundo que excediera –en términos experienciales, estéticos y políticos – los miserables límites de las relaciones sociales burguesas. Si el prometeísmo popular que describe Fisher llegó a tener algo parecido a un lenguaje técnico que conectara las aspiraciones de los movimientos de base con el tejido de toma de decisiones del Estado, éste sin duda sería el de la planificación.

Este texto es una versión actualizada de un artículo publicado en el primer número impreso de la revista Jacobin América Latina.

Martín Arboleda es profesor de la Escuela de Sociología de la Universidad Diego Portales, en Santiago de Chile. Doctor en Ciencia Política de la Universidad de Manchester, Reino Unido. Sus áreas de investigación son la economía política del capitalismo global, la teoría social crítica, y los estudios agrarios y territoriales. Es autor de los libros Planetary Mine: Territories of Extraction Under Late Capitalism (Verso Books, 2020), y de Gobernar la utopía: sobre la planificación y el poder popular (Caja Negra Editora, 2021). Su trabajo de investigación también ha sido publicado en diversas revistas académicas internacionales, así como en Jacobin Magazine, Harvard Design Magazine, CIPER Chile, y Jacobin América Latina, entre otros.

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