VIVIR UNA VIDA FEMINISTA 

 VIVIR UNA VIDA FEMINISTA 

Imágenes de Somos Mafia (@somosmafia), gentileza  del Centro Cultural Kirchner. 

Por Agostina Mileo 

Para empezar, mi manera de vivir una vida feminista no es una conclusión sino un proceso concomitante. Esto lo hace bastante complejo, involucra mi historia y todos los aspectos de mi vida. Pero la verdad es que no estoy en una cena en la que me lo están preguntando por casualidad, así que tal vez sea bueno que me refiera a ello a través del libro de Sara Ahmed que lleva ese título. Específicamente, creo que uno de los términos t-teóricos de Ahmed viene muy al caso para pensar mi vida feminista: la feminista aguafiestas.

Para los que no saben, un término “t-teórico” es el que es intrínseco a la teoría. Por ejemplo, «radioactividad» en Curie. Algo que dice Ahmed, que comparto y es lo primero que voy a decir sobre mi vida feminista es que el quehacer teórico no es un plan, algo creado en mi mente para ser ejecutado. Algunas formas en las que lo dice: “una escritura en la que una experiencia corporizada del poder constituía la base del conocimiento”, “demasiadas veces el trabajo conceptual se entiende como algo distinto de describir una situación: pienso aquí en una situación como algo que viene a demandar una respuesta”, “nos encontramos con el racismo y el sexismo antes de tener las palabras que nos permiten darle un sentido a eso con lo que nos encontramos”. En este caso, ofrecer una reflexión sobre la feminista aguafiestas es ofrecer mi tránsito por ese concepto, mi experiencia del concepto.

Para empezar, en mi interior la “feminista aguafiestas” no se llama así, porque “aguafiestas» es una palabra que no me interpela, a diferencia de la figura a la que refiere. Entonces, yo le digo “la feminista ortiva” o “la feminista conchaseca”. Lo primero que va quedando claro es que hicieron muy bien en elegir a otra traductora.

Me gustaría abordar a la feminista aguafiestas de Ahmed, esa que arruina reuniones diciendo sus cosas feministas, a través de una forma particular de la feminista ortiva, que es la aguafiestas de otras feministas, porque si el sexismo es estructural entonces está en todas nuestras estructuras, aún en las feministas. Me parece pertinente porque, excepto que alguien haya venido a esta presentación para “destruir el feminismo desde adentro” asumo que estamos acá porque compartimos ciertos acuerdos básicos. Entonces, el vivir una vida feminista se vuelve relevante en tanto no solo somos feministas cuando no hay feminismo alrededor sino en nuestros propios espacios.

Antes de empezar con esto quiero aclarar que de ninguna manera creo que haya una estructura de escalafones en la que primero sos aguafiestas de no feministas para después serlo de feministas y que, además, agradezco profundamente a las ortivas que me han puesto los puntos y a las que me los van a poner en el futuro. Creo que llegar a este punto no es una cuestión de «hacer carrera feminista». Es más una cuestión de irse volviendo cada vez más intensa en lo ortiva. Ahmed dice: “al volverte más intensamente una feminista aguafiestas, puede que tengas cada vez más cautela respecto de las consecuencias de llevar la contraria; una consecuencia, al fin y al cabo, puede ser lo que compartimos con otras personas. Una empieza a cuidarse para no desgastarse. Sabemos la energía que involucra: sabemos que algunas batallas no ameritan el gasto de energía, porque siempre nos chocamos con la misma cosa”. Yo creo que en un espacio feminista los costos de esa confrontación valen la pena.

Una de las cosas que señala Ahmed sobre el trabajo de las oficinas de diversidad en las instituciones, es que muchas veces tienen un rol de “lavada de cara”. Así como “la idea de que el documento produce algo es lo que podría permitirle a la institución no reconocer el trabajo que hace falta hacer” o como “la diversidad se ejerce, entonces, cada vez más como una forma de relaciones públicas: el esfuerzo planificado y sostenido para establecer y mantener la buena voluntad y el entendimiento entre una organización y los públicos”, he notado que la aguafiestas muchas veces se entiende como una forma de militancia autosuficiente y no como el producto de una militancia transversal.

En esto, lo que yo observo es una interpretación de “lo personal es político” como una propuesta en la que lo sistémico se modifica a partir de la suma de pequeñas acciones individuales, cuando en realidad en nuestra genealogía feminista lo que ha sucedido es lo inverso. Los grupos de concienciación nos permitieron ver que nuestras experiencias eran expresiones de lo estructural. Y así, lo que generamos es un movimiento político basado en una forma particular de conocimiento, que es el conocimiento situado.

El conocimiento situado señala que la universalidad es una ilusión, a través de mostrar que lo que hemos reconocido como cierto es en realidad el reflejo de una perspectiva: la del varón blanco heterosexual propietario. Y en ese camino, recupera las experiencias como valor en la producción de conocimiento. Sobre ese varón, Ahmed dice: «Cuando hablamos de varones blancos estamos describiendo algo. Estamos describiendo una institución. Una institución implica en general una estructura persistente o un mecanismo de ordenamiento social que gobierna la conducta de un conjunto de individuos al interior de una comunidad. Me refiero no solo a lo que ya se ha instituido o construido, sino también a los mecanismos que aseguran la persistencia de esa estructura”. Por eso no hay que confundir conocimiento situado con conocimiento particular e individual. Justamente, se trata de situar mis experiencias personales para poder caracterizar mi situación en tanto parte de un colectivo oprimido. La feminista aguafiestas señala cómo estas opresiones sistémicas se expresan el el ámbito privado porque ha decidido combatirlas a nivel sistémico.

Para esto es crucial tomar una decisión: si pensamos que el feminismo es una cuestión de género o de señalar la injusticia de la desigualdad. En mi caso, creo lo segundo. Por eso, me parece que el género en el feminismo funciona como un ejemplo paradigmático, mostrándonos que la desigualdad es constitutiva de la forma en que organizamos la sociedad. Yo no creo que un mundo en el que reemplacemos mujeres por varones en espacios de poder vaya a ser un mundo feminista. Y ahí entra la interseccionalidad, algo que Ahmed enfatiza a lo largo de todo el libro. No me parece que si las mujeres ricas tienen las mismas opresiones que los varones ricos y las pobres que los pobres vayamos a vivir en un mundo feminista. Y esto parece obvio de declamar, pero cuando vemos ciertas expresiones del feminismo no es tan obvio.

Las feministas ortivas no solo usamos nuestra voluntad para negarnos a someternos a los preceptos, sino que la reencauzamos hacia el deseo. No nos oponemos solo porque es injusto, nos oponemos porque queremos otras cosas. No somos aguafiestas como elección personal sino como requerimiento político. Ahmed dice: «no es que la niña sea voluntariosa porque desobedece, sino que la niña debe hacerse voluntariosa para desobedecer”. Vivir una vida feminista: cómo transformamos nuestras experiencias personales a través de entenderlas como desigualdades estructurales en el encuentro con otras y cómo usamos ese encuentro para cambiar el mundo en el que vivimos.

“He notado que la aguafiestas muchas veces se entiende como una forma de militancia autosuficiente y no como el producto de una militancia transversal. En esto, lo que yo observo es una interpretación de “lo personal es político” como una propuesta en la que lo sistémico se modifica a partir de la suma de pequeñas acciones individuales, cuando en realidad en nuestra genealogía feminista lo que ha sucedido es lo inverso. Los grupos de concienciación nos permitieron ver que nuestras experiencias eran expresiones de lo estructural.”

Va un ejemplo de esto. Unos días después del femicidio de Úrsula, estaba conversando con un varón querido que me dijo que se había sentido mal porque veía en las redes sociales que las feministas reclamaban que los varones se pronunciaran sobre el tema, dando por asumido que nos les preocupaba o que en el último tiempo no habían cambiado ningún tipo de actitud. Me desvío un poco de la anécdota, porque no es lo que me dijo este varón en particular pero sí es lo que me suele decir la institución varonil ante este tipo de reclamos, para resaltar esto que dice Ahmed sobre cuando se nos pide que esperemos señalando que estamos mejor que antes: “te piden que seas paciente, como si lo que está mal no fuera a continuar, como si alcanzara con la paciencia para que las cosas mejoraran. No estar dispuesta a esperar es no aceptar soportar eso que te dicen que disminuirá con el tiempo. Cualquier revolución en la que a algunas personas se les pide que esperen su turno terminará exactamente en el mismo lugar”. Volviendo al relato, yo entonces me pregunté cuál era la exigencia que se le estaba haciendo a los varones en esos actos de reclamo. Y llegué a la conclusión de que era un post de Instagram, entendido como una acción que iba a actuar estructuralmente por acumulación. Lo que se instanció como sentido común ahí es que, si las expresiones cotidianas son expresiones de la desigualdad sistémica, si cambiamos la cotidianeidad va a cambiar el sistema.

Mi lectura es otra. A Úrsula la mató su novio policía. 1 de cada 5 femicidios son perpetrados por las fuerzas de seguridad. En la provincia más poblada de nuestro país, el plan de gobierno se armó pensando en una política de mano dura que nos brindó episodios como el asesinato de Facundo Castro, la represión en Guernica y un sitiamiento de la Quinta Presidencial a modo de reclamo salarial. Y como feministas, ¿lo que le estamos pidiendo a los varones es que manden un mensaje al grupo de whatsapp que diga “uh bro que cagada los femicidios mejor no hagamos chistes de tetas por un tiempo”? ¿En serio? ¿Creemos realmente que así le estamos aguando la fiesta a alguien? Ahmed dice: “La historia de la represión estatal es la historia de aquello que el Estado reprime. La historia de la represión necesita ser empujada más fuerte para llegar a alguna parte porque tiene que ir contra la historia que cuenta el Estado, una historia que viaja rápidamente y con facilidad porque las líneas de comunicación se mantienen abiertas a ella” y después “La historia no solo describe su muerte; la sentencia a muerte”.

Y así, por ejemplo, es como una conversación que venía muy amena se tensa en un segundo.

Otra forma que tengo  de cagarle la cena a la gente es hablar de menstruación. Uno podría preguntarse ¿señora qué le pasa por qué habla tanto de menstruación? Y bueno, la cuestión es que desde 2017 coordino #MenstruAcción, una campaña basada en 3 reclamos: quita del IVA a los productos de gestión menstrual, provisión gratuita en espacios comunitarios y promoción de la investigación y socialización de datos sobre el tema. En estos 4 años logramos muchas cosas pero me voy a centrar en que se ha sentado un antecedente regulatorio a nivel regional, dado que 6 municipios y una provincia han aprobado leyes de provisión gratuita.

Ya voy a volver a esto, pero voy a empezar por el principio. Y el principio es esto que Ahmed describe como “ un cuerpo que no se siente como en casa en el mundo”. Hay una cita fabulosa en el libro, en la que se decribe ser un varón negro como “estar encerrado en esta objetividad aplastante”. Menstruar es un poco eso. El cuerpo menstrual es un cuerpo abyecto.

Y a mí me pasó siempre otra cosa que dice Ahmed, que es no entender bien algo que para todo el mundo es obvio sin intención de que así fuera y generar escandalización con esa falta de entendimiento. Nunca entendí el tabú de la menstruación en el sentido más experiencial de la cuestión, nunca me situé en el tabú. Y eso hizo que me hiciera varias preguntas. Ahmed dice “las descripciones del mundo de quien no se acomoda en él convierten a las cosas en preguntas”. En este caso, una pregunta muy simple ¿por qué no se puede decir menstruación?

En un testimonio, una profesional de la diversidad dice: “utilizar un término que no es aceptable implica no poder hacer nada. En cierto sentido, una necesita usar una palabra que no haga que la gente se sienta amenazada, si la intención es trabajar con esas personas”. Sin embargo, no hay sinónimos de menstruación. Entonces, lo que tuvimos que hacer con nuestra campaña fue volver aceptable la palabra inaceptable. ¿Cómo lo hicimos? Mostrando que la menstruación no tiene connotación moral. Esta estrategia sin dudas fue efectiva, pero me vuelve a llevar a la cuestión de la “lavada de cara”.

“Las feministas ortivas no solo usamos nuestra voluntad para negarnos a someternos a los preceptos, sino que la reencauzamos hacia el deseo. No nos oponemos solo porque es injusto, nos oponemos porque queremos otras cosas. No somos aguafiestas como elección personal sino como requerimiento político.”

Los proyectos presentados a lo largo y a lo ancho de todo el país cuentan con firmas de todo el arco político. Es difícil entonces no preguntarnos si no hicimos “demasiado aceptable” esa palabra y no llegamos a esto que Ahmed describe como “¿Qué sucede cuando las palabras que utilizamos nos permiten pasar por alto las razones por las que la usamos?”. En ese sentido, es fácil confundir el objetivo de aprobar leyes con el objetivo de mejorar la vida de las personas. En este caso, yo creo que hicimos las dos. Y estoy muy orgullosa y muy contenta. Pero también me pregunto si no le dimos la oportunidad a sectores reaccionarios de decir que están haciendo cosas feministas introduciendo medidas de bajo costo político para poder oponerse con más fuerza a otras modificaciones.

Realmente, lo ortiva no tiene límites. Pero lo feminista tampoco. Entonces, una contrapropuesta. Vivir una vida feminista puede ser instalar un término y luego disputar el sentido. No como diatriba teórica, sino haciendo teoría en las formas de instanciar ese término. En este caso, articulando la territorialidad de las herramientas del Estado. Ahmed lo describe como la necesidad de sostener, de seguir presionando. Igual que, por ejemplo, las compañeras socorristas que tienen que sortear los obstáculos de una ley de IVE aprobada con objeción de conciencia. Porque, de nuevo, las feministas no trabajamos para aprobar leyes, sino para mejorar nuestras vidas. Y esa mejora no es una cuestión objetiva de evolución de indicadores, es una cuestión de respetar nuestros términos, de disputar su apropiación, de definir un mundo en el que nuestros cuerpos se sientan en casa.

Agostina Mileo es comunicadora científica. Actualmente es miembro del colectivo Economía Femini(s)ta, donde coordina la campaña #MenstruAcción y edita la sección de ciencia. También escribe el newsletter de ciencia de Cenital y es tutora en el Programa Nacional de Educación Sexual Integral. En 2018 publicó su primer libro, Que la ciencia te acompañe (a luchar por tus derechos) y en 2019 el ensayo “Instonto maternal”. En redes sociales es conocida como La Barbie Científica. www.labarbiecientifica.com

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KIT DE SUPERVIVENCIA AGUAFIESTAS

KIT DE SUPERVIVENCIA AGUAFIESTAS

Por Sara Ahmed 

*Texto incluido en Vivir una vida feminista (Caja Negra, 2021) 

Convertirse en una aguafiestas puede sentirse, a veces, como hacer tu vida más difícil de lo que debería ser. He oído este sentimiento expresado en términos de amabilidad: como sugiriendo que si dejas de notar las exclusiones tu carga se hará menos pesada. La implicación es que si dejas de luchar contra algo serás recompensada con una proximidad mayor a eso contra lo que luchas. Quizá te incluirían si dejaras de hablar de exclusiones. A veces el juicio se expresa con menos bondad: la desaprobación puede mostrarse en miradas de soslayo, suspiros, ojos que se ponen en blanco; dejen de luchar, adáptense, acepten. Y una misma puede sentir eso: que al prestar atención a ciertas cosas se complica la propia la vida.

Pero las experiencias que tenemos no solo traen desgaste; también nos proveen recursos. Lo que aprendemos de estas experiencias puede ser cómo sobrevivimos a estas experiencias. Comprometerse con una vida feminista significa que no podemos no hacer este trabajo; no podemos no pelear por este causa, sea lo que sea que cause, de modo que tenemos que encontrar una manera de repartir los costos de ese trabajo. La supervivencia entonces se vuelve un proyecto feminista común. Es así que esta caja de herramientas contiene mis objetos personales, los que he acumulado con el tiempo; cosas que sé que necesito hacer y tener cerca para seguir andando. Cada una acumulará cosas diferentes, sus propios objetos; podemos espiar los kits de las demás y encontrar allí la historia feminista de alguien más. Pero creo que lo importante de este kit no es solo lo que incluimos en él; es el kit en sí mismo, tener un lugar donde depositar aquellas cosas que necesitamos para sobrevivir. El feminismo es un kit de supervivencia aguafiestas.

Podríamos pensar en este kit de supervivencia feminista como una forma de autocuidado feminista. No obstante, pensar en un kit de supervivencia aguafiestas en términos de autocuidado podría parecer parte de una agenda neoliberal, una manera de hacer que el feminismo se trate de la resiliencia individual. Investigué el problema de la resiliencia en el capítulo 7, el modo en que se nos pide que nos hagamos resilientes para que podamos aguantar más (más opresión, más presión, más trabajo). Pero nuestro problema es este: el feminismo necesita que las feministas sobrevivan. Puede que a pesar de todo tengamos que continuar siendo capaces de aguantar, soportar la presión a la que nos someten cuando nos negamos a tolerar más, cuando nos negamos a vivir con un mundo.

El feminismo necesita que las feministas sobrevivan: mi kit de supervivencia aguafiestas se arma en torno a esta oración. Es una oración feminista. Y la inversa también es verdad: las feministas necesitamos que el feminismo sobreviva. El feminismo necesita que quienes vivimos vidas feministas sobrevivamos; nuestra vida se vuelve una supervivencia feminista. Pero el feminismo tiene que sobrevivir; nuestra vida se vuelve una supervivencia feminista en este otro sentido. El feminismo nos necesita; el feminismo necesita no solo que sobrevivamos, sino que dediquemos nuestras vidas a la supervivencia del feminismo. Este libro ha sido una expresión de mi voluntad de dedicarme a eso. Las feministas necesitamos que el feminismo sobreviva.

(…) 

Necesitamos un asidero cuando lo perdemos. Un kit de supervivencia aguafiestas consiste en encontrar un asidero justo en el momento en que una parece perderlo, cuando las cosas sencillamente se nos escapan de las manos; una manera de sujetarnos cuando la posibilidad que intentábamos alcanzar parece escabullirse. Feministas aguafiestas: incluso cuando las cosas se escapan de las manos, incluso cuando nosotras nos escapamos de las manos, necesitamos sujetarnos a las cosas.

ÍTEM 1: LIBROS 

Una necesita tener a mano sus libros feministas favoritos; tienen que darte una mano. Una tiene que llevarlos consigo; hacerlos parte de una misma. Las palabras pueden ayudarnos a levantarnos cuando caemos. Y nótese: muchas veces son los libros los que nombran el problema y nos dan así una forma de manejarlo. Los libros feministas picantes tienen una agencia especial, muy característica. Me siento impulsada por su picor. 

Entre los libros de mi caja de herramientas se encuentran La hermana, la extranjeraA Burst of Light, ZamiUna biomitografía y Los diarios del cáncer, de Audre Lorde; Feminist Theory Talking Back, de bell hooks; The Politics of Reality, de Marilyn Frye; El género en disputaCuerpos que importan y Vida precaria, de Judith Butler; La señora Dalloway, de Virginia Woolf; El molino del Floss, de George Eliot; y Frutos de rubí, de Rita Mae Brown. Ya sé que esta lista incluye muchos libros de Audre Lorde y Judith Butler. Sus palabras me llegan. Sus palabras me enseñan. Adonde voy, ellas van.

ÍTEM 2: COSAS 

Una vida feminista también está rodeada de cosas. Vivir una vida feminista crea cosas feministas. Todas tenemos tendencias; puede que seamos acumuladoras feministas, que guardan cada cartel, prendedor o pedazo de papel de una reunión; o quizá no. Pero pensemos en cómo una convención produce cosas (las fotografías de una boda, los signos de una vida reproductiva que pueden reunirse como pesas sobre las paredes). Necesitamos tener objetos, también; cosas que reunimos, recuerdos de una vida feminista, objetos felices incluso, recordatorios de conexiones, luchas compartidas, vidas en común. Podemos tener más o menos cosas, pero una feminista necesita sus cosas. 

Tenemos que rodearnos de feminismo. En una conversación con Gloria Steinem, bell hooks describe cómo ella se rodeó de objetos preciosos, objetos feministas, para que esas cosas fueran lo primero que viera al despertarse. 

Pensemos en esto: una crea un horizonte feminista alrededor de sí misma, el calor de los recuerdos; el feminismo como creación de memoria. El feminismo también deja cosas atrás. Las cosas pueden ser el modo en que manejamos lo que nos toca enfrentar: nos recuerdan por qué hacemos lo que hacemos. Las cosas son recordatorios. Nuestra política feminista hace cosas al tiempo que rompe cosas. 

ÍTEM 3: HERRAMIENTAS 

Un kit de supervivencia es también una caja de herramientas feminista. ¿Cuáles son tus herramientas feministas? Entre las mías hay un bolígrafo y un teclado, una mesa; las cosas a mi alrededor que me permiten seguir escribiendo, transmitir mis palabras. Quizás un kit de supervivencia es también una caja de herramientas. Necesitamos tener cosas que sirvan para hacer cosas; una aguafiestas necesita más herramientas cuantas más cosas enfrenta. Tal vez utiliza su computadora para escribir un blog. Una herramienta: un medio para un fin aguafiestas. El propio blog deviene una herramienta; es el modo en que ella extiende su alcance; la manera en que encuentra una comunidad de aguafiestas. Un fin feminista es a menudo un nuevo medio. Cuanto más difícil se hace alcanzar nuestros fines, más medios disponibles necesitamos.

Tenemos que diversificar nuestras herramientas, expandir nuestro rango; necesitamos volvernos más y más creativas, porque con frecuencia cuando hacemos una cosa, nos encontramos con un bloqueo. Ella tiene que seguir avanzando cuando se bloquea; ella puede levantarse a si misma adquiriendo otra cosa, quizás algo que encuentra cerca. Por supuesto, entonces, una feminista aguafiestas se acerca a las cosas como objetos potencialmente útiles, como medios para sus fines. Ella encuentra un uso para las cosas. Quizá no utiliza las cosas del modo en que se supone que debería. Puede que use las cosas de manera queer o que haga queer su uso. Su kit de supervivencia aguafiestas, para cumplir con su propósito, se convertirá él mismo en otra cosa útil. Pero si le diéramos ese kit a otra persona, podría no ser demasiado útil. De hecho: podría incluso considerarse que un kit de supervivencia aguafiestas compromete la salud y la seguridad de otras personas. De hecho: un kit de supervivencia aguafiestas podría ser inútil para otras personas. 

Una herramienta feminista tiene filo; tenemos que mantener nuestras herramientas afiladas. Cuando hablamos, muchas veces dicen que somos filosas. Escúchenla: estridente, chillona, la voz de la aguafiestas. Una voz puede ser una herramienta. Y sin embargo algo afilado puede volverse redondeado. En una ocasión, una persona convirtió esta agudeza en un insulto, al decir que yo no era “la herramienta más aguda de la casa (del ser)”. Convierto este insulto en una aspiración voluntariosa: para elaborar argumentos feministas hay que estar dispuesta a redondearse. Mi propia política de citación en este libro es un ejemplo de esto. 

Describí al feminismo lesbiano como una forma de carpintería voluntariosa. De modo que sí, necesitamos carpinteras feministas, obreras feministas; necesitamos construir edificios feministas sin usar las herramientas del amo, como decía Audre Lorde, con terquedad, proclamando inquebrantablemente que las herramientas del amo nunca destruirán su casa. Puede que necesitemos herramientas feministas para hacer herramientas feministas. Necesitamos convertirnos en herramientas; nosotras también podemos ser ladrillos, ladrillos feministas. 

Desde ya, a veces una feminista tiene que entrar en huelga. Hacer una huelga es dejar tus herramientas a un lado, negarte a trabajar trabajando con ellas. Una feminista a veces se niega a trabajar, cuando las condiciones laborales son injustas. Una herramienta puede ser lo que ella deja a un lado cuando entra en huelga.

ÍTEM 4: TIEMPO 

¿Tu corazón se aceleró cuando leíste ese e-mail? ¿Tus dedos se volvieron más rápidos cuando tipeabas la respuesta, como si estuvieran tomados por la fuerza de tu propia rabia? ¿Te posee la sensación de que esto te está sucediendo, de que estás atrapada por tu suerte, y los escalofríos te recorren? Decidas lo que decidas, enviar algo o no hacerlo, decir algo o no hacerlo, mejor hacer una pausa, tomarse un tiempo. Bajar la velocidad. Fruncir el ceño. Puede que aún así decidas enviar el e-mail, pero te alegrará haberte dado el espacio para decidirlo; te alegrará. 

El tiempo también implica poder tomarse un descanso. Incluso cuando una ha aceptado voluntariamente la tarea de la aguafiestas, somos más que esa etiqueta. Vale la pena tomarse descansos; hacer otras cosas con las cosas. Un descanso puede ser necesario para volver al trabajo. 

Descansar de ser una aguafiestas es necesario para una aguafiestas si quiere persistir en su rol. Ser una aguafiestas no es todo lo que somos, y si te dejas consumir por ella, puede drenar toda tu energía, y lo hará. Hay que volver a ella; ella volverá a nosotras; nosotras lo haremos, ella lo hará.

ÍTEM 5: VIDA 

Hay tantas cosas en la vida, como sabemos, cosas que son cotidianas o simplemente están ahí, cosas bellas, para amar; cosas que van y vienen; cosas que son más valiosas porque son frágiles. Ser una aguafiestas es demasiado absorbente, si te saca de los mundos en los que estás; la salida y la caída del sol, el ángulo en que los árboles se inclinan, la sonrisa de una amiga cuando comparten un chiste, el agua fresca y fría; la sensación del mar como inmersión; los aromas familiares de las especias mientras se cocinan. 

Dos veces en la vida, un animal llegó a mi existencia y la hizo sentir más posible, la hizo vibrar de posibilidad: cuando tenía doce años, fue Mulka, un caballo que estuvo conmigo por casi treinta años. Siempre ahí para mí incluso cuando vivíamos en continentes distintos. Mulka salvó mi vida, de eso estoy segura: me ayudó a encontrar otro camino en un momento en que estaba arrojándome a un destino miserable. Trajo consigo un mundo, un mundo de gente de caballos, en Adelaide Hills, un mundo más allá de la escuela y de la familia. Trajo consigo a Yvonne y a Meredith Johnson, que al cuidarlo cuando yo estaba lejos, cuidaron de mí. Y luego vino Poppy, nuestra cachorrita, que llegó a mi vida mientras escribía este libro. Es la primera vez que comparto mi vida con un perro. Ella mejora todo. Trajo tanto consigo, todo su esfuerzo puesto en la tarea de ser ella misma; una presencia arrolladora que me mantiene en el presente. Se abrió paso en mis afectos. También se abrió paso en este kit de supervivencia. Lo abandonará de la misma manera; de eso también estoy segura. 

Sobrevivir como estar: estar con Mulka; estar con Poppy; estar en un presente; estar afuera en el mundo; estar viva con un mundo. 

La vida importa; somos aguafiestas porque la vida importa; y la vida puede ser aquello por lo que las aguafiestas peleamos; la vida exige que dediquemos tiempo a vivir, a estar a vivas, a lanzarnos a un mundo con otros. Necesitamos estar arrojadas por el modo en que otros se arrojan. Necesitamos inquietarnos con lo inquietante. Tenemos que dejar entrar a la vida, en toda su contingencia. Pienso en esto como una apertura a la casualidad. Y afirmar la suerte es una especie de quiebre; quebramos un lazo que decide por nosotras qué clase de vida debe tener una vida para contar como una buena vida. Pero eso no significa cortar tu lazo con la vida. Cortar un vínculo es para toda la vida. Creemos en la vida aún más cuando tenemos que luchar por ella, sea que tengamos que quebrarnos porque tenemos que luchar para existir o para transformar una existencia. 

Involucrarse en un proyecto de vida es afirmativo. Eso es lo que las personas que recibimos la etiqueta de aguafiestas sabemos muy bien; sí, dicen que somos negativas, pero al aceptar voluntariamente esa asignación estamos afirmando algo. Podemos usar palabras diversas, nombres diversos, para llamar a este algo.

ÍTEM 6: NOTAS DE AUTORIZACIÓN 

Lo que una puede hacer es limitado. Tengo en mi kit de supervivencia aguafiestas algunas notas de autorización que me dan permiso para dar un paso al costado cuando todo se me hace excesivo. Podemos aprender a elegir nuestras batallas con sabiduría, pero las batallas también pueden elegirnos a nosotras. No siempre sabes cuándo podrás utilizar o cuándo de hecho utilizarás tus notas de autorización aunque te las hayas dado ti misma. Sin embargo, el solo hecho de tenerlas ahí, como una manera de darte el permiso de salir de una situación, puede hacer que la situación sea más soportable. Tenemos permiso para irnos; tenemos permiso para sufrir. 

Renuncié a mi puesto académico porque me di a mí misma el permiso de hacerlo. Esa no es la única razón. Pero necesitamos tener la posibilidad de abandonar una situación, terminemos haciéndolo o no. Tener la posibilidad de irse requiere recursos materiales, pero también un acto de la voluntad, no estar dispuesta a hacer algo cuando eso compromete tu capacidad de ser algo.

También tengo en mi kit algunos permisos por enfermedad. ¿Sabemos antes de un evento o encuentro que será comprometedor? ¿Intuimos que estaremos molestas, sin poder hacer nada? Bueno, entonces vale la pena incluir algunos permisos por enfermedad en tu kit. Usémoslos con moderación, pero dado que una puede enfermar por la ansiedad de caer enferma, las notas de permiso expresan una verdad política y personal. Esto no implica, por supuesto, que lo que anticipamos siempre suceda; claro que no. Pero a veces, solo a veces, no estamos dispuestas a correr ese riesgo. Sé voluntariosa en tu falta de voluntad. Siempre.

 ÍTEM 7: OTRAS AGUAFIESTAS 

Creo que las otras aguafiestas son una parte esencial de mi kit de supervivencia aguafiestas. Sé que puede sonar raro poner a otras personas en un lugar que una ha designado como su espacio (en un bolso, sigo pensando en los bolsos; ¿cómo respiramos adentro de un bolso?). Pero no puedo pensar en ser una aguafiestas sin la compañía de otras aguafiestas. No es una cuestión de identidad, ni de suponer que existe una comunidad de aguafiestas (he analizado el problema sin dar esto por supuesto). Más bien, se trata de la experiencia de tener a otras personas que reconocen la dinámica porque ellas también han estado ahí, en ese lugar, en esa posición complicada. Esto no quiere decir que no podemos convertirnos en las aguafiestas de las aguafiestas. Podemos y lo hacemos. Y esa es una razón más por la que las otras aguafiestas tienen que ser parte de nuestro kit de supervivencia. Nos sirve para reconocer que nosotras también podemos ser el problema; nosotras también podemos ser cómplices del borramiento de los aportes o las posibilidades de otras personas. 

Aprendí esta lección hace poco, cuando mi participación en una conversación sobre feminismo negro británico fue cuestionada por algunas mujeres negras que me vieron como partícipe del modo en que se las borra de los espacios y debates públicos. Respondí demasiado rápido y me puse a la defensiva, interpretando sus voces como si fueran parte del coro de críticas que yo llamaría más cuestionables que posicionan a las mujeres marrones como si siempre estuvieran intentando escalar posiciones tomando lugares que no les corresponden, un discurso que utiliza la narrativa familiar de las mujeres racializadas como valiéndose de la diversidad para avanzar profesionalmente. Escuché estas palabras como una aguafiestas. Y eso me impidió escuchar a las aguafiestas, que estaban obstaculizando lo que para mí era una línea salvavidas: el feminismo negro británico como mi comunidad intelectual. Mantenerse cerca de otras aguafiestas no se trata, entonces, de estar del mismo lado. 

Se trata de exigirnos más a nosotras mismas; de cómo podemos ser y estar siempre atentas. Nuestra irritabilidad puede y debe dirigirse contra nosotras mismas. Entendemos las cosas mal. Yo lo hice. Y lo hago.

ÍTEM 8: HUMOR 

Un pariente cercano de la figura de la feminista aguafiestas es la figura de la feminista sin sentido del humor la que no puede o no quiere entender el chiste, la que es miserable. ¡Ay, la proximidad del parentesco! Por supuesto, nos negamos a reírnos de los chistes sexistas. Nos negamos a reírnos cuando las bromas no son graciosas. Este punto es tan vitalmente importante que lo convertí en el cuarto de los diez principios de mi manifiesto aguafiestas. Pero podemos reírnos; y la risa feminista puede alivianar nuestras cargas. De hecho, a menudo nos reímos cuando reconocemos lo absurdo de este mundo que compartimos; o quizá solo cuando reconocemos este mundo. A veces hacemos chistes a partir de los puntos que han sido cercenados, las arterias sangrantes de nuestro conocimiento institucional. A veces nos reímos las unas con las otras porque reconocemos que reconocemos las mismas relaciones de poder. 

Lo que quiero decir aquí: alivianar nuestra carga se vuelve parte de la estrategia de supervivencia aguafiestas. Cuando lidiamos con historias pesadas, alivianar se vuelve una actividad compartida. Cuando lidiamos con normas que se vuelven más estrechas cuanto menos logramos habitarlas, haciéndonos difícil respirar, aflojar se vuelve una actividad compartida. Parte del trabajo de alivianar y aflojar es compartir: porque el trabajo de diversidad es costoso, tenemos que compartir los costos de hacerlo. 

Mis entrevistas con profesionales de la diversidad estuvieron llenas de risa. Como la vez que una trabajadora de la diversidad habló de cómo le alcanzaba con apenas abrir la boca en las reuniones para ver a la gente poner los ojos en blanco, como si dijeran: “Ahí empieza otra vez”. Cómo nos reímos, como aguafiestas, al reconocer ese momento aguafiestas. O como la vez que una profesional de la diversidad me contó que un amigo le preguntó: “¿Son parientes?” respecto de una fotografía de los miembros (todos varones y blancos) de su equipo de gestión. Cómo nos reímos, en ese momento, de la exposición del modo en que las instituciones funcionan como estructuras de parentesco. Puede ser un alivio conseguir abarcar con palabras una lógica que en general logra reproducirse esquivando las palabras. Cada una de nosotras reconoció que la otra reconocía la lógica. 

Risas, montones de ellas; nuestros cuerpos, también, abarcando esa lógica. No siempre nos reímos, claro. A veces tenemos que dejar que todo el peso de la historia caiga sobre nosotras. A veces necesitamos permitirnos estar tristes. Pero en ocasiones esta sensación de tristeza puede convertirse en energía, porque podemos reírnos de ella; porque aquello que enfrentamos nos da los recursos para ser testigos, para exponer las cosas, para traer cosas a la superficie y así reírnos de ellas. 

Reírse de algo puede implicar hacer que se vea más real, magnificarlo y al mismo tiempo reducir su poder o su influencia sobre nosotras.

ÍTEM 9: SENTIMIENTOS 

Nuestras emociones pueden ser un recurso; nos brindan inspiración. Ser una aguafiestas con frecuencia es que te señalen como emocional, demasiado emocional; como si dejaras que tus sentimientos se interpusieron en tu juicio; que tus sentimientos se interpusieran. Tus sentimientos pueden ser el lugar de una rebelión. Un corazón feminista late a contramano; el feminismo tiene mucho corazón. 

Un profesor que trabajaba en el mismo lugar que yo me decía una y otra vez, les decía a otras personas, que no entendía a la figura de la feminista aguafiestas; no le encontraba sentido. Me lo decía todo el tiempo. Explíqueme. Lo que en realidad quería decir era: explíquese. E insistía en decir cosas como que no puede tener sentido, porque hay mujeres que son jefas. En otras palabras, para él el sentimiento feminista correcto sería la alegría, incluso la gratitud, por la buena fortuna de nuestra llegada y nuestro progreso. Tenemos que estar dispuestas a que nos perciban como desagradecidas, a utilizar este rechazo a la alegría como una muestra de lo que nos han prohibido expresar. En su negativa a comprender a la feminista aguafiestas se implicaba que el hecho de que yo organizara mi propio proyecto intelectual y político en torno a ella era una forma de deslealtad institucional; una que tenía el potencial de dañar la institución. 

Pienso en la incitación aguafiestas de Adrienne Rich a ser “desleales a la civilización”. Nuestras emociones se abren cuando no acatamos la orden de ser leales y alegres. No siempre sabemos cómo nos sentimos aunque el sentimiento sea intenso. Pongamos todos esos sentimientos en nuestros kits. Veamos lo que producen, el caos que cocinan. Un kit de supervivencia consiste en calentar las cosas y vivir en el revoltijo

ÍTEM 10: CUERPOS 

Es verdad, es desgastante. Podemos estar cansadas y también tristes. Los cuerpos necesitan cuidado. Los cuerpos precisan nutrición y alimento. El feminismo también puede pensarse como una dieta; una dieta feminista es el modo en que el feminismo nos nutre. En mi kit de supervivencia aguafiestas yo tendría un paquete de chiles frescos; tiendo a ponerle chiles a todo. No estoy diciendo que los chiles sean pequeñas feministas. Pero en tu kit deberías poner lo que sea que en general te gusta ponerle a la comida; lo que sea que hagas para adaptar los platos a tus propios requisitos. Si tenemos una diversidad de cuerpos, tenemos una diversidad de requisitos.

Y este ítem se vincula a todos los demás. Los cuerpos son relaciones de mediación. Cuando no sobrevivimos, devenimos cuerpo; un cuerpo es lo que queda. Un cuerpo queda atrás. Un cuerpo es vulnerable; somos vulnerables. Un cuerpo nos habla del tiempo; los cuerpos llevan rastros de los lugares en los que han estado. Quizá somos esos rastros. Una aguafiestas tiene un cuerpo antes de ser etiquetada como tal.

Los cuerpos nos hablan. Nuestros cuerpos pueden decirnos que no aguantan lo que les exigimos; y tenemos que escucharlos. Tenemos que escuchar a nuestros cuerpos. Si gritan, hay que parar. Si gimen, hay que bajar la velocidad. Escuchar. Oídos feministas: también los tengo en mi kit de supervivencia.

Se invierte mucha energía en la lucha de no dejar que una existencia te ponga en peligro. Pero como he señalado a lo largo de este libro, reivindicar la figura de la aguafiestas, afirmarse en esa situación o decir “yo soy ella” puede ser energizante; ella tiene algo, un sentido de la vitalidad, tal vez, de la rebelión y la travesura, quizás, de la desobediencia, incluso, que puede ser la razón por la cual las aguafiestas siguen circulando, proliferando; ella parece asomar por todas partes. Como dije en un capítulo anterior, si la convocamos, ella responde.

Y es por eso que los cuerpos también deben estar en nuestro kit de supervivencia. Los cuerpos que saltan; los cuerpos que bailan; los “cuerpos que importan”, para tomar prestada una formulación de Judith Butler; los cuerpos que tienen que menearse de un lado a otro para hacer lugar.

Menearse está en mi kit de supervivencia. Bailar también.

Cuerpos que bailan: tantas veces las feministas han reivindicado bailar como algo esencial para su liberación. Una podría pensar en la famosa frase de Emma Goldman, “si no puedo bailar no es mi revolución”; o en la película sobre la supervivencia de Audre Lorde, The Berlin Years [Los años de Berlín], y sus secuencias finales que muestran a Audre bailando, secuencia que parecen capturar tan bien la generosidad de su espíritu negro y feminista. Pienso en todos los bailes que disfruté a lo largo de los años en las conferencias Lesbian Lives (las charlas también, pero son los bailes lo primero que me viene a la memoria). Un cuerpo feminista danzante, un cuerpo lesbiano danzante, cuerpos negros y marrones que bailan; la afirmación de cómo habitamos cuerpos a través de nuestro estar con otras personas. Estamos aquí, todavía. Cualquiera puede bailar con cualquiera para formar un colectivo. No estoy diciendo que las aguafiestas tengan un género o estilo específico de danza, ni que exista una danza aguafiestas (aunque quizás, solo quizás, sí exista). Tal vez en su posición hay un cierto salto; quizás en la energía que satura su figura, ella deviene una asamblea.

Mira cómo se mueve: qué movimiento.

 Y al poner al baile en mi kit de supervivencia aguafiestas estoy diciendo algo afirmativo. ¿Hay una contradicción aquí? ¿Cuándo estoy contenta, dejo de ser una aguafiestas? Bailar puede ser nuestra forma de abrazar la fragilidad de estar arrojadas. Y la alegría también es parte de la supervivencia aguafiestas, sin duda alguna. Necesitamos la fiesta para sobrevivir a nuestra vida aguafiestas; incluso puede ser una fiesta para nosotras aguar la fiesta. Y así también es la parte de erótica de mi kit, en el sentido de lo erótico del que hablaba Audre Lorde con tanta elocuencia. Una feminista aguafiestas, al cargarse, se calienta; es una figura erótica. Puede que llegue a la existencia a partir de o en la negación, pero esa negación tiembla de deseo; un deseo de algo más en la vida, más deseo; un deseo de más. Las feministas aguafiestas tienden a derramarse por todas partes. Qué desborde.

Feministas aguafiestas: un envase que gotea. Entonces: Cuidado, goteamos.

Podemos recordar otra vez el llamado de Shulamith Firestone a un “embargo de sonrisas” en su revolucionario manifiesto, La dialéctica del sexo. Firestone quiere que dejemos de sonreír por fuerza del hábito; algo que se ha hecho involuntario; dejar de sonreír hasta que tengamos una razón para hacerlo. Un boicot de la sonrisa sería una acción colectiva; solamente funcionaría si todas dejáramos de sonreír. No sonreír se vuelve una huelga feminista. Volveré a a este feminismo en huelga en mi manifiesto aguafiestas. Pero nótese cómo el llamado de Firestone es también una convocatoria a abrir lo erótico, a liberar a lo erótico del hábito de la felicidad que dirige a la vida por un “callejón angosto y recóndito de la experiencia humana”.

En mi capítulo “El feminismo es sensacional” investigué cómo el feminismo puede ser el despertar a un mundo que había estado cerrado por el requisito de vivir tu vida de cierta manera. Las cosas vienen a la vida cuando no las pasamos por alto. De modo que es importante decir esto: necesitamos permitirnos estar tristes y enojadas; cuando la alegría y la felicidad devienen ideales, la tristeza se vuelve demasiado rápidamente un obstáculo, un fracaso en alcanzar o aproximarse a los sentimientos correctos. La tristeza puede requerir una nota de autorización (ítem 6). Pero al mismo tiempo, la fiesta puede ser parte del kit de supervivencia aguafiestas. Personalmente no necesito una nota de permiso para la alegría; en mi experiencia, la alegría es un mandato cultura incluso si además puede ser un lugar de rebelión (la alegría colectiva del disenso); pero si necesitas darte el permiso de ser alegre, debes hacerte uno. Creo que la alegría solo puede ser parte del kit de supervivencia aguafiestas cuando nos negamos a darle el estatus de una aspiración. Cuando la alegría se vuelve aspiración, se convierte en eso que la aguafiestas debe aguar. Pero incluso si la supervivencia para las aguafiestas exige una renuncia a hacer de la alegría (o de su amiga más densa, la felicidad) una aspiración, esto no significa tampoco que tenemos una obligación de estar tristes o infelices. Una aguafiestas no está exenta de fiesta. 

Para regresar a Emma Goldman, a su libro Viviendo mi vida, ella afirma la libertad de bailar cuando le dicen que no baile; ella baila y le dicen que no es el momento de bailar, por la “muerte de un querido camarada”. Mientras cuenta la historia, Goldman dice que un chico joven de rostro solemne le susurró: “No le corresponde a los agitadores bailar”. Goldman afirma en este momento el baile como una rebelión afectiva contra la exigencia de estar triste; contra la demanda de no habitar su cuerpo con un abandono gozoso. Esto es lo que llamo un momento de extranjera afectiva. Un kit de supervivencia aguafiestas consiste también en permitirle al cuerpo ser el lugar de una rebelión, incluyendo una rebelión contra la exigencia de entregar tu cuerpo a una causa o hacer de tu cuerpo una causa. Tal vez no bailar, también, puede ser lo que un cuerpo hace; negarse a bailar cuando bailar se vuelve un requisito, pararse en el fondo, a un costado, sin moverse.

Y POR ÚLTIMO: UN KIT DE SUPERVIVENCIA AGUAFIESTAS 

Armar un kit de supervivencia aguafiestas puede ser también una estrategia de supervivencia. Mi kit de supervivencia aguafiestas está en mi kit de supervivencia aguafiestas. Escribir un manifiesto feminista también puede ser una estrategia de supervivencia. Mi manifiesto, que viene a continuación, está en mi kit. Al escribir un manifiesto feminista hay que leer otros manifiestos feministas. ¡Qué fiesta! Los manifiestos son “especies compañeras”, para tomar prestada una descripción de Donna Haraway. Leer manifiestos también está en mi kit de supervivencia aguafiestas. Un kit puede ser un contenedor de actividades que están en proceso; proyectos que son tales en la medida en que todavía no se han realizado.

Una aguafiestas: un proyecto que viene de una crítica de lo que es. 

Hablando de proyectos: Somos nuestros propios kits de supervivencia.

Sara Ahmed.  Nacida en Inglaterra pero criada en Australia, es una escritora feminista y una académica independiente. Sus áreas de estudio se centran en la intersección de las teorías feministas, las políticas queer, el postcolonialismo y las luchas antirracistas, y sus aportes teóricos son fundamentales para entender los regímenes globales de producción de lo sensible. Hasta 2016 fue profesora de Estudios Culturales y Raza y directora del Centro de Investigaciones Feministas en Goldsmiths, Universidad de Londres, y trabajó también sobre estudios de género en la Universidad de Lancaster. Entre sus libros se encuentran Vivir una vida feminista, La política cultural de las emociones, Willful subjects, queer phenomenology: Orientations, objects, others y Differences that matter: Feminist theory and Postmodernism. Su página web es www.saranahmed.com.

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DE THE PROMISE OF HAPPINESS A LA PROMESA DE LA FELICIDAD

DE THE PROMISE OF HAPPINESS A LA PROMESA DE LA FELICIDAD

Por Mirari Echavarri, Andrea García Abad, Emilio Papamija y Elena Castro Córdoba

Sara Ahmed hace referencia a los libros como herramientas imprescindibles del kit de toda feminista aguafiestas. En esta capacidad defensora que la teoría puede tener, alcanzamos a ver cómo la categoría de Donna Haraway “pensar-con” no es suficiente para entender cómo nos hemos apropiado La promesa de la felicidad. Sus libros han sido para nosotrxs lugares de escape, libros-orientadores, libros-amigxs, libros firmados, robados, libros con los que con-vivir, libros-espacios abiertos que nos acercaban a esa aspiración de devenir aguafiestas. Aspiración que, como nos recuerda Ahmed, nos remite a su raíz latina: “respirar”. Estas aspiraciones eran nuestro objeto feliz.

Fueron precisamente estas promesas de con-vivencia y de respirar, de vivir de otra forma, las que forjaron este grupo que hoy escribe. Se presentaba ante nosotras una promesa de felicidad con el conocimiento bajo/con/y de la mano del amparo teórico de Sara Ahmed. Un objeto feliz que nos unió, el máster, y una promesa que no llegó a cumplirse.

Sara no estuvo, pero quedaron sus libros.

Historia de un robo // objetos felices: pautan caminos, generan un código, una norma que, al seguirla, promete con su cumplimiento el estado de plenitud feliz. Y, cuando no se cumple, un castigo.

En la portada del ejemplar en inglés, robado de la biblioteca para recordar las consecuencias que tiene salirse del camino feliz, se lee: “Sara Ahmed carece tanto de curiosidad intelectual que cree ingenuamente las calumnias garabateadas en libros. Con tal ‘evidencia’, lidera cazas de brujas, cruzadas de censura y silencia violentamente y empobrece a los académicos con los que no está de acuerdo”. Esta anotación era la respuesta “vengativa” a las pintadas anónimas en los libros de un reconocido profesor en las que se le acusaba de agresiones sexuales y de acoso. Ahmed, en su visibilidad como figura feminista y antirracista y en su compromiso en el intento de erradicar estas violencias del campus se había convertido, como muestra esta pintada en su libro, en un “target” del profesorado y el estudiantado más conservador. Este es, por lo tanto, un documento más de la guerra silenciosa y visceral a través del texto escrito que tuvo lugar todo ese año: pintadas en los libros de la biblioteca, preguntas en los baños (where is Sara Ahmed?) e intervenciones con papel pintado que hacían referencia a la crisis de agresiones sexuales que asolaba el campus y que causó, en última instancia, que Ahmed renunciase a su puesto en la universidad.

La materialidad de los libros cuenta, en sí misma, muchas historias. Este es un libro que responde a una violencia concreta, la obligatoriedad de la felicidad y el borramiento de las estructuras injustas que configuran la felicidad como promesa, como orientación en la vida. Levantarlo, tenerlo entre las manos, abrirlo y leer esto ya lo convierte, en sí mismo, en parte de ese archivo infeliz que conforman las feministas aguafiestas.

Esta es la historia de este libro y esto es este libro.

El fin de la felicidad// Feministas aguafiestas: Nuestro primer encuentro, el de quienes escriben este texto, fue propiciado por un mismo objeto feliz, una promesa en forma de email de respuesta a la solicitud para entrar en un máster en estudios de género y feminismos; un mensaje de la propia Sara Ahmed felicitándonos por haber sido aceptadxs en el programa**. Sin embargo, poco después la promesa de felicidad se derrumbaría, el objeto se volvería infeliz al recibir la noticia de que Sara renunciaba a su puesto en la institución. Acaso, como sugiere el libro, heredar el feminismo sea heredar la tristeza que conlleva la toma de conciencia política. Lejos de rechazarla, lxs estudiantes nos congregamos en torno al objeto infeliz convirtiéndonos, poco a poco, en una comunidad de aguafiestas. Compartíamos ser alienadxs de la felicidad, habernos desviado de los guiones establecidos como buenos=felices para nosotrxs: divorciarnos, abandonar la cisheteronorma o no haber encajado nunca en ella, rebelarnos ante el binarismo del sistema sexo/género, señalar el racismo y el sexismo, también dentro de la institución. En definitiva, trabajamos para montar nuestra propia fiesta, una en la que ser felices dejó de ser un fin, para intentar, como este libro, hacer lugar.

**más tarde nos daríamos cuenta de que todas habíamos recibido un mensaje idéntico, y por lo tanto, impersonal.

Perdido en el traducir(se)// queers infelices: esa fiesta que organizamos, para muchxs de nosotrxs llegó de la mano del ejercicio de traducción. El intrincado proceso parecería sencillo, pero traducir los afectos hacia el objeto feliz significa devenir queer. Este afecto queer tiene la particularidad de que se aparta de los proyectos del lenguaje y se acerca más bien a los proyectos somáticos. Así, The Promise of Happiness ha estado transformándose hace ya un buen tiempo en La promesa de la felicidad, en moléculas de papel como en bits virtuales, pero también en peso de huesos, alientos de discursos internos y decibeles de conversaciones infelices. El devenir queer lleva consigo alterar la linealidad cronológica de la heteronormatividad, y es por eso que el presente, como dice Lauren Berlant (2011) es afectivamente percibido. Para nosotrxs, este es uno de esos libros que quedó como testigo primordial de ese constante devenir. Pareciera que cada vez que recorremos sus páginas, se re-archivara nuestra infelicidad de maneras distintas. Nuestros mil presentes releyendo las palabras de Ahmed, renuevan una vez más los votos que una vez hicimos hacia una promesa infeliz. Esta traducción, La promesa de la felicidad, es para nosotrxs como un regalo en forma de máquina del tiempo queer.

Por muchos años más// Futuros felices, que no ocurren cuando la distopía no opera como temor y ordenación de la imagen de futuro sino que se da en el presente, el futuro como posibilidad desaparece. Nos ha reunido en esta ocasión un recuerdo común —un aniversario, una amistad— y un deseo de su perdurabilidad en el por – venir: ¡por muchos años más! 

Porque, como dice Sara Ahmed, “la felicidad depende de que haya un futuro”. 

¡Feliz aniversario Caja Negra!

Mirari Echavarri, Andrea García Abad, Emilio Papamija y Elena Castro Córdoba forman parte de un grupo entusiasta de feministas aguafiestas que se encontró en el corazón de Inglaterra en 2017 para cursar el MA Gender, Media and Culture (Goldsmiths University) coordinado, hasta ese año, por Sara Ahmed. Desde ese momento las colaboraciones colectivas a raíz del pensamiento de Sara Ahmed se dieron en eventos como Sexual Harassment in Higher Education (Goldsmiths, Londres), ciclo de conferencias sobre la crisis de acoso sexual en el ámbito académico británico o Las niñas que hablan son descaradas e ingratas (Storm&Drunk, Madrid), actividad y presentación de La promesa de la felicidad en colaboración con Caja Negra. Individualmente trabajan en los campos de la investigación y producción cultural y artística y agradecen cualquier pretexto laboral o personal para seguir encontrándose. 

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HACIENDO EXTRAÑOS, por SARA AHMED


HACIENDO EXTRAÑOS, por SARA AHMED

Traducción de Nicolás Cuello, marzo de 2020.

¿Qué clases de extraños se están produciendo en estos días de distanciamiento forzado? ¿Qué tipos de proximidades están siendo criminalizadas? Nicolás Cuello nos comparte su traducción de “Haciendo extraños”, texto publicado por Sara Ahmed en el año 2004 en su blog feministkilljoys.com, como un impulso para comenzar a pensar críticamente en la creación pública de sujetos extraños, formas del malestar, cuerpos infecciosos y economías raciales que vuelven a algunos sujetos en objetos del escarnio y a otros en meramente transmisores inocentes de virus. 

Se hacen extraños; los extraños no están hechos. Desde el principio, he estado escribiendo en compañía de extraños. La figura del extraño es familiar; el extraño es, por lo tanto, alguien que reconocemos (como un extraño) en lugar de alguien que no reconocemos. Neighborhood Watch (Brigadas Vecinales de Seguridad) ofrece un conjunto de técnicas disciplinarias para reconocer a extraños; aquellos que “están fuera de lugar”, que están merodeando, que están “aquí” sin un propósito legítimo. Para aquellos reconocidos como extraños, la proximidad es un crimen.

En el Epílogo de la segunda edición de The Cultural Politics of Emotion, publicada en 2014, expliqué cómo mis argumentos sobre los extraños me llevaron a pensar sobre y a través de la emoción. En Strange Encounters (2000) exploré cómo aparece el extraño como figura a través de la adquisición de una carga. Reconocer a alguien como un extraño es un juicio afectivo. Me interesaba cómo algunos cuerpos son “en un instante” juzgados como sospechosos o peligrosos, como objetos a los que hay que temer, un juicio que puede tener consecuencias letales. No puede haber nada más peligroso para un cuerpo que el acuerdo social de que ese cuerpo es peligroso.

Hay tantos casos, demasiados casos. Solo tome uno: Trayvon Martin, un joven negro asesinado a tiros por George Zimmerman, el 26 de febrero de 2012. Zimmerman participó de manera central en el programa Brigadas Vecinales de Seguridad. Estaba cumpliendo con su deber cívico de vecino: velar por lo que es sospechoso. Como George Yancy ha notado en su importante artículo, “Walking While Black” (Caminar siendo negro), aprendemos de una llamada realizada por Zimmerman, cómo se le apareció Trayvon Martin. Zimmerman dice: “Hay un tipo realmente sospechoso”. También dijo: “Parece que este tipo no es bueno o está drogado o algo así”. Cuando el despachador le preguntó, dijo, en cuestión de segundos: “Se ve negro”. Cuando se le pregunta qué lleva puesto, Zimmerman dice: “Una sudadera oscura, como una sudadera gris”. Más tarde, Zimmerman dijo: “Ahora viene hacia mí. Tiene las manos en la cintura”. Y luego: “Es un hombre negro”. (Yancy, 2013).

Hay que tener en cuenta esta escena pegajosa: “Sospechoso, nada bueno, viniendo hacia mí, con aspecto negro, una sudadera con capucha oscura, vestido de negro, siendo negro”. La última declaración hace explícito a quién Zimmerman estaba viendo desde el principio. Que estaba viendo a un hombre negro ya estaba implícito en la primera descripción, “un tipo realmente sospechoso”. Permítanme repetir: no puede haber nada más peligroso para un cuerpo que el acuerdo social de que ese cuerpo es peligroso. Y más tarde, cuando Zimmerman no es condenado, hay un acuerdo retrospectivo con ese acuerdo: que Zimmerman tenía razón al sentir miedo, que su asesinato de este joven fue en defensa propia porque Trayvon era peligroso, porque iba, como lo describe Yancy, caminando poderosamente “mientras era negro”, ya juzgado, sentenciado a muerte, por la forma en que apareció como un hombre negro a la mirada blanca.

“No puede haber nada más peligroso para un cuerpo que el acuerdo social de que ese cuerpo es peligroso.”

Hay que tener en cuenta esta escena pegajosa: “Sospechoso, nada bueno, viniendo hacia mí, con aspecto negro, una sudadera con capucha oscura, vestido de negro, siendo negro”. La última declaración hace explícito a quién Zimmerman estaba viendo desde el principio. Que estaba viendo a un hombre negro ya estaba implícito en la primera descripción, “un tipo realmente sospechoso”. Permítanme repetir: no puede haber nada más peligroso para un cuerpo que el acuerdo social de que ese cuerpo es peligroso. Y más tarde, cuando Zimmerman no es condenado, hay un acuerdo retrospectivo con ese acuerdo: que Zimmerman tenía razón al sentir miedo, que su asesinato de este joven fue en defensa propia porque Trayvon era peligroso, porque iba, como lo describe Yancy, caminando poderosamente “mientras era negro”, ya juzgado, sentenciado a muerte, por la forma en que apareció como un hombre negro a la mirada blanca.

“La más inmediata de nuestras reacciones corporales puede ser tratada como pedagogía: aprendemos acerca de las ideas al aprender cómo se vuelven automáticas sin pensar. Irónicamente, quizás, no hay nada más mediado que la inmediatez.”

En lugar de centrarme en los sentimientos que circulan entre los cuerpos, en mi trabajo he tendido a prestar atención a los objetos: los objetos que circulan acumulan valor afectivo. Se vuelven pegajosos. Un objeto de miedo (el cuerpo del extraño como un objeto fóbico, por ejemplo) se comparte con el tiempo, de modo que el objeto, al moverse, puede generar miedo en los cuerpos de quienes lo aprehenden. Entonces el miedo “en efecto” se mueve al ser dirigido hacia los objetos. Sigue siendo posible que los cuerpos no se vean afectados de esta manera; por ejemplo, alguien podría no sospechar de un cuerpo que con el tiempo se ha acordado que era sospechoso (no hay nada más afectivo que un acuerdo porque lo que está de acuerdo a menudo no tiende a registrarse).

Tengan en cuenta también que la percepción de los demás es a su vez una impresión de los demás: convertirse en un extraño es ser borroso. Desde entonces he descrito el racismo como un instrumento contundente, que es otra forma de hacer el mismo argumento (Ahmed 2012: 181). Detenerse y buscar, por ejemplo, es una tecnología que hace que esta franqueza sea un punto: ¡Deténgase! ¡Usted es marrón! ¡Podría ser musulmán! ¡Podría ser un terrorista! Cuanto más borrosa sea la figura del extraño, más cuerpos pueden ser atrapados por ella.

Aquí estoy hablando principalmente de cómo los extraños se convierten en objetos no solo de sentimiento sino también de gobierno: los extraños son cuerpos que se manejan. O tal vez deberíamos decir: el gobierno de los cuerpos crea extraños como cuerpos que requieren ser gobernados. La gentrificación, por ejemplo, es una política explícita para el manejo de extraños: formas de eliminar a quienes serían llagas oculares; aquellos que reducirían el valor de un barrio; aquellos cuya proximidad se registraría como precio. Aprendemos de esto. Existen tecnologías en el lugar que nos impiden ser afectados por ciertos cuerpos; aquellos que podrían interponerse en la forma en que ocupamos el espacio.

“Aquí estoy hablando principalmente de cómo los extraños se convierten en objetos no solo de sentimiento sino también de gobierno: los extraños son cuerpos que se manejan. O tal vez deberíamos decir: el gobierno de los cuerpos crea extraños como cuerpos que requieren ser gobernados.”

Las instituciones también hacen extraños. Investigué cómo las instituciones hacen extraños en mi libro Sobre ser incluido: racismo y diversidad en la vida institucional (2012), un estudio empírico sobre el “mundo de la diversidad”. La figura cargada del extraño es la que encontramos en la habitación. Y cuando las cosas están pegajosas, son rápidas: así es como la figura del extraño puede terminar “en la habitación” antes de que un cuerpo entre en esa habitación. Cuando estás atrapado en su apariencia, las emociones se convierten en trabajo: tienes que manejar tu propio cuerpo sin cumplir una expectativa. Permítanme compartir con ustedes dos citas del estudio. El primero es de un entrenador de diversidad negro:

El otro punto sobre ser un entrenador negro es que tengo que establecer una buena relación. ¿Lo hago siendo miembro del espectáculo de trovadores en blanco y negro o lo hago tratando de ganar respeto con mi conocimiento? ¿Lo hago siendo amigable o lo hago siendo frío y distante? ¿Y qué significa todo esto para la gente ahora? Desde mi punto de vista, probablemente no tenga nada que ver con el conjunto de personas que están en esa habitación porque en realidad el estereotipo que tienen en sus cabezas está bastante bien resuelto (Ahmed 2012: 160).

Establecer una relación se convierte en un requisito debido a un estereotipo, como el que se arregla, sin importar con quién se encuentre. La demanda de construir una relación toma la forma de un perpetuo auto cuestionamiento; el trabajo emocional de preguntarte qué hacer cuando hay una idea de ti que persiste, sin importar lo que hagas. De hecho, las consecuencias del racismo se manejan en parte como una cuestión de auto-presentación, de tratar de no cumplir con un estereotipo:

No le des a los blancos miradas desagradables a los ojos; no les muestres posiciones corporales agresivas. Quiero decir, por ejemplo, voy a comprar un par de anteojos porque sé que los anteojos suavizan mi rostro y mantengo mi cabello corto porque me estoy quedando calvo, así que necesito algo para suavizar mi rostro. Pero en realidad lo que estoy haciendo, estoy contrarrestando un estereotipo, estoy contrarrestando el estereotipo sexual masculino negro y sí, paso todo mi tiempo contrarrestando ese estereotipo, modifico mi comportamiento lingüístico y entono un tono tan inglés como puedo. Tengo mucho cuidado, eso, mucho cuidado (Ahmed 2012: 160).

Tener cuidado se trata de suavizar la forma misma de su apariencia para que no parezca “agresivo”, porque ya se supone que es agresivo antes de aparecer. La exigencia de no ser agresivo podría ser vivida como una forma de política corporal, o como una política de discurso: debes tener cuidado con lo que dices, cómo apareces, para maximizar la distancia entre tú y su idea de ti, que es a la vez la causa del miedo (“el estereotipo sexual masculino negro”). El encuentro con el racismo se experimenta como el trabajo íntimo de contrarrestar su idea de ti. La experiencia de ser un extraño en las instituciones de la blanquitud es una experiencia de estar en guardia perpetua: de tener que defenderte de aquellos que te perciben como alguien contra quien defenderse. Una vez que se carga una figura, aparece no solo afuera sino delante del cuerpo al que está asignado. Así es como, para algunos, llegar es recibir una carga.

El trabajo de diversidad no es solo el trabajo que hacemos cuando nuestro objetivo es transformar las normas de la institución, sino el trabajo que hacemos cuando no habitamos esas normas. Este trabajo puede requerir trabajar en el propio cuerpo en un esfuerzo por ser complaciente. El esfuerzo por reorganizar tu propio cuerpo se convierte en un esfuerzo por reorganizar el pasado. Este pasado no solo es difícil de cambiar, a menudo es lo que aquellos ante quienes apareces, no reconocen como presente.

Si hasta ahora me he centrado en cómo los extraños se convierten en objetos fóbicos, más recientemente he estado pensando en cómo se pueden crear extraños al no aparecer. Un extraño podría ser aquel con quien no estamos sintonizados.

Digamos que entramos en el estado de ánimo de una situación. Los estados de ánimo a menudo se entienden como orientaciones más generales o mundanas en lugar de orientarse hacia objetos específicos. Sin embargo, cuando pensamos en el estado de ánimo como un fenómeno social, está claro que la situación es importante. Cuando entras en el estado de ánimo de una situación (por ejemplo, al ser recogido por el buen ánimo de los demás), la situación puede convertirse en el objeto compartido. Quizás un objeto podría volverse más nítido en un momento de crisis. Podría destacarse: algo deliberado que se interpone en el camino. Por ejemplo, podría entrar en una situación que es alegre y recibir una buena alegría, solo para darme cuenta de que esta no es una situación que encuentro alegre. Digamos que la gente se ríe de una broma que no me parece graciosa, o incluso una broma que me parece ofensiva; también empiezo a reírme antes de escuchar el chiste. Cuando lo oigo y me parece ofensivo no solo perdería mi buen ánimo, sino que afectivamente estaría “desafinado” con los demás. Todo mi cuerpo puede experimentar la pérdida de sintonía como ira o vergüenza, un sentimiento que puede ser dirigido hacia mí mismo (¿cómo me dejé atrapar en esto?).

En parte, lo que sugiere este análisis es la necesidad de reflexionar sobre el camino de los estados de ánimo no como ajenos a los objetos a pesar o incluso cuando estos objetos son vagos e indistintos. Después de todo, compartir un estado de ánimo todavía puede implicar una valoración afectiva (lo que causa que la buena alegría sea buena) y, por lo tanto, una forma de orientar el cuerpo. Estar sintonizados el uno con el otro no solo es compartir los estados de ánimo (buenos o malos, vividos o no) sino también un cierto ritmo. Cuando “recogemos” un sentimiento podemos levantarnos unos a otros. Nos estamos riendo juntos, nos miramos cara a cara; nuestros cuerpos se estremecen juntos; estamos siendo sacudidos al mismo tiempo, reflejándonos el uno al otro. Cuando dejo de reír, me retiro de esta intimidad corporal. Incluso puedo romper esa intimidad; una intimidad puede romperse como una jarra rota. Podría quedarme teniendo que recoger las piezas.

Lo que sugiero es que la sintonización no es exhaustiva: uno puede entrar en la sala con ciertas inclinaciones. Estar en sintonía con algunos puede significar simultáneamente no estar en sintonía con otros, aquellos que no comparten sus inclinaciones. Podemos cerrar nuestros cuerpos y oídos a lo que no está en sintonía. Una experiencia de no sintonización podría referirse a cómo podemos estar en un mundo con otros donde no estamos en una relación receptiva, donde no tendemos a “captar” cómo se sienten. Esta sensación de no estar en armonía podría siquiera registrarse en la conciencia. Incluso podríamos haber eliminado de nuestra conciencia lo que no es consistente con nuestro propio estado de ánimo, lo que podría incluir una evaluación de los cuerpos que se inclinan de otra manera. Cuando este examen no tiene éxito, entonces esos cuerpos (y los estados de ánimo que podrían acompañarlos) se registran como qué o quién causa la pérdida de sintonización. No es de extrañar que el extraño se convierta en una figura malhumorada (¡y de hecho un aguafiestas!): A menudo pasan al frente, o se enfrentan, al momento de perder una buena alegría colectiva. Y podríamos pensar más aquí sobre las técnicas para descartar el sufrimiento provocado por esos extraños. Podríamos pensar aquí sobre el uso de escudos, o incluso la transformación de cuerpos en escudos. La esperanza política podría descansar en el fracaso de estas técnicas.

La sintonización puede crear la figura del extraño no necesariamente o no solo al convertir al extraño en un objeto de sentimiento (el extraño como aquel con quien reconocemos que no estamos), sino como el efecto de no inclinarse en la manera en la que debería. Los extraños, por lo tanto, reaparecen en los bordes de una habitación, apenas percibidos, o no percibidos, acechando en las sombras.

No es de extrañar que un extraño pueda ser una vaga impresión.

Referencias:

Ahmed, Sara (2014). “Emotions and their Objects.” Afterword to the second edition, The Cultural Politics of Emotion. Edinburgh University Press.

————(2012). On Being Included: Racism and Diversity in Institutional Life. Duke University Press.

———– (2000). Strange Encounters: Embodied Others in Post-Coloniality. Rourledge.

Fanon, Frantz (2008). [1967] Black Skin, White Masks. Trans. Charles Lam Markmann. London: Pluto Press.

Yancy, G. (2013). “Walking While Black,” New York Times. September 1st.

En nuestro catálogo, de Sara Ahmed, pueden leer “LA PROMESA DE LA FELICIDAD. Una crítica cultural al imperativo de la alegría”:

https://cajanegraeditora.com.ar/libros/la-promesa-de-la-felicidad-sara-ahmed/

Colección FUTUROS PRÓXIMOS.

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