UN NUEVO ORDEN EN LOS CUERPOS

UN NUEVO ORDEN EN LOS CUERPOS

La foto pertenece a una fiesta en casa de Sara Torres en los años 80 (autor desconocido). Archivo personal de Osvaldo Baigorria.

Por Osvaldo Baigorria 

Si el SIDA vino en el pasado a coronar el reflujo de la revolución sexual, el coronavirus –que no es solo un virus sino un discurso, un dispositivo, una orden médica y un orden social– parece haber llegado para consagrar en su trono al régimen de aislamiento físico que prescribe la economía de la precarización y la política de vigilancia digital masiva, un régimen que estaba siendo perforado en los últimos años por protestas y revueltas callejeras de cuerpos que se encontraban, se mezclaban, se abrazaban y se deseaban en público. Es lo que se me ocurre mientras termino de tipear antiguas cartas que me enviara Néstor Perlongher de fines de los setenta a mediados de los ochenta para una futura reedición del libro Un barroco de trinchera, como parte de los trabajos que organizan mis días durante la clausura impuesta por la plaga. 

Una coincidencia significativa: el covid-19 irrumpe tras el reguero de insumisiones de 2019. Aún sin abonar a ninguna de las ideas conspiranoicas en boga –desde aquellas que lo imaginan como arma biológica china, norteamericana, rusa, etc., hasta las que especulan con que pudo haberse fugado involuntariamente de un laboratorio en el que se experimentaban vacunas con animales–, sigue siendo llamativa esa irrupción de una pandemia que obliga al encierro justo a fines de un año récord en la expresión del descontento social en las calles. Recordemos: los detonantes fueron diversos y los sujetos heterogéneos, desde las protestas en Hong Kong por la ley de extradición que pretendió imponer Pekín, hasta el desacato masivo ante el aumento en la tarifa de transporte en Chile, pasando por la rebelión fogoneada por la eliminación de subsidios al combustible en Ecuador y las manifestaciones contra el alza de precios de combustibles en Francia, las movilizaciones contra la intención de cobrar llamadas de voz por whatsapp en Líbano, las protestas por las condenas a dirigentes independistas de Cataluña, las rebeliones en Irak y en Haití y las demandas en Colombia por mejor transporte público y contra la corrupción, sin dejar de mencionar (last but not least) las manifestaciones contra los femicidios y la opresión patriarcal que llevaron a la calle a millones de mujeres y sujetos no binarios alrededor del mundo. Todas tuvieron en común la insumisión expandida desde las demandas iniciales hacia un rechazo general del autoritarismo, la violencia represiva y las condiciones de vida global bajo el capitalismo, sea en su versión más neoliberal o estatizada.  

De ese 2019 en revuelta se pasó a la cuarentena, el toque de queda, el aislamiento obligatorio, el estado de sitio virtual que asumió diferentes formas y grados en distintos países, también con el denominador común de censurar el encuentro grupal en la calle y encerrar a las personas en sus casas o en pequeños enclaves de aislamiento “comunitario”. Siguiendo la orden médica de evitar el contacto físico y el orden social propalado por los medios paranoicos de difusión, las poblaciones de diversas zonas fueron recluidas de golpe. El SIDA llevó más tiempo, tanto de contagio como de implantación de su dispositivo de control, en instalarse.

Las palabras de Perlongher resuenan como una voz de ultratumba mientras digitalizo sus cartas o las encuentro en diversos textos de los años ochenta: “Con el episodio del SIDA se estaría dando una expansión sin precedentes de la influencia y del poder médicos, gracias a la caja de resonancia de los medios de comunicación. Ese discurso sonorizado y repetido consiste en complacer a las masas, que en la obsesión por la salud se desesperan procurando delegar sus fantasmas cotidianos. Como parte de un programa global de `medicalización´ de la vida –que, en última instancia, sería en sí misma una `enfermedad´– la medicina confisca y se apropia de la muerte, proveyendo respuestas tecnocráticas a miedos ancestrales y vendiendo sutilmente una ilusión de inmortalidad”. Esto último también formó parte de su libro O qué é o AIDS, de 1987, publicado como El fantasma del SIDA en Buenos Aires en 1988.

Pienso en las obvias diferencias y en las no tan obvias semejanzas: con el coronavirus ya no se trata de prohibir el contacto entre ciertos órganos –ano, boca, vagina, pene sin envoltorio– sino todo contacto físico; ya no es el semen y la sangre sino hasta la saliva y la piel lo que cae bajo la prohibición; ya no son algunas prácticas y ciertas minorías sino la población entera la que es situada y sitiada bajo control institucional. El SIDA vino en su momento a poner un punto final a la orgía y la fiesta del apogeo de la revolución sexual que –con todas sus contradicciones, sus desigualdades y sus formas de decadencia– supo sacudir las costumbres en los años 60 y 70. Esa fiesta ya había comenzado su reflujo por saturación y mercantilización de los laboratorios de experimentación sexual que fueron los saunas y otros espacios, y por el refugio en la castidad de la relación monogámica seriada. Las prácticas de safe sex dispuestas por orden médica y por el pánico que causaron las millones de muertes por VIH vinieron a reforzar el recogimiento, la vuelta al hogar, el anatema contra la promiscuidad y la dilución de las disidencias sexuales en una vida social normalizada. Se habría cumplido así el programa que describió Foucault, con una expansión del dispositivo discursivo de sexualidad hasta los rincones, poros y agujeros más íntimos de un cuerpo que de pronto se vio obligado a ser éxtimo, visible, disciplinado. Pero también se habrían apuntalado las bases de las sociedades de control que pensaron Deleuze y Guattari.  

Ya en las primeras décadas del siglo XXI, la extensión de la vigilancia digital mediante dispositivos móviles a toda la población daría una vuelta de tuerca radical a esa voluntad de control, refinada a un punto inédito en el capitalismo de Estado chino, según las conocidas descripciones de Byung-Chul Han. Las pandemias tienen el paradójico efecto de desnudar –al mismo tiempo que pueden cubrir bajo un manto de olvido– nuestras miserias cotidianas. No solo la desigualdad entre quienes pasan la cuarentena a lo grande en casas solariegas con amplios jardines y quienes se hacinan entre oscuras paredes o aun sin techo; también las tensiones entre seguridad y libertad, entre la demanda de protección estatal y el deseo de fuga. Quizá las poblaciones precarizadas no saben autoprotegerse lo suficiente como para evitar la captura dentro de regímenes autoritarios que ordenan y aíslan a las personas, y que las vuelven más individualistas y recelosas del cuerpo del prójimo. Quizá esta sea una oportunidad para inventar formas de perforar el encierro y el telecontrol, como propone el precioso Preciado, apagando los móviles, desconectando internet, haciendo un gran blackout

¿Se podrá? Los hábitos tienden a ser resilientes. Cierto es que exponerse a un contagio por ciega oposición a la autoridad puede ser suicida (tal vez Perlongher descuidó su cuerpo deseante en la vorágine de los encuentros promiscuos de los años 80 en Brasil, luego del congelamiento de la dictadura argentina en los 70, para morir trágicamente con SIDA a principios de los 90). Cierto es que, si hoy circula un virus que contagia más rápidamente que el VIH, habría que evitar su propagación sin entrar en pánico y con información fiable a mano para las necesarias medidas de autocuidado. Y cierto es que las cuarentenas pueden funcionar bien en cuanto a reducción del número de víctimas fatales y de sustento de los frágiles sistemas de salud pública. Aun así, la protesta sorda contra las condiciones de vida debería hacerse oír: todas –algunas más que otras– somos víctimas fatales de un nuevo orden de los cuerpos que nos vigila, nos acecha y nos disciplina, más allá, antes y después de la aparición del coronavirus. Un nuevo orden al que hemos consentido y acatado sin chistar –o con chistidos no lo bastante fuertes y audibles– en la ilusión de mantenernos hiperconectados a distancia. Una distancia no menor a dos metros, de preferencia entre cuatro paredes, ya no del trabajo a casa y de casa al trabajo, sino con el trabajo, el desempleo, el ocio forzado y la psicosis en casa. 

Crédito de la foto: Ana Portnoy

OSVALDO BAIGORRIA

Nació en Buenos Aires en 1948. Entre 1974 y 1993 vivió en Perú, Costa Rica, México, Estados Unidos, España, Italia y Canadá, desempeñándose en este último  país como sembrador de árboles, traductor y asistente en programas de ayuda a refugiados de la Argenta Society of Friends y miembro cofundador de una comunidad rural en los bosques al oeste de las  Montañas Rocosas. También recibió becas de estudios para desarrollar proyectos de investigación sobre narrativas aborígenes, minorías y medios de comunicación. Escribió y colaboró en diversos medios, entre ellos las revistas Ñ, Crisis, Cerdos & Peces, El Porteño, Ajoblanco, Mutantia, Uno Mismo, Página/30 y en los diarios Página/12, Perfil, El Independiente y El Mundo. Publicó, entre otros libros, En pampa y la vía, Correrías de un infiel, Sobre Sánchez, Poesía estatal y Cerdos & porteños. En la actualidad es docente universitario, titular de cátedra en la carrera de Comunicación, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.

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TERRÍCOLAS CONTRA HUMANOS / ¿POR QUÉ NO PODEMOS PARAR?

TERRÍCOLAS CONTRA HUMANOS / ¿POR QUÉ NO PODEOS PARAR?

Imagen tomada en un supermercado de Kirkland, Washington (Estados Unidos), 5 de marzo de 2020. Crédito: Jason Redmond / AFP

Compartimos algunas reflexiones del pensador español Amador Fernández-Savater a partir de la lectura de ¿Hay mundo por venir? Ensayo sobre los miedos y los fines, en el que Déborah Danowski y Eduardo Viveiros de Castro nos invitan a comprender la grave crisis ambiental y civilizatoria a la que nos ha conducido la Modernidad occidental y a plantearnos otros horizontes para el vínculo entre la naturaleza y la cultura, entre lo humano y lo no humano, proponiéndonos aprender de los mundos por venir de los pueblos amerindios y su cosmopolítica, de la subsistencia del futuro que allí se cifra. 

Por Amador Ferández-Savater 

APUNTES #1. TERRÍCOLAS CONTRA HUMANOS 

¿Cómo nos estamos contando el fin del mundo? ¿Otro fin de mundo es posible? ¿Qué imaginarios, qué mitologías podrían ser emancipadoras hoy?

Es el tema del libro de Déborah Danowski y Eduardo Vivieros de Castro, ¿Hay mundo por venir? en el que se repasan imaginarios del fin en la literatura y el cine, el documental y el ensayo.

Imaginarios de gente-sin-mundo, como Matrix, Mad Max, La carretera, etc. Imaginarios de mundo-sin-gente, como el documental La Tierra permanece. Imaginarios donde la catástrofe es un acontecimiento, como la película Melancolía de Lars von Trier. Imaginarios donde es un proceso, lento e imperceptible, como El caballo de Turín.

Este último es políticamente el más interesante para los autores: ahí donde la catástrofe está detrás de nosotros y tiene una historia, donde “la ausencia de futuro ya empezó” (G. Anders).

De los capítulos que más me han interesado es ese en el que, de la mano de Stengers y Latour, se plantea la batalla final entre los terrícolas y los humanos. Los terrícolas son todos los pueblos y colectivos (humanos y no humanos) pegados a la tierra. Los humanos por el contrario se plantean como una especie excepcional, un corte milagroso en el trayectoria monótona de la materia, destinada a su conquista y apropiación extractiva.

Los terrícolas son el pueblo que falta, el pueblo por venir. Se trata de aprender a prestar atención a la intrusión de Gaia de que habla Stengers (el coronavirus es un ejemplo perfecto de ella). Dejar de pensar en términos clásicos de universalidad: un solo mundo, un solo Estado, un Parlamento global, etc. Hacerse otra imagen del mundo, como “multiverso atravesado por múltiples ontologías no-humanas”. Abrir espacio a los otros: ejercitarse en las artes de la diplomacia entre formas de vida heterogéneas.

Los humanos tienen sus tecnologías, sus medios de comunicación, sus psicofármacos, sus prótesis. ¿Y la resistencia terrícola? Necesita encontrar sus propias armas y darse su propio imaginario que no es el del combate final, el Armaggedon cosmopolítico, sino más bien el de la guerra popular prolongada pero ya no sólo entre humanos, sino “junto a la infinidad de agencias, inteligibles y otras, diseminadas por el cosmos”.

Captura de El caballo de Turín (2011), de Béla Tarr y Ágnes Hranitzky

APUNTES #2. ¿POR QUÉ NO PODEMOS PARAR? LA RESPUESTA MARXISTA

Dice la médica Sophie Mainguy: “Hay otro organismo vivo en pleno flujo migratorio y debemos detenernos para que nuestras corrientes respectivas no choquen demasiado”.

Podríamos entonces detenernos, hacer de esa detención un gigantesco ritual social, de descanso, de sanación, de fiesta o de meditación. Pero no, no podemos detenernos. ¿Por qué?

¿Acaso hay falta de riqueza, de valores de uso? Bueno, en ese caso podrían seguir funcionando solo los servicios esenciales (y ver cómo se reparte ese trabajo). No, el pánico es palpable, hay que retomar la producción lo antes posible. Y eso en el mejor de los casos, porque allí donde el cálculo economía-vida está completamente del lado de la primera ni siquiera se ha parado nada.

En varios de sus libros, el maestro Carlos Fernández Liria nos explica la respuesta marxista a este misterio: no hay ninguna falta de riqueza porque esta sociedad no produce principalmente riqueza, sino beneficio capitalista o plusvalor cuyo vehículo son esas cosas que circulan en el mercado. Un tomate no es un tomate, primero es beneficio privado transformado en dinero.

Parar, para descansar o porque el flujo migratorio de un virus nos invita a ello, sería una catástrofe mayúscula: ese beneficio no podría transformarse en dinero bajo la forma de mercancías. Nuestra economía se vendría abajo y nosotros con ella.

Que nuestra sociedad no produce riqueza, sino beneficio lo prueban hechos como que:

-la sobreproducción no sea ocasión para una gran fiesta social de derroche, sino un desastre que se solventa destruyendo los stocks almacenados o tirando kilos de tomates al mar.

-ningún invento técnico desde hace dos siglos ha supuesto un segundo más de tiempo libre, sino siempre una intensificación de la producción.

-una guerra es una ocasión ideal para convertir ciertas cosas (armas) en dinero: un mercado.

-el desempleo es la solución a la que recurren las empresas para no arruinarse del todo.

Etc.

Los problemas para nosotros (terrícolas) son soluciones para la economía (una guerra, el desempleo, la obsolescencia programada, etc.). La lógica del capital es rigurosamente extra-terrestre.

Es malísimo que haya riqueza para todos o de sobra, porque entonces no hay mercados para que los productos se conviertan en dinero y las empresas sucumben a la competencia.

Hay que producir. Producir para qué. Producir para producir (beneficio). La lógica de cuidado de la vida expuesta por la médica choca con la lógica extra-terrestre del beneficio.

Solo una sociedad no regulada por las leyes del capital podría parar (porque ya se ha producido bastante), repartir la riqueza, hacer un uso social de un invento técnico, rechazar las guerras, hacer bien las cosas, convertir el desempleo en descanso o ritualizar el viaje de un virus como un momento de detención radical.

PRESENTACIÓN DE ¿HAY MUNDO POR VENIR? EN LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓRDOBA

https://www.youtube.com/watch?v=ASdJbP1xniU%20%20%20

Acompañamos estos apuntes con el video de la presentación del libro que hicimos en 2019 junto a Eduardo Viveiros de Castro, en el Museo de Antropología de la Universidad Nacional de Córdoba, organizada con Emmanuel Biset y su equipo, y la Facultad de Ciencias Sociales de dicha Universidad.

*La imagen miniatura que ilustra esta entrada es una captura de El caballo de Turín (2011), Béla Tarr y Ágnes Hranitzky.

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EL POLICÍA ESTÁ EN LA CABEZA

EL POLICÍA ESTÁ EN LA CABEZA

Crédito de la imagen: Silvio Lang

Por Bárbara Hang y Agustina Muñoz

¿Qué concedemos ante el miedo? ¿Qué buscamos obtener y qué obtenemos realmente en estos tiempos de excepcionalidad? El confinamiento, el cierre de fronteras, la presencia policial en las calles, el miedo y la paranoia que se propagan en las redes sociales y en los medios de comunicación, las restricciones a las libertades individuales, los himnos nacionales sonando en altoparlantes, son todos efectos de las políticas de cuidado colectivo que por ahora se presentan como las únicas posibles. El cuerpo individual y el cuerpo colectivo son los territorios sobre el que se despliega este laboratorio social y no podemos dejar de preguntarnos qué nos dejará esto en el futuro.

En el texto que compartimos a continuación, incluido en el libro El tiempo es lo único que tenemos. Actualidad de las artes performativas (Caja Negra, 2019), André Lepecki emplea el concepto de “coreopolicía” para referirse a los sistemas de control en los que estamos inmersxs diariamente y que se exacerban en momentos de crisis: aparatos que sugieren protegernos y que incluso velan por nuestra libertad a futuro, restringiendo de a poco lo que podemos ver, palpar, sentir, compartir y respirar.

Fragmento de un collage de Waldeman Strempler.

En este estado de excepción, la vigilancia mutua aflora y se instala mucho más rápido de lo que querríamos suponer. Por eso, la consigna que difundió la investigadora feminista Verónica Gago en los últimos días nos alerta y recuerda que “cuidarse no es yutearse”. La pregunta surge cada vez que un país, un pueblo, una comunidad pierde su libertad de acción y pensamiento: cómo podemos construir otras posibilidades de vivir y estar juntxs, incluso cuando no podemos reunirnos, tocarnos, olernos. 

En este texto anterior, pero que hoy ofrece nuevas lecturas, Lepecki propone realinear el movimiento, la subjetividad y los afectos a través de la imaginación colectiva y la imaginación especulativa; que al redefinir las condiciones y los regímenes bajo los que trabajamos coreográficamente, revelemos otros modos alternativos de existir, alejados del adiestramiento, la creatividad utilitaria y el control. No se refiere a  la imaginación estética y romántica, sino a la imaginación política y operativa, capaz de generar nuevas narraciones que abran nuevas posibilidades de pensar y sentir el presente y moldear el futuro

Lepecki une la imaginación a la idea de oscuridad, a lo que no se puede ver o es -aún- invisible. La negación de la luz opera resistiendo el estado de permanente iluminación inseparable del intercambio y la circulación que caracterizan al capitalismo. “La luz es hegemónica, de modo de que nada de lo que importa pueda ser realmente visto”, dice. Entonces la imaginación se vuelve central en obras performativas críticas al poder contemporáneo, que organiza la vida de forma tal que el control es justificado “como si este fuera el modo en que la vida debería ser”.  

Compartimos el texto “Las políticas de la imaginación especulativa en la coreografía contemporánea” de André Lepecki y una serie de videos, audios e imágenes que aparecen mencionados allí.

Descargá “Las políticas de la imaginación especulativa en la coreografía contemporánea”

Capítulo por André Lepecki incluido en El tiempo es lo único que tenemos

VIDEOS, IMÁGENES, TEXTOS Y SONIDOS SELECCIONADOS POR BÁRBARA HANG Y AGUSTINA MUÑOZ

Nada. Vamos ver (2009), Gustavo Ciríaco

Esta obra cuestiona el lugar del público y del artista. Se modifica el espacio de la audiencia y se reflexiona sobre los protocolos de comportamiento dentro del espacio de presentación artística.​

Nada. Ello dirá, Francisco de Goya

Nada. Ello dirá, Francisco de Goya, 1814 – 1815. Aguada, Aguafuerte, Aguatinta, Bruñidor, Punta seca sobre papel avitelado, ahuesado, 155 x 201 mm. No expuesto.  Museo del Prado

En el texto que compartimos, Lepecki habla sobre este cuadro que es el punto de partida para la obra Nada. Vamos ver de Gustavo Ciríaco. Se trata, de un boceto de la pintura con el mismo nombre. En el boceto aparece un detalle que no está en la pintura: el cadáver tiene una hoja en la que se lee “nada”. Muchas lecturas se hicieron sobre este texto. ¿El cadáver estuvo en la muerte y vuelve para decirnos que más allá de esta vida no hay nada? ¿No hay nada que ver, nada que oír, o más bien no hay nada que decir? 

Dice Ciríaco sobre la obra: “En el cuadro Nada. Ello dirá, donde un cadáver escribe la palabra “nada” en una tabla, el pintor español Goya alude a la expectativa de muerte, la evasión del mundo material y la ausencia de lo divino, a un vacío al que todas las personas parecían estar destinadas. Un mundo sin Dios, sin más allá.”

“¿Qué hubiese pasado si uno de los primeros posmodernos de Judson Church hubiese ido a bailar a la escena de ‘voguing ballroom’ en Harlem?”

Esta es la pregunta que dispara la obra de Trajal Harrell “Judson Church is Ringing in Harlem (Made-to-Measure) / Twenty looks of Paris Is Burning at the Judson Church”.


Ver el registro fotográfico de la obra en el contexto de las “Sunday Sessions” en el MoMA, Nueva York

Paris Is Burning (1990), Jennie Livingston

Filmado en la segunda mitad de los años 80, el documental relata la cultura del baile en la ciudad de Nueva York y a las comunidades que participan de ella: LGBTQ, transgénero, latinxs y afroamericanxs, todxs ellos muchas veces envueltxs en el riesgo de exclusión social y la pobreza.

Ciclo Talking Dance: Yvonne Rainer and Sally Banes (2001)

Entrevista de la historiadora y crítica de danza Sally Banes a la coreógrafa Yvonne Rainer, uno de los hitos del Judson Dance Theater Group. Juntas revisitan la historia de Judson Church.

Speculations (2011), Mette Ingvartsen

La imaginación, la especulación y la descripción, tres modos de dirigirse con cargas diferentes, se utilizan en esta obra para desarrollar ideas frente a una audiencia. El espectador no participa directamente en la performance, pero nunca deja de desempeñar un papel activo en el encuentro. Las ideas sobre la naturaleza artificial, las construcciones catastróficas y la autonomía de los objetos se procesan a través de la conversación, los gestos y el movimiento. El discurso y las acciones físicas tienen el mismo valor, mientras se utilizan para materializar una performance virtual dentro de la mente del espectador.

Teatro del oprimido, Augusto Boal

Boal creó el Teatro del Oprimido a comienzos de los años 60, en claro vínculo con el particular contexto histórico y político, y con la idea de subvertir las convenciones que regían la representación escénica. Sus técnicas quiebran todo presupuesto, convirtiendo al teatro en un ensayo para la realidad y al escenario en un espacio en el que actor y espectador se desdibujan.


Descargar libro en PDF (Editorial Patria, 1980)

This Variation, Tino Sehgal

En This Variation, los visitantes entran en una sala completamente oscura. Allí, un gran grupo de performers crea un paisaje cambiante y asombrosamente sensual, dirigiendo la atención a través del sonido, el habla y el canto. En el proceso, los sentidos se agudizan y el límite entre espectadores e intérpretes se desvanece.


Escuchar un fragmento de la performance

No Title (2014), Mette Edvardsen

Dice Edvardsen: “Se trata de la brecha entre el mundo y nuestras ideas sobre él, entre el pensamiento y la experiencia, entre el aquí y el allá. Es una escritura que traza y borra, que se mueve y se detiene, que mira las cosas que no están y recupera lo que permanece”.

*El título de esta entrada, “La policía está en la cabeza”, es una frase pronunciada por Augusto Boal.

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COMO SI FUERA AYER. CRÓNICA DE LA PSICODEFLACIÓN #3

COMO SI FUERA AYER. CRÓNICA DE LA PSICODEFLACIÓN #3

Protesta de trabajadorxs de la salud en Nueva York, 06 de abril de 2020.

Por Franco “Bifo” Berardi

26 de marzo

Nieve. Me levanto a las diez de la mañana, miro hacia afuera, el techo está blanco y la nieve es espesa. Las sorpresas no terminan. Nunca se agotan.

Un artículo de Farhad Manjoo habla de un tema perturbador, inquietante, casi incomprensible: la falta de material sanitario, como máscaras y respiradores. Es un asunto que obsesiona a los trabajadores de la salud estadounidenses e italianos.

¿Cómo es posible? Manjoo, que generalmente habla sobre temas tecnológicos, ahora se pregunta cómo es posible que en un país ultramoderno, el país más poderoso del mundo, donde se producen aviones invisibles que pueden correr a velocidades supersónicas y atacar sin ser vistos por los sistemas antiaéreos del enemigo, no sean capaces de proveer máscaras para todo el personal médico, paramédico y para los físicos que están comprometidos en acciones de salud masivas para salvar a la mayor cantidad posible de personas de la muerte.

La respuesta de Manjoo es tan simple como escalofriante: “Los motivos por los que no contamos con el material de protección implican un conjunto de patologías propias del capitalismo, específicamente, estadounidense: la atracción irresistible por el bajo costo de la mano de obra en países extranjeros y el fracaso estratégico causado por la incapacidad de considerar las vulnerabilidades que esto conlleva”.

La cuestión es que el 80% de las máscaras se producen en China. Ninguno de los países que profesan la teología del mercado y la competencia las producen. ¿Por qué hacerlo si pueden invertir en productos que generan grandes ganancias? Los objetos de bajo costo los fabrican en países donde los costos laborales son muy bajos.

Manjoo escribe que en los Estados Unidos solo tienen disponibles 40 millones de máscaras, mientras que se calcula que los médicos necesitarán 3.500 millones para enfrentar la epidemia en los próximos meses. Esto significa que la mayor potencia militar del mundo tiene el 1% de las máscaras que necesita. Las empresas que pueden ser capaces de producir este objeto simple y raro dicen que llevará unos meses activar la producción en masa. Suficiente para que el virus convierta a las grandes ciudades estadounidenses en hospitales.

Una teoría que circula en Internet sostiene que el virus fue producido por el ejército estadounidense para atacar a China. Si ese fuera el caso, tendríamos que admitir que los militares estadounidenses son tipos bastante improvisados. Actualmente, existe la creciente sensación de que Estados Unidos será el país donde la epidemia causará mayor daño.

 

27 de marzo

A eso de las 11 de la mañana fui a la farmacia. Pasaron dos semanas desde la última vez que salí de casa.

Lloviznaba un poco pero tenía puesta una capucha negra que protegía mi cabeza. Caminé por Via del Carro, crucé la plaza San Martino, había una larga fila de personas esperando frente al supermercado en Via Oberdan. Bajé por Via Goito, crucé por la increíblemente desierta Via Indipendenza. Me metí por Manzoni, finalmente subí por Parigi y llegué a la Farmacia Regina donde había pedido los medicamentos para el asma y la hipertensión, que ya se me estaban acabando. Poca gente en las calles. En la puerta de la farmacia, había cinco personas esperando en la fila. Todos tenían máscaras, algunas verdes, algunas negras, otras blancas. Distancia de dos metros en una especie de baile silencioso.

La Unión Europea huele a podrido. Es el olor de la avaricia, propia de gente mezquina, inhumana. En el verano de 2015, todos fuimos testigos de la muestra de arrogancia y cinismo con la que desde el Eurogrupo se humilló a Alexis Tsipras, al pueblo griego y su voluntad expresada democráticamente, imponiendo medidas devastadoras para la vida de ese país. Desde ese momento, creo que la Unión Europea está muerta, también que los líderes del norte de Europa son unos ignorantes, incapaces de pensar y sentir.

La violencia que estalló contra los migrantes a partir de aquel año, acompañada por el cierre de fronteras, la creación de campos de concentración, la entrega de refugiados al sultán turco y a los torturadores libios me han convencido de que no solo la Unión Europa es un proyecto fallido, completamente fracasado, sino que la población europea, en su abrumadora mayoría, es incapaz de asumir la responsabilidad del colonialismo y, en consecuencia, está lista para aceptar las políticas de los campos de concentración, con el fin único de proteger su miserable prosperidad.

Pero hoy, en la reunión en que los representantes de los países europeos discutieron la propuesta italiana que proponía compartir el peso económico de la crisis sanitaria, han superado cualquier señal previa, cualquier mínimo de decencia.

Frente la propuesta de emisión de los llamados coronabonos o de recurrir a medidas de intervención ilimitadas que no resulten en deudas para los países más débiles, los representantes de Holanda, Finlandia, Austria y Alemania respondieron de manera escalofriante. Más o menos dijeron: “Posponemos todo por catorce días”. Veamos si la epidemia afecta a los países nórdicos con la misma violencia con la que ha afectado a Italia y España. En ese caso hablaremos nuevamente. De lo contrario, no se habla en absoluto.

Estas no son exactamente las palabras pronunciadas por el holándes Rutte y sus compinches. Pero sí son las razones de su aplazamiento.

Boris Johnson dio positivo en su examen. Se contagió. También su ministro de salud. Sería de mal gusto reírse de las desgracias ajenas, por lo que voy a quedarme callado. Es suficiente con recordarles que hace unos diez días Johnson dijo: “Desafortunadamente, muchos de nuestros seres queridos morirán”, adelantando la teoría de que era de esperar que murieran medio millón de personas, para así poder desarrollar las defensas inmunes necesarias para resistir. Es la selección natural, la filosofía que el neoliberalismo thatcheriano heredó del nazismo hitleriano, la filosofía que ha gobernado el mundo durante los últimos cuarenta años.

A veces no funciona de esa forma.

Refugiadas en Moria, Lesbos, Grecia, cosen barbijos.

28 de marzo

En la oscuridad azulada de una Plaza San Pedro inmensa y vacía, la figura blanca de Francisco se muestra debajo de una gran carpa iluminada. Habla con un pueblo que no está ahí, pero lo escucha desde lejos. Abre los brazos y extiende su mano sobre la columnata que abraza a Roma y al mundo. Dice cosas impresionantes, desde el punto de vista teológico, filosófico y político.

Dice que este flagelo no es un castigo de Dios. Dios no castiga a sus hijos. Francisco hizo de la misericordia el signo de su papado, desde las primeras palabras que dijo, después del ascenso al trono de Pedro, en una entrevista publicada en La Civiltà Cattolica.

Si no es un castigo divino, entonces, ¿qué es? Francisco responde: es un pecado social que hemos cometido. Hemos pecado contra nuestros semejantes, hemos pecado contra nosotros mismos, contra nuestros seres queridos, contra nuestras familias, contra los migrantes, los refugiados, los trabajadores pobres y precarios.

Después agrega que fuimos tontos al creer que podíamos estar sanos en una sociedad enferma.

A las 11 de la mañana, mi primo Tonino, también médico, me llamó (¿ahora son todos médicos y yo nunca me di cuenta?). Me preguntó cómo estaba, con esa voz siempre perturbada y jadeante, y me contó una de las bromas por las que siempre ha sido famoso en la familia: “Qui gatta ci covid” [Qui gatta ci cova significa “Aquí hay gato escondido”].

 

29 de marzo

Peo es un amigo, un compañero, también es médico y ha sido mi médico durante muchos años. Varias veces se ocupó de mi mala salud. Siempre que fui a su clínica me encontré con una larga fila de pacientes de todos los tamaños y colores y esperé horas antes de ser recibido para que me revise y luego pronuncie diagnósticos profundos como poemas y precisos como su bisturí. Después vendrían propuestas de múltiples tratamientos libertarios.

Cuando se jubiló, hace ya seis meses, se fue a Brasil, donde había ejercido su profesión a principios de siglo, con su pareja y sus dos hijos mayores. Hace unas semanas, de repente, regresó a Italia donde vive Jonas, su hijo menor que estaba a punto de recibirse en la universidad (finalmente se graduó, pero a través de Skype).

Peo había planeado irse un tiempo después, pero quedó atrapado. Está viviendo solo en un pequeño departamento en Via del Broglio, y esta mañana se acercó mi ventana y me llamó desde abajo. Miré por el balcón y conversamos durante unos minutos. Luego se alejó trotando.

Antonio Costa, el primer ministro de Portugal, realizó una conferencia de prensa para responderle al ministro de finanzas holandés, Wopke Hoekstra, quien durante el fallido Consejo de la Unión Europea del jueves pidió que una comisión iniciara una investigación sobre las (¿oscuras?) razones por las cuales algunos países dicen que no tienen margen presupuestario para hacer frente a la emergencia del coronavirus, a pesar de que la Zona Euro ha estado creciendo durante siete años. Hoekstra no mencionó ningún nombre, pero la referencia a Italia y España era evidente −hasta ahora los países de la UE más afectados− como también era clara la referencia a los líderes del “grupo de los nueve” que apoya la necesidad de los eurobonos. Así que básicamente lo que Hoekstra quiere es un juicio contra los países donde la pandemia ha sido más dura.

“Este discurso es repugnante en el actual contexto de la Unión Europea”, dijo el líder socialista portugués en conferencia de prensa. “Y digo repulsivo porque nadie estaba preparado para enfrentar un desafío económico como vimos en 2008, 2009, 2010 y en los años siguientes. Desafortunadamente, el virus nos afecta a todos por igual. Y si no nos respetamos y no entendemos que, ante un desafío común, debemos ser capaces de una respuesta común, nada se ha entendido de la Unión Europea… Este tipo de respuesta es absolutamente irresponsable, es de una mezquindad repulsiva y perjudicial, que socava el espíritu de la Unión Europea. Es una amenaza para el futuro de la UE, si es que la UE quiere sobrevivir. ” Costa finalizó diciendo que “es inaceptable que un líder político, de cualquier país, pueda dar esa respuesta”.

Hoy recibí una carta por correo. Dentro había una postal sin firmar donde había una pequeña cantidad de hachís. Tal vez alguien lo mando después de leer mi diario de la psicodeflación #1 donde dije que ya no tenía nada. De todo corazón, muchas gracias.

En los diarios aparece la foto de Edi Rama, presidente de Albania.

En un gesto de gran nobleza, envió treinta médicos de su pequeño país a Italia. Los acompañó al aeropuerto y rodeado de estos grandes muchachos vestidos con sus batas blancas, dio un discurso en italiano. Dijo que sus médicos, en lugar de quedarse en Albania como reservas, vienen aquí, donde más ayuda se necesita. Y también encontró una manera de agregar que los albaneses están agradecidos con los italianos (está siendo demasiado amable) por haberlos protegido y recibido en los años más difíciles y que, por lo tanto, están felices de venir y ayudarnos a diferencia de otros que, a pesar de ser mucho más ricos que nosotros, les dieron la espalda.

Bravo Edi, viejo amigo.

Médicos de Albania llegan para brindar su ayuda a Italia.

Lo conocí en París en 1994, cuando él vivía en la casa de un amigo mío.

Me dijo que había estudiado en la Academia de Bellas Artes de Tirana y me contó una anécdota muy divertida. Como estudiante, en los días de la autarquía absoluta de Enver Hoxha, quería ver las obras de Picasso, de las que había oído hablar. El director de la academia lo llevó a su oficina, cerró la puerta con llave, sacó un libro de un estante, lo abrió en las páginas dedicadas a Picasso y, sosteniendo el libro en sus manos, le mostró los trabajos secretos que quería ver.

En París, Edi era pintor y por las noches iba al metro para romper carteles publicitarios y pintar en ellos. Tengo uno de sus trabajos en casa que muestra un pie verdoso aplastando un micrófono multicolor. Post-surrealismo tecno.

Luego, en 1995, vino a Italia, cuando yo trabajaba en el consorcio de University City. Lo invité a dar una conferencia en el gran salón de Santa Lucía. Vinieron muchos albaneses y era un gran barullo, todos hablaban al mismo tiempo. Pero cuando Edi tomó la palabra todos se quedaron callados.

Edi retornó a Albania inmediatamente después, en el momento en que se produjo la insurrección de 1996 tras el colapso financiero y, desde el exilio, regresó para transformarse en ministro de Cultura.

Me invitó a visitarlo. Fui a Tirana con un avión ruso, el aeropuerto parecía un mercado. Ancianas vestidas de negro que daban la bienvenida a sus hijos y maridos con grandes gestos, animales, gritos, estruendos extraños. Afuera había un coche negro con vidrio azulado esperándome.

Cruzamos la ciudad que entonces era toda gris, casi fantasmal. En los años siguientes, cuando Edi se convirtió en alcalde, volvieron a pintar todas las paredes de diferentes colores.

El coche negro con vidrio azul me llevó al Ministerio de Cultura donde Edi me estaba esperando.

El Ministerio estaba totalmente vacío. Nada, ni siquiera sillas para sentarse, solo polvo y pasillos pintados en amarillo. Edi me estaba esperando en una habitación vacía vestido como un explorador inglés en África, con pantalones blancos hasta la rodilla y una campera con grandes bolsillos verdes.

Nos abrazamos, después me pidió perdón por el ambiente un tanto desnudo. “¿Sabes cuánto presupuesto tengo? Cero-coma-cero-cero.” Los albaneses eran condenadamente pobres, pero estaban llenos de gente creativa, educada y cosmopolita. Me dijo Edi que Veltroni le había prometido que le enviaría dinero. Espero que se lo haya enviado, aquella vez.

Me alojé en una casa proletaria de un amigo suyo, donde fumaban porro todo el día. Pasé una semana maravillosa en Tirana, donde también conocí a un grupo de muchachos de la Toscana que trabajaban una organización de voluntarios. Después me subí a un ómnibus y salí de Tirana para visitar Berat, la ciudad de las mil ventanas. Durante el viaje, un chico me invitó a visitar su casa y me mostró dos o tres Kalashnikovs, que tenía abajo de la cama.

Me gustaría volver a Berat, pero a veces me pregunto si voy a poder volver a viajar en el futuro que nos espera. Confieso que es la pregunta que más me atormenta en estos días tranquilos.

Imágenes preocupantes provienen de India después del confinamiento decidido por el gobierno. Largas filas frente a los bancos, columnas de personas que salen de las ciudades para regresar a sus aldeas. Aquellos que tenían trabajos ocasionales ahora se encuentran en condiciones de miseria absoluta. La dictadura neoliberal de treinta años ha creado condiciones de precariedad social y fragilidad física y mental en todas partes.

Tarde o temprano va a ser necesario un juicio de Nuremberg para aquellos como Tony Blair, Matteo Renzi y Narendra Modi. El neoliberalismo que han inoculado en nuestras células ha causado destrucciones de un nivel muy profundo, ha atacado la raíz misma de la sociedad: el genoma lingüístico y psíquico de la vida colectiva.

 

30 de marzo

Micah Zenko escribe en The Guardian que la propagación del virus es la mayor falla de inteligencia en la historia de los Estados Unidos. Cada día que pasa, las noticias de Nueva York son más dramáticas. El gobernador Cuomo toma decisiones que contradicen explícitamente las afirmaciones de Trump. La brecha entre la Presidencia y los centros metropolitanos de poder se profundiza cada día.

Un editorial del New York Times, escrita por Roger Cohen, ha capturado mi atención. El artículo es una pieza de literatura civil con cierto tono lírico. Pero, sobre todo, es un llamado de atención al futuro político (y de salud) próximo de los Estados Unidos.

Traduzco algunos pasajes:

Esta es la primavera silenciosa. El planeta se ha vuelto silencioso, tan silencioso que casi es posible escucharlo girando alrededor del sol, sentir su pequeñez y, por una vez, imaginar la soledad y la fugacidad de estar vivo.

Esta es la primavera de los miedos. Una leve irritación en la garganta, un estornudo, y la mente se acelera. Veo una rata solitaria deambulando por Front Street de Brooklyn, una bolsa de basura abierta por un perro, y me recorre un vértigo apocalíptico de miseria y suciedad. Peatones enmascarados dispersos en calles vacías parecen sobrevivientes de una bomba de neutrones. Un patógeno del tamaño de una milésima parte de un pelo humano ha suspendido la civilización y ha desatado la imaginación…

Es tiempo de un reset total. En Francia hay un sitio web que le dice a las personas, en el radio de un kilómetro de sus casas, dónde pueden hacer ejercicio. Es la medida de mundo la que quedó reducida para todos”.

Luego de una revelación lírica exitosa, Cohen llega al punto. Y su punto es bastante interesante, si pensamos que Cohen no es un bolchevique, sino un pensador liberal ilustrado, bien lejano del socialismo sandersiano:

La tecnología perfeccionada para que los ricos globalicen sus ventajas también ha creado el mecanismo perfecto para globalizar el pánico que está generando que los portfolios/carteras entren en caída libre.

Algunas voces místicas susurran: ‘Hagamos las cosas de manera diferente al final de este flagelo, de manera más equitativa, más respetuosa con el medio ambiente, o seremos nuevamente golpeados’. No es fácil resistirse a estos pensamientos y quizá no debemos resistirnos, de lo contrario no seremos capaces de aprender nada”.

En este punto, Cohen hunde su espada:

En un año electoral es intolerable presenciar la mezcla de incompetencia total, el egoísmo devorador y la inquietante inhumanidad con la que el presidente Trump respondió a la pandemia, y es difícil no temer alguna forma de corona-golpe. El pánico y la desorientación son precisamente los elementos sobre los que prosperan los aspirantes a dictadores. El peligro de una sacudida autocrática estadounidense en 2020 es tan grande como el del virus.

Este es el mundo de Trump hoy: inconsistente, incoherente, poco científico, nacionalista. Ni una palabra de compasión por el aliado italiano afectado. Ni una palabra de simple decencia, solo mezquindad, pequeñez, fanfarronería… el fóbico a los gérmenes propagó el germen de la mentira”.

En el mismo diario, sin embargo, leí que el apoyo a Trump nunca había sido tan alto: la mayoría de los estadounidenses, y especialmente la gente que defiende la Segunda Enmienda, aquellos que tienen armas en sus casas, están de su lado, se sienten tranquilizados por su arrogancia.

Premoniciones oscuras sobre el futuro estadounidense.

Fábrica de barbijos en Nangton, China.

1 de abril

En el sitio web del Network Culture Institute, el centro de investigación de Ámsterdam fundado por Geert Lovink, leí un artículo firmado por Tsukino T. Usagi, “The Cloud Sailor Diary: Shanghai Life in the Time of Coronavirus”, sobre el último mes en Shanghai contado por un joven precario con un estilo introspectivo y deslumbrante. Traduzco un pasaje:

El día después de las noticias oficiales que confirmaban el comienzo de la epidemia, salí a caminar por el paseo marítimo de Shanghai. La visión del río Huangpu estaba cubierta por un pesado smog. Hermoso. Tóxico. Una visión apocalíptica, por cierto.

Por la noche empecé a sentirme mal. ‘Debe ser un resfrío o una gripe’, pensé. Al día siguiente fui a trabajar, como todos los días. Mi enfermedad se puso peor. Mis síntomas incluían fiebre, sequedad de garganta, dificultad para respirar. Exactamente lo que se describe en las noticias en relación a la infección.

Pensé: ‘¿Así me voy a morir?’. Tenía miedo, pero no entré en pánico. Comencé a reconstruir los escenarios que podrían haber causado estos síntomas: había estado en un vagón del subte lleno de pasajeros desconocidos. Algunos de ellos podrían haber tenido el virus. Uno de mis compañeros de trabajo había tosido durante mucho tiempo. El aire estaba tan contaminado, un día horrible. Mis pulmones estaban a punto de explotar mientras cruzaba con el ferry. Incluso antes del coronavirus, el smog transportado por el viento podría haberme matado. Pero ahora, cuando miro al aire, solo veo la amenaza del coronavirus. ¿Será que desaparecieron todo el resto de las amenazas?

La civilización humana se ejecuta en una máquina en continuo movimiento impulsada por líneas de reproducción aleatorias. La fábrica de reproducción global no tiene casa central. Es la infraestructura más descentralizada, más inútil e insensata y, al mismo tiempo, más controlada. India es el caldo de cultivo para el trabajo cognitivo de bajo costo cuya contribución a Silicon Valley y a otras regiones tecnológicas no puede subestimarse. En estos días, los científicos están buscando nuevas formas de lidiar con la ansiedad por la muerte. El mundo preferirá, pronto, tener hijos mecánicos en lugar de hijos humanos. Pero esto no evitará la extinción del humano”.

 

2 de abril

San Francisco de Paola. Mi onomástico.

“La voz es la cuña que rompe el silencio que hay allá afuera y también dentro del desierto digital”, me escribe mi amigo Alex, al final de una enigmática meditación, muy densa.

En otro mensaje, Alex me habla sobre Radio Virus, que transmite desde los laboratorios desterritorializados de Macao, Milán. “Lástima que transmitan tan poco”, dice Alex. Hagámosla llegar más lejos. Pueden escucharla acá.

La controversia se está extendiendo entre la región de Lombardía y el gobierno central. Buscan a alguien para culpar. No es sorprendente que maestros del cinismo como Renzi y Salvini lo intenten. Su trabajo es especular con las desgracias de otros para hacerse notar. Pero creo que es una discusión innecesaria en este momento. No solo porque, en medio del pico de la epidemia, es mejor centrarse en lo que hay que hacer que en desquitarse con aquellos que no han hecho nada por cambiar. Pero sobre todo porque los verdaderos responsables no son solo  aquellos que en los últimos meses han estado tratando de operar en una situación objetivamente difícil.

Los responsables son aquellos que, en los últimos diez años o, mejor, en los últimos treinta años, desde Maastricht en adelante, han impuesto las privatizaciones y los recortes en los costos laborales.

Gracias a estas políticas, el sistema de salud público se ha debilitado, las unidades de cuidados intensivos se han vuelto insuficientes, los establecimientos de salud territoriales han sido desfinanciados y reducidos, y los pequeños hospitales fueron forzados a cerrar.

Al final de esta historia se tratará de culpar a algún funcionario o dirigente. La izquierda culpará a la derecha y la derecha culpará a la izquierda. No caigamos en la trampa. Sería necesario ser radicales. La derecha y la izquierda son igualmente responsables de la devastación producida por el dogma neoliberal compartido.

Por sobre todas las cosas, se tratará de mover recursos hacia la salud pública, hacia la investigación. Se tratará de saber para qué están destinados hoy los recursos.

Reducir drásticamente el gasto militar, desviar ese dinero a la sociedad. Expropiar sin compensación a quienes se han apropiado de bienes públicos como carreteras, transporte ferroviario, agua. Redistribuir los ingresos a través de un impuesto a la propiedad.

Este programa debe consolidar, ampliar, involucrar asociaciones, personas, instituciones.

 

3 de abril

Comencé a leer A History of the American People, de Paul Johnson, un historiador de derecha, muy nacionalista, un apologista de la misión estadounidense.

Trato de reconstruir los hilos que han tejido la civilización estadounidense porque me parece que ese lienzo se está desmoronando rápidamente.

Comenzó después del 11 de septiembre de 2001 cuando el genio estratégico de Bin Laden y la idiotez táctica de Dick Cheney y George Bush empujaron al mayor gigante militar de todos los tiempos a una guerra contra sí mismo, la única que podía perder. Y la ha perdido, y continúa perdiéndola, hasta el punto de que esta guerra interna (social, cultural, política, económica) eventualmente desgarrará al monstruo desde adentro. Desde 2016, Estados Unidos ha estado al borde de una guerra civil.

Parece que Trump se está preparando para ganar las elecciones. La mitad de los estadounidenses lo apoyan, más o menos. Como esa gran parte que en los últimos días se ha apresurado a comprar armas como si todavía no tuvieran suficientes.

La otra mitad (es decir, el FBI, una parte del ejército, el estado de California, el estado de Nueva York y varios otros estados, especialmente las grandes metrópolis) están aterrorizados, ofendidos por las agresiones del presidente, y hoy se sienten abandonados a la furia del virus, que golpea más fuerte en las grandes concentraciones cosmopolitas y tal vez menos en las ciudades del centro-oeste.

Trump dijo que no será amable con los gobernadores que no lo hayan sido con él. De hecho, California no recibe ayuda médica del Estado central. Me pregunto por qué California no debería negarse pronto a contribuir al presupuesto del Estado Federal.

En ese país donde el mercado laboral es una jungla despiadada y no regulada, 10 millones de trabajadores quedaron desempleados en tres semanas. 10 millones, y este es solo el principio.

Por supuesto, no sé cómo evolucionarán las cosas, pero creo que después de la epidemia, se verán efectos más devastadores en los Estados Unidos que en otros lugares porque la cultura privatizadora e individualista es una invitación de lujo para el virus. Algo muy grande está por pasar.

La gente de la Segunda Enmienda contra las grandes ciudades, y viceversa. ¿Una guerra de secesión no homogénea?

Estaba leyendo La Repubblica en el baño esta mañana, y vi una foto en la tercera página, donde hay una lista de los 68 médicos que murieron mientras hacían su trabajo en la furia de la epidemia.

Valter Tarantini era el más guapo de mi curso en la escuela secundaria Minghetti. Ciertamente, el más hermoso, no había competencia: ojos rubios, altos y claros, una sonrisa irónica, alegre, descuidada. Yo le caía muy bien, a pesar de mi aspecto malhumorado y del hecho de que estaba leyendo El Capital de Marx. Tal vez esa era la razón por la que le gustaba andar conmigo.

Éramos compañeros de clase en la escuela secundaria. Yo y él, Pesavento y Terlizzesi, en los bancos de la parte de atrás de la clase. Un cuarteto anarcoide, muy diferentes pero todos éramos amigos.

Valter vivía en una casa de la alta burguesía en el quinto piso de Via Rizzoli 1, justo en frente de la torre Garisenda. Una tarde fui a su casa para explicarle un poco de filosofía porque no quería leer el libro de Ludovico Geymonat. Tenía mejores preocupaciones que leer a Hegel y a Kant. Le gustaban mucho las chicas, quería ser ginecólogo y realmente lo cumplió. Era médico en Forlì, y es uno de los 68 médicos que murieron haciendo su trabajo.

Mierda, se me hizo un nudo en la garganta cuando vi su pequeña foto. El Dr. Tarantini tenía 61 años, pero en la foto se puede ver que siempre fue hermoso, con una sonrisa amable y despectiva al mismo tiempo. Nunca lo volví a ver después del examen en el verano de 1967, y ahora me duele, tengo ganas de llorar porque no fui a la cena de los viejos compañeros del secundario hace unos diez años, y sé que preguntó por mí. Nunca lo volví a ver, pero realmente lo recuerdo como si fuera ayer…  qué frase tan tonta salió de mí. Como si fuera ayer… Pienso un poco. Lo vi, por última vez, hace cincuenta y dos años. Después, nunca lo volví a ver hasta esta mañana, en el baño, en La Repubblica, en una pequeña foto en la tercera página.

*El artículo original fue publicado en Nero Editions. Esta traducción fue tomada del blog Lobo Suelto y pertenece a Martín Rajnerman, Facu A., León L. y Celia Tabó.
**La imagen miniatura que ilustra esta entrada, las manos de Bifo sosteniendo sus icónicos lentes, pertenece a David Gacs.

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SOBRE EL SIGNIFICADO DE LAS CIENCIA-FICCIONES ECONÓMICAS

SOBRE EL SIGNIFICADO DE LAS CIENCIA-FICCIONES ECONÓMICAS

Captura del film Metropolis (1927), de Fritz Lang.

Por Mark Fisher

El realismo capitalista postula al capitalismo como un sistema libre de las ilusiones sentimentales y las mitologías consoladoras que gobernaron a las sociedades en el pasado. El capitalismo opera con la gente tal y como es, no busca rehacer la humanidad a partir de alguna imagen (idealizada), sino que alienta y libera esos “instintos” de competencia, autopreservación y espíritu de emprendimiento que han de emerger siempre, sin importar cuánto se intente reprimirlos o contenerlos. La bien conocida paradoja del neoliberalismo, no obstante, fue que requirió de un proyecto político deliberado, llevado a cabo por la maquinaria del Estado, para reafirmar esta imagen de lo humano. Philip Mirowski ha argumentado que el neoliberalismo puede ser definido por una doble (y ambigua) actitud hacia el Estado: en el nivel exotérico de la polémica populista, el Estado es algo a despreciar; en el nivel esotérico de la estrategia real, el Estado es algo a ser ocupado, instrumentalizado. El alcance y la ambición del programa neoliberal de restaurar lo que nunca pudo ser suprimido fueron resumidos por el infame comentario de que “el método era la economía, la meta era la de cambiar el alma”; el eslogan del estalinismo de mercado. La metafísica libidinal que subyace al neoliberalismo bien podría llamarse libertarianismo cósmico: más allá y por debajo de las estructuras sociales, políticas y económicas que restringen, el espíritu de empresa existe como potencial en ebullición ansioso por ser liberado. Frente a ello, por tanto, la meta de la política de acuerdo con la doctrina exotérica del neoliberalismo es esencialmente negativa: consiste en un desmantelamiento de esas estructuras que mantienen encerradas a las energías del emprendimiento. En la realidad, por supuesto, y como señaló el comentario de Thatcher, el neoliberalismo era un proyecto constructivo: el sujeto económico competitivo fue el producto de un vasto proyecto de ingeniería libidinal e ideológica. Y, como Jeremy Gilbert −a partir de la obra de Michel Foucault− ha observado, el neoliberalismo ha sido en efecto caracterizado por un pánico fiscalizador: su retórica de liberar el potencial individual oculta su represión y su miedo a la agencia colectiva. La colectividad es siempre estúpida y peligrosa: el mercado es capaz de funcionar de manera efectiva únicamente si se trata de una masa descortezada de individuos, solo así pueden generarse sus propiedades emergentes.

Captura de Things to Come (1936), film de William Cameron Menzies, inspirado en la novela de H.G. Wells The Shape of Things to Come.

Lejos de ser un sistema liberado de las ficciones, el capitalismo debería ser visto como el sistema que libera las ficciones para que imperen sobre lo social. El campo social capitalista está tramado por lo que J.G. Ballard llamó las “ficciones de todo tipo”. Ballard tenía en mente los banales aunque potentes productos de la publicidad, las relaciones públicas y el branding, sin los que el capitalismo tardío no podría funcionar, pero está claro que lo que estructura la realidad social –la así llamada “economía” – es en sí mismo un tejido de ficciones. Debe aquí enfatizarse que las ficciones no son necesariamente falsedades o engaños; están lejos de eso. Las ficciones sociales y económicas siempre eluden al empirismo: nunca están dadas en la experiencia dado que son lo que estructura la experiencia. Pero el fracaso empirista para asir estas ficciones demuestra sus propias limitaciones. La experiencia siempre es solo posible sobre la base de una red de virtualidades inmateriales: regímenes simbólicos, proposiciones ideológicas, entidades económicas. Debemos resistir cualquier tentación de idealismo aquí: estas ficciones no son urdidas en la mente de individuos ya existentes. Al contrario, el sujeto individual es algo como un efecto especial generado por estos sistemas ficcionales transpersonales. Podríamos denominar a estas ficciones virtualidades efectivas. Bajo el capitalismo, estas virtualidades escapan a cualquier pretensión de control humano. Quiebras financieras producidas por instrumentos arcanos, negociaciones bursátiles automatizadas de alta velocidad… pero ¿qué es el capital “en sí mismo” sino una enorme virtualidad efectiva, un inexorable agujero negro en expansión que crece chupando las energías social, física y libidinal hacia sí mismo?

Aparentemente, el capitalismo no se vio debilitado por el crash del 2008. Si bien el populismo de derecha ha sido pavorosamente exitoso, el anticapitalismo no ha probado ser un movilizador suficiente. De manera provocativa, podríamos hipotetizar que la emergencia del anticapitalismo puede correlacionarse con la emergencia del realismo capitalista. Cuando el socialismo realmente existente desapareció –y la socialdemocracia siguió sus pasos con prontitud– la izquierda radical rápidamente dejó de ser asociada con un proyecto político positivo y empezó a estar definida solo por su oposición al capital. Como incesantemente corean los porristas del capital, los anticapitalistas no han logrado todavía articular una alternativa coherente. La producción de nuevas ciencia-ficciones económicas [economic science fictions] se vuelve por tanto un imperativo político urgente. Uno no puede simplemente oponerse a las ficciones económicas del capitalismo. Estas necesitan ser combatidas por ciencia-ficciones económicas que puedan ejercer presión sobre la actual monopolización de las realidades posibles bajo el capital. El desarrollo de ficciones económicas constituiría así una forma de acción indirecta sin la cual la lucha por la hegemonía no triunfará.

Captura de Things to Come (1936).

Es fácil verse intimidado por la dimensión aparente de este desafío (¡inventa un programa completamente funcional para una sociedad postcapitalista o el capitalismo reinará por siempre!). Pero no debemos dejarnos acallar por esta falsa oposición. No es una visión única y total lo que se requiere, sino una multiplicidad de perspectivas alternativas, cada una de ellas potencialmente abriendo una grieta hacia otro mundo. La exhortación a producir ficciones implica un espíritu abierto y experimental, una cierta soltura de las pesadas responsabilidades asociadas con la generación de programas políticos determinados.  Sin embargo, las ficciones pueden ser motores para el desarrollo de las políticas futuras. Pueden ser máquinas para diseñar el futuro: las ficciones sobre cómo puede verse un, digamos, nuevo sistema de vivienda, salud o transporte inevitablemente nos llevan a imaginar también qué tipo de sociedad podría albergar y facilitar estos desarrollos. Por decirlo de otro modo, las ficciones pueden contrarrestar el realismo capitalista al ofrecer alternativas a lo pensable del capitalismo. No solo eso: las ficciones son también simulaciones en las que podemos comenzar a percibir cómo sería vivir en una sociedad postcapitalista. La tarea es producir ficciones que puedan ser convertidas en virtualidades efectivas, ficciones que no solo anticipen el futuro, sino que puedan ya empezar a hacerlo realidad.

*El texto original se encuentra incluido en la antología Economic Science Fictions, William Davies (ed.), Londres, Goldsmiths Press, 2018. Esta traducción pertenece a Matheus Calderón.
**La imagen miniatura que ilustra esta entrada es la cubierta de la novela We de Yvegny Zamyatin.

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