RESET. CRÓNICA DE LA PSICODEFLACIÓN #2

RESET. CRÓNICA DE LA PSICODEFLACIÓN #2

Por Franco “Bifo” Berardi

15 de marzo

En el silencio de la mañana, las palomas perplejas miran hacia abajo desde los techos de la iglesia y parecen atónitas. No alcanzan a explicarse el desierto urbano.

Yo tampoco.

Leo los borradores de Offline de Jess Henderson, un libro que saldrá en algunos meses (en fin, debería salir, ya se verá). La palabra «offline» adquiere un relieve filosófico: es un modo de definir la dimensión física de lo real en oposición, es más, en sustracción, a la dimensión virtual.

Reflexiono acerca del modo en que está mutando la relación entre offline y online durante la propagación de la pandemia. E intento imaginar el después.

En los últimos treinta años, la actividad humana ha cambiado profundamente su naturaleza relacional, proxémica, cognitiva: un número creciente de interacciones se ha desplazado de la dimensión física, conjuntiva –en la que los intercambios lingüísticos son imprecisos y ambiguos (y por lo tanto infinitamente interpretables), en la que la acción productiva involucra energías físicas, y los cuerpos se rozan y se tocan en un flujo de conjunciones– a la dimensión conectiva, en la que las operaciones lingüísticas son mediadas por máquinas informáticas, y por lo tanto responden a formatos digitales, la actividad productiva es parcialmente mediada por automatismos, y las personas interactúan cada vez más densamente sin que sus cuerpos se encuentren. La existencia cotidiana de las poblaciones ha sido cada vez más concatenada por dispositivos electrónicos relacionados con enormes masas de datos. La persuasión ha sido reemplazada por la impregnación, la psicósfera ha sido inervada por los flujos de la infósfera. La conexión presupone una exactitud lampiña, sin pelos y sin polvo, una exactitud que los virus informáticos pueden interrumpir, desviar, pero que no conoce la ambigüedad de los cuerpos físicos ni goza de la inexactitud como posibilidad.

Ahora, he aquí que un agente biológico se introduce en el continuum social haciéndolo implosionar y obligándolo a la inactividad. La conjunción, cuya esfera se ha reducido en gran medida por las tecnologías conectivas, es la causa del contagio. Juntarse en el espacio físico se ha vuelto el peligro absoluto, que debe evitarse a toda costa. La conjunción debe ser activamente impedida.

No salir de casa, no ir a encontrarse con los amigos, mantener una distancia de dos metros, no tocar a nadie en la calle…

Se verifica aquí entonces (es nuestra experiencia de estas semanas) una enorme expansión del tiempo vivido online; no podría ser de otra manera porque las relaciones afectivas, productivas, educativas deben ser transferidas a la esfera en la que no nos tocamos y no nos juntamos. Ya no existe ninguna red social que no sea puramente conectiva.

Pero entonces ¿qué? ¿Qué sucederá después?

¿Y si la sobrecarga de conexión termina por romper el hechizo?

Quiero decir: tarde o temprano la epidemia desaparecerá (siempre que esto suceda, en Italia tal vez el 25 de abril): ¿no tenderemos quizás a identificar psicológicamente la vida online con la enfermedad? ¿No estallará tal vez un movimiento espontáneo de acariciamiento que induzca a una parte consistente de la población joven a apagar las pantallas conectivas transformadas en recuerdo de un período desgraciado y solitario?

No me tomo demasiado en serio, pero lo pienso.

16 de marzo

La Tierra se está rebelando contra el mundo. La contaminación disminuye de manera evidente. Lo dicen los satélites que envían fotos de China y de la Padania completamente diferentes a las que enviaban hace dos meses, me lo dicen también mis pulmones que hace diez años que no respiraban tan bien –desde que me diagnosticaron un asma severa causada en gran parte por el aire de la ciudad.

17 de marzo

El colapso de las bolsas de valores es tan grave y persistente que ya no es noticia.

El sistema bursátil se ha convertido en la representación de una realidad desaparecida: la economía de la oferta y de la demanda está trastornada y permanecerá durante mucho tiempo indiferente a la cantidad de dinero virtual que circula en el sistema financiero. Pero esto significa que el sistema financiero está perdiendo su control: en el pasado, las fluctuaciones matemáticas determinaban la cantidad de riqueza a la que cada uno podía tener acceso. Ahora no determinan más nada.

Ahora la riqueza ya no depende del dinero que tengamos, sino de lo que pertenece a nuestra vida mental.

Debemos reflexionar sobre esta suspensión del funcionamiento del dinero, porque quizás aquí esté la piedra angular para salir de la forma capitalista: romper definitivamente la relación entre trabajo, dinero y acceso a los recursos.

Afirmar una concepción diferente de la riqueza: la riqueza no es la cantidad de equivalente monetario que tengo, sino la calidad de vida que puedo experimentar.

Debemos reflexionar sobre esta suspensión del funcionamiento del dinero, porque quizás aquí esté la piedra angular para salir de la forma capitalista: romper definitivamente la relación entre trabajo, dinero y acceso a los recursos.

La economía está entrando en una fase recesiva, pero esta vez no sirven de mucho las políticas de apoyo a la oferta, ni las políticas de apoyo a la demanda. Si las personas tienen miedo de ir a trabajar, si la gente muere, no se puede reactivar ninguna oferta. Y si estamos encerrados en casa, no se puede reactivar ninguna demanda.

Un mes, dos meses, tres meses… Son suficientes para bloquear la máquina, y este bloqueo tendrá efectos irreversibles. Aquellos que hablan de vuelta a la normalidad, aquellos que piensan que se puede reactivar la máquina como si nada hubiera sucedido, no entendieron bien qué es lo que está sucediendo.

Será cuestión de inventar todo de nuevo, para que la máquina vuelva a funcionar. Y nosotros tenemos que estar allí, listos para impedir que funcione como lo ha hecho durante los últimos treinta años: la religión del mercado y el liberalismo privatista deben ser considerados crímenes ideológicos. Los economistas que hace treinta años nos prometen que la cura para toda enfermedad social es el recorte del gasto público y la privatización deberán ser aislados socialmente; si intentan abrir la boca de nuevo, deberán ser tratados por lo que son: idiotas peligrosos.

Un mes, dos meses, tres meses… Son suficientes para bloquear la máquina, y este bloqueo tendrá efectos irreversibles. Aquellos que hablan de vuelta a la normalidad, aquellos que piensan que se puede reactivar la máquina como si nada hubiera sucedido, no entendieron bien qué es lo que está sucediendo.

En las últimas dos semanas leí Cara de pan de Sara Mesa, Lectura fácil de Cristina Morales y la escalofriante Canción dulce de la horrible Leila Slimani. Ahora estoy leyendo a una escritora azerí que habla de Bakú a principios del siglo XX, de las riquezas repentinamente acumuladas con el petróleo, y de su familia muy rica a la cual la revolución soviética le quitó todas las propiedades.

Este año, más por casualidad que por elección, leí solamente escritoras, comenzando con la maravillosa novela de Négar Djavadi llamada Desoriental, una historia de exilio y de violencia islamista, de soledad y de nostalgia.

Pero ahora basta con las mujeres y suficiente con los dramas de la humanidad.

Y entonces fui a buscar un libro relajante, que es el Orlando Furioso leído por Italo Calvino. Cuando enseñaba, siempre lo recomendaba a los jóvenes, y les leía algunos capítulos. Lo habré leído diez veces, pero lo releo siempre con mucho gusto.

18 de marzo

Hace unos años, con mi amigo Max (e inspirado por mi amigo Mago), publiqué una novela que no sabíamos cómo llamar. Nos gustaba el título KS, o bien el título Gerontomaquia. Pero el editor que publicó el libro (después de que comprensiblemente muchos lo habían rechazado) impuso un título bastante feo pero ciertamente más popular: Muerte a los viejos. El libro se vendió muy poco pero contaba una historia que ahora me parece interesante. Estalla una especie de epidemia inexplicable: jóvenes de trece, catorce años matan a los viejos, primero algunos casos aislados, luego cada vez más frecuentes y luego en todas partes. Ahorro los detalles y los misterios técnico-místicos de la historia. El hecho es que los jóvenes mataban a los viejos porque suavizaban el aire con sus tristezas.

Esta noche me vino a la mente que toda esta historia del coronavirus se podría leer metafóricamente así: el 15 de marzo del año pasado, millones de muchachas y muchachos salieron a las calles gritando: nos hicieron nacer en un mundo donde no se puede respirar, nos han apestado la atmósfera, deténganse ya, reduzcan el consumo de petróleo y de carbón, reduzcan las partículas finas. Quizás esperaban que los poderosos del mundo escucharan sus súplicas. Pero como sabemos, terminaron decepcionados: la Cumbre Climática de Madrid de diciembre, el último de los innumerables eventos internacionales en los que se discute sobre la reducción del cambio climático, fue tan solo el enésimo fracaso. La emisión de sustancias tóxicas no ha disminuido en absoluto en la última década, el calentamiento global ha seguido adelante alegremente. Las grandes corporaciones del petróleo, del carbón y del plástico no piensan detenerse. Y entonces los jóvenes en cierto punto se enfurecen y hacen una alianza con Gea, la divinidad que protege el planeta Tierra. Juntos lanzan una matanza de advertencia, y los viejos comienzan a morir como moscas.

Finalmente todo se detiene. Y un mes más tarde, los satélites fotografían una Tierra muy diferente de la que había antes de la gerontomaquia.

19 de marzo

Al no tener televisión, sigo los acontecimientos en Internet: CNN, The Guardian, Al Jazeera, El pais… Luego, a la hora del almuerzo escucho las noticias de Radio Popolare.

El mundo ha desaparecido de la información, solo existe el coronavirus. Hoy en el informativo de la radio no había una noticia que no se refiriera a la epidemia. Un amigo de Barcelona me cuenta que habló con un redactor de la televisión nacional española: parece que cuando mandan noticias sobre algo que no es el contagio, la gente llama por teléfono enfurecida, y alguien insinúa que están ocultando algo…

Entiendo la necesidad de mantener la atención del público concentrada en las medidas de prevención, entiendo que es necesario repetir cien veces al día que hay que quedarse en casa. Pero este tratamiento mediático tiene un efecto ansiógeno absolutamente innecesario; además, se ha vuelto casi imposible saber lo que está sucediendo en Siria del norte. Hace unos días en Idlib ocho escuelas fueron bombardeadas en un solo día.

¿Y qué está sucediendo en la frontera greco-turca? ¿Y no hay más barcos llenos de africanos en el Mediterráneo que corran el riesgo de hundirse o que sean detenidos y enviados de vuelta a los campos de concentración libios? Hay, hay: de hecho, para ser precisos, justamente ayer logré encontrar la noticia de un barco con ciento cuarenta personas a bordo que la guardia costera maltesa envió de regreso.

Para su conocimiento, aquí hay una lista parcial, desde el 1 de marzo hasta hoy, de lo que está sucediendo en el mundo, además de la epidemia. Desde el sitio web de PeaceLink transcribo los conflictos armados que no se han detenido en estas últimas tres semanas, mientras nosotros creíamos que nadie podía salir de casa:

Libia: estallan violentos enfrentamientos en todo el norte a medida que las fuerzas del Ejército Nacional de Libia (LNA) intentan avanzar. Las fuerzas de Haftar bombardean dos escuelas en Trípoli. República Democrática del Congo: al menos 17 muertos en enfrentamientos con las Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF) en Beni. Somalia: cinco miembros de al-Shabaab murieron en un ataque aéreo estadounidense. Nigeria: seis muertos en un ataque de Boko Haram a la base militar en Damboa. Afganistán: las fuerzas talibanes y afganas se enfrentan en la provincia de Balkh. Tailandia: un soldado muerto y otros dos heridos en enfrentamientos con militantes en el sur. Indonesia: cuatro rebeldes del Ejército de Liberación de Papua Occidental (WPLA) murieron en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad en la región de Papua. Yemen: 11 muertos en enfrentamientos entre rebeldes hutíes y el ejército yemení en Taiz. 14 rebeldes hutíes asesinados en enfrentamientos con las fuerzas del gobierno yemení en la provincia de Al-Hudaydah. Turquía: un caza turco derriba un avión de guerra sirio sobre Idlib. Siria: 19 soldados sirios muertos en ataques de drones turcos.

Un amigo me envió el video de una fila de camiones militares en Bérgamo.

Es de noche, proceden lentamente. Llevan al crematorio unos sesenta ataúdes.

20 de marzo

Me despierto, me afeito la barba, tomo pastillas para la hipertensión, enciendo la radio… Mierda… La musiquita del himno nacional. Explíquenme qué tienen que hacer los himnos nacionales en esta ocasión.

¿Por qué resucitar el orgullo nacional? Ese himno llevó a los soldados a Caporetto, donde murieron cien mil [N. del T.: se refiere a la Batalla de Caporetto o Kobarid, librada en 1917 durante la Primera Guerra Mundial en la frontera austroitaliana entre Italia y los Imperios Centrales].

Apagué la radio y me afeité en silencio. De tumba.

Jun Fujita Hirose es un amigo japonés que escribe libros sobre cine. En las últimas semanas viajó para presentar la edición en español de su libro Cine-Capital. Al regresar de Buenos Aires pensaba detenerse en Madrid y en Bolonia, donde Billi y yo lo estábamos esperando. Es una persona muy agradable e ingeniosa, y hospedarlo unos días es un placer, cada vez que pasa por Italia, aproximadamente una vez al año.

Cuando llegó a Madrid, la infección estaba explotando en la ciudad, por lo que se vio obligado a detenerse allí, donde es huésped de otro queridísimo amigo, Amador Fernández-Savater. Así que ahora pasan el tiempo juntos, y envidio un poco a Amador porque Jun es también un excelente cocinero y me gusta la cocina japonesa. Hacen un poco de cine debate por la noche, y hace unas noches vieron La Cosa de Carpenter, una película que viene como anillo al dedo. Entonces Amador escribió un artículo que leí en la revista argentina Lobo Suelto. Amador escribe: «La Cosa es una ocasión para el pensamiento. Debemos pensar la epidemia como una interrupción. Una interrupción de los automatismos, de los estereotipos, de lo que damos por descontado: la salud y la sanidad, las ciudades y la alimentación, los vínculos y los cuidados, es preciso repensarlo todo de nuevo».

Cuando termine la cuarentena –si termina, y no se ha dicho que terminará–, estaremos en una especie de desierto de reglas, pero también en una especie de desierto de automatismos.

La voluntad humana reconquistará entonces un papel ciertamente no dominante con respecto al azar (la voluntad humana nunca ha sido determinante, como nos enseña el virus), pero sí significativo. Podremos reescribir las reglas y romper los automatismos. Pero esto no sucederá pacíficamente, es bueno saberlo.

No podemos prever qué formas asumirá el conflicto, pero debemos comenzar a imaginarlo. Quien imagina primero gana: esta es la ley universal de la Historia.

Al menos eso creo.

No podemos prever qué formas asumirá el conflicto, pero debemos comenzar a imaginarlo. Quien imagina primero gana: esta es la ley universal de la Historia.

 

21 de marzo

Cansancio, debilidad física, leve dificultad para respirar. No es una novedad, me sucede a menudo. Es culpa de las píldoras para la hipertensión y también culpa del asma, que ha sido amable conmigo en el último mes, tal vez porque no quiere asustarme con síntomas ambiguos.

Jornada de sol dulce y cielo límpido en este espléndido primer día de primavera.

Me escribe una amiga de Buenos Aires:

«Llegó el terror,
se huele desde la ventana
contundente como una flor cualquiera.»

22 de marzo

El vicepresidente de la Cruz Roja china, Yang Huichuan, llegó a Italia, acompañado por los doctores Liang Zongan y Xiao Ning, profesor de medicina pulmonar en el Hospital de Sichuan y subdirector del Centro Nacional para la Prevención, respectivamente. Cincuenta y ocho médicos expertos en enfermedades infecciosas llegaron de Cuba.

Hace pocos días, el Ministro de Economía alemán, Peter Altmaier, respondió a una solicitud de Trump excluyendo la posibilidad de la cesión de los derechos exclusivos sobre el desarrollo de una vacuna contra el coronavirus estudiado por una empresa privada en Tubinga. Según los avances publicados ayer por Die Welt, Estados Unidos había propuesto a la compañía farmacéutica alemana CureVac, que está desarrollando la vacuna, la cifra de mil millones de dólares para adquirir el derecho de industrializar y, por lo tanto, vender el producto en exclusividad una vez disponibles y terminadas las pruebas.

En exclusiva. America First. En el país de Trump, se multiplican en los últimos días las filas frente a los negocios de venta de armas. Además de whisky y papel higiénico, compran armas. Disciplinadamente, mantienen la distancia reglamentaria de un metro, de modo que las filas se pierden en el horizonte.

Mientras tanto, el Partido Demócrata derrota a Sanders y mata la esperanza de que se pueda cambiar el modelo que ha reducido la vida de este modo.

Y el 81% de los republicanos continúa apoyando a la bestia rubia Trump.

No sé qué sucederá después del fin del flagelo, sin embargo hay algo que me parece ver claro: la humanidad entera desarrollará en relación al pueblo estadounidense el mismo sentimiento que se extendió después de 1945 en relación al pueblo alemán: enemigos de la humanidad.

Estaba mal entonces, porque muchos alemanes antinazis habían sido perseguidos, asesinados, exiliados; y está mal ahora, porque millones de jóvenes estadounidenses apoyan al candidato socialista a la presidencia mientras, naturalmente, no termina de ser eliminado por la máquina del dinero y de los medios de comunicación.

Pero poco importa si está bien o mal. No es una cuestión política: el horror no se decide racionalmente, se siente involuntariamente. Horror por esa nación nacida del genocidio, la deportación y la esclavitud.

23 de marzo

El médico que ha tratado mis oídos durante quince años es un profesional de extraordinaria agudeza diagnóstica y es también un cirujano excepcional: me ha operado seis veces en diez años, y cada operación tuvo un resultado impecable, permitiéndome prolongar durante quince años mi capacidad auditiva. Hace unos años decidió abandonar el hospital público en el que operaba, y desde ese momento tuve que ir a una clínica privada para poder aprovechar su habilidad. Como no entendía por qué había tomado esa decisión, me dijo sin muchas vueltas: el sistema público está cerca del colapso a causa de los recortes debidos a la situación financiera.

Es por eso que el sistema de salud italiano está por el piso, es por eso que el diez por ciento de los médicos y paramédicos contrajeron la infección, es por eso que las unidades de terapia intensiva no son suficientes para tratar a todos los enfermos. Porque quienes gobernaron en las últimas décadas siguieron los consejos de criminales ideológicos como Giavazzi, Alesina y compañía [N. del T: Francesco Giavazzi y Alberto Alesina, economistas italianos, activos y mediáticos promotores del neoliberalismo y sus recetas de austeridad, privatizaciones y reformas estructurales] ¿Estos sinvergüenzas continuarán escribiendo sus editoriales? Si el coronavirus nos obligó a aceptar el arresto domiciliario para toda la población, ¿es demasiado pedir que estos individuos tengan inhabilitado el acceso a la palabra pública?

No sé si saldremos vivos de esta tempestad, pero en ese caso la palabra «privatización» deberá ser catalogada en el mismo registro en el que se encuentra la palabra «Endlösung» [N. del T.: Solución Final].

La devastación producida por esta crisis no deberá ser calculada en los términos de la economía financiera. Tendremos que evaluar los daños y las necesidades sobre la base de un criterio de utilidad. No debemos plantearnos el problema de hacer que cierren las cuentas del sistema financiero, sino que debemos proponernos garantizar a cada persona las cosas útiles que todos necesitamos.

¿A algunos no les gusta esta lógica porque les recuerda al comunismo? Bueno, si no existen palabras más modernas usaremos todavía esa, tal vez antigua pero siempre muy bella.

¿Dónde encontraremos los medios para afrontar la devastación? En las arcas de la familia Benetton, por ejemplo, en las arcas de aquellos que se aprovecharon de políticos serviles para apropiarse de bienes públicos transformándolos en instrumentos de enriquecimiento privado, y dejándolos decaer hasta el punto de matar a cuarenta personas que pasan por un puente genovés [N. del T.: la referencia es al derrumbe del puente Morandi en Génova, ocurrido el 14 de agosto de 2018, que tuvo como saldo a la fecha 43 muertes y el destape de una trama de desidia estatal y negociados privados. El mantenimiento del puente era responsabilidad del grupo Atlantia, manejado por la familia Benetton].

La devastación producida por esta crisis no deberá ser calculada en los términos de la economía financiera. Tendremos que evaluar los daños y las necesidades sobre la base de un criterio de utilidad. No debemos plantearnos el problema de hacer que cierren las cuentas del sistema financiero, sino que debemos proponernos garantizar a cada persona las cosas útiles que todos necesitamos.

En la revista Psychiatry On Line, Luigi D’Elia escribió un artículo titulado «La pandemia es como un Tratamiento de Salud Obligatorio». Recomiendo calurosamente su lectura, y me limito a una breve síntesis.

El TSO se practica cuando las condiciones psíquicas de una persona la vuelven peligrosa para sí misma o para otros, pero todo psiquiatra inteligente sabe bien que no es una terapia aconsejable; de hecho, no es realmente una terapia. D’Elia nos aconseja a todos los que estamos en reclusión transformar la actual condición preventiva obligatoria en una condición activamente terapéutica, pasando de TSO a TSV (Tratamiento de Salud Voluntario); decimos por lo tanto que debemos transformar nuestro estado de detención necesaria en un proceso de autoanálisis abierto al autoanálisis de otras personas.

Creo que esta es la sugerencia no solo psicológicamente más aguda, sino también políticamente más sagaz que leí hasta ahora. Transformemos la condición de reclusión en una asamblea de autoanálisis de masas. D’Elia sugiere algo más preciso: el objeto de la atención analítica debe ser esencialmente el miedo. «El miedo, si está bien enfocado, es el principal impulsor del cambio. Jung lo dice claramente: “donde hay miedo, ahí está la tarea”», escribe.

¿Qué objeto tiene el miedo?

Tiene más de uno: miedo a la enfermedad, miedo al tedio y miedo a lo que será el mundo cuando salgamos de casa.

Pero dado que el miedo es un motor de cambio, lo que debemos hacer es crear las condiciones para que el cambio sea consciente.

El tedio puede ser elaborado de una manera psicológicamente útil, porque, como dice también D’Elia, «el tedio no es la apatía. La apatía es resignación en la impotencia, es calma absoluta, inercia. El tedio es inquietud, es interiormente muy vital, es insatisfacción, intranquilidad. El tedio despotrica: no es aquí donde debería estar, ¡esto no es para nada lo que tengo que hacer! ¡Tengo que estar en otro lugar para hacer otra cosa!».

Catorce de veintiséis países europeos han decidido cerrar sus fronteras. ¿Qué queda de la Unión? Lo que queda de la Unión es el Eurogrupo que se reunió hoy para discutir las medidas a tomar para hacer frente al previsible colapso de la economía europea.

Se enfrentan dos tesis: la de los países más afectados por el virus, que piden poder hacer operaciones de gasto público no vinculadas al criminal pacto fiscal basado en el equilibrio presupuestario que la improvisada clase política italiana ha constitucionalizado.

Holandeses, alemanes y otros fanáticos responden que no, que se puede gastar pero solo a condición de hacer las reformas. ¿A qué se refieren? ¿Por ejemplo, a la reforma del sistema de salud, que reduzca aún más las unidades de terapia intensiva y los salarios de los trabajadores hospitalarios?

El fanático más fanático de todos me parece que es este lúgubre Dombrovskis [N. del T.: Valdis Dombrovskis, ex primer ministro de Letonia y actual vicepresidente de la Comisión Europea], que debería conseguirse un empleo en una funeraria, ya que tiene el physique du role y se trata de un sector del que, gracias a aquellos como él, cada vez hay más necesidad de sus servicios.

24 de marzo

Mientras que en Italia Confindustria [N. del T.: la Confederación General de la Industria Italiana, principal agrupamiento empresarial del país] se opone al cierre de las empresas no esenciales, es decir, sostienen la movilización diaria de millones de personas obligadas a exponerse al peligro de infección, la pregunta que está surgiendo es la de los efectos económicos de la pandemia. En la portada del New York Times, un editorial de Thomas Friedman lleva el muy elocuente título «Get America back to work – and fast». [Hagamos que América vuelva al trabajo, y rápido].

Todavía no se ha detenido nada, pero ya los fanáticos están preocupados por hacerlo rápido, por volver pronto a trabajar y, sobre todo, por volver a trabajar como antes.

Friedman (y Confindustria) tienen un excelente argumento a su favor: un bloqueo prolongado de las actividades productivas acarreará consecuencias inimaginables desde un punto de vista económico, organizativo e incluso político. Todos los peores escenarios pueden ocurrir en una situación en la que las mercancías comienzan a agotarse, en la que la desocupación se extiende, etc.

Por lo tanto, el argumento de Friedman debe ser considerado con la debida prudencia, y luego desestimado con habilidad. ¿Por qué? No solo por la obvia razón de que, si se detienen las actividades durante dos semanas y luego se regresa a la fábrica como antes, la epidemia se reanudará con una furia renovada que matará a millones de personas y devastará a la sociedad para siempre. Esta es solo una consideración marginal, desde mi punto de vista.

La consideración que me parece más importante (de la que tendremos que desarrollar sus implicaciones en las semanas y los meses próximos) es precisamente esta: no debemos volver nunca más a la normalidad.

La normalidad es lo que ha vuelto al organismo planetario tan frágil como para abrir el camino a la pandemia, para empezar.

Incluso antes de que estallara la pandemia, la palabra «extinción» había comenzado a despuntar en el horizonte del siglo. Incluso antes de la pandemia, el año 2019 había mostrado un impresionante crecimiento de colapsos ambientales y sociales que culminaron en noviembre en la pesadilla irrespirable de Nueva Delhi y en el terrible incendio de Australia.

Los millones de jóvenes que marcharon por las calles de muchas ciudades el 15 de marzo de 2019 para pedir la detención de la máquina de muerte ahora han obtenido algo: por primera vez las dinámicas del cambio climático se han interrumpido.

Tras un mes de lockdown, el aire padano se ha vuelto respirable. ¿A qué precio? A un precio altísimo que ahora se paga en vidas perdidas y en miedo desenfrenado, y que mañana se pagará con una depresión económica sin precedentes.

Pero este es el efecto de la normalidad capitalista. Volver a la normalidad capitalista sería una idiotez tan colosal que la pagaríamos con una aceleración de la tendencia a la extinción. Si el aire padano se ha vuelto respirable gracias al flagelo, sería una idiotez colosal reactivar la máquina que hace que el aire padano sea irrespirable, cancerígeno y, en última instancia, presa fácil de la próxima epidemia viral.

Este es el tema en el que debemos comenzar a pensar, rápida y desprejuiciadamente.

La pandemia no provoca una crisis financiera. Por supuesto, las bolsas de valores caen a pique y continuarán cayendo, y alguien propone cerrarlas (provisoriamente).

«Lo impensable» es el título de un artículo de Zachary Warmbrodt publicado en POLITICO, en el que se examina con terror la posibilidad de cerrar las bolsas.

Pero la realidad es mucho más radical que las hipótesis más radicales: las finanzas ya han cerrado, aun si las bolsas permanecen abiertas, y los especuladores ganan su dinero sucio apostando a la bancarrota y la catástrofe, como han hecho los senadores republicanos Barr y Lindsay.

La crisis que vendrá no tiene nada que ver con la de 2008, cuando el problema era generado por los desequilibrios de las matemáticas financieras. La depresión por venir depende de la intolerancia del capitalismo para el cuerpo humano y para la mente humana.

La crisis en curso no es una crisis. Es un Reset. Se trata de apagar la máquina y volver a encenderla después de un tiempo. Pero cuando la reiniciemos, podemos decidir que funcione como antes, con la consecuencia de encontrarnos de vuelta dentro de nuevas pesadillas. O podemos decidir reprogramarla, de acuerdo con la ciencia, la conciencia y la sensibilidad.

Cuando esta historia termine (y nunca terminará en cierto sentido, porque el virus podrá retroceder pero no desaparecer, y podremos inventar vacunas, pero los virus mutarán) entraremos de todos modos en un período de depresión extraordinaria. Si pretendemos volver a la normalidad, tendremos violencia, totalitarismo, masacres y la extinción de la raza humana para finales del siglo.

Esa normalidad no debe volver.

La crisis en curso no es una crisis. Es un Reset. Se trata de apagar la máquina y volver a encenderla después de un tiempo. Pero cuando la reiniciemos, podemos decidir que funcione como antes, con la consecuencia de encontrarnos de vuelta dentro de nuevas pesadillas. O podemos decidir reprogramarla, de acuerdo con la ciencia, la conciencia y la sensibilidad.

No debemos preguntarnos qué es bueno para las bolsas de valores, para la economía de la deuda y del lucro. Las finanzas se han ido a la mierda, ya no queremos oír hablar de ellas. Debemos preguntarnos qué es útil. La palabra «útil» debe ser el alfa y omega de la producción, de la tecnología y de la actividad.

Me doy cuenta de que estoy diciendo cosas que me exceden, pero debemos prepararnos para enfrentar decisiones fuera de serie. Y para estar listos cuando esta historia termine, es preciso comenzar a pensar en aquello que es útil, y en el modo en que es posible producirlo sin destruir el ambiente y el cuerpo humano.

Y también tenemos que pensar en la pregunta más delicada de todas: ¿quién decide?

Atención: cuando surge la pregunta ¿quién decide?, surge la pregunta ¿cuál es la fuente de la legitimidad?

Esta es la pregunta a partir de la cual comienzan las revoluciones.

Lo queramos o no, es la pregunta que tenemos que hacernos.

Original en Nero editions / Fuente: sangrre.com.ar
Traducción: Emilio Sadier

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* Ilustraciones pertenencientes al manga Akira de Katsuhiro Otomo.

Como quien busca restos de purpurina en un cuerpo que atravesó la fiesta

 

Como quien busca restos de purpurina en un cuerpo que atravesó la fiesta

Por Marta Echaves

Nuestro último lanzamiento, Utopía Queer. El entonces y allí de la futuridad antinormativa, como todxs nosotrxs, ha sido puesto en cuarentena. La esperanza crítica y la utopía, ideas que vertebran este texto de José Esteban Muñoz, son herramientas estimulantes para navegar este extraño presente en el que estamos inmersxs. Por ese motivo, invitamos a leer uno de sus capítulos, “Gestos, rastros efímeros y sentimiento queer, en diálogo con el documental Shakedown, de Leilah Weinraub, liberado a través de la plataforma Pornhub por su directora durante este mes de marzo.

El documental retrata la escena underground de un club de striptease lésbico de la ciudad de Los Ángeles. Durante su juventud, tanto Weinraub como Muñoz encontraron en los clubs queer de esta ciudad espacios seguros y familias escogidas que movilizaban otro modo de existir en el mundo y en el tiempo. La pista de baile es un escenario esencial para la performatividad queer, los gestos que ahí se despliegan son iluminaciones anticipatorias, núcleos de posibilidades políticas que nos permiten exceder el presente heterosexual sofocante.

Creemos que la película y el texto, en tanto hermenéuticas del residuo, resuenan y se retroalimentan en la búsqueda de rastros efímeros que quedan suspendidos en el aire como un rumor, y en su invitación a preguntarnos cómo se pone en escena, y se representa, la utopía.

“La producción cultural queer es tanto un reconocimiento de la falta inherente a cualquier versión heteronormativa del mundo como la construcción de un mundo frente a esa falta.”


José Esteban Muñoz en Utopía Queer


Leé el capítulo 4 de Utopía Queer

Gestos, rastros efímeros y sentimiento queer. Un acercamiento a Kevin Aviace

Hacé click en la imagen para ver Shakedown


https://fourthree.boilerroom.tv/film/shakedown

Sobre Leilah Weinraub 

Nació en Los Ángeles en 1979. Es artista conceptual y directora de cine. En 2002, con 23 años, decidió registrar lo que pasaba todas las noches en un club lésbico underground ubicado en el barrio de Mid – City. Durante 6 años acumuló más de 400 horas de filmación. Ese material se convirtió en Shakedown, un documental estrenado en 2018 en Berlinale y proyectado en museos y festivales de todo el mundo. En marzo de 2020 la película fue liberada en Pornhub como la primera producción no pornográfica del sitio web.

Sobre José Esteban Muñoz (1967-2013)

Fue un académico, ensayista y pensador que transformó el campo de los estudios queer y de la performance. Nació en La Habana y al poco tiempo emigró a los Estados Unidos con su familia. Estudió literatura comparada y fue profesor y director del Departamento de Estudios de Performance en la Universidad de Nueva York. La obra de Muñoz, escrita en inglés y hasta este momento apenas traducida, se caracterizó por su investigación de las intersecciones de la cultura, la política y la diversidad sexual, con particular énfasis en la obra de artistas contemporáneos contraculturales en los Estados Unidos. Su primer libro, Disidentifications: Queers of Color and the Performance of Politics (1999) es un texto fundacional de la crítica queer de color y representa una de las grandes contribuciones a la investigación de minorías en el campo de Estudios de Performance.

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LOS SPAM DE LA TIERRA. DESERTAR DE LA REPRESENTACIÓN

LOS SPAM DE LA TIERRA. DESERTAR DE LA REPRESENTACIÓN

Densos clústeres de ondas electromagnéticas abandonan nuestro planeta cada segundo. Nuestras cartas y fotos, comunicaciones íntimas y oficiales, emisiones televisivas y mensajes de texto se distancian de la Tierra en anillos; una arquitectura tectónica de los deseos y los temores de nuestra época. En unos pocos cientos de años, formas de inteligencia extraterrestre podrían escudriñar incrédulas nuestras comunicaciones inalámbricas. Pero imaginen la perplejidad de esas criaturas cuando miren detenidamente este material. Porque un enorme porcentaje de las imágenes enviadas inadvertidamente al espacio exterior es en realidad spam. Cualquier arqueólogo, forense o historiador –en este mundo o en otro– lo analizará como nuestro legado, un verdadero retrato de nuestro tiempo y de nosotros mismos. Imaginen una reconstrucción de la humanidad hecha a partir de esta basura digital. Probablemente se parezca a una imagen-spam.

La imagen-spam es una de las muchas materias oscuras del mundo digital: el spam intenta evitar ser detectado por los filtros a partir de configurar su mensaje como un archivo de imagen. Una desmesurada cantidad de estas imágenes flotan alrededor del planeta, rivalizando desesperadamente por captar la atención humana. Anuncian productos farmacéuticos, artículos de imitación, embellecimientos corporales, agrandamientos peneanos y diplomas universitarios. De acuerdo con las imágenes que disemina el spam, la humanidad consistiría en personas diplomadas escasas de ropa con sonrisas joviales mejoradas por aparatos de ortodoncia.

La imagen-spam es nuestro mensaje al futuro. En lugar de una cápsula espacial modernista que muestra a una mujer y a un hombre –una familia de “hombres”–, nuestra comunicación contemporánea al universo es una imagen-spam que exhibe maniquíes publicitarios maquillados. Y es así como el universo nos verá; incluso puede que sea como nos ve ahora.

En cifras totales, la imagen-spam supera largamente a la población humana. Está formada por una mayoría silenciosa. ¿Pero quiénes son las personas retratadas en este tipo de publicidad acelerada? ¿Y qué podrían decir sus imágenes a potenciales receptores extraterrestres sobre la humanidad contemporánea?

Desde el punto de vista de la imagen-spam, la gente es mejorable; o como dijo Hegel, perfectible. Se supone que retrata personas potencialmente “sin defectos”, lo que en este contexto significa calientes, superflacas, armadas con títulos académicos a prueba de recesión y, gracias a sus relojes de imitación, siempre puntuales en los servicios que ofrecen. Esta es la familia contemporánea de hombres y mujeres: una banda drogada con antidepresivos rebajados y equipados con prótesis corporales. El dream team del hipercapitalismo.

¿Pero es realmente así nuestra apariencia? Bueno, no. La imagen-spam pueden decirnos mucho acerca de los seres humanos “ideales”, pero no mostrándonos verdaderos humanos. Más bien todo lo contrario. Los modelos que habitan la imagen-spam son replicas photoshopeadas, demasiado mejorados para ser verdad. Un ejército de reserva de criaturas mejoradas digitalmente que se parecen a los demonios menores y a los ángeles de la especulación mística, chantajeando, atrayendo y empujando a las personas al éxtasis profano del consumo.

La imagen-spam interpela a personas que no se parecen a las de los anuncios: no son superflacas ni tienen títulos académicos a prueba de recesión. Son aquellas personas cuya sustancia orgánica dista de ser perfecta desde el punto de vista neoliberal. Personas que abrirán las bandejas de entrada de su correo electrónico cada mañana esperando un milagro o tan solo una pequeña señal, un arcoíris al otro extremo de la crisis y la adversidad permanentes. La imagen-spam se dirige a la vasta mayoría de la especie humana sin mostrarla. Habla pero no representa a aquellos que son considerados tan prescindibles y superfluos como el propio spam.

La imagen que de la humanidad ofrece el spam, por tanto, no tiene nada que ver con la humanidad misma. Por el contrario, es un retrato cabal de lo que la humanidad en realidad no es. Es su imagen en negativo.

IMITACIÓN Y ENCANTAMIENTO 

¿Y por qué es así? Hay una razón obvia, tan bien conocida que no es necesario explicarla ahora: las imágenes desencadenan deseos miméticos y hacen que la gente quiera convertirse en los productos representados. Según este punto de vista, la hegemonía cultural se infiltra en la cultura cotidiana y extiende sus valores por medio de representaciones corrientes. Siguiendo este argumento, la imagen-spam se entendería como una herramienta para producir cuerpos, y en última instancia acabaría por crear una cultura condenada a la bulimia, la sobredosis de esteroides y la bancarrota personal. Bajo esta perspectiva –que es la de los estudios culturales más tradicionales– se concibe la imagen-spam como un pérfido instrumento coercitivo de persuasión que empujaría al placer inconsciente que se obtendría al sucumbir a la seducción.

Pero ¿y si la imagen fuese en realidad mucho más que una herramienta de adoctrinamiento ideológico y afectivo? ¿Y si la gente real –ni perfecta ni caliente– no fuera excluida de la publicidad spam a consecuencia de sus supuestas deficiencias, sino que hubiera decidido desertar de este tipo de retrato? ¿Y si la imagen-spam se convirtiera así en el documento de un extendido rechazo, de una retirada de la representación?

¿Qué quiero decir con esto? Desde hace ya tiempo he notado que muchas personas han empezado a evitar ser representadas en fotografías o imágenes en movimiento, distanciándose subrepticiamente de las lentes de las cámaras. Ya sea en las zonas libres de videovigilancia en los barrios privados o en los clubs elitistas de música tecno, ya se trate de alguien que rechaza ser entrevistado, de anarquistas griegos destrozando cámaras o de saqueadores destruyendo televisores con pantalla de plasma, la gente ha empezado a rechazar –de manera activa y pasiva– el ser vigilada, grabada, identificada, fotografiada, escaneada y registrada. Al interior de un paisaje mediático totalmente envolvente, se tiene ahora la sensación de que la representación en imágenes –que durante mucho tiempo se ha considerado una prerrogativa y un privilegio político– es como una amenaza.

Hay muchas razones para ello. La creciente presencia de programas de debate y concursos basura ha llevado a una situación en la que la televisión se vuelve un medio inseparablemente unido a la exhibición y ridiculización de las clases más bajas. Las personas que los protagonizan son violentamente transformadas y sujetas a incontables órdenes invasivas, confesiones, indagaciones y cálculos. La televisión matinal es el equivalente contemporáneo de una cámara de torturas que involucra los placeres vergonzantes de quienes torturan y quienes miran, y en muchos casos también de las propias personas torturadas.

Más aun, en los medios dominantes se capta con frecuencia a las personas en trance de desaparecer, sea en situaciones en las que su vida está amenazada, en circunstancias de extrema emergencia y peligro, en estado de guerra o desastre o en el flujo constante de emisiones en vivo desde zonas de conflicto alrededor del mundo. Incluso cuando una persona no se encuentra atrapada en un desastre natural o producido por la mano del hombre, parecen desvanecerse físicamente en un acuerdo con los estándares de belleza anoréxicos. La gente es adelgazada o menguada o reducida. Hacer dieta es obviamente el equivalente metonímico de una recesión económica que se ha convertido en una realidad permanente, causando pérdidas materiales sustanciales. Esta recesión lleva aparejada una regresión intelectual que ha devenido en dogma por doquier, excepto en unos pocos canales de comunicación. Puesto que la inteligencia no desaparece sin más por inanición, el rencor se las arregla para mantenerla fuera de la representación mediática dominante.

La zona de representación corporativa es así en gran medida una zona de excepción donde parece peligroso entrar: se te puede someter a burla, poner a prueba, provocar estrés o incluso imponerte privaciones o quitarte la vida. En vez de representar al pueblo escenifica su desvanecimiento, su gradual desaparición. ¿Y por qué no habría de disiparse el pueblo dados los incontables actos de agresión e invasión que contra él se ejercen en los medios de comunicación dominantes, así como también en la realidad? ¿Quién podría en verdad soportar tal embestida sin desear escapar de este territorio visual de amenaza y exposición constantes?

Es más, las redes sociales y la telefonía celular dotada de cámaras han creado una zona de vigilancia mutua masiva que se suma a los sistemas de control urbano ubicuos como las cámaras de videovigilancia, el rastreo por GPS y el software de reconocimiento facial. Por si la vigilancia institucional fuera poco, las personas se vigilan ahora rutinariamente las unas a las otras tomando incontables fotografías y publicándolas casi en tiempo real. El control social que se deriva de estas prácticas de representación horizontal ha adquirido bastante peso. Los empleadores googlean para hacer averiguaciones sobre la reputación de los aspirantes; las redes sociales y los blogs devienen en salones de la infamia y del chisme malévolo.

La hegemonía cultural de arriba a abajo ejercida por la publicidad y los medios corporativos se complementa con un régimen de control y autodisciplinamiento de abajo a abajo, que resulta aún más difícil de dislocar que los anteriores regímenes de representación. Es un fenómeno que coincide con los cambios experimentados en los modos de autoproducción. La hegemonía se internaliza cada vez más de acuerdo con la exigencia de actuar ajustándose a las reglas, como sucede con la presión de representar y ser representados.

La predicción de Warhol, según la cual todo el mundo sería mundialmente famoso durante quince minutos, hace tiempo que se cumplió. No mucha gente quiere lo contrario: ser invisible aunque solo sea por quince minutos. Incluso por quince segundos sería fabuloso. Entramos en una era de paparazzi masivos y de voyeurismo exhibicionista. El destello de los flashes fotográficos convierte a la gente en víctimas, en celebridades o en ambas cosas. Mientras damos nuestros datos en cajeros automáticos, cajas registradoras y otros puntos de control, mientras nuestros teléfonos celulares revelan nuestros mínimos movimientos y nuestras instantáneas son etiquetadas con coordenadas GPS, acabamos, no exactamente divirtiéndonos hasta la muerte, sino más bien representados hasta hacernos pedazos.

AUSENTARSE

Es por esto que muchas personas, a estas alturas, abandonan la representación visual. Sus instintos (y su inteligencia) les dicen que las imágenes fotográficas o en movimiento son peligrosos dispositivos de captura: del tiempo, del afecto, de las fuerzas productivas y de la subjetividad. Te pueden encarcelar o avergonzarte para siempre; te pueden atrapar en monopolios de hardware y en problemas de conversión, y lo que es más, una vez que estas imágenes están publicadas online ya nunca serán borradas. ¿Alguna vez te han fotografiado desnudo? Felicidades: eres inmortal. Esta imagen te sobrevivirá a ti y a tu descendencia, demostrará ser más resistente que la más robusta de las momias, y ya viaja al espacio exterior esperando dar la bienvenida a los extraterrestres.

El viejo miedo mágico a las cámaras se reencarna así en el mundo de los nativos digitales. Pero en este entorno, las cámaras (que los nativos digitales han sustituido por iPhones) no se llevan tu alma, sino que consumen tu vida. De forma activa te hacen desaparecer, encoger, desnudar y necesitar una cirugía ortodóncica urgente. Pensar que las cámaras son herramientas de representación supone en verdad un malentendido: son, en el presente, herramientas de desaparición. Cuanto más se representa a la gente, menos queda de ella en realidad.

Por volver al ejemplo de la imagen-spam que antes utilicé: es una imagen negativa de lo que muestra. ¿Pero de qué manera? No es –como argumentaría el punto de vista tradicional de los estudios culturales– porque la ideología se esfuerce por imponer a la gente una imitación forzada, haciéndola así partícipe de su propia opresión y de la manera en que se la corrige para intentar alcanzar estándares inalcanzables de eficacia, atractivo y buena forma física. No. Tengamos la valentía de asumir que la imagen-spam es una imagen negativa de lo que representa porque las personas están también alejándose decididamente de este tipo de representación, dejando tras de sí solo maniquíes maquillados para la simulación de accidentes. La imagen-spam se vuelve así un registro involuntario de una huelga imperceptible, donde el pueblo se ausenta de la representación fotográfica o de la imagen en movimiento. Es el documento de un éxodo apenas reconocible que abandona un campo de relaciones de poder demasiado extremas como para que se pueda sobrevivir a ellas sin sufrir reducciones o recortes mayores. Antes que un documento de dominación, la imagen-spam es el monumento a la resistencia que el pueblo opone a ser representado de esta manera. El pueblo abandona el marco impuesto de representación.

REPRESENTACIÓN CULTURAL Y POLÍTICA

Esto hace añicos muchos dogmas sobre la relación entre representación política y pictórica. Durante largo tiempo, mi generación ha sido entrenada para pensar que la representación era el sitio primordial de disputa tanto política como estética. El espacio de la cultura se convirtió en un popular campo de investigación de la política soft inherente a los ambientes cotidianos. Se tenía la esperanza de que los cambios en el campo de la cultura pudieran tener repercusión en el campo de la política. Se imaginaba que un campo de la representación con más matices traería consigo mayor igualdad política y económica.

Pero poco a poco se fue haciendo evidente que ambos campos de representación estaban menos ligados de lo que originalmente se pensaba, y que la división de bienes y derechos no discurría necesariamente en paralelo a la división de los sentidos. El concepto de fotografía de Ariella Azoulay, entendida como una forma de contrato civil, proporciona un rico trasfondo para pensar estas ideas. Si la fotografía era un contrato civil entre las personas que participaban en ella, entonces la actual retirada de la representación es la ruptura de un contrato social que prometía participación pero que repartió chisme, vigilancia, testimonios y narcisismo serial, aunque también sublevaciones esporádicas.

A la vez que la representación visual se convertía en frenesí y se popularizaba mediante las tecnologías digitales, la representación política del pueblo caía en una crisis profunda y era ensombrecida por los intereses económicos. Mientras a cualquier minoría se la podía reconocer como potencial consumidora, representándola así visualmente (hasta cierto punto), la participación del pueblo en los ámbitos políticos y económicos se volvió más inconsistente. El contrato social de la representación visual contemporánea se parece así de alguna manera a los esquemas Ponzi de principios del siglo XXI, o para ser más precisos, se asemeja a participar en un juego televisivo de consecuencias impredecibles.

Y si alguna vez hubo un vínculo entre el campo de la representación visual y el de la representación política, se ha vuelto muy precario en una época en que las relaciones entre los signos y sus referentes se han desestabilizado aún más por la acción de la especulación y la desregulación sistémicas.

Ambos términos –especulación y desregulación– no solo incumben a la financiación y a la privatización; también se refieren al relajamiento de las normas que rigen la información pública. Las normas profesionales de producción de verdad en el periodismo han sido anuladas por la producción mass-mediática, por la replicación del rumor y su amplificación en los foros de discusión de Wikipedia. La especulación no es solo una operación financiera, sino también un proceso que tiene lugar entre un signo y su referente, una repentina mejora milagrosa o un giro que rompe cualquier resto de relación indicial.

La representación visual importa, efectivamente; pero no es exactamente acorde con otras formas de representación. Hay un serio desajuste entre ambas. Por un lado, existe un enorme número de imágenes sin referentes; por otro lado, existen muchas personas sin representación. Para decirlo de manera más dramática: un número creciente de imágenes desamarradas y flotantes se corresponde con un número creciente de personas privadas de derechos, invisibles o incluso desaparecidas y ausentes.

How Not To Be Seen: A Fucking Didactic Educational .MOV File, Hito Steyerl (2013)

CRISIS DE REPRESENTACIÓN

Esto crea una situación muy diferente al modo en que solíamos mirar las imágenes: en calidad de representaciones más o menos adecuadas de algo o alguien en público. En esta época de personas irrepresentadas y de superpoblación de imágenes, dicha relación está irrevocablemente alterada.

La imagen-spam es un síntoma interesante de la actual situación porque se trata de una representación que permanece, en gran medida, invisible.

La imagen-spam circula perpetuamente sin ser jamás vista por ningún ojo humano. Está fabricada por máquinas, enviada por bots y capturada por filtros de spam que se están haciendo gradualmente tan poderosos como los muros, barreras y vallas antimigratorias. Las personas de plástico que la imagen-spam muestra se mantienen así, casi siempre, desapercibidas. Son tratadas como escoria digital, y acaban paradójicamente en un nivel similar al de la gente de baja resolución a la que interpelan. Es así como difieren de cualquier otro tipo de maniquíes representacionales de los que habitan el mundo de la visibilidad y la representación de calidad superior. Las criaturas de las imágenes-spam son tratadas como lumpendatos, avatares de los estafadores que están efectivamente detrás de su creación. Si Jean Genet aún viviera, ensalzaría a estos maravillosos rufianes, timadores, prostitutas y dentistas impostores de las imágenes-spam.

Y aun no son una representación del pueblo porque el pueblo, en cualquier caso, no es una representación. Son un acontecimiento que podría ocurrir cualquier día, o quizás incluso más tarde, en ese repentino parpadeo que se resiste a ser registrado.

A estas alturas, sin embargo, el pueblo podría haber aprendido y aceptado que solo puede ser representado visualmente en forma negativa. Y este negativo no se puede revelar bajo ninguna circunstancia, puesto que un procedimiento mágico asegura que todo lo que verás en positivo es un montón de sustitutos e impostores populistas, maniquíes maquillados para la simulación de accidentes esforzándose en reclamar su legitimidad. La imagen del pueblo como nación, o como cultura, es precisamente esa: un estereotipo comprimido para beneficio ideológico. La imagen-spam es el verdadero avatar del pueblo. ¿Una imagen negativa sin ninguna pretensión de originalidad en absoluto? ¿Una imagen de lo que el pueblo no es como su única representación posible?

Y a medida que el pueblo es cada vez más un fabricante de imágenes –y no el sujeto o el objeto de las mismas– quizá también sea cada vez más consciente de que puede tener lugar en la producción colectiva de una imagen y no siendo representado en una. Cualquier imagen es un terreno común para la acción y la pasión, una zona de tráfico entre las cosas y las intensidades. Como su producción se ha convertido en masiva, las imágenes son ahora cada vez más res publicae o cosas públicas. O incluso cosas púbicas, como fabulan las lenguas del spam.

Esto no significa que aquel o aquello que está siendo mostrado en imágenes no importe. Esta relación está lejos de ser unidimensional. El elenco genérico de las imágenes-spam no es el pueblo, lo cual es mejor para él. Las representaciones que aparecen en la imagen-spam más bien reemplazan al pueblo como sustitutos negativos y absorben la luz de los focos en su nombre. Por un lado, son representaciones que encarnan todos los vicios y virtudes (o para ser más precisos, los vicios-como-virtudes) del paradigma económico presente. Por otro lado, permanecen con frecuencia invisibles, puesto que en realidad casi nadie las mira.

¿Quién sabe qué trama la gente de las imágenes-spam, si nadie las mira? Su aparición pública podría ser solo una cara absurda que alguien pone para asegurarse de que seguimos no prestando atención. Podrían portar mientras tanto mensajes importantes para los extraterrestres acerca de aquellos de quienes ya no nos hacemos cargo, los sujetos excluidos de los caóticos “contratos sociales” o de cualquier forma de participación que no sea la televisión matinal; es decir, los spam de la Tierra, las estrellas de la videovigilancia y de la vigilancia aérea por infrarrojos. O podrían participar temporalmente del ámbito de las personas desaparecidas e invisibles, un ámbito compuesto por quienes, la mayoría de las veces, habitan un silencio avergonzado y cuyos familiares han de bajar la vista diariamente frente a sus asesinos.

Los habitantes de las imágenes-spam son agentes dobles. Habitan a la vez el ámbito de la supervisibilidad y el de la invisibilidad. Quizá sea esta la razón por la que sonríen continuamente pero no dicen nada. Saben que sus poses congeladas y sus rasgos evanescentes sirven para encubrir a quienes eligen estar off the record. Para quizá tomarse un descanso y reagruparse lentamente. “Salgan de la pantalla”, parecen susurrar. “Nosotros los sustituiremos. Dejen que mientras tanto nos etiqueten y escaneen. Salgan del radar y hagan lo que tengan que hacer.” Sea como fuere nunca nos traicionarán, jamás. Y por esto merecen nuestro amor y admiración.

*Las imágenes que ilustran este posteo son capturas del cortometraje de Hito Steyerl How Not To Be Seen, que también incluimos en esta entrada.

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EL POTENCIAL DE LO QUEER. SOBRE JOSÉ ESTEBAN MUÑOZ

EL POTENCIAL DE LO QUEER. SOBRE JOSÉ ESTEBAN MUÑOZ

Imagen de Paris is Burning, documental dirigido por Jennie Livingston, que retrata la cultura ball que a mediados de los años ochenta floreció en Harlem entre personas trans, gays y drags racializados.

Por McKenzie Wark

“Yo era un espía en la casa de la normatividad de género.”
– José Esteban Muñoz

Yo también fui un espía en la casa de la normatividad de género. Y esto es lo que vi: trabaja, come, reprodúcete. Se supone que es así como deben operar la producción y el consumo. Debes trabajar para poder comprar cosas y debes comprar cosas para que continúe habiendo trabajo. Tu deber de reproducir la forma mercancía no se detiene ahí. Se supone que no solo debes elaborar y consumir mercancías, también se supone que debes reproducir y criar trabajadores. Y todo ello en una escala siempre en expansión: trabaja más, compra más, reproduce más. Como si el planeta se ofreciera como suministro infinito, para ser convertido en más y más de lo mismo.

“¿Puede el futuro dejar de ser una fantasía de la reproducción heterosexual?” Quiero comenzar con este interrogante planteado en Utopía queer. El entonces y allí de la futuridad antinormativa, un libro de José Esteban Muñoz. Para Muñoz, lo queer es más que un rótulo de identidad, es “eso que nos hace sentir que este mundo no es suficiente”.

Si el Antropoceno tiene algún significado clave, es que esto no puede seguir por siempre, de hecho, ya no puede seguir así en absoluto. Entonces, tal vez es hora de conectar una teoría crítica sobre esta economía política extractiva y destructiva a una teoría crítica producida por un disenso interno surgido en este mundo superdesarrollado. Una teoría que se rehúsa a ser “ese” que estás llamado a ser. De esta manera, la teoría queer podría ser leída no solo como crítica a la vida hétero [straight] en lo que respecta a la sexualidad y a la familia, sino también en un sentido más amplio.

Laurent Berlant refiere a la “ciudadanía muerta” de la heterosexualidad. Y para Muñoz “ser ordinario y casarse son anhelos antiutópicos, deseos que automáticamente se refrenan”. Uno podría encontrar esta sugerencia de Muñoz en otras partes del libro y aun así preguntarse para quién es antiutópico ser ordinario y casarse.

Muñoz: “Creo que, en un mundo sin utopía, los sujetos minoritarios quedan excluidos como desesperanzados”. No todos los niños son reproducciones blancas, algunos son negros o marrones en peligro. “El futuro es cosa de solo algunos niños. Lxs chicxs de color y lxs chicxs queer no son los príncipes soberanos del futuro.” Para las personas trans de color, por ejemplo, estas serían ensoñaciones. “Lo queer debería y podría consistir en un deseo de ser de otro modo, en el mundo y en el tiempo, un deseo que se resista a los mandatos de aceptar aquello que no basta”, escribe Muñoz. En una dialéctica de lo excepcional y lo ordinario, lo queer puede ser la excepción que se convierte en −y luego transforma− lo ordinario.

En Utopía queer Muñoz se distancia de la actual política LGBTQ+ que ejercen ciertos grupos preeminentes y algunos colectivos sin fines de lucro, grupos para los cuales la idea romántica de la solidaridad queer ha sido reemplazada por un enfoque en los derechos individuales o de pareja. Estos grupos practican una política de inclusión que dentro de la reproducción de las relaciones mercantiles quiere hacer lugar para las personas LGBTQ+, para permitir que las personas LGBTQ+ sean consumidoras e incluso reproductoras de esta norma reproductiva, y no sujetos que la cuestionen.

Stonewall, 1969

Muñoz también quiere mantenerse alejado de su doble en negativo: una teoría queer antisocial que tiene sus raíces en Leo Bersani y que fue elegantemente articulada por Lee Edelman. Esta teoría antisocial adhiere a la visión negativa que la vida hétero tiene de la vida gay como improductiva, como el principio del placer, la pulsión de muerte. Aquí, la homosexualidad es un fantasma que acecha a la heteronormatividad, a la que recurre para legitimar su reclamo de lo ordinario. Pero quizás lo queer pueda salirse de la lógica binaria de afirmar la propia negación. Quizá pueda convertirse en cambio, como dice Muñoz, en una suerte de “iluminación anticipatoria”.

En contraste tanto con la reproducción heteronormativa como con la adhesión gay a la negatividad, Muñoz quiere activar otra imagen, la imagen de la comunidad queer como potencial, pensando en la temporalidad más allá. “Debemos abandonar el aquí y el ahora, en favor de un entonces y un allí”, escribe. Para decirlo más esquemáticamente: el tiempo hétero-lineal es el de la reproducción expandida de lo mismo; el tiempo gay es una inmersión en y un sometimiento al presente. Tal vez podría haber una temporalidad queer que despliegue los pasados olvidados y los futuros inminentes en contra de estos hábitos de la presencia. Quizá pueda existir un “ser singular plural de lo queer”. Tal vez pueda haber “múltiples formas de pertenencia en la diferencia”.

Como dijo Dorothy Parker: “La heterosexualidad no es normal, solo es común”.  Fue Michael Warner quien trajo el concepto de “heteronormatividad” al debate. Y es Muñoz quien insiste en que este concepto va más allá de identidades derivadas de orientaciones sexuales. “La heteronormatividad”, escribe “no se refiere solo a una inclinación en relación con la elección de objeto sexual, sino a esa organización temporal y espacial dominante que he venido llamando tiempo hétero-lineal”. Y también: “El ‘presente’ del tiempo hétero-lineal debe ser fenomenológicamente cuestionado, y ese es el valor fundamental de una hermenéutica utópica queer.”

En contra del tiempo hétero-lineal, Muñoz propone un tiempo extático que no se somete simplemente al momento. Su tiempo, es un tiempo extático que recurre al pasado y proyecta otros futuros. “Conocer el éxtasis es tener una idea del movimiento del tiempo, de comprender una unidad temporal, que incluye el pasado (haber sido), el futuro (lo todavía no) y el presente (lo que se hace presente).”

Irónicamente, la teoría queer tiene sus propios hábitos de reproducción de lo mismo y repetición, como cuando se refiere incansablemente a Michel Foucault, criando infinitas cantidades de pequeños polluelos foucaltianos. Muñoz, en cambio, piensa lo extático a través del trabajo de Ernst Bloch. La idea central de Bloch es un cierto sentido de lo utópico como otro tiempo y lugar inminentes al aparente. Bloch contrasta la utopía abstracta con la utopía concreta. La primera es concebida enteramente por fuera del tiempo histórico, y tiende a ser sistemática. (Para mí las utopías abstractas son más interesantes que lo que le parecen a Bloch y Muñoz. El nuevo mundo amoroso, de Charles Fourier, por ejemplo, es una incansable teoría práctica queer.) Una utopía concreta, en cambio, es inminente al tiempo histórico, una mirada hacia atrás que contiene una visión hacia adelante, un excedente que se abre hacia otro lugar, hacia otro momento. Muñoz: “Las utopías concretas son el territorio de una esperanza inteligente”. Este potencial se encuentra en lo ornamental. En The Utopian Function of Art, Bloch pone como ejemplo al cuarto de baño moderno, con su tensión entre lo funcional y lo no funcional.

Lo utópico podría ser solo el límite externo del anhelo romántico, pero Bloch intenta moderar el romanticismo con un poco de Marx, para quien el conocimiento se orienta hacia lo que está por ser. Es la conceptualización de lo que está siendo producido, y lo que podría producirse en otro caso. El impulso utópico es una acción activa que genera futuros a partir pasados, en vez de duplicar el presente. Es un poco como la práctica del détournement (y de hecho el cofundador del Situacionismo Internacional, Asger Jorn, estaba interesado, como Bloch, en el potencial del ornamento).

Muñoz conecta la utopía concreta de Bloch con C.L.R. James, que alguna vez hizo hincapié en la dimensión utópica de la cooperación en las fábricas. Incluso el espacio de trabajo fordista no funcionaría muy bien sin trabajadores que actuasen de manera colectiva en los márgenes. Muñoz va incluso más lejos y se pregunta si ciertos tipos de gestos y actividades queer no serán un tipo de trabajo que produce un excedente, aunque no uno que pueda convertirse tan fácilmente en valor de cambio y plusvalía.

Stonewall, 1969

Esto a su vez lo relaciona con los escritos de Paolo Virno sobre el postfordismo y el virtuosismo, aquello que excede este tipo de movimientos repetitivos y aislados que caracterizan al trabajo industrial. Tal vez haya un tipo de virtuosidad queer que no reproduzca las mismas relaciones de producción y reproducción. Para Virno, el afecto negativo de la virtuosidad puede ser una forma de negación que aun así apunta a otra futuridad, incluso a otro tiempo histórico. Virno y Muñoz se ven atraídos por un tipo de negación que no es oposición, sino que es evasión. La ambivalencia, el cinismo y el oportunismo (ver por ejemplo los “sentimientos feos” de Sianne Ngai) de la multitud señalan un escape, una salida, un éxodo.

Muñoz a su vez conecta esto con lo que Jack Halberstam llama “el arte queer del fracaso”. Las performatividad queer de los gestos hétero son −desde cierto punto de vista− fracasos, ya que no reproducen el tiempo heteronormativo. Pero desde otra perspectiva, este fracaso es un exitoso acto de éxodo del tiempo hétero. Este es el núcleo racional y concreto de la utopía: que los futuros están activamente hechos de pasados y elaborados como un tipo de inútil virtuosidad. Están hechos de lo ornamental, salen de un “excedente cultural”.
La virtuosidad queer podría parecer irracional desde el punto de vista del tiempo hétero-lineal. Pero, como señala Herbert Marcuse, hay un núcleo de irracionalidad en la racionalidad de la sociedad industrial. Es una racionalidad de medios que se despliegan hacia fines irracionales (hacia la aniquilación del planeta). La virtuosidad queer podría dar vuelta los polos. Señala en negativo a la pregunta por cuál podría ser una vida más racional, muchas veces con algunos gestos algo locos.

Al recuperar a Bloch y a Marcuse, Muñoz busca abrir una futuridad diferente no solo para el tiempo hétero-lineal en su forma dominante, sino para lo que me atrevería a llamar un tiempo hétero-lineal de izquierda. Su ejemplo es David Harvey, quien parece creer que el advenimiento de la liberación gay fue un giro hacia las políticas del estilo de vida, hacia la exploración de uno mismo, hacia el posmodernismo y el giro neoliberal. Claro que hay una facción de la política LGBTQ+ que quiere ser incluida en esos términos, y como señala Jasbir Puar, incluso quiere ser parte del Estado norteamericano militarizado. Pero para Muñoz, lo queer es más que un “estilo de vida” y no necesita apuntar a ser incluido en el tiempo hétero. Él nos recuerda acerca de la insistencia de Marcuse en la fuerza transformativa del Eros como una práctica experimental que busca crear otra vida cotidiana. Theodor Adorno ya había anticipado que las efusiones del Eros podían ser toleradas siempre y cuando estuvieran contenidas dentro de la esfera de lo privado y conectadas al deseo de los productos de la industria cultural. Pero tal vez pueda haber algo más que eso.

“Rebelión queer, no unidad de consumidores”

Muñoz: “Según mi reloj, éramos queer antes de ser gay y lesbianas”. Muchos pasajes de Utopía queer están dedicados a recuperar los trazos efímeros de la vida neoyorkina queer de antes de la revuelta de Stonewall en 1969. Con este fin yuxtapone un poema de Frank O’Hara y una entrevista de Andy Warhol, poema y entrevista que incluyen una botella de Coca-Cola. En sus trabajos, esta mercancía arquetípica del consumo fordista es reconvertida al interior de la vida cotidiana para establecer conexiones entre personas que no parecen pertenecer al mundo que imagina la publicidad.

Warhol salió de, documentó y (digámoslo) explotó, un mundo del downtown que condensaba, en palabras de Muñoz, todo tipo de “personajes queer”, capaces de una “brillante rareza”. Mientras escribo está teniendo lugar una importante retrospectiva de Warhol en el Museo Whitney, que agrega valor a la propiedad de los coleccionistas que han prestado estas obras para la realización de la retrospectiva. Muñoz prefiere hablar de aquel mundo original del downtown del que Warhol extrajo tantas ideas, a través de la figura de Jack Smith.

Smith elaboró su propio mundo a partir de basura y escombros, dos cosas tanto inanimadas como humanas. Sus fotos, películas y performances están saturadas con una ardiente brillantez, llenas de información visual a la que se puede acceder a través de los afectos que generan como conceptos. Todas incluyen a sus criaturas, gente con la cual, en el lenguaje de hoy, se podría caracterizar a lo queer. La Atlántida de Smith, su utopía, estaba por fuera de la propiedad privada, era ininteligible para lo que él llamaba las “langostas” del capitalismo y el “propietarismo”.

Para Smith, el coleccionismo era una aberración del arte. Incluso más fuertemente de lo que señala Muñoz, en Smith podemos ver una vinculación proto-queer entre una crítica de la propiedad privada y la reproducción de relaciones comodificadas. Se negó a terminar sus últimas obras, por ejemplo, evitando así que alcanzaran la forma de mercancía. Sus shows nunca empezaban a la hora indicada, comenzaban varias horas más tarde. Él “jodía con el tiempo”, como dijo alguna vez Mary Woronov, haciendo del tiempo algo por fuera del consumo. Su utopía concreta era imaginar que el mundo era una enorme pila de basura de la cual cualquiera podía extraer lo que quisiera para vivir la vida que quisiera. Su obra y su vida eran, para ponerlo en una categoría a la que él se rehusaría, un arte queer del Antropoceno.

Jack Smith, 1974

Muñoz también defiende el trabajo de Ray Johnson, que vino de un entorno solapado del downtown de Nueva York. Aquí también creo que el trabajo de Johnson ejerce presión sobre la forma mercancía más fuertemente de lo que Muñoz logra reconocer. A diferencia de Smith, Johnson sí trabajó con coleccionistas, pero por lo general complicaba las transacciones. Una vez, cuando un coleccionista intentó rebajar un cuarto del precio de un retrato, Johnson le entregó un retrato hecho de tres cuartas partes del coleccionista y un cuarto de otra persona.

Muñoz conecta el trabajo de Ray Johnson con Jill Johnston. Johnson realizaba un arte figurativo de collages que llamaba moticos, arte de collage que se movía, que performaba, efímero y hermético. Él fue uno de los creadores del arte correo, que tiende relaciones transversales mediadas únicamente por el sistema postal. Su sociedad de la correspondencia −para cuyas reuniones imaginarias dibujó infinita cantidad de mapas de ubicaciones− era un mundo alternativo de relaciones horizontales sin ningún centro institucional real. Este trabajo es un archivo efímero, algunas obras están en colecciones “de verdad”, pero muchas no. Tienen, para Muñoz, una materialidad fantasmática. Mientras Warhol seleccionaba ciertos personajes para presentarlos como freaks al mundo hétero, como Smith, Johnson crea otro tipo de mediación que, al menos durante un tiempo, escapó a la lógica binaria de una heterosexualidad que se afirma a sí misma en contraposición a su otro.

Hay muchas historias del downtown de Nueva York que se superponen. Incluso si sus personajes no se conocían entre sí, o vivieron épocas diferentes, te los puedes imaginar caminando por las calles cruzando miradas de reconocimiento. En el campo literario está Chelsea Girls de Eileen Myles, The Motion of Light on Water de Samuel Delany, You Got to Burn to Shine de John Giorno… Dentro de estos rastros literarios hay una estructura de sentimiento o una vibración que podríamos llamar utópica, pero siempre y cuando tengamos en cuenta que lo utópico puede tener múltiples formas. Particularmente después de la revuelta de Stonewall, ese impulso pudo tomar un tinte político. Muñoz menciona al grupo Third World Gay Revolution que enfatiza que “queremos una nueva sociedad”. Pero a veces no.

Parte de ese mundo fue borrado por la crisis de VIH. Para Douglas Crimp, se trata de un mundo perdido de posibilidad sexual. Leo Bersani acertadamente señala hasta qué punto la exclusiva y jerárquica vieja escena blanca gay de Nueva York era una como una economía libidinal. Pero Muñoz cree que hay unos fragmentos fugaces que se pueden recuperar y que apuntan a otras posibilidades: como en los actos queer de hacer-mundo de Giorno, por ejemplo. Esto es escritura performativa, hecha para la voz, y sobre una buena vida que en realidad nunca existió. (Un neoyorkino hoy no se sorprendería mucho de encontrar sexo en un baño del metro, sino que lo que le llamaría la atención es que los baños estuvieran disponibles en absoluto.)

Muñoz traza una línea desde el arte y la vida queer pre-Stonewall hasta el pasado reciente. Puede que el downtown ya no exista en el downtown de Nueva York de hoy en día, pero todavía hay algo que está sucediendo. Los barrios de “las afueras” tal vez ahora están en el centro. Muñoz va hasta mi propio barrio de Jackson Heights, Queens, para visitar el Magic Touch, o el Tragic Touch, como se lo conocía localmente. Ya no existe, pero la escena Queen-queer continuamente se reinventa a sí misma. Muñoz: “En el Magic Touch vi hombres de todos los colores relacionándose entre sí, formando vínculos, y lo vi en masa. Vi el destello de un todo que es diverso y estimulante en su naturaleza ecléctica.”

Lo que es curioso es el modo en el que tanto la vida queer y el arte queer en realidad también se reproducen a sí mismos a lo largo del tiempo, dejando líneas abiertas a otros lugares y períodos. Muñoz repara en una campaña de calcomanías que realiza un grupo que se niega a darse un nombre a sí mismo. Se preguntan: “¿Podemos permitirnos ser normales?”. Su zine tiene un título delicioso: Swallow Your Pride [Tráguense su orgullo]. De la performatividad queer de Jack Smith se desprende todo un grupo de performers: My Barbarian, Dynasty Handbag (Jibz Cameron), Kalup Linzy, Justin Vivian Bond. Algunos de estos trabajos aparecieron en un show llamado Trigger: Gender as a Tool and a Weapon, que estaba un poco influenciado por la sensibilidad de Muñoz.

El alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, promulgó medidas que reubicaron gran parte del sexo público fuera de la ciudad.

La cultura del drag ball en el uptown se hizo famosa gracias al documental Paris is Burning (también hay una película más reciente al respecto, titulada Kiki). La House of Aviance ya no participa en los balls, pero su miembo más conocido, Kevin Aviance, es un show en sí mismo. Aviance no realiza el drag tradicional, y en este sentido es parte de toda una corriente que en los albores de Leigh Bowery se ha desplazado a una performance con un matiz más de género. Aviance se inspira en el estilo afrofuturista de Labelle y Grace Jones. Él no hace tucking, y así produce un género híbrido que problematiza los espacios gay y su femmefobia.

Aviance es una estrella de la noche gay, performa sus gestos majestuosos en un show unipersonal, y eso provee a Muñoz de una fuente para pensar. “Aviance después se tira al público, que lo sostiene en alto. Se pierde en un mar de manos blancas; y este estar perdido puede ser entendido como un modo particularmente queer de performatividad del yo. Así termina la performance. Este maravilloso contrafetiche es absorbido por las masas deseantes. Él abrió en ellas un deseo o un modo de desear que es incómodo y extremadamente importante si él logra superar la nueva simetría de género del mundo gay.”

¿Es Aviance un fetiche en ese espacio? Él produce un glamour femenino pero con un elemento masculino. Para Muñoz, Aviance se desidentifica con el fetiche como ilusión. El performa los gestos que los “clones” gay varones no se permiten a sí mismos, que no “dejan entrar”. Es un modelo emocional para los hombres que tuvieron que “enderezar” sus pasos y se dedicaron a trabajar unos cuerpos hipermasculinos en el gimnasio. ¡Qué difícil que es ser tan macho todo el tiempo! (Yo me rendí.) Ellos se volvieron su propio fetiche, y entonces Aviance funciona como un contrafetiche. No como lo opuesto a un fetiche, sino como algo que lo trasciende. Recodifica los signos de abyección de los espacios gay: tanto los de la negritud, como el de la femme prohibida.

Kevin Aviance

Muñoz: “Tal como  lo describo yo aquí, lo queer es más que sexualidad.  Es este gran rechazo de un principio de actuación que nos permite a los humanos sentir y conocer no solo nuestro trabajo y nuestro placer, sino también conocernos a nosotrxs mismos y a otrxs”. Es un gran rechazo, insiste, un deseo de producir la naturaleza con una diferencia, de ornamentar, de camuflar. Otra vez Muñoz: “Tomar éxtasis juntxs, de todas las maneras posibles, quizá sea nuestra mejor forma de promulgar un tiempo queer que aún no ha llegado, pero que de todos modos está  siempre potencialmente en el horizonte”.

Utopía queer puede remitir a un yire [cruising] que no solo busca sexo. Es un yire que busca iluminaciones anticipatorias, y en ese sentido está muy cerca de la dérive situacionista y de esa psicogeografía que pretende otra ciudad, otra vida hecha de fragmentos de ambientes en los que la vida ya es otra. Es un anti-antiutopismo, si me disculpan la torpe frase.

______

McKenzie Wark (1961) es escritora, investigadora y profesora de Medios de Comunicación y Estudios Culturales en The New School de Nueva York.  Ha publicado una veintena de libros sobre crítica cultural y ha teorizado acerca de los cambios sociales, políticos y culturales producidos por la incursión de la tecnología de la información. Entre sus obras destaca Un manifiesto hacker (2004), Gamer Theory (2007), The Spectacle of Disintegration (2013), Molecular Red: Theory for the Anthropocene (2017) y Capital is Dead (2019).

 

*Este texto ha sido traducido especialmente para nuestro blog por Sofía Stel. El artículo original y completo puede encontrarse haciendo click aquí.

**La imagen miniatura que ilustra esta entrada pertenece a Ladies and Gentlemen de Andy Warhol, una serie de retratos de drag queens y mujeres trans de los setenta.

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LENGUAJE PROVISIONAL

LENGUAJE PROVISIONAL

Kenneth Goldsmith en su exhibición “Printing Out the Internet” [Imprimiendo Internet] en Ciudad de México, 2013, en la que unas 600 personas colaboraron enviando a la galería alrededor de 10 toneladas de papel con material impreso extraído de Internet. Dentro de la exposición había un escritorio en el que el público podía leer en voz alta los textos y hurgar las pilas de papeles.  Crédito de la fotografía: Marisol Rodríguez.

En el mundo digital, el lenguaje se ha convertido hoy en un espacio provisional, rebajado y transitorio, un mero material para ser acumulado, trasladado, transformado y moldeado en la forma más conveniente, solo para ser desechado más tarde con la misma facilidad. Ya que las palabras son baratas y se producen al infinito, se vuelven desperdicios con poco significado y aún menos sentido. La desorientación causada por la copia y el spam es la norma. Rastros de autenticidad u originalidad son cada vez más difíciles de detectar. Los teóricos franceses que anticiparon la desestabilización del lenguaje jamás imaginaron hasta qué punto las palabras de hoy se rehúsan a estar quietas. Hoy las palabras solo conocen la agitación. Las palabras actuales son burbujas, criaturas metamórficas, significantes vacíos que flotan en la invisibilidad de la Web, ese gran ecualizador del lenguaje del cual tomamos todo insaciable e indiscriminadamente, llenando nuestros discos duros hasta hacerlos desbordar solo para reemplazarlos por discos duros más grandes y baratos.

El texto digital es el doble del texto impreso, el fan­tasma en la máquina. El fantasma se ha vuelto más útil que lo real; si no es descargable, no existe. Las palabras son aditivas, se apilan sin fin, se vuelven indiferenciadas. En un momento, explotan en esquirlas y luego se recom­ponen y forman nuevas constelaciones de lenguaje solo para volver a explotar.

La tormenta de lenguaje induce amnesia: no son estas palabras para recordar. La estasis es el nuevo movimiento. Las palabras viven en una condición simultánea de pre­sencia y obsolescencia ubicuas, en un estado dinámico y sin embargo estable. Un ecosistema que se reutiliza, se reafirma, se recicla. Regurgitar es la nueva no-creatividad; en vez de crear, honramos, adoramos y acogemos la mani­pulación y la readaptación.

La exhibición se realizó para conmemorar a Aaron Swartz, un programador y hacktivista de 26 años, que se suicidó luego de ser acusado por la justicia estadounidense por fraude electrónico y robo de información a la base de publicaciones académicas JSTOR. Crédito de la fotografía: Janet Jarman para The Washington Post.

Las letras son tabiques indiferenciados –ninguna letra tiene más sentido que otra–; vocales y consonantes se reducen a un código decimal, a constelaciones repentinas en un documento de Word, luego en un video, después en una imagen, después, quizá, de vuelta a un texto. Tanto la irregularidad como la singularidad se construyen pro­visionalmente a partir de elementos textuales idénticos. En vez de tratar de extraer orden del caos, lo expresivo de hoy es extraído de lo homogéneo y lo singular es liberado de lo estándar. Toda materialización es condicional: está cortada, pegada, hojeada, forwardeada, espameada.

El oficio de la escritura alguna vez sugirió la unión (quizá eterna) de palabras y pensamientos; ahora se ha convertido en un acoplamiento transitorio a la espera de ser deshecho; un abrazo pasajero con alta probabilidad de se­paración, reventado por fuerzas interconectadas. Hoy estas palabras conforman un ensayo, mañana estarán pegadas en un documento de Photoshop, la semana entrante serán una animación en una película, el año entrante parte de un remix tecno.

La industrialización del lenguaje: debido a su intenso consumo, las palabras ahora se producen de forma fanáti­ca y se administran y almacenan con el mismo fervor. Las palabras nunca duermen; torrents y robot-webs [spiders] aspiran lenguaje sin descanso.

Tradicionalmente, la tipología implica la demarcación de algo, la definición de un modelo singular que excluye otros ordenamientos. El lenguaje provisional representa una tipología inversa de lo acumulativo; tiene menos que ver con la cualidad que con la cantidad.

En 2019 Kenneth Goldsmith imprimió más de 60.000 páginas de e-mails que Hillary Clinton había enviado entre 2009 y 2013 durante su cargo como Secretaria de Estado bajo el mandato de Barack Obama. En la campaña presidencial de 2016, Donald Trump, con la intención de desacreditar a su contrincante, acusó a Clinton de haber utilizado un servidor privado (clintonemail.com) para enviar sus correos electrónicos sobre asuntos gubernamentales oficiales.

El lenguaje drena y es drenado; la escritura se ha vuel­to un espacio de colisiones, un contenedor de átomos en continuo movimiento.

Hay una manera especial de navegar por la Web, al mismo tiempo sin objeto y con propósito. Ahí donde al­guna vez la narrativa prometía conducirnos hacia el des­canso de un final, el flujo de lenguaje de Internet ahora nos ofusca y enmaraña en un matorral de palabras, nos fuerza a desviaciones indeseadas y nos devuelve al punto de partida cuando estamos perdidos: estamos en una deri­va acelerada y nos hemos convertido en un flâneur veloz.

El lenguaje se ha nivelado a una misma forma de simili­tud e insipidez. ¿Podemos distinguir lo indiferente? ¿Podemos exagerar lo monótono? ¿Cómo? ¿Lo extendemos? ¿Lo amplia­mos? ¿Lo variamos? ¿Lo repetimos? ¿Supondría una diferen­cia? Las palabras existen para el détournement [desvío] y la malversación: toma el lenguaje más lleno de odio que encuen­tres y neutralízalo; toma el más dulce y hazlo feo.

Restaura, reorganiza, reensambla, renueva, revisa, re­cupera, rediseña, regresa, recrea: los verbos que comien­zan con re producen lenguaje provisional.

Obras enteras (autorales) ya utilizan lenguaje pro­visional, estableciendo regímenes de ingeniería para la desorientación calculada con el objetivo de instigar una política de desarreglo sistemático.

Babel se ha malentendido; el lenguaje no es el proble­ma, es solo la nueva frontera.

El lenguaje provisional pretende unir pero en realidad fracciona. Crea comunidades, no de interés compartido o de libre asociación, sino de estadísticas idénticas y demografías inevitables, un tejido oportunista de intereses particulares.

“Maten a sus maestros.” La escasez de maestros no ha detenido la proliferación de obras maestras. Todo es una obra maestra; nada es una obra maestra. Es una obra maes­tra si yo digo que es una obra maestra. La muerte del autor ha generado un espacio huérfano; el lenguaje provisional no tiene autor y sin embargo es sorprendentemente autori­tario, asume sin pudor la máscara de quien lo haya robado.

La oficina es la nueva frontera de la escritura. Ya que podemos escribir en casa, la oficina quiere ser domésti­ca. La escritura provisional presenta a la oficina como el hogar urbano: los escritorios se vuelven esculturas, se adoptan neologismos corporativos como jerga –“memoria de equipo” y “gestión de información”–, y un universo de Post-its electrónicos satura la nueva escritura.

La escritura contemporánea requiere de la pericia de una secretaria mezclada con la actitud de un pirata: copiar, organizar, cotejar, archivar y reimprimir, junto a una tendencia más clandestina hacia el contrabando, el saqueo, el acaparamiento y la distribución de archivos. Hemos tenido que adquirir nuevas habilidades: nos hemos convertido en maestros del tipeo, exactos recopiladores del cortar-y-pegar, somos unos demonios del Reconoci­miento Óptico de Caracteres [OCR]. No hay nada que ame­mos más que la transcripción; pocas cosas nos satisfacen tanto como recopilar.

La exhibición se realizó en el Despar Teatro Italia en el marco de la Bienal de Venecia. En una réplica del Despacho Oval de la Casa Blanca, la pila de e-mails a disposición del púbico buscó poner en evidencia que nada controversial había en los correos, ni eran de un volumen tan espectacular como Trump quiso hacer creer. La exposición reflejó cómo en la era de la digitalización masiva los espacios privados y públicos se entremezclan incansablemente.

No hay mejor museo ni librería que tu local de in­sumos de oficina más cercano repleta de materia prima para la escritura: discos duros poderosos, torres de CDs en blanco, tintas y tóners, impresoras con mucha memoria y toneladas de papel barato. El escritor es ahora productor, editor y distribuidor. Los párrafos se queman, bajan, co­pian, imprimen, encuadernan y se envían a la velocidad de un rayo, todo a la vez. La tradicional madriguera so­litaria del escritor se ha convertido en un laboratorio de alquimia interconectado socialmente, dedicado a la tosca fisicalidad de la transferencia textual. La sensualidad de pasar gigas de información de un disco a otro: el zumbido del disco, la agitación de materia intelectual vuelta soni­do. La excitación carnal generada por el calor de la super­computación al servicio de la literatura. La rotación del escáner mientras extrae lonjas de lenguaje de la página, descongelándolo, liberándolo. Lenguaje en juego. Lengua­je fuera del juego. Lenguaje helado. Lenguaje derretido.

Esculpir con texto.

Excavar datos.

Chupar palabras.

Nuestra tarea es solo atender a las máquinas.

La globalización y la digitalización convierten todo lenguaje en lenguaje provisional. La ubicuidad del inglés: ya que todos lo hablamos, nadie recuerda su uso. La de­gradación colectiva del inglés ha sido nuestro logro más impresionante; le hemos fracturado la columna con nues­tra ignorancia y nuestro acento, con la jerga, el slang, el turismo y el multitasking. Podemos hacer que diga lo que queramos, como un muñeco parlante.

Los reflejos narrativos que desde el comienzo de los tiempos nos han permitido conectar puntos y llenar vacíos hoy se han vuelto contra nosotros. No podemos dejar de prestarle atención: no hay secuencia tan absurda, trivial, sin sentido o insultante que no queramos registrar. Encon­tramos sentido, extraemos significado, y leemos intencio­nes aun en las palabras más atomizadas. El modernismo demostró que es imposible no encontrar sentido incluso en el sinsentido más absoluto. El único discurso legítimo es la pérdida; antes buscábamos renovar lo agotado, ahora tratamos de resucitar lo que se ha ido.

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