BIENVENIDOS A LA NEURODUNGEON.  

ACELERACIONISMO MUSICAL Y DANZAS INHUMANAS EN EL CYBERFEUDALISMO

BIENVENIDOS A LA NEURODUNGEON. ACELERACIONISMO MUSICAL Y DANZAS INHUMANAS EN EL CYBERFEUDALISMO

En este entrevista a ¥€$Si Perse, interfaz hipersticional, artistas y djs, nos  adentramos en el fenómeno de las raves en entornos virtuales, la emergencia de otras subjetividades y en cómo ha afectado a sus proyectos la llegada del COVID-19. Al final, les proponemos la lectura del texto “Baila y muere”, de Benjamin Noys recogido en el libro Aceleracionismo, compilado por A. Avanessian M. Reis, que encontrarán para descarga directa.

Entrevista por Marta Echaves y Ezequiel Fanego

 

En primer lugar para quien no los conozca, queríamos preguntarles quién es ¥€$Si Perse y en qué consiste su proyecto Neurodungeon.

¥€$Si Perse es un traje de ficción —una interfaz hipersticional— que permite a sus usuarios entrar en narrativas alternativas. Actúa como punto de fuga de la realidad y como una forma de comunicación con ella.  Usamos la ficción no como una cuestión de “hacer creer” sino como una herramienta con la que forjar lo real para aproximarnos mejor a la experiencia histórica y contemporánea. Una huida ante la realidad impuesta, en favor de especulativos escenarios posibles e impulsos utópicos futuristas. Somos artistas hiperrealistas pero de dimensiones paralelas.

¥€$Si Perse es una para-persona que habita el reino avatar, sintetizada como resultado del interés colectivo en los conceptos cyborg/otherkin. Manifestándose, formal y performativamente, en un personaje RPG (Role Play Game) -a Radical Xenofaery-prisionera en la Neurodungeon de un escenario €conomístico Cybermedieval, donde elementos de Ciencia-Ficción colapsan con Fantasía de espada y brujería.

“NeuroDungeon” es un término que acuñamos y que empezamos a utilizar como etiqueta para definir lo que hacemos como ¥€$Si y al mismo tiempo construir puentes entre nosotrs y otrs artistas que parecen resonar con él. “NeuroDungeon” es un paraguas conceptual que engloba un movimiento artístico especulativo, un género musical ficticio, una tribu potencial, un club interdimensional, una corporación Sci-Fi Fantasy. Es una representación del estado emocional del cognitariado, el proletariado cognitivo, haciendo hincapié en los aspectos físicos, neurológicos y psicológicos de ls trabajadores involucrados en la economía de red, post-industrial y de producción inmaterial. Neurodungeon como escenario de la mazmorra mental en la que estamos encerrads y cuyos gatekeepers son los sistemas de producción tardocapitalistas, la precarización y el cyberfeudalismo.

NeuroDungeon se presenta en 2020 como un colectivo de música electrónica cuyo núcleo está formado por Kaverna, Bartolomé y ¥€$Si Perse, cuyo primer Quest es NeuroXcape, una rave-santuario virtual. Nuestro desafío ya no es sólo crear zonas temporalmente autónomas sino mentes -a largo plazo- autónomas fuera de matrix.

Sus proyectos ya venían apuntando hacia un tipo de trabajo experimental en torno a los espacios, los cuerpos y los encuentros, ¿En qué medida la llegada del confinamiento ha acelerado o transformado estas experiencias?

Nuestra práctica gira alrededor de la mutación de la performance artística institucional con variaciones meméticas que vienen desde formalizaciones performativas populares como los contextos de fiesta (usando el DJ Set como formato), Convenciones de Cosplay / Larp (Rol en vivo) y Comunidades Online. Llevamos trabajando / jugando con estos conceptos durante mucho tiempo y como nuestro medio es predominantemente virtual el siguiente paso lógico era lanzar una e-rave. Debido a la infraestructura y los medios económicos disponibles para nosotrs, simplemente parecía la forma más viable de montar algo. NeuroXcape fue concebida desde NeuroDungeon (Kaverna, Bartolomé y ¥€$Si Perse) antes del brote del virus COVID-19. Aún así, esta inusual situación de cuarentena sólo parecía proporcionar al proyecto de un nuevo sentido de urgencia y de un contexto adecuado, donde por una necesidad de aislamiento físico se empieza a hacer pop la idea de que lo virtual, considerado como un mundo de ficción paralelo y antagónico a lo “real” no es más que una extensión de la vida.

A nivel logístico todo se vuelve más horizontal en términos de jerarquía, no tener que lidiar con los dueños y promotores de los clubs es  asombroso. Además, tods en Neurodungeon pertenecemos a la clase obrera así que nuestros medios para acceder a los locales y algunos círculos específicos son bastante limitados. Esta situación de cuarentena parece destruir o al menos poner en modo pausa el status quo anterior así que, de alguna forma, por fin nos sentimos libres de hacer lo que queremos hacer según nuestras propias condiciones.

NeuroXcape se desarrolla en el entorno virtual de Club Cooee (una aplicación aún en fase beta, lo cual genera ciertas limitaciones, inestabilidad y glitches) y es streameada en Twitch. Por otro lado el url-festival de 15 horas de duración desarrollado en IMVU “Nu:Cenosis (an artificial biological community built upon a degraded ecosystem. unite as flesh and pixel)” es un proyecto colaborativo con otras fiestas virtuales como HurtFree Network (NY), UNSEELIE (NY), WWWF (Pittsburgh) y Trance Nation (L.A.). 

La gente se ha involucrado mucho creando y compartiendo sus avatares en la primera edición y ha seguido implicada tanto en la segunda edición como en el festival. Suponemos que gran parte de esa implicación vendrá por la necesidad de ocio, escape y socialización derivados de la situación de confinamiento global. Durante este tiempo hemos ido viendo como han aparecido una gran cantidad de propuestas autogestionadas de ocio virtuales y en streaming, también hemos visto como muchas instituciones culturales han intentado dar ese salto de manera muy problemática (debido a la precarización que supone). Por otro lado nuestros referentes vienen desde las primeras comunidades virtuales como Second Life, videojuegos / simuladores de vida, fantasía urbana, ciencia ficción, filosofía, arte, etc; pensamos que gran parte de la comunidad que se ha formado en torno a Neurodungeon comparte este imaginario con nosotrs y que debido a eso también hay una conexión e implicación más allá de lo contextual.

“NeuroXcape fue concebida desde NeuroDungeon (Kaverna, ¥€$Si Perse y Bartolomé) antes del brote del virus COVID-19. Aún así, esta inusual situación de cuarentena sólo parecía proporcionar al proyecto de un nuevo sentido de urgencia y de un contexto adecuado, donde por una necesidad de aislamiento físico se empieza a hacer pop la idea de que lo virtual, considerado como un mundo de ficción paralelo y antagónico a lo ‘real’ no es más que una extensión de la vida.”

¿Cómo describirían las interacciones en estos contextos? ¿Cómo se resignifica o se transforma la experiencia del DJ, de los cuerpos que bailan, de los cuerpos que se cruzan y se seducen en estos espacios?

Los videojuegos son máquinas de subjetivación. Cuando usamos un avatar en un juego, simulamos, adoptamos o probamos diferentes identidades. Los videojuegos, al igual que otros artefactos culturales, nos interpelan sobre la constitución del sujeto de una manera fantástica, hiperrealista o híbrida. Pero estas identidades dentro del juego nunca están totalmente separadas de las opciones proporcionadas por las construcciones culturales del contexto social en el que se desarrollan. Las virtualidades nos sacan de, pero también nos adoctrinan para asimilar estas configuraciones normativas. En su mayoría simulan las subjetividades normalizadas en el orden capitalista masculino cis-hetero-blanco.

Tanto en los metaversos sociales de IMVU como en Club Cooee, plataformas en las que Neurodungeon desarrolla e-raves, la elección de avatar está condicionada por el binarismo de género masculino-femenino. La vestimenta y complementos del avatar están también categorizados como masculinos o femeninos, siendo aparentemente no posible equipar al avatar con un elemento del género contrario. Estas identidades base requeridas por el sistema pueden ser subvertidas y “hackeadas” por ls jugadores escéptics, queer y disidentes. No solo ls jugadores a veces resisten los mensajes dominantes codificados en los videojuegos; sino que también pueden producir expresiones alternativas mediante, en el caso de la construcción de avatares, elementos agénero o pertenecientes a imaginarios posthumanos y trans-especie, criaturas fantásticas y mitológicas, Otherkin, Furries, Bronies, Cyborg, etc.

En estos entornos virtuales nuevas subjetividades emergen, se unen, y aparecen destellos de autonomía; sin embargo no hay duda de que el alcance de tales expresiones depende en gran medida del contenido programado por sus desarrolladores.

Las drogas como el  éxtasis y el speed emergen en un contexto concreto de nuevas interfaces humano/máquina con la escena de los 90 de baile y la música electrónica, ¿creen que la incorporación a la fiesta de esta otra tecnología traerá consigo el consumo de otras sustancias? ¿Cómo dirían que estados alterados de conciencia y la droga interactúa en este contexto?

Partimos de la idea de que internet  —el ciberespacio— funciona como una droga que induce una alucinación colectiva consensuada. Una multitud de cerebros creyendo la misma ficción de conectividad, presencia virtual y corporeidad digital. Las complejas redes e interconexiones de internet son al igual que las drogas psicoactivas, más allá de la mística, sustancias de comunicación. Como dice Sadie Plant, desafiando todas las distinciones entre orgánico y sintético, la información tanto nativa como alienígena trabaja en un sistema nervioso que siempre está predispuesto a recibirla. Su introducción puede perturbar el equilibrio de los cerebros humanos, pero modulando las velocidades e intensidades a las que trabaja en lugar de sus procesos químicos.

Si consideramos el cuerpo como proxy, la transmisión de datos a gran velocidad y la consecuente saturación de información puede ser una experiencia similar a la de un subidón químico inducido por drogas. Cuando te drogas, la información se precipita en tu cerebro y eso te hace sentir que estás teniendo una revelación. Pero nadie te está revelando nada. Es auto-organización. Disuelves las estructuras de tu cerebro (lingüísticas, intencionales…) pensando y asociando conceptos de maneras que antes no podías concebir.

Centrándonos en estas plataformas de escenarios virtuales y avatares, podríamos considerar las drogas en estos medios como plugins, extensiones y add-ons no oficiales. Complementos de código que hackean ciertos parámetros y limitaciones del juego/plataforma, alterando la percepción e interacción con el sistema. En un futuro donde la inmersión en la virtualidad no sea tan primitiva como la actual y las interfaces físicas respondan más a wetware / cirugía neuronal / nanotecnología y no a hardware mecánico tipo exoesqueleto (introducir cualquier referente retro de cyborg 90s) estos plugins, expansion-packs y parches ilegales serán indistinguibles de las drogas psicoactivas. 

“Durante este tiempo hemos ido viendo como han aparecido una gran cantidad de propuestas autogestionadas de ocio virtuales y en streaming, también hemos visto como muchas instituciones culturales han intentado dar ese salto de manera muy problemática (debido a la precarización que supone). Por otro lado nuestros referentes vienen desde las primeras comunidades virtuales como Second Life, videojuegos / simuladores de vida, fantasía urbana, ciencia ficción, filosofía, arte, etc; pensamos que gran parte de la comunidad que se ha formado en torno a Neurodungeon comparte este imaginario con nosotrs y que debido a eso también hay una conexión e implicación más allá de lo contextual.”

https://www.youtube.com/wathttps://www.youtube.com/watch?v=Mulqg1612AI&feature=youtu.be&t=3131ch?v=XHOmBV4js_E

Tenemos la sensación de que estos contextos virtuales de fiesta no pueden ser pensados desde la dicotomía bios/digital, o cuerpo/avatar, sino que abren un nuevo sensorium con otras potencias políticas. En estos términos, ¿qué posibilidades abren estas nuevas cartografías del ocio, placer y lo sensible? Más allá de una nostalgia por la fiesta pre-pandemia, ¿podemos encontrar una potencia política en estas experiencias para pensar los cuerpos y comunidades del futuro?

Hemos imaginado comunidades y tribus urbanas especulativas desde que empezamos a pilotar el bio-mecha de ¥€$Si y eventualmente ahora tods formamos parte de una de ellas, algo que llamamos “Cenobytes”, una concepción de la virtualidad atravesada por elementos hikikomoris y cenobíticos. Vivir en comunidad -online- desde la reclusión y el aislamiento físico. Vivir en una expansión de lo que consideramos sociedad/humanidad, no exenta de la proyección de todo lo autoritario de la misma: Un sueño-pesadilla de conectividad que, superando el utopismo y la pretendida trascendencia de sus orígenes, solo nos hace más conscientes de no poder escapar de la materia, ya sea esta carne o hardware. La tecnología ha colonizado tanto nuestros cuerpos como nuestras interacciones, con los demás y con el espacio; las redes sociales, su impacto y consecuencias son un ejemplo obvio. Una de las nociones residuales que creemos que se ha roto de manera temporal esta cuarentena global es el binomio realidad vs. virtualidad, en donde lo digital se ubicaba en el plano de lo ficticio y en una dimensión paralela de veracidad. Forzads a relacionarnos socialmente de manera casi exclusiva a través de redes online parece que el meme de la realidad está siendo puesto en cuarentena también. (Btw la noción de realidad virtual siempre nos ha parecido bastante obsoleta, ligada al marketing y a la dicotomía real-falso). Los debates sobre la validez del artificio de la experiencia han sido superados por el simulacro de una era digital que se preocupa poco por tales distinciones. Los paisajes virtuales no son ni verdaderos ni falsos, ni reales ni ficticios, sino que simplemente están ahí.

Estando ya en este flujo de “realidades aumentadas”, donde son válidas formas de relacionarse que hasta ahora eran consideradas patológicas y antisociales, aparece la necesidad de espacios propios alejados de plataformas -blackbox- sociales totalitarias como facebook (ig) que regulan el existir en red. Necesitamos espacios que nos permitan ser y expresarnos como queramos (sin censura a lo subalterno) y donde las relaciones no estén mediadas por el networking sino por la xenofamiliaridad. Aquí no podemos dejar de ver la contradicción aparente de querer escapar de estas plataformas y modos usando las mismas plataformas y estrategias. Estamos en una situación de intentar usar-diferente dichas plataformas que al final devendrá en la aparición de microredes sociales no corporativas autogestionadas y reguladas por ls propis usuaris. Una nueva virtualidad social fruto de las capacidades productivas y liberadoras de la multitud. Algo parecido a espacios okupas en red. Ahora mismo somos muchas jugando a esa ficción, pero aún estamos jugando en campo enemigo. Los gobiernos y sistemas hegemónicos siempre han tenido un problema con la gente que se congrega, siempre han temido a la horda y al desorden-reorden popular. Y una rave o e-rave es como un disturbio colectivo constructivo, son plataformas valiosas de conexión, organización e intercambio de información. Otros mundos son posibles dentro de estos universos virtuales potenciales. 


Descargá “Baila y muere”, de Benjamin Noys, incluido en Aceleracionismo, compilado por A. Avanessian M. Reis

¥€$Si PERSE (b.2015, Internet): PsyAvatar RPG economístico que lucha para producir paraísos artificiales y fantasías cybermedievales más allá de la #neurodungeon. Ha recibido el premio Art Jove 2019 a creación, ha sido artista residente en hangar.org (centro para la investigación y la producción artística en Barcelona) y ha actuado tanto en el marco institucional – Transmediale Festival HKW (Berlin), V2_ Lab for the Unstable Media (Rotterdam), MACBA (Barcelona), LaCapella (BCN), Naves Matadero (Madrid), IVAM (Valencia) – como en la escena club – Mordorkore (Berlin), Marabú (BCN), Valle Eléctrico (Madrid), Hardcore Wizards (BCN). Fundadoras de NeuroDungeon junto a Kaverna y Bartolomé, cuyas primeras acciones han sido las raves virtuales NeuroXcape (Club Cooee) y Nu:cenosis (IMVU).

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LA PANACOTA ES EL MENSAJE. NOTAS SOBRE LA DISCURSIVIDAD NEOLIBERAL EN TIEMPOS DE CRISIS.

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Por Claudio Iglesias

Es difícil que el 20 de marzo de 2020 sea recordado por el estreno de una película de terror en Netflix. El primer fin de semana tras el cierre completo de las ciudades en gran parte del hemisferio occidental hizo que los medios de comunicación se empapelaran con dos motivos: la reaparición en pleno asfalto de una naturaleza hasta entonces amenazada por la actividad económica (“no debe tan difícil llegar a un capitalismo ecológicamente amigable”, confesó aliviado un columnista político de derecha, “si en tan poco tiempo de inactividad vemos que la naturaleza se recupera muy bien”) y la dificultad, igualmente ecológica, de las celebrities globales para comunicarse y llamar a la solidaridad a través de las redes sociales. Entre anuncios y sospechas de un nuevo orden (que no sería tan nuevo, y quizás ni siquiera tal orden), El hoyo (2019) de Galder Gaztelu-Urrutia, que se estrenó internacionalmente como The Platform, sin embargo, logró cruzar de la analogía política gore que era en un principio a la identificación imaginaria más abarcativa y cruda, a fuerza de escenas de canibalismo y confinamiento, que necesitaba la audiencia masiva. La película efectivamente es una analogía social, en una línea aparentemente similar a High Rise (2015) de Ben Wheatley, pero el mismo director se esforzó para no dejar claro a qué tipo de sistema social refiere la analogía. Un joven intelectual y profesor, Goreng (Iván Massagué), se alista para pasar una temporada en el llamado Centro de Autogestión Vertical; si completa la estadía, logrará obtener el diploma que necesita en su carrera. La película trata de los horrores que ocurren allí: el edificio consta de innumerables pisos, cada uno para dos prisioneros, con una litera de cada lado y un gran agujero rectangular en el suelo y en el techo. Por el túnel que forma esta cesura repetida piso a piso (similar al eje de una escalera, o al pozo de un ascensor) desciende dos veces al día una plataforma cubierta de comida, de la que los internos deben servirse durante el lapso breve que tarda hasta bajar al piso siguiente. Cada mes, cada pareja cambia de nivel, pudiendo quedar más arriba (donde la comida es más abundante) o abajo (adonde la mesa llega vacía). Aunque la asignación de los niveles es aleatoria, la estratificación social vertical es muy dura: cada uno puede comer solo restos de comida manoseada por los de arriba, y hace el mayor esfuerzo para no dejarles nada los de abajo. Según dice Trimagasi, el cínico y experimentado compañero de celda de Goreng: “Están los de arriba, los de abajo, y los que caen”.

A su manera, el Centro de Autogestión Vertical es la imagen perfecta del carácter abstracto de toda meritocracia. Uno puede ir allí para conseguir un diploma que no tiene o a cumplir una condena por homicidio, como Trimagasi. El esfuerzo de sostenerse y el talento para sobrevivir bastan para que el interno ascienda de posición social entre el ingreso y la salida, sin que importe ninguna particularidad concreta.  Pero la película tiene efectivamente un relato, que no sirve solo para darle detalle a la analogía a través de la sátira (según el modelo del género: un buen exponente es Britannia Hospital, de 1982). La narración en cambio trata de la posibilidad de establecer comunicación en términos útiles para la acción política; la película se vuelve menos satírica a medida que avanza, en parte debido a la salida de escena de Zorion Eguileor (Trimagasi). El relato de la vida en el Centro se completa con escenas de trabajo en la cocina de lo que podría ser un restaurant o un hotel de lujo (el nivel 0 donde se prepara la comida que luego baja, y donde son frecuentes las reyertas con la dirección) y con la entrevista de ingreso por la que pasa Goreng. “El acceso a la plataforma es presentado como una gran oportunidad, como algo suntuario y exclusivo, cuando no es más que tu perdición”, dijo Gaztelu-Urrutia. “Estoy seguro de que todos pasamos por una entrevista de trabajo como esta”. La “situación de autopresentación” típica de una entrevista de trabajo remite indirectamente a los dos tópicos señalados al comienzo. Podríamos decir que la cultura institucional del neoliberalismo convirtió a la situación de entrevista laboral en el nuevo sentido común de la época, la clave de una “economía creativa” donde es responsabilidad de cada individuo presentar sus talentos y hacer el esfuerzo para explotarlos, en beneficio del conjunto social, tanto si se especializa en la ortodoncia estética como en la recolección de residuos. La teoría social del arte también hizo su contribución para normalizar este sentido común, y es así que proliferaron los libros sobre la figura del artista como modelo comunicativo del sujeto económico neoliberal.

Lo que este análisis suele dejar fuera de lectura es la contradicción entre la cultura institucional del neoliberalismo (su “ideología” entendida no solo como un conjunto de discursos sino también como la encarnación aspiracional de esos discursos en el mundo del trabajo, la educación, etc.) y el modelo de gobernanza neoliberal (las políticas concretas, y aplicadas en contextos diversos, de supresión de derechos, desorganización de la vida colectiva, reconversión de los aparatos institucionales en pos de la concentración económica, privatización de servicios y bienes sociales a gran escala, etc). O para decirlo de otra manera, la contradicción entre el “neoliberalismo realmente existente”, como lo llama Jeremy Gilbert, y los discursos que lo sostienen. El argumento de El hoyo es interesante porque posiciona a los personajes en una situación de emergencia en la que esta contradicción no solo se vuelve visible, sino que se convierte en algo innegable.

Pero entre las virtudes del film está no sólo que expone esta contradicción intrínseca al neoliberalismo, sino que hace un repaso por las maneras en que los discursos neoliberales responden y tratan de adaptarse ante una crisis.  Podemos tomar un ejemplo bastante elocuente de esto en la curiosa escala de valores que los medios de comunicación exhiben estos días según la cual el jabalí que cruza la calle en una ciudad cerrada a toda actividad pública es bienvenido, ya que representa el retorno de la naturaleza con la que deberíamos compartir el “patrimonio común” del planeta (sin renunciar al capitalismo, claro), mientras lxs famosxs que se autopromocionan en Instagram en plena catástrofe global son repudiables. Un nuevo cliché brotó en la prensa cultural mainstream: estos famosos que tratan de “matenerse vigentes”, adaptándose a una catástrofe global en curso mediante posteos en las redes sociales, son repetitivamente denunciados por el nuevo consejo global de pundits y comentaristas que eligió la primera mitad de 2020 para descubrir que la heladera de la casa de Billy Eilish y las rutinas familiares de Lionel Messi y los quehaceres domésticos de una actriz casada con un aristócrata británico no son ya temas importantes. Y que estas figuras no son tampoco los líderes que necesita la humanidad. De un día a otro el consenso generalizado de que el sujeto económico del presente es el individuo-entrepreneur-artista fue sustituido por la necesidad de silenciar todo lo que se parezca a un artista o una celebridad en tiempos de emergencia. Ese giro sin transiciones no solo muestra goce en el castigo a la frivolidad que se complace señalando lo equivocada que está Madonna cuando hace un vivo de Instagram desde un baño de espuma en la bañera para recordarle al público que se cuide. También muestra que la supresión de la figura del artista en tiempos de crisis es la continuación lógica del mandato previo que lo obligaba a “adaptarse”, “comunicarse”, “funcionar” socialmente y a hacer un vivo de Instagram desde la ducha siempre que pudiera. El mismo cuerpo normalizado del artista que antes debía operar estratégicamente en la esfera de la comunicación y servir como modelo para la conversión de todas las industrias en industrias basadas en la comunicación (lo que solo es perfectamente concebible al interior de la ideología de la meritocracia) hoy está obligado a decir con la misma normalidad que “estamos frente a una situación nos aflige a todxs” o alguna otra invención retórica.

Las celebrities, y la figura de artista en general, otorgan el espejo en el que la cultura institucional neoliberal se ha mirado encantada durante décadas: su mismo ser se basa en la autopromoción y el ethos entrepreneurial. Pero su cancelación “en tiempos de crisis” viene a sustituirlo con una nueva niebla de metáforas igualmente incompatible con el modelo de gobernanza neoliberal: la que apela a un presunto amor comunal como “remedio de la crisis”. El discurso culpógeno que condena al músico que sale a promocionarse o al joven que viola las restricciones de contacto social pero también se enorgullece de los aplausos al sistema sanitario y lagrimea con cuanta gaviota o pelícano se adentre a buscar restos de comida en las peatonales desiertas de las ciudades costeras. Pero si hay algo que El hoyo pone en evidencia es justamente esto: que los discursos éticos que apelan a la solidaridad comunal sin apuntar a la estructura misma del sistema son la otra cara de la cultura institucional del neoliberalismo, meritocrática e individualista, y son igualmente falsos. La única vía política real se resume en dos ideas: organización y comunicación.

“De un día a otro el consenso generalizado de que el sujeto económico del presente es el individuo-entrepreneur-artista fue sustituido por la necesidad de silenciar todo lo que se parezca a un artista o una celebridad en tiempos de emergencia. Ese giro sin transiciones no solo muestra goce en el castigo a la frivolidad que se complace señalando lo equivocada que está Madonna cuando hace un vivo de Instagram desde un baño de espuma en la bañera para recordarle al público que se cuide.”

Yael Desbats, Miu Miu (2020)

La película, según algunos críticos, repone una versión del problema de teoría de juegos que en inglés se conoce como “commons tragedy”. Un sistema en el que todos los miembros deban actuar solidariamente para preservar el bienestar común va a colapsar en la medida en que resulta inevitable que cada uno priorice el interés propio, produciendo a largo plazo la ruina del conjunto. Ergo, es mejor aquel sistema que, a la inversa, extrae el beneficio común del interés individual. Al primer cambio de mes, que los deja en un nivel muy desfavorable, Trimagasi inmoviliza a Goreng para sacarle tajadas de carne con su cuchillo, tratando en lo posible de mantenerlo vivo. Goreng sobrevive, y finalmente mata a su compañero, pero el descenso a los niveles inferiores lo convence de la injusticia del Centro de Autogestión Vertical. A simple vista el “commons tragedy” es la negación de toda alternativa al neoliberalismo (es mejor la propiedad privada, ya que la propiedad comunitaria termina en tragedia), pero en vedad este problema es intrínseco al neoliberalismo. Ante la menor situación de crisis es el mismo neoliberalismo el que debe recurrir a la fantasía de “lo común” (justo ahí es cuando tiene sentido reprimir a las celebrities y celebrar las incursiones de los mapaches en el nuevo espacio común que hasta hace poco había sido el paisaje super privatizado de la ciudad). La fantasía de que un llamado ético a “lo comunal” por sí solo pueda resolver las contradicciones que resultan de un modelo de gobernanza desregulado y asimétrico es tan irreal como ver a diez o quince celebridades cantando juntxs en una mezcla de reunión por Skype y coro de iglesia.

El diseño del Centro de Autogestión Vertical es el resumen de la cultura institucional neoliberal, más que su metáfora. El edificio y sus servicios están diseñado para que la Administración pueda decir “vean, la comida no llega por culpa de los mismos internos. Son ellos los que no logran organizarse”. Imoguiri, que al comienzo de la película le hace la entrevista Goreng y que luego se alista voluntariamente para internarse, es el reflejo de esta conciencia. Ella conoce a la perfección el diseño del centro, pero no tiene idea de sus consecuencias estructurales. Al ver lo que realmente está ocurriendo, lo primero que hace es una especie de llamado a la solidaridad, para que en cada nivel preparen una ración de comida para el piso inferior y tomen solo la ración preparada en el piso de arriba. El sistema es un obvio fracaso. (Su misma ineficacia, en una especie de círculo vicioso, viene a rubricar la premisa inicial: es culpa de los internos si la comida no llega.) Cuando ella y Goreng son reasignados a un nivel bajísimo, se cuelga para que su compañero de celda tenga algo que comer.

El plan es simple, Goreng y Baharat bajan en la plataforma dispuestos a repartir ellos mismos la comida. Hasta ese momento a Goreng ni se lo ocurrió todavía derribar el orden; solo quiere resolver de manera improvisada el problema del hambre. ¿Pero qué hacer si un gran número de los internos se le enfrenta? Estas resistencias son estructurales, y en ellas también se filtra el marco cognitivo de la meritocracia. Cuando Imoguiri sugiere que cada uno guarde una ración para el comensal del piso de abajo, lo que le dicen los de abajo (quienes serían, en primer lugar, beneficiarios de su acción) es que ellos también han tenido hambre en alguno de los niveles inferiores. (Si están allí es porque se lo merecen, etc.) El centro está diseñado de forma que se evite rigurosamente la solidaridad entre los distintos niveles. El problema es que Goreng, al bajar, debe hablar para todxs. Esta lógica se rompe con la aparición en escena de Sr. Brambang, un “intelectual” en silla de ruedas, que da un sermón político-filosófico a Goreng y Baharat cuando llegan hasta su piso.

Brambang es el más realista de los personajes, pero su realismo es inherente a su perspectiva revolucionaria: según él entiende las cosas, el sufrimiento innecesario de muchas personas va a seguir ocurriendo a menos que cambien las condiciones estructurales, lo que requiere que la correlación de fuerzas se vuelque a la causa de la revolución. Ya lo está en los hechos, pero no todavía en la conciencia. Lo que hace falta entonces es convertir la acción política (que comenzó como acción de emergencia) en un objeto comunicacional, en algo durable e intencionado en la mente de las personas. El programa de Goreng va a ser exitoso en la medida en que pueda producir y hacer llegar un mensaje con la suficiente fuerza, no a la Administración (“la Administración no tiene conciencia”, aclara) sino a los trabajadores del nivel 0, los cocineros que vemos fugazmente en la introducción. La doctrina de Brambang puede sonar extraña en los oídos de quienes estén familiarizados con las sociologías culturales del neoliberalismo. La materia misma de la política revolucionaria, dice, es la comunicación. Los ambiciosos, los emprendedores, los crédulos y los filósofos, pueden tener las iniciativas individuales que quieran, pero su lugar verdadero es el de revolucionarios profesionales, intelectualizados y potencialmente criminales, adictos a la oportunidad y a la larga beatificados por su masa de seguidores y beneficiarios. Lo que necesita la causa es un gran éxito, algo que les mueva las costillas a los adormilados cocineros. Un producto, un mensaje. Ese mensaje es la porción de panacota que debe subir intacta al nivel 0 para demostrar que el poder siempre se cocina abajo. Ni el inverosímil “pragmatismo” que siempre hace fuerza para que todo siga igual ni la aceptación cínica del entorno dado ni la censura bienintencionada y solidaria pueden tanto como un mensaje pregnante que no rompe la ley sino que la revela como algo ya roto. Un mensaje que tiene la capacidad de evidenciar la desarmonía existente entre las “reglas” del orden dado y la realidad.

En la misma medida en que las leyes necesarias para salir del atasco planetario actual sean tan realistas como imposibles en el orden dado, su sustitución por una nueva ordenación jurídica parece más o menos inevitable. “El mensaje no necesita portador”, una de las últimas líneas de la película, se podría traducir así: el hecho comunicacional es inmediatamente político y viceversa. Dicho de otra manera, si no hay mensaje, no hay emergencia ni catástrofe que alcance. La moraleja esquiva que buscaban los bloggers tras el estreno de la película (¿es una crítica del capitalismo? ¿del socialismo? ¿del cambio climático? etc.) no es que todos somos prisioneros, ni que la desigualdad es algo natural, ni que el deseo de justicia produce crueldad, ni algo del estilo, sino una idea más puntual: que una revolución solo puede ser la consecuencia de su eficacia comunicacional, como un objeto cautivante de intelección colectiva capaz de organizar la necesidad objetiva de su realización.

Claudio Iglesias nació en Buenos Aires en 1982. Es licenciado en Letras, crítico de arte y traductor. Ha escrito artículos sobre arte para publicaciones especializadas y medios gráficos como Flash Art y Página/12. Publicó los libros Genios pobres (Mansalva), Corazón y realidad (Consonni) y Falsa conciencia (Metales Pesados).

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¡REPARTIR! CRÓNICA DE LA PSICODEFLACIÓN #7, POR FRANCO “BIFO” BERARDI

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¡Bien venga mayo/ y el gonfalón salvaje! / Bien venga primavera,/ que a todos enamora: / doncellas, en hilera/ con vuestros amadores, / que de rosas y flores, / os hace bellas mayo…
Angelo Poliziano, III

 

11 de mayo 

Desde que, tras un año de sufrimiento y de agonía, mi madre se fue en mayo de 2015, la muerte ha sido el tema dominante de mi reflexión.

La cortejaba, en cierto sentido, la desafiaba a que viniera a encontrarme posiblemente de noche, sin hacer ruido. La idea de una larga vejez doliente y obtusa, la idea del colapso repentino que quita la conciencia me aterrorizaba. Y además, francamente, jamás creí que la longevidad fuera una estrategia inteligente desde el punto de vista de la vida feliz, y tampoco me convencieron nunca todos los dimes y diretes acerca de los viejos que envejecen bien, que hacen gimnasia, etc. Digamos que la longevidad no va conmigo; los demás que hagan lo que quieran.

A mediados de 2019 había comenzado a escribir un libro del cual me gustaba sobre todo el título. Devenir nada. 

Buen título, ¿no?

Escribí unas cien páginas, pero muchos asuntos permanecían en estado de bosquejo, y, sobre todo, no estaba apurado. También había llegado a pensar que quizás un libro llamado Devenir nada debería desvanecerse suavemente con su temerario autor, y quedar incompleto al borde de la eternidad.

En los últimos dos años, después del maldito viaje a Houston, después de aquellos tres días en el lugar más horrendo en el que jamás había pensado encontrarme, también las ganas de viajar se estaban apagando un poco. Cada vez que iba a algún lado (seguí haciéndolo hasta febrero) me daba la sensación de someterme a un estrés inútil: hablar en público se había vuelto cansador. La última conferencia pública que di, en Lisboa, el 20 de febrero, la recuerdo como una pesadilla. Hablaba en un centro social dentro de una especie de garaje grande y largo lleno de una multitud ruidosa y colorida. El tema, vagamente yeta, si no recuerdo mal, era el apocalipsis irónico, o quizás la ironía apocalíptica. Poco importa, la cuestión es que estaba jugando con fuego.

Ese día no me sentía bien: me dolía el oído, me latía la cabeza, respiraba con dificultad y, en cierto momento, mientras le hablaba a esa multitud absorta, desde afuera llegó el aullido ensordecedor de una sirena. Tal vez una ambulancia, tal vez un coche de policía, no lo sé. Ese ruido infernal zumbó en la gran sala, me hizo perder el equilibrio, la calma y, sobre todo, el hilo del discurso. La ola de pánico duró unos diez segundos en un silencio inquieto, luego me recuperé normalmente, bromeando sobre mi estado de confusión mental. Dije que me estaba sintonizando con la psicósfera pánica, y que la sirena ululante era parte de la performance, y terminé prometiendo como de costumbre insurrecciones felices. Dos días después, regresaba a Italia y al llegar al aeropuerto de Bolonia me apuntaron con una pistola termómetro a la cabeza y tuve la prueba de que el mundo estaba entrando en una nueva era.

En los siguientes meses todo cambió, es decir, no realmente todo, sino muchísimo. En primer lugar, el viaje a Lisboa fue el último, al menos por ahora, y no puedo descartar que sea el último forever. Veremos.

Desde aquel momento, la curiosidad por el futuro capturó mi vida mental con una fascinación tan fuerte que le propuse a la parca que cortejaba insolentemente que esperara un rato; primero quisiera ver cómo va a terminar. Ya lo sé, sé que no va a terminar en ninguna parte, porque nunca nada termina y siempre todo continúa. Pero por lo menos ver qué giro toma la historia del mundo, si se me permite.

Detesto a los que se avergüenzan o incluso se escandalizan cuando se habla de la muerte, como si fuera algo poco delicado. Hace unos años, un filósofo muy respetado me dijo: oye, ya que hablas tan a menudo de la muerte, ¿por qué no te suicidas? Y agregó que para Spinoza solo la vida es un asunto del cual los filósofos se pueden ocupar. En ese momento me convencí de que el filósofo muy respetado no era más que un presuntuoso. Un filósofo que no se ocupa de la muerte, que me perdone Spinoza, no es un filósofo, sino un chocolatero.

En los Estados Unidos hay oficialmente ochenta mil muertos, lo que quiere decir que son al menos el doble. Esto no preocupa demasiado al presidente, quien hasta hace unos días enviaba mensajes despreocupados y beligerantes; pero en los últimos días suspendió las conferencias de prensa en las que daba consejos médicos y lo vemos con el ceño un poco fruncido. El semestre que lo separa de las elecciones corre el riesgo de no ser fácil para él; ahora, para colmo de males, tres personas que trabajan diariamente en la Casa Blanca dieron positivo en el test de coronavirus: la portavoz de Pence, un mayordomo y un consultor que frecuenta la protegidísima Ala Oeste del edificio presidencial. No podría ser peor para el capomafia: si incluso allí dentro, en el lugar más protegido que hay, tres personas fueron alcanzadas por el virus, es difícil seguir incitando a las personas a que vuelvan al trabajo.

Los desocupados son ahora alrededor de veinticinco millones y se espera que se conviertan en treinta y cinco millones el mes próximo. Y como en ese país los que no tienen dinero no pueden curarse, los pobres, los afroamericanos y los latinos mueren por miles cada día, cada día, cada día.

Una iluminación y una esperanza: ¿qué pasaría si Trump uno de estos días estirara la pata como un perro entre un tweet y otro? Tal vez no le disgustaría irse en este momento. Podría presentarse con San Pedro diciéndole “soy el presidente de los Estados Unidos, dejame pasar”, pero creo que San Pedro le diría “andate a la mierda”. Pero así al menos el charlatán podría evitar el papelón de ser derrotado por un caballo rengo como Joe Biden, mientras afuera protestan cuarenta millones de desempleados.

Cómo luego, pensando en el presidente de los Estados Unidos, me vino a la cabeza la novela Los novios, de Alessandro Manzoni, no lo sé, pero se los dejo a su imaginación. Anoche me acordé de la escena en la que don Rodrigo se despierta por la noche y descubre que tiene en el cuerpo «un repugnante bubón de un violáceo amoratado». Seguramente lo recuerden: «el hombre se vio perdido. Lo invadió el terror de la muerte y, con un sentido quizá más fuerte, el terror de convertirse en presa de los monatos, de ser llevado, arrojado al lazareto».

¿Qué hace entonces, aterrorizado, el jefe de los malvados, el raptor de Lucía? ¿Llama al vicepresidente? Más o menos:

Agarró la campanilla y la sacudió con violencia. Apareció al instante el Griso, que estaba alerta. Se paró a cierta distancia del lecho, miró atentamente al amo y comprobó lo que por la noche había conjeturado.

«Mike», exclama el desgraciado, «es decir, Griso, siempre me has sido fiel…»

«Sí, señor.» 

«Siempre te he hecho bien.»

«Por su bondad.» 

«De ti puedo fiarme…» 

«¡Diablos…!» 

«Estoy mal, Griso.» 

«Me había percatado de ello…» 

«¿Sabes dónde vive Chiodo el cirujano?» (Así en aquel entonces se llamaba Anthony Fauci…)

Don Rodrigo implora al Griso que vaya a buscar al cirujano y vuelva con él, pero previsiblemente el Griso lo traiciona, como ciertamente recuerdan mis veinticinco lectores.

En lugar de ir a lo de Fauci, va a lo de los monatos, les avisa que su amo tiene el coronavirus, los lleva a la casa del pobre don Rodrigo, quien, naturalmente, al verse traicionado, se pone muy, muy mal: «Los monatos lo tomaron, uno por los pies y el otro por los hombros, y fueron a colocarlo sobre una camilla que habían dejado en la habitación de al lado; luego, habiendo levantado el miserable peso, se lo llevaron.»

“Los Monatos”, de Gaetano Previati (ca. 1895–99)

12 de mayo 

A principios de mayo estaba prevista la salida de mi libro que más quiero, aunque solo sea por el hecho de que he trabajado en él durante más de veinte años y nunca termina, tanto es así que se llama E —como erotismo, estética, epidermis, extinción, etcétera.

Se llama E porque comienza citando a Rizoma, donde los dos viejos amigos dicen (¿recuerdan?) que la historia de la filosofía occidental está compuesta de disyunciones o… o… o… y en su lugar ahora debemos hacer una filosofía de conjunciones y… y… y…

Precisamente.

Mayo 13 

No me hago ilusiones de que el colapso pandémico tenga efectos socialmente positivos en lo inmediato. Por el contrario, como escribe Arundhati Roy, «el coronavirus entró en los cuerpos humanos y amplificó patologías existentes, entró en los países y sociedades y amplificó sus enfermedades y patologías estructurales. Amplificó la injusticia, el sectarismo, el racismo, las castas y, sobre todo, la desigualdad». Según Arundhati, el virus detuvo la máquina; ahora se trata de parar el motor, para volver definitivamente inoperante a la economía orientada al lucro. Cueste lo que cueste.

El ciclo de acumulación no se reanudará, porque las articulaciones están desquiciadas: la sanitaria, la psíquica, la productiva, la distributiva… todo se ha ido a la mierda.

En las últimas décadas, la precarización del trabajo ha fragilizado a la sociedad y ha debilitado su resistencia. El Covid-19 fue el golpe final: la sociedad fue disgregada por el encierro obligatorio y el miedo, y hasta el momento no es posible resistir con la acción. Por más paradójico que parezca, es precisamente la pasividad la que vencerá al capitalismo conduciéndolo a la muerte por asfixia. La forma más subversiva de pasividad es la insolvencia, que consiste en hacer saltar todo no haciendo nada, y, más precisamente, limitándose a no pagar por la sencilla razón de que no podemos pagar.

La insolvencia no tiene necesidad de ser propagandizada, predicada, gritada: vendrá por sí sola como consecuencia natural del colapso de la economía. La insolvencia no es una culpa sino una necesidad universal. Y la sociedad tendrá que comenzar a experimentar formas locales y autónomas de producción y distribución destinadas a la supervivencia y al placer.

En agosto del año pasado me llamó por teléfono Marco Bertoni, un músico a quien conocí quizás en los años ochenta, cuando formaba parte del Confusional Quartet, que tenía una posición particular, no marginal sino extrema, en la escena musical boloñesa de aquellos años. El viento punk-no wave había llegado a Bolonia y se había mezclado con las últimas ráfagas de la tempestad insurreccional del ’77. Por lo que la escena musical estaba abarrotada y apasionada: los espectaculares Skiantos, el radical-punk Gaznevada, los experimentales Stupid Set y otros que no recuerdo.

Los Confusional eran más cultos, refinados, más música contemporánea que pop, más jazz frío que punk-rock caliente. Cuarenta años más tarde, en agosto de 2019, Marco me llamó para decirme que tenía ganas de realizar una obra de la que solo tenía en la cabeza el título. Y que la quería hacer conmigo, no sé por qué. El título me fulminó, porque sintetizaba eléctricamente muchas de las líneas que atraviesan este tiempo: la gran migración, la gran expulsión, la violencia abstracta tecno-financiera y la violencia concreta del nazismo reaparecido.

Cuando me dijo el título que tenía en mente, estuvimos enseguida de acuerdo: Wrong Ninna Nanna.

“En las últimas décadas, la precarización del trabajo ha fragilizado a la sociedad y ha debilitado su resistencia. El Covid-19 fue el golpe final: la sociedad fue disgregada por el encierro obligatorio y el miedo, y hasta el momento no es posible resistir con la acción. Por más paradójico que parezca, es precisamente la pasividad la que vencerá al capitalismo conduciéndolo a la muerte por asfixia.”

Me imaginé a una joven madre hondureña que llegó al límite entre Tijuana y San Diego, pero en la frontera hay guardias armados y ahora ya no sabe a dónde ir y qué hacer y está allí, sentada en el suelo acunando a su bebé. Pero también podría ser una joven nigeriana o tunecina en un bote de goma rumbo a la costa siciliana.

Marco y yo hemos tratado de imaginar lo que siente una madre que ha traído al mundo a un ser sensible y vulnerable, sin pensar quizás lo suficiente sobre el mundo en el que el recién llegado debe crecer.

¿Hay alguna razón para reproducirse?

En la película Cafarnaúm, la directora libanesa Nadine Labaki cuenta la historia de un niño sirio de doce años en un campo de refugiados infernal de Beirut, que denuncia judicialmente a sus padres por haberlo traído al mundo. La película de Labaki fue para mí la principal inspiración de los textos que escribí para Wrong Ninna Nanna: son poemas estrujados en la angustia de una época sin más esperanza. Comenzamos a trabajar en septiembre, luego llegó el otoño de la convulsión, las revueltas gigantes y rabiosas de Hong Kong, Santiago, Beirut, París, Barcelona.

Marco empezó a componer con todos los instrumentos musicales provistos por la madre naturaleza: las hojas, el viento, los cuervos, los gorriones, el agua que fluye, y también su piano furiosamente tímbrico y coros de voces angelicales y misteriosas.

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Imagen de Cafarnaúm (2019), de la directora libanesa Nadine Labaki.

Luego le preguntamos a una amiga performer a quien recuerdo haber conocido en Nueva York cuando cantaba en locales punk del Lower East Side y yo hacía de periodista musical, y que Marco siguió en su carrera artística: Lydia Lunch, una de las más grandes performers musicales de nuestro tiempo. Dijo que sí, y grabó algunas pistas en su estudio, nos envió las grabaciones y así comenzó un largo trabajo de edición. Luego le escribí a Bobby Gillespie, el magnífico y muy delgado cantante de los Primal Scream que seguramente todos conocen. ¿Tenés ganas de poner tu voz recitando, cantando, haciendo lo que te parezca con estas palabras y estos sonidos? Dijo que sí..

Luego llegó el coronavirus, la pandemia, el lockdown, y a esa altura la maldición parecía cumplirse perfectamente, y creamos una canción introductoria llamada «Earth and World» [Tierra y Mundo], una melodía para voz abstracta, para voz no humana.

Una compañía discográfica nos propuso hacer una edición de vinilo. Sí, ¿pero cuándo? ¿Cuándo se podrá reanudar la producción de discos, de libros, de películas? 

Antes o después.

Mientras tanto, sin embargo, mientras esperamos que salga el vinilo, queremos dar a conocer online este trabajo que parece ser la banda sonora del apocalipsis. Hablamos con nuestros amigos Cuoghi & Corsello, artistas boloñeses que conozco desde cuando en los años ochenta algunas de sus etiquetas llenaban las paredes de los suburbios de Bolonia, y les propusimos colaborar en la realización en video de Wrong Ninna Nanna.

Nos encontramos justo el día anterior al inicio del lockdown, y en la soledad creativa de estos dos meses C&C realizaron el video de algunas canciones. Los otros los hizo Marco Bertoni con la ayuda de su hijo. Stay tuned.

14 de mayo 

Manifestantes milicianos armados ayudan a reabrir locales comerciales en Texas.

Según el periódico Folha de São Paulo, las milicias bolsonaristas no aceptarán la derrota y se están armando.

Guerra civil global en el horizonte.

Según Lorenzo Marsili, no debemos esperar demasiado del fin del mundo:

«Olvídense de los sueños silvestres de desaceleración. Basta pensar en esta paradoja: la aceleración vertiginosa del mundo y del tiempo que nos rodea se produce a través de una crisis que nos obliga a reducir la velocidad. Parece instaurarse un extraño mecanismo por el que, cuanto más nos detenemos, más la realidad es transformada por nuestro estar en casa. Lejos de desacelerar el mundo, el Covid-19 ha acelerado fuertemente los procesos de transformación personal, política y económica ya en marcha».

«Un deshilachamiento más que un colapso».

«Tampoco el Covid-19 hará saltar al mundo por los aires. Pero seguramente podrá llevar a su mayor deterioro: los negocios artesanales podrán cerrar cada vez más rápidamente en beneficio de la distribución organizada a gran escala; podrá haber un endurecimiento de las medidas de austeridad para expiar la culpa del endeudamiento necesario; podrá fortalecerse la tendencia de los más ricos a prepararse rutas de fuga, acelerando el proceso de separación de las élites de sus comunidades nacionales. El punto es que la crisis ya no es una interrupción de la normalidad. La normalidad es crisis. La crisis ya no es un momento decisivo, un divisor de aguas, un momento heroico. Y, por lo tanto, ya no es un concepto útil. Si tuviéramos que hacer una lista de las cosas que más extrañamos en esta cuarentena –ejercicio útil, aunque solo sea para darnos cuenta de la poca importancia que desempeña cierto consumismo en nuestras vidas–, las relaciones humanas sin duda estarían en los primeros puestos. Nos faltan los amigos. ¿Pero todos ellos? He aquí un ejemplo simple de lo que significa superar la elección binaria entre crecimiento y decrecimiento. Menos amigos y más amistad».

15 de Mayo 

Sentados a la orilla del río, el colectivo de escritores Wu Ming escribe en su blog Giap citando un comentario: «Se trata de una especie de principio de incertidumbre en el sentido heisenberguiano, entre el virus y la emergencia. No se puede mirar y mantener la mirada fija en ambos, ya que se subestima uno o el otro. Subestimados en los ojos del otro. Es decir: para aquellos que ven bien el virus (o creen verlo bien), la emergencia es solo una contingencia que pasará si el virus pasa; para aquellos que ven bien la emergencia (o creen verla bien), el virus, por serio y peligroso que sea, será cada vez menos letal que las consecuencias que las políticas de emergencia están provocando. Cada discusión tiene esta inestabilidad a su interior y sacarla a la luz no puede más que ser un bien».

Como suele sucederme después de leer a Wu Ming, me doy cuenta de que aprendí algo. Ahora me detengo por un momento y medito sobre ello. Esta noche, aquí en la terraza, hay una luz celestial que no quiere terminar y se desvanece lentamente melancólica. Hacemos media hora de yoga y un larguísimo mantra antes de que la luz del sol se vaya por completo.

En Bolonia, siete compañeros y compañeras del círculo anarquista Il Tribolo fueron arrestados con la acusación anómala de asociación con el propósito de terrorismo o de subversión del orden democrático. Se trata de compañeros y compañeras que se han distinguido en la solidaridad y el apoyo a los detenidos, plenamente comprometidxs con el movimiento anticarcelario transversal que ha vuelto a expresarse en los últimos meses en las prisiones de la cárcel de la Dozza y en iniciativas en la ciudad.

Toda la operación contra ellxs tiene características anómalas: desde el seguimiento con drones (porque, con la caza de los runners en vía de extinción, al parecer precisaban utilizarlos de alguna manera) hasta la irrupción en sus casas de carabineros con equipamiento antidisturbios, cascos y escudos. Transferidxs a las secciones de alta seguridad de Piacenza, Alessandria, Ferrara, Vigevano. ¿Por qué?

Único presunto delito específico: el daño a un puente repetidor, cuya atribución obviamente debe demostrarse, pero que tristemente hace recordar a montajes judiciales de otros tiempos en el Valle de Susa.

El comunicado de prensa de la Fiscalía tiene el carácter de documento político: afirma la naturaleza preventiva de la intervención «dirigida a evitar que en eventuales momentos futuros de tensión social, emanables de la particular descrita situación de emergencia, puedan asentarse otros momentos de más general “campaña de lucha antiestado”», en línea con la directiva emitida por la ministra Lamorgese a los prefectos para prevenir la «manifestación de semilleros de expresión extremista».

Se está preparando una ola de represión preventiva, en el clima de miedo y aislamiento favorecido por el lockdown.

16 de mayo 

Guido Viale me cae personalmente antipático desde que en julio de 1970 publicó en el periódico Lotta continua una extensa vituperación de mi primer libro llamado Contra el trabajo. Nunca se lo perdoné, pero admito que en los últimos tiempos escribe siempre cosas inteligentes. Hoy publica en Comune-info un artículo en el que habla sobre la normalidad «potenciada»: «Potenciada para recuperar el tiempo perdido: no el de Proust, sino el del PIB: más producción, más explotación, más precariedad –es decir, falta de perspectivas y de futuro– para todos, más deuda, más desigualdad entre ricos y pobres, más marginación de quienes se quedan atrás, más retrocesos para quienes no deben verse entre nosotros (para poder explotarlos mejor), más indiferencia en relación con las “vidas descartables”. Durante mucho tiempo, para los trabajos de reproducción o de cuidado –cuyo papel esencial en el funcionamiento de la sociedad, pero por mucho tiempo ocultado, fue sacado a la luz por los movimientos feministas– se ha reclamado “igual dignidad” y una remuneración proporcional a la de quienes eran reconocidos en el trabajo llamado “productivo”. En otras palabras, se trataba de empujar con la lucha el trabajo de cuidado dentro de la esfera del trabajo productivo. Hoy, sin embargo, aparece claro que el movimiento a promover es exactamente el opuesto: es necesario luchar para transformar todo el trabajo productivo en trabajo de cuidado de la Tierra, de lo viviente, de la convivencia humana, de la reproducción de la vida. Es el cuidado el que debe atraer, hospedar y transferir dentro de su esfera de sentido y revalorización al trabajo llamado “productivo”, realizando, dentro de esta transformación, ese equilibrio entre géneros y roles que el “desarrollo de las fuerzas productivas” no ha jamás sabido ni podía realizar: una inversión de campo para nada menor. Es desde esta perspectiva que la reivindicación de un ingreso incondicionado puede perder su carácter retributivo –“páguenme a cambio de algo”– para asumir las connotaciones de una reivindicación consustancial a la de una pertenencia común a un único género humano».

17 de mayo 

Después de meditar en las palabras de Wu Ming mencionadas hace poco, ahora toco una tecla sensible, y no quisiera que alguien la malinterprete.

Ciertamente no soy un fanático de la productividad, ni idolatro la libertad como un valor abstracto. Soy anarquista, pero no por esto creo que sea justo joder a los otros en nombre de la propia libertad. De hecho, realmente creo que el mito de la libertad (de algunos) a menudo se ha utilizado para imponer la esclavitud de la mayoría.

Pero cuando en marzo me enteré de la obligación de quedarse en casa, cuando vi los spots de celebridades publicitarias que nos invitaban a imitarlos quedándonos en casa, como si todos tuviéramos la piscina, la terraza y el mayordomo, inmediatamente pensé que había algo incorrecto allí. Pero aún más incorrecta era la invitación opuesta a reanudar a toda costa el trabajo en la línea de montaje. La Confindustria es peor que Fiorello.

Dejémonos de historias: para evitar que el virus se propague, matando a millones de personas, era correcto detener todo. Pero ahora, dos meses después, tenemos que ir a ver los datos relacionados con la letalidad del virus y descubrir que son bastante bajos. Además, es interesante el dato relativo a la edad promedio de los muertos. 80 años en Austria, 80 en Gran Bretaña, 84 en Francia, 81 en Italia, 84 en Suiza y 80 en los Estados Unidos. En la medida que tengo setenta años no pienso que sea correcto dejar que los viejos mueran sin recibir los cuidados necesarios. Pero en fin…

¿Debemos quizás reconocer que la peligrosidad del virus ha sido de alguna manera sobrestimada? En estos casos es mejor sobrestimar que subestimar, no cabe la menor duda. Pero lo que es preciso explicar es por qué se ha desencadenado la más angustiosa tempestad informativa de todos los tiempos.

Repito que soy un encendido partidario del lockdown y detesto a los «libertarios» que quieren hacer trabajar a las personas con total desprecio por el peligro. Sin embargo, sin absolutamente ninguna intención polémica respecto de las medidas de prevención, me pregunto: ¿por qué?

Mi respuesta es compleja pero simple.

En la primavera europea de 2020 asistimos a una crisis de pánico global cuya causa estuvo solo ocasionalmente vinculada a la pandemia, y en un modo más profundo dependía del estrés psíquico de una sociedad obligada a trabajar en condiciones precarias competitivas y miserables, así como del estrés físico de un organismo debilitado por la contaminación del aire y de los lenguajes.

Si no se hubieran impuesto las medidas de confinamiento, el virus habría matado muchas veces más –por lo que viva el lockdown.

Pero lo que es preciso contener y erradicar no es solo el virus que desencadena reacciones en algunos casos extremadamente dolorosas y a veces letales. Lo que es necesario erradicar es también la contaminación sistemática del medio ambiente, el estrés de la competencia económica y la hiperestimulación electrónica. Y esto no lo harán los médicos y no lo hará una vacuna. Tenemos que hacerlo nosotros, con la lucha de clases. Warren Buffett tenía razón cuando decía que la lucha de clases no había terminado en absoluto, que simplemente la habían ganado ellos, los chacales. Esto era ayer, pero ahora es mañana. La lucha de clases sigue, y esta vez los chacales están desorientados, al menos tanto como nosotros.

18 de mayo 

El New York Times publica un artículo de Roger Cohen, un periodista liberal, moderadamente progresista, muy culto. Tal vez mi periodista estadounidense favorito. El título «The masked against the unmasked» (Lo enmascarado contra lo desenmascarado) se anuncia bastante misterioso, pero el texto es clarísimo, desde las primeras líneas.

«… un vecino en Colorado me dijo: los otros (los trumpistas) están armados y no se detendrán ante nada. ¿Qué le diremos a nuestros nietos cuando Ivanka Trump asuma el poder como 46º presidente de los Estados Unidos en 2025 y sean abolidos los plazos de duración de la presidencia? ¿Les diremos que hicimos todo lo que pudimos con nuestras palabras, pero que ellos tenían el fusil?»

Por supuesto, inmediatamente después Cohen agrega que no está de acuerdo con su vecino y que la democracia estadounidense no es como la húngara.

Pero me interesa la sustancia, no las buenas intenciones del ilustrado liberal Cohen. Me interesa saber que en Estados Unidos se está preparando una guerra civil, o bien una psicopática victoria de los supremacistas. Y lo que se está preparando en Estados Unidos también se está preparando en Brasil y en muchos otros países del mundo: la guerra civil es la perspectiva más realista. ¿Tenemos que armarnos también? No creo, si se termina a los tiros no hay duda de que perderemos. Pero debemos saber lo que nos espera, y dejar de decir frases retóricas sobre la democracia que ya está muerta y enterrada, para inventar una resistencia a la altura de la tempestad que llega.

Tengo que hacerles una confesión embarazosa: en los últimos tiempos he cambiado, mi personalidad está alterada, en síntesis, ya no me reconozco. No como resultado de la pandemia o del lockdown, aclaremos, eso sería perdonable. No: sucedió por culpa de Netflix.

Me explico: desde hace unos quince años, Billi y yo nos hemos puesto de acuerdo en una cosa: basta de televisión. Durante años, cada noche nos habíamos arruinado la cena con esas caras de culo y con las avalanchas de mierda que salían de ella. Basta.

La pantalla de televisión quedó tapada por plantas trepadoras, cactus y rododendros, y después terminó en el basurero. Durante quince años nunca volví a ver la televisión, excepto por pocos segundos en algún bar infame.

Así fue que me convertí en un desadaptado social. En las discusiones con los conocidos la mitad de las referencias se me escapaban, personajes muy nombrados eran para mí completamente desconocidos. Tanto mejor para mí si no sabía quién era Giletti.

Luego llegó el lockdown y ¿saben lo que hice? No fui a comprar otra tele, no exageremos, sin embargo me suscribí a Netflix. Pagué nueve euros y tuve a disposición una lista de cosas de las que ignoraba su existencia. Más o menos por casualidad elegimos ver algo llamado La casa de papel  (creíamos, imagínense, que era la traducción de House of Cards). Es una producción española que cuenta sobre un asalto gigantesco a la casa de la moneda nacional. No es un asalto en realidad, sino la ocupación de la casa donde se imprime el dinero: el objetivo es imprimir unos 2.400 millones de euros con la colaboración de los rehenes. Entre los rehenes está la hija del embajador británico en España, y los héroes del asalto se atribuyen cada uno el nombre de una ciudad: Tokio, Moscú, Berlín, Nairobi, Río, Denver, Helsinki y Oslo.

“Pero lo que es preciso contener y erradicar no es solo el virus que desencadena reacciones en algunos casos extremadamente dolorosas y a veces letales. Lo que es necesario erradicar es también la contaminación sistemática del medio ambiente, el estrés de la competencia económica y la hiperestimulación electrónica. Y esto no lo harán los médicos y no lo hará una vacuna. Tenemos que hacerlo nosotros, con la lucha de clases. ”

Bueno, no voy a ponerme ahora a contarlo todo, pero tengo que decir una cosa. La casa de papel es hermosa, abrumadora, mejor que Dostoievski, mejor que Stendhal, mejor que toda la historia de la literatura universal. Por supuesto, algunas cosas pueden parecer inverosímiles (por ejemplo, la liberación de Tokio por parte de cuatro serbios barbudos). Pero cuando leemos la Odisea, ¿cómo podemos creer que Ulises atravesó a nado medio Mediterráneo? Lo creemos y basta, porque Homero lo dijo.

Confieso que siempre tuve una inclinación por los asaltos, desde que en la prisión de San Giovani en Monte, donde fui detenido por delitos políticos poco interesantes, conocí a Horst Fantazzini, que había robado una docena de bancos emilianos sin jamás usar un arma de fuego: se acercaba a los mostradores simplemente diciendo (con el ejercicio de lo que los lingüistas llaman «acto lingüístico performativo»): esto es un asalto. Los cajeros le daban todo lo que tenían en la caja y él se iba alegre y sonriente. Una vez en Piacenza, una cajera le dijo “váyase o llamo a la policía”, y Horst (que era un caballero refinado, hablaba un excelente francés, y en prisión llevaba un saco sport de terciopelo de amaranto) le respondió: “lo siento, pasaré en otro momento.”

Lamentablemente soy muy miedoso y nunca me atreví a robar un banco. Me limité a concebir insurrecciones improbables contra el Estado, y vivo con una modesta jubilación docente que probablemente en los próximos años desaparecerá junto con el Estado italiano y todos los demás.

Pero en resumen, hasta hace diez días estaba bien informado, leía todos los días el Financial Times, el New York Times, Le Monde, Il Manifesto, L’Avvenire, El País, más tres o cuatro semanarios y grandes libros de historia y de filosofía. Ahora no sé casi más nada, no pienso en otra cosa que en La casa de papel, en la amigable profesora, en la bellísima Tokio y en el enigmático e inquietante Berlín.

Mi odio por los bancos, por el dinero y por quienes lo acumulan en este momento se expresa así, pero espero que en los próximos meses, mientras el capitalismo continúa derrumbándose como un castillo podrido, la expropiación se popularice.

Quizás el cambio en mi personalidad también se deba al fin de la droga. He leído que las rutas de suministro se han agotado, más o menos, y en cualquier caso a los muchachos que me abastecían no los veo desde que el virus maldito los separó de mí. La abstinencia no me hace mal, que quede claro. De hecho, sin mis tres porros diarios el cerebro se excita exageradamente, y concibo pensamientos de los que no debería hablar tan alegremente. Solo con ustedes hablo de ellos, queridos amigos, pero manténganlo en secreto. Que no se sepa por ahí.

De cualquier modo, este séptimo sello es el último de mi larga crónica de la psicodeflación.

Los dejo, no sé bien qué voy a hacer ahora, pero como es sabido, un buen juego dura poco y este ya ha durado tres meses.

Ayer por decreto volvimos a la vida normal. Sort of.

Como sugiere Andrea Grop en un mensaje que compartí de inmediato, la consigna es: volver a salir [ripartire]. También nosotros queremos repartir, cómo no. Queremos repartir las riquezas que han sido privatizadas, queremos repartir los edificios desocupados que son propiedad de instituciones financieras, queremos repartir el dinero acumulado a través de la explotación del trabajo. La consigna es: reparto, distribución, expropiación, socialización de los medios de producción, ingreso garantizado para todos sin distinción de sexo, de credo religioso y de procedencia geográfica.

Verán que en un año casi todos entenderán que si los expropiadores no son expropiados la mayoría de las personas como ustedes y como yo terminarán en una miseria negra y morirán mal. Y es mejor morir bien, antes que morir mal.

Algunos se preguntaban si del confinamiento saldremos mejores o peores. Depende de qué quiere decir: el miedo, el distanciamiento, el chantaje económico ciertamente no nos volverán más solidarios, al menos por un tiempo. Los patrones usarán la desocupación como un chantaje; Los propietarios de la FIAT ya están chantajeando al Estado, pidiendo miles de millones de euros para su empresa apestosa, que después de haber explotado a los obreros y haberse aprovechado por décadas de los aportes del Estado italiano (no) paga los impuestos en los Países Bajos y despide en Turín y Pomigliano.

Sucederá, y sufriremos. Sufriremos muchas cosas en los próximos meses, sufriremos la violencia de los racistas contra los migrantes, sufriremos la arrogancia de los patrones y la de los fascistas. Pero no sufriremos para siempre, porque el poder no se consolidará, la máquina económica no se volverá a poner en marcha, está irreversiblemente desquiciada.

Todo será inestable, como una tripulación de borrachos en un barco en medio del mar en la tempestad. Es necesario prepararnos para un largo período de inestabilidad y de resistencia y es necesario hacerlo de inmediato. Resistencia querrá decir creación de espacios de autodefensa para la supervivencia, de producción de lo indispensable, de afecto y de solidaridad.

Existe al menos un ochenta y cinco, quizás un noventa y creo incluso creo que un noventa y uno por ciento de probabilidad de que la vida social empeore, de que las defensas sociales se desmoronen, de que las formas de control tecno-totalitario se encastren en el cuerpo enfermo de la sociedad, de que el nacionalismo belicista prevalezca. Es probable probable probable. Quizás inevitable.

“La consigna es: volver a salir [ripartire]. También nosotros queremos repartir, cómo no. Queremos repartir las riquezas que han sido privatizadas, queremos repartir los edificios desocupados que son propiedad de instituciones financieras, queremos repartir el dinero acumulado a través de la explotación del trabajo. La consigna es: reparto, distribución, expropiación, socialización de los medios de producción, ingreso garantizado para todos sin distinción de sexo, de credo religioso y de procedencia geográfica. ”

Pero si en la víspera de Año Nuevo nos hubiéramos encontrado en la calle y les hubiera dicho que en tres meses habría treinta millones de desocupados en Estados Unidos, que el precio del petróleo caería a cero dólares por barril, que el transporte aéreo se detendría en todo el mundo y que, en comparación, el 11 de septiembre era una broma, me habrían hecho internar en el manicomio.

En cambio, aquí estamos.

¿Saben por qué? Bueno, ya se los dije no sé cuántas veces: porque lo inevitable generalmente no sucede; de hecho, es lo impredecible lo que siempre prevalece. 

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ENTREVISTA 

Éric Sadin: “La pandemia fue como una burla a nuestra voluntad de controlar todo”

Desde el año 2010 estamos viviendo un cambio de estatuto. Las tecnologías digitales dejaron de ser un útil destinado a conservar, indexar o manipular la información para tener otra misión: se encargan de hacer un peritaje de lo real. Es decir que tienen por vocación revelarnos, a menudo en tiempo real, dimensiones que dependían de nuestra conciencia. Podemos recurrir al ejemplo de la aplicación Waze que se encarga de señalar el mejor recorrido para desplazarse de un lado a otro. Esa capacidad de hacer peritajes a velocidades infinitamente superiores a nuestras capacidades humanas caracteriza la Inteligencia Artificial. El sentido escondido de esto está en que la IA es como una instancia que nos dice la verdad. Y la verdad siempre reviste una función performática. Por ejemplo, la verdad religiosa enuncia dogmas e interpela a obedecerlos. La Inteligencia Artificial enuncia verdades con tal fuerza de peritaje que nos interpela a obedecerlas. Estamos entonces viviendo un momento donde las técnicas se dotan de un poder de mando. El problema radica en que nos plegamos al peritaje, nos conformamos con eso y ejecutamos las acciones correspondientes. Es la primera vez en la historia de la técnica que existen sistemas con el poder de mandar.

La primera consecuencia de estas tecnologías es la mercantilización general de la vida. Esto le permite al liberalismo económico no verse confrontado por ninguna barrera y poder mercantilizar sin trabas el conocimiento de nuestros comportamientos. Casi a cada segundo y a escala planetaria, el liberalismo nos sugiere la mejor acción posible, es decir, la operación mercantil más pertinente. Vemos muy bien que el milagro de la Inteligencia Artificial no es para nosotros sino para la industria.

El desarrollo de las tecnologías digitales apuntaba a amplificar nuestro control, pero el coronavirus demostró su estado de invalidez, demostró que las soluciones no se originan en el control absoluto de las cosas sino en la atención a las fallas, con una sensibilidad en la relación con las cosas.

 

El coronavirus nos enseña que ha llegado la hora de dejar de estar buscando someter la realidad. Debemos partir de la existencia y no querer controlarla todo el tiempo, debemos apreciarla en función de nuestros principios, es decir, la dignidad, la solidaridad. Las proyecciones futurológicas no tienen cabida. Hay que terminar de una buena vez por todas con esa insoportable ideología del futuro que ocupó todos los espacios. Hay que terminar con el discurso de las promesas y ocuparse más de una política del presente, una política de lo real, de lo que se constata. A partir de estas condiciones y de nuestros principios decidimos cómo construir mejor y con incertidumbres nuestro porvenir común. No es lo mismo un porvenir común que un futuro de fantasías que no hace más que responder a intereses tan estrechos como privados.

NOTA

Éric Sadin: “Es hora de una política del testimonio”

Una partícula microscópica revelaba, en el mismo movimiento, la vanidad de nuestra voluntad de omnipotencia y la amplitud tanto tiempo reprimida de nuestra vulnerabilidad.

 

A principios de la primavera, una nueva raza comenzó a florecer por todas partes: los especialistas en el “mundo de después”. La mayoría comenzó a soñar con saludables mañanas luminosos, pero en términos que encubrían el fracaso para imaginar de repente cómo doblegar lo real a nuestros puntos de vista, como si las palabras, simplemente por sus supuestas buenas intenciones, pronto tomaran cuerpo.  Sin embargo, opuesto a toda esta inflación de opiniones, el momento debería corresponder a un ejercicio completamente diferente de la palabra y que procede de una lógica muy distinta: el testimonio. El que narra las situaciones vividas desde la experiencia en el terreno, en los lugares donde los problemas de la época se sienten tan cruelmente: hospitales, empresas, escuelas, hogares pobres, personas desocupadas, los suburbios al abandono. Esto es lo que nos faltó en las últimas décadas: relatos que hubiesen contradicho la marea de discursos que enmascaran la realidad de los hechos, que responden a todo tipo de intereses y terminan forjando nuestras representaciones. Si hubiéramos estado plenamente atentos a estos contra-discursos edificantes, ciertamente viviríamos en sociedades menos sufrientes. 

 

El testimonio es depositar en los ojos de los otros lo que la mayoría no sabe, a lo que no asisten y que, sin embargo –debido a la violación de los derechos elementales padecida por algunos o por toda la comunidad de ciudadanos –exige ser llevado al conocimiento público. En este sentido, deberíamos estar infinitamente más atentos a estos informes redactados desde el suelo de la vida cotidiana, provenientes de conocimientos a menudo más instructivos que los asumidos por tantos expertos profesionales. Todos estos “expedientes” están llamados a constituir la primera guía de acción pública –lejos de las metáforas y las ideologías limitadas– para instituirse como una política del testimonio.

Escritor y filósofo, Éric Sadin es una de las personalidades francesas más renombradas de la actualidad entre quienes investigan las relaciones entre tecnología y sociedas. Se ha ocupado en diversos escritos de trazar un diagnóstico de la contemporaneidad y de sus prácticas en función del impacto que los artefactos tecnológicos producen en la humanidad. Entre sus libros –que cada vez generan más entusiasmo en la crítica y suman más lectores– se encuentran: Surveillance globale. Enquête sur les nouvelles formes de contrôle (2009), La société de l’anticipation (2011), La humanidad aumentada (2013, Caja Negra, 2017; Premio Hub al ensayo más influyente sobre lo digital), La vie algorithmique (2015), La silicolonización del mundo (2016; Caja Negra, 2018) y La inteligencia artificial o el desafío del siglo (Caja Negra, 2020). Éric Sadin desarrolla además tareas de docencia e investigación en distintas ciudades del mundo y publica regularmente artículos en Le MondeLibérationLes Inrockuptibles y Die Zeit, entre otros medios.e

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AJEDREZ. CRÓNICA DE LA PSICODEFLACIÓN #6, POR FRANCO “BIFO” BERARDI

AJEDREZ. CRÓNICA DE LA PSICODEFLACIÓN #6, POR FRANCO “BIFO” BERARDI

«Cuando el Cordero abrió el séptimo sello,
hubo silencio en el cielo como por media hora.
Y vi a los siete ángeles de pie ante Dios,
y se les dieron siete trompetas.»
Apocalipsis 8, 1-2

29 de abril 

Hay un tipo cuyo nombre no diré (llamémoslo EffeZeta) que es mi amigo en Facebook, pero, ya se sabe, amigo es un decir. Nunca pierde la ocasión de decirme que soy un idiota, a veces le respondo amigablemente y otras veces no.

Pero siempre me ha caído simpático con sus comentarios despectivos de anarco-marxista radicalísimo que detesta a los intelectuales como yo. ¿Cómo no comprenderlo?

Hoy, por primera vez, se digna a enviarme un mensaje bastante largo, articulado y no polémico. Tal vez me perdonó, quién sabe, y lo leo.

A continuación cito una parte, no todo pero casi, tomándome la libertad de hacer algunas correcciones o aclaraciones, porque entiendo que EffeZeta lo escribió de apuro, no tiene tiempo que perder en mí.

«Si desde el punto de vista de la organización del poder, la historia de los últimos 14.000 años aparentemente ha sido fragmentada y no lineal, hay en cambio una tendencia absolutamente coherente. O sea, la eliminación de los espacios físicos [yo diría más bien la privatización de los espacios físicos, que conduce a su eliminación para la mayoría – nota mía]. Nos cuentan los arqueólogos que una de las primeras cosas que sucedió en las ciudades-Estado como Uruk fue justamente nombrar la tierra. Ese suelo era propiedad de un rey, de una ciudad, pertenecía a una entidad “jurídica”. En los años de las guerras entre hititas y sumerios, hubo acuerdos de extradición. Es decir, ya no tenías acceso libremente a la tierra. Estabas atado a un suelo, un lugar. Este proceso ha continuado siempre. Los enclosures (cercamientos) ingleses en el siglo XVII transformaron tierras comunes, tierras de nadie, en tierras estatales. A hoy, no hay un solo centímetro cuadrado de la tierra que no sea de alguien. Que no tenga un propietario. Y algo que tiene un propietario se puede vender. Un ejemplo espantoso de este proceso fueron las compras de tierras en Palestina por parte de los sionistas. Otro: los ingleses obligaban a las poblaciones indígenas en África a poner en práctica formas de control catastral del territorio, sabiendo que en ello residía el control colonial y la victoria.

Hoy estamos en un punto de inflexión histórico. Los libros de ciencia ficción hace tiempo relatan que las máquinas tomarán el control. Pasamos a reconocer como único espacio habitable a nuestra propiedad. Por consiguiente, todo debe pasar a ser propiedad. Cada calle, cada jardín. Podrá haber concesiones para recorrer ese territorio, pero en un contexto de espacio privado rentable. En un mundo así, como es lógico, el Estado debe terminar, la propiedad estatal ya no existe, el monopolio de la fuerza ya no pertenece a los Estados nacionales, los impuestos de Glovo, Google, Amazon no entran en las arcas nacionales, la jurisdicción ya no apela a la Constitución, el Estado ya no emite dinero porque la moneda nacional ya no existe, lo público desaparece. En este punto, para el control total es preciso que el consumidor esté conectado las 24 horas del día y que esté aterrorizado de la corporeidad. En esto estamos en un buen punto, la mayoría de las personas ya están de buena gana en casa. El 5G, en tal sentido, es indispensable. Una tecnología que permita administrar 2 mil millones de dispositivos subcutáneos, además de toda la domótica. Por lo tanto, lo que estamos viviendo con el 5G es esto: las grandes empresas privadas se están comprando nuestros lugares de vida: land grabbing (acaparamiento de tierras)».

PD: Obviamente, el virus en sí no tiene ningún papel en esta historia. El virus como un problema en sí mismo no existe. Existe el miedo, que, de hecho, ataca nuestra debilidad, el terror de morir, teniendo a nosotros mismos y a nuestro cuerpo como único horizonte».

Entonces EffeZeta concluye con un llamamiento: «Nos dijeron desde pequeños que el pueblo no puede vencer, y claramente lo dicen para incitarnos a la inacción. Si tienen hijos, o una pizca de dignidad, este es el momento de volverse nómadas. Es el momento de tirar la PC por la ventana. Todo el mismo día. En un acto épico de rebelión».

30 de abril

La administración Trump corta los fondos a los Estados precisamente cuando están bajo el ataque del virus. Deben arreglársela solos, le dice a los gobernadores de Nueva York y de California. Es un modo de presionarlos para que renuncien al lockdown y reanuden la actividad económica cueste lo que cueste, mientras grupos de trumpistas armados ingresan al edificio del gobierno de Michigan. Uno de los manifestantes anti-lockdown lleva un cartel en el que se reivindica el trabajo que da libertad. El cartel está escrito en alemán, y dice exactamente: «Arbeit macht frei».

1 de mayo

El Economist se preocupa con el realismo brutal que caracteriza desde siempre a este antiguo periódico: el libre mercado está en peligro. «Las adquisiciones de bonos del Tesoro por parte de la Reserva Federal se parecen mucho a imprimir dinero para financiar el déficit. El Banco Central ha anunciado programas para sostener el flujo de crédito a las empresas y a los consumidores. La FED actúa como prestamista de última instancia para la economía real, no solo para el sistema financiero… Larry Kudlow, director del Consejo Económico Nacional de Estados Unidos, denomina al estímulo fiscal decidido por la administración Trump “el mayor programa de asistencia para Main Street en la historia de los Estados Unidos”, comparándolo con los salvatajes de Wall Street de hace solo una década. En Estados Unidos, los ciudadanos recibirán cheques de mil doscientos dólares» (con la firma de Trump. Arrogancia suprema).

Además, el Economist escribe: «El modelo de Estado que se estableció en Europa entre los años cincuenta y setenta, en el que los burócratas controlaban los servicios, desde la electricidad hasta el transporte, sería inimaginable sin la experiencia de la guerra, en la cual el Estado controlaba prácticamente todo, y la gente común hacía enormes sacrificios tanto en el campo de batalla como en casa».

Las catástrofes (guerras, pandemias) promueven el fortalecimiento de los aparatos estatales, dice The Economist, que teme sobre todo que el Estado aplique impuestos a sus ricos lectores. «La nueva idea de que el gobierno debe salvar a toda costa las empresas, el empleo y los ingresos de quienes trabajan podría consolidarse. Un número cada vez mayor de países tratará de ser autosuficiente en la producción de bienes estratégicos como los medicamentos, el material sanitario e incluso el papel higiénico, lo que provocará una mayor retracción de la globalización. El rol del Estado podría cambiar definitivamente. Las reglas del juego han sido modificadas durante siglos en una dirección, pero ahora un giro radical se alza amenazador en el horizonte».

El socialismo de Estado que, según el Economist, está surgiendo de las medidas de apoyo a la demanda y del fortalecimiento de la intervención pública en áreas como la salud asusta al periódico fiel del neoliberalismo global. Comprensible. Pero ¿puede el intervencionismo de Estado salvar de por sí la situación, puede restituir energía a un cuerpo colectivo debilitado, distanciado, temeroso de moverse? No lo creo.

El poder del dinero parece haberse debilitado.

Por mucho tiempo la aceleración tecnofinanciera, por mucho tiempo la precariedad han llevado al agotamiento de las energías mentales del género humano: ahora el mundo parece haber entrado en un estado de debilitación permanente.

En 1976 Baudrillard había intuido que solo la muerte escapa al código del Capital. Largamente desplazada de la escena de la expansión ilimitada, la muerte ahora reaparece en el horizonte. En la época digital y neoliberal la abstracción financiera ha puesto en jaque a la sociedad. Y luego llegó el bio-info-psico-virus, una concreción matérica proliferante que ha puesto en jaque a la abstracción del Capital.

Ahora comienza una nueva partida.

Como en El séptimo sello, la película de Bergman, donde el noble caballero Antonius Block, de regreso de la cruzada, encuentra que la Muerte lo espera en la playa de un mar tempestuoso. Alrededor, en las tierras del Norte, azotan la peste y la desesperación, y Antonius desafía a la Muerte a una partida de ajedrez, y la Muerte acepta el aplazamiento. Así ahora en el horizonte de nuestro siglo se dibujan los colores de la extinción, y la partida de ajedrez puede comenzar. Le daremos el nombre de una obra de Samuel Beckett, Final de partida, en la que Nagg y Neil viven en tachos de basura, mientras que Hamm es ciego y no puede caminar.

Para ganar esta nueva partida, me parece, sería necesario hacer dos simples movimientos, o tal vez tres: redistribuir la riqueza producida por la comunidad, garantizar a cada uno un ingreso suficiente para llevar una existencia muy frugal, abolir la propiedad privada, invertir todo en investigación, en educación, en salud, en transportes públicos. Simple, ¿no? Lamentablemente no creo que estemos a la altura, me refiero a nosotros, al género humano. Simplemente el género humano no está a la altura de la situación, hay poco que hacer. Y como dice Pris, la replicante de Blade Runner: somos estúpidos, moriremos. No hay necesidad de hacer un drama de esto.

El bio-virus es la irrupción de la materia sub-visible en el ciclo abstracto del tecnocapital.

Los gritos de protesta, las bombas molotov arrojadas contra las ventanas de los bancos, el voto de la mayoría de los ciudadanos griegos no supieron detener la agresión financiera contra la vida social, ni pudieron algo las consideraciones razonables de economistas y periodistas que se habían dado cuenta del peligro extremo de esa concentración loca de riqueza en manos de una ínfima minoría.

Ahora el bio-virus se venga, pero no hay modo de gobernarlo, de doblegarlo a favor del bien común. Por lo tanto, deviene info-virus, se transfiere a la infósfera y satura la mente colectiva con el miedo, la sospecha, la distancia. El riesgo es que se estabilice como psico-virus, como patología tendencialmente fóbica de la epidermis, como parálisis del deseo erótico y, por lo tanto, como depresión generalizada y, finalmente, como psicosis agresiva latente, lista para manifestarse en la vida cotidiana o en la dinámica geopolítica desquiciada.

El circuito bio-info-psicótico del contagio ha vuelto inservibles a los instrumentos tradicionales de la intervención financiera, y ha paralizado la voluntad política, reduciéndola a ser ejecución militar de un programa sanitario.

3 de mayo 

Recibí un mensaje de Angelo que termina así: «Creíamos que la Tierra, ahora totalmente antropizada, no nos reservaría más sorpresas y, por el contrario, estamos entrando en una terra incognita donde los virus son los “leones” del pasado. En fin, sigo tu diario con cierta angustia, habiendo casi agotado las esperanzas de que los vaticinios que destilas, escudriñando día a día el horizonte, puedan volverse menos sombríos y desesperados de lo que parecen».

Nathalie Kitroeff cuenta en el New York Times que el embajador estadounidense en México está presionando para que las fábricas del norte mexicano, que abastecen el ciclo del automóvil yanqui, comiencen a funcionar nuevamente a pesar del contagio, a pesar de las medidas de confinamiento decididas por las autoridades del país que está bajo la amenaza constante del muro de Trump.

Christopher Landau, así se llama el embajador, dijo que si México no responde a las exigencias estadounidenses perderá los encargos que mantienen en funcionamiento esas fábricas. Es el embajador del país al que hemos considerado líder de Occidente, del país que ha inspirado las reformas impuestas por la fuerza de las armas y de las finanzas en los últimos cuarenta años. Pero es legítimo alimentar la esperanza de que este país no sobreviva a la catástrofe que lo está envolviendo. La miseria, la desocupación, la depresión, la violencia psicótica, la guerra civil pronto lo harán pedazos, ya lo están haciendo pedazos. Desafortunadamente, antes de desaparecer, el imperio psicótico estadounidense usará, o intentará usar, la fuerza devastadora de la cual su ejército es depositario a pesar de todo.

Es por esto, no por los efectos del coronavirus, que la extinción de la civilización humana en la Tierra es actualmente la perspectiva más probable. Después de cinco siglos es difícil no verlo: Estados Unidos ha sido el futuro del mundo, y ahora Estados Unidos es el abismo en el que el mundo parece destinado a desaparecer.

Desde su clausura parisina, Alex me escribe este mensaje: «El coronavirus es la forma de imaginación material con la que la Tierra nos reexamina sobre el devenir posible de nuestra especie y del planeta entero. Aquellos que pensaban que la imaginación pertenecía solo al hombre en las formas abstractas de la recombinación simbólica se equivocaban gravemente. Una pequeña mutación material (¿orgánica?, ¿inorgánica?, no es importante) destruye las grandes construcciones simbólicas que estaban aniquilando toda forma de vida en el planeta. Destruye y reimagina, dado que cada recombinación de lo virtual no puede dejar de demoler y de crear nuevos espacios de posibilidad. Caosmosis…».

En el sitio de Psychiatry Online, Luigi D’Elia sostiene la tesis de que el principio de reciprocidad está destinado a tomar el lugar del principio de la deuda, siempre que –esto no lo dice pero me parece implícito– la sociedad no haya decidido desintegrarse: todas las deudas son impagables, ahora es el momento de aceptarlo, de eliminar de la economía el concepto de deuda, y de sustituirlo por el de reciprocidad.

El primer ministro de Etiopía lo explica con absoluta claridad en un artículo publicado en el New York Times titulado «Por qué debe suprimirse la deuda global de las naciones pobres». Reciprocidad significa interdependencia e interconexión. Solo algo como una pandemia vuelve observable el hilo que une a todos. El plano evolutivo de la nueva racionalidad (antimercadista) es que ahora se vuelve «conveniente» (precisamente en el sentido utilitario clásico) colaborar y revisar las reglas del juego. Entre ellas, la tiranía de la deuda es la primera que debe caer.

Cuando ya no te puedo pagar la deuda, mi caída es tu caída. El contagio lo ha demostrado. Los alemanes tienen algunas dificultades para aceptar el concepto, pero pronto tendrán que asumirlo.

Si no somos capaces de modificar radicalmente la forma general en que se desenvuelve la actividad humana, si no somos capaces de salir del modelo de la deuda, del salario y del consumo, diría que la extinción está garantizada al cabo de dos generaciones. ¿Les parece una afirmación un poco arriesgada? A mí también; sin embargo, empiezo a no ver una tercera vía entre el comunismo y la extinción.

Luego hay que decir que la extinción en sí misma no es finalmente tan fea de imaginar. La Tierra se libera de su huésped arrogante y codicioso, y buenas noches.

Pero lamentablemente no sucederá todo en un santiamén –nos dormimos a medianoche y a la mañana no estamos más. La extinción es un proceso que ha comenzado hace algunos años y se desarrollará a lo largo del siglo: masas de población hambrienta que se desplazan desesperadamente en desiertos en expansión, guerras de exterminio por el control de las fuentes de agua, incendios que devastan territorios enteros, y, naturalmente, epidemias virales cada vez más frecuentes.

Deberíamos haberlo entendido: de ahora en adelante el capitalismo será solo un océano de horror.

Playa de San Agustinillo, Oaxaca, México. Imagen: Nicolás Espert

4 de mayo 

A media tarde inflamos las ruedas de la bicicleta y dimos una vuelta por el centro de la ciudad.

Los autos comenzaron a circular de nuevo, pero pocos. Muchachas en pantalones cortos y chicos sobre sus monopatines eléctricos. Todos tienen su barbijo. Casi todos.

Es el día de volver a salir. Wow. Pero ¿para ir adónde? La Confindustria está inquieta, para los patrones es normal que millones de personas se hundan en la enfermedad y en la muerte, siempre y cuando la competitividad no decaiga.

«Me da miedo la idea de que se normalice la distancia social, de no poder abrazarnos, tocarnos: esta perspectiva profiláctica me da pánico», me escribe Alejandra, que terminó su tesis doctoral dedicada a la identidad digital y debería defenderla. ¿Pero cuándo y cómo? Probablemente en septiembre, a distancia.

5 de mayo

Trump estaba convencido de que su nombre, ese monosílabo ridículo y vulgar, había ganado el récord absoluto en el mediascape (paisaje mediático) de todos los tiempos. Incluso ha dicho en alguna parte, si no recuerdo mal, que su nombre era lo más citado desde que existe una esfera pública global. Creo que ahora está enfurecido por el hecho de que la palabra «coronavirus» le ha arrebatado ese récord.

El Corriere della Sera, con su provincialismo que atrasa cincuenta años, deposita la confianza en los intelectuales franceses como si todavía existieran. Hoy, un breve texto de Houellebecq, que dice: «no creo medio segundo en las declaraciones del tipo “nada será como antes”. Por el contrario, todo permanecerá exactamente igual. El desarrollo de esta epidemia es de hecho notablemente normal».

Todo permanecerá exactamente igual, dice Houellebecq. Bendito sea.

Veo una suerte de desquiciamiento. La vida social ha hecho saltar los fundamentos formales y los fundamentos psíquicos. El fundamento del trabajo, el fundamento de la deuda, el fundamento del salario ya no funcionan. El fundamento de la oferta y la demanda ya no mantiene juntos a los flujos de mercancías, como el petróleo, que navega en los océanos porque todos los depósitos están llenos.

El dinero, fundamento que concatenaba antes todos los fundamentos, termina arrojado por montones aquí y allá desesperadamente en un esfuerzo por cerrar el gran agujero, pero ha perdido su encanto y la capacidad de movilizar energías.

De la malvada tierra de las pesadillas púrpuras emerge impensada una tempestad.

Una concreción matérica, invisible, proliferante corroe los fundamentos; sin embargo, sería superficial pensar que el virus, este agente biológico que se ha transferido a la información y desde allí ha transmigrado a la psique humana, es la causa que explica el desquiciamiento.

Durante mucho tiempo los fundamentos estaban cediendo. Chirriaban.

Pero parecía que no teníamos alternativa. De hecho, por el momento se confirma que una alternativa tarda en manifestarse, y no podemos descartar que nunca tome una forma coherente. Sin embargo, mientras tanto el edificio ya no está en pie.

En neurogreen, la lista más exclusiva y encantadora de la Infósfera, Rattus comunica que salió Rizomatica. Corro a verla, está llena de ideas. Vayan también a verla.

6 de mayo 

Mi viejo amigo Leonardo me invitó a participar de un seminario sobre perspectivas psicopatológicas y psicoterapéuticas abiertas (o cerradas) por el distanciamiento. Realizo los procedimientos habituales que me llevan a la reunión de Zoom, y encuentro un cenáculo de psicólogos que se encuentran en una decena de ciudades diferentes de América Latina y de Europa. La discusión es apasionante, estimulante, por momentos inquietante. No son intervenciones teóricas sino piezas de autoanálisis, fenomenología de lo experimentado por quienes cotidianamente se encuentran con pacientes, principalmente en forma virtual.

La pregunta central que veo surgir de estos relatos es: ¿cuáles son los tiempos, cuáles serán las modalidades de elaboración del trauma producido por el contagio y por el confinamiento?

En primer lugar, debemos prever una especie de sensibilización fóbica al contacto con el otro. El distanciamiento, la angustia del acercamiento a la piel del otro: todo esto actúa en un plano que no es el de la voluntad consciente, sino el del inconsciente.

De repente me doy cuenta de que estamos entrando en la tercera era del inconsciente y, por lo tanto, en la tercera era del psicoanálisis.

Antes, en el paisaje ferroso de la industria y de la familia monogámica, dominaba la neurosis, patología vinculada a la represión de las pulsiones, a la eliminación del deseo. La era del psicoanálisis freudiano. Luego el esquizoanálisis anticipó la ruptura del límite, el surgimiento del esquizo como figura predominante del panorama colectivo.

En la esfera del semiocapital el inconsciente se propaga, el imperativo general ya no es la represión, sino la hiperexpresión. Just do it. La explosión reticular del inconsciente produjo la propagación de patologías psicóticas de tipo narcisista, pánico y, finalmente, depresivo.

Luego, por efecto del bio-virus que ataca la Psicósfera, pasamos de la conexión voluntaria de las décadas de Internet a la conexión obligatoria en el distanciamiento. Zoom, Instagram, Google nos permiten continuar el flujo social e informativo, pero solo a condición de renunciar al contacto de la epidermis, a la respiración compartida. La tecnología 5G hará posible una penetración integral de la vida por parte de la conexión.

En la esfera pasada de la conexión voluntaria se desarrolló un proceso de hiperexcitación y de desensibilización; aplazamiento del placer en nombre de una excitación constante y de un deseo sin cuerpo. En la psicosis de la hiperexpresión, el deseo se movilizaba contra sí mismo, la imaginación delirante no encontraba el plano de la realidad.

Pero ahora que entramos en la esfera de la conexión obligatoria y del distanciamiento de los cuerpos, lo que se va delineando es quizás una sensibilización fóbica al cuerpo del otro. Miedo al acercamiento, terror al contacto. ¿O bien, en un giro ahora impredecible, la sobrecarga conectiva llevará a un rechazo, el hechizo virtual podría romperse?

El trabajo del trauma no es inmediato, se desarrolla en el tiempo: al principio se manifestará la sensibilización fóbica, junto con la angustia del acercamiento de los labios a los labios. ¿Podemos prever que luego del dominio de la neurosis freudiana, luego del dominio de la psicosis semiocapitalista, entraremos en una esfera dominada por el autismo como parálisis de la imaginación del otro?

Preguntas bastante inquietantes pero urgentes, a las que ahora no sé dar una respuesta.

¿Estoy confundido? Es cierto, estoy un poco confundido, sepan disculpar.

7 de mayo

Trump dice: hemos hecho todo lo que se podía, ahora basta, volvamos al trabajo.

En verdad, el país se encuentra en una fase de expansión imparable del contagio. La Universidad de Washington espera 134 mil muertes de aquí a agosto. Oficialmente mueren ahora entre dos y tres mil personas por día, el ritmo debería acelerarse hasta principios de junio. Pero Trump dice: dejémonos de historias, necesitamos ponernos en forma y make America great again. Treinta mil casos de infección por día en el país, y en muchos estados el número está creciendo. Pero Trump tiene prisa.

Uno de cada cinco niños pasa hambre en el país faro de Occidente. Tres veces más que en 2008, al comienzo de la que parecía una recesión tremenda. En aquel entonces había que salvar a los bancos; los salvaron y destruyeron las condiciones de supervivencia de la sociedad.

8 de mayo 

Sesenta mil inmigrantes, en su mayoría africanos, después de haber atravesado el desierto, después de haber sido detenidos y violados en los campos de concentración libios construidos por voluntad y designio de Marco Minniti, después de haberse arriesgado a ahogarse en el canal de Sicilia, llegaron al sur de Italia y encontraron trabajo en los campos. Diez, doce horas por día bajo el sol por tres o cuatro euros la hora. El verano pasado alguien murió bajo el sol de Apulia para recoger los tomates de mierda que los italianos ponen en los espaguetis con los que bien podrían atragantarse.

Ahora surge un problema: ya nadie está yendo a recoger los duraznos y los tomates.

Entonces, las empresas agrícolas pidieron movilizar lo más rápido posible a esos sesenta mil, y la buena de la Ministra de Agricultura propuso regularizarlos o al menos darles un permiso de residencia de seis meses, se entiende: es para hacerlos trabajar como esclavos, no para que vayan a bailar la tarantela.

Ayer fue el debate en el parlamento y en el parlamento hay un partido de ignorantes nazistoides a los que voté hace siete años (que dios me perdone) que se llama cinco estrellas de mierda. Las cinco estrellas de mierda se asustaron mucho ante la idea de que los negros pudieran ser regularizados, le tienen terror a la amnistía. Que los esclavos trabajen y se queden mudos es su moral de moralistas de mierda.

Ahora pueden quedarse tranquilos: el parlamento decidió que tendrán un permiso pero solo por tres meses. El tiempo suficiente para trabajar diez horas por día, alguno de ellos morirá infartado por el calor, recibirán dos euros la hora o tal vez tres. Y las cinco estrellas de mierda estarán contentas: a la espera de que este país de infames se hunda definitivamente en la miseria. Cuestión de esperar algunos meses.

 Una página muy interesante en el Financial Times. Con el título «Can we both tackle climate change and build a Covid-19 recovery?» (¿Podemos combatir el cambio climático y al mismo tiempo construir una recuperación del Covid-19?)  plantea la cuestión: ¿será posible lidiar con los efectos económicos del lockdown y al mismo tiempo reducir el consumo de energías de origen fósil para mitigar el calentamiento global?

Un voluntarioso artículo de Christina Figueres del secretariado de las Naciones Unidas comienza diciendo: «la pregunta no es si podemos enfrentar simultáneamente la pandemia y el cambio climático, la verdadera pregunta es si podemos darnos el lujo de no hacerlo». Muy débilmente la bien intencionada Figueres habla de crecimiento sostenible: «No podemos pasar de la pandemia a las brasas de un cambio climático acentuado… los programas de recuperación deben empujar a la economía global hacia un crecimiento sostenible y una mayor resiliencia».

El uso repetido de la palabra «sostenible» delata un poco la fragilidad del razonamiento. Recuperación sostenible, crecimiento sostenible, pero ¿cómo se hace?

La respuesta del malvado Benjamin Zycher, que trabaja para el ultraconservador American Enterprise Institute, suena dolorosamente más creíble, más concreta, no obstante el desinterés evidente por el destino al que están condenados los seres humanos.

«La energía no convencional no es competitiva en términos de costos, de otra manera, ¿por qué se necesitarían impuestos subsidiados y mercados garantizados para hacerla posible? La falta de confiabilidad del viento y del sol, el contenido de energía no concentrada en los flujos de aire y en la luz solar, los límites teóricos de la conversión del viento y del sol en energía eléctrica son las razones por las que mayores cuotas de mercado para las energías renovables han provocado un aumento en los precios tanto en Europa como en los Estados Unidos… Priorizar la política climática impedirá que muchas personas mejoren sus condiciones, especialmente después del terrible shock económico causado por el lockdown. Además, si los países experimentan una reducción de la riqueza tendrán menos recursos para la protección del medio ambiente. No es cierto que los defensores del crecimiento odien el planeta. Es cierto, sin embargo, que los ambientalistas odian a la humanidad».

Por supuesto, sé bien que el American Enterprise Institute es una asociación de criminales que en el pasado apoyó, por decir lo menos, las guerras de George Bush, y que vive de los financiamientos de organizaciones caritativas como la Exxon Corporation y etcétera.

Sin embargo, las consideraciones de este sinvergüenza son más convincentes que las consideraciones de la angelical Figueres. El problema es que el enunciado «crecimiento sostenible» es un oxímoron, con todas las nociones llenas de humo de quienes predican la economía verde para una recuperación dulce del capitalismo.

No hay ya ninguna posibilidad de crecimiento económico, no hay ya ninguna posibilidad de un aumento del producto global sin extracción, destrucción, devastación ambiental. Punto. Si «crecimiento» quiere decir acumulación de capital, competencia, expansión del consumo, el crecimiento es incompatible con la supervivencia a largo plazo de la humanidad.

Por otra parte, el club en Roma lo dijo con claridad hace ya cincuenta años, en el famoso Informe sobre los límites del crecimiento. «Un planeta finito no puede sostener un crecimiento económico infinito».

Simple, ¿no?

Para la supervivencia de los humanos no es necesario el crecimiento infinito, es necesaria una distribución igualitaria de lo que la inteligencia técnica y la actividad libre pueden producir. Es necesaria además una cultura de la frugalidad, que no significa ni pobreza ni renuncia, sino un desplazamiento de la atención de la esfera de la acumulación a la esfera del disfrute.

El capitalismo cambia siempre, pero en esencia no puede cambiar. Se basa en la explotación ilimitada del trabajo humano, del saber colectivo y de los recursos físicos del planeta. Ha desempeñado su función en los últimos quinientos años, ha hecho posible el enorme progreso de la modernidad, y el horror del colonialismo y de la desigualdad.

Ahora se terminó. Solo puede continuar su existencia acelerando la extinción del género humano, o al menos (en la mejor de las hipótesis) la extinción de aquello que hemos conocido como civilización humana.

Un estudio titulado Genitorialidad en tiempos del Covid-19 nos informa que no se espera un baby boom como efecto del lockdown.

Bocanada de alivio.

Las preocupaciones económicas sobre el futuro, y tal vez incluso cierto desgano por la proximidad, llevan a las parejas a aplazarlo. «El 37% de quienes planeaban tener un hijo antes de la pandemia ha cambiado de opinión». Como suele decirse: no hay mal que por bien no venga.

Según los demógrafos, para finales del siglo los seres humanos en la Tierra deberían ser entre nueve y once mil millones. Con una cifra así, no hay duda de que la partida de ajedrez la gana el jugador que porta la guadaña.

Pero la investigación da esperanza de que el virus nos haya hecho recobrar la razón al menos un poco.

9 de mayo El sol se filtra alegre por la ventana entreabierta, y me vino a la mente la playa inmensa de San Augustinillo. En realidad no se podía nadar en ese mar, era tan peligroso que allí cerca había una playa que se llamaba La playa del muerto, porque quienes se zambullían allí a menudo no volvían a la orilla. No es conveniente tomarse en broma al Océano Pacífico. Alquilamos una cabaña de madera en Punta Placer y al anochecer íbamos a comer a Nerón, y a la vuelta en la oscuridad caminábamos por la playa y yo decía: Lupita Lupita amor della mia vita.

Quizás este sea el final. O quizás no.

*El artículo original fue publicado en Nero Editions. Traducción para Sangrre de Emilio Sadier.

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