Libros diapasón, brújulas empecinadas, talismanes para ahuyentar el desconsuelo de la época

23 noviembre, 2025

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Una crónica sobre la celebración de los 20 años de Caja Negra Editora en Deseo, el sábado 15 de noviembre de 2025.

Por Elian Chali 

Caminando hacia allá con Agustina, coincidimos que no había estallado el verano, sino el infierno. En esas pocas cuadras desde su casa en Villa Urquiza hacia el destino en Villa Ortúzar, nuestros looks milimétricos comenzaron a destartalarse por ese calor insoportable que antecede a algunas tormentas. Sabés a qué me refiero: un estado de calma espeso que oficia de presagio, un aviso. Pero no es una notificación cualquiera, quiero decir que es bastante evidente, parece más una amenaza. Y sí, tiene que poder estimular nuestros umbrales saturados, nuestros sensores desorientados por el ruido de la época. Ruido de la época. 

Algunas imágenes comunes empiezan a circular entre nosotros y entre los que nos cruzaremos en tan solo unos minutos: esta noche se cae el cielo, van a caer baldazos, este calor es mala señal. Comentarios teñidos por tintura sagrada para enjuagarse las manos culpando a algún dios; como si nosotros, los mortales que horas más tarde huiremos despavoridos por el agua, no fuésemos responsables de esta catástrofe ambiental en la que estamos encerrados, como si estos volantazos meteorológicos en pleno noviembre fueran efectos exclusivos de aquello que todavía nombramos como naturaleza. 

Completamos nuestra travesía, llegamos a destino y aún lucíamos presentables en términos de vestimenta, no sin antes implorar que adentro hubiera aire acondicionado, un ventilador, agua fresca, algo para resistir la jornada. Una fila eterna nos indica la ubicación exacta y desde ella se escucha un festival de preguntas acerca del fenómeno: ¿acaso puede una editorial convocar igual que una estrella pop? ¿cómo recuperar el afán por celebrar con semejante crisis social? ¿Qué significa Caja Negra para esta generación? Interrogantes colmados de elucubraciones, expectativas y, por qué no, también de prejuicios. Qué hedor rancio que escupe la envidia. Dentro de mi persona apareció una pregunta en particular un poco insólita: ¿Estamos yendo a Deseo? ¿Estamos ingresando a las tripas del deseo? Sentí una suerte de crisis ontológica sobre qué forma tiene el deseo; si goza de un adentro y un afuera, si es un contorno o un circuito, si es sólido, líquido o gaseoso, o si puede, acaso, ser un mueble arquitectónico hermoso como este. Me parece una gran responsabilidad llamar a un lugar de esa manera, y también un gran atrevimiento al que han honrado elevando la vara de las guaridas nocturnas. Aunque luzca como una factoría industrial que resguarda una porción de la humanidad de la catástrofe fiel al estilo heredado del norte, Deseo se parece más al corazón de un reloj: preciso, sutil, elegante. No es una fábrica, es un artefacto a disposición del placer. El sonido, la puesta de luces, la distribución espacial, los baños siempre limpios, la calidez de sus trabajadores, todos condimentos fundamentales para posibilitar una atmósfera sin negociar la experiencia estética que tanto nos gusta a los oscuros como vos, como yo, como nosotros. Deseo está más cerca de ser un dildo que un venue, y otro gran dildo que bastante añoramos, motivo de la convocatoria y combustible de esta crónica, son los libros espectaculares de Caja Negra que el sábado 15 de noviembre a las 17:30 hs, con un calor insoportable propio del infierno, fueron motivo de celebración por sus primeros 20 años. 

Foto de Coni Rosman

Deseo está más cerca de ser un dildo que un venue, y otro gran dildo que bastante añoramos, motivo de la convocatoria y combustible de esta crónica, son los libros espectaculares de Caja Negra que el sábado 15 de noviembre a las 17:30 hs, con un calor insoportable propio del infierno, fueron motivo de celebración por sus primeros 20 años. 

Recordé cuando la adolescencia me escupió hacia la intemperie. Ansiaba ser adulto, saborear los jugos de lo permitido por fuera de la infancia, montarme al convoy de la libertad, salirme del encierro escolar. Aún no deseaba en ese momento; bah, mejor dicho, las ganas aún no se nombraban con palabras sofisticadas, o quizás era la torpeza de mi lenguaje escueto, no sé. Tenía la sensación de haberme liberado de las garras domiciliarias y de los compromisos familiares, el mundo entero era posible. Claro, todavía el dinero era un problema exclusivo de mis padres, el trabajo no desempeñaba el rol de martirio o de escasez, las responsabilidades soplaban suavecito, al menos para mí. Cumplir 20 años significó autorizarme a mí mismo a habitar mi propio sentido de la dignidad y una ventana posible para mirar los detalles de los días con mis propios ojos. 

Este festejo editorial o mejor dicho, artefactual o dildico o comunitario o fenomenológico o cultural o coyuntural me sumergió en una melancolía alegre sobre mis años mozos, aunque en mi corazón me siga sintiendo un niño. Qué belleza permanecer en los bordes de los terrenos inciertos de la vida, esa bisagra entre tiempos que sólo reconocemos a la distancia. Me gustaría preguntarle a Caja Negra que significa para ella ya no ser más una editorial adolescente. ¿La edad de las cosas funcionará igual que la edad de las personas?

Aunque podía imaginarlo, no dejó de sorprenderme el pedazo de labor intergeneracional de la propuesta a todo nivel. En el público había un rango etario que iba desde los cuatro meses de vida a los ochenta y cinco, noventa años. Definitivamente no era sólo consecuencia del evento: este corte diagonal era un reflejo de la amplia gama de lectores que no sólo se expresaba en la edad, sino también en sus autopercepciones, clase social, campos de interés, criterios de vestimenta, entre muchísimas otras formas inclasificables de vida. Caja Negra es una auténtica mezcolanza de curaduría fina que hace unos objetos maravillosos para lucir en bibliotecas o derribar paredes. Son libros diapasón, brújulas empecinadas, talismanes de papel para ahuyentar el desconsuelo de la época. Y no sólo soy yo –lector y víctima de sus encantos– franeleándolos por admiración, sino que dicho evento fue prueba de esta miscelánea. Cosa extraña: un encuentro para celebrar una editorial donde no entraba un alfiler; más de 1500 personas congregadas alrededor del pensamiento crítico e insistiendo en la lectura en plena ola antiintelectualista y con pedazo de crisis en el sector. En un contexto que amenaza con autodestruirse diariamente, este glitch excepcional de la realidad merece ser celebrado y hasta se puede comprender como una ilusión por un mundo distinto, la posibilidad de que la reflexión se vuelva pop y masiva, a ver si nos despabila un poco la zoncera, reavivar el fuego de las calenturas teóricas, muy a contrapelo de estos tiempos fascinados por la ignorancia, de volver a encantarnos con las discusiones y los disensos. En otras palabras, de encontrarnos: fin último y primero de todo objeto cultural.

Foto de Coni Rosman

Cosa extraña: un encuentro para celebrar una editorial donde no entraba un alfiler; más de 1500 personas congregadas alrededor del pensamiento crítico e insistiendo en la lectura en plena ola antiintelectualista y con pedazo de crisis en el sector.

Quisiera pasarlas por alto porque considero que se estaba festejando el laburo y el cuerpo puesto, la supervivencia editorial y la proeza para esquivar las balas de la mezquindad, propias de un proyecto que alcanza éxito desde abajo. Pero ahí dentro y durante ese tiempo, en las vísceras del deseo, pasaron muchísimas cosas que siento el deber de nombrarlas porque significaron un gran esfuerzo de producción y también dan cuenta de cómo a Malena, Diego, Ezequiel, Javiera y un montón más que aún no conozco pero sé que existen, les gusta celebrar. 

A los pocos minutos de dar puerta, largó la primera conversación de Lucrecia Martel presentando Un destino común, el último título lanzado por la editorial que reúne una serie de conferencias de la directora editadas por Pablo Marín y Malena Rey, quien la acompañó en el escenario. Con un público masivo, atento y ansioso sentado en el piso, Martel interrumpió los cuchicheos subiendo al escenario. Los aplausos y chiflidos generan un colchón sonoro propio del recibimiento a los ídolos pero yo, como fiel enfermo, me detengo en su bastón y reconozco una correspondencia tullida y me dan ganas de saber cómo vive su renguera, cómo tracciona su marcha, si acaso tiene una tara con la locomoción y la velocidad como tengo yo, aunque imagino que eso no vendrá al caso en esta tertulia. Habían preparado para la ocasión unos muebles estilo Mid-Century con almohadones tubulares blancos junto a mesitas bajas de patas curvas cromadas: el escenario daba la sensación de consultorio de psicoanálisis abierto y el living a un diván, los asistentes parecíamos intrusos en el inconsciente de nuestros referentes, un lujo inexplicable y morboso.

Expectantes por alguna palabra que nos localice en un paisaje prometedor, Martel no negoció la ternura y la sutileza de su discurso por artimañas pomposas y engañosas pero tampoco decepcionó; simplemente no dio la solución que muchos fuimos a buscar. En lo personal, me pareció un acto de generosidad, un modo de impugnar su figura de héroe sin falsa modestia. Tótem en vida que sabe gambetear las fuerzas misteriosas de su influencia. Las luces naranjas y tibias del lugar acompañaban el candor de su conferencia que no por dulce perdía tenacidad, y nos hizo saber que a la expectativa por alguna palabra que la localice en un paisaje prometedor ella la espera de quienes la escuchan, ven sus películas, leerán su flamante publicación. Aunque no estoy seguro de sus dotes y preferencias de baile, pude escuchar y ver un gran ingenio para danzar la musicalidad del lenguaje y no apelar a la torpeza masculina del choque discursivo. Yo, y creo que muchos más, agradecidos de que no baje línea y se edifique en monumento, algo muy, muy difícil de encontrar cuando de ídolos se trata. Me quedé con una frase de ella que me dio ganas de vivir: “La belleza del mundo no se extingue con la vejez.”

Malena, de melenas parecidas con Martel, tenía bien conocido el proceso del libro y acompañó deliciosamente, permitiendo que aparezcan los detalles a partir de sutiles señalamientos. 

Martel no negoció la ternura y la sutileza de su discurso por artimañas pomposas y engañosas pero tampoco decepcionó; simplemente no dio la solución que muchos fuimos a buscar. Me quedé con una frase de ella que me dio ganas de vivir: “La belleza del mundo no se extingue con la vejez.”

Fue una charla muy esperada para un público hambriento que recién calentaba sus cubiertos neuronales. Sin abrir preguntas a la audiencia, en unos 45 minutos llegó el primer break. Este dio paso a una serie de lecturas performáticas: Baigorria leyendo una carta a Burroughs, Albertina Carri a Helen Hester, Rosa Chancho haciendo de las suyas y otras más que tampoco pude escuchar, la cháchara vencía todo silencio y resultaba imposible evitarla. Es que teníamos ganas de charlar, no hay con qué darle. En el fumadero de la terraza de Deseo, al que vamos cuando necesitamos respirar del tugurio, se instaló un espacio de juego y pensamiento llamado Caja Lila para niños de 5 a 12 años coordinado por Seba Rey y Montarosa. Los que querían fumar tuvieron que arreglárselas de otra manera porque ahora había otros protagonistas ocupando su lugar. Niños se divertían, xadres sin niñeras agradecían. Un gesto atento que vuelve sobre el asunto del tiempo y la convivencia generacional para saldar toda excusa posible de cara al festejo.

A pesar de las grandes turbinas de aire frío, el tufo nos abrigaba contorneando un safe place bien parecido al de los antros sexuales. Esto activó la confianza del diálogo haciendo llevadera la jornada frente a tanto contenido sesudo que los editores tenían para compartir. Con apariciones espectrales a tono con la agenda de la editorial, se los pudo escuchar saludando a John Waters, McKenzie Wark y Bifo Berardi desde una pantalla enorme que teloneaba de fondo para el teatro del pensamiento. Me sentí en una fiesta de 15 de raros, un sueño retroactivo hecho realidad. 

Entre cafecitos y tortas deliciosas, llegó el turno de la última conversación: Presentemanía por Simon Reynolds y su hijx Kieran Press-Reynolds entrevistados por Pablo Schanton y Antonia Kon. Para poder sortear las barreras idiomáticas, se encontraban disponibles dispositivos de traducción simultánea con esos auriculares anticuados junto a un walkie-talkie loco que aparateaban la charla de nostalgia, bien en sintonía con los temas discutidos. La intergeneracionalidad se hizo presente otra vez: propusieron merodear el contraste entre los Old Farts, equipo de Schanton y Reynolds padre, y los Brainrots, Reynolds hijx y Kon. Tengo la sensación de que esta, al igual que todas las conversaciones de la jornada, giró en torno al problema del tiempo como un modo de tratar de comprender el presente y no sólo abordado desde su contenido sino también desde su forma. El tiempo cumpliendo su cometido como régimen, desafío y contraseña de la época. Me pareció lindo gesto de inversión ubicar primero en la grilla a Martel, que es la más reciente autora de la editorial, y ubicar último en el evento a Reynolds, que fue la primera traducción que realizaron años atrás. Un bucle escurridizo para insistir con sutilezas los temas que convocan a los editores. Y aunque Schanton no fue un entrevistador retirado de la escena, no dejó de mostrar asombro por Reynolds, que da la sensación de padre que sí presta sus vinilos y revistas como si fueran tesoros inhallables. Fue amorosa en sentido de reconocimientos cruzados a pesar de la presentación de los libros. Eso también dio más oxígeno para considerar que el encuentro no celebraba algunos autores en puntual, sino el proyecto editorial que, aunque ya sea enorme, transnacional, plurilingüe y multitemático, no pierde la irreverencia y el entusiasmo de la amistad. 

La intergeneracionalidad se hizo presente otra vez: propusieron merodear el contraste entre los Old Farts, equipo de Schanton y Reynolds padre, y los Brainrots, Reynolds hijx y Kon. Tengo la sensación de que esta, al igual que todas las conversaciones de la jornada, giró en torno al problema del tiempo como un modo de tratar de comprender el presente y no sólo abordado desde su contenido sino también desde su forma.

Luego de la firma de ejemplares que dio cierre a la jornada, los Caja Negra invitaron a sus cercanos a brindar en la terraza fumadera, ahora sin niñxs. En ese reducto de gente ya se distinguen mejor las figuras presentes que iban desde al arte y la política hasta personajes notables de la actualidad. ¡Qué mezcolanza! A Malena, Diego, Ezequiel, Javiera y un montón más que aún no conozco pero sé que existen, se los ve agotados pero felices. Soplaron las velitas sobre una torta amorfa de hongos extraños hecha por la gran Manuela Donnet, bruja fúngica que deleita nuestros paladares con sus podredumbres hace años. Se siente un júbilo generalizado, y en un momento de disociación, propio del cansancio con el que arribé a la noche, me respondí la pregunta sobre si se podía festejar en un contexto que amenaza con autodestruirse diariamente y por un rato, al menos por un rato, sentí que sí. No sólo que se podía, sino que lo debíamos hacer. Si los humanos nos reunimos a planear cómo vamos a vivir y cómo vamos a morir, también tenemos la responsabilidad de dar cuenta de nuestra supervivencia a través del festejo, que no es poca cosa y bastante vida cuesta, que bailar en un mundo que tambalea es un poema irreverente. 

No sé a qué adjudicar mi asombro, si al cacho de celebración que se mandaron, a mi provincianismo que se maravilla con las luces capitalinas o a mi talla, que me hace ver todo desde abajo, aunque tampoco es importante. Lo que sí sé es que esta gente no sólo marca agenda, hace objetos maravillosos y produce eventos que rompen el gualicho triste del presente, sino que además hacen comunidad: en esta fragmentación inexorable, en este individualismo sulfatado, en esta velocidad delirante, eso es mucho.

Caminando hacia acá con Agustina, coincidimos que no se había caído el cielo, había estallado el paraíso.

Elian Chali (1988, Córdoba) es artista, militante e investigador independiente. Sus prácticas van desde la pintura expandida, la fotografía y la escritura hasta el activismo social y la curaduría en proyectos comunitarios. Con 4 exposiciones individuales y numerosas colectivas, sus proyectos se pueden encontrar en Argentina, Australia, Bélgica, Brasil, Canadá, Chipre, Cuba, Costa Rica, Emiratos Árabes Unidos, España, Estados Unidos, Francia, Alemania, Italia, Inglaterra, Marruecos, México, Polonia, Portugal, Paraguay, Perú, Rusia, República Dominicana, Uruguay, Ucrania, Taiwán, entre otros.

Sus investigaciones recientes abordan las políticas de representación del cuerpo en la cultura y la sociedad, la liberación sexual y la intersección entre formas singulares de supervivencia en contextos urbanos. Ha publicado Hábitat (2016), Barrio Muerto (2018), Interín, Desvaríos sobre la cultura pre, durante y ¿post? pandemia junto a José Heinz (2020), Nadie sabe lo que puede un cuerpo que no puede (2022) y Una feta gris de nada (2023).

Como militante del colectivo de personas con discapacidad forma parte de Torceduras&Bifurcaciones, foro de corporalidades políticas. También habita Hotel Inminente, adhiere a AVAA y participa de organizaciones que abordan las problemáticas de violencia institucional y el aparato represivo del Estado.