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Publicado originalmente el 16 de octubre de 2023 por Sara Ahmed en su blog feministkilljoys.
Las imágenes que acompañan esta entrada son obras de la artista palestina Emily Jacir y la traducción es de Sofía Stel.
Escribo este posteo en solidaridad con Palestina. Expreso mi solidaridad como feminista aguafiestas, bajo mis propios términos, en este blog. Expresar solidaridad con Palestina es ser una aguafiestas, donde sea que estemos. Estorbamos debido a que estamos de luto, o debido a las personas por quienes estamos de luto, y así nos volvemos un problema: por aquello que señalamos o por la violencia que nos negamos a pasar por alto, la violencia de la ocupación colonial, la violencia que está siendo ejercida ahora mismo por parte del Estado israelí contra las personas en Gaza.
Estamos dispuestas a estorbar.
Escribo este posteo como un no, que se vuelve mucho más fuerte por el hecho de que es compartido con tantas otras, de todas partes del mundo. No al Estado israelí, no a aquellos que se alían con el Estado israelí, no a aquellos que justifican la violencia desatada contra el pueblo palestino, no a la retórica deshumanizante que tiene su propia historia colonial, la cual permite que esa violencia sea ejercida y legitimada con la invisibilización. Para ver la violencia tenemos que desaprender la invisibilización. Ver una violencia invisibilizada es ser una aguafiestas en acción.
Con frecuencia uso la palabra “aguafiestas” como adjetivo: no solo como manera de referir a alguien que hace cosas, sino como forma de describir lo que estamos haciendo. Solidaridad aguafiestas: solidaridad frente aquello con lo que nos chocamos. Solidaridad aguafiestas: la solidaridad que necesitamos para enfrentar eso con lo que nos chocamos.
Esta solidaridad no estaría a salvo en la abstracción, en el terreno de lo afable y difuso, como mera manera de sentir algo sin llevarlo a cabo. Debe ser un llamamiento a la acción y a la atención, que mantenga en el primer plano de nuestra conciencia las razones por las cuales tenemos que ser solidarias: la violencia, las realidades materiales del sufrimiento, la persistente ocupación colonial, la brutalidad del racismo estatal.
Monumento conmemorativo de las 418 aldeas palestinas destruidas, despobladas y ocupadas por Israel en 1948. Tienda de refugiados e hilo de bordar, 2001.
Razones por las cuales tenemos que ser solidarias: la violencia, las realidades materiales del sufrimiento, la persistente ocupación colonial, la brutalidad del racismo estatal.Aprendí esto de Audre Lorde: a veces tenemos que poner un alto a lo que estamos haciendo para registrar el impacto de la violencia, la violencia como estructura, no como evento. En una entrevista con Adrienne Rich, Lorde describe el momento en el que estaba escuchando la radio en su coche y se entera de que un policía blanco que había asesinado a un niño negro había sido sobreseído. Cuenta que tuvo que detener el coche para dejar salir sus sentimientos. Ese gesto tomó la forma de un poema titulado “Power”. Lorde la absorbió, absorbió la violencia de la policía, absorbió la violencia del supremacismo blanco, la dejó entrar para hacerla salir, para hacer que llegue hasta nosotras.
Hoy iba a escribir algo diferente. Pero después no pude. Tuve que dejar lo que estaba haciendo para en cambio escribir esto, este posteo, esta verdad aguafiestas, una declaración de solidaridad con Palestina. Escribo esta declaración como feminista y como académica queer de color radicada en Reino Unido, cuya familia es de Pakistán, musulmanxs marrones que tuvieron que dejar su hogar en medio de la violencia que denominaron “Partición”. Escribo para expresar mi solidaridad aguafiestas con aquellxs que están luchando por sus vidas, por la liberación palestina, ahora mismo.
Ahora mismo, hay tantas de nosotras protestando, aunque a algunas se lo han prohibido. Nuestros gobiernos intentan evitar que nos reunamos, que expresemos nuestra solidaridad hacia ustedes, que clamemos por su libertad, que agitemos sus banderas. Protestar es también protestar en contra de quienes intentan impedir que protestemos, en contra de quienes son cómplices de la violencia que se ejerce contra Palestina.
Nos oponemos. Colectivamente. Estamos diciendo que no a eso.
Para mí, la solidaridad aguafiestas es una verdad aguafiestas, un concepto que presento en el Manual de la feminista aguafiestas. Esta es la última verdad que menciono en ese libro. Verdad aguafiestas: Cuanto más tenemos que frenar, más necesitamos ser más. Más necesitamos ser más. Más nos necesitamos unas a otras. Necesitamos volvernos un recurso unas para otras.
También digo que las verdades aguafiestas son saberes desgastados: lo que sabemos tiene que ver con lo que continúa apareciéndose en nuestro camino. Que algo nos tenga agotadas da cuenta de que sabemos mucho sobre eso: la experiencia de la fatiga como reveladora de estructuras.
Una verdad aguafiestas es también algo que es difícil de saber, algo que tal vez nos resistamos a conocer porque presentimos aquello a lo que tendríamos que renunciar. Hay tantas maneras en las que podemos “no ver” la violencia, incluso cuando está dirigida hacia nosotras, ni hablar si es dirigida a otrxs. Podemos heredar formas de no ver la violencia: desatendiendo a palabras o acciones, tomándolas como pequeñas o triviales, explicando la violencia… “no significó nada, él no quiso decir eso”.
Tenemos que abrir la puerta.
Pienso en una conversación que tuve con una mujer de color. Estaba siendo acosada por su supervisor. En cierto punto, ella sabía lo que estaba ocurriendo: por lo general, las verdades aguafiestas son esas que sentimos en nuestros huesos. Los huesos pueden guiarte. Así que, ella entendía lo suficiente como para saber que tenía que mantener la puerta de la oficina abierta durante las supervisiones. Pero era difícil admitir lo que él estaba haciendo. Ella temía boicotearse a sí misma “si admitía la violencia que él ejercía”. Admitir puede significar confesar una verdad y dejar que algo entre. Admitir la violencia puede sentirse como aguar tu propia fiesta, entorpecer tu propio progreso.
Entonces ella cerró una puerta, propiamente dicha. Pero también cerró la puerta de su conciencia, al tratar de manejar la situación dejando afuera lo que él estaba haciendo. Cuando los pomos de las puertas dejan de funcionar, la verdad ingresa. Puede ser devastador. Puede golpearte. Puede resultar más difícil ver lo que te lleva más tiempo ver. Y, si admitir algo es la manera en que se vuelve real, puede sentirse como si fueras la causa de eso. También puede implicar trabajo: reconocer que la situación en la que estás es una situación de acoso es darte cuenta de cuánto tendrás que hacer para salir de ahí.
Sin título, fragmento de ex libris, 2010 - 2012
Escribo para expresar mi solidaridad aguafiestas con aquellxs que están luchando por sus vidas, por la liberación palestina, ahora mismo.Las verdades aguafiestas pueden ser lo que tienes que manejar para admitirte a ti misma.
Las verdades aguafiestas pueden ser lo que las instituciones se rehúsan a admitir sobre sí mismas.
Una queja puede ser el esfuerzo a realizar para hacer que la institución admita, deje entrar. Pero luego: te enfrentas a la institución. Entonces a menudo: te dejan afuera.
Por eso hay tantas puertas en estas historias. Quienes que son detenidxs ven lo que lxs detiene. Puertas, también persianas. Otra persona a la cual entrevisté describió la arquitectura de la universidad: puertas con cerradura, ventanas con persianas que se bajan, pasillos estrechos. La arquitectura del poder. Pienso en una mujer que fue físicamente abusada por su jefe de departamento. Ella denuncia, pero él queda libre de toda culpa. ¿Cómo? En el reporte la violencia es descrita como “equivalente a un apretón de manos”. Equivalente, paridad, iguales.
La violencia de una acción es eliminada por la forma en la cual se la describe.
La descripción es una persiana.
No es que no veamos la violencia porque las persianas estén bajas. Las persianas se bajan porque la violencia se ve.
La violencia invisibilizada no es simplemente violencia que no se ve. La violencia invisibilizada es una acción. Hay que invisibilizar algo porque es visible. Una denuncia puede ser un esfuerzo por hacer que la violencia se vea, para sacarla a relucir. Una protesta, también puede ser un esfuerzo por sacar a relucir la violencia, para hacerla pública creando un público.
Verdades aguafiestas: lo que se nos revela cuando lo intentamos y revelamos la violencia. Aprendemos cómo esa violencia permanece invisibilizada –detrás de puertas cerradas, cubierta por los materiales, las persianas que tal vez llamemos ideología–, a partir de lo que ocurre cuando decimos que no, cuando nos quejamos o protestamos. Si levantamos las persianas, o lo intentamos, o abrimos la puerta, o lo intentamos, revelando una violencia que muchos están empecinados en no ver, te vuelves la causa de esa violencia. Así es como a menudo se ve a las aguafiestas: como si fueran la causa de la violencia que revelan.
A veces, lo que dejamos afuera, para poder hacer nuestro trabajo, para poder concentrarnos o funcionar, es lo que la institución encierra. Así es como nuestras verdades, verdades aguafiestas, pueden terminar bajo llave, en los armarios institucionales que a veces llamamos archivadores. Nos volvemos aguafiestas en el trabajo cuando trabajamos para hacer salir estas verdades no solo de nosotras mismas, sino de las instituciones. Si la verdad puede dañar la reputación de una institución, debemos estar dispuestas a causar daño. A esto lo llamo un compromiso aguafiestas. Una nación también tiene demasiados armarios; el imperio británico también. Es bien sabido que el gobierno británico ordenó la destrucción de miles de documentos almacenados en sus archivos que registraban crímenes coloniales que “podrían ser embarazosos para el gobierno de Su Majestad” o que podrían “resultar bochornosos para miembros de la policía, las fuerzas armadas, funcionarios públicos u otros”.
Verdades aguafiestas: Lo que no quieren que sea revelado.
Eliminaron la evidencia de la violencia. Una eliminación es exitosa cuando la evidencia de la eliminación también es eliminada. A veces a esto lo llamo un pulido, el imperio como un pulir el mundo, el imperio como una historia pulida, que se cuenta eliminando la violencia.
Tal vez sea por eso que nuestras historias son tan importantes. Nos convertimos en la evidencia. Nuestros cuerpos, nuestros recuerdos, nuestras historias, archivos coloniales. Y por eso intentan contenernos, intentan impedir que nos expresemos. Nuestras verdades aguafiestas: al expresarlas, destrozamos los contenedores. Hay muchas maneras en las que se hace desaparecer de la vista a la violencia estatal y las violencias coloniales, quedan invisibilizadas.
Vemos que se bajan las persianas. Vemos que ellos lo ven. Vemos cómo dejan de verlo.
Rememoro mi carrera como académica feminista de color, cuántas veces vi que bajaban persianas. Compartí esta historia en el Manual: es mi primer año como docente de Estudios de la Mujer. Me encuentro en una sala del edificio más elegante de todo el campus. Estamos sentadxs alrededor de una enorme mesa rectangular. La reunión es para la aprobación de los nuevos cursos. Yo estoy allí porque he propuesto un nuevo curso sobre Género, Raza y Colonialismo. La mayoría de los cursos son aprobados sin mucha discusión. Cuando es el turno del mío, un profesor de otro departamento comienza a interrogarme, y mientras más habla más se enoja. Y siguió y siguió hablando. Yo estaba ahí, en la misma mesa que él, una mujer joven, una persona de color, la única persona marrón de toda la sala. Una palabra en la descripción del curso fue la que disparó su reacción: la relativamente anodina palabra “implicado”. Que yo hubiera utilizado esta palabra, decía él, era una señal de que yo pensaba que el colonialismo era algo malo. Luego procedió a darme un sermón sobre el colonialismo como algo bueno, colonialismo como modernidad, ese bonito cuento sobre locomotoras, lenguaje y Derecho que nos suena tan familiar porque ya lo hemos escuchado antes. Creo que este fue una discusión aguafiestas no porque le contesté en respuesta a lo que él había dicho cuando lo dijo, no fue así, sino porque en su reacción podía escuchar que lo que yo estaba haciendo era contestarle, negándome a contar esa historia, ese cuento feliz, de progreso imperial.
Ramallah / Nueva York, videoinstalación de 2 canales, 38 min 15 seg, 2004/05
No es que no veamos la violencia porque las persianas estén bajas. Las persianas se bajan porque la violencia se ve.No contar esa historia, ese cuento feliz, te pone en la posición de la que se roba no solo la felicidad, sino la historia. Sabemos que se supone que tenemos que restar importancia a estas historias, pasar por alto la violencia que nos trajo hasta aquí. Sonreímos para sus folletos; relucientes rostros marrones, sonrientes, felices.
O no. Aprendemos de cómo se nos recibe cuando no restamos importancia a las violencias que nos dificultaron tanto estar aquí. Tal vez no sea una sorpresa que por lo que aprendí terminé fuera de allí: me refiero, fuera de la institución.
Las instituciones dejan afuera a las verdades aguafiestas por lo que podrían revelar sobre ellas, y así es cómo nos dejan afuera a algunas de nosotras.
Nos dejan afuera por decir la verdad.
Y entonces nos reunimos para sacar a relucir estas verdades. Nos hacemos presentes con esa actitud. Nos hacemos presentes con esas verdades. Es por eso que están cerrando la puerta. Ellos no lo ven de esa manera. No usarán las palabras para describirla –Nakba, genocidio, limpieza étnica–, como si al prescindir de las palabras para describir lo que está ocurriendo, eso no ocurriera. Nosotras usamos esas palabras: Nakba, genocidio, limpieza étnica, porque eso es lo que está ocurriendo.
Una puerta que se cierra a la verdad.
¿Qué más queda afuera? ¿Quién más?
Cerrar la puerta a la violencia que el Estado israelí ejerce contra el pueblo palestino es también cerrar la puerta a otras violencias, cerrar la puerta a nuestra complicidad, la complicidad no solo de los gobiernos actuales, si no de gobiernos pasados. El mandato de no hablar sobre la violencia que se ejerce contra Palestina y en Gaza es el mismo mandato de no hablar sobre la violencia del imperialismo británico, esa historia que está presente. Quienes vivimos y trabajamos aquí, provenientes de familias que vienen de viejas colonias británicas, conocemos este mandato, lo reconocemos, porque sabemos lo que sucede si no lo cumplimos.
Pienso de nuevo en el profesor que escuchó un no en el uso de la palabra “implicado”. Hacemos del no la implicación de nuestro trabajo.
Le decimos que no a eso. Lo sacamos afuera.
Necesitamos eliminar el barniz de la imagen, no ser el barniz de la imagen.
stazione - S.Toma, c-print montado sobre aluminio, 46,4 x 60,3 cm, edición de 11 + 2AP, 2009
Cerrar la puerta a la violencia que el Estado israelí ejerce contra el pueblo palestino es también cerrar la puerta a otras violencias, cerrar la puerta a nuestra complicidad, la complicidad no solo de los gobiernos actuales, si no de gobiernos pasados.Eliminamos el barniz del pasado, o el que lo recubre. Sospecho que a la mayoría de las personas que vivimos y trabajamos en el Reino Unido, en las escuelas no nos enseñan sobre el rol que tuvieron los imperialistas británicos a la hora de determinar lo que pasa en Palestina y a lxs palestinxs. Lo más común es que no nos enseñen sobre tratados pasados que firmaron las autoridades estatales, basándose en el desprecio absoluto hacia el pueblo palestino: el Acuerdo Skyes-Picot de 1916, la Declaración Balfour firmada el 2 de noviembre de 1917. Tomo prestada la palabra “desprecio” de otra persona. El periodista palestino Ramzy Baroud cuenta que escuchó el nombre Balfour cuando era un niño y se encontraba en un campo de refugiados de Gaza. El aniversario de la Declaración era un día de protesta colectiva. Él concluye: “Aunque no puede culparse a Balfour por todas las desgracias que han recaído sobre los palestinos desde que publicó su breve e infame comunicado, la noción que su ‘promesa’ encarnó (una promesa de completo desprecio hacia las aspiraciones del pueblo árabe-palestino) pasa de una generación de diplomáticos británicos a la otra, de la misma forma que la resistencia palestina contra el colonialismo también se extiende entre generaciones”. El fallecido académico palestino Edward Said describió a la Declaración Balfour de esta manera: “Elaborada por un poder europeo […] respecto de un territorio no-europeo […] con llano desprecio hacia la presencia y los deseos de la mayoría originaria que reside en ese territorio”. En su ensayo “Zionism from the Standpoint of its Victims” [Sionismo desde el punto de vista de sus víctimas], Said sintetiza esta historia con una característica precisión: “El imperialismo era la teoría y el colonialismo la práctica de transformar los inútilmente desocupados territorios del mundo en útiles nuevas versiones de las sociedades metropolitanas europeas. Todo lo que en esos territorios sugiriera desperdicio, desorden, recursos desaprovechados, debía ser convertido en productividad y orden, estar sujeto riqueza gravada y con potencial desarrollo”. Said señala que las actitudes sionistas respecto de “los nativos árabes-palestinos” estaban “más que preparadas en las actitudes y prácticas de los académicos, administradores y expertos británicos que estuvieron oficialmente involucrados en la explotación y el gobierno de Palestina desde mediados del siglo XIX”.
Cuando escuchamos cómo se habla acerca del pueblo palestino hoy, lo que escuchamos es historia, nuestra historia. “Animales humanos.” “No se trata de una crisis humanitaria.” “No es una limpieza étnica”, porque “no son humanos”. “No son civiles.”
Un pueblo como blanco de ataque.
Podemos condenar las acciones de Hamas; llorar las vidas que se han robado. Pero la brutalidad de esas acciones no puede ser utilizada para ocultar la violencia que vino antes, ni la violencia que ha venido después, y el hecho de que esa brutalidad ha sido utilizada para justificar más violencia hacia un pueblo que ya estaba luchando contra la brutalidad. Debemos rehusarnos a bajar las persianas de esta historia, la persistente violencia de la ocupación y el desalojo, cómo esa violencia se usa para remover al pueblo palestino de lo que les queda de su territorio. Necesitamos ver la violencia de la prisión a cielo abierto que es Gaza, la violencia de los cercados, las fronteras y la policía. Necesitamos ver la violencia de no tener lo que una persona necesita: alimento, agua, electricidad, suministros médicos. Necesitamos ver la violencia de no tener ningún lugar adonde ir, ningún refugio, cuando las bombas caen así como la violencia de las bombas que caen. Y si no vemos lo que necesitamos ver, debemos comprometernos a aprender. La solidaridad requiere prestar atención a lo que la demanda: la violencia de la ocupación colonial.
Verdad aguafiestas: En la violencia que se ve, vemos la violencia que no se ve.
Vemos la violencia de la gente que aparta la vista de la violencia, que voltea la cara ante aquellxs que sufren las consecuencias. Nosotras no miraremos para otro lado. La solidaridad también implica estar dispuesta a seguir abriendo esa puerta, abriéndola a las verdades más duras y dolorosas, a las violentas historias coloniales que se mantienen presentes, a una violencia que sigue imperturbable.
Escribo este posteo con profunda admiración hacia el pueblo palestino, por su resistencia, y con ira contra el mundo que le demanda resistir.
#PalestinaLibre #SolidaridadAguafiestas
La solidaridad también implica estar dispuesta a seguir abriendo esa puerta a las verdades más duras y dolorosas, a las violentas historias coloniales que se mantienen presentes, a una violencia que sigue imperturbable.