“COMO LOS ARCHIVOS, LOS MUSEOS TIENEN UN POTENCIAL ENORME PARA CREAR RELATOS MÁS PROGRESISTAS”. ENTREVISTA EXCLUSIVA A DAVID JOSELIT

“COMO LOS ARCHIVOS, LOS MUSEOS TIENEN UN POTENCIAL ENORME PARA CREAR RELATOS MÁS PROGRESISTAS”. ENTREVISTA EXCLUSIVA A DAVID JOSELIT

David Joselit en el Carpenter Center de Harvard University. Foto: Stephanie Mitchell/Harvard Staff Photographer

Por Jazmín López y Patricio Orellana 

David Joselit acaba de publicar Heritage and Debt (MIT Press, 2020), un recorrido panorámico por la globalización del arte en el que propone una provocadora rearticulación de las nociones de “herencia” y “deuda”. Hace poco brindó una conferencia virtual para la Universidad Di Tella titulada “La farsa de la pintura”. En un país cuya escena artística contemporánea tiene una especial predilección por la herencia de la pintura figurativa, y en una época marcada por las duras negociaciones de nuestra brutal y apabullante deuda externa, hablar con David Joselit fue un placer especialmente oportuno. 

Joselit es un académico que se esfuerza por poner a prueba los axiomas y los límites de los campos en los que trabaja, en diálogo con las fricciones de la realidad política. Parece guiado por la pregunta acerca de qué puede ofrecer el estudio de las imágenes del arte y de las otras como caja de herramientas para entender cambios sociales mayores, y está atento a las redefiniciones que proponen las luchas políticas contemporáneas a los presupuestos de la historia del arte y los estudios visuales. Como ejemplo reciente de este esfuerzo doble, en su última intervención para la publicación October, cuyo consejo editorial conforma, Joselit repiensa el valor que otorgado por el modernismo a la “desautorización” bajo la luz de la circulación viral de fake news que marca la actualidad, y propone una reactivación de las capacidades de lxs intelectuales para autorizar relatos históricos políticamente comprometidos. 

En esta entrevista, hablamos con él sobre las paradojas del arte contemporáneo, las genealogías alternativas del modernismo, y sobre la arquitectura de los museos en tiempos de pandemia. Joselit también repasa las políticas de la circulación de imágenes, desde los avatares de los 90 (una época de experimentación con Internet que hoy puede parecer prehistórica) hasta los perfiles y los virus del presente. Además reflexiona sobre el papel que puede tener la pintura en un momento donde todo el tiempo debemos autentificar nuestra identidad a través de dispositivos tecnológicos.

Al inicio de su último libro, usted propone que la “globalización del arte tiene la capacidad de compensar la desposesión cultural del Sur Global que llevó a cabo el modernismo occidental”. Es una idea bastante optimista. ¿Podría comenzar con una descripción del argumento central de su libro? ¿Y de dónde viene ese optimismo?

DAVID JOSELIT: El libro tiene varias agendas. Una de ellas consiste en establecer una serie de genealogías del modernismo por fuera de la tradición occidental. Me enfoco en tres: la poscolonial, que atañe a lugares en los que hubo colonialismo y lxs artistas indígenas no podían practicar su arte tradicional porque las autoridades coloniales lxs reprimían. Pero además carecían de acceso a formas de educación occidentales, de modo que debían trabajar en una encerrona, muchas veces a través de modos realistas, y afirmando una modernidad subalterna. Luego está el modernismo del realismo socialista de la Unión Soviética, China y otros “estados satélite”, una suerte de Segundo Mundo, si se quiere. Y luego yo afirmo que hay una tradición underground en muchos lugares de Latinoamérica, entre ellos Argentina, y en Europa del Este, donde hay una continuidad de tradiciones artísticas europeas que fueron redirigidas o reprimidas por regímenes autoritarios y represivos.

Me parece muy importante desanidar la idea de la tradición europea y estadounidense como la única tradición moderna. Y ahí es donde tengo algo de optimismo en relación a pensar a la globalización como un esfuerzo por luchar contra la desposesión simbólica y económica que llevó a cabo el eurocentrismo y el supremacismo blanco. Me parece muy importante que nosotrxs (me refiero a lxs intelectuales) no abandonemos la responsabilidad de construir relatos, lo que en la época del posmodernismo se llamaban grandes relatos. No quiero meramente descartar la tradición europea y estadounidense, sino entenderla en el contexto de al menos otras tres expresiones paralelas del modernismo que yo sostengo fueron sincronizadas a fines de los 80 y principios de los 90. La globalización puso a dialogar a estas tres genealogías del modernismo a través de una sincronización.

La sincronización es un compromiso forzado con el tiempo. Se sincroniza algo cuando se lo hace corresponder temporalmente con otra cosa. Así que en lugar de trabajar con el término “contemporaneidad”, que sugiere una coexistencia neutral, la sincronización (como en la producción sincronizada) puede ser un proceso muy opresivo. Si sincronizás la producción en todo el mundo, básicamente estás sincronizando la pobreza con el capital. Lo que yo propongo es que si hay algo de esperanza en el arte contemporáneo global, es la capacidad de entender cómo ocurren estos procesos de sincronización. En otras palabras, cómo diferentes genealogías y tradiciones modernas son puestas en diálogo, pero a través de una lucha agonística y no en una coexistencia neutral. En su mejor versión, el arte contemporáneo puede involucrarse en esas batallas e iluminarlas.

Felix Gonzalez-Torres, “Untitled (Perfect Lovers)”, 1991

Los dos términos que usted emplea en el título parecen conformar una dialéctica, o incluso una paradoja. Ambos tienen resonancias fuertes y múltiples en la política y la economía. Por ejemplo, en Argentina, es inevitable pensar en la deuda externa (estamos en plenas negociaciones con el FMI y otros prestamistas), y de hecho usted establece una conexión entre la desregulación financiera y la explosión del arte contemporáneo. Y en cuanto a la herencia, en naciones poscoloniales, está la inevitable pregunta acerca de cuál es la “herencia” respecto de la cual habría que permanecer auténticos o no. ¿Podría describir cómo usa estos términos?

—DJ: Ambos son términos muy cargados. En cuanto a la deuda, quiero pensar en cómo la dominación a través de la deuda está implicada en el mundo del arte contemporáneo de manera absoluta, de formas que pueden tener un potencial progresista, y otras que definitivamente no. Estas últimas tienen que ver con cómo el arte funciona como un actor privilegiado en las economías en las que vivimos, por ejemplo cuando se piensa en estados globales que presentan su viabilidad en términos de la capacidad de atraer capital a través de la cultura. La cultura es un imán del capital, de manera que es una forma de tratar situaciones de deuda de manera literal, de afirmar que se está en una posición de agenciamiento frente a  las autoridades internacionales.

Por otro lado, también quiero argumentar que la “herencia” (otro término en gran medida problemático, puesto que ha sido asociado a posiciones conservadoras e incluso neo fascistas) debe ser definida como cualquier forma de conocimiento cultural heredado. Y de hecho, la herencia puede ser transformada en un recurso en la economía global neoliberal. Pero también puede ser una fuente de resistencia, creando futuros nuevos a partir de diferentes experiencias del pasado, que es uno de los argumentos planteados por muchxs pensadorxs indígenas.

Otra línea de argumentación que desarrollo en el libro es cómo el readymade y el archivo son espacios de negociación entre diferentes formas de conocimiento. Debería aclarar que, cuando hablo de arte contemporáneo global, lo defino en términos de artistas que circulan en redes globales de manera amplia. No estoy hablando de todo el arte de todas partes. Y, por supuesto, si bien no tengo un estándar cuantitativo exacto, tiene que ver con una forma de movilidad porque es importante para la dinámica que estoy describiendo. En ese nivel, el readymade es una estrategia muy interesante porque es posible proyectar sentidos contradictorios sobre un readymade sin necesidad de ordenarlos jerárquicamente. Por ejemplo, si pensamos en cómo el kitsch comunista de China y Rusia se volvió muy popular en prácticas artísticas de esos lugares en los 90, también es claro que ese contenido tenía un significado muy distinto cuando circulaba en otras partes. Lo que quiero sugerir es que el readymade y el archivo, como formas, permiten que modos de conocimiento múltiples, incluso contradictorios, se impliquen entre sí sin que el objeto cambie.

Para enfrentar la globalización, hay que deconstruir la tradición occidental, porque si no seguimos repitiendo que el arte de otros lugares simplemente “entra” en el mundo del arte de occidente. Uno de los problemas es que, en muchas partes del mundo, el lenguaje que usa la gente para hablar es el lenguaje del arte occidental. Por esa razón, para mí era muy importante ocuparme de la cuestión de la “derivación”. En otras palabras, la idea de una deuda cultural (percibida, y muchas veces impuesta) con Occidente. Y lo que hizo el eje europeo y estadounidense fue adjudicarse la propiedad del futuro, de modo que cualquier otro camino imaginario hacia la modernidad era percibido como una deuda con Occidente. Para volver a la cuestión de la deuda financiera, y creo que es difícil dar en el clavo con este argumento, estoy completamente convencido de que la dominación a través de la deuda y la presunción de derivación cultural convergen, porque así es como funciona el colonialismo, denigrando la cultura dominada o colonizada, sea a través de la deuda, como ahora o, en otros tiempos, a través de la colonización literal. Me parece muy importante pensar en el endeudamiento financiero en relación con el endeudamiento cultural.

Teresa Margolles, “El capital te culea”, 2019

Desarrollé mi argumento sobre la herencia mirando mucho arte contemporáneo. Lo que veía era que artistas de Pakistán, por ejemplo, o de China, de México, y también de los Estados Unidos y de Europa, usan tropos históricos tanto para marcar su autenticidad como, paradójicamente, para que sus obras adquieran movilidad en el mundo del arte global. Porque lo que busca la gente son las marcas de Argentina, de México, de Rumania. Por eso la idea del arte contemporáneo global es muy distinta del arte contemporáneo en general. Porque yo creo que lo que funciona, en términos de globalidad, es la dualidad de una obra de presentarse como arraigada culturalmente, y al mismo tiempo hacer que el propio contexto sea extremadamente móvil en términos de cómo va a ser entendido en otra parte. Y por eso la cuestión de la herencia es tan importante: como recurso para obtener movilidad en una economía global que valora marcas de especificidad, al mismo tiempo que vuelve el mundo más homogéneo. Es la paradoja de lo global.

El libro también se ocupa del aspecto fascista de la herencia. Es gracioso que el libro saliera en este momento de ascenso de varias formas de nacionalismo, y del Covid. Pero lo que creo que es claro es que estos nuevos atrincheramientos de nacionalismo y autoritarismo que vemos emerger en contra de la globalización en realidad siempre estuvieron implícitos en ella. De hecho, varias formas de “nativismo” o localismo, tanto de derecha como de izquierda, son el modo en que se ejerce el poder en varios centros nacionales y metropolitanos en un contexto de desregulación financiera. La herencia se vuelve muy importante tanto para la derecha como, diría yo, para la izquierda.

“Yo creo que lo que funciona, en términos de globalidad, es la dualidad de una obra de presentarse como arraigada culturalmente, y al mismo tiempo hacer que el propio contexto sea extremadamente móvil en términos de cómo va a ser entendido en otra parte. Y por eso la cuestión de la herencia es tan importante: como recurso para obtener movilidad en una economía global que valora marcas de especificidad, al mismo tiempo que vuelve el mundo más homogéneo. Es la paradoja de lo global.”

—Continuando con su uso de términos de la economía, ¿Cuál es el precio de movilizar la herencia? ¿Cómo evitar los estereotipos? Para circular, las obras de tradiciones no occidentales deben volverse “traducibles” a un cierto lenguaje global, a veces literalmente. ¿Qué se pierde en esa traducción que busca una mayor movilidad?

—DJ: Para ser sincero con ustedes, el precio es increíblemente alto. Creo que el potencial progresista del arte pasa por su capacidad de abrirse a la alteridad, ofrecer experiencias afectivas verdaderas de la diferencia. Y creo que esa experiencia de la diferencia (puede ser étnica, religiosa, o meramente ser transportadxs a otras posibilidades) no puede ser programática. Lo que sostengo en el libro es que este potencial consiste en la capacidad que tiene el arte de introducir diferentes formas de conocimiento. Pero creo que lo que muchas veces se nos da, en el arte, son nuestras propias formas de conocimiento disfrazadas de algo o alguien diferente.

Y eso pasa mucho. Pero sí creo que el mundo del arte va a tener que reorganizarse, debido a los cuestionamientos hacia los museos por las desigualdades raciales, y también por el modo en que el Covid cambió la economía del arte. Puede ser que el mundo del arte se consolide aún más como un mercado de lujo. Pero, aunque he sido muy crítico de los museos, también creo en el potencial de los nuevos relatos que pueden contar los museos. Como los archivos, los museos tienen un potencial enorme para crear relatos más progresistas.

Fred Wilson, “Beauty & Ugliness”, 2014

—En las instituciones de arte occidentales, muchas veces parece haber una contradicción en que las personas de otros lugares que exhiben o trabajan en ellas suelen ser las más privilegiadas en sus sociedades, a veces son incluso políticamente de derecha.

—DJ:   Totalmente. De hecho, puedo imaginarme el nombre de un/a coleccionista que se aplica a eso. Así que sí, por eso creo que el discurso en los Estados Unidos muchas veces hace oposiciones muy reduccionistas, mientras que yo creo que la situación es más compleja. Muchas veces es difícil saber cuál es la posición más progresista. Y no me parece algo malo, porque eso significa que hay que repensar cuál sería la práctica más adecuada para tu tiempo.

—En Heritage and Debt  también propone que uno de los efectos progresistas de la globalización del arte ha sido una redefinición de la curaduría. ¿Podría describir este cambio, o tiene alguna exhibición o práctica curatorial en mente como ejemplo?

—DJ: Hay una exhibición de la que sólo conozco el catálogo, que va a viajar a Washington. La muestra que se hizo en San Pablo, Afro-Atlantic Histories en MASP. Es una muestra sobre el Atlántico negro, que intenta crear una narrativa global por fuera del eurocentrismo. En el Museo Whitney hubo una exhibición interesante, Vida Americana, sobre la influencia del muralismo mexicano en los Estados Unidos. Es algo que muchxs investigadorxs habían sostenido, pero creo que la muestra fue convincente a la hora de mostrar que el relato del muralismo en México tuvo una relación compleja con el arte y la cultura en los Estados Unidos. También me parece estimulante el programa en la Haus der Kulturen der Welt en Berlín, donde hacen series de exhibiciones con un estilo de ensayo.

En Heritage and Debt yo propongo algo ligeramente diferente, que veo en varios lugares no occidentales (y me doy cuenta de que todos estos términos, como “no occidentales” o “el Sur Global” son problemáticos) donde hay esfuerzos por lidiar con la tradición europea y estadounidense del museo “universal”. Hubo experimentos curatoriales por ejemplo en Singapur, un ejemplo complejo porque es un lugar no liberal, o en Abu Dhabi, otro estado no liberal. Y en estos lugares hay esfuerzos por crear narrativas universales basadas en experiencias regionales. La Galería Nacional de Singapur presentó sus colecciones y exhibiciones como relatos paradigmáticos de poscolonialidad del Sudeste Asiático. En lugar de ser sobre Singapur, o de tratar de dirigirse a todas las culturas del mundo, como haría una institución como el British Museum o el Louvre, las muestras afirman que su experiencia regional tiene un carácter ejemplar amplio, si bien no universal. Uno podría decir que están proponiendo una suerte de universalidad regional  (y este término es feo) basada en una narrativa poscolonial compartida.

Fred Wilson, “Untitled”, 2005

En el libro, usted usa una división tripartita que de alguna forma recuerda la construcción de los tres mundos, términos también cargados, de la Guerra Fría. Lo interesante de una noción como “Tercer Mundo” es que tiene el potencial de pensar por fuera de la dicotomía entre lo local y lo universal. El término, después de todo, incluye la palabra “mundo”, tiene una dimensión paradigmática, transnacional, incluso planetaria, sólo que no se presenta como el único mundo.

—DJ: Es un gran punto. Es un buen ejemplo de lo que yo me refería con “universalidad regional”, pero uno que no está vigente en el período de la globalización. La política del tercer mundo pasaba por una narrativa global en la que Occidente no era el punto de referencia. Otra cosa que yo hago en el libro es observar diferentes paradigmas de exhibición que emergieron alrededor de 1989, ese año convencionalmente considerado como un momento de inflexión, como la Bienal de La Habana, que es muy conocida, y obviamente aquí me apoyo en investigaciones de varixs teóricxs expertxs en arte latinoamericano. La idea central en La Habana era que la Bienal no tendría a Occidente como su punto de referencia, que trataba sobre el tercer mundo. Lo interesante del tercer mundo, como ustedes saben, es que era un término muy progresista. Era un término que la gente del tercer mundo podía usar como punto de referencia, pero que desde entonces fue muy criticado.

—Usted escribió acerca de la arquitectura de los museos, tanto en After Art (Princeton University Press, 2012), como en su último libro. Queríamos preguntarle por las discusiones actuales sobre el modo en que la pandemia puede cambiar los espacios de exhibición. ¿Qué piensa que va a ocurrir con museos y galerías cuando vuelvan a abrir? ¿Cómo responderán a las nuevas condiciones? Se habla de recibir a menos personas, de que haya más aire, diferentes reglas para controlar el movimiento y regular la distancia.

—DJ: Bueno, creo que va a tener que haber cambios. Una de las cosas interesantes de esta nueva fase, en la que los museos están cerrados, es que debieron repensar su interrelación con el público. Hace poco sostuve que, con el activismo contra los museos, la cuestión del acceso se volvió muy importante. En Estados Unidos es muy caro visitar los museos, son realmente exclusivos; durante la pandemia, se ofreció más programación gratis por Internet.

Espero que haya un esfuerzo más constante de repensar el acceso a las colecciones más allá de las paredes del museo, lo cual quizás afecte a la arquitectura. Hace tiempo que pienso que los museos deberían ser más como bibliotecas, aunque es más fácil otorgar acceso a los libros. Creo que debería haber una forma de usar los museos de manera diferente. No deberían ser lugares donde la gente va a mirar espectáculos y quedar boquiabierta. Mis amigxs curadorxs van a decir que esto es absolutamente impráctico, pero ¿es eso un argumento? Quizás nuestros supuestos actuales sobre la exhibición y la colección de arte también fueron imprácticos en algún momento, pero los museos los hicieron realidad porque eso era lo que querían.

No había pensado en la cuestión de la arquitectura para este momento, me parece interesante. Hace poco co-organicé una retrospectiva de la obra de Rachel Harrison en el Whitney con mi amiga Elizabeth Sussman. Una de las cosas más interesantes para mí fue aprender sobre cómo los museos piensan en el espacio entre las obras. Las decisiones implican una suerte de biométrica en términos de cuánto deben estar separadas las obras, y las barreras que se necesitan para mantener seguras esas obras. Esas decisiones no son transparentes para el público. No estoy seguro de que deban serlo, pero me di cuenta de que algunas decisiones curatoriales son en parte biométricas.

“La herencia puede ser transformada en un recurso en la economía global neoliberal. Pero también puede ser una fuente de resistencia, creando futuros nuevos a partir de diferentes experiencias del pasado, que es uno de los argumentos planteados por muchxs pensadorxs indígenas.”

También este nuevo contexto puede ser para peor, en el sentido de que la circulación de la exhibición va a estar más dirigida. Por ejemplo, que sólo se pueda ir de izquierda a derecha o algo así para ver una escultura. Se puede transformar en una cosa más hollywoodense, como: ‘El público va a recibir lo que yo quiero que reciba’.

—DJ: Soy extrañamente optimista, sin demasiadas razones, pero es probable que las instalaciones se vuelvan más biométricas, es cierto. Me parece que en momentos de inflexión como este, siempre hay dos opciones. ¿Los espacios van a innovar o van a insistir en los sistemas que ya usan? Hubo mucho activismo alrededor de la democratización de los museos, que empezó hace mucho tiempo, pero se expandió de manera dramática después del asesinato de George Floyd. Me da algo de esperanza que los museos de Nueva York y otros lugares tengan que estar alertas, que sean obligados a repensar sus instituciones de maneras más profundas.

Hans Holbein, “Los embajadores”, 1533

Queríamos pasar a sus ideas acerca de la circulación de imágenes y la democracia. En Feedback. Television Against Democracy (MIT Press, 2007), usted escribió sobre el videoarte estadounidense en relación a la televisión y sus efectos sobre la política. Allí sostiene que los públicos de los medios se construyen a través de “loops de identificación retroalimentados”, y propone que el rol del arte, como parte de la misma ecología mediática, es disputar identidades estereotipadas a través de la creación y diseminación de avatares. ¿Han cambiado sus ideas en estos tiempos de fake news en los que la extrema derecha también usa la herramienta de diseminación de avatares? ¿Debe el arte seguir involucrado en la producción de avatares?

—DJ: Una de las apuestas de Feedback era pensar en la prehistoria de Internet. Hoy me gustaría haber sido más explícitamente polémico, porque Internet en los 90 era diferente de lo que es ahora (aunque no fue hace mucho tiempo), en el sentido de que parecía que podía ofrecer una forma de circulación alternativa. Tal como la conocemos hoy, Internet es otra forma de televisión, completamente saturada de mercantilización, y también es un servicio que todo el mundo debe usar. Pero en esa época muchxs teóricxs la entendían como una forma de pluralizar la expresión de identidades, que democratizaba los medios. Así que en Feedback, yo muestro cómo la televisión por cable, en su infancia, era discutida del mismo modo utópico en que después se pensó la primera Internet. Me interesaba presentar una ecología de la televisión que incluyera la TV comercial, la TV por cable de acceso abierto (que en esa época tenía una base comunitaria, y de hecho ofrecía acceso a cámaras y equipamiento de producción a la gente), el videoarte de principios de los 70, y el videoactivismo de varios grupos comunitarios que usaban el video como herramienta para crear estilos de vida alternativos. Estéticamente, el argumento central era que el significado de una imagen tiene tanto que ver con su contenido literal como con la manera en la que circula. Por eso quería pensar en “ecologías de imágenes”. Uso ese término porque quería pensar en cómo diferentes modos de circulación a través del video, desde las cadenas comerciales que podían llegar a todo el país hasta comunidades de video muy localizadas, establecen una variedad de relaciones entre circulación, poder y sentido.

Tener un “avatar” era una cosa muy de los 90. Y de hecho sigue habiendo artistas que exploran identidades “delegadas”. Pero el concepto con el que trabajo ahora es el de perfil, porque el perfil es un trazado de la identidad como un artefacto de información. Tenés un perfil en las redes sociales, tenés un perfil cuando cruzás una frontera internacional, y además se puede estar sujeto a evaluaciones por perfil o profiling étnico según quién seas. El perfil es nuestro avatar actual. Algunos nos resultan invisibles. Y no sólo los perfiles en cuanto a la circulación internacional, también los que realizan la policía o las grandes corporaciones. El perfil me parece una forma estética muy efectiva para pensar en cómo se nos interpela como ciudadanxs y sujetos hoy.

—En relación a la circulación de imágenes y su capacidad para establecer o desarmar identidades, también queríamos preguntarle acerca de la pintura. Usted escribió acerca de la pintura como farsa, lo cual tiene relación con la ficción y con una representación del yo. ¿Cuáles son los valores formales y políticos específicos de la pintura en el mundo de la explosión digital?

—DJ: Lo que creo que la pintura puede hacer es reducir la velocidad de circulación de las imágenes. Al modular la velocidad de algo, se puede ver su actividad de manera diferente. Se la puede rastrear. No creo que eso sea lo único que puede hacer la pintura, pero me parece uno de sus potenciales más interesantes en este momento, en que la pintura es considerada como algo obsoleto frente a la ubicuidad de la producción de imágenes digitales. La pintura puede ralentizar y rastrear los diferentes movimientos y velocidades de las imágenes digitales. Y eso me interesa mucho.

Kerry James Marshall, “Invisible Man”, 1986

La pintura también puede ser muy rápida. Es interesante lo que usted describe como rastrear o registrar el tiempo, pareciera ser lo contrario de los sistemas de autenticación de perfiles, en los que también hay un registro del tiempo que pasa entre dos momentos.

—DJ: Sí, exacto. En ese sentido, las apropiaciones que realiza la pintura me parecen interesantes. Me viene a la mente Luc Tuymans, un artista que trabaja con imágenes muy cargadas del colonialismo belga en la actual República Democrática del Congo, que tuvo una forma de colonialismo especialmente horrenda. Él agarra estas imágenes y las carga con una temporalidad diferente, incluso una suerte de nostalgia dulce en términos del color y la aplicación de pintura. Creo que hay algo poderoso ahí, una diferencia que se abre entre un referente y su percepción retardada por parte de la persona que mira, y que está marcada tanto por el paso del tiempo histórico como por la temporalidad de la acción manual de pintar. Y también hay artistas que  trabajan muy rápido, en los que el gesto se reduce casi a la nada. Y eso también es interesante, porque esas obras escenifican la línea divisoria entre nada y algo, lo cual para mí es muy poderoso.

—La cuestión del tiempo en la pintura es complicada. A veces la gente quiere ver el trabajo detrás de la pintura o la escultura, hay un placer en ver el trabajo de lxs otrxs: cuánto tiempo necesitó la persona que hizo la obra o cuánto tiempo le costó hacer un determinado cuadro. Eso también es peligroso. Pero por otro lado, la capacidad de registrar un tiempo histórico específico me parece muy interesante.

—DJ: Lo que es aún más fascinante es cuando esas dos dinámicas se unen, donde se puede afirmar una determinada duración histórica pero el trabajo involucrado en la pintura es mínimo. Tuymans podría ir en esa categoría. También creo que la pintura, debido a su relación con el tiempo, como tradición y como práctica material, tiene la capacidad de crear formas históricas no lineales, articulaciones espaciales de la historia. Por eso me interesa la historia de la pintura histórica académica. La relación multivalente de la pintura con la historia es una de sus dimensiones más poderosas como medio.

David Joselit   se desempeñó como curador en The Institute of Contemporary Art de Boston desde 1983 a 1989. Luego de obtener su Ph.D en Historia del Arte en la Universidad de Harvard en 1995, se integró al Departamento de Historia del Arte y al Programa de Doctorado en Estudios Visuales de la Universidad de California, Irvine, donde enseñó hasta el año 2003. En la actualidad, ocupa la posición de Carnegie Professor de Historia del Arte en la Universidad de Yale, donde se desempeñó como Director durante el período de 2006-2009. Joselit es autor de cuatro libros, entre ellos  Feedback: Television Against Democracy  MIT Press, 2007) y Heritage and Debt (MIT Press, 2020),. Es miembro del concejo editorial de la revista OCTOBER y escribe sobre cultura y arte contemporáneo.

Jazmín López es licenciada por la Universidad del Cine de Buenos Aires, estudió en la Beca Kuitca en UTDT (2011), y una maestría en artes visuales en NYU, bajo la dirección de Maureen Gallace y Boris Groys. Entre sus exposiciones se destacan: Si yo fuera el invierno mismo: International Tiger competition en IFFR, Rotterdam, Holanda, 2020; Screens Acts: Women in Film and Video en el San Jose Museum of Art (SMJA), 2019; On Struggling to Remain Present When You Want to Disappear, curada por Nana Adusei-Poku, OCAT, Shanghai, 2018; Ese algo que está a medio camino entre el color de mi atmósfera típica y la punta de mi realidad, curada por Juan Canela y Stefanie Hessler, Tabacalera, Madrid Arco, 2017; Creando tonos de piel para pinturas al óleo curada por Jens Hoffmann, Solo Project ArtBo, Bogotá, 2016; Fire and Forget curada por Ellen Blumenstein y Daniel Tyradellis, KW, KunstWerke, Berlín, 2015; Untitled (12th Istanbul Biennial), 2011 curada por Adriano Pedrosa y Jens Hoffmann. Su opera prima Leones se mostró en museos como  MoMA, Centro Pompidou y Kunst Werke (2013-1014)

Patricio Orellana traduce, da clases y escribe sobre literatura, música y arte. Recientemente co-curó una exhibición para el programa ISP del museo Whitney accesible desde el 7 de agosto en el sitio de la galería Artists Space de Nueva York. https://artistsspace.org/exhibitions/after-la-vida-nueva.

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OREGON: INFIERNO GRANDE

OREGON: INFIERNO GRANDE

Walt Curtis, autor de Mala Noche, en su juventud

Probablemente si este libro no hubiera sido fundamento para el rodaje de la primera película de Gus Van Sant no hubiera ido más allá de un episodio más de la muy colorida diversidad humana de Portland desde la década del 70 en adelante. Todos saben que si hay un lugar donde la vida puede (o “debe” de acuerdo con los niveles de fascismo) incluir temas como la liberación sexual el vegetarianismo, la ecología, el uso sistemático y político de ropa de segunda mano, la aprobación y la prueba de todas las drogas concebibles, la alimentación con productos orgánicos consumidos a no más de 30 km del lugar donde se produjeron, y la aprobación de cuanta muerte, invasión o exterminio sea necesario para que vivir una vida entregada a los placeres epicúreos, ese lugar es el estado de Oregon. Un estado de los Estados Unidos, casi paradisíaco en el que la derecha y la experimentación alucinógena se pueden dar la mano sin conflicto.
No es casual que, como todos sabemos gracias al documental “Wild, Wild Country”, el mismo Osho haya querido establecerse en ese estado de Estados Unidos, vergel de espiritualidad atea y zapatillas Nike. Y si ese documental contiene tanto material de archivo es porque a los Oregonians les encanta el tema del documentalismo. Como si vivir en ese estado se tratara de un experimento social inaudito (y quizás lo sea) la cantidad de material que conocemos sobre Oregon y su cultura es inversamente proporcional a lo pirotécnico de su estilo. El estilo Cinema Verité del mismo Van Sant (que filmó la película Mala Noche en 16 mm) tiene su origen justamente en su hábitat.
Y hasta Madonna cuando lanzaba su carrera cinematográfica situaba su estilo sado/dominatrix en Portland en “The body of evidence” (catalogada como una de las peores películas de la historia. Y por ello, interesante, claro). La frase que define el hábitat es bastante elocuente sobre las formas de vida en Portland cuando es interpelada por un abogado tiernito que la pone en el banquillo de las acusadas y ella responde con seguridad: “Portland es una Ciudad pequeña. Yo pude haberme acostado con el hombre que se acostó con la mujer que se acostó con usted”. La vida de una ciudad con las costumbres de pueblo

Pepper y Johnny, dos de los jóvenes mexicanos con los que Curtis entabla “una relación de amor, celos y travesía callejera”

EL DIARIO (AUMENTADO) DE UN POETA MÍSTICO 

Mala Noche también tiene algunos rasgos de Cinema Verité antes de ser llevada al cine. Se trata de la narración de las andanzas de este poeta mítico en su vecindario (como lo son casi todos los poetas) que escribe una especie de diario, narración, o novela.

A primera vista Mala noche y otras aventuras ilegales puede parecer un texto más o menos casual, expresivo o bosquejado; una más de las aventuras de la vida cotidiana y su trivialidad a la que este siglo nos tiene acostumbrados. Pero una mirada apenas más intensa puede hacernos descubrir una serie de detalles tan bien construidos en una trama tan finamente urdida, que hasta parece la puesta en escena crítica de ese material espontáneo.

Por empezar se trata de una serie de textos que no están ordenados como una sucesión narrativa sino como una construcción arqueológica del origen de un texto (el “Mala noche” del título) rodeado (en esta versión final, que es la que tenemos) de una miscelánea de causas, consecuencias, versiones, poemas, ilustraciones, memorabilia, fotogramas y críticas dirigidos a ese texto originario que funciona como el núcleo generados de una novela fantasmática.

También es parte de este libro el comentario sobre las condiciones y las consecuencias de que ese relato haya sido la Opera Prima de Gus Van Sant (otro Oregonian) filmada en 16 milímetros pero luego ampliada y vuelta película de culto de uno de los pocos directores con una voz autoral en la maquinaria cinematográfica de Hollywood.

Luego, no sólo aparece el devenir de los personajes de Mala Noche (dos jóvenes mexicanos que emigran a Oregon y se encuentran en el universo marginal con este poeta con el que entablan una relación de amor, celos y travesía callejera) sino una especie de “estilo gay” que supone que el contacto con otro ser en la clandestinidad (se habla de hechos que ocurrieron entre los años 70 y los 90) inmediatamente produce un colapso de la civilización y un choque de culturas.

En cierto sentido la novela lo dice al construir su linaje de narradores y poetas que sólo concibieron la interacción sexual como forma de la colisión cultural y de la observación en términos capilares, tenues o muy rudimentarios de la lucha de clases: Gide, Genet, Lorca, Lowry aparecen en distintos momentos para ilustrar con memoria de la literatura alguna aventura sentimental. Esa forma a la que el gay es (¿o era?) tan afín que encuentra en la crónica etnográfica y en la poesía (el borde del lenguaje) la posibilidad de darle forma a lo informe de sus relaciones (en el borde de la cultura). Mala Noche es al mismo tiempo poesía y testimonio. Y si fuera posible separar estos géneros en algún texto, si se pudiera encontrar el lugar en donde un género niega al otro, también este libro sería un modelo perfecto para la exploración de estos cruces.

El fondo y el entramado sobre el que se dibujan estos episodios románticos es quizás lo más interesante de la novela. El mundo clandestino de los inmigrantes que llegan caminando desde México a la costa oeste de Estados Unidos y que en condiciones tan precarias de inmigración no llegan a constituirse en trabajadores, ni a ser reconocidos como inmigrantes ni a nada. De modo que quedan flotando en el delirio de la clandestinidad total, la pérdida de las ilusiones, la delincuencia menor, o la simple derrota.

Hasta que llevado por la curiosidad y el deseo, el narrador cruza la frontera y va a buscar el hábitat original de sus objetos de deseo y entonces se muestra el otro lado, el de los mexicanos en el norte del país, pequeños productores de marihuana (la única mercancía que podrían manufacturar; o la única producción primaria que puede convertirse en producto internacional. recordemos que son los años 70 y 80. Es decir, que no esas poblaciones no estaban en la sofisticación del presente) que los somete a estar entregados a un mafia de ilegalidad, clandestinidad, etc. Y también, el paso por México supone el otro cruce, el de la lengua que lo confronta con otras aventuras sentimentales y clandestinas. La poesía de Calderón de la Barca, la de Lorca, Neruda, la del mundo de “los católicos” como lo llama Walt Curtis, y su estética barroca y atormentada.

Nico, Curtis, y su amado Raúl

EL FIN DEL FIN

Los capítulos finales del libro son los que reflexionan de los resultados que llevaron a esta plaqueta de unas páginas a convertirse en un libro de culto que se fue agigantando por su propia densidad y que termina en la Opera Prima de Gus Van Sant (se puede encontrar en internet) pero que elevó la plaqueta el nivel de “novela” o “relatos” quizás… pero que sobre todo muestra de modo descarnado los mismos agentes: los inmigrantes, la policía migratoria, los empleadores campesinos que necesitan esa mano de obra barata para hacer competitiva su producción, y al poeta sobrevolando ese juego del gato y el ratón y dando cuenta de la miseria económica y de la riqueza narrativa de todas esas vidas.

*La reseña de Ariel Schettini puede leerse en este link.
Las imágenes, que pertenecen a Walt Curtis, están incluidas en Mala Noche.

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12 ANÉCDOTAS ESTRAMBÓTICAS DE FEDERICO MANUEL PERALTA RAMOS

12 ANÉCDOTAS ESTRAMBÓTICAS DE FEDERICO MANUEL PERALTA RAMOS

Fragmento del retrato tomado por Silvio Fabrykant

Hay tipos que van por la vida como equilibristas, caminando sobre la cuerda floja a miles de metros del suelo, mirando hacia adelante, tentados de la risa, desdramatizando el dolor del mundo y transformándolo en una absurda genialidad. En Argentina y hasta 1992, existió Federico Manuel Peralta Ramos —sigue existiendo, pero en otro plano—, un artista inclasificable que hizo de su propia vida una obra de arte, una gran bola de nieve de ideas, historias y anécdotas. ¿Era un performer? ¿Un artista plástico? ¿Un poeta? ¿Un monologuista? ¿Un actor? Bueno, todo eso y un poco más. Era de esos tipos únicos, impredecibles, fuera de serie, que van por la vida como equilibristas.

La editorial Caja Negra publicó Del infinito al bife, una biografía coral. La escribió Esteban Feune de Colombi, alguien que, por su formación y su trabajo de performer, pareciera ser el biógrafo ideal. Ahora, del otro lado del teléfono, le dice a Infobae Cultura que “Federico es el delirio” y recuerda un poema de Mario Santiago Papasquiaro. “Si he de vivir que sea sin timón y en el delirio”, dice de memoria. “Da la impresión que Federico vivió sin timón y en el delirio, pero para vivir así hay que tener un timón y momentos quirúrgicos de razón, sino te estrolás contra un poste. El delirio en Federico toma dimensiones muy humanas. Es un delirio literal, un delirio de lo llano, un delirio posible”, agrega.

El año pasado, Feune de Colombi —artista múltiple: actor, escritor, periodista, editor, fotógrafo, performer— estaba escribiendo una crónica por los cincuenta años de la Beca Guggenheim que recibió Peralta Ramos. De pronto se encontró un hilo del cual tirar. Y tiró. “Descubrí que había un terreno fértil y poco explorado, incluso lo que había online era bastante poco, y a veces eso es un lindo aliciente para empezar. Empecé contactando gente relativamente cercana y después el círculo se fue abriendo al punto de que hoy, después de haber salido el libro, hay gente que me escribe diciéndome que lo conoció y que qué pena que no pudimos charlar antes”, cuenta.

Del infinito al bife es un anecdotario zigzagueante que recoge testimonios de 150 entrevistados: familiares, artistas, galeristas, empresarios, personajes que lo conocieron. “Con muchas de esas personas me junté en los mismos bares que Federico frecuentaba y con muchas generé un vínculo muy cercano, de modo que casi que hubiese heredado amigos de él. Es bastante loco eso. Me di cuenta que escribir una biografía es imposible, no llegás nunca al corazón de la cosa. Hay un verso que me gusta mucho de un poeta que se llama Roberto Juarroz que dice: ‘en el centro del vacío hay otra fiesta’. Es como si siempre le pegaras en el palo y eso es lo que está bien”.

NI EN LAS CASILLAS NI EN EL CALLEJÓN

Después de un breve prólogo donde el autor sostiene la conclusión que “actualmente, en Federico, todo está por descubrirse”, empieza la biografía coral. Párrafos o frases como postales. El primero es el galerista Osvaldo Centoira recordando el velatorio.

“Estaba nublado y lloviznaba. Lo velaron temprano en una de las habitaciones del departamento de la avenida Alvear del que no se había mudado cuando murieron sus padres. Lo vistieron impecable. Impresionaba verlo así, de traje y corbata, porque parecía dormido”.

Y continúa: “Cuando trajeron el cajón, el cuerpo no cabía; intentaron de nuevo y nada: el Gordo se había hinchado o tomaron mal la medida. La cuestión es que no había forma de meterlo adentro y se armó un despelote bárbaro. Hasta el último momento Federico nos regaló una instancia surrealista, hasta el último momento se rió de la sociedad”.

EL ÁNGEL DESNUDO

Del infinito al bife está plagado de anécdotas porque, como dice Feune de Colombi, “en Federico la anécdota también es la obra”. Por varios motivos, pero fundamentalmente porque el arte de esa época no quedó registrado de forma audiovisual, entonces todo circuló y circula de boca en boca en anécdotas que se van transformando dependiendo quién la cuente y cuándo la cuenta. “Una cosa que siempre me interesó es que durante muchos meses de la investigación alguien me hablaba de una foto de Federico en bolas y yo no podía dar con ella. Online, olvidate, no había nada. Lo cual a veces es desesperante pero pica”, cuenta.

Federico en bolas. Así es la foto. Feune de Colombi la vio por primera vez en el celular de uno de sus entrevistados. Charlando, este hombre sacó el smartphone, buscó dentro de sus carpetas y le mostró la pantalla. “Efectivamente Federico estaba en bolas y no se veía muy bien la zona del pubis. Según esta persona, Federico, cuando vio esa foto impresa, tapó sus genitales. Finalmente alguien me dijo quién era el fotógrafo: Silvio Fabrykant. Me junté con él y era una de las personas a las que Federico visitaba para dormir la siesta”, cuenta y hace un paréntesis: “Esa es una anécdota increíble: tenía casas en las cuales paraba para dormir la siesta; esta era una, el estudio fotográfico de este hombre”.

Volvemos a la foto: “Fabrykant me contó que esa foto y otros materiales que tenía de Federico, como algunos poemas o algunas frases en manuscrito, se las había vendido a un coleccionista, al que después fui a ver, y ese coleccionista me contó, cosa que el fotógrafo había olvidado, que Federico, al ver la foto, la borroneó, sobre todo en esa zona genital”. ¿Por qué? “Los ángeles no tienen sexo”, fue la respuesta. “En Federico está esa magia y esa facilidad casi taumatúrgica de dar vuelta una cosa de otro y convertirla en propia”.

“Esa foto que le hizo este tipo en un estudio fue muy particular porque en aquel entonces sacaba fotos de mujeres desnudas, o eso es lo que entendí, y tenía como un mantra que era: ‘Sacate la ropa y andá al estudio’. Y Federico, que era muy literal, porque Federico es el arte de lo literal, se sacó la ropa. Entonces cuando este tipo fue al estudio lo vio en bolas. Lo vio en bolas y lo fotografió. Y esa fotografía, después intervenida por Federico con un marcador, se convierte en obra. ¿Y de quién es la obra? Bueno, eso es algo que Federico deja siempre en suspenso”, concluye.

Federico Manuel con la Momia Jalil y Antonio Berni

ÚLTIMAS PALABRAS

Cuando se habla de Peralta Ramos no se lo hace ni con tristeza ni con alegría. Hay una especie de fascinación, mucha sorpresa y mucho respeto por el cierre pícaro del sentido en cada anécdota. “Muchas veces creo que la anécdota más triste es la más cómica y que la más cómica es la más triste”, dice Feune de Colombi, y recuerda algo.

“Federico se estaba muriendo —cuenta— y su hermano lo subió en el ascensor. Federico preguntó adónde lo estaba llevando y el hermano le dijo que iban al CEMIC para internarlo. Federico le dijo: ‘No me lleves al CEMIC, llevame al Little Company of Mary’, que fue donde internaron a la Coca Sarli. Y esas fueron sus últimas palabras”.

VENDER UN BUZÓN

Maestro de la literalidad, se hizo construir un buzón. No cualquier buzón, “uno idéntico al de la esquina de La Biela”. Lo exhibió en una muestra y se lo vendió a la actriz Egle Martin. “Soy el único que pudo vender un buzón”, dijo. Y tenía razón.

DIAGNÓSTICO: PSICODIFERENTE

El psiquiatra de Peralta Ramos era Jaime Rojas Bermúdez, quien trajo el psicodrama al país. “Todavía vive, es un personaje muy interesante, pero creo está medio turulo o perdió la memoria, así que no pude hablar con él, pero sí con una discípula que me contó que Federico llevaba amigos a sus sesiones”, cuenta Feune de Colombi. Como siempre, la anécdota se dispara a lugares impredecibles.

“Se encontraba con amigos en la calle y los invitaba a la sesión. Entrevisté a un amigo que estuvo en una sesión con él y me contaba que era genial, pero que también era muy sencillo: era simplemente participar de esa conversación entre Federico y su psiquiatra, que tuvo la lucidez y la sensibilidad de diagnosticarlo con un diagnóstico único e inexistente”.

¿Y cómo lo diagnosticó? Psicodiferente. “De alguna manera lo blindó y lo protegió, porque tranquilamente podría haberle dicho, no sé, que era maníaco-depresivo, obsesivo o psicótico, y al evitar esos diagnósticos ‘comunes’ le quitó un manto que es el manto del diagnóstico que llevan muchos enfermos mentales, sin decir que Federico lo era”, explica.

“Con lo de psicodiferente encontró la forma de sanarlo, ayudándolo desde un lugar lingüísticamente a la altura de él. De hecho Federico lo dijo en varias entrevistas: era psicodiferente y estaba medicado, y según cuentan muchos amigos era muy prolijo con la toma de la medicación”.

Crédito: Pedro Roth

LA ÚLTIMA CENA

Peralta Ramos se burló de la solemnidad de la beca Guggenheim. Fue en 1968 y esta quizás sea su anécdota más popular. Una audaz revolución estética, dijeron muchos. Ganó la prestigiosa beca en la categoría Pintura y decidió invertir el dinero bajo la convicción de que “la vida es una obra de arte”. La idea original, la que presentó a la institución, era “lanzar al mar un inflable gigante que desparramaría buena voluntad por el mundo”. Pero cambió de planes.

Invitó a 25 personas a cenar al Hotel Alvear —lugar aristocrático si lo hay— y después a bailar a la boite África. Además, bueno, se mandó a hacer tres trajes y pagó algunas deudas, pero eso es lo de menos; el grueso del total estaba en la cena. Cuando la Fundación Guggenheim se enteró pidió que se le devolviera el monto de inmediato. Peralta Ramos les escribió una carta como respuesta, que hoy se exhibe en la sede de la fundación en Nueva York.

“Ustedes me dieron esa plata para que yo hiciera una obra de arte, y mi obra de arte fue esa cena. Leonardo pintó La última cena, yo la organicé”, se lee.

CABALLO CANSADO

Cuenta Guillermo Fernando Aquino en el libro: “En La Concepción, el campo de los Blaquier, Federico jugaba al polo y de pronto se bajaba del caballo para que no se cansara”.

“USTEDES SON MI OBRA DE ARTE”

“Qué placer estar con él, no se parecía a nadie”, dice el artista Edgardo Giménez en el libro. Peralta Ramos era muy querido por los que lo conocían y los que no también. Los que lo conocían, porque comprendían muy bien el grado de ese “delirio literal”, de ese “delirio posible”, de su genialidad. Y los que no —sobre todo la clase alta, a la cual él pertenecía; “trabajo de hijo”, solía decir—, terminaban por ponerlo en una casilla más amigable, menos política: la de loco lindo.

No estaba loco, todo lo contrario. Cuenta Ignacio Gutiérrez Zaldívar en el libro: “La mejor anécdota que tengo con él fue durante su última exposición, que hizo en 1989, en la galería Altos de Sarmiento, sobre la calle Libertad. Se trataba de un gran espacio donde no había obras. Federico vestía de traje y caminaba por la sala sin hablar”. “Había espejos en las paredes y lo que se exponía era, en realidad, el público”, completa Miguel Schapire. Esa tarde, Peralta Ramos rompió el silencio con un aplauso y dijo: “Señoras y señores, esta es mi exposición y ustedes son mi obra de arte”.

“Las etiquetas, los rótulos, las clasificaciones son maneras fáciles —reflexiona Feune de Colombi— de embolsar cualquier cosa: una cabeza, un pensamiento, una sensibilidad, un modo de ser, una tendencia. Y a Federico lo metían ahí porque era fácil. Empezaba en su propia clase, es decir, los que más lo trataban de loco lindo era los pares en términos de linaje. Los otros no. Te diría que con los artistas con los que hablé eran los que menos lo tildaban de loco lindo, porque seguramente también eran locos, aunque no sé si lindos”.

“Entonces creo que la primera justicia viene del riñón que a él más le interesaba que era el del arte. El otro riñón que le interesaba, el de la noche, el de los peripatéticos, el de los porteños que andan de bar en bar, el de los cabareteros, en de las coperas, tampoco lo trataban de loco lindo. Para ellos Federico era un gran personaje. Muchos no terminaban de entender que ese personaje que se movía por Mau Mau, Can Can, La Biela o La Rambla era el mismo en cualquier otra circunstancia. Vuelvo a lo que te decía sobre su literalidad: Federico es lo que es porque no hay otra cosa”, agrega.

Crédito: Raúl Naón

CONVERSAR CON UN PIONERO

El dadaísmo disruptivo de Peralta Ramos lo ha colocado entre los artistas conceptuales más importantes de América Latina. En 1986, tres años antes, hizo algo similar. La salita del Gordo, se llamaba. “Una obra del futuro”, dice Feune de Colombi. En una sala vacía del Centro Cultural Recoleta puso una mes, un póster y dos sillas. “Lo que hacía era recibir al público, se sentaban y conversaban. Que sus medios de ejecución hayan sido berretas o baratos no inhabilita que Federico sea un artista visionario y pionero. En eso anticipa, entre otros, a Marina Abramović, la gran performer serbia”.

UN CUADRO AJENO

Ahora, en esta conversación, Esteban Feune de Colombi recuerda estar frente a una obra de Peralta Ramos. Son dos cuadros pequeños. Uno es el retrato de una mujer y el otro una frase: “Expongo un cuadro ajeno, una obra de Alvarado”. Conoció a un coleccionista que la tenía en su casa y fue. Su investigación lo llevó a hablar con el tal Alvarado. ¿Quién era?

“Creo que vivía en Murcia, en España. Hablamos por teléfono un buen rato y resultó ser que ese hombre, Alvarado, era pintor y que un buen día se fue a vivir a París. Ahí trabajo como babysitter, se enamoró de la madre de una niña que él cuidaba, la retrató. Un buen día volvió a Buenos Aires y Federico, de quien él era amigo, lo vio con el cuadro bajo el brazo y le gustó mucho y se lo compró”.

“Otro buen día, Federico compró un bastidor igual y escribió la frase: ‘Expongo un cuadro ajeno, una obra de Alvarado’. Mostró ambos cuadros, los expuso en una confitería o un restaurante y hoy esa obra funciona como un tándem”, cuenta. Al finalizar la charla, Alvarado le dice: “Lo curioso es que hoy, para comprar un Alvarado, para comprar mi propia obra, tengo que pagar un Peralta Ramos”.

JODANSÉ

El escritor Osvaldo Baigorria, entrevistado para Del infinito al bife, cuenta algo que le contaron. Performance de vanguardia en el Instituto Di Tella, años sesenta, dictadura militar. De pronto se apagan las luces y se prende una linterna.

—¡Policía Federal! —gritan los uniformados.

—Jodansé por no estudiar —responde Peralta Ramos.

ROMPER LOS HUEVOS

Su obra no termina de cerrarse sobre un significado que ya está volviendo a abrirse. Como los buenos surrealistas, no pasa de moda porque la disrupción permanente de este equilibrista burla el campo minado de la razón. Va por la cuerda floja tentado de la risa. En 1965 ganó el Premio Di Tella con una escultura de yeso y madera. Un huevo gigante titulado Nosotros afuera. El último día de la exhibición, con el galardón ya en su poder, tomó un hacha y destruyó su propia obra.

“Todo Federico es seductor, porque de donde viene y adonde va es siempre imprevisible”, dice Esteban Feune de Colombi, y agrega que “su legado es la libertad. Es decirte: salí, andá, podés, fijate, es posible. Federico es lo alto y lo bajo, lo ancho y lo angosto, todo en el mismo envase. Incluso en Federico el envase es obra, por eso lo anecdótico”.

“Federico es lo superficial porque es lo profundo y creo que en ese juego de espejos y de karmas y de persona a personaje Federico es absolutamente actual. Él le preguntaba a sus amigos si estaba vigente, era un tema que lo tenía preocupado. Y creo que está más vigente que nunca”, concluye.

*La nota de Luciano Sáliche para Infobae Cultura fue tomada de este link.

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¿CÓMO HEREDAR FLUXUS?

¿CÓMO HEREDAR FLUXUS?

Compartimos una versión extendida de la reseña para Revista Otra Parte que Alfredo Aracil escribió a propósito de nuestra antología Fluxus escrito.

¿Cómo heredar Fluxus? ¿Qué enseñanzas podemos incorporar de sus archivos y documentos? ¿Cómo prolongar la libertad radical de sus propuestas? Son tres preguntas que parecer responder Fluxus escrito. Actos textuales antes y después de Fluxus, recientemente editado por Caja Negra. El volumen, que reúne textos de treinta autores, estuvo al cuidado de Mariano Mayer, quien ha ampliado el canon y la conexión Estados Unidos-Europa a otros contextos y latitudes. De esta forma, además del núcleo duro −George Maciunas, Vostell, Paik o Kaprow−, encontramos por ejemplo manifiestos y reflexiones de Eduardo Costa o Roberto Jacoby, entre otros. Un grupo de artistas que, como Marta Minujín, participaron, principalmente en París y Nueva York, junto con otro grupo de intérpretes que emularon esta forma de hacer cosas muy libremente, en parte gracias a testimonios y en parte gracias a la flamante circulación mundial de imágenes que explotó con la era del espectáculo integrado, en los años sesenta. 

La operación situacional resulta muy útil. Ya que, a la vez que traza conexiones inéditas y aberrantes entre estrategias, inquietudes y resultados heterogéneos, invita a pensar de nuevo la vigencia de una serie de prácticas que el arte contemporáneo ha absorbido hasta naturalizar, muchas veces limpiando de espontaneidad y vaciando su pragmática. Es el caso, por ejemplo, de la nación creación permanente defendida por Robert Filliou en algunos de sus textos, hoy tomada por las industrias creativas y los departamentos de marketing que, haciendo de la vida el objeto de la economía política, tratan de volver deseable la razón y la violencia neoliberal. Una forma de extracción de recursos y energías no solo naturales. Aunque no está entre las posibilidades de esta nota discutir si Fluxus fue una bisagra en cómo las estrategias del arte contemporáneo fueron y son utilizadas para concebir formas de explotación cada vez más sofisticadas. Resulta, con todo, un debate demasiado esencialista y alejado de las intenciones irreverentes y revolucionarias de los escritos de un La Monte Young. Más interesante parece partir del carácter internacionalista de un movimiento que fue sumando adeptos en países como España franquista, donde el grupo ZAJ aportó absurdo y sentimentalidad protoqueer en los conciertos, acciones y poesías cotidianas de Juan Hidalgo y Esther Ferrer.

Con el intercambio entre ciudades y personas que finalmente se hacen amigos y aliados, en contacto  gracias a festivales como Wuppertal, en Alemania, y a la red de arte postal que entre todos tramaron, hay que recordar el carácter existencial del arte de Robert Filliou. La suya fue una forma de concebir la vida y el trabajo en campo continuo, una entrega y una ocupación vital. Y sin embargo, por fuera de los circuitos de rentabilidad y explotación. Filliou fue pionero en la exploración de formas de economía no-formal y gastos sin retorno. Saltando de proyectos editoriales autogestionados a galerías no comerciales como La Cédille qui sourit, que apenas abría sus puertas unos días al mes, su producción está formada por piezas vanguardistas que rechazan las convenciones de la vanguardia y repudian todo “ismo”, violentando medios y tradiciones, de John Cage a la ironía dadá, sin nostalgia ni revisionismo. Porque Fluxus, antes que nada, era una forma de arte no separado de la misma existencia: un arte del vivir, crítico con las técnicas formalistas y reacio a cualquier filosofía o estética trascendental. Junto con el malestar frente a la cultura burguesa, el gesto irreverente, la apología del juego como proceso sin final y del azar como agente inventivo, se inaugura con Fluxus una problemática que todavía nos interpela. Me refiero a la pregunta por un hacer en común, colectivo: la afectividad como territorio artístico en disputa. Lo que en su caso supone, además, una manera de trabajar con y desde lo inmanente, la apertura al mundo que parte del trabajo con la percepción y los sentidos, elaborando sensaciones que cuestionan el cuerpo heredado, los automatismo y la lógica del sentido, una vez que el espectáculo deja de estar en el exterior.

Podemos pensar a Fluxus como una pedagogía: una práctica, un programa de vida o un manual de ejercicios para practicar el arte de lo impersonal, donde lo propio era admitido siempre y cuando estuviese atravesado e infectado por varios y diferentes “yo”. Y donde las instrucciones para cerrar los ojos, respirar profundo y escuchar atentamente que, inspirados en técnicas de meditación y yoga, propone Pauline Oliveros en su método Deep Listening se convierten en el vehículo que permite aumentar la presencia y densificar la percepción. Disipar cliches, tomar conciencia y evidenciar los lugares comunes de la coreografía cotidiana que, naturalizada por los trucos mágicos del capital, actuamos de forma inconsciente. En cierto sentido, Fluxus puede ser leído como una práctica de libertad, como una práctica espiritual que, de algún modo, aspira a la curación. Entre sus aplicaciones terapéuticas, no obstante, está implícito el intento de adquirir dominio sobre uno mismo y aprender a estar atento a los ritmos e intensidades del cuerpo propio y común. Como recuerda Michael Foucault, therapeuein es la actividad del que recibe órdenes y sirve a su amo, del que da y recibe instrucciones, a la manera de una obra de instrucciones Fluxus. Pero también del que no cesa de cuidarse, de servirse a sí mismo y rendirse culto. El saber que es hacer: una gimnasia emancipadora, en la medida que transforma al espectador en intérprete por medio de proposiciones, sistemas y rituales para estar en lo otro con los otros, ayudados por objetos, sensaciones y ambientes que propician una apertura a los misterios del mundo. De ese abismo que nos obliga a cuestionar lo que pensamos de nosotros mismos, se cuela la posibilidad de “liberar el inconsciente”, como se puede leer en uno de los textos de Oscar Masotta, sobre técnicas y operaciones que son tramadas a nivel cutáneo, molecular, proyectadas sobre los territorios de la subjetividad y del comportamiento humano.

Pero volvamos a la pregunta inicial: ¿cómo heredar Fluxus cuando la ubicuidad del cuerpo y de la performance en las prácticas artísticas contemporáneas podrían estar expresando un malestar, o mejor, una cierta crisis de la presencia y de la atención sobre la que, entre otros, ha escrito Amador Fernández-Savater? Después de todo, la centralidad de los estudios performativos y del nuevo materialismo filosófico podría estar representando un interés académico que es, además, una preocupación epocal. La emergencia y lo urgente de intentar amortiguar la desaparición de la sensación de mundo, del espacio de lo afectivo y de la sensibilidad como forma de conocimiento. Con la indolencia, la incapacidad expresarse y acceder a experiencias singulares a la cabeza de una serie de trastornos referidos, principalmente, a la proliferación de normas y medicamentos para todas las fases y ámbitos de vida, esta crisis de la presencia parece estar también en el nudo de problemas que Alina Popa y Florin Flueras han trabajado en sus escritos.

Como sucede con Fluxus, su concepción del arte es eminentemente práctica. Durante la última década, Alina Popa, recientemente fallecida de cáncer, y Florin Flueras han reflexionado en distintos textos, performances y situaciones entre las artes visuales, la coreografía y la filosofía especulativa, haciendo de lo patológico un vector de fuerzas artísticas y vitales. Su libro Unsorcery (Punch, 2018) puede leerse como un manual de estrategia para la vida. Y por lo tanto no está orientada a un conocimiento que es conocimiento en sí mismo, un saber que estaría separado o ausente de la inquietud y la pregunta por cómo vivir. Sus textos y trabajos artísticos, en ese sentido, también se acercan a la hipótesis de la sanación, los efectos restauradores de la escucha, la atención y presencia o la navegación por estados alterados de conciencia en los que es posible trascender lo humano, imaginar lo inimaginable y nombrar lo innombrable. Del mismo modo que Fluxus se abría a las contingencias, lo inexorable y la diferencia que trae cada nuevo acontecimiento, la suya es una epistemología bastarda, multinatural, una práctica que abraza y desea la incertidumbre. El rechazo frontal a la tentativa de acceder a la verdad a través de lo idéntico y la identidad, porque para ellos lo patológico y el misterio de la vida suponen constantes que hacen visible el carácter construido de la norma, fuerzas para hacer visible diferentes tonos de negro, devolviendo al cuerpo lo que es del cuerpo pero también lo que necesariamente desconoce.

Así, cuando se refieren a cuerpo, del mismo modo que Kaprow en alguno de sus textos, Popa y Flueras distinguen dos fenómenos. Por un lado, existe un cuerpo que, en realidad, es el cuerpo que nace con la Modernidad. En su esquema ese cuerpo moderno no es más que el cuerpo de la disciplina, del capitalismo como religión que produce hombres y mujeres, de los movimientos rutinarios y los hábitos económicos sanos y productivos. Un cuerpo que, libidinalmente, estaría enfocado en la satisfacción del goce, empleado en una danza circular que es repetición y manía de uno mismo y de lo mismo. El cuerpo que, como decíamos, de tanto escuchar lo que puede ha olvidado lo que no puede, que desconoce y se desatiende de los puntos ciegos del deseo y del placer. Un cuerpo, en definitiva, que es fruto de una violento proceso histórico de diseño y modelado. La máquina humana que es, aparentemente, nuestro destino y nuestro hogar.

Y por otra parte, el Segundo Cuerpo, que es un concepto un tanto oscuro, ya que solo es defendido comparativamente y de manera tangencial. Concepto vago del que la misma Popa afirma no saber demasiado, al sostener que “no sabemos qué es un Segundo Cuerpo, pero mientras la desconfianza sea productiva y el afecto sea real, hay un trabajo que hacer con la parte desconocida del concepto”. De nuevo, lo misterioso, lo anormal, aquello que no encuentra acomodo, aquello que hay que liberar mediante ejercicios y disciplinas que son votos o compromisos voluntarios, no obediencias inconscientes. Porque el Segundo Cuerpo debe ser entrenado para desestabilizar las series y los sistemas. Está sintonizado en la frecuencia de las pasiones. Es movido por sensaciones turbulentas, o incluso monstruosas, que le hacen perder la forma humana y ganar en una sensibilidad que es de todas las especies y todas las naturalezas juntas. El Segundo Cuerpo es un cuerpo sin identidad estable. Se transforma incesantemente, como los personajes de João Gilberto Noll que se escurre por fosas, se acuesta con su padre y se despierta con su madre. Aperturas ónticas y catástrofes varias: un agujero negro de desobediencia frente a una naturaleza que nunca es dada, que es proceso de producción e intervención política. El rechazo, como sucedía con Fluxus, de una forma de libertad prefabricada, de una libertad de corte morfológico que propone modos de vida y de consumo que incorporamos y sufrimos gozosamente. Es, precisamente, por ese llamado a investigar en otras formas de consciencia y de existencia, menos humanas y menos programadas, que Fluxus sigue interrogándonos. Es por eso que su invitación a la alineación productiva, a perderse de uno mismo y buscar la realidad de la realidad, que su proyecto estético-político no hay perdido ni un ápice de una alegría que todavía resulta revolucionaria.

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ENTREVISTA A EZEQUIEL FANEGO

ENTREVISTA A EZEQUIEL FANEGO


Reproducimos la entrevista de Miguel Ángel Morales a Ezequiel Fanego, uno de los editores de Caja Negra, para la revista mexicana La Tempestad.
Miércoles 3 de abril de 2019

En 2005 los argentinos Ezequiel Fanego y Diego Esteras decidieron crear una editorial. El proyecto se enfocaba en su mayoría en traducciones que hasta ese momento no se habían hecho en español de libros necesarios. Títulos que teorizan sobre la música y sus complejidades históricas, así como pensamientos radicales en la literatura, la sociología y la filosofía. Su nombre era Caja Negra, como el artefacto que sirve para entender mejor un desplome aéreo. ¿Qué catástrofe pone en evidencia una editorial?
Tras publicar libros considerados biblias musicales (como los de Simon Reynolds, Generación hip hop, y Future Days, que aborda la historia del Krautrock), Caja Negra ha cimentado su identidad como un espacio en donde se abordan problemáticas modernas y la contracultura contemporánea. Lo mismo le interesan la experimentación sonora que la música disco, los movimientos de liberación sexual y las mutaciones del capitalismo tardío en el siglo XXI.
En 2019, con más de 80 títulos publicados, Caja Negra se ha convertido en protagonista de un universo editorial caracterizado por la homogeneidad y la falta de propuestas arriesgadas y convincentes. En años recientes una de las colecciones que más han tenido impulso en Caja Negra ha sido “Futuros Próximos”, que reúne a autores como Franco Berardi, Martha Rosler, Mark Fisher, Nick Srnicek, Éric Sadin o Boris Groys, entre otros; muchos de ellos por primera vez en español. La colección busca generar un mapa conceptual para leer el presente y actuar en él a partir de lecturas heterodoxas y críticas. Una mirada no tradicional a los problemas que hoy nos atañen.
Hace unos días, Ezequiel Fanego visitó la Ciudad de México. De ahí surge esta conversación.

Mi primera duda está vinculada a la idea de los límites del postcapitalismo. A la luz de los numerosos libros que ha traducido Caja Negra en “Futuros Próximos” parece que el diagnóstico de la actualidad es pesadillesco. En sus inicios ¿cuál fue el propósito de esta colección? ¿Cómo ves hoy esta vertiente de Caja Negra?
La idea rectora en un comienzo tenía que ver con la percepción que teníamos de que se estaban dando muchos cambios en el modo de la hegemonía capitalista y en el modo en que la ideología neoliberal estaban permeando nuestra vida cotidiana; cambios que sentíamos que no tenían mucho reflejo en el pensamiento crítico que se estaba publicando en español. Por un lado, la idea de “Futuros Próximos” tenía que ver con la intuición sobre esos cambios en el presente y de alguna manera anunciaban tendencias que era importante dilucidar y pensar como un proyecto político y crítico. Sentíamos también un poco que el discurso de las izquierdas muchas veces tenía una tendencia melancólica, no muy dispuesta a pensar en los desafíos que nos estaban presentando estos nuevos escenarios. El programa de la colección fue buscar los conceptos que creíamos como fundamentales y que nos servían para abordar el presente e intentar modificarlo de alguna manera, o repensarlo, por lo menos. De ahí que la mayoría de los autores –no todos, hay que decirlo: cuando editamos a Vilém Flusser hicimos más un trabajo de volver a un autor que creíamos que tenía preguntas fundamentales– se caracterizan por pensar estas tensiones contemporáneas y generar, de alguna manera, un cierto eje para que los libros que publicáramos dieran una perspectiva novedosa. Para nosotros el trabajo de la crítica siempre tiene que ver con dar una mirada nueva sobre un evento. En el caso del libro sobre el tecnoliberalismo, analizado por Éric Sadin (La siliconización del mundo, Caja Negra, 2018), demuestra de manera muy inteligente que muchas veces abordamos problemas con cierta ingenuidad. Los textos de esta colección tienen esa característica: proponer un cierto corrimiento de cómo se están abordando problemas contemporáneos.
Dices que la izquierda usualmente aborda los problemas del presente de manera melancólica, y viendo lo que dicen nuestros políticos de corte más, digamos, de izquierdas, esto parece ser un síntoma que se da en todo el mundo, ya sea en Argentina, Estados Unidos o México. ¡No saben cómo abordar problemas más que viendo al pasado! Aprueban medidas propias de un pensamiento conservador, rancio. Con mayor razón uno le hace más caso a autores como J.G. Ballard. El libro que ustedes publicaron de él a partir de unas entrevistas realizadas en la década de 1980, Para una autopsia para la vida cotidiana (2013), ya se anticipaba en cierta forma a lo que estamos viviendo hoy, con sus escenas de catástrofe normalizada. ¿No será acaso que incluso la ciencia ficción esté pasando por una normalización que abone al sentido de que no se puede hacer más por este mundo? Me surge esa pregunta también a propósito de un tuit que hace un tiempo escribió William Gibson sobre que el futuro ya no es un lugar inexplorado debido a la sobrepoblación de imágenes prospectivas que auguran escenarios similares. ¿Qué tanto estás de acuerdo (o no) con esto?
Para nosotros la ciencia ficción, o justo esta ciencia ficción que mencionás, la de autores como Ballard, Philip K. Dick o William Gibson, fueron los primeros que analizaron las tendencias que hoy vemos como el presente. La ciencia ficción, como otras reflexiones de la cultura popular, tiene un estatuto filosófico como fuente de reactivación de la imaginación política, crítica y para cuestionar la tecnología. Muchos de los libros que publicamos (por ejemplo, los autores del aceleracionismo, o Nick Snircek y Mark Fisher) reivindican esa dimensión especulativa del pensamiento, lo cual se vuelve cada vez más importante ante esta lógica que encarna el neoliberalismo, a partir del cual se nos presenta como la única alternativa posible, eso que analiza Mark Fisher a partir de una frase de Fredric Jameson (“Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”). Tiene que ver un poco con que vivimos en un colapso temporal en el cual vivimos en un eterno presente de novedades interminables iguales unas a las otras. Estamos pensando en una novedad radical, una diferencia radical con un presente que colapsó en los últimos años. Esperamos que tanto los ejercicios de ciencia ficción como la colección “Futuros Próximos” lo haga.
En uno de los últimos libros que han publicado, La siliconización del mundo, de Éric Sadin, se cuestiona seriamente la idea de innovación. A menudo nos los recuerdan las agencias creativas, la jerga institucionalizada de los corporativos, las mismas políticas públicas de los gobiernos. Su uso con fines nobles en muchas ocasiones, sin embargo, ha acelerado la idea que necesitamos la prospectiva, la cuantificación de la vida social, los algoritmos y lo nuevo todo el tiempo para vivir mejor. A diferencia de una aplastante mayoría, Sadin considera que estas formas de innovación son más bien pasivas toda vez que representan la “derrota del espíritu” y un “retroceso calificado de la vida”. ¿Cómo podemos salir de esa lógica cuando todos estamos en el mismo tren? Y si lo descarrilamos, ¿cómo escapar también a la idea de que ese tren estaba programado para descarrilarse?
Eso que mencionás es un tema recurrente en “Futuros Próximos” y es lo que nos interesaba colocar en el centro: que las ideas del futuro sean siempre un espacio de disputa. Esto lo dice Kodwo Eshun, un autor que publicamos en otra colección, “Synesthesia”. Y es cierto: en este momento la batalla hegemónica que en otro momento se dio más fuerte respecto a la historia y el poder, o sea que quienes tenían el poder tenían la capacidad de reescribir la historia y silenciar e invisibilizar una o varias historias personales; en el último tiempo muchas de esas batallas se están dando sobre el futuro, sobre la capacidad de predecir y determinar el futuro. Como vos decís, mucha de la tecnología y el conocimiento contemporáneos están orientados al procesamiento y obtención de datos como una materia prima a partir de la cual predeterminar y direccionar el futuro, nuestros comportamientos. Sobre cuáles son las salidas, seguro que no tengo una respuesta concreta pero sí algunas intuiciones.
Uno de los últimos libros que publicamos el año pasado (que estará llegando en breve a México) es En el maelström. Música, improvisación y el sueño de libertad antes de 1970, de David Toop. Ese libro no sólo es una historia sobre la improvisación en la música, sino que es una reflexión filosófica sobre qué es lo que implica la improvisación para el ser humano y cómo la improvisación es una dimensión irreductible a la naturaleza humana, y también un espacio de resistencia. En este momento en el que cada vez hay más discursos más fuertes sobre la idea de la predictibilidad de nuestro comportamiento, la improvisación y lo espontáneo se mantienen como un espacio de resistencia. Hay algo del comportamiento humano que siempre va a ser impredecible, por más estadísticas y procesamientos de información existentes. Lo inesperado es algo constitutivo de nuestro ser en el mundo. Ahora hay un discurso predominante que pretende cancelar esa dimensión, pero esa dimensión, desde nuestra perspectiva, es incancelable.
Otro libro que publicaremos este año es Futurabilidad, de Franco “Bifo” Berardi, que aborda este tema: en un mundo en el que la subjetividad política del siglo XX desapareció, donde la política pareciera no tener la facultad de intervenir sobre el curso de la vida y se limita a un estado de administración del estado de las cosas, ¿cuáles son las tendencias que podrían abrir un imprevisto? Siempre es muy fácil ver cuál es el destino ineludible de las sociedades y esa mirada a menudo es pesimista, lo cual con frecuencia nos parece decir que no hay salida, es la tendencia que usualmente tienen las cosas, pero lo imprevisto siempre ha aparecido a lo largo de la historia. Es cuestión de volver a confiar en ese aspecto espontáneo de la acción humana que, creo yo, siempre surgirá ante los nuevos desafíos.

Estaba pensando en una escena de Total Recall (Paul Verhoeven, 1990), en la que un supuesto ejecutivo de una empresa de sueños implantados quiere hacerle pensar a Quaid, el personaje de Schwarzenegger, que en realidad toda la paranoia que se ha maquinado sobre ser un espía es parte de su inconsciente. El ejecutivo le sugiere una píldora para que todo regrese a la normalidad, pero comete un error: unas cuantas gotas de su frente lo delatan. La pulsión de angustia le revela a Quaid lo verdadero, y parece decirnos que aquello que es propiamente humano, animal, las pulsiones, no puede ser contenido por más que intente reprimirse. Pero también pienso en que actualmente, mediante las plataformas sociales, se están tratando de bloquear tales pulsiones básicas. La regla es hacer a un lado las expresiones de enojo, inconformidad, displacer y en cambio mantener una postura feliz, flexible y disponible todo el tiempo.
Próximamente publicaremos otro libro: La promesa de la felicidad, de Sarah Ahmed, que justamente habla sobre el imperativo de la alegría. Coincidentemente se anudan los dos problemas de los que hemos venido hablando: el futuro y el imperativo al bienestar. Cuando la felicidad se impone como una obligación, se vuelve un tema de preocupación: no sólo te están forzando a ser feliz ahora, sino que te están obligando a ir por un cierto camino que supuestamente es el correcto para llegar ahí. Ya está consensuado y normalizado. Es como si te dijeran que escuchar a Black Sabbath y practicar satanismo te van a llevar al suicidio, pero tener una familia y trabajar en una oficina estable y hacer ejercicio te conducirá a la felicidad.
En esa imagen de felicidad también se imponen modos de vida. Creo que en esta nueva hegemonía del buen vivir que describiste y que está vinculada a la idea de la siliconización del mundo (Éric Sadin), de que cada uno es una empresa de uno mismo y que tiene que aprender a venderse y mostrarse bien. En este momento en Argentina ese es el discurso dominante y tiene la voluntad de acallar todo lo negativo y lo sintomático. Todo malestar debe ser silenciado, ya sea obligándote a poner una cara feliz o pintando la ciudad de colores alegres o vendiéndote las píldoras de los psicofármacos. Todo eso lo aborda Ballard en esas entrevistas que vos mencionaste. Si hay algo que aprendimos del siglo XIX y XX de autores como Marx y Freud es que siempre hay un inconsciente que aparece como síntoma. La idea del sudor en Total Recall: siempre va a emerger el sudor; cuanto más lo negás, va a volver con más violencia; podés esconder la pobreza y pintar las aceras, llenar las plazas de flores y llenarnos a todos de psicofármacos, pero ese malestar que se está cociendo lentamente en algún momento va a emerger de la peor manera. Parece que todos estos modos del “positive thinking”, toda la potencia de las industrias de los psicofármacos y al presencia tan avasallante de ciertos tipos de consumo, lo único que están haciendo es patear para adelante y ocultar bajo la alfombra un malestar que cada vez es mayor y que es inevitable. Como en la novela de Ballard Milenio negro, en la que las clases medias y acomodadas en algún momento no soportan más esa vida aburrida que están condenados a vivir y se rebelan. Creo que ahí vuelve la idea de lo imprevisto.
Retomando el tema de la ciencia ficción, quisiera traer a colación una plática que dio Philip K. Dick a finales de los 70, cuando la comunidad francesa se interesó sobremanera por el autor estadounidense e incluso lo invitó a dar una charla magistral en tierras galas. La premisa de Dick en aquella ponencia era desconcertante para 1977 e incluso como teorización actual: “Vivimos en una realidad programada de computadora, y la única pista que tenemos de esto es cuando alguna variable es modificada y alguna alteración en nuestra realidad ocurre, creando con ello una ramificación de las posibilidades”. ¿Qué perspectiva tienes tú de lo que llamamos “lo real” y “lo posible”, y cómo pueden entenderse estos dos conceptos a la luz de la colección “Futuros Próximos”?
Me gusta mucho la idea que Mark Fisher desarrolla en Los fantasmas de mi vida. Ya hemos hablado de Realismo capitalista, en el que Fisher señala que no hay una alternativa al mundo capitalista; ese libro, cuando lo terminás de leer, te deja una sensación de asfixia total. En cambio en Los fantasmas de mi vida habla de los espectros de los mundos que podrían haber sido y no fueron, pero que siguen ahí: cada vez que se tomó una decisión política o hubo un acontecimiento importante (la caída de la URSS, por ejemplo), su contraparte o aquello que pudo haber pasado y no fue, no parece para Mark Fisher como una posibilidad negada para siempre, sino que sigue persistiendo como una posibilidad. Uno puede ver reflejos de tal posibilidad en muchos elementos de la realidad. Entonces esa clausura del realismo capitalista que dice “esta es la única realidad posible”, es contestada por Fisher con un: “Sí, esa realidad existe, pero está acechada por fantasmas; es una realidad barroca, frágil, espectral”. Es una realidad llena de pliegues y no es de una sola dimensión. En ese sentido, es muy hermano de Philip K. Dick, quien en El hombre en el castillo (1963) nos dice que cada vez que tomamos una decisión en la historia, la otra decisión funciona en paralelo. Y a veces esos mundos, de manera paralela, convergen, y vos podés tener una mirada de ese otro mundo posible. Yo creo bastante en eso. No me importa pensarlo ontológicamente o no, si existen otras dimensiones o no, pero me parece rescatable destacar que la realidad es mucho más compleja de lo que se nos presenta, y que esas tendencias de esos otros mundos posibles están viviendo en paralelo y en realidad hay que aprender a mirarlos. En términos de proyectos políticos, su importancia radica en poder adivinar en cualquier elemento (por ejemplo, en alguna práctica que pareciera ser netamente capitalista) la semilla de otro futuro posible que no está siendo alimentada. En ese sentido, me parece que esta idea de Philip K. Dick de mundos paralelos o la idea de Mark Fisher de la realidad acechada por fantasmas tiene mucho potencial.
El libro Xenofeminismo (2018) de Helen Hester, así como Manifiesto ciborg, de Donna Haraway, entre otros, buscan una idea en común: trascender lo propiamente orgánico del cuerpo, el género, los sexos. Repensar los binarismos es una señal benéfica del progreso de una sociedad, eso es indudable, pero mi curiosidad se vincula más a la idea del ciborg con el concepto la productividad: un cuerpo mejorado puede durar más horas trabajando y aspira a ser inmortal. ¿Qué piensas de ese doble rasero del progreso?
En algún punto, si algo caracterizó a la Modernidad (incluso en su dimensión más perversa) tuvo que ver con haber trazado siempre un límite entre aquello que es humano y aquello que no lo es, aquello que tenía alma y aquello que no la tenía. Aquello que no es humano, al no ser humano, no tiene derechos, entonces es susceptible de ser explotado hasta sus últimas consecuencias. En la distinción moderna de lo humano, lo otro que no es lo humano queda vulnerable. No había robots, pero había esclavos. En esto que nombrás hay algo muy interesante si también lo vinculamos con las historias de la esclavitud y la idea del ciborg. El robot y el esclavo son conceptos asimilables. Son dos cuerpos que al no ser humanos pueden estar sometidos a trabajos extenuantes. Hay varias corrientes (Donna Haraway y el libro de xenofeminismo que publicamos, así como en otras corrientes como la del afrofuturismo) que problematizan la idea de que es necesario empezar a borrar las distinciones entre lo humano y lo inhumano y empezar a trazar alianzas y encuentros entre lo humano y lo inhumano, entre especies, y borrar todo límite de género, raza. Es un gran potencial político el que tienen estos discursos, los cuales, sin embargo, no han sido tomados por la izquierda; al contrario, estos discursos refuerzan la distinción, desde las posturas que buscan establecer qué es lo humano y qué no, hasta aquellas que hacen un llamado a abandonar toda tecnología y volver a la Tierra, tienen una raigambre muy moderna que sigue siendo parte del problema. Como vos decís, el mayor problema lo plantearía en otros términos. Sobre el tema de la productividad te diría que ahí la cuestión no es la relación entre la técnica y el hombre, sino que todas estas exploraciones se hagan bajo un horizonte capitalista de la productividad.
El mayor problema que tiene que ver con la indagación posthumana se relaciona con lo que algunos aceleracionistas llaman el prometeísmo, que es esta idea del hombre y la capacidad posthumana de superar los límites de la naturaleza. Tal planteamiento me parece problemático porque refuerza la distinción entre la naturaleza y lo humano. Me parece que son mucho más interesantes, radicales y que rompen más con la ideología capitalista y moderna aquellas teorías como la de Donna Haraway y la de otros autores brasileños que vamos a publicar este año: Eduardo Viveros de Castro y Déborah Danowski, que recuperan cierta filosofía amerindia como un equipo de saber que es muy útil para un presente catastrófico a partir de fenómenos innegables como la crisis climática. Este tipo de filosofías plantearon desde el centro de su pensamiento un tipo de relación con la naturaleza, una relación de continuidad e incluso de diplomacia. Era un vínculo político el que las culturas prehispánicas tenían respecto con la naturaleza. Me parece que ahí hay caminos de lo posthumano que son mucho más radicales y que implican una ruptura más fundamental con el capitalismo que las tendencias más prometeicas.
Nuestra época es muy particular en cuanto a apegos se refiere, es decir ya no existe (y qué bueno) esa idea de la lealtad a las grandes figuras que daban estabilidad a generaciones anteriores. El trabajo, la familia y lo material se han replanteado y problematizado. Hacemos home office, revisamos todo el tiempo el celular mezclando el ocio con los pendientes del día, y cambiamos constantemente o tenemos varios trabajos al mismo tiempo; de igual forma, nuestros hábitos de consumo son distintos: compras digitales que llegan a casa, aplicaciones de todo tipo que nos ahorran tiempo y esfuerzo de desplazarnos. Existe, pienso, una tendencia constante hacia el desarraigo a las cosas. En un contexto postnacional, ¿cómo recuperar el sentido de pertenencia a algo, empezando por lo local y lo material?
Ese tema me interesa bastante y estoy abocado a él últimamente porque tengo la misma necesidad de repensarlo. Frente a la desmaterialización y otra relación con el mundo, empezaron a surgir otras expresiones cada vez más fuertes de lo material. Después de décadas de tendencias hacia la desmaterialización, empezó a haber una reaparición de lo material. La tendencia a lo digital había negado la dimensión material, y ahora tal dimensión está volviendo a aparecer como lo negado de todas esas décadas: desde el resurgimiento del vinilo o de los eventos pequeños y la necesidad del contacto más directo en el mundo de la música, las microescenas, a la importancia que está tomando el cuerpo y sus dimensiones políticas. Después de décadas de estar pensando en la digitalización, las redes y la pérdida de lo corporal, de repente empieza a aparecer la importancia de nuestro padecimiento corporal. Me parece que esa misma tendencia del retorno de lo negado está ocurriendo igual con las nociones de lo globalizado y lo local. Durante varias décadas tanto en la dimensión cultural como en la política, la idea de lo local quedó bastante rezagada por estas ideas del internacionalismo y las redes globales. Actualmente hay fuertes indicios del resurgimiento de los vínculos comunicativos, de valorizar estancias de encuentros entre los cuerpos y esa capacidad irremplazable que tiene el cara a cara como potencia política y como potencia estética. Está volviendo a ser central de alguna manera. Veo que quizás puede llegar a haber una síntesis bastante interesante entre lo global y lo local, entre lo universal y lo particular. En el libro de xenofeminismos se habla muy bien de esa unión entre ambos. La idea de que no hay que abandonar ciertas discusiones globales, pero teniendo en cuenta que todo tiene su origen en las prácticas locales.
Fuente: www.latempestad.mx/ezequiel-fanego-casa-negra/

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