SOBRE EL SIGNIFICADO DE LAS CIENCIA-FICCIONES ECONÓMICAS

SOBRE EL SIGNIFICADO DE LAS CIENCIA-FICCIONES ECONÓMICAS

Captura del film Metropolis (1927), de Fritz Lang.

Por Mark Fisher

El realismo capitalista postula al capitalismo como un sistema libre de las ilusiones sentimentales y las mitologías consoladoras que gobernaron a las sociedades en el pasado. El capitalismo opera con la gente tal y como es, no busca rehacer la humanidad a partir de alguna imagen (idealizada), sino que alienta y libera esos “instintos” de competencia, autopreservación y espíritu de emprendimiento que han de emerger siempre, sin importar cuánto se intente reprimirlos o contenerlos. La bien conocida paradoja del neoliberalismo, no obstante, fue que requirió de un proyecto político deliberado, llevado a cabo por la maquinaria del Estado, para reafirmar esta imagen de lo humano. Philip Mirowski ha argumentado que el neoliberalismo puede ser definido por una doble (y ambigua) actitud hacia el Estado: en el nivel exotérico de la polémica populista, el Estado es algo a despreciar; en el nivel esotérico de la estrategia real, el Estado es algo a ser ocupado, instrumentalizado. El alcance y la ambición del programa neoliberal de restaurar lo que nunca pudo ser suprimido fueron resumidos por el infame comentario de que “el método era la economía, la meta era la de cambiar el alma”; el eslogan del estalinismo de mercado. La metafísica libidinal que subyace al neoliberalismo bien podría llamarse libertarianismo cósmico: más allá y por debajo de las estructuras sociales, políticas y económicas que restringen, el espíritu de empresa existe como potencial en ebullición ansioso por ser liberado. Frente a ello, por tanto, la meta de la política de acuerdo con la doctrina exotérica del neoliberalismo es esencialmente negativa: consiste en un desmantelamiento de esas estructuras que mantienen encerradas a las energías del emprendimiento. En la realidad, por supuesto, y como señaló el comentario de Thatcher, el neoliberalismo era un proyecto constructivo: el sujeto económico competitivo fue el producto de un vasto proyecto de ingeniería libidinal e ideológica. Y, como Jeremy Gilbert −a partir de la obra de Michel Foucault− ha observado, el neoliberalismo ha sido en efecto caracterizado por un pánico fiscalizador: su retórica de liberar el potencial individual oculta su represión y su miedo a la agencia colectiva. La colectividad es siempre estúpida y peligrosa: el mercado es capaz de funcionar de manera efectiva únicamente si se trata de una masa descortezada de individuos, solo así pueden generarse sus propiedades emergentes.

Captura de Things to Come (1936), film de William Cameron Menzies, inspirado en la novela de H.G. Wells The Shape of Things to Come.

Lejos de ser un sistema liberado de las ficciones, el capitalismo debería ser visto como el sistema que libera las ficciones para que imperen sobre lo social. El campo social capitalista está tramado por lo que J.G. Ballard llamó las “ficciones de todo tipo”. Ballard tenía en mente los banales aunque potentes productos de la publicidad, las relaciones públicas y el branding, sin los que el capitalismo tardío no podría funcionar, pero está claro que lo que estructura la realidad social –la así llamada “economía” – es en sí mismo un tejido de ficciones. Debe aquí enfatizarse que las ficciones no son necesariamente falsedades o engaños; están lejos de eso. Las ficciones sociales y económicas siempre eluden al empirismo: nunca están dadas en la experiencia dado que son lo que estructura la experiencia. Pero el fracaso empirista para asir estas ficciones demuestra sus propias limitaciones. La experiencia siempre es solo posible sobre la base de una red de virtualidades inmateriales: regímenes simbólicos, proposiciones ideológicas, entidades económicas. Debemos resistir cualquier tentación de idealismo aquí: estas ficciones no son urdidas en la mente de individuos ya existentes. Al contrario, el sujeto individual es algo como un efecto especial generado por estos sistemas ficcionales transpersonales. Podríamos denominar a estas ficciones virtualidades efectivas. Bajo el capitalismo, estas virtualidades escapan a cualquier pretensión de control humano. Quiebras financieras producidas por instrumentos arcanos, negociaciones bursátiles automatizadas de alta velocidad… pero ¿qué es el capital “en sí mismo” sino una enorme virtualidad efectiva, un inexorable agujero negro en expansión que crece chupando las energías social, física y libidinal hacia sí mismo?

Aparentemente, el capitalismo no se vio debilitado por el crash del 2008. Si bien el populismo de derecha ha sido pavorosamente exitoso, el anticapitalismo no ha probado ser un movilizador suficiente. De manera provocativa, podríamos hipotetizar que la emergencia del anticapitalismo puede correlacionarse con la emergencia del realismo capitalista. Cuando el socialismo realmente existente desapareció –y la socialdemocracia siguió sus pasos con prontitud– la izquierda radical rápidamente dejó de ser asociada con un proyecto político positivo y empezó a estar definida solo por su oposición al capital. Como incesantemente corean los porristas del capital, los anticapitalistas no han logrado todavía articular una alternativa coherente. La producción de nuevas ciencia-ficciones económicas [economic science fictions] se vuelve por tanto un imperativo político urgente. Uno no puede simplemente oponerse a las ficciones económicas del capitalismo. Estas necesitan ser combatidas por ciencia-ficciones económicas que puedan ejercer presión sobre la actual monopolización de las realidades posibles bajo el capital. El desarrollo de ficciones económicas constituiría así una forma de acción indirecta sin la cual la lucha por la hegemonía no triunfará.

Captura de Things to Come (1936).

Es fácil verse intimidado por la dimensión aparente de este desafío (¡inventa un programa completamente funcional para una sociedad postcapitalista o el capitalismo reinará por siempre!). Pero no debemos dejarnos acallar por esta falsa oposición. No es una visión única y total lo que se requiere, sino una multiplicidad de perspectivas alternativas, cada una de ellas potencialmente abriendo una grieta hacia otro mundo. La exhortación a producir ficciones implica un espíritu abierto y experimental, una cierta soltura de las pesadas responsabilidades asociadas con la generación de programas políticos determinados.  Sin embargo, las ficciones pueden ser motores para el desarrollo de las políticas futuras. Pueden ser máquinas para diseñar el futuro: las ficciones sobre cómo puede verse un, digamos, nuevo sistema de vivienda, salud o transporte inevitablemente nos llevan a imaginar también qué tipo de sociedad podría albergar y facilitar estos desarrollos. Por decirlo de otro modo, las ficciones pueden contrarrestar el realismo capitalista al ofrecer alternativas a lo pensable del capitalismo. No solo eso: las ficciones son también simulaciones en las que podemos comenzar a percibir cómo sería vivir en una sociedad postcapitalista. La tarea es producir ficciones que puedan ser convertidas en virtualidades efectivas, ficciones que no solo anticipen el futuro, sino que puedan ya empezar a hacerlo realidad.

*El texto original se encuentra incluido en la antología Economic Science Fictions, William Davies (ed.), Londres, Goldsmiths Press, 2018. Esta traducción pertenece a Matheus Calderón.
**La imagen miniatura que ilustra esta entrada es la cubierta de la novela We de Yvegny Zamyatin.

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NUESTROS MALESTARES TAMBIÉN PUEDEN SER POTENCIA

NUESTROS MALESTARES TAMBIÉN PUEDEN SER POTENCIA

Aunque Mark Fisher escribió abiertamente sobre su depresión, se nos hace difícil explicitar qué papel jugó esta enfermedad en su escritura y en su proyecto crítico y militante. Nos cuesta invocar a Fisher como fantasma porque su pensamiento aún sigue vivo. Su estela se adivina en múltiples proyectos que se rebelan sin tapujos contra nuestro asfixiante presente. En el texto “Bueno para nada” afirma que la depresión colectiva es el proyecto de resubordinación de la clase dirigente, y nos insta a convertir la desafección privatizada en ira politizada. Estado de malestar, el ensayo audiovisual de la artista María Ruido, nos convoca también en esa dirección. Nuestros malestares también pueden ser potencia. Hoy, encerradxs en nuestras casas, no dejamos de recibir instrucciones para lidiar con nuestra claustrofóbica ansiedad. El coaching psicológico se ha revelado como una de las técnicas de control social fundamental para la gobernanza en tiempos de cuarentena y pandemia. La incertidumbre ante el costo social que implicará la vuelta a la normalidad del realismo capitalista no debe ser (al menos solo) gestionada con mindfulness o clases virtuales de yoga. La energía política que subyace a nuestras sintomatologías debe remar contra la docilidad y el disciplinamiento que nuestros cuerpos están experimentando en este contexto de laboratorio social en el que estamos arrinconadxs.

Te invitamos a leer las reflexiones de Mark Fisher en “La privatización del estrés” y a ver el documental de la cineasta española María Ruido, presentado por ella misma.


Descargá “La privatización del estrés”, de Mark Fisher

Capítulo incluido en Realismo capitalista. ¿No hay alternativa? (Caja Negra, 2016)

ESTADO DE MALESTAR. POR MARÍA RUIDO 

La privatización del estrés es un sistema de captura perfecto, elegante en la brutalidad de su eficacia.
El capital enferma al trabajador, y luego las compañías farmacéuticas internacionales le venden drogas para que se sienta mejor. Las causas sociales y políticas del estrés quedan de lado mientras que, inversamente, el descontento se individualiza y se interioriza.

Mark Fisher, Realismo capitalista

En los años 60, un grupo de artistas encabezados por G. Richter y S. Polke acuñaron el término realismo capitalista como contraposición al denominado realismo socialista, y es este mismo término el que retoma el escritor y crítico cultural británico Mark Fisher para articular una de las más certeras y dolorosas crónicas de nuestro sistema de vida y trabajo y sus consecuencias.

Partiendo del libro de Fisher, Realismo capitalista (2016), y de su análisis de la presión y burocratización del semiocapitalismo digital, de ese espejo crítico que pone frente al “No hay alternativa” que pronosticó la recién llegada Margaret Thatcher en 1979, este proyecto propone un análisis del malestar y las enfermedades propias del capitalismo informacional, de esta tristeza general privatizada y desarticulada, paliada con el consumismo (ya lo advertía Pier Paolo Pasolini…) y la farmacología, y confrontada con el “voluntarismo mágico”, epítome de la falsa autonomía liberal del “si quieres, puedes”.

Frente a la fábrica y sus instituciones paralelas de disciplinamiento y concentración, las sociedades digitales -con formas de producción y sujeción dispersas y deslocalizadas- ya no tienen un afuera del trabajo. En el mundo actual, el capitalismo neoliberal se impone sin que exista prácticamente ningún lugar que escape a su sombra. Si en 2011 salimos a las plazas de España para compartir nuestro malestar, en los últimos años las condiciones del trabajo han empeorado, y nuestras vidas parecen haber retomado el rumbo del hogar, convirtiendo la precariedad no en un hecho económico si no en una condición vital: una vida en la que es imposible planificar a medio plazo, una vida en la que estamos obligadxs a convivir con lo imprevisto, y en la que las nuevas políticas de clase y de relación no parecen acabar de nacer ante las viejas estructuras que están ya muertas hace tiempo.

Si en el capitalismo fordista, como nos recordaban Gilles Deleuze y Félix Guattari, la enfermedad social era la esquizofrenia, en el postcapitalismo robotizado e hiperburocratizado (donde el horizonte que se vislumbra es el del postempleo) la competitividad constante y la vigilancia sin fin nos convierten en depresivxs, en anoréxicxs, en bulímicxs. Como explica Franco “Bifo” Berardi en un texto de 2006 sintomáticamente titulado La epidemia depresiva, frente a las enfermedades confrontativas como las neurosis o las psicosis, las enfermedades de nuestro tiempo son enfermedades de la “acomodación”, de la sobrerrespuesta, de la disponibilidad absoluta: la anoréxica o la bulímica temen no responder al cuerpo que se demanda de ellas, el vigoréxico nunca es suficientemente musculoso y fuerte, y el depresivo o la depresiva ha descubierto sus flaquezas, no se sienten a la altura de lo que esperan de él/ella.

Nuestros cuerpos anómalos han experimentado el horror del sistema, su violencia estructural –pura necropolítica–, sus trampas implacables, y responden con la fatiga, la inmovilidad, la enfermedad, el dolor crónico, los síndromes de sensibilización central. Responden con lo que son los síntomas de un malestar que va mucho más allá de lo biológico, que apunta al hueso de lo social, de lo colectivo.

El realismo fue, ya desde sus diferentes etapas, una forma de codificar la realidad, una forma de hegemonizar lo que se entendía por “real”. El realismo burgués del siglo XIX construyó un imaginario a la medida de esa clase social y del primer capitalismo, y las vanguardias respondieron con nuevas formas y encuadres que evidenciaban el marco político en el que se escondía el realismo burgués.

Parece más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, pero ¿lo es? El realismo capitalista lo absorbe todo, incluso nuestra capacidad para imaginarnos fuera de él. Lo capitaliza todo y convierte este sistema en el único posible. No hay alternativa. No hay salida. “Las cosas son como son”, nos dicen… sustrayéndonos a algo que no deberíamos olvidar nunca: la realidad es un estilo, la realidad no “es”: la realidad “se construye”.

Todo sistema ha tenido un principio y un fin, pero este parece eterno y nos está venciendo por la tristeza, el consumismo y la desarticulación, y cuanto más deprimidxs, más endeudadxs y más solxs estamos, más frágiles somos. Más enfermxs. Parece la tormenta perfecta, ante la que, si queremos sobrevivir, debemos encontrar nuestras formas de engranaje político, una nueva crítica al realismo capitalista, una nueva hegemonía radical, que nos haga tomar conciencia de que sí es posible un afuera, de que sí hay alternativa. Tiene que haberla, porque este sistema es una máquina de guerra, de enfermedad y muerte.

De esta forma, a partir de algunos textos de Mark Fisher, Franco “Bifo” Berardi y Santiago López Petit, así como de algunas conversaciones con filósofxs, psiquiatras, enfermerxs, sociólogxs y, sobre todo, con amigxs y personas afectadas y usuarixs del sistema de salud mental y sus aledaños –especialmente con el colectivo de activistas InsPiradas de Madrid–, Estado de Malestar se propone como un ensayo visual sobre la sintomatología social y el sufrimiento psíquico en tiempos del realismo capitalista, sobre el dolor que nos provoca el sistema de vida en el que estamos inmersos, y sobre qué lugares y acciones de resistencia y/o cambio podemos construir para combatirlo.


Mirá Estado de Malestar, de María Ruido

MARÍA RUIDO

(España, 1967). Es artista visual, realizadora de vídeo, investigadora y productora cultural. Desde 1997 desarrolla proyectos interdisciplinares sobre los imaginarios del trabajo en el capitalismo postfordista, la construcción de la memoria y sus relaciones con las formas narrativas de la historia. Actualmente es profesora en el Departamento de Imagen de la Universidad de Barcelona, y está implicada en diversos estudios sobre las políticas de la representación y sus relaciones contextuales.

MARK FISHER

(Reino Unido, 1968-2017). Fue un escritor y teórico especializado en cultura musical. Colaborador regular de las publicaciones The Wire, Sight & Sound, Frieze y New Statesman. Ejerció como profesor de filosofía en el City Literary Institute de Londres y profesor visitante en el Centro de Estudios Culturales de Goldsmith, Universidad de Londres. Entre sus libros se cuentan Realismo capitalista (Caja Negra, 2016), Los fantasmas de mi vida (Caja Negra, 2018), Lo raro y lo espeluznante y K-Punk (Volumen I: Caja Negra, 2019). Su blog k-punk es uno de los blogs más populares sobre teoría cultural.

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