POR FIN SOLOS

POR FIN SOLOS

En ¿Hay mundo por venir? Déborah Danowski y Eduardo Viveiros de Castro dan cuenta de los mitos contemporáneos que abordan la catástrofe climática y el fin del mundo, tanto en la divulgación científica como en la obra de filósofos y productos de la cultura popular. En este fragmento que aquí reproducimos son los blockbusters como Melancolía, La carretera, El caballo de Turín, entre otros, los que sirven de ocasión para graficar distintas visiones de un mundo más allá del hombre.  

 

La experiencia estético-filosófica de la película Melancolía de Lars von Trier, por supuesto, carece de “realismo”. Es poco probable que un megadesastre cósmico o incluso ecológico venga a poner fin de forma tan abrupta, y en tan corto plazo, a nuestra forma de vida. La verdad alegórica del film estaría, más bien, en el carácter súbito (para la escala biográfica humana) de nuestra toma de conciencia de la intrusión de Gaia, y de la convicción rápidamente creciente de la irreversibilidad o irrevocabilidad de esa intrusión: Gaia ha llegado para quedarse, y cambiará nuestra historia para siempre. Por eso, Gaia se parece mucho más al planeta Melancolía que a la Tierra que es alcanzada por él; Melancolía es una imagen de la trascendencia gigantesca y enigmática de Gaia, una entidad que se abate sobre nuestro mundo, que se ha tornado súbitamente demasiado humano, de modo devastador.

El film 4:44 El último día en la tierra, de Abel Ferrara, si por un lado es el más “verosímil” de todos los films apocalípticos recientes (por el retrato que hace de la verdadera Babel que viene siendo la toma de conciencia de los peligros de los cambios climáticos causados por la acción humana), por otro lado condensa, como Melancolía, toda la complejidad e hiperobjetividad de los cambios climáticos y de la degradación ambiental en un único evento apocalíptico, con hora exacta prevista para acontecer (a las 4:44), una conflagración planetaria desencadenada por la desaparición súbita de la capa de ozono. Pero aquí no hay un punto de vista cósmico. El mundo todo que acaba es visto desde dentro de “nuestro mundo”, el mundo patética, trivial y anodinamente humano de un barrio bohemio de Nueva York (pero también a partir de lo que allí llega, a través de la televisión, de los preparativos para la hora final de otros pueblos del planeta). Tenemos que esforzarnos para encontrar los raros elementos no humanos de ese mundo presto a terminar de una sola vez: un árbol siendo cortado, un perro recibiendo alimento de su dueño pacientemente, en lo que parece ser la última comida de los dos.

Pero el mundo, por el contrario, puede ir ausentándose poco a poco. La perspectiva de la crisis ambiental planetaria parece exponer a la especie no tanto al riesgo de una muerte súbita como al agravamiento de una enfermedad degenerativa, cuyo solapado inicio no habríamos detectado. Si las cosas continuaran en el rumbo en el que están, la narrativa más verosímil nos dice que, efectivamente, todos –o los pocos que resten– viviremos cada vez peor, en un mundo cada día más parecido a aquellos concebidos por la gnosis distópica de Philip K. Dick. Mundos o, como explica Dick, “pseudomundos” donde el espacio y el tiempo comienzan a pudrirse y desintegrarse, donde las acciones se interrumpen a medio camino y toman cursos incomprensibles, donde los efectos anteceden erráticos a las causas, las alucinaciones se materializan en ontologías contradictorias, la vida y la muerte se vuelven tecnológicamente indiscernibles; donde misteriosos Mesías hipercapitalistas administran religiones mediáticas a las masas hipnotizadas (debidamente dopadas por aparatos de ajustamiento del humor); y donde intentar mantener la lucidez en medio de una entropía que corroe la propia escritura, que hace enloquecer la lógica diegética –los libros de Dick no describen, más bien inscriben la fragmentación de lo real–, es la única ocupación posible –y en última instancia imposible– de los personajes. Como decía Leibniz al exponer el esquema piramidal de los mundos posibles hacia el final de los ensayos de Teodicea, el número de mundos peores que cualquier otro donde podamos estar es infinito. El peor de los mundos no existe, pero hay solo un mejor mundo posible: el nuestro. En la época de Leibniz, eso todavía podía sonar optimista.

Hay muchos ejemplos recientes, en la literatura y en el cine, de la representación pesimista e incluso algunas veces en un modo celebratorio) de un futuro correspondiente al esquema de “nosotros-sin-mundo”, esto es, de una humanidad que ha visto sustraerse sus condiciones fundamentales de existencia. Enseguida nos viene a la mente Mad Max (1979, dirigida por George Miller), pero podríamos también incluir aquí Matrix (1999, dirigida por las hermanas Wachowski), si aceptamos una cierta equivalencia entre un mundo ecológicamente desértico, como el del primer film, y un mundo de puros espejismos, como el del segundo, suscitados como se sabe por el “desierto de lo real”. En ambos casos, estamos frente a un “fin del mundo”, en el sentido de mundo humano, el fin como resultado de un proceso de desvitalización ontológica del ambiente (devastación o artificialización integrales del planeta) que tiene efectos “deshumanizadores” para los sobrevivientes.

Pero tal vez el mejor ejemplo de una situación de humanidad desmundanizada sea la novela La carretera (2006), de Cormac McCarthy, donde el estilo lacónico y el tema más que sombrío se armonizan admirablemente. El mito apocalíptico que se elabora allí puede ser resumido con una simple formula: en el final no habrá nada, solo seres humanos… y no por mucho tiempo. El libro cuenta el recorrido de un padre y un hijo por una tierra muerta, plomiza y putrefacta, tras un desastre planetario de causas desconocidas. Con los ecosistemas destruidos, sin animales, plantas o agua limpia, los pocos humanos restantes subsisten sórdidamente de los restos de la civilización (latas de comida, ropas y utensilios recolectados en centros comerciales) o del canibalismo practicado sobre otros sobrevivientes.

La carretera describe el curso de un proceso irrefrenable de decaimiento –un poco a la manera de Ubik, de Dick– en que los objetos a nuestro alrededor van envejeciendo a un ritmo cada vez más rápido, hasta finalmente percibir que la muerte no es, como pensábamos, un enemigo externo contra el cual luchamos en enorme desigualdad de condiciones, sino un principio interno: nosotros ya estamos muertos y la vida es lo que pasó para el lado de afuera. Podemos decir que hay aquí algo así como un cambio de perspectiva, en el sentido amerindio del término: mientras creíamos ser los defensores del mundo de los vivos, hacía mucho que habíamos sido ya capturados por el punto de vista de los cadáveres. (“¡Ya estamos muertos!” es también la frase que dice a los gritos –aunque, a pesar de su sonoridad estentórea, suena mucho más como el whimper, el gemido quejoso del poema de Eliot– el personaje de Willem Dafoe en 4:44, frente a aquellas personas que, intentando ejercer por última vez su humana libertad frente a la muerte anunciada, se suicidan arrojándose desde lo alto de sus departamentos.) En la novela de McCarthy, en efecto, la muerte todo el tiempo amenaza con capturar a los pocos seres vivos que restan, substrayéndoles el mundo: ocultándoles los objetos, erosionando la memoria humana de sus significados, corroyendo el propio lenguaje, devastando sus cuerpos por el hambre y las enfermedades, transformándolos en comida de predadores caníbales, ex humanos que perdieron su alma, es decir, justamente su “humanidad”. Afasia y antropofagia. Es difícil leer este libro sin tener la angustiante sensación de que ya estamos en el mundo de los muertos; de que el “fuego” metafórico que algunos pocos personajes cargan consigo no pasa de una especie de semivida (tal como la que guardan los recién-muertos en Ubik) que pronto se apagará. El mundo entero está muerto, y estamos dentro de él. El padre del niño muere; el niño sigue andando con personas que encuentra en el camino, y que parecen de buena índole. Pero ellas no tienen adónde ir. Quienes caminan por la ruta no llegarán a ningún lugar, por el simple motivo de que ya no hay ningún lugar al que llegar. No hay salida.

Otro ejemplo de un mundo que se vacía poco a poco, y deja así a los humanos patéticamente desamparados, es el espléndido film de Béla Tarr y Ágnes Hranitzky, El caballo de Turín. Los protagonistas –íbamos a decir “la pareja”, como en La carretera o 4:44, pero aquí son tres– son un hombre mayor parcialmente inválido, su hija adulta y el caballo que empuja la carreta de la familia (¿el caballo que desencadena la crisis de Nietzsche en Turín?), quienes habitan un terreno minúsculo y miserable, perdido en una estepa barrida por el viento. El fin del mundo de los campesinos de Tarr es antes un desecamiento que un pudrimiento. Es el viento áspero y estéril que ulula sin cesar, soplando hojas muertas y polvo contra la cabaña de piedra; es el pozo que se agota, del que el agua deja de manar; es el caballo que inexplicablemente deja de alimentarse –el caballo, bestia apocalíptica, como en Melancolía–; es la escasa luz que se apaga, por falta de combustible; es la comunicación que insidiosamente se va extinguiendo entre el padre y la hija, quienes lentamente van dejando de hablarse, de mirarse, prefiriendo contemplar, estáticos y mudos, el mundo desecado. Es, sobre todo, la repetición de las acciones cotidianas, repetición desnuda, ciega, maquinal, inútil en su pura instrumentalidad misma, la que va desanimando, en el sentido más literal posible, a los personajes. Primero el caballo y luego también el anciano y su hija se quedan inmóviles, los dos últimos sentados a la mesa en la cabaña oscura, frente a su invariable comida: dos papas, una para cada uno, ahora crudas, por falta de agua y fuego, que permanecen intactas mientras el film termina en un lento fade out. Como en Melancolía (y en El Ángel Exterminador), el tema del fracaso para salir del círculo mágico de la depresión marca un viraje hacia la (in)acción. Frente al agotamiento del pozo, los personajes parten, arrastrando ellos mismos la carreta y el caballo sin fuerzas, en busca de la ciudad vecina, pero retornan, inexplicablemente, después de algunos minutos (¿horas?, ¿días?), para entregarse de forma definitiva a una parálisis que va propagándose y contaminándolo todo (recordemos que el viejo padre ya tiene un brazo paralizado), vencidos por un mundo él mismo catatónico.

Podría decirse que El caballo de Turín despliega un equivalente cosmológico del tema de la banalidad del mal. El fin del mundo, para Tarr, no será un espectáculo dantesco, sino un decaimiento fractal, incremental, una desaparición lenta e imperceptible, pero tan completa que logra hacerse desaparecer a sí misma frente a nuestros ojos que van encegueciendo poco a poco:

El apocalipsis es un gran evento. Pero la realidad no es así. En mi película, el fin del mundo es muy silencioso, muy débil. Así que el final del mundo se acerca como lo veo en la vida real – lenta y silenciosamente. La muerte es casi siempre la escena más terrible y cuando ves a alguien morir –un animal o una persona– es algo terrible. Y lo más terrible es que parece que no ha pasado nada.
Nada ha pasado: solo estamos muertos.[1]

__________


[1] Béla Tarr, “Simple y puro”, entrevista con Vladan Petkovic, 2011, disponible en cineuropa.org.

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EL CÓDIGO DEL DINERO Y LA AUTOMATIZACIÓN

EL CÓDIGO DEL DINERO Y LA AUTOMATIZACIÓN

Compartimos un capítulo de Futurabilidad. La era de la impotencia y el horizonte de la posibilidad, de Franco “Bifo” Berardi.

La ideología neoliberal insiste en entronizar la desregulación como máxima expresión de una cultura de la libertad. Nada más lejos de la verdad. Desde los años ochenta, es posible advertir dos procesos simultáneos: el primero es la abolición o el debilitamiento de las limitaciones legales a la actividad empresarial, en particular a la de las corporaciones globales, que han ido desplazando sus inversiones de las áreas del mundo con mayor regulación a otras más desreguladas. Pero esta libertad de las empresas globales, en general, ha sido la causa del empeoramiento de las condiciones de vida y del salario de los trabajadores, como así también de la destrucción del entorno natural y urbano.

Por otra parte, la desregulación económica no ha supuesto una mayor libertad para los ciudadanos, no al menos para los ciudadanos trabajadores. Poco a poco las restricciones se han desplazado del dominio legal al ámbito lingüístico, especialmente al tecnolenguaje de las finanzas y los criptocontratos. La ética financiera no es una cuestión de leyes, reglas morales o mandatos políticos; antes bien, es algo inscripto en un conjunto de reglas técnicas que es preciso seguir para poder acceder al sistema.

La ubicuidad cada vez más extendida del dinero en la esfera económica constituye el rasgo distintivo del capitalismo financiero de nuestra época, al que cabría denominar semiocapital, ya que en él los signos adquieren el lugar más destacado dentro del proceso de producción. El dinero sin duda es un signo, y uno que tiene una historia. Mientras que en el capitalismo industrial del pasado era un signo referencial, encargado de representar una determinada  cantidad de cosas físicas, hoy es un signo autorreferencial que ha adquirido el poder de movilizar y desmantelar las fuerzas sociales de producción. Desde el fin del régimen del intercambio monetario fijo, el juego arbitrario de la especulación financiera ha conquistado un lugar central en la economía global. La consecuencia de ello es que todas las relaciones entre las cosas se vuelven aleatorias y todas las relaciones entre las personas, precarias. En simultáneo, el ámbito financiero creció hasta convertirse en la fuerza general de inscripción de una forma automática abstracta de regular la vida social. La dinámica de la deuda, en particular, ha penetrado en la sociedad hasta terminar subyugándola, obligando a las personas a interactuar con el sistema bancario y a aceptar el lenguaje de las inversiones.

En determinado momento, sobre todo en vísperas del colapso financiero de septiembre de 2008, muchas personas que, como yo, no tenemos ningún interés especial por la ciencia financiera nos vimos obligadas a tratar de entender las palabas incomprensibles que balbuceaban los agentes financieros, en un último intento por resistir la agresión que la abstracción financiera había causado en nuestras vidas concretas.

“El ámbito financiero creció hasta convertirse en la fuerza general de inscripción de una forma automática abstracta de regular la vida social. La dinámica de la deuda, en particular, ha penetrado en la sociedad hasta terminar subyugándola, obligando a las personas a interactuar con el sistema bancario y a aceptar el lenguaje de las inversiones.”

A comienzos del nuevo siglo, la crisis de la burbuja puntocom disolvió cualquier espejismo de que fuera posible establecer una alianza entre los trabajadores cognitivos y los capitales de riesgo que a principios de los años noventa habían permitido la creación y la proliferación de la red. Tras esta primera crisis de la economía virtual en el año 2000, los desempoderados trabajadores cognitivos ingresaron al ciclo de la precarización. De allí en más, la sociedad en su conjunto se vio atacada por la amenaza de una deuda metafísica.

Esto escribe Jean Baudrillard a fines de los años noventa:

[La] deuda jamás será devuelta. Ninguna deuda será devuelta. Las cuentas definitivas jamás tendrán lugar. Si el tiempo nos es contabilizado, los capitales ausentes están, en cambio, más allá de toda contabilidad. Si los Estados Unidos se encuentran ya en ruptura virtual de pago, ello no tendrá consecuencia alguna: no habrá Juicio Final para esta bancarrota virtual. Basta con pasar al plano exponencial o a la virtualidad para quedar libre de toda responsabilidad al no haber ya referentes, ningún mundo referencial con el cual medirse.[1]

Esta predicción resultó errada: la orbitalización de la deuda fracasó. La deuda que solía flotar a nuestro alrededor ha caído y hoy asola a la economía. Con el propósito de enfrentar  esta desorbitalización de la deuda, la clase financiera multiplicó sus intentos de crear valor de la nada. Pero, para ello, redujo a la nada los productos del trabajo social. A medida que la sociedad paga la deuda metafísica, una suerte de agujero negro va devorando toda la riqueza producida durante los últimos doscientos años, en particular en Europa. El mercado de derivados de crédito es el lugar en el que se produce el reemplazo de la producción por la destrucción. Desde los años ochenta, cuando los “futuros” se convirtieron en un lugar común dentro de los mercados desregulados, los agentes financieros comenzaron a invertir su dinero de manera paradójica: si ganan, cobran dinero; si pierden, cobran más dinero de los seguros de permuta por incumplimiento crediticio y otros trucos financieros semejantes.

El viejo modelo de acumulación industrial se basaba en el ciclo D-M-D (Dinero-Mercancía-más Dinero). El nuevo modelo de acumulación financiera se basa en el ciclo D-D-D (Dinero-Depredación-más Dinero), que a su vez implica lo siguiente: Dinero-Empobrecimiento social-más Dinero. Este es el origen del agujero negro que con gran velocidad consume el legado del trabajo industrial y las propias estructuras de la civilización moderna. Como un imán y un destructor del futuro, el capitalismo financiero se apodera de la energía y los recursos, transformándolos en una abstracción monetaria: es decir, en nada. En 2008, tras el derrumbe del mercado de derivados de crédito estadounidense y la quiebra de Lehmann Brothers, se declaró una emergencia financiera. Como consecuencia de ello, se obligó a la sociedad a pagar los temerarios costos causados por la dinámica financiera.

“El viejo modelo de acumulación industrial se basaba en el ciclo D-M-D (Dinero-Mercancía-más Dinero). El nuevo modelo de acumulación financiera se basa en el ciclo D-D-D (Dinero-Depredación-más Dinero), que a su vez implica lo siguiente: Dinero-Empobrecimiento social-más Dinero.”

LENGUAJE Y DINERO 

La autorreferencialidad del sistema monetario es una condición que impone la actual transformación de la economía en un sistema eminentemente financiero. De hecho, la acumulación financiera se basa ante todo en la automatización de la relación entre los algoritmos financieros y la dinámica de producción e intercambio. La función financiera (dependiente, alguna vez, de los intereses generales del capitalismo) se ha convertido en el lenguaje automatizado de la economía, una sobrecodificación que subyuga la esfera de la realidad (la producción y el intercambio) a una racionalidad matemática que no es inherente a la racionalidad de la propia producción.

En 1971, la decisión de Nixon de emancipar el dólar estadounidense del régimen universal de cambio fijo estableció la noción de que la variable financiera era independiente de cualquier referente y solo se basaba en el poder arbitrario de la autorregulación y la autoafirmación. Por su parte, la creación de la red digital le abrió el camino a la automatización de la relación entre el código financiero y la dinámica económica, con lo que la vida social se vio sujeta a la semiotización financiera.

La teoría estructural de Chomsky se basa en la idea de que es posible intercambiar signos lingüísticos en el banco de las estructuras compartidas: lo que hace posible el intercambio es una competencia cognitiva común. Por ende, el lenguaje es, como el dinero, un equivalente general, un traductor universal de distintos bienes. Podemos intercambiarlo todo por dinero, así como podemos intercambiarlo todo por palabras.[3]

Pero, además, el dinero (al igual que el lenguaje, por supuesto) es una herramienta que permite la movilización de energías, un acto de autoexpansión pragmático. En la esfera del capitalismo financiero, el dinero cuenta menos como un indicador que como un factor de movilización. Sirve para provocar participación o sumisión. Prestemos atención a la realidad de la deuda, prestemos atención a los horribles efectos del empobrecimiento y la explotación que la deuda provoca en el cuerpo de la sociedad. La deuda es la transformación del dinero en un chantaje. El dinero, que supuestamente tiene la intención de medir el valor, se ha convertido en una herramienta de dominación psíquica y social. La deuda metafísica vincula el dinero con el lenguaje y la culpa. La deuda es culpa, y en cuanto culpa ingresa en el dominio del inconsciente, en el que moldea el lenguaje en conformidad con estructuras de poder y sumisión.

“La deuda es la transformación del dinero en un chantaje. El dinero, que supuestamente tiene la intención de medir el valor, se ha convertido en una herramienta de dominación psíquica y social.”

El dinero y el lenguaje tienen algo en común: en el mundo físico no son nada, pero aun así, en la historia de la humanidad, lo mueven todo. Las palabras llevan a las personas a creer, las palabras forjan expectativas y el impulso a actuar en procura de determinadas metas. Las palabras son herramientas de persuasión y de movilización de energías psíquicas. El dinero actúa de manera similar, basado en la confianza y la credibilidad de que un pedazo de papel representa todo lo que se puede comprar y vender en el mundo.

En “El dinero: tarjeta de crédito del pobre”, capítulo 14 de Comprender los medios de comunicación, McLuhan escribe:

“El dinero habla” porque es una metáfora, una transferencia, un puente. Como las palabras y el lenguaje, el dinero es un almacén de trabajo, conocimientos y experiencia alcanzados en común. No obstante, el dinero también es una tecnología especializada como la escritura; y, como la escritura, intensifica el aspecto visual del discurso y del orden; y, así como el reloj separa visualmente el tiempo del espacio, el dinero diferencia el trabajo de las demás funciones sociales. Incluso hoy en día, el dinero es un lenguaje en que se traduce el trabajo del granjero en el trabajo del barbero, médico, ingeniero o fontanero. Como extensa metáfora social, puente o traductor, el dinero –como la escritura– acelera los intercambios y estrecha los lazos de interdependencia en cualquier comunidad.[3]

El dinero es una herramienta que permite la simplificación de las relaciones sociales y hace posible la automatización de los actos de enunciación. Pero mientras que el autómata industrial era mecánico, termodinámico y se componía de “muchos órganos mecánicos e intelectuales, de tal modo que los obreros mismos solo están determinados como miembros conscientes de tal sistema”, el autómata digital es electrocomputacional, implica el sistema nervioso y se despliega en redes de conexión electrónica y nerviosa.[4] El autómata bioinformático es el producto de la inserción del autómata digital en el flujo de las interacciones sociolingüísticas.

LA ABSTRACCIÓN Y EL AUTÓMATA

Durante el siglo pasado, la abstracción fue la principal tendencia de la historia general del mundo, en ámbitos tan distintos como el arte, el lenguaje y la economía. Es posible definir la abstracción como la extracción mental de un concepto a partir de una serie de experiencias reales, pero también como la separación de la dinámica conceptual de los procesos corporales. Desde el momento en que Marx habló de “trabajo abstracto” para referirse a la actividad laboral como algo separado de la producción útil de cosas concretas, sabemos que dicha abstracción es un motor potente. Gracias a la abstracción, el capitalismo logró separar el proceso de valorización del proceso material de producción. Al convertirse el trabajo productivo en un proceso de infoproducción, la abstracción pasa a ser la principal fuente de acumulación, y la condición necesaria para la automatización. La automatización es la inserción de la abstracción en la máquina de la vida social, con el consecuente reemplazo de una acción (física y cognitiva) por un motor técnico. Desde el punto de vista de la historia cultural, la primera parte del siglo XX está marcada por la emancipación de los signos de su estricta función referencial: es posible ver esto como la tendencia general de la Modernidad tardía, una tendencia dominante tanto en la literatura y el arte como en la ciencia y la política.

En la segunda parte del siglo, sin embargo, es el signo monetario el que reclama su autonomía, y desde la decisión de Nixon, tras un proceso de desregulación monetaria, quedó firmemente establecido que la dinámica monetaria se autodefine de manera arbitraria: el dinero pasó de tener una significación referencial a tener otra autorreferencial. Esto era necesario para la automatización de la esfera monetaria, y para la sumisión de la vida social a esta esfera de abstracción.

La automatización, que es electrónica, no representa tanto trabajo físico como conocimiento programado. En la medida en que el trabajo es reemplazado por el puro movimiento de la información, el dinero como almacenamiento del trabajo se fusiona con formas informáticas de crédito.[5]

La tecnología de Gutenberg creó una nueva y extensa república de las letras y dio lugar a mucha controversia en cuanto a los límites de los campos de la literatura y de la vida. El dinero signo, basado en la tecnología de la imprenta, creó nuevas y rápidas dimensiones de crédito incompatibles con la inerte masa del metal precioso y con el dinero mercancía. Y, sin embargo, todos los esfuerzos iban encaminados a que el nuevo y veloz dinero se com- portara como los lentos transportes de metales preciosos. J.M. Keynes describe esta política en su Tratado sobre el dinero: “Finalmente, la larga edad del Dinero Mercancía ha dejado paso a la del Dinero Signo. El oro ha dejado de ser moneda, tesoro, reivindicación tangible de riqueza, cuyo valor no puede escurrirse, siempre que su posesor individual se aferre a la sustancia en sí. Se ha convertido en algo mucho más abstracto, un simple patrón de valor; y solo conserva su categoría nominal porque de vez en cuando se lo pasan entre sí un pequeño grupo de Bancos Centrales, y en cantidades bastante modestas”.[6]

Solo si se la abstrae (es decir, si se la separa de su referente y del cuerpo) la dinámica monetaria puede automatizarse, someterse a las reglas de una esfera de significación no referencial y a la atribución de valor. La información toma el lugar de las cosas, y las finanzas –que alguna vez fueran la esfera en que los proyectos productivos podían encontrar el capital, y en el que el capital podía encontrarse con los proyectos productivos– se emancipan de las limitaciones de la producción física: el proceso de valorización del capital (el aumento del dinero invertido) ya no pasa por la creación de valor de uso. Al cancelarse el referente y permitirse la acumulación financiera por la mera circulación de dinero, la producción de bienes resulta superflua para la expansión financiera. La acumulación de valor abstracto depende del sometimiento de la población a la deuda, y de la depredación de los recursos existentes. Esta emancipación de la acumulación del capital de la producción de cosas útiles tiene por resultado un proceso de aniquilación del bienestar social.

En la esfera de la economía financiera, la aceleración de la circulación y la valorización implica la eliminación de la utilidad concreta de los productos, debido a que cuanto más rápidamente circule la información más rápido se acumulará el valor. La información puramente financiera es la más veloz de todas las cosas, mientras que la producción y distribución de bienes es lenta. El proceso de concreción del capital –a saber, el intercambio de bienes por dinero– retrasa el ritmo de la acumulación monetaria. Lo mismo ocurre en el ámbito de la comunicación: cuanto menos significado lleve el mensaje, más rápido habrá de moverse, dado que la producción e interpretación de sentido exigen tiempo, mientras que la circulación de información pura sin significado es instantánea.

“La acumulación de valor abstracto depende del sometimiento de la población a la deuda, y de la depredación de los recursos existentes. Esta emancipación de la acumulación del capital de la producción de cosas útiles tiene por resultado un proceso de aniquilación del bienestar social.”

En los últimos veinte años, las computadoras, los intercambios electrónicos, los fondos oscuros, las flash orders [práctica del denominado trading de alta frecuencia], los intercambios múltiples, los mercados de valores alternativos, los brokers de acceso directo al mercado, los derivados del mercado extrabursátil y el trading de alta frecuencia alteraron totalmente el panorama financiero, y en particular la relación entre los operadores humanos y los autómatas algorítmicos capaces de autodirigirse. Cuando más se borra la referencia a las cosas físicas, los recursos físicos y el cuerpo, más se puede acelerar la circulación de flujos financieros. Es por ello que al final de este proceso de abstracción-aceleración el valor no emerge como una relación física entre el trabajo y las cosas, sino antes bien como la autorreplicación infinita de intercambios virtuales de nada con nada.

LA INSCRIPCIÓN DE REGLAS

Algunos agentes tecnofinancieros de mente abierta, como así también algunos grupos de activistas sociales, promueven la idea de que las monedas alternativas podrían ayudarnos a salir de la trampa financiera desde adentro.

A los agentes financieros de mente abierta los mueve la convicción libertaria de que la esfera económica debe ser totalmente libre del Estado y de cualquier control monetario centralizado. Los mueve la búsqueda de una posibilidad de democratizar la esfera financiera.

No sé si es posible subvertir la función del dinero o utilizarlo como una herramienta para desvincular a la vida social y a la producción del capitalismo financiero que en la actualidad emplea la dinámica monetaria como una herramienta para el sometimiento del trabajo y el conocimiento.

La experiencia nos indica que el dinero puede funcionar como un automatizador, el gran automatizador de la vida social. La experiencia nos indica que liberar los espacios en los que vivimos del intercambio y la codificación monetaria (por medio de la insolvencia o de intercambios no monetarios) es el modo de crear espacios de autonomía.

La insolvencia es el modo más efectivo de resistir el chantaje financiero responsable de la destrucción sistemática de la sociedad. Pero la insolvencia organizada solo es posible cuando la solidaridad social es fuerte, y en las condiciones actuales los vínculos de solidaridad son débiles.

“La experiencia nos indica que liberar los espacios en los que vivimos del intercambio y la codificación monetaria (por medio de la insolvencia o de intercambios no monetarios) es el modo de crear espacios de autonomía.”

Aunque ha habido enormes manifestaciones en las calles, después las personas no consiguieron mantener viva la solidaridad durante mucho tiempo. Es por ello que a lo largo de los últimos años la insolvencia –el rechazo activo a pagar deudas e impuestos injustos, la negación a pagar por los servicios básicos, la ocupación permanente de espacios y edificios y el sabotaje a la austeridad– no ha logrado echar raíces en la escena social.

En los últimos tiempos, han aparecido en muchos países de Europa formas rudimentarias de monedas alternativas para intercambios locales, a las que se suman otras experiencias, como el intercambio de tiempo y bienes y servicios básicos. Pero las monedas comunitarias solo pueden convertirse en una forma de intercambio significativa si existe una solidaridad social lo suficientemente fuerte como para fomentar la confianza y la ayuda mutua.

Algunos programadores muy habilidosos promueven formas más sofisticadas de monedas alternativas: el Bitcoin probablemente sea la más conocida. Generar dinero es un problema técnico, pero reemplazar el dinero financiero por un dinero alternativo es un problema de confianza.

Las monedas alternativas podrían ayudar a alterar el juego, es bastante posible, y hasta cierto punto ya está ocurriendo. Pero no queda claro cómo estas alternativas podrían funcionar como sustitutos de una falta más fundamental de solidaridad social.

Por otra parte, el dinero algorítmico también podría funcionar como la herramienta definitiva de la automatización: automatización del comportamiento, del lenguaje, de las relaciones, de la evaluación y del intercambio. Sin importar cuáles sean las intenciones de los mineros de Bitcoins, su acción monetaria habrá de elevar el nivel de automatización de la esfera de intercambio social.

Lo que me interesa es la automatización tecnolingüística de las relaciones entre las personas, que hace que las relaciones económicas y financieras ya no sean el objeto de una negociación ética ni de una decisión política. Cada vez más, estas se inscriben en el código que da acceso a determinados servicios, o a determinadas posibilidades de conseguir un empleo, y así sucesivamente.

La tendencia actual avanza hacia la codificación de las relaciones personales en el lenguaje de la programación: las criptomonedas y los criptocontratos fomentan aún más la transformación de las relaciones entre personas en la ejecución de un programa, una secuencia de actos que es preciso cumplir para acceder al paso siguiente. La función normativa de la ley se ve sustituida por las implicancias automáticas de agentes humanos reducidos a funciones meramente operacionales. Lo que hizo posible la superación del sistema industrial fue la traducción de actos físicos en piezas de información. La automatización de la interacción lingüística y el reemplazo de los actos cognitivos y afectivos por secuencias y protocolos algorítmicos es la principal tendencia de la mutación en curso.

__________

[1] Jean Baudrillard, Pantalla total, Barcelona, Anagrama, 2000, p. 155.

[2] Noam Chomsky, Estructuras sintácticas, México, Siglo XXI, 1974; Noam Chomsky, Aspectos de la teoría de la sintaxis, Madrid, Aguilar, 1970.

[3] Marshall McLuhan, Comprender los medios de comunicación. Las extensiones del ser humano, Barcelona, Paidós, 1996, p. 151.

[4] Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, Vol. 2, México, Siglo XXI, 1971, p. 218.

[5] Marshall McLuhan, Comprender los medios de comunicación, op. cit., p. 155.

[6] Ibíd.

*Las imágenes incluidas en este posteo pertenecen a f1x-2.

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UNA CRONOLOGÍA MAQUÍNICA

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Al interior de la música electrónica podemos reconocer dos historias: por un lado, la de los compositores y productores que desarrollaron los lenguajes y géneros de lo que hoy es el universo musical electrónico, y por otro lado, la historia de las máquinas y las tecnologías que acompañaron y surgieron también de aquella creatividad humana. Aquí compartimos esta línea evolutiva maquínica que va del siglo XIX al XX, incluida en Sonidos de Marte, de David Stubbs.

1876
Elisha Gray inventa el telégrafo musical, del que podría decirse que constituye el primer sintetizador.

1877
Thomas Alva Edison inventa el fonógrafo, haciendo posible la grabación y reproducción mecánica del sonido. Originalmente, la grabación se realizaba sobre tiras de papel de estaño enrolladas alrededor de un cilindro giratorio.

1895
Edwin Scott Votey inventa la pianola (o piano mecánico), capaz de reproducir en forma automática música preprogramada en rollos de papel perforado. Deja de producirse luego de la crisis bursátil de 1929, pero experimenta un resurgimiento a partir de fines de la década del treinta. El compositor mexicano de origen estadounidense Conlon Nancarrow compondría una monumental serie de estudios para el instrumento.

1906
Thaddeus Cahill desarrolla el Telarmonio. Lee de Forest inventa el triodo, la primera válvula electrónica amplificadora, dando así inicio a la era electrónica.

1910
El pintor futurista Luigi Russolo desarrolla los intonarumori [entonarruidos], máquinas generadoras de ruido con las que busca ampliar el repertorio de sonidos para la música del siglo XX, tal como explicaría en su manifiesto de 1913 El arte de los ruidos.

1916
El pintor cubo-futurista Vladimir Baranov-Rossiné construye su Piano Optofónico, un instrumento “sinestésico” que generaba sonidos y proyectaba patrones móviles de colores por medio de un teclado, creando esa combinación de música y arte plástico en la que habían soñado compositores como Aleksandr Skriabin.

1921
Creación del primer théremin, llamado así por su inventor, el ingeniero y músico aficionado soviético Leon Theremin. Sus dos antenas de metal permitían controlar el sonido sin que la mano del ejecutante entrara en contacto físico con el instrumento.

1928
Maurice Martenot inventa las Ondas Martenot, instrumento similar al théremin pero con teclado. Edgar Varèse lo utilizaría en Ecuatorial (1932-1934).

1930
Otra invención soviética: el Variófono, desarrollado por Yevgeni Sholpo, un sintetizador óptico que utilizaba ondas sonoras grabadas en discos giratorios de cartón y fotografiadas en películas de 35 mm, que luego eran leídas por celdas fotoeléctricas y amplificadas.

1935
Fritz Pfleumer desarrolla el magnetófono, primer grabador de cinta magnética. El equipo y las cintas son demostrados en la Exposición Internacional de Radio de Berlín.

1940
El ingeniero alemán Karl Willy Wagner desarrolla sus sintetizadores vocales, precursores del vocoder.

1941
Georges Jenny inventa el Ondioline, que sería popularizado en la década del cincuenta por su compatriota francés Jean-Jacques Perrey. Su teclado suspendido sobre resortes permitía un efecto de vibrato natural y el instrumento contaba también con una serie de filtros que ampliaban significativamente sus posibilidades sonoras respecto de las ondas Martenot.

1944
El compositor egipcio-estadounidense Halim El-Dabh produce The Expression of Zaar (Ta’abir al-Zaar), primera pieza de música electroacústica grabada en cinta.

1946
Cansado de trabajar con músicos humanos, Raymond Scott intenta patentar su “máquina orquesta”. Algunos años más tarde desarrollaría el Clavivox.

1947
El ingeniero francés Constant Martin inventa el Clavioline, un teclado electrónico que empleaba un oscilador de válvula. Se lo puede escuchar en el hit de 1961 “Runaway”, de Del Shannon, y sería usado extensamente por Sun Ra.

1952
Herbert Belar y Harry Olson diseñan el sintetizador RCA Mark II, apodado “Victor”, que es instalado en la Universidad de Columbia en 1957. A pesar de la popularidad de la que gozó inicialmente entre compositores debido a la novedad de su secuenciador, que lo hacía capaz de reproducir en forma automática complejas secuencias musicales, el instrumento caería en el abandono. Fue usado por última vez en 1977.

1955
Ampex introduce el sistema de grabación simultánea selectiva Sel-Sync, que hace posible por primera vez la grabación multipista. El guitarrista Les Paul contribuye al desarrollo ulterior de esta tecnología y realiza las primeras grabaciones comerciales en ocho pistas.

1957
El sintetizador ANS, desarrollado por el ingeniero de sonido ruso Yevgeni Murzin entre 1937 y 1957, es develado. El instrumento, basado en la síntesis óptica, es bautizado en honor al compositor Aleksandr Nikoláievich Skriabin. El compositor Eduard Artémiev lo usaría extensamente en sus bandas sonoras para las películas de Andréi Tarkovski, entre ellas Solaris.

1959
Daphne Oram desarrolla la “orámica”, una técnica para crear sonidos electrónicos a partir de formas dibujadas a mano, basada en una epifanía que había tenido de niña.

1963
La empresa japonesa Keio Electronics Laboratories (más tarde rebautizada Korg) produce la caja de ritmos DA-20, que funcionaba con un disco rotatorio eléctrico y producía una serie de ritmos preseteados. La compañía inglesa Mellotronics –fundada por los ingenieros Frank, Norman y Les Bradley, el director de orquesta y presentador de la BBC Eric Robinson y el mago David Nixon– introduce el mellotrón. El instrumento estaba basado en un instrumento anterior, el Chamberlin, inventado en los Estados Unidos por Harry Chamberlin. El mellotrón sería popularizado por The Beatles, en especial en “Strawberry Fields Forever”.

1964
Ikutaro Kakehashi desarrolla la caja de ritmos Ace Tone R1 Rhythm Ace. Robert Moog vende el primer prototipo del sintetizador que lleva su nombre. Presentado en el Festival de Pop de Monterey de 1967, el Moog rápidamente trasciende el estatus de novedad para convertirse en una parte integral del amoblamiento electrónico.

1970
Alan R. Pearlman y Dennis Colin introducen el ARP 2600, una versión simplificada de su sintetizador modular ARP 2500. Uno de los primeros en adoptarlo es Pete Townshend de The Who, pero es Stevie Wonder quien lo populariza, usándolo extensamente con la asistencia de Bob Margouleff y Malcolm Cecil.

1973
Yamaha introduce su sintetizador polifónico Yamaha GX-1, que rápidamente se convierte en un pilar del rock progresivo, usado, entre otros, por Emerson, Lake and Palmer. Más tarde sería usado por Aphex Twin en el track “GX1 Solo”.

1979
Sale a la venta el primer sintetizador digital comercial, el Casio VL-1, a un precio de apenas 69,95 dólares.
La compañía australiana Fairlight introduce su sintetizador y esta- ción de audio digital Fairlight CMI, que consistía de un teclado de setenta y tres notas, una unidad central de procesamiento con dos disqueteras de ocho pulgadas, un teclado alfanumérico y una lapicera óptica para edición gráfica. Primer instrumento en incluir el sampler digital.

1980
Roland introduce su caja de ritmos TR-808, popularizada por Yellow Magic Orchestra en su álbum BGM, editado el año siguiente. El instrumento es discontinuado en 1983, pero gozaría de una larga sobrevida tanto en el mercado de segunda mano como en bibliotecas de sonido. Tiene una influencia fundamental en el hip-hop.
Sale a la venta el Yamaha GS-1, el primer sintetizador digital FM. Aunque más caro que el Casio VL-1, se populariza hasta volverse ubicuo en el pop de la década del ochenta, de Talking Heads a Duran Duran.

1981
Roland introduce el sintetizador TB-303 Bass Line, que pocos años más tarde daría origen al acid house. Es usado por primera vez en “Let Me Go” de Heaven 17 y no aparece en un hit hasta 1983, con “Rip It Up” de Orange Juice.
Yellow Magic Orchestra  saca su álbum Technodelic, que hace un extenso uso del sampler digital Toshiba LMD-649.

1982
Roland introduce el sintetizador Jupiter-6, que sería popularizado por Blue, Inner City, The Human League y Orbital, entre otros.

1984
Sale al mercado la primera computadora personal, la Macintosh de Apple. La computadora no tardaría en ser adoptada por los músicos como instrumento musical, especialmente en su versión portátil.
Los egresados de Berkeley Evan Brooks y Peter Gotcher desarrollan el software Sound Designer, más tarde rebautizado Pro Tools.

1985
Sale al mercado la computadora Atari ST, diseñada por Shiraz Shivji. Fatboy Slim grabaría y produciría enteramente en una Atari su álbum de 1998 You’ve Come a Long Way, Baby.

1995
La compañía alemana Doepfer introduce el sintetizador analógico modular Doepfer A-100. Además de distintos módulos adicionales desarrollados posteriormente, su formato estandarizado de racks permite la integración de módulos de diferentes fabricantes bajo la norma “Eurorack”.

1999
Fundación de la compañía Ableton. En 2001, sale a la venta el software Ableton Live, un secuenciador y estación de audio digital diseñado también para la interpretación de música en vivo.

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EL POSTCAPITALISMO SERÁ POSTINDUSTRIAL

EL POSTCAPITALISMO SERÁ POSTINDUSTRIAL

Reimprimimos Aceleracionismo. Estrategias  para una transición hacia el postcapitalismo. Aquí compartimos un texto del coautor del “Manifiesto por una Política Aceleracionista”, Nick Srnicek.

De hecho, el reino de la libertad solo comienza allí donde cesa el trabajo determinado por la necesidad y la adecuación a finalidades exteriores; con arreglo a la naturaleza de las cosas, por consiguiente, está más allá de la esfera de la producción material propiamente dicha.

Karl Marx, El capital

Quiero afirmar que solo la desindustrialización puede conducirnos más allá del capitalismo o, en otras palabras, que el postcapitalismo será necesariamente postindustrial.[1] Esto significa que en vez de lamentar la pérdida de trabajos en el sector manufacturero o de luchar para traerlos de vuelta, la desindustrialización debe ser aplaudida como un logro importante e irreversible. Desde el punto de vista histórico, es equivalente al abandono de las economías agrícolas. Tal como la mecanización de la agricultura liberó a la gente de su dependencia respecto de la labranza, el proceso de desindustrialización tiene el potencial de liberar a la gente del fastidio de la mayor parte del trabajo productivo. Con todo, como consecuencia inmediata de afirmar la necesidad de la desindustrialización para el postcapitalismo, debemos reimaginar qué forma tendría la transición entre esas economías.

El relato tradicional de la partida más allá del capitalismo es bastante simple. Claro que este relato ha sido problematizado y criticado a lo largo del siglo XX; sin embargo, su estructura  general aún sustenta varios de los supuestos sobre el modo de trascender el capitalismo. A grandes rasgos, el relato comienza con el abandono de la economía agrícola, que había sido constituida en torno a un amplio campesinado. Toma su lugar una rápida industrialización, ejemplificada en las industrias textil, siderúrgica y, eventualmente, automotriz en los siglos XIX y XX. Los efectos sociales de esta industrialización fueron particularmente importantes para entender cómo se supone que habría de producirse el postcapitalismo. La industrialización implicó un desplazamiento de las poblaciones rurales a las poblaciones urbanas en crecimiento, además de la transformación del campesinado en proletariado, lo que supuso desposesión de las tierras comunales y acumulación primitiva. El resultado de esto fue una nueva clase trabajadora urbana que únicamente tenía su fuerza de trabajo para vender. Pero esta transición condujo también al desenvolvimiento de una clase trabajadora fuerte. Las fábricas implicaron una creciente centralización  de los trabajadores en el lugar de trabajo: trabajaban juntos creando comunidad y conexiones sociales. Asimismo, las tendencias del capitalismo llevaban a homogeneizar cada vez más a la clase obrera. El resultado fue que esta clase llegó a compartir los mismos intereses materiales: mejores condiciones de trabajo, salarios más altos, semanas laborales más cortas. En otras palabras, la industrialización sentó la base material para una fuerte identidad en la clase obrera. (Vale la pena mencionar aquí que, a pesar de esta base material, la clase trabajadora industrial fue siempre una minoría respecto de la población trabajadora. Incluso en el auge de la manufactura en los países más industrializados, el empleo en ese sector solo llegó a involucrar al 40% de la población.)[2] Con base en su fuerza política, sin embargo, la clase obrera debía convertirse en la vanguardia de la población, conduciéndonos lejos del capitalismo hacia algo mejor. Con su creciente poder como clase se pensó que los trabajadores podrían simplemente apropiarse de los medios de producción y gestionarlos democráticamente y para el bien común.

Evidentemente, esto no sucedió, y el mejor ejemplo que tenemos de ese proyecto es la miserable experiencia soviética. Lo que ocurrió en ese experimento fue la glorificación de la productividad a expensas de la libertad. Tal como ocurre en las sociedades capitalistas, el trabajo fue el imperativo máximo; no es de sorprender que el taylorismo, el fordismo y otras técnicas de potenciamiento de la productividad fueran forzadas sobre los trabajadores de la URSS. En los países capitalistas, en contraste, los sectores industriales decayeron y los fundamentos para una clase trabajadora fuerte han sido sistemáticamente atacados. Con todo, si miramos a los países en desarrollo, el relato tradicional tampoco se sostiene. Estos países están siendo también progresivamente desindustrializados. Esto puede apreciarse en dos amplios hechos: el primero es que las economías recientemente industrializadas no están siendo industrializadas en el mismo grado que las economías precedentes (en términos del porcentaje de la población empleada en la manufactura). En vez del 30-40% del empleo total, las cifras están más cerca del 5-20%. El segundo es que estas economías están también alcanzando el punto de desindustrialización a un ritmo más rápido. Consideradas en términos del nivel de ingresos per cápita, estas economías alcanzan la cima de industrialización mucho antes de lo que en el pasado lo hicieron los otros países.[3] Esto es lo que se ha dado en llamar el problema de la “desindustrialización prematura”. La conclusión que se extrae de la experiencia del siglo XX es que la promesa de la narrativa tradicional –la clase trabajadora dirigiendo una revolución hacia el control democrático de los medios de producción– no ha sido cumplida y parece ser ahora obsoleta. No vivimos ya en un mundo industrial, y las imágenes clásicas de la transición hacia el socialismo necesitan ser actualizadas.

¿Cuál es la alternativa entonces? ¿Podemos aún imaginar una transición a algo más allá del capitalismo, o las condiciones mismas del socialismo no son ya más que historia? ¿Si no se trata simplemente de que la clase trabajadora tome el control de los medios de producción, qué significa trascender el capitalismo? Para saber lo que el postcapitalismo podría suponer, quiero partir de una cita de Marx: “De hecho, el reino de la libertad solo comienza allí donde cesa el trabajo determinado por la necesidad y la adecuación a finalidades exteriores; con arreglo a la naturaleza de las cosas, por consiguiente, está más allá de la esfera de la producción material propiamente dicha”.[4] Marx afirma aquí que el ámbito de la libertad está más allá tanto de la producción material como de la centralidad del trabajo en nuestra sociedad. La desindustrialización, en la medida en que entraña el reemplazo del trabajo humano con trabajo crecientemente mecanizado y automatizado, es un paso necesario para trascender el capitalismo. La desindustrialización es la única vía para que escapemos de la imposición del trabajo porque nos permite delegar la producción a las máquinas. Significativamente, la desindustrialización también parece ser el único medio para lograr una sociedad de abundancia y tiempo libre. Sin la desindustrialización se deriva hacia dos posibles alternativas: o bien, tiempo libre expandido pero con pobreza generalizada (comunismo primitivo), o creciente abundancia al precio de trabajo autoritario (comunismo soviético). Si hemos de evitar acaso estos desenlaces, la automatización de la manufactura y del trabajo productivo en general son pasos necesarios para la construcción de algo más allá del capitalismo. La desindustrialización es, en otras palabras, una etapa necesaria para trascenderlo. Quiero concluir argumentando que si cambiamos nuestras ideas sobre la manera de superar el capitalismo, al final tendremos que revisar también algunos otros supuestos.

En primer lugar, como mencioné al principio, debemos aceptar que la manufactura es cosa pasada, y que es bueno que así sea. Los esfuerzos para traer la manufactura de vuelta son exitosos habitualmente al precio de bajar los salarios y en general atacando las condiciones de los trabajadores. Más recientemente, ha habido un regreso de fábricas textiles a los Estados Unidos, pero solo a condición de ser altamente automatizadas (el fenómeno de “reshoring”). La segunda conclusión es que necesitamos un cambio cultural que desplace la prioridad concedida al trabajo. Los empleos y el trabajo no pueden ser centrales para nuestra sociedad y nuestras identidades.  En todas partes podemos ver los efectos de este supuesto: por ejemplo, en la demonización de los desempleados y los pobres, en que el empleo para todos sea una meta consensual y en la glorificación de las “familias industriosas”. Por todas partes, el trabajo es el motivo dominante en nuestras sociedades. En última instancia, nuestro objetivo debe ser desvincular los salarios del trabajo. Las sociedades humanas están alcanzando rápidamente el punto en el que simplemente no hay suficiente trabajo disponible para todos, incluso si el trabajo para todos fuese una meta moralmente virtuosa. Por todas partes hay síntomas de una creciente población excedentaria: los desempleados, los subempleados, los precarios y el exceso absoluto manifiesto en las favelas globales y en el encarcelamiento en masa. La sociedad tendrá que afrontar tarde o temprano el problema de las poblaciones excedentarias y la desindustrialización. Y los parámetros básicos para ese debate son o la administración y el control de las poblaciones excedentarias (vía el encarcelamiento masivo, o la segregación espacial en asentamientos precarios, o la simple y franca expulsión de la sociedad), o la labor para el establecimiento de una sociedad postlaboral sustentable. Esta última meta significaría la reducción de la semana de trabajo y la movilización para la implementación de un ingreso básico universal. Estas metas, creo, son el único camino hacia delante. Esto supondrá el control sobre los medios de producción, pero no en el sentido en que el relato tradicional cuenta la historia. No se tratará de imponer control sobre los trabajadores en aras de un crecimiento económico cada vez mayor, sino de ejercer control sobre un sistema de producción y circulación ampliamente automatizado con fines socializados.


[1] He preferido usar a lo largo de este  escrito el término genérico “postcapitalismo” en lugar de “socialismo” y “comunismo”, términos más específicos y más cargados históricamente. Esto lo hago para señalar el hecho de que la futura sociedad por venir es tanto distinta a los experimentos previos como indefinida respecto de sus determinaciones exactas.

[2] Dani Rodrik, “The Perils of Premature Deindustrialization”, disponible en project-syndicate.org.

[3] Ibíd.

[4] Karl Marx, El capital, libro tercero, vol. 8, México, Siglo XXI, 2009.

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