datos y riqueza temporal

“No es posible controlar el tiempo de la mente con un reloj o un metrónomo. En el mundo de la mente las cosas se despliegan y van más allá del tiempo. Hay un viento que nunca muere.” Nota: volver a leer Pomelo (o imaginar volver a leerlo −o soñar imaginar volver a leerlo−) y tratar de encontrar en el libro algunos de los lineamientos para escribir, o para soñar, una historia desde las sombras de cara a la temporalidad extraña de lo xeno-arqueológico.

Un evento, según Yoko Ono, es algo que desentraña una serie de percepciones sensoriales que no persisten únicamente en la exterioridad del cuerpo, sino que se armonizan con el tiempo interior. La imaginación, en la mecánica perceptiva zen que propone Ono, sería el núcleo de la experiencia: puede haber sueño que dos sueñen juntes, pero no hay silla que dos vean juntes. Si la memoria es el medio de lo vivido, la imaginación es el medio de lo por-vivir.

Pero habría que empezar desde el principio; algún principio. ¿Desde hace cuánto existe Netflix? No, ese no sería el principio. Si se buscan en internet (o si se googlean, si se quiere) proyectos de Google que, paradójicamente, no suelan aparecer en la primera página de Google cuando se googlea «google», además de Google Trends, son muy interesantes las ofertas de Google Cloud. Dentro de los recursos digitales disponibles, y como una concentración del privilegio perceptivo que a nivel global se ha construido sobre la visión, se encuentra Vision AI: una interfaz de programación de aplicaciones para detectar textos, objetos o rostros con sus diferentes emociones; para clasificar y buscar imágenes. ¿Cuánto tardará en ser utilizada en la guerra temporal? Ya está siendo usada en la guerra temporal: la aceleración de la clasificación visual de datos es el indicador más alto de la acumulación de riqueza temporal.

En 2020, la página web de Netflix Culture reza: We want to entertain the world. If we succeed, there is more laughter, more empathy, and more joy [Queremos entretener al mundo. Si tenemos éxito, hay más risa, más empatía y más dicha]. Una de esas formas en las que Netflix Research mejora esa democratización del placer que pretende propiciar es la Computer Vision, algoritmos que procesan material visual crudo, lo que sea que eso signifique, para producir metadatos, trailers, contenido visual promocional y hasta incluso facilitar la posproducción de proyectos de la empresa. Tiempo que ahorra Netflix, tiempo que alguien va a pasar haciendo esa nueva especie de zapping que es repasar títulos y posters en la plataforma para no poder decidir nunca qué ver.

En el capítulo Zima Blue de la serie original de Netflix titulada Love, Death & Robots se observa un proceso similar a la simplificación de la complejidad que propone Yoko Ono, pero que actúa en sintonía con la monetización temporal basada en la visualidad de la compañía de streaming. En algún futuro, el artista Zima, reconocido por sus pinturas de plenos celestes rectangulares y ahora convertido en algo que es más robot que humano, le concede una última entrevista a una periodista. Allí le cuenta su historia: antes de ser un robot fue un humano, pero antes de ser un humano fue un robot; una máquina limpia-piscinas con un cerebro mejorado por una aficionada a la robótica que, poco a poco, pasó de limpiar sencillos azulejos celestes a producir diferentes pinturas cargadas de visiones cosmogónicas. Un paso a la complejidad de la inteligencia artificial.

Poco a poco, también, comenzó a infiltrarse en su obra un pequeño cuadrado celeste. En su última obra, Zima se lanza a una piscina y se desprende de las extremidades y órganos que fue adquiriendo a lo largo de su vida, para volver a ser el pequeño robot limpia-piscinas, ensimismado en repasar los azulejos celestes.

Una cosa es segura: la ficción de Zima captura bastante bien la capacidad de agencia selectiva de la tecnología para el pasaje de la complejidad a lo sencillo. Pero aquí está el problema: y es que, por hermoso que sea el discurso zen, por mucho que la complejidad de lo exterior que retumba como aguja de reloj en noche de insomnio quiera convertirse en silencio interno, paz y tranquilidad sencilla, por el momento es algo que requiere de una velocidad de procesamiento de datos solo posible para las máquinas. Y las máquinas son, por el momento, apuntadas como misiles a la producción de espacios llenos de estímulos visuales y tiempos en falta de detenimiento y procesamiento.

Pero habría que empezar desde el principio. ¿Es la falta la única forma temporal posible?

Si puede decirse que la historia de lo visual es la lucha de todas las experiencias, la única pregunta que debería resultar imposible de preguntar es: Are you winning, son? Si la dialéctica de la mirada revela, en los vestigios materiales, los sueños rotos que desde el origen residen en lo que puede verse; el saber no consciente de lo que ha sido y cuyo afloramiento tiene la estructura del despertar, ¿está a una mirada de distancia? El filósofo alemán del siglo XX escribió una vez que “el origen es un torbellino en el río del devenir, y entraña en su ritmo la materia de lo que está en tren de aparecer”. Una imagen, diría, es eso en lo que el Otrora encuentra al Ahora en un relámpago para formar una constelación. En la película animada Toki wo Kakeru Shōjo, o La chica que saltaba a través del tiempo, Makoto descubre que, sorpresa, puede saltar a través del tiempo luego de un encuentro con un dispositivo extraño perdido por un viajero temporal proveniente del futuro. Allí se produce un vínculo entre les dos crononautas. El viajero había llegado al presente con un objetivo: ver, al menos una vez, una pintura que ya no existe en su tiempo; una pintura en la que el Otrora se encuentra con el Ahora, como en todas las imágenes.