NUESTROS MALESTARES TAMBIÉN PUEDEN SER POTENCIA

NUESTROS MALESTARES TAMBIÉN PUEDEN SER POTENCIA

Aunque Mark Fisher escribió abiertamente sobre su depresión, se nos hace difícil explicitar qué papel jugó esta enfermedad en su escritura y en su proyecto crítico y militante. Nos cuesta invocar a Fisher como fantasma porque su pensamiento aún sigue vivo. Su estela se adivina en múltiples proyectos que se rebelan sin tapujos contra nuestro asfixiante presente. En el texto “Bueno para nada” afirma que la depresión colectiva es el proyecto de resubordinación de la clase dirigente, y nos insta a convertir la desafección privatizada en ira politizada. Estado de malestar, el ensayo audiovisual de la artista María Ruido, nos convoca también en esa dirección. Nuestros malestares también pueden ser potencia. Hoy, encerradxs en nuestras casas, no dejamos de recibir instrucciones para lidiar con nuestra claustrofóbica ansiedad. El coaching psicológico se ha revelado como una de las técnicas de control social fundamental para la gobernanza en tiempos de cuarentena y pandemia. La incertidumbre ante el costo social que implicará la vuelta a la normalidad del realismo capitalista no debe ser (al menos solo) gestionada con mindfulness o clases virtuales de yoga. La energía política que subyace a nuestras sintomatologías debe remar contra la docilidad y el disciplinamiento que nuestros cuerpos están experimentando en este contexto de laboratorio social en el que estamos arrinconadxs.

Te invitamos a leer las reflexiones de Mark Fisher en “La privatización del estrés” y a ver el documental de la cineasta española María Ruido, presentado por ella misma.


Descargá “La privatización del estrés”, de Mark Fisher

Capítulo incluido en Realismo capitalista. ¿No hay alternativa? (Caja Negra, 2016)

ESTADO DE MALESTAR. POR MARÍA RUIDO 

La privatización del estrés es un sistema de captura perfecto, elegante en la brutalidad de su eficacia.
El capital enferma al trabajador, y luego las compañías farmacéuticas internacionales le venden drogas para que se sienta mejor. Las causas sociales y políticas del estrés quedan de lado mientras que, inversamente, el descontento se individualiza y se interioriza.

Mark Fisher, Realismo capitalista

En los años 60, un grupo de artistas encabezados por G. Richter y S. Polke acuñaron el término realismo capitalista como contraposición al denominado realismo socialista, y es este mismo término el que retoma el escritor y crítico cultural británico Mark Fisher para articular una de las más certeras y dolorosas crónicas de nuestro sistema de vida y trabajo y sus consecuencias.

Partiendo del libro de Fisher, Realismo capitalista (2016), y de su análisis de la presión y burocratización del semiocapitalismo digital, de ese espejo crítico que pone frente al “No hay alternativa” que pronosticó la recién llegada Margaret Thatcher en 1979, este proyecto propone un análisis del malestar y las enfermedades propias del capitalismo informacional, de esta tristeza general privatizada y desarticulada, paliada con el consumismo (ya lo advertía Pier Paolo Pasolini…) y la farmacología, y confrontada con el “voluntarismo mágico”, epítome de la falsa autonomía liberal del “si quieres, puedes”.

Frente a la fábrica y sus instituciones paralelas de disciplinamiento y concentración, las sociedades digitales -con formas de producción y sujeción dispersas y deslocalizadas- ya no tienen un afuera del trabajo. En el mundo actual, el capitalismo neoliberal se impone sin que exista prácticamente ningún lugar que escape a su sombra. Si en 2011 salimos a las plazas de España para compartir nuestro malestar, en los últimos años las condiciones del trabajo han empeorado, y nuestras vidas parecen haber retomado el rumbo del hogar, convirtiendo la precariedad no en un hecho económico si no en una condición vital: una vida en la que es imposible planificar a medio plazo, una vida en la que estamos obligadxs a convivir con lo imprevisto, y en la que las nuevas políticas de clase y de relación no parecen acabar de nacer ante las viejas estructuras que están ya muertas hace tiempo.

Si en el capitalismo fordista, como nos recordaban Gilles Deleuze y Félix Guattari, la enfermedad social era la esquizofrenia, en el postcapitalismo robotizado e hiperburocratizado (donde el horizonte que se vislumbra es el del postempleo) la competitividad constante y la vigilancia sin fin nos convierten en depresivxs, en anoréxicxs, en bulímicxs. Como explica Franco “Bifo” Berardi en un texto de 2006 sintomáticamente titulado La epidemia depresiva, frente a las enfermedades confrontativas como las neurosis o las psicosis, las enfermedades de nuestro tiempo son enfermedades de la “acomodación”, de la sobrerrespuesta, de la disponibilidad absoluta: la anoréxica o la bulímica temen no responder al cuerpo que se demanda de ellas, el vigoréxico nunca es suficientemente musculoso y fuerte, y el depresivo o la depresiva ha descubierto sus flaquezas, no se sienten a la altura de lo que esperan de él/ella.

Nuestros cuerpos anómalos han experimentado el horror del sistema, su violencia estructural –pura necropolítica–, sus trampas implacables, y responden con la fatiga, la inmovilidad, la enfermedad, el dolor crónico, los síndromes de sensibilización central. Responden con lo que son los síntomas de un malestar que va mucho más allá de lo biológico, que apunta al hueso de lo social, de lo colectivo.

El realismo fue, ya desde sus diferentes etapas, una forma de codificar la realidad, una forma de hegemonizar lo que se entendía por “real”. El realismo burgués del siglo XIX construyó un imaginario a la medida de esa clase social y del primer capitalismo, y las vanguardias respondieron con nuevas formas y encuadres que evidenciaban el marco político en el que se escondía el realismo burgués.

Parece más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, pero ¿lo es? El realismo capitalista lo absorbe todo, incluso nuestra capacidad para imaginarnos fuera de él. Lo capitaliza todo y convierte este sistema en el único posible. No hay alternativa. No hay salida. “Las cosas son como son”, nos dicen… sustrayéndonos a algo que no deberíamos olvidar nunca: la realidad es un estilo, la realidad no “es”: la realidad “se construye”.

Todo sistema ha tenido un principio y un fin, pero este parece eterno y nos está venciendo por la tristeza, el consumismo y la desarticulación, y cuanto más deprimidxs, más endeudadxs y más solxs estamos, más frágiles somos. Más enfermxs. Parece la tormenta perfecta, ante la que, si queremos sobrevivir, debemos encontrar nuestras formas de engranaje político, una nueva crítica al realismo capitalista, una nueva hegemonía radical, que nos haga tomar conciencia de que sí es posible un afuera, de que sí hay alternativa. Tiene que haberla, porque este sistema es una máquina de guerra, de enfermedad y muerte.

De esta forma, a partir de algunos textos de Mark Fisher, Franco “Bifo” Berardi y Santiago López Petit, así como de algunas conversaciones con filósofxs, psiquiatras, enfermerxs, sociólogxs y, sobre todo, con amigxs y personas afectadas y usuarixs del sistema de salud mental y sus aledaños –especialmente con el colectivo de activistas InsPiradas de Madrid–, Estado de Malestar se propone como un ensayo visual sobre la sintomatología social y el sufrimiento psíquico en tiempos del realismo capitalista, sobre el dolor que nos provoca el sistema de vida en el que estamos inmersos, y sobre qué lugares y acciones de resistencia y/o cambio podemos construir para combatirlo.


Mirá Estado de Malestar, de María Ruido

MARÍA RUIDO

(España, 1967). Es artista visual, realizadora de vídeo, investigadora y productora cultural. Desde 1997 desarrolla proyectos interdisciplinares sobre los imaginarios del trabajo en el capitalismo postfordista, la construcción de la memoria y sus relaciones con las formas narrativas de la historia. Actualmente es profesora en el Departamento de Imagen de la Universidad de Barcelona, y está implicada en diversos estudios sobre las políticas de la representación y sus relaciones contextuales.

MARK FISHER

(Reino Unido, 1968-2017). Fue un escritor y teórico especializado en cultura musical. Colaborador regular de las publicaciones The Wire, Sight & Sound, Frieze y New Statesman. Ejerció como profesor de filosofía en el City Literary Institute de Londres y profesor visitante en el Centro de Estudios Culturales de Goldsmith, Universidad de Londres. Entre sus libros se cuentan Realismo capitalista (Caja Negra, 2016), Los fantasmas de mi vida (Caja Negra, 2018), Lo raro y lo espeluznante y K-Punk (Volumen I: Caja Negra, 2019). Su blog k-punk es uno de los blogs más populares sobre teoría cultural.

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FUTUROS QUEER, UTOPÍAS ANIMALES Y AFECTOS INGENUOS. PAISAJES PARA UNA IMAGINACIÓN POLÍTICA EXTRAÑA DEL MAÑANA

FUTUROS QUEER, UTOPÍAS ANIMALES Y AFECTOS INGENUOS. PAISAJES PARA UNA IMAGINACIÓN POLÍTICA EXTRAÑA DEL MAÑANA

Ad Minoliti, Selva #5, 2014 y Selva #4, 2014

Por Nicolás Cuello

Este texto fue escrito originalmente para el Simposio de Pintura Expandida y Ficción Especulativa organizado por Ad Minoliti en el marco de Art Basel Cities, Buenos Aires (2018).

Habitamos un tiempo extraño. Esa es una de las pocas certezas que nos regala la estructura derrumbada del presente. Los imaginarios que componen el sueño descontrolado de lo posible se encuentran en una profunda crisis: una crisis de inmovilidad producida por la institucionalización del miedo como reemplazo de la palabra “futuro”. Los regímenes de precariedad internalizados por la sujeción hipotecaria de la existencia humana, la presión social que se derrama de las estructuras verticales del éxito subjetivo en las nuevas empresas del yo y la cancelación imaginativa de toda alternativa a la modulación liberal de lo dado han logrado restringir uno de los vectores de insubordinación más profundos en la historia de lo común: la fantasía.

Cuando hablamos de una crisis de la imaginación política nos referimos al conjunto de limitaciones programadas a escala global que buscan interferir en la experimentación especulativa de lo distinto, a todas aquellas formas identificables de control simbólico sobre el deseo que se ven enmudecidas por la incorporación forzada del capitalismo como único devenir posible en el inconsciente cultural, pero también cuando damos cuenta de los cercos simbólicos y las trampas emocionales en la que nos hunde la naturalización impuesta del fracaso de toda alternativa a lo real como una ficción regulatoria de la ensoñación, que entorpece y atormenta el trabajo expresivo de nuevos lenguajes políticos.

La referencia obligada en la genealogía de esta obturación se remonta a los profundos efectos de control derramados por la popularización de aquello que Francis Fukuyama nombró como el “fin de la historia”. La caída del Muro de Berlín para este autor sellaba oficialmente los labios de todos los procesos revolucionarios que habían tomado curso en distintas partes del mundo, instaurando la pauta existencial del proyecto político del capitalismo como un estado comprobado de evolución orgánico, coherente y autosustentable de la organización social. Un modo de vida, cuya principal garantía se reconoce en la capacidad constante de su actualización y reconfiguración estratégica para la extracción ininterrumpida de plusvalor a base de un proyecto de alienación corporal sin comparación alguna. El desarrollo inevitable del proyecto neoliberal como una ciudad imaginaria protegida de toda posibilidad  drástica de transformación, oficializaba no solo el fracaso de la cartografía precaria de proyectos socialistas en curso durante la década de los ochenta, sino que formalizaba históricamente el final de la flecha del tiempo.

Así es como define Mark Fisher el fracaso del futuro, o el proyecto de su lenta cancelación. A través de la institucionalización de modelos culturales sin riesgos, políticas de imaginación debilitadas y formas del sueño social entumecidas por la obligatoriedad del profit, que en conjunto comparten una mirada obsesiva hacia el agujero pegajoso del pasado. Eso que Frederic Jameson denominó posmodernidad como la lógica cultural del capitalismo tardío, Fisher en su lugar, nos invita a pensarlo como un realismo capitalista. Una práctica de colonización de toda capacidad inventiva de una otredad que naturaliza la violencia axiomática del destino financiero, aquel que reza “no existe alternativa alguna a lo que conocemos”. Es decir, no existen condiciones sociales ni herramientas fantásticas que posibiliten el surgimiento imaginativo de nuevas formas de organización de lo social que puedan garantizar la capacidad proyectiva de su realización y la concreción material de su sustentabilidad. Esto no significa que no hay lugar en el presente para la emergencia de lo independiente, lo autónomo o lo alternativo. Lo que prácticamente no existe en la actualidad es la emergencia de dichos deseos por fuera de las lógicas reproductivas de lo mainstream dado que la longevidad de la norma capitalista triunfa en cuanto puede fagocitar de manera anticipada las condiciones de emergencia de todo proceso capaz de reconfigurar la extensión de su poder: desactivando la revulsividad de movimientos culturales por medio de la lógica del espectáculo, precodificando las características de los paisajes sociales por venir a través de la presión mediática, preproduciendo formas de contacto social por medio de la incorporación tecnológica del control biopolítico e instalando en el orden subjetivo la promesa cruel del voluntarismo empresarial como un nuevo régimen del tiempo sin un verdadero futuro.

“Lo que prácticamente no existe en la actualidad es la emergencia de deseos por fuera de las lógicas reproductivas de lo mainstream dado que la longevidad de la norma capitalista triunfa en cuanto puede fagocitar de manera anticipada las condiciones de emergencia de todo proceso capaz de reconfigurar la extensión de su poder.”

Ad Minoliti, Fragmento de Cyber Painting #2, 2014

La crisis del pensamiento crítico y la desaparición de los proyectos políticos de izquierda a escala global sustrajeron la capacidad propositiva de la imaginación antagonista en el sentido común reduciéndolos exclusivamente a sus rasgos negativos, es decir, a su mera voluntad de oposición. Frente a los repertorios institucionalizados de la protesta que principalmente se basan en la ocupación del espacio público de manera colectiva junto con la producción de lenguajes sensibles de intervención critica, Fisher reconoce en la capacidad de la especulación un modo posible de transformación radical de las condiciones de lo social y su promesa de emancipación. Producir nuevas formas de contacto con lo fantástico, nuevas imágenes para la ciencia ficción y otros lenguajes especulativos sobre la articulación sensible del mañana que puedan romper con la monopolización del futuro por la verdad del capital se instituyen en lo que denomina formas de acción indirecta de una política sensible de la desobediencia por venir.

Dada la fortaleza con la que culturalmente se han sellado las direcciones deseantes de nuestra capacidad de soñar, no se propone romantizar la vuelta al futuro como una forma de inscripción desfasada de sensibilidades revolucionarias anacrónicas, sino en su lugar, formas de aproximación a ese pasado que nos toma desde una clave hauntológica o espectral, que a partir del reconocimiento de la inmovilidad abrasiva en la que nos hunde la naturaleza ontológica del loop histórico posmoderno, se pueda operativizar lúdicamente el reclamo de lo que fue, lo que podría haber sido o lo que incluso podría llegar a ser. Es la condición fantasmatica de la fantasía, la que puede posicionarse como una agencia virtual de reorganización político-emocional sobre el advenimiento de lo posible, la concreción de lo extraño y la sustentabilidad de lo alternativo.

“Se trata de producir nuevas formas de contacto con lo fantástico, nuevas imágenes para la ciencia ficción y otros lenguajes especulativos sobre la articulación sensible del mañana que puedan romper con la monopolización del futuro por la verdad del capital.”

Se trataría entonces de utilizar aquellos procedimientos culturales como las apropiaciones, los pastiches y los collages que definen nuestra relación con el tiempo para escuchar los futuros cancelados y ensayar desde allí imágenes que nos animen a pensar un descalce de la narrativa institucionalizada de lo que viene, bajo el signo de una monolengua lineal y positivista, una arquitectura prospectiva obsesionada por el discurso de una futuridad especifica que , según Lee Edelman, existe como una maquinaria heterosexual de identificación que solo garantiza la reproductibilidad del capitalismo como un modo de organización político cultural.

Allí es que se vuelve necesario el trabajo de lo queer, no como la figuración de un horizonte de liberación que media el lenguaje identitario, sino como un modo de desidentificación que deshace la lógica repetitiva del tiempo, la narración ilusoria de la fluencia constante una estructura desde la que se programa la realidad y se ocultan las condiciones normadas de inteligibilidad del de la historia y de nuestros cuerpos. No se trata de una actualización de los lenguajes androcentrados de la épica revolucionaria, sino en su lugar, de formas de acción minoritarias que se aproximen al pasado problematizando estas ficciones regulatorias que obturan o controlan la política cultural de las emociones antagonistas.

La irrupción de lo queer como un modo de hacer en el tiempo y sobre el tiempo, nos permite vislumbrar nuevas formas de contacto hauntológico, nuevos diálogos espectrales con el pasado que, a través de las fantasías que en él se puedan explorar, construyan las claves necesarias para revisar las condiciones del presente. Pensar lo queer de la imaginación futurista implica desarrollar ensambles y disposiciones que compliquen el imperativo de una relación lineal y transparente entre pasado, presente y futuro, nombrando así un giro perverso que nos haga tomar distancia de las narrativas de la coherencia heterosexual y de las economías capitalistas de reproductibilidad del presente.

Ad Minoliti, Fragmento de Cyber selva # 1, 2014

Esta pregunta sobre las condiciones de posibilidad de nuevas formas de imaginar el futuro no solo implica revisar cuáles son las condiciones de obturación que lo imposibilitan, sino también cuáles son aquellas formas de ensoñación que sí son posibles. Se trata entonces de un llamado simultáneo a la revisión urgente sobre la historiografía política de las ficciones del mañana, en las que vemos repetirse tropos de organización del sueño en los que se replican políticas visuales y cadencias afectivas que naturalizan la incapacidad de sobreponernos a lo que conocemos: El lenguaje de lo distópico nos inunda de paisajes putrefactos de tierra muerta, de sociedades esclavizadas por la inteligencia artificial, ciudades derrumbadas bajo el óxido de la contaminación ambiental, imaginarios capacitistas de cuerpos inmovilizados por la realidad virtual como experiencia totalizante, donde la violencia misógina se territorializa en la figura del cyborg feminizado mientras que el colonialismo especista y el imperialismo interplanetario se naturaliza como única lógica posible de supervivencia. Allí, en esas geografías en las que se despliega la multiplicidad de lo especulativo, vemos un principio de realidad incapaz de ser cancelado: la reproductibilidad del orden económico político, sexual y ambiental que propone el capitalismo que expresa bajo los efectos de continuidad de un modo de producción contemporáneo de existencias que incluyen la burocratización del poder, las relaciones de superioridad y explotación extractivista con el medio ambiente y otras especies no humanas, formas de jerarquización corporal y de violencia estructural hacia la diferencia sexual.

“Pensar lo queer de la imaginación futurista implica desarrollar ensambles y disposiciones que complican el imperativo de una relación lineal y transparente entre pasado, presente y futuro, nombrando así un giro perverso que nos hace tomar distancia de las narrativas de la coherencia heterosexual y de las economías capitalistas de reproductibilidad del presente.”

Frente a la pregunta sobre cuáles son entonces, en nuestras formas espectrales de contacto con el pasado, las imágenes que abren la capacidad de reconfigurar nuestros deseos de futuro desmantelando la amenaza proyectada en el mañana, Donna Haraway nos afirma con profunda pasión: ¡La respuesta son los perros! En el año 1985, la publicación de su libro “El manifiesto cyborg” trataba de darle un sentido feminista a las implosiones de la vida contemporánea en torno a la tecno ciencia. La presencia popular en el sentido mediático de los organismos cibernéticos en aquella época respondía a las fantasías imperialistas de tecno humanismo construidas en medio de narrativas contextuales como el principio de la cancelación total de lo alternativo a partir de la Guerra Fría y el advenimiento de las nuevas revoluciones culturales que prometían desordenarlo todo. Su descripción del cyborg se propuso como un lenguaje crítico para pensar el vínculo entre lo humano y lo no humano, lo orgánico y lo tecnológico, el carbono y la silicona, lo rico y lo pobre, el estado y el sujeto, la modernidad y la posmodernidad, pero sobretodo el presente y el futuro.

El entusiasmo depositado en la efervescencia tecnológica se correspondió con la explosión de imágenes fantásticas en las que se volvía urgente repensar las fronteras que administraban los escenarios maquínicos de producción, reproducción e imaginación del orden sociosexual mediante estrategias concretas de alteración, trastocamiento y desnaturalización que advertía el lugar de la tecnología en la construcción normativa de subjetividades sexogenerizadas. Un modo de hacer comprometido tanto con la parcialidad, la ironía, la intimidad y la desviación perversa de los signos, como con la esperanza utópica en torno a lo tecnológico como una pregunta posible por nuevas formas de vida.

Pero hacia finales del milenio, reconoce Haraway, los cyborgs ya no podían reunir las condiciones para una investigación crítica sobre la mutabilidad de la coexistencia ni sobre el desarrollo político de las condiciones de lo vivo. En su lugar, la historia de las especies de compañía permiten aperturas sobre nuevas imágenes de cohabitación, coevolución y de sociabilidad encarnada con modos de vida en conjunto. Su teoría feminista sobre la cooperación interespecie en su rechazo al pensamiento tipológico, a los dualismos binarios, al universalismo de todo tipo, contribuye a un rico despliegue de aproximaciones a la emergencia, la historicidad, la especificidad, la cohabitación, la constitución y la contingencia. Para ella, un saber feminista en torno a nuestra relación con las especies que nos rodean trata sobre la comprensión de cómo funcionan las cosas, qué podría ser posible y cómo los actores que componen este mundo pueden amarse y tenerse en cuenta de formas menos violentas, tomando por fin la diferencia en serio. Su manifesto de las especies en compañía, publicado en el año 2006, en sus palabras, se convirtió en una demanda de parentesco, en un llamado global a pensar las relaciones interpespecies desde lo que denomina la otredad significativa. Ya no desde los parámetros especistas del antropocentrismo, sino desde una nueva realidad que haga explícitas las conexiones parciales que nos forman en una red de tecnoorganismos conectados unos a otros, patrones de habitabilidad común donde los actores no somos ni totalidad ni parte, sino formas de vida que agenciamos de manera contingente nuestras historias heredadas para la prosperidad de un futuro compartido.

A través de la historia de los perros, Haraway entiende la importancia de pensar el contacto interespecie por fuera de la humanización transferencial que proponen los imaginarios heteroreproductivos de la familia. En su lugar, incita al reconocimiento de los perros como lo que son: perros, una especie distinta. Ni la proyección de uno mismo, ni la representación de una intención humana frustrada, ni el telos de nada. Perros, una especie con una relación obligatoria, constitutiva, histórica y protéica con los seres humanos. Nuestro contacto histórico con ellos habla de la inevitable y contradictoria historia de relaciones constitutivas en las que ninguno de los compañeros preexiste al acto de relacionarse y ese acto nunca se da de una vez y para siempre. El animal de compañía penetra en la tecnocultura dando cuenta del cruce entre la experiencia tecnocientífica y las prácticas tardoindustriales del cuidado, tratando entonces sobre la implosión de la naturaleza y de la cultura en la incansable e históricamente especifica vida compartida de los perros y las personas, vinculados en la otredad significativa.

Ad Minoliti, Fragmento de Cyber selva, 2014

Pensar en nuestra relaciones de compañía con otras especies es un acto político de esperanza en un mundo al borde de la guerra global y un trabajo en permanente ejecución que busca aprender por fin una ética y una política comprometida con la prosperidad de la otredad, tomando en serio las relaciones entre animales y humanos, tanto como con el medio ambiente. Los animales, de esta manera, no estarían siendo objeto de nuestros propios deseos reflejados, sino la condición necesaria para la emergencia de una ética del compañerismo y la cohabitación que nos propone trabajar sobre mejores condiciones para el sostenimiento de lo vivo.

En un escenario global de organización violenta con la totalidad de las especies, producir imágenes que trastoquen las lógicas de su comunicación y la crueldad de su contacto, puede empujarnos a un trabajo fantasmático sobre lo que podría llegar a ser y todavía no lo es: una utopía animal de lo común. Un lugar en el que nuestra relación de reciprocidad a partir del reconocimiento ético de nuestra diferencia puede permitir la emergencia de un futuro distinto basado en la ética de la prosperidad, que se vuelva responsable sobre la desaparición progresiva tanto material como simbólicamente de los animales no humanos.

“Pensar en nuestras relaciones de compañía con otras especies es un acto político de esperanza en un mundo al borde de la guerra global y un trabajo en permanente ejecución que busca aprender por fin una ética y una política comprometida con la prosperidad de la otredad, tomando en serio las relaciones entre animales y humanos, tanto como con el medio ambiente.”

Si los lenguajes de las industrias culturales han propuesto de manera sistemática representaciones distópicas o elucubraciones fantásticas que se organizan en torno a la multiplicación del sufrimiento especista interespacial, reproduciendo el principio vertical del poder antropocéntrico, nuestro trabajo es reponer estrategias que puedan volver a conectarnos con la demanda de cohabitación tecnoorgánica, reconociendo en ella y sus afectos la posibilidad de una nueva conciencia sobre lo que necesita ser el mañana. Hablamos de sentimientos políticos que puedan ayudarnos a pensar la animalidad por fuera de la condición de mascota como una economía de mercado, que nos despierten del estado de permanente evanescencia en el que se encuentran las especies en la lenta implosión del medio ambiente y que de una buena vez nos inciten al desmantelamiento de la monumentalización carcelaria que significan los zoológicos como museos vivos del maltrato.

La desidentificación con aquellos registros que introducen en clave sensible lo animal como un desborde amenazante, como la expresión de la barbarie y como un peligro moral cuya persecución constituye el precepto que ordena el mundo de lo humano, pueden ser posibles a través de intensificación de los afectos menores y los sentimientos ordinarios como la ternura, lo bonito y lo ingenuo: emociones que a través de la velocidad de su identificación pueden reparar el daño que estructura la distancia con aquellas especies con las que compartimos necesariamente el mundo y la posibilidad de nuestra vida.

Hablamos de afectos que en comparación con los registros emocionales de la agencia política tradicional, circulan por economías de lo bajo, con formas de aparición que responden a la sistematicidad de lo cotidiano, a la repetición industrial de la cultura de masas, cuyas resonancias significantes han sido historizadas tradicionalmente como de menor alcance.

Ad Minoliti, Mujeres sobre selva, 2009

En contraposición a la compleja profundidad que caracteriza las estructuras sentimentales en las que se reconocen las mutaciones subjetivas de una época, estos afectos de menor intensidad, usualmente descartados por su incapacidad constitutiva de portar significados complejos para el diseño de la política por venir, nos dice Sianne Ngai, portan la promesa de nuevas formas de relacionabilidad entre los sujetos y los objetos.

Si bien es cierto que parte de la debilidad que se reconoce en estos afectos específicos para el diagrama de una nueva sensibilidad política tiene que ver con su creciente instrumentalización por las lógicas de la identificación mercantil, la ternura, lo bonito y lo ingenuo nos ofrecen la oportunidad de ponernos en contacto a través de experiencias no complejas, liberadas del compromiso moral de la profundidad.

La rapidez del agrado, la velocidad de la afirmación y el placer inmediato que proporcionan estos afectos deben ser leídos desde una relación inestable con los ritmos de la identificación comercial en las lógicas del consumo global. Sus texturas se componen de características suaves, que si bien provienen de las esferas de la cultura de masas y de los basureros emocionales que diagraman los regímenes patriarcales de las verdades sentimentales de lo político, su aparente incapacidad de confrontación con el poder nos priva de reconocer sus modos diagonales de intervención en la realidad. Tal como mencionábamos anteriormente cuando hablábamos de la fantasía como una forma de acción indirecta, o la compañía interespecie como una ética del cuidado capaz de transformar la estructura político-cultural en curso, sentimientos como lo tierno, lo bonito y lo ingenuo, además del efecto relajante que producen, nos recuerdan nuestra capacidad de amar, devolviéndonos la posibilidad de comunicar afecto, de expresar preocupación y de proteger aquello que nos hace bien. La conflictividad de su corporalidad diminutiva y la infantilización que los define, nos dice Ngai, en lugar de definirlos como sentimientos no operativos para la política sensible mayúscula de la ensoñación radical del mañana, nos recuerda, una vez que se hacen presente en nosotros, de su papel protagónico en la producción de deseos de cuidado y protección: una tarea históricamente no reconocida para los cuerpos feminizados cuya importancia es sustancial para la posibilidad de lo social y lo político. Estas imágenes que podemos identificar como tiernas, como bonitas, como ingenuas hablan de la potencia de la fantasía en el trabajo de reconocimiento amoroso entre los sujetos, y aquí podemos agregar, también entre especies. Su aparición nos demanda ayuda, nos moviliza empatía, nos pide cuidado, nos demuestra capaces de escuchar eso que nos pide afecto, eso que nos pide amor, por tanto también capaces de protegerlo, también capaces de garantizar su existencia con nosotros.

“Sentimientos como lo tierno, lo bonito y lo ingenuo, además del efecto relajante que producen, nos recuerdan nuestra capacidad de amar, devolviéndonos la posibilidad de comunicar afecto, de expresar preocupación y de proteger aquello que nos hace bien.”

En medio de una coyuntura global obsesionada con la reproducción interminable de esta frustración imaginativa en la que se encuentran los potenciales deseos de transformación de lo real, aquellos lenguajes caducos, imposibles y extraños de la fantasía nos permiten conectarnos con la emergencia posible de una ética diferencial sobre la existencia compartida. Dejarnos interpelar por aquellas especies compañeras menos pensadas, privadas por medio de la extinción de un mañana, y por aquellos afectos feminizados, expulsados de los lenguajes de la imaginación política antagonista puede ser un camino posible para transformar nuestra capacidad de ensoñación, comprometiéndonos en la creación de imágenes que como artefactos semióticos, desafíen la cancelación del futuro a partir de nuevos proyectos de sensibilidad tecnoorgánica cuya relación con la otredad sea la garantía para la multiplicación de mundos y formas extrañas de habitar juntos la experiencia de la vida.

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Referencias

– Mark Fisher, Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?, Buenos Aires, Caja Negra, 2016.
– Mark Fisher, Los fantasmas de mi vida. Escritos sobre depresión, hauntología y futuros perdidos, Buenos Aires, Caja Negra, 2018.
– Frederic Jamenson, El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, Buenos Aires, Paidos, 1991.
– Lee Edelman, No al futuro. La teoría queer y la pulsión de muerte, Barcelona ­ Madrid, Egales, 2014.
– Donna Haraway, Manifiesto de las especies de compañia, Córdoba Capital, Bocavulvaria, 2017.
– Sianne Ngai, Our Aesthetic Categories: Zany, Cute, Interesting, Cambridge, Harvard University Press, 2012.

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¿PARA QUÉ NOS SIRVE MARK FISHER?

Compartimos la intervención del escritor y crítico cultural Alejandro Galliano realizada en el encuentro “No dejar ir el fantasma. Mark Fisher y las fisuras del realismo capitalista”, celebrado el 14 de septiembre de 2018 en el Centro Cultural Conti, que fue convocado en conjunto por el propio centro y por Caja Negra.

Ya no vamos a leer nada nuevo de Mark Fisher. La edición en castellano de K-punk, sumada a Realismo capitalista, Los fantasmas de mi vida y Lo raro y lo espeluznante, agota prácticamente la totalidad del material escrito por el filósofo suicidado en 2017. La única manera de mantener vivo su pensamiento desordenado y epocal va a ser traicionarlo un poco, adaptarlo a nuestros problemas y necesidades.
Esa traducción traicionera es la que hizo el mismo Fisher con gran parte del instrumental conceptual que manejaba. Empezando por la hauntología, el juego de palabras creado por Jacques Derrida en el contexto de crisis de la izquierda de los noventa para definir una ontología de los fantasmas, de lo que está y no está; sea porque aún no surgió (como la revolución socialista en el Manifiesto comunista) o porque aún no desaparece (como la revolución francesa en el 18 Brumario), pero que en ambos casos actúa entre nosotros. Luego de la intervención política de Derrida, el concepto giró hacia los estudios culturales anglosajones. El aporte de Fisher fue repolitizar la hauntología para recuperar un conjunto de preocupaciones como la identidad de la clase trabajadora, el modernismo y el futuro.
Nuestro problema y desafío es pensar a Fisher y sus fantasmas desde una periferia que no es solo económica. La Inglaterra de Fisher padece un estricto disciplinamiento capitalista que cala hasta la autoestima de sus gobernados; Argentina, por el contrario, sufre una constante crisis de hegemonía y demanda social incontenible que hace temblar hasta los cimientos de los servicios de inteligencia y los organismos de crédito internacional.
Pensar a Fisher desde nuestro país exige evitar tanto el injerto híbrido de “ideas fuera de lugar” como el excepcionalismo ramplón tan común por aquí abajo. Hace poco el psiquiatra y crítico literario Marcos Zurita tuiteó que “si Mark Fisher hubiese sido nacido acá, el peronismo lo salvaba”. Mientras tanto, Argentina se ubica en tercer lugar entre los países de la región por su tasa de suicidios, según la OMS.
Lo que sigue son tres breves lecciones de Mark Fisher para una hauntología argentina.

1. La hauntología como clasismo

La clase obrera siempre es fantasmal, sabemos que existe pero no la vemos, desde los nibelungos de Richard Wagner y la Metropolis de Fritz Lang, hasta los talleres clandestinos de Awada en Buenos Aires. El mismo Manifiesto Comunista es una especie de invocación medium, tal como señala Peter Hitchcock: comienza describiendo a un fantasma y termina pidiéndole a esa clase espectral que se una y se materialice en algo.
En Argentina, en cambio, la clase obrera tiene una innegable presencia histórica, política y económica, simbolizada por el terrible edificio modernista que la central sindical posee en una de las principales avenidas de Buenos Aires. ¿Se puede hablar de fantasmagoría en este caso? Sí, porque ese sindicalismo, eficaz y necesario, representa de hecho a una porción cada vez más chica de la clase obrera, carcomida por diversas formas de precarización: subempleo, tercerización, etc…

Mientras tanto surgen otras formas de clase obrera como los trabajadores de plataformas digitales (Glovo, Uber, etc.), presentes en el nuevo tejido urbano pero invisibles a la representación política y corporativa. En un libro reciente, Fronteras urbanas, Eleonora Elguezabal estudia a las torres porteñas y concluye que son tanto espacios de residencia como de trabajo, con toda una jerarquía de empleados de mantenimiento, limpieza y vigilancia que funcionan en su interior. Solo que esos trabajadores están ocultos por la propia lógica de funcionamiento de las torres.

La primera lección fisheriana, entonces, sería que la izquierda tiene que ser algo así como un cazafantasma, capaz de percibir lo oculto socialmente y reactivar lo muerto políticamente.

2. La hauntología como aceleracionismo

La hauntología no es una nostalgia. Por eso Fisher critica a la “melancolía de izquierda”: la remembranza paralizante de un pasado idealizado y sus reliquias. Más aún, Fisher mantuvo durante toda su vida una afinidad intelectual y humana con el llamado “aceleracionismo”, una corriente intelectual que propone extremar las transformaciones sociales y tecnológicas del capitalismo hasta superarlo.
Fisher comenzó su carrera intelectual en la Cybernetic Culture Research Unit (CCRU), que Sadie Plant y Nick Land regenteaban a mediados de los noventa en la Universidad de Warwick. Y hasta el final de su vida mantuvo lealtad intelectual hacia una figura tan polémica como Nick Land. Fisher también saludó con entusiasmo el Manifiesto por una política aceleracionista de Alex Williams y Nick Srnicek, un texto que él mismo inspiró en parte mediante su contacto con Srnicek, y al que le respondió en 2014 con su propio panfleto Reclaim modernity, coescrito con Jeremy Gilbert.
La hauntología de Fisher nos ayuda a resolver algunos problemas teóricos y políticos del aceleracionismo. Benjamin Noys observa que el aceleracionismo en su furor estético por la robotización y el rizoma descuida la existencia de prácticas, instituciones y sensibilidades sociales que sería sumamente nocivo acelerar aún más. Hartmut Rosa estudió ese daño en Aceleración y alienación.

La hauntología atiende justamente a esa fricción entre los tiempos del presente: la ilusión del futuro, sí, pero sin desgarrar el presente ni destruir el pasado. Los fantasmas de Fisher son los del modernismo cultural y las ideas de futuro que fuimos perdiendo. Los mismos aceleracionistas no dudan en reivindicar experiencias retrofuturistas como el Cybersyn chileno o la cosmonáutica soviética. A ese acervo podemos agregar las fantasías atómicas del primer peronismo, estudiadas recientemente por Hernán Comastri, la base aeroespacial de Chamical o la ciudad hidroespacial de Gyula Kosice. Hay bolsones de futurismo en el pasado que pueden ser explotados para pensar presentes alternativos sin necesidad de nostalgia ni alienación.

La segunda lección fisheriana es que hay una opción entre el ludismo de la izquierda miserabilista y la ingenuidad aceleracionista, y es activar esos bolsones de futurismo pasado no como nostalgia, sino como una carencia, un ruido incómodo que puede tener un efecto subversivo en la cerrazón política presente.

3. La hauntología como revisionismo

Y eso nos lleva a otro concepto de Fisher: los futuros perdidos. Aquí la referencia es Fredric Jameson, en especial su Arqueologías del futuro, de donde Fisher extrae su ramida cita “es más fácil pensar en el fin del mundo que en el fin del capitalismo” (de hecho Jameson se la atribuye, a su vez, a “alguien” innombrado en el libro). Se trata de un extenso ensayo en el que Jameson, desde Darko Suvin, considera que la ciencia ficción encarna la forma actual de las utopías y es allí donde encontraremos la forma de pensar sociedades radicalmente diferentes.
Fisher también hace una arqueología del futuro, pero no con la ciencia ficción sino con el pasado reciente: idealiza los años pre-thatcheristas hasta extrañarlos y así los transforma en un modelo de futuro alternativo. Es una operación de revisionismo histórico sobre una época, los años setenta, que ningún inglés reivindicaría: estancamiento económico, crisis social, pauperización, anomia, etc. Andy Beckett revisó ese pasado de creatividad cultural y resistencia social en When the lights went out y Fisher se tomó de ese revisionismo para imaginar una modernidad alternativa, una posibilidad de futuro que se perdió en el pasado. Como si hubiera una dimensión paralela en donde transcurre una historia sin Reagan y Thatcher que nos permite imaginar el progreso material del neoliberalismo, su internet y su sociedad multicultural, sin las patologías del realismo capitalista.
Ahora bien, ¿cómo operar ese revisionismo aquí? Los años setenta argentinos fueron debatidos y reinterpretados más que extensamente. Ese debate alimentó una fantasmagoría mucho más paralizante que la que discutimos en este texto, con su culto a los muertos y sin que a nadie terminara de quedarle claro el modelo de sociedad que se terminó perdiendo: ¿el socialismo nacional?, ¿el Pacto Social de Gelbard?
No, nuestra década hauntológica son los ochenta. No me refiero a los ochenta nostálgicos de Netflix, una idealización de la modernización reaganista que maquilla groseramente su costo social, sino a los ochenta argentinos. Tan difíciles de reivindicar como los setenta británicos: hiperinflación, golpismo, el mundo agónico de la “Argentina peronista” un minuto antes del estallido, pero también el instante previo al neoliberalismo en donde los últimos cartuchos guerrilleros convivían con las clases de Esther Díaz sobre Foucault antes de ir al Parakultural a escuchar a Todos tus muertos.
No es casualidad que últimamente haya un revival cultural, sino político, de los ochenta. Libros como Los 80 de José Esses y Dalia Ber, o fenómenos de internet como el blog Resiste un archivo o el canal de Youtube “Raro VHS”. Pero esos casos no dejan de ser formas de nostalgia. Me interesa rescatar dos casos no nostálgicos, dos casos hauntológicos.
Uno es @Canal11BsAs, una cuenta de twitter que se dedica a relatar en “tiempo real” la programación de Canal 11 durante 1988 y 1989. Imposible sentir nostalgia de ese año: dos levantamientos militares, Plan Primavera, la derrota de la renovación peronista por el menemismo. La cuenta juega más bien con la sensación de deja vu que nos deja la crisis cíclica argentina: titulares que podrían ser actuales, crisis y medidas que se repiten, el pastoso retrato VHS de políticos y periodistas que hoy pretenden el bronce o que se perdieron para siempre. El efecto es estéticamente estremecedor pero políticamente paralizante. Un 18 Brumario menemista cuyos fantasmas nos arrastran a un pasado recurrente y nos impiden pensar un presente distinto.

El otro caso son dos videos alojados en Youtube: Los Encargados interpretando Orbitando en Feliz Domingo en 1986, y Virus con Mirada speed en Hola Susana en 1988. Un pionero de la electrónica tocando en un programa orientado a toda la familia que transmitía el canal de mayor rating, un artista gay al borde de la muerte bailando en prime time un estribillo casi pedófilo con la diva televisiva de la época. La vanguardia de fiesta entre las tripas del populismo conservador televisivo. Eran los desórdenes que permitía una crisis terminal.
Desde entonces la crisis terminal argentina no termina. Se repite una y otra vez, minando nuestra autoestima colectiva y nuestra capacidad para concebir un futuro diferente. Que estos fantasmas nos recuerdan que un minuto antes de la modernización neoliberal había otra modernidad posible. La general intellect que hizo posible esa vanguardia cultural popular (así como construcciones políticas, modelos de negocios, etc.) todavía nos rodea en forma de pasado cristalizado.

La tercera lección fisheriana es que una mirada a la productividad cultural y política de otros momentos críticos como los ochenta o el 2001 puede ayudar a evitar la parálisis y la falta de autoestima que producen las crisis cíclicas en los nervios de la sociedad. Tiene que ser una mirada sin vergüenza del pasado ni miedo al futuro. Una mirada sin nostalgia. Una mirada hauntológica.

*Las imágenes incluidas en este posteo pertenecen a @Canal11BsAs

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