BAJO UNA PILA DE TRONCOS
BAJO UNA PILA DE TRONCOS
Por Mercedes Halfon
Lxs amigxs de Caja Negra me propusieron que escriba sobre Ningún lugar a donde ir, editado por ellos por primera vez en castellano en el año 2008. Me gusta escribir sobre un libro que no es una novedad. Que hace mucho que está en las librerías y sobre todo, en las bibliotecas de otros lectores, muchos de ellos amigxs míos y otros que podría considerar cercanos, por el simple hecho de ser devotos de este artista enorme y extraño que es Jonas Mekas. Cuando se editó el libro, yo era estudiante y una periodista cachorra, no creo haber tenido la menor posibilidad de escribir sobre él en ningún lado. Pero me conseguí el libro y lo leí, posiblemente en unas vacaciones de verano. En ese espacio incierto que se abre sin obligaciones ni inminencias me adentré en este diario, que su autor escribió en la juventud y publicó muchos años después, cuando ya era un artista consumado. Por muchas razones es un libro único, la experiencia de Mekas es la de muchos europeos desplazados en el fin de la Segunda Guerra Mundial, pero sus vivencias y el modo de narrarlas, lo hace diferente a todas las demás. Creo que al toparme con las primeras páginas –una lectura de la que no iba a tener que dar cuenta a nadie, ahora que lo pienso, fue mucho mejor así– me di cuenta de que estaba ante una voz que iba a cambiar mi manera de relacionarme con las palabras, los objetos y las imágenes para siempre, que su vida iba a acompañar a la mía, a iluminarla, a señalar las elecciones correctas, aun en su diferencia radical, en lo incomparable de sus experiencias.
Fue hijo de una familia de campesinos lituanos, poeta y estudiante de filosofía, pero la Segunda Guerra Mundial partió su vida a la mitad. En 1944, un Mekas extremadamente joven, que aún vivía en Semeniškiai, escribió textos para un boletín clandestino que denunciaba las actividades alemanas en su país. Si bien escondió la máquina de escribir con que habían realizado la publicación bajo una pila de troncos en el patio de su casa, la máquina fue robada. Antes de ser identificado como el autor de esos textos, tuvo que huir junto a su hermano Adolfas. Tanto los nazis como los soviéticos eran un peligro para él. Así inició una errancia durante algunos meses que se convirtieron en años y luego en décadas, sin poder volver a su Lituania natal. Toda esta historia es la que narra en su extraordinario diario Ningún lugar a dónde ir: el viaje que en emprendió a través de Europa destrozada, una migración difícil pero que nunca termina de ser del todo dramática, porque Mekas siempre está dispuesto a ver más de lo que hay, a tener una reflexión más hermosa, más singular, siempre lejos de la desesperación, buscando los lugares de intensidad y de vida.
Vuelvo a la imagen de la máquina de escribir escondida bajo una pila de troncos. No puedo explicar por qué, pero me parece que condensa algo del poder de Mekas: su ética siempre un poco anarquista, silvestre, poética, de una belleza difícil de igualar.
El diario comienza diciendo: “No soy un soldado ni un partisano. No estoy apto física ni mentalmente para ese tipo de vida. Soy un poeta. Que los países grandes luchen. Lituania es pequeña. En toda nuestra historia las grandes potencias han marchado sobre nuestras cabezas. Si uno se resiste o no tiene cuidado, termina convertido en polvo bajo las ruedas de Oriente y Occidente. Lo único que podemos hacer los pequeños es, de alguna forma, intentar sobrevivir.”
Ese mensaje, todavía hoy resuena en mi cabeza. Imposible no conmoverse con esa aguerrida defensa de lo pequeño, lo indeterminado, lo marginal. El relato de las vidas que existen al costado de los grandes poderes y las grandes luces, que se sostienen en su no protagonismo, que son testimonios a contrapelo, que hacen de la sombra su fortaleza.
El poeta finalmente logra la salida al mar y llega a Nueva York, imantado por las luces que ve desde el océano. Y ahí se queda hasta el fin de sus días. Aunque una vez allí, no terminan sus problemas. Exiliado y pobre, trabaja como obrero, luego se convierte en fotógrafo y tiempo más tarde en cineasta experimental, llevando su clásica Bolex a todos lados. Todo este comienzo también es narrado en el diario. Es curioso, en cada objeto artístico suyo –libros, películas, entrevistas– las condiciones de su vida –lituano, exiliado, obrero, artista– se dan a la vez, superpuestas, ninguna de sus experiencias se olvida sino que se eleva a una instancia superior. Eso lo convierte en una voz tan poderosa, tan sabia, de tanta originalidad. Y esto literalmente. ¿Cómo olvidar acaso su voz, en los off de sus películas? El inglés extrañamente pronunciado, lento, como si se tratara de versos que un poeta no está leyendo, sino que está recordando.
En algún momento Ningún lugar adonde ir estuvo agotado. Y con un grupo de amigas con quienes compartíamos un taller de poesía decidimos hacer un grupo de Facebook para luchar por su reedición. La lucha fue breve, la verdad. Al notar el interés, lxs amigxs de Caja Negra pusieron manos a la obra. Y el libro volvió a salir, a ser novedad otra vez, con otra tapa y nuevos comentarios. Yo tengo la primera, con colores celestes casi plateados y un destello rosado en un extremo, que es como esos glimpses de los que Mekas habla en sus películas, atisbos de belleza con los que se iba encontrando a medida que vivía. Pero otros pudieron recién en ese momento hacerse de la segunda edición. Y leerla. Y escuchar esa voz que dice “¡Huyamos al oeste! ¡Al oeste!”. Esa voz es la que se pone en marcha, siempre de nuevo, siempre cargada de belleza, nada más empezar a leer Ningún lugar a donde ir.
Mercedes Halfon nació en Buenos Aires en 1980. Es escritora, periodista cultural y curadora en artes escénicas. Escribe en el suplemento Radar de Página/12. Es docente de poesía en la carrera Artes de la Escritura en la UNA. Es curadora del ciclo teatral Invocaciones, en el Centro Cultural San Martín. Dirigió en colaboración con Laura Citarella el film Las poetas visitan a Juana Bignozzi, ganador del premio a Mejor Director en el Festival Internacional de cine de Mar del Plata. Ha publicado los libros de poesía Hebilla de pasto (2012, Vox) y Lámparas ideales (2019, Ediciones Liliputienses, España) Sus novelas El trabajo de los ojos (2018) y Diario Pinchado (2020) fueron publicadas en Argentina, Chile y España.
Foto: Catalina Bartolomé