NEOLIBERALISMO Y FORMAS DE VIDA. UN REPASO POR LA COYUNTURA ARGENTINA

NEOLIBERALISMO Y FORMAS DE VIDA. UN REPASO POR LA COYUNTURA ARGENTINA

Como adelanto de La ofensiva sensible, de pronta aparición en Futuros Próximos, compartimos la desgrabación de una conferencia que dio su autor, Diego Sztulwark, en 2017 en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), Argentina.

DEL NEOLIBERALISMO. La idea de neoliberalismo que tenemos fue impuesta por la dictadura mediante el terrorismo de Estado y luego mediante los votos, durante el menemismo. Esa idea fue derrotada en las calles en 2001. Durante el kirchnerismo tuvimos un período sin retórica neoliberal. Sin embargo, el neoliberalismo está hoy entre nosotros; es más que aquella coyuntura de los años noventa. Una reevaluación crítica de la última década puede ayudarnos a entender mejor en qué consiste su eficacia.
Foucault describe al neoliberalismo como un gobierno de las conductas, de las almas, cuya premisa es que la potencia individual y colectiva se maximiza adoptando la forma empresa y que todo aquello que obstaculice esta diáfana forma empresarial del ser es patológica. El discurso actual del oficialismo considera peligroso –corrupción, mafia, terrorismo– todo lo que opaque mínimamente estas formas de hacer sociedad a partir de la forma empresa asociada a la libertad y al progreso.
El neoliberalismo, según Foucault, es la aplicación del cálculo económico a todo lo extraeconómico. Es decir, la ampliación del modelo de la racionalidad de la economía política hacia todos los aspectos no económicos de la vida. Ser neoliberal es calcular todos los aspectos de la existencia como si estuviésemos en el mercado. A la larga esta forma de cálculo nos condena a la obediencia de la coacción de la valorización neoliberal. Y la comprensión del mundo se moraliza.
El neoliberalismo es diferente del liberalismo del siglo XVIII, en el cual el Estado se abstenía de actuar para dejar actuar a los mercados. Lo neoliberal no tiene esa concepción naturalista de los mercados. Al contrario: el neoliberalismo es un fenómeno fuertemente estatal. Se trata de producir y sostener el medio como mercado y la vida como empresa. La concepción que opone Estado a mercado es demasiado simple y caricatural. Lo que vemos hoy es un Estado neoliberal presente y ultra activo.

“Ser neoliberal es calcular todos los aspectos de la existencia como si estuviésemos en el mercado. A la larga esta forma de cálculo nos condena a la obediencia de la coacción de la valorización neoliberal. Y la comprensión del mundo se moraliza.”

Como forma de gobierno, el neoliberalismo pone en el centro a la libertad: se trata de una experiencia ambigua de la libertad que proviene de la libertad de mercado. Es una libertad (“nadie me dice lo que tengo que hacer, yo me valorizo a mí mismo”) que a cada paso se revierte como obediencia. La crítica meramente ideológica del neoliberalismo cae en la impotencia cuando se moraliza y pierde su carácter estratégico. Antes que un sistema de ideas, el neoliberalismo es un diagrama de poder sin afuera. Necesitamos pensarnos dentro y contra el neoliberalismo. El afuera del neoliberalismo se construye en luchas concretas, no preexiste. Más que demostrar su falsedad quizás haya que ver si somos capaces de desplazar sus reglas con base en otras estrategias.
Autores contemporáneos, como Franco Berardi, Rita Seagato, señalan que el neoliberalismo (semiocapitalismo, patriarcal) es un régimen de “desensibilización”. La desensibilización es la incapacidad general de comprender lo no dicho, de ir más allá de lo codificado, de tener empatía con los otros más allá de la norma, es la inaptitud para introducir la ironía en un código explícito estructurado. La desensibilización surge tanto de las exigencias de actualización empresarial de la vida (desposesión subjetiva) como del terror y la violencia que subyacen al régimen de la propiedad privada concentrada (desposesión objetiva).

DE LAS MICROPOLÍTICAS. Para indagar sobre estas cuestiones es importante pensar el espacio de las micropolíticas que el neoliberalismo coloniza. Félix Guattari sostiene la tesis de que el capitalismo es micropolítico (macro y micro, ambas cosas a la vez) en la medida en que como régimen de producción no se ocupa de las mercancías sin apuntar más profundamente a la producción de subjetividad. Cada vez más, producción económica y producción de subjetividad se equivalen. ¿Qué implica esto para nosotros?
Simplemente que nosotros –docentes, terapeutas, trabajadores sociales, artistas, periodistas, intelectuales– en la medida en que trabajamos con el lazo social estamos de lleno plantados en el terreno de la producción de subjetividad. Subjetividad es decir producción de modo de ser, modo de vida. Estamos en el centro del campo de batalla. En otras palabras, la creación de subjetividad se da en un campo polarizado. El polo propiamente neoliberal trabaja estandarizando la vida. El polo disidente singulariza, abre a nuevas experiencias y sentidos. Guattari fue sobre todo un inventor de cartografías, un investigador de los vectores de singularización.

“La creación de subjetividad se da en un campo polarizado. El polo propiamente neoliberal trabaja estandarizando la vida. El polo disidente singulariza, abre a nuevas experiencias y sentidos.”

Las micropolíticas designan una dimensión de la existencia en la que podemos experimentar –cartografiar y descubrir– procesos y líneas de singularización. Suely Rolnik afirma que la micropolítica es el espacio donde se producen nuevas percepciones y sensibilidades. Un campo de experiencias donde –es lo que propongo– podemos aprender a inventar nuevas estrategias. Si la micropolítica ha sido colonizada por el neoliberalismo, estamos, a nivel de modos de vida, ante una colonización de las estrategias de existencia en términos de obediencia: cuanto más libres somos más obedecemos. Se trata de la constitución de una obediencia voluntaria.

DEL NEOLIBERALISMO Y LAS FORMAS DE VIDA. Consideremos la idea de forma de vida. Hay un filósofo llamado Pierre Hadot, a quien cita Foucault, que habla de la filosofía como forma de vida. Tomo de él la siguiente historia. En un momento de su vida Hadot rompe con la Iglesia católica francesa, a la que estuvo muy ligado, ya que no toleraba el modo en que procesaba los casos de pedofilia. Observa que en esos casos la Iglesia estaba menos preocupada por el daño comunitario que por la crisis de fe de los sacerdotes. Dado que el problema principal de la Iglesia se revela como una desconfianza en los recursos naturales de la vida humana, la salvación solo es concebible como una experiencia sobrenaturalista. Solo el más allá orienta una vida digna. Hadot no acepta esta idea e investiga en la tradición para descubrir modos de vida que traten la vida sin recurrir a una mistificación trascendente. Y descubre que eso está en los filósofos griegos. Ellos (sus diferentes escuelas) no estaban interesados en armar sistemas conceptuales coherentes, meramente intelectuales, sino que sus ideas se orientaban a guiar “ejercicios espirituales”, es decir, a articular enunciados teóricos con disposiciones vitales no discursivas (cómo tratar con el miedo o la muerte). Se trata del problema del conocerse y cuidarse a sí mismo.
La filosofía puede ser entendida entonces como fuente de una articulación entre instancias discursivas y no discursivas que pretende modificar la vida, o aprender a vivir. De lo que se desprende que no merecemos ninguna verdad si no tenemos prácticas de transformación. Esta es la idea de forma de vida. Y es justo lo contrario de lo que nos propone el capitalismo. Lo neoliberal dice: la vida es difícil, mejor obedecer, todo puede ser comprado, consumido. Estandarización pura. Es la redundancia de la forma empresa. No merecemos ninguna otra verdad. Toda pretensión de otra verdad nos condena al terrorismo.
El psicoanalista Jean Allouch vio bien todo esto y plantea una pregunta al psicoanálisis: ¿no son estos “ejercicios espirituales” la genealogía más potente del freudismo? Se trataría de desmarcar toda idea terapéutica y analítica de un mandato de adaptación. Al contrario: la teoría de la subjetividad se resuelve como teoría de la transformación. Es interesante que Hadot ironice sobre la idea de Foucault según la cual lo griego enseñaría a transformar la propia vida, como si se tratase de una obra de arte. El cuidado y el conocimiento de sí, advierte Hadot, no eran separables para los griegos de un cuidado y un conocimiento del cosmos y la comunidad. El problema de la forma de vida viene ligado entonces a la relación entre nuevas verdades y prácticas de transformación.

DE LA COYUNTURA. Intentemos introducir todo esto en la coyuntura regional y argentina. El año 2001 marca una deslegitimación de las políticas neoliberales (y siempre que diga “Argentina” voy a estar hablando de una buena parte de América Latina); visibiliza unas “subjetividades de la crisis”, nuevos modos de hacer que son producidos en, para y por la crisis. Se trata de un tipo de protagonismo social que liga un momento comunitario desde abajo con la destitución de la salida neoliberal. Y por tanto de experiencias fuertemente estratégicas. Del corte de ruta a la apropiación del plan, a las formas colectivas de hacerse cargo de la salud, del territorio, de la condena social en el caso de los piqueteros, o en el de los escraches, o el modo de hacerse cargo de las fábricas, reconstruir mercados. Se trata de figuras cuya potencia surge de saberes populares, de estrategias en y para la crisis, de una potencia popular.

“El año 2001 marca una deslegitimación de las políticas neoliberales; visibiliza unas “subjetividades de la crisis”, nuevos modos de hacer que son producidos en, para y por la crisis. Se trata de un tipo de protagonismo social que liga un momento comunitario desde abajo con la destitución de la salida neoliberal.”

Las estrategias puestas en juego en 2001 podrían ser pensadas como parte de un “ejercicio espiritual” plebeyo. Toda la dimensión comunitaria y de lucha –de la reorganización de una fábrica al corte de ruta, de la condena social a la invención de una moneda de trueque– implica transformaciones subjetivas significativas. Todas esas subjetivaciones fueron muy importantes y pueden marcarse en continuación con una línea roja que comienza en el 77 con las Madres de Plaza de Mayo, con la invención de figuras que a la larga van resensibilizando el campo social. Que van respondiendo una y otra vez a los efectos desensibilizantes de los poderes (que del terrorismo de Estado al neoliberalismo se nos proponen continuamente). Son figuras de la crisis, no son figuras de obediencia. No piden ser gobernadas sino que ponen límites, ensayan mecanismos diferentes de la decisión colectiva, crean estrategias.
El segundo momento al que me gustaría aludir es al kirchnerismo, al ciclo de los gobiernos llamados progresistas en buena parte de la región y que pusieron en juego una voluntad de inclusión. Es decir, movilizaron una vocación de reparación, con una idea muy fuerte de incluir a los excluidos en el consumo y en los derechos. Muy importante es, en el caso argentino, la conexión con los derechos humanos y con los movimientos sociales, que son dos creaciones de ese período sobre las cuales nos merecemos un balance desde la izquierda, porque lo que no podemos hacer es tener complicidad con los balances miserables que la derecha hace de estos procesos, destinados a aniquilar toda relación positiva futura entre Estado y derechos humanos; Estado y movimientos sociales. La derecha habla de corrupción y moraliza con el objetivo de destruir la historicidad de los movimientos sociales y los derechos humanos.
La conciencia colectiva de las aporías de la llamada “inclusión” por parte de estos gobiernos llegó tal vez demasiado tarde. Los gobiernos “progresistas” que incluyen a la gente en el consumo –algo que desde el punto de vista cuantitativo es enteramente reivindicable– no cuestionaron la calidad de los procesos de consumo. Quiero decir: un consumo es neoliberal por el modo en que subjetiva, en que se articula con determinadas micropolíticas neoliberales. De ahí la amarga reflexión de Álvaro García Linera: ¿cómo puede ser que sectores sociales plebeyos beneficiados con los procesos de inclusión social voten propuestas neoliberales? García Linera se preguntaba hace un par de años: ¿en qué nos equivocamos los gobiernos progresistas que cuando distribuimos riquezas lo que nos surge es un tipo de respuesta que no se puede gobernar en el marco de nuestras ideas y nuestros esquemas?
Arriesgaría que la misma cartografía de incluidos y excluidos implicaba ya un saber y una potencia en los sujetos estratégicos de la fase anterior. Que la idea de excluidos, aun si era verdadera desde el punto de vista del consumo y los derechos, no leía en todas sus posibilidades una cierta potencia popular. Ahí hay algo a revisar: ¿por qué esos sujetos que fueron tan centrales en destituir el neoliberalismo anterior no estuvieron en el centro de la toma de decisiones, en el centro de la nueva imaginación, y sobre todo en el centro de la determinación de lo que se llamó consumo? Porque seamos claros en que aumentos de consumo en países como el nuestro son fundamentales pero también es imprescindible pensar qué tipo de consumo, quién produce, qué empresas, qué modelos de felicidad, qué estrategias, quién toma las decisiones. No son cosas que estén separadas. La idea misma de “inclusión” es limitada cuando no se está dispuesto a plantear críticamente ese espacio en el cual se pretende incluir a los excluidos.
El kirchnerismo supo tratar con la crisis pero lo cierto es que lo hizo negativizándola. Es decir, restando valor a las potencias de la crisis, estimulando cierta idea de orden. La tesis de que recién con el kirchnerismo vuelve la política es errada. ¿Nadie recuerda cómo eran los piquetes del año 2001? ¿No había jóvenes ahí resistiendo y luchando? Hay un racismo interno que es preciso problematizar. Porque hubo protagonismo popular y ese protagonismo tiene que ser reconocido. Finalmente, el kirchnerismo no se conectó ni escuchó a los intelectuales y los movimientos que estaban criticando al neoextractivismo. Ningunear a quienes luchan contra el modo de acumulación es un límite estructural para cualquier proyecto popular democrático.

“El kirchnerismo supo tratar con la crisis pero lo cierto es que lo hizo negativizándola. Es decir, restando valor a las potencias de la crisis, estimulando cierta idea de orden.”

Finalmente llegamos al macrismo, que plantea la ambigüedad que hay en la instauración de un orden completamente banal. Decir que el macrismo es una banalidad no quiere decir que sea un fenómeno trivial, sino que es un fenómeno de extrema redundancia (¡empresa y policía como receta para todos los problemas!). El macrismo es un problema serio con discurso banal. Es una reforma óptica que conduce todo a la transparencia empresarial. Toda opacidad, todo lo que va por fuera de su régimen óptico, es terrorismo. El caso de Santiago Maldonado fue la lección definitiva de lo que es el macrismo: una calificación del movimiento social desobediente como terrorista.
El macrismo es un fenómeno que supone un cierto fin de lo político, y de toda comprensión crítica de lo humano. Relacionado con el tema Maldonado está también el despliegue de una estética de la crueldad. Rita Segato habla de una pedagogía de la crueldad, que es el tipo de crueldad que se aplica no tanto por fines estratégicos sino sobre todo en términos pedagógicos.

“El macrismo es un problema serio con discurso banal. Es una reforma óptica que conduce todo a la transparencia empresarial. Toda opacidad, todo lo que va por fuera de su régimen óptico, es terrorismo.”

En los femicidios se ve con claridad: mostrar la capacidad de crueldad no solamente en lo que va a sufrir la víctima sino en lo que van a percibir todos los que están mirando esa escena. Es un espectáculo que comunica un lenguaje, un espectáculo que comunica quién tiene el poder. La estética de la crueldad que puso en juego el macrismo es también para pensar. Recuerden en marzo de este año el intento de los maestros de armar una carpa y haber sufrido una terrible represión; el encuentro de mujeres, la marcha de Ni Una Menos, la represión en el conflicto de los trabajadores de Pepsico. Son todas represiones a la luz del día. O en la 9 de Julio, mientras un movimiento piquetero está negociando con el gobierno, la policía reprime frente a las cámaras, y en ninguno de esos casos la represión es una necesidad. Es un gobierno que decidió poner en circulación la crueldad como forma de consumo. Me parece bastante difícil de entender lo que pasó con el caso Maldonado si no pensamos que lo que está ocurriendo no es sólo una política represiva sino una pedagogía gigantesca de la crueldad.

DEL REPLIEGUE SIN DESARME. Cuatro ideas de las que podemos partir para evitar que el repliegue devenga desbande.
La unidad del análisis de lo micro y lo macropolítico. Es decir, en 2001 la discusión con muchos compañeros y compañeras era qué importaba, si lo macropolítico o lo micropolítico. Me gustaría ver si podemos pensar que macro y micropolítico son aspectos inescindibles de una misma realidad. Que son dos maneras de mirar que demandan articulación. Se trata de dimensiones distintas, no de ideologías diferentes. No es posible elegir entre una estrategia macropolítica o una estrategia micropolítica. Si queremos pensar el macrismo veremos hasta qué punto su triunfo se debe a la influencia de micropolíticas neoliberales.
¿Cuál es la imagen de potencia que podemos oponer a la imagen de potencia que el neoliberalismo moviliza, que es una imagen contundente, productivista? Es la idea de podemos más, podemos todo. Tenemos que estar todo el tiempo presentándonos como sujetos productivos, plenos, creativos, valorizantes. La potencia es todo lo que podemos y podemos siempre y podemos más. Esto niega que la potencia real de la existencia, la capacidad de hacer y pensar de la que habla Spinoza, es siempre una potencia que está atravesada por lo frágil, atravesada por la angustia, por patologías, por no saber. Es una potencia sin imagen previa. No es el “sí podemos”, es el “qué difícil que es todo”. Los que estamos en experiencias colectivas, en militancias, trabajando con los lazos sociales, sabemos que no se puede. Sabemos lo que cuesta todo. No estamos como los idiotas cantando “sí se puede”, estamos todo el tiempo frustrándonos con todo lo que no se puede. Ese punto de la potencia creo que es un punto fundamental para restituir. Porque si no el tipo de potencia que está emergiendo es una potencia de compra de mercancía, que simplemente lo que va a hacer es liquidar todo el capital que tenemos para recuperar.
La capacidad cartográfica desde abajo. Lo que enseñaron estos años los trabajadores de la economía popular o el movimiento de mujeres. Cartografiar procesos de singularización en la economía, a nivel de los afectos, cartografiar la sociedad, cartografiar las formas de poder, entendiendo que el problema del patriarcado no es un problema de género en sentido literal sino limitado. Que no es un problema de especificidad de una minoría de personas que son llamadas mujeres y que son maltratadas por un problema de formación de algunos hombres, sino que el patriarcado es estructurante de las relaciones, estructurante de las formas de castigo, estructurante de las formas de productividad, estructurante de la idea de premio y castigo. Esta capacidad de mapear desde sensibilidades desplazadas retoma el problema de la crisis, no como negativa sino como escenario fundamental para armar estrategias, para atacar todos los puntos de desensibilización que el patriarcado va produciendo en nuestra sociedad.

“Esta capacidad de mapear desde sensibilidades desplazadas retoma el problema de la crisis, no como negativa sino como escenario fundamental para armar estrategias, para atacar todos los puntos de desensibilización que el patriarcado va produciendo en nuestra sociedad.”

La historicidad. El movimiento de derechos humanos se juega algunas disputas fundamentales en este momento. Es muy necesario ir más allá del papel tradicional de los organismos de derechos humanos, porque cambia la naturaleza de la violencia que tenemos que desactivar: la violencia actual es el racismo contra los pibes en los barrios, la violencia actual es el femicidio, son los trabajos precarios. Pero más allá de esta crítica posible, hay que retener que en la coyuntura actual está jugando muy centralmente el cuestionamiento que la derecha hace del rol que los organismos de derechos humanos han desempeñado estos años en términos de sostener la historicidad de las luchas en Argentina. Henry Meschonnic opone “historicidad” a “historicismo”. El historicismo es la capacidad de inscribir cualquier cosa en su fecha de origen; la historicidad es la capacidad de entender cualquier creación como manera de escapar a una época. La historicidad se liga siempre con una desobediencia. Traduce desobediencias pasadas en desobediencias actuales. Pero también crea espacios de sensibilidad para traducir luchas diferentes sin un lenguaje común. Ese es su peligro.

*Agradecemos a la artista Silvia Lucero por permitirnos ilustrar esta entrada del blog con sus obras “Asalto de la columna argentina a la columna argentina 2001/2018”, óleo s/lienzo (80 cm x 200 cm), 2018 y “Loading”, óleo s/lienzo (30 cm x 30 cm), 2019.

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¿PARA QUÉ NOS SIRVE MARK FISHER?

Compartimos la intervención del escritor y crítico cultural Alejandro Galliano realizada en el encuentro “No dejar ir el fantasma. Mark Fisher y las fisuras del realismo capitalista”, celebrado el 14 de septiembre de 2018 en el Centro Cultural Conti, que fue convocado en conjunto por el propio centro y por Caja Negra.

Ya no vamos a leer nada nuevo de Mark Fisher. La edición en castellano de K-punk, sumada a Realismo capitalista, Los fantasmas de mi vida y Lo raro y lo espeluznante, agota prácticamente la totalidad del material escrito por el filósofo suicidado en 2017. La única manera de mantener vivo su pensamiento desordenado y epocal va a ser traicionarlo un poco, adaptarlo a nuestros problemas y necesidades.
Esa traducción traicionera es la que hizo el mismo Fisher con gran parte del instrumental conceptual que manejaba. Empezando por la hauntología, el juego de palabras creado por Jacques Derrida en el contexto de crisis de la izquierda de los noventa para definir una ontología de los fantasmas, de lo que está y no está; sea porque aún no surgió (como la revolución socialista en el Manifiesto comunista) o porque aún no desaparece (como la revolución francesa en el 18 Brumario), pero que en ambos casos actúa entre nosotros. Luego de la intervención política de Derrida, el concepto giró hacia los estudios culturales anglosajones. El aporte de Fisher fue repolitizar la hauntología para recuperar un conjunto de preocupaciones como la identidad de la clase trabajadora, el modernismo y el futuro.
Nuestro problema y desafío es pensar a Fisher y sus fantasmas desde una periferia que no es solo económica. La Inglaterra de Fisher padece un estricto disciplinamiento capitalista que cala hasta la autoestima de sus gobernados; Argentina, por el contrario, sufre una constante crisis de hegemonía y demanda social incontenible que hace temblar hasta los cimientos de los servicios de inteligencia y los organismos de crédito internacional.
Pensar a Fisher desde nuestro país exige evitar tanto el injerto híbrido de “ideas fuera de lugar” como el excepcionalismo ramplón tan común por aquí abajo. Hace poco el psiquiatra y crítico literario Marcos Zurita tuiteó que “si Mark Fisher hubiese sido nacido acá, el peronismo lo salvaba”. Mientras tanto, Argentina se ubica en tercer lugar entre los países de la región por su tasa de suicidios, según la OMS.
Lo que sigue son tres breves lecciones de Mark Fisher para una hauntología argentina.

1. La hauntología como clasismo

La clase obrera siempre es fantasmal, sabemos que existe pero no la vemos, desde los nibelungos de Richard Wagner y la Metropolis de Fritz Lang, hasta los talleres clandestinos de Awada en Buenos Aires. El mismo Manifiesto Comunista es una especie de invocación medium, tal como señala Peter Hitchcock: comienza describiendo a un fantasma y termina pidiéndole a esa clase espectral que se una y se materialice en algo.
En Argentina, en cambio, la clase obrera tiene una innegable presencia histórica, política y económica, simbolizada por el terrible edificio modernista que la central sindical posee en una de las principales avenidas de Buenos Aires. ¿Se puede hablar de fantasmagoría en este caso? Sí, porque ese sindicalismo, eficaz y necesario, representa de hecho a una porción cada vez más chica de la clase obrera, carcomida por diversas formas de precarización: subempleo, tercerización, etc…

Mientras tanto surgen otras formas de clase obrera como los trabajadores de plataformas digitales (Glovo, Uber, etc.), presentes en el nuevo tejido urbano pero invisibles a la representación política y corporativa. En un libro reciente, Fronteras urbanas, Eleonora Elguezabal estudia a las torres porteñas y concluye que son tanto espacios de residencia como de trabajo, con toda una jerarquía de empleados de mantenimiento, limpieza y vigilancia que funcionan en su interior. Solo que esos trabajadores están ocultos por la propia lógica de funcionamiento de las torres.

La primera lección fisheriana, entonces, sería que la izquierda tiene que ser algo así como un cazafantasma, capaz de percibir lo oculto socialmente y reactivar lo muerto políticamente.

2. La hauntología como aceleracionismo

La hauntología no es una nostalgia. Por eso Fisher critica a la “melancolía de izquierda”: la remembranza paralizante de un pasado idealizado y sus reliquias. Más aún, Fisher mantuvo durante toda su vida una afinidad intelectual y humana con el llamado “aceleracionismo”, una corriente intelectual que propone extremar las transformaciones sociales y tecnológicas del capitalismo hasta superarlo.
Fisher comenzó su carrera intelectual en la Cybernetic Culture Research Unit (CCRU), que Sadie Plant y Nick Land regenteaban a mediados de los noventa en la Universidad de Warwick. Y hasta el final de su vida mantuvo lealtad intelectual hacia una figura tan polémica como Nick Land. Fisher también saludó con entusiasmo el Manifiesto por una política aceleracionista de Alex Williams y Nick Srnicek, un texto que él mismo inspiró en parte mediante su contacto con Srnicek, y al que le respondió en 2014 con su propio panfleto Reclaim modernity, coescrito con Jeremy Gilbert.
La hauntología de Fisher nos ayuda a resolver algunos problemas teóricos y políticos del aceleracionismo. Benjamin Noys observa que el aceleracionismo en su furor estético por la robotización y el rizoma descuida la existencia de prácticas, instituciones y sensibilidades sociales que sería sumamente nocivo acelerar aún más. Hartmut Rosa estudió ese daño en Aceleración y alienación.

La hauntología atiende justamente a esa fricción entre los tiempos del presente: la ilusión del futuro, sí, pero sin desgarrar el presente ni destruir el pasado. Los fantasmas de Fisher son los del modernismo cultural y las ideas de futuro que fuimos perdiendo. Los mismos aceleracionistas no dudan en reivindicar experiencias retrofuturistas como el Cybersyn chileno o la cosmonáutica soviética. A ese acervo podemos agregar las fantasías atómicas del primer peronismo, estudiadas recientemente por Hernán Comastri, la base aeroespacial de Chamical o la ciudad hidroespacial de Gyula Kosice. Hay bolsones de futurismo en el pasado que pueden ser explotados para pensar presentes alternativos sin necesidad de nostalgia ni alienación.

La segunda lección fisheriana es que hay una opción entre el ludismo de la izquierda miserabilista y la ingenuidad aceleracionista, y es activar esos bolsones de futurismo pasado no como nostalgia, sino como una carencia, un ruido incómodo que puede tener un efecto subversivo en la cerrazón política presente.

3. La hauntología como revisionismo

Y eso nos lleva a otro concepto de Fisher: los futuros perdidos. Aquí la referencia es Fredric Jameson, en especial su Arqueologías del futuro, de donde Fisher extrae su ramida cita “es más fácil pensar en el fin del mundo que en el fin del capitalismo” (de hecho Jameson se la atribuye, a su vez, a “alguien” innombrado en el libro). Se trata de un extenso ensayo en el que Jameson, desde Darko Suvin, considera que la ciencia ficción encarna la forma actual de las utopías y es allí donde encontraremos la forma de pensar sociedades radicalmente diferentes.
Fisher también hace una arqueología del futuro, pero no con la ciencia ficción sino con el pasado reciente: idealiza los años pre-thatcheristas hasta extrañarlos y así los transforma en un modelo de futuro alternativo. Es una operación de revisionismo histórico sobre una época, los años setenta, que ningún inglés reivindicaría: estancamiento económico, crisis social, pauperización, anomia, etc. Andy Beckett revisó ese pasado de creatividad cultural y resistencia social en When the lights went out y Fisher se tomó de ese revisionismo para imaginar una modernidad alternativa, una posibilidad de futuro que se perdió en el pasado. Como si hubiera una dimensión paralela en donde transcurre una historia sin Reagan y Thatcher que nos permite imaginar el progreso material del neoliberalismo, su internet y su sociedad multicultural, sin las patologías del realismo capitalista.
Ahora bien, ¿cómo operar ese revisionismo aquí? Los años setenta argentinos fueron debatidos y reinterpretados más que extensamente. Ese debate alimentó una fantasmagoría mucho más paralizante que la que discutimos en este texto, con su culto a los muertos y sin que a nadie terminara de quedarle claro el modelo de sociedad que se terminó perdiendo: ¿el socialismo nacional?, ¿el Pacto Social de Gelbard?
No, nuestra década hauntológica son los ochenta. No me refiero a los ochenta nostálgicos de Netflix, una idealización de la modernización reaganista que maquilla groseramente su costo social, sino a los ochenta argentinos. Tan difíciles de reivindicar como los setenta británicos: hiperinflación, golpismo, el mundo agónico de la “Argentina peronista” un minuto antes del estallido, pero también el instante previo al neoliberalismo en donde los últimos cartuchos guerrilleros convivían con las clases de Esther Díaz sobre Foucault antes de ir al Parakultural a escuchar a Todos tus muertos.
No es casualidad que últimamente haya un revival cultural, sino político, de los ochenta. Libros como Los 80 de José Esses y Dalia Ber, o fenómenos de internet como el blog Resiste un archivo o el canal de Youtube “Raro VHS”. Pero esos casos no dejan de ser formas de nostalgia. Me interesa rescatar dos casos no nostálgicos, dos casos hauntológicos.
Uno es @Canal11BsAs, una cuenta de twitter que se dedica a relatar en “tiempo real” la programación de Canal 11 durante 1988 y 1989. Imposible sentir nostalgia de ese año: dos levantamientos militares, Plan Primavera, la derrota de la renovación peronista por el menemismo. La cuenta juega más bien con la sensación de deja vu que nos deja la crisis cíclica argentina: titulares que podrían ser actuales, crisis y medidas que se repiten, el pastoso retrato VHS de políticos y periodistas que hoy pretenden el bronce o que se perdieron para siempre. El efecto es estéticamente estremecedor pero políticamente paralizante. Un 18 Brumario menemista cuyos fantasmas nos arrastran a un pasado recurrente y nos impiden pensar un presente distinto.

El otro caso son dos videos alojados en Youtube: Los Encargados interpretando Orbitando en Feliz Domingo en 1986, y Virus con Mirada speed en Hola Susana en 1988. Un pionero de la electrónica tocando en un programa orientado a toda la familia que transmitía el canal de mayor rating, un artista gay al borde de la muerte bailando en prime time un estribillo casi pedófilo con la diva televisiva de la época. La vanguardia de fiesta entre las tripas del populismo conservador televisivo. Eran los desórdenes que permitía una crisis terminal.
Desde entonces la crisis terminal argentina no termina. Se repite una y otra vez, minando nuestra autoestima colectiva y nuestra capacidad para concebir un futuro diferente. Que estos fantasmas nos recuerdan que un minuto antes de la modernización neoliberal había otra modernidad posible. La general intellect que hizo posible esa vanguardia cultural popular (así como construcciones políticas, modelos de negocios, etc.) todavía nos rodea en forma de pasado cristalizado.

La tercera lección fisheriana es que una mirada a la productividad cultural y política de otros momentos críticos como los ochenta o el 2001 puede ayudar a evitar la parálisis y la falta de autoestima que producen las crisis cíclicas en los nervios de la sociedad. Tiene que ser una mirada sin vergüenza del pasado ni miedo al futuro. Una mirada sin nostalgia. Una mirada hauntológica.

*Las imágenes incluidas en este posteo pertenecen a @Canal11BsAs

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EL POSTCAPITALISMO SERÁ POSTINDUSTRIAL

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Reimprimimos Aceleracionismo. Estrategias  para una transición hacia el postcapitalismo. Aquí compartimos un texto del coautor del “Manifiesto por una Política Aceleracionista”, Nick Srnicek.

De hecho, el reino de la libertad solo comienza allí donde cesa el trabajo determinado por la necesidad y la adecuación a finalidades exteriores; con arreglo a la naturaleza de las cosas, por consiguiente, está más allá de la esfera de la producción material propiamente dicha.

Karl Marx, El capital

Quiero afirmar que solo la desindustrialización puede conducirnos más allá del capitalismo o, en otras palabras, que el postcapitalismo será necesariamente postindustrial.[1] Esto significa que en vez de lamentar la pérdida de trabajos en el sector manufacturero o de luchar para traerlos de vuelta, la desindustrialización debe ser aplaudida como un logro importante e irreversible. Desde el punto de vista histórico, es equivalente al abandono de las economías agrícolas. Tal como la mecanización de la agricultura liberó a la gente de su dependencia respecto de la labranza, el proceso de desindustrialización tiene el potencial de liberar a la gente del fastidio de la mayor parte del trabajo productivo. Con todo, como consecuencia inmediata de afirmar la necesidad de la desindustrialización para el postcapitalismo, debemos reimaginar qué forma tendría la transición entre esas economías.

El relato tradicional de la partida más allá del capitalismo es bastante simple. Claro que este relato ha sido problematizado y criticado a lo largo del siglo XX; sin embargo, su estructura  general aún sustenta varios de los supuestos sobre el modo de trascender el capitalismo. A grandes rasgos, el relato comienza con el abandono de la economía agrícola, que había sido constituida en torno a un amplio campesinado. Toma su lugar una rápida industrialización, ejemplificada en las industrias textil, siderúrgica y, eventualmente, automotriz en los siglos XIX y XX. Los efectos sociales de esta industrialización fueron particularmente importantes para entender cómo se supone que habría de producirse el postcapitalismo. La industrialización implicó un desplazamiento de las poblaciones rurales a las poblaciones urbanas en crecimiento, además de la transformación del campesinado en proletariado, lo que supuso desposesión de las tierras comunales y acumulación primitiva. El resultado de esto fue una nueva clase trabajadora urbana que únicamente tenía su fuerza de trabajo para vender. Pero esta transición condujo también al desenvolvimiento de una clase trabajadora fuerte. Las fábricas implicaron una creciente centralización  de los trabajadores en el lugar de trabajo: trabajaban juntos creando comunidad y conexiones sociales. Asimismo, las tendencias del capitalismo llevaban a homogeneizar cada vez más a la clase obrera. El resultado fue que esta clase llegó a compartir los mismos intereses materiales: mejores condiciones de trabajo, salarios más altos, semanas laborales más cortas. En otras palabras, la industrialización sentó la base material para una fuerte identidad en la clase obrera. (Vale la pena mencionar aquí que, a pesar de esta base material, la clase trabajadora industrial fue siempre una minoría respecto de la población trabajadora. Incluso en el auge de la manufactura en los países más industrializados, el empleo en ese sector solo llegó a involucrar al 40% de la población.)[2] Con base en su fuerza política, sin embargo, la clase obrera debía convertirse en la vanguardia de la población, conduciéndonos lejos del capitalismo hacia algo mejor. Con su creciente poder como clase se pensó que los trabajadores podrían simplemente apropiarse de los medios de producción y gestionarlos democráticamente y para el bien común.

Evidentemente, esto no sucedió, y el mejor ejemplo que tenemos de ese proyecto es la miserable experiencia soviética. Lo que ocurrió en ese experimento fue la glorificación de la productividad a expensas de la libertad. Tal como ocurre en las sociedades capitalistas, el trabajo fue el imperativo máximo; no es de sorprender que el taylorismo, el fordismo y otras técnicas de potenciamiento de la productividad fueran forzadas sobre los trabajadores de la URSS. En los países capitalistas, en contraste, los sectores industriales decayeron y los fundamentos para una clase trabajadora fuerte han sido sistemáticamente atacados. Con todo, si miramos a los países en desarrollo, el relato tradicional tampoco se sostiene. Estos países están siendo también progresivamente desindustrializados. Esto puede apreciarse en dos amplios hechos: el primero es que las economías recientemente industrializadas no están siendo industrializadas en el mismo grado que las economías precedentes (en términos del porcentaje de la población empleada en la manufactura). En vez del 30-40% del empleo total, las cifras están más cerca del 5-20%. El segundo es que estas economías están también alcanzando el punto de desindustrialización a un ritmo más rápido. Consideradas en términos del nivel de ingresos per cápita, estas economías alcanzan la cima de industrialización mucho antes de lo que en el pasado lo hicieron los otros países.[3] Esto es lo que se ha dado en llamar el problema de la “desindustrialización prematura”. La conclusión que se extrae de la experiencia del siglo XX es que la promesa de la narrativa tradicional –la clase trabajadora dirigiendo una revolución hacia el control democrático de los medios de producción– no ha sido cumplida y parece ser ahora obsoleta. No vivimos ya en un mundo industrial, y las imágenes clásicas de la transición hacia el socialismo necesitan ser actualizadas.

¿Cuál es la alternativa entonces? ¿Podemos aún imaginar una transición a algo más allá del capitalismo, o las condiciones mismas del socialismo no son ya más que historia? ¿Si no se trata simplemente de que la clase trabajadora tome el control de los medios de producción, qué significa trascender el capitalismo? Para saber lo que el postcapitalismo podría suponer, quiero partir de una cita de Marx: “De hecho, el reino de la libertad solo comienza allí donde cesa el trabajo determinado por la necesidad y la adecuación a finalidades exteriores; con arreglo a la naturaleza de las cosas, por consiguiente, está más allá de la esfera de la producción material propiamente dicha”.[4] Marx afirma aquí que el ámbito de la libertad está más allá tanto de la producción material como de la centralidad del trabajo en nuestra sociedad. La desindustrialización, en la medida en que entraña el reemplazo del trabajo humano con trabajo crecientemente mecanizado y automatizado, es un paso necesario para trascender el capitalismo. La desindustrialización es la única vía para que escapemos de la imposición del trabajo porque nos permite delegar la producción a las máquinas. Significativamente, la desindustrialización también parece ser el único medio para lograr una sociedad de abundancia y tiempo libre. Sin la desindustrialización se deriva hacia dos posibles alternativas: o bien, tiempo libre expandido pero con pobreza generalizada (comunismo primitivo), o creciente abundancia al precio de trabajo autoritario (comunismo soviético). Si hemos de evitar acaso estos desenlaces, la automatización de la manufactura y del trabajo productivo en general son pasos necesarios para la construcción de algo más allá del capitalismo. La desindustrialización es, en otras palabras, una etapa necesaria para trascenderlo. Quiero concluir argumentando que si cambiamos nuestras ideas sobre la manera de superar el capitalismo, al final tendremos que revisar también algunos otros supuestos.

En primer lugar, como mencioné al principio, debemos aceptar que la manufactura es cosa pasada, y que es bueno que así sea. Los esfuerzos para traer la manufactura de vuelta son exitosos habitualmente al precio de bajar los salarios y en general atacando las condiciones de los trabajadores. Más recientemente, ha habido un regreso de fábricas textiles a los Estados Unidos, pero solo a condición de ser altamente automatizadas (el fenómeno de “reshoring”). La segunda conclusión es que necesitamos un cambio cultural que desplace la prioridad concedida al trabajo. Los empleos y el trabajo no pueden ser centrales para nuestra sociedad y nuestras identidades.  En todas partes podemos ver los efectos de este supuesto: por ejemplo, en la demonización de los desempleados y los pobres, en que el empleo para todos sea una meta consensual y en la glorificación de las “familias industriosas”. Por todas partes, el trabajo es el motivo dominante en nuestras sociedades. En última instancia, nuestro objetivo debe ser desvincular los salarios del trabajo. Las sociedades humanas están alcanzando rápidamente el punto en el que simplemente no hay suficiente trabajo disponible para todos, incluso si el trabajo para todos fuese una meta moralmente virtuosa. Por todas partes hay síntomas de una creciente población excedentaria: los desempleados, los subempleados, los precarios y el exceso absoluto manifiesto en las favelas globales y en el encarcelamiento en masa. La sociedad tendrá que afrontar tarde o temprano el problema de las poblaciones excedentarias y la desindustrialización. Y los parámetros básicos para ese debate son o la administración y el control de las poblaciones excedentarias (vía el encarcelamiento masivo, o la segregación espacial en asentamientos precarios, o la simple y franca expulsión de la sociedad), o la labor para el establecimiento de una sociedad postlaboral sustentable. Esta última meta significaría la reducción de la semana de trabajo y la movilización para la implementación de un ingreso básico universal. Estas metas, creo, son el único camino hacia delante. Esto supondrá el control sobre los medios de producción, pero no en el sentido en que el relato tradicional cuenta la historia. No se tratará de imponer control sobre los trabajadores en aras de un crecimiento económico cada vez mayor, sino de ejercer control sobre un sistema de producción y circulación ampliamente automatizado con fines socializados.


[1] He preferido usar a lo largo de este  escrito el término genérico “postcapitalismo” en lugar de “socialismo” y “comunismo”, términos más específicos y más cargados históricamente. Esto lo hago para señalar el hecho de que la futura sociedad por venir es tanto distinta a los experimentos previos como indefinida respecto de sus determinaciones exactas.

[2] Dani Rodrik, “The Perils of Premature Deindustrialization”, disponible en project-syndicate.org.

[3] Ibíd.

[4] Karl Marx, El capital, libro tercero, vol. 8, México, Siglo XXI, 2009.

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CAJA NEGRA Y EL FLASHERITO EN PROA21

CAJA NEGRA Y EL FLASHERITO EN PROA21

Entre el 18 de mayo y el 14 de julio, se pudo visitar en PROA21 la exhibición alemana Fabrik. Sobre la circulación de datos, bienes y personas. La exposición, curada por Florian Ebner, reunió obras de Hito Steyerl, Tobias Zielony, Olaf Nicolai, Jasmina Metwaly y Philip Rizk. 

Hito Steyerl, artista y ensayista, se dedica hace años al campo de los medios de comunicación y a partir del análisis de la imagen digital, Steyerl se pregunta cómo su producción, circulación y consumo inciden en la representación y percepción que tenemos del mundo y de nosotros mismos. Autora de Los condenados de la pantalla (Caja Negra, 2014) y Arte Duty Free. El arte en la era de la guerra civil planetaria (Caja Negra, 2018), Fabrik incluyó como pieza central su videoinstalación La fábrica del sol, presentada originalmente en la Bienal Internacional de Arte de Venecia en 2015; una obra que busca poner de relieve la incapacidad de acción en la que se ve atrapado el sujeto ante el desenfrenado flujo de información.

Steyerl crea allí un espacio inmersivo con una grilla tridimensional que simula un estudio de filmación digital y extiende el de la pantalla y, apropiándose de distintos géneros de consumo masivo de la web (noticieros, videoclips, filmaciones de drones), despliega una ficción crítica de los poderes del mundo virtual, narrada en otro formato popular (el videojuego), redireccionado en la estela de Chris Marker y Harun Farocki. Más que resistir los nuevos lenguajes, la obra los incorpora y los refuncionaliza con una mezcla de humor e ironía.
(Tirco Matute, Otra Parte)

 

El 29 de junio se realizó un recorrido diferente por estas salas de PROA21: una visita guiada por Lux Linder invitó a reflexionar sobre los problemas vinculados con la circulación del arte global, vinculando las obras con procesos políticos y económicos del ámbito local e internacional.

Además de la presentación de Mónica Heller y su animación “El Gato Sangrante”, artistas que integran el periódico El Flasherito generaron un diálogo elaborado a partir de citas de autores de nuestra colección Futuros Próximos y que funcionó como  disparador textual a las obras visuales. Este guión, que se repartió en forma de panfleto entre los visitantes, también se desplegó en pancartas y carteles a lo largo de los distintos espacios, en una intervención que buscó conectar la modalidad de la protesta social y la movilización sindical con el mundo del arte y la filosofía.

Compartimos algunas fotos de la actividad: 






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