OBJETOS DE AUDIO NO IDENTIFICADOS 

OBJETOS DE AUDIO NO IDENTIFICADOS 

Introducción y selección por Marta Echaves

Las ficciones sónicas y fonoficciones generan un paisaje que se extiende hacia el espacio de posibilidad. Producen de esa manera la poderosa sensación de que el disco es un objeto que es lanzado desde otro mundo. En esta interfaz entre ficción sónica y track, entre concepto y música, la ficción no se opone a la realidad, ni la verdad a la mentira. 

La tapa, el reverso de la cubierta, la cubierta desplegable, el sobre interno del disco, la etiqueta, la tapa del CD, las notas de cubierta, el CD mismo: son todas superficies para conceptos, plataformas-texturas para fonoficciones. El concepto retroalimenta la sensación y actúa como una máquina de subjetividad, una maquina que puebla el mundo con alucinaciones aurales.

Un jardín para escuchar. En esta entrega, nos detenemos en una selección de fragmentos de Más brillante que el sol, de Kodwo Eshun, donde el autor analiza las cubiertas. Al final, encontrarán una entrevista al autor en formato descargable. Prepárense para un fugaz vistazo al futuro: Nos adentramos en las matrices del discontinuum de las futurritmaquinas. 

[Click en las imágenes para escuchar los discos]

EL CONTINUUM ELECTRIBAL < > EL PASADO LLEGA DESDE EL FUTURO

En la tapa de Sextant un joven y una joven norafricanos bailan en un desierto aplanado como una pista de aterrizaje. Una luna llena de cráteres se mece sobre ellos. Una cadena de cuentas gigante, sus dos hebras abriéndose como antenas metálicas después de atravesar un amuleto, flota detrás de un híbrido de pirámide y zigurat, una especie de torre de observación egipcio < > babilónica. Si das vuelta el álbum, aparece un alien africano envuelto en una túnica con sus dedos puntiagudos señalando en dirección a la cadena gigante. Detrás de él hay una máscara de Buda azulada y de ojos rosáceos, con un sol que estalla por detrás y nubes abultándose.


ECUACIÓN ANIQUILACIÓN

En el arte de Don Brautigam para la contratapa del álbum de James Brown de 1973 The Payback, “Mind Power” [El poder de la mente] es ilustrado con el perfil de un hombre tallado en una piedra gris de aspecto piramidal. Su córtex está dividido en secciones inscriptas con ecuaciones arquetípicas: e = mc2. La mente resplandece con la luz del poder intelectual, astralizada por la matemágica. Brown establece una analogía entre el surco del vinilo y el groove del funk. Al abstraer el material y la Tecnología Rítmica Aplicada en el mismo plano material, abre la conceptécnica del funk. Las revoluciones de “Mind Power” sobre los tocadiscos tensan los músculos de la mente. Cada revolución del groove del funk traza un nuevo surco en la mente, hasta que esta se vuelve superpoderosa. The jb entrenan al público en este nuevo sistema nervioso, hasta que nos convertimos en el guerrero espiritual de un ejército infundido de Poder Soul.


CAPTURA DEL TERCER OJO 

El arte de tapa en acuarela de Efram Wolff para Innervisions de Stevie Wonder muestra un rayo óptico ocre-marrón que sale disparado de su párpado cerrado, el haz vegetal de un reflector iluminando la estratósfera como una versión botánica de Cíclope de x-Men. Si la visión de planta de Wonder desencadena toda una eco-óptica del ojo de la mente, Funkadelic son los aromanautas de la percepción,  provocando atormentadas alucinaciones en la nariz de la mente.


 MUTACIONES UNIDAS DE AMÉRICA 

Funkadelic te recluta para la causa de tus miedos más oscuros echando mano de los impulsos tóxicos de la tecnología. “Maggot Brain” puede llegar a “matarte del susto”. El arte de tapa del álbum de 1972 America Eats Its Young muestra a una Estatua de la Libertad con colmillos ensangrentados alimentándose de bebés. En “Eulogy and Light” el tiempo corre hacia atrás en lo que Clinton llamaría más tarde backwashpsychosis [psicosis de reflujo], un viaje de terror hacia los Estados Alterados y Mutaciones Unidas de América.


CICLOS PLATEADOS DE LA POLIRRITMÁQUINA 

El groove surge cuando patrones rítmicos superpuestos se entrelazan, cuando los beats se sincronizan formando una malla que genera un efecto de autolocomoción, una sensación inexorable y sin esfuerzo que te remolca desde atrás hasta volverte funky como un tren. Meterse en el groove es acoplarse al polirritmotor, es adaptarse a un propulsor de ritmos ficcionalizado que te arrastra con su propio impulso. 

“[It’s Not the Express] It’s The jb’s Monaurail” de The jbs ficcionaliza esta sensación de malla sincronizada, cuando los espacios a ambos lados de la expectativa te encierran en burbujas de aire temporales. El arte de tapa de Fred Marcellino para el álbum de 1975 Hustle With Speed ilustra el Monoaurriel, una vía férrea interestelar de un solo riel que serpentea entre satélites con un tren bala plateado deslizándose en su órbita funicular. El Monoaurriel es el Ritmotor visualizado como la única vía [track] por la que se desplaza el tren. Groove = Polirritmopropulsor = Ritmotor, no personificados, sino maquinizados como unidad de tren y vía, en una autolocomoción stratusphunk < > funkular. Para Kraftwerk, “los trenes son ellos mismos instrumentos musicales. Solíamos viajar de noche atravesando paisajes.”


MUTACIONES MARINAS EN EL ATLÁNTICO NEGRO 

Cada ep de Drexciya navega por las profundidades del Atlántico Negro, recorriendo los mundos subacuáticos habitados por drexciyanos, lardossanos, hombres pez Darthouven y hombres branquiados mutantes. En las notas a The Quest, su cd conceptual doble de 1997, se revela que los drexciyanos son una especie marina que desciende de “esclavas africanas embarazadas enviadas a América” que “fueron arrojadas por la borda de a miles en pleno trabajo de parto porque se habían vuelto un cargamento engorroso. ¿Podrían los humanos haber respirado bajo el agua? El feto en el útero materno evidentemente vive en un medioambiente acuático. ¿Podrían haber dado a luz en el mar a bebés que nunca necesitaron del aire? Experimentos recientes han mostrado que los ratones son capaces de respirar oxígeno líquido, y un neonato humano prematuro se ha salvado de una muerte segura al respirar oxígeno líquido mediante sus pulmones incipientes. Estos hechos, com- binados con los relatos de avistamientos de hombres branquiados y monstruos anfibios en los pantanos del sudeste de los Estados Unidos, hacen sorprendentemente factible la teoría del tráfico de esclavos”.


EL CÍBORG EN LA RED DE FUERZAS

Al adoptar el nombre Model 500, Juan Atkins afirma ese estado maquinal que solía ser llamado deshumanización. La foto de Günther Fröhling que ilustra la tapa de The Man Machine, de 1978, muestra un conjunto de máquinas célibes posando como coristas. El interior de la cubierta muestra a los integrantes de Kraftwerk vestidos de camisa roja y corbata negra, el pelo teñido de negro, delineador también negro y lápiz labial rojo sobre sus bocas minúsculas y selladas. Con el brazo derecho descansando sobre la cintura y mirando todos hacia la derecha, posan sobre una escalera de metal con la baranda pintada de rojo. Son pretendientes sin novias.


DESAPARECE CON LOS OJOS CERRADOS

Lejos de implorar superar los controles de pasaporte de la prensa musical mainstream estadounidense, el techno se aferra a la posibilidad de sustraerse de lo visible. Escuchar a Underground Resistance es someterse a un procedimiento que elimina tu visión y te sumerge en el sol de medianoche. Nada para ver, tanto para sentir. La visión nocturna despierta nuevos sentidos. Allí donde “Welcome to the Terrordome” se volvía una audiobomba, el doble ep de Suburban Knight Dark Energy se vuelve un ataque sónico. El comunicado impreso en la etiqueta anuncia “seis olas de energía oscura” que “sumirán la Tierra en el sol ultravioleta de medianoche”. El arte de tapa del visualista Frankie C. Fultz muestra un África atómica irradiando un campo rojo de energía oscura. El logo de ur es islamo-atómico: descansa sobre una pirámide con el símbolo de la energía atómica en su vértice iluminado y una luna creciente islámica a su izquierda.


FICCIONES DE ETIQUETA

La ficción impresa en la etiqueta del ep Undetectible de Scan 7 extiende por lo tanto estas estrategias de furtividad a una operación secreta de terrorismo digital. Los Programadores usan una Estación Emisora Central para transmitir al mundo su “rayo de control mental”. La Estación Emisora Central emplea una unidad de procesamiento central y poderosos chips.

 Trackmaster Lou de los aliados de Underground Resistance Scan 7 tiene dos tareas: infiltrar la eec para impedir que el rayo siga trans mitiéndose y luego reemplazar el chip por uno de ur. Este “nuevo chip de cpu llamado ‘Electro-3132030ur033’” ha sido desarrollado en Detroit por ingenieros de Metroplex.


KONCEPTOS INTRAPLANETARIOS

Ra usa la electrónica para generar una cosmología panteísta. La electrónica amplifica el antiguo sistema pitagórico en el que el cosmos es una correspondencia de armonía y número. “Astro Black”, de 1973, está ensamblado a partir de inputs transcrónicos: Egipto, Nubia, Europa. 

El genealogista de las máquinas Lewis Mumford presiona la tecla control sobre el archivo de ensamblaje: “Solo una cosa se necesitaba para reunir y polarizar todos los nuevos componentes de la megamáquina: el nacimiento del Dios Sol. Y en el siglo xvi, con Kepler, Tycho Brahe y Copérnico oficiando de parteras, iba a nacer este nuevo dios”. En la tapa del álbum de 1965 The Heliocentric Worlds of Sun Ra, Volume 2, al lado de Copérnico, Galileo, Tycho Brahe y Kepler, figura una ilustración de Ra. Viajando hacia atrás en el tiempo e insertándose a sí mismo en el siglo xvi, Ra convierte el heliocentrismo copernicano en adoración del sol. La astronomía del Renacimiento se vuelve una rama floreciente del culto egipcio al sol. Los sistemas de mitos egipcios abducen el universo cristiano. Su cosmología está ahora al servicio de Ra y sus fine




Descargá la entrevista a Kowdo Eshun incluida en Más brillante que el sol (Caja Negra, 2018)

KOWDO ESHUN. De ascendencia ghanesa, nació en Inglaterra en 1967. Estudió literatura inglesa en Oxford y actualmente trabaja como escritor y DJ.  Además es profesor en la Universidad de Londres como parte del Departamento de Culturas Visuales y ha colaborado con varias revistas como i-DThe GuardianSpinFrieze y The Wire. En 2002 fundó junto con Anjalika Sagar, The Otolith Group, un colectivo que trabaja proyectos que incluyen obras en video y films, escritos de artistas, exhibiciones y curadurías, con el objetivo de crear una práctica integrada que apunte a generar una “nueva cultura de cine”.

TÍTULOS RELACIONADOS

¿NO HAY SALIDA?

 PLATAFORMAS Y DISTANCIA SOCIAL

¿NO HAY SALIDA? 

PLATAFORMAS Y DISTANCIA SOCIAL

Por Natalí Schejtman

Un amigo se va de un grupo de Whatsapp. Vive en Europa, donde el brote del Covid-19 ya lleva varias semanas de intensidad y miles de muertos y no puede soportar más hablar del tema. Pide perdón si resulta grosero, pero no da más. Otra amiga lo justifica en el mismo grupo, ya con un integrante menos: el único lugar del que se puede salir es de un grupo de Whatsapp. 

Puedo imaginar su liberación con ese portazo virtual que no logra cuando decide solamente ignorar su teléfono móvil, o justamente porque no logra despegarse de ese imán pegajoso y tremendamente hipnótico. Pero después pienso en lo que me dijo Daniel Miller cuando lo entrevisté el año pasado. Miller es un antropólogo que hace un tiempo largo estudia el uso de dispositivos en distintos países del mundo, distintas comunidades, por género, por edad, por clase social. Compara países muy distintos. Él, británico, me dijo que mientras en el Reino Unido todos estaban obsesionados por la falta de privacidad de sus datos, en algunos sectores de bajos ingresos en China, que desconocen el cuarto propio, el teléfono es visto como el único pasadizo hacia algo parecido a la intimidad.

El diario Clarín ilustró la nota sobre la mujer de 82 años que decidió violar la cuarentena y salir a tomar sol a los bosques de Palermo -algo estrictamente prohibido- con una foto genial de Fernando de la Orden. Ella, echada en una reposera con ropa suelta mientras tres policías uniformados la rodean, algo desconcertados ante tremenda rebelión. Todos ellos tenían un teléfono o handy en la mano. La señora no. La tecnología era símbolo de dependencia: una herramienta de trabajo para los policías; su falta, el condimento extra de la desobediencia. Y también del ocio, del que podía gozar la jubilada vecina de los bosques de Palermo. Pero mirando en detalle había algo más: ella tenía puestos auriculares, que probablemente conectaran con un móvil también, aunque en un segundo plano. Con la tecnología, desoía la ley y el orden.

Durante esta cuarentena en la que la gente está mayormente encerrada en sus casas, las suscripciones a Netflix explotaron globalmente y Amazon se corona como uno de los grandes ganadores del Covid-19, incluso aunque se hayan reportado infectados y se hayan denunciado falta de protocolos de seguridad sanitaria en sus depósitos europeos. Apple, Microsoft, Alphabet (Google), Facebook y Amazon fueron infladas por los inversores en las últimas semanas. Mientras el planeta vive asustado por un virus que amenaza con saturar los servicios de salud globalmente desfinanciados -aunque no en igual medida en cada país-, el capitalismo de plataformas, basado en la recolección de datos a cambio de alguna forma de consumo, información y entretenimiento, goza de buena salud. Y más que eso: mientras los consumidores están encerrados en sus confinamientos, las plataformas robustas son vistas y usadas como una forma de salida al exterior conocido, al afuera del diseño algorítmico. Son información global y también vinculación con otros. Mientras más confinados estamos, más solos, ansiosos o preocupados, más buscamos las ubicuas plataformas. Las plataformas exacerban la insperiencia, un fenómeno que las antecede: convertir en íntimo e individual una vivencia que en algún momento representó el contacto con el otro.

A la vez, la lógica de uso y la propuesta misma de estas plataformas ya habían dado pasos certeros para esfumar los bordes entre lo público y lo privado. Ahora vuelven a hacerlo en otro sentido. La crisis de lo público como lo colectivo, lo igualitario o lo que sucede en el exterior compartido o a la vista de todos tiene décadas y vaivenes por región, pero frente a la pandemia se regula con una prohibición estatal y se sostiene por el miedo al contagio. Ambas cosas, combinadas, potencian el único consumo permitido: aquel que está mediado por las plataformas, que ahora también son las administradoras y mediadoras entre el adentro y el afuera —el contacto con una amiga o una hamburguesa en tu puerta—. Esto genera otra paradoja: mientras que se habla como nunca de los servicios públicos de salud y de solidaridad, la indicación sanitaria es estar lo más aislados que sea posible. La conectividad, mediada por el mercado, es la única propuesta gregaria. Aunque ya sabemos que las plataformas basaron parte de su éxito en proponer un colectivo cómodo y conocido, que algunos llaman burbuja (no siempre tan diferente con la burbuja offline, por cierto).

“Mientras el planeta vive asustado por un virus que amenaza con saturar los servicios de salud globalmente desfinanciados -aunque no en igual medida en cada país-, el capitalismo de plataformas goza de buena salud. Y más que eso: mientras los consumidores están encerrados en sus confinamientos, las plataformas robustas son vistas y usadas como una forma de salida al exterior conocido, al afuera del diseño algorítmico. Son información global y también vinculación con otros.”

Este drama de la pandemia empezó con una optimista colectivización de la pena: todos somos iguales ante el Coronavirus, pero enseguida cayó de maduro que no es lo mismo pasar la cuarentena en una mansión en Beverly Hills que en un colchón prestado en el centro de Estados Unidos o en la Villa 31 sin agua. No es lo mismo estar en blanco, que en negro o que ser un desempleado. La salida es global, claro, pero no es lo mismo para un país del G7 que para uno del G20 o para un asentamiento de refugiados sirios en el Líbano. Nos tenemos que cuidar entre todos, pero las noticias de los escraches a médicos o a quienes circunstancialmente violan la cuarentena hacen mucho más ruido que la acción colectiva; los diarios sacan todos la misma tapa acordada con el gobierno pero son comprensiblemente más atractivos si desafían los consensos; algunos miembros de la intelligentzia progresista global tratan de empujar una agenda de rebooting sistémico que incluye impuestos a la riqueza, Renta Básica Universal o un Green New Deal, mientras Argentina negocia arduamente con los bonistas tenedores de su deuda. 

El Covid-19 nos tiene materialmente individualizados y separados, tratando de pensar lo que realmente compartimos como seres humanos. Algunos nos preguntamos cuál es el lugar que los Estados van a ocupar para dar una respuesta a esa pregunta. Pero si una revalorización del Estado como agente de igualdad y reconstrucción parece inevitable, también lo es que el capitalismo de plataformas tenga algo que decir al respecto. En definitiva, ¿hay algo más compartido que una compañía global y omnipresente con tintes monopólicos? Son ellas justamente las que vienen haciendo un uso cotidiano del verbo compartir y contribuyendo a tallar una acepción más inmediata y menos comprometida.

“Si una revalorización del Estado como agente de igualdad y reconstrucción parece inevitable, también lo es que el capitalismo de plataformas tenga algo que decir al respecto. En definitiva, ¿hay algo más compartido que una compañía global y omnipresente con tintes monopólicos? Son ellas justamente las que vienen haciendo un uso cotidiano del verbo compartir y contribuyendo a tallar una acepción más inmediata y menos comprometida.”

Pero entre la ansiedad por la nueva normalidad y el miedo al colapso y a la muerte, las preguntas caen ante cada click, cada conferencia de prensa, cada pensamiento a mediano plazo: ¿Qué compartimos los habitantes de un país, de una ciudad, de un barrio? ¿Queremos tener algo más en común, como ese Disc Jockey barrial que pone música fuerte desde su balcón, o queremos enseñarle con precisión a nuestro algoritmo de Spotify qué es exactamente lo que queremos escuchar? ¿Puede el Covid-19 afianzar los lazos sociales o es más probable que los dinamite?

Y, por cierto: ¿Qué lugar va a tener el robustecido capitalismo de plataformas en la nueva normalidad que, presumiblemente, nos tendrá más separados?

NATALÍ SCHEJTMAN (1983) es Licenciada en Letras (UBA),  tiene un máster en Medios y Comunicaciones (London School of Economics) y actualmente cursa su doctorado en Ciencias Sociales (UBA). Trabaja como periodista desde los 18 años y desde entonces escribió para TXT, Radar (Página/12), Perfil, Rolling Stone y La Nación, entre otros. Fue productora ejecutiva de proyectos digitales en canal Encuentro. Su primer trabajo en la revista Para Ti coincidió con la crisis política, social y económica del 2001. También, con el momento en el que internet empezaba a asomar tímidamente desde cada una de las computadoras de la redacción. La relación entre medios, tecnología y política la atrapa -en todos los sentidos posibles- desde entonces.

TÍTULOS RELACIONADOS

LA ASTUCIA Y EL DOBLE.

 APUNTES PARA SUPERAR LA ANGUSTIA DE LA OBJETIVACIÓN

LA ASTUCIA Y EL DOBLE.

APUNTES PARA SUPERAR LA ANGUSTIA DE LA OBJETIVACIÓN

Por Juan Mattio y Facundo Nahuel Martín

En “Maximum Jailbreak”, un curioso ensayo recuperado en Aceleracionismo, Benedict Singleton reflexiona sobre la astucia como lógica subyacente a la técnica humana. El texto comienza evocando los viajes espaciales para luego recuperar el cosmismo de Nikolai Fedorov, con sus búsquedas de conquista del espacio exterior y también de abolición de la muerte sobre esta tierra, para terminar con algunas reflexiones sobre el diseño y la astucia como claves para una política aceleracionista. El paradigma básico de todo diseño, dice Singleton, es la fabricación de trampas para la caza. El diseño de trampas (y todo diseño, si seguimos la línea del texto) se basa en la imitación y la capacidad para manipular las tendencias actuantes en las cosas mismas. Una buena trampa debe conocer adecuadamente los hábitos de su presa, tenerlos en cuenta y no forzarla a apartarse de ellos. El diseño hace jiu-jitsu con las cosas. No busca imponerse con fuerza sobre los objetos, sino acompañar su propio movimiento para, operando sobre él, producir sobre ellos resultados inesperados y hasta fatales. La forma de inteligencia del diseño es la astucia, indispensable para la “navegación exitosa de ambientes ambiguos y cambiantes”.

Desde Odiseo enfrentando a Polifemo, la astucia es la virtud de los más débiles, de quienes no pueden triunfar oponiendo fuerza franca contra fuerza franca. Finalmente, solo la astucia derrota a la astucia. Dado un juego de oposiciones, allí donde una de las partes enfrentadas recurren a métodos basados en la astucia, la parte rival deberá hacer lo propio, so pena de verse frustrada o derrotada. La capacidad de habitar ambientes variables y complejos se basa, entonces, en la lógica de la astucia y la contra-astucia, cuya forma es la escapología generalizada. Esta lógica de la escapología se plasma, finalmente, en las empresas sociales que se enfrentan a potencias que no es posible derrotar por la mera fuerza. Tal sería el caso de la exploración espacial y la lucha contra la muerte: solo es posible conquistarlos conociendo, aceptando y reproduciendo sus maneras de existir propias.

Vamos a introducir una primera referencia de ficción para ampliar las conexiones del planteo de Singleton: el doble, en especial, el duplicado de lo humano técnicamente producido. La figura del doble habita ficciones literarias y de la cultura de masas desde hace mucho tiempo y de muchas maneras. En El hombre de arena de E. T. A. Hoffmann (1816) encontramos una primera forma: una muñeca mecánica que apenas habla, pero que imita tan bien las disposiciones humanas que es capaz de pasar por una joven de carne y hueso en un baile e, incluso, concitar el enamoramiento del desafortunado protagonista del cuento. En Metrópolis (1927), Fritz Lang nos propone otra vez la imagen de una robot imitadora, la temible y dañina falsa María. Las figuras del doble adquieren resonancias angustiantes en dos casos más cercanos, y más propios de la cultura de masas: Blade Runner (1982) y Westworld (2016). En ambos aparece una pregunta inquietante: ¿podría la humanidad ser imitada exhaustivamente?, ¿es posible que nuestros dobles tecnológicos nos copien hasta volverse indistinguibles de nosotros en inteligencia y sensibilidad? En el diseño del doble aparece, de vuelta, la lógica de la astucia como base de toda imitación. Si la máquina puede imitar al creador hasta volverse indiscernible de él, este último puede ser reemplazado, superado u olvidado por sus creaciones. Esta astucia implica, además, preguntas angustiantes sobre cuál sería la identidad del propio ser humano en primer lugar. Si se lo puede imitar, ¿no se lo podría, también, fabricar? El ser humano, como padre trascendente de sus artefactos técnicos, se ve entonces complicado en su identidad, cayendo en esa inmanencia radical que Mark Fisher llama gothic flatline.

Cuadro de Metrópolis (1927) de Fritz Lang.

DISEÑO Y ANTROPOMIMÉTICA

La imitación de cuerpos humanos no es, sin embargo, una preocupación alucinada de la ciencia ficción. Como suele pasar, las ficciones literarias hiperbolizan preocupaciones presentes en nuestras formas de vida y entornos técnicos. Por ejemplo, en el diseño de prótesis y robots, Masahiro Mori acuñó el conocido concepto de valle inquietante (bukimi no tani genshō). Para Mori, los artefactos que imitan al cuerpo humano (prótesis o robots) se vuelven más inquietantes cuanto más se parecen a nuestros cuerpos, sin llegar a ser indistinguibles de ellos. R2D2 no es demasiado tenebroso, mientras que un androide cubierto de piel artificial con un rostro gesticulante puede darnos una serie de impresiones perturbadoras entre el asco y el temor. De igual modo, una mano prostética cubierta de piel artificial puede volverse, apenas notamos que es una prótesis, bastante más perturbadora que una “prótesis franca” de fibra de carbono. Parece que el juego de la imitación debe ser perfecto, o nos provoca una distancia molesta. Los escenarios intermedios, donde el objeto en cuestión se nos parece bastante pero no lo suficiente, nos provocan incomodidad y rechazo. Mori extrae una lección interesante de esta situación: a lo mejor podemos aprender a construir artefactos menos antropomiméticos, con los que sea posible entablar relaciones amigables, seguras y juguetonas, capaces de ampliar nuestro sentido del disfrute con las cosas. Encontramos un ejemplo cotidiano de esta situación en el diseño de los anteojos, que de ninguna manera imitan órganos humanos y, en esa divergencia con respecto al cuerpo orgánico, admiten exploraciones estéticas con los colores y tamaños de los marcos, etc. Imaginemos, en cambio, lo perturbador que resultaría un par de anteojos de color piel con pelo artificial en las patillas.

El valle inquietante de Mori remite a angustias y ansiedades como las que tienen los humanos en Westworld o Blade Runner. Los dobles artificiales nos hacen sospechar cuánto nosotros mismos pertenecemos, desde un comienzo, al mundo de las cosas, del que solemos creernos separados como amos. Si podemos ser imitados por objetos, parece que no hay una frontera radical entre nuestra propia naturaleza y la de los objetos. A las especulaciones de ciencia ficción y los problemas de diseño subyace una pregunta por la ontología de la existencia humana ¿Somos sujetos separados del mundo de las cosas, replegados en una interioridad independiente, como dicen las ontologías dualistas? ¿O nos constituimos en el vasto mundo de los objetos sin poseer en él un lugar excepcional? El juego de astucias del doble pone en discusión nuestra posición como sujetos trascendentes y separados de la naturaleza, posición que tambalea cada vez que discutimos las posibilidades de instrumentalización técnica del cuerpo humano.

“Si podemos ser imitados por objetos, parece que no hay una frontera radical entre nuestra propia naturaleza y la de los objetos. A las especulaciones de ciencia ficción y los problemas de diseño subyace una pregunta por la ontología de la existencia humana ¿Somos sujetos separados del mundo de las cosas, replegados en una interioridad independiente, como dicen las ontologías dualistas? ¿O nos constituimos en el vasto mundo de los objetos sin poseer en él un lugar excepcional?”

UN MAPA DE LA IMITACIÓN

lTal vez, antes de seguir, haga falta construir un mapa del valle inquietante. Una topografía de la imitación que nos ayude a pensar qué tipo de temores y expectativas están en juego. Podríamos empezar trabajando sobre los dobles no artificiales, es decir, las duplicaciones que se nos ofrecen en la naturaleza sin mediación técnica. Como afirma Foucault en Los anormales, el monstruo, en tanto noción jurídica, es siempre producto de una transgresión anterior, una transgresión en el momento de la concepción, es la consecuencia de la fornicación de los padres. Los gemelos, por ejemplo, eran considerados el producto de una infidelidad de la madre en la Edad Media. Y los hermanos siameses fueron una de las formas privilegiadas de lo monstruoso durante el Renacimiento, figura que hacía colapsar las ideas de unicidad en el individuo y que arrastra consigo multitud de problemas jurídico-religiosos. Estas “aberraciones” nos ponen frente a dos hipótesis. En primer lugar, hacen manifiestos el temor y la fascinación atávica del ser humano ante su propia duplicación. Después, nos permiten construir una genealogía del doble dentro del ámbito abyecto de lo monstruoso.

Pero si damos el paso hacia el doble artificial, nos encontramos con que la humanidad juega con la fantasía de crear ella misma vida desde tiempos remotos. Ahí está la figura del Golem para comprobar la insistencia de esta visión. Una criatura hecha de arcilla y lanzada a la vida por el rabino de Praga. El problema es que en esa creación todavía interviene la chispa divina. Para hacer ingresar a la técnica como vía de acceso a la imitación, hay que pensar en los autómatas, hijos mecánicos del hombre, que van desde Herón de Alejandría en el siglo I hasta el hombre-máquina de Jacques de Vaucanson en el siglo XVIII. Como ingeniero mecánico, pero también como médico, Vaucanson se propuso imitar en sus artefactos la circulación de la sangre, la digestión, el juego de los músculos, tendones, nervios, etc. No mucho después llegará el Dr. Frankenstein de Mary Shelley que produce su criatura con restos de humanos muertos y electricidad. Es posible que en ese relato aparezca por primera vez la pregunta que el artefacto lanza sobre su creador: “Soy tu obra, y seré dócil y sumiso para con mi rey y señor, pues lo sos por ley natural. Pero debes asumir tus deberes, los que me debes”. La vida artificial se vuelve contra el Dr. Frankenstein destruyendo su soberbia intención prometeica. Desde entonces la literatura -pero también la ciencia- parece poblarse de dobles técnicos que siguen distintas trayectorias.

Sería posible generar al menos dos líneas de imitación. Por un lado, el linaje del autómata que intenta imitar la fisiología humana y que se enlaza con el imaginario del robot en el siglo XX. Por otro, el linaje de la inteligencia artificial, que busca construir un intelecto similar al humano y que desata su potencia, sobre todo, en la era informática. Muchas veces estos caminos se cruzan para generar un humano artificial con su mismo aspecto y sus mismas capacidades cognitivas como los Nexus 6 de Blade Runner o los anfitriones de Westworld. Fuera del ámbito de la ficción, tenemos a la robot Sophia, a quien le otorgaron la ciudadanía saudí en 2017, programada para aprender, conversar y trabajar con humanos y también fabricada para tener un aspecto similar (aunque todavía distante). Hay entonces un devenir humano de la máquina que nos permitiría pensar qué tipo de relaciones generamos con nuestros artefactos. Por lo general, desde el autómata hasta Sophia, estas criaturas están pensadas como sirvientes, esclavos o cuerpos instrumentalizados que hacen el trabajo pesado que la humanidad sueña con dejar atrás. Pero los problemas bioéticos que no suelen emerger de las imitaciones inorgánicas, sí están presentes si damos el paso a lo orgánico. La clonación de la oveja Dolly 1996 abrió las puertas a un debate múltiple sobre la posibilidad de clones humanos. La propia Iglesia Católica se pronunció en un documento llamado “Reflexiones sobre la clonación” donde advierten: “La clonación humana se incluye en el proyecto del eugenismo y, por tanto, está expuesta a todas las observaciones éticas y jurídicas que lo han condenado ampliamente”. De modo que la posibilidad de imitación enfrenta, en un proceso cada vez más acelerado, problemas éticos que reemplazan los obstáculos técnicos. La pregunta ya no parece ser es si podemos fabricar humanos sino si debemos hacerlo.

Sophia, primera robot con ciudadanía.

Por otro lado, asumiendo el devenir humano de la máquina, quizá valga la pena preguntarse por el devenir máquina de la humanidad. O, dicho de otro modo, ¿hasta qué punto los componentes artificiales de nuestra composición nos permiten pensarnos todavía dentro del ámbito de lo natural? Vamos, ahora, a seguir la pista del juego de la imitación desde otro ángulo, que va desde la inteligencia artificial hasta las hormonas sintéticas. En el cruce entre el rendimiento deportivo, las consideraciones de salud y las normativas sobre el género, esta historia de astucias e imitaciones dice muchas cosas sobre nuestras propias identidades híbridas y desarmadas.

LAS HORMONAS DE TURING

No solamente los cuerpos pueden ser imitados: también podrían reproducirse artificialmente la inteligencia y, a lo mejor, la sensibilidad humanas. Alan Turing fue un gran ironista de la imitación, que tempranamente discutió que la inteligencia fuera una cualidad excepcionalmente humana. En un famoso artículo de 1950 propuso el test que hoy lleva su nombre, que permitiría decidir si una máquina es capaz de imitar a un ser humano con éxito, constituyendo una delimitación clave en la búsqueda de la inteligencia artificial. La prueba es relativamente simple: se coloca a un juez a interactuar verbalmente con dos interlocutores sin poder verlos. A partir de la interacción, el juez debe decidir cuál de esos interlocutores es un ser humano y cuál una máquina. Si no lo logra, la máquina habrá pasado el test y jugado con éxito el juego de la imitación. Turing era un convencido de las falencias del excepcionalismo humano. La inteligencia, para él, podía imitarse y reconstruirse artificialmente. Podemos pensar, a lo mejor, que Turing aportó un nuevo descentramiento de la perspectiva en la historia de heridas a nuestro narcisismo producidas por la ciencia moderna, señalada por Freud. Si Copérnico y Darwin lesionaron nuestro narcisismo, el primero al remover a nuestro planeta del centro del universo y el segundo al enrostrarnos nuestra continuidad biológica con los demás animales, Turing nos ofendería al mostrarnos que nuestra inteligencia no sería única ni imposible de reproducir. Sabernos imitables no nos convierte en modelos originarios de nuestras criaturas, sino que que destierra nuestra idea de excepcionalidad en el cosmos.

 

“Si Copérnico y Darwin lesionaron nuestro narcisismo, el primero al remover a nuestro planeta del centro del universo y el segundo al enrostrarnos nuestra continuidad biológica con los demás animales, Turing nos ofendería al mostrarnos que nuestra inteligencia no sería única ni imposible de reproducir. Sabernos imitables no nos convierte en modelos originarios de nuestras criaturas, sino que que destierra nuestra idea de excepcionalidad en el cosmos.”

Es, a lo mejor, menos conocida la historia del suicidio de Turing. Como criptógrafo hizo contribuciones fundamentales en la Segunda Guerra Mundial, ayudando a romper varios códigos ligados a la Máquina Enigma, utilizada por los Nazis para codificar sus mensajes. Sin embargo, su vida como héroe de guerra duraría poco. En 1952 Turing fue procesado y condenado por ser homosexual. En el juicio se le dio a elegir entre la cárcel y la libertad condicional. La condición que se puso para su libertad fue que aceptara un tratamiento hormonal con estrógenos, que le causaría una castración química y una incipiente ginecomastia (desarrollo de senos). Dos años después de la condena, Turing consumiría una manzana empapada de cianuro que le causaría la muerte. Hubo varias controversias en torno al episodio, considerado un suicidio por algunos y un accidente desafortunado por otros. En cualquier caso, es claro que Turing fue víctima de una práctica altamente violenta de intromisión sobre el cuerpo y su química endógena, por la que las autoridades británicas se disculparon públicamente hace algunos años.

La historia del uso de hormonas en el tratamiento de la homosexualidad se enmarca en lo que Preciado llama la producción prostética de la sexualidad. Las categorías de género de nuestra sociedad son más algo impuesto normativamente que meras descripciones de cómo los cuerpos son o funcionan. Se espera de nosotros que hagamos las veces de varones y mujeres, desempeñando una serie de roles sociales y formas de habitar el lenguaje. Y, también, se dispone de una serie de suplementos para producir esos desempeños del género interviniendo en el cuerpo sexuado: pastillas anticonceptivas, viagra, dildos y, también, hormonas sexuales sintéticas. Nuestro género no es un producto cultural que se adosa a una base natural dada, sino un conjunto de disposiciones a la vez culturales, simbólicas y técnico-materiales que se despliegan sobre la biología.

HORMONAS SINTÉTICAS Y JUEGOS DE IMITACIÓN

Sigamos, entonces, la pista de las hormonas sintéticas. La castración química de Turing nos parece hoy una práctica brutal propia de normas culturales superadas. Sin embargo, la imposición normativa de pautas de género sobre la biología está más cerca de lo que nos gustaría imaginar. La velocista Caster Semenya ganó consecutivamente dos medallas de oro en carrera en 800 metros en los Juegos Olímpicos de Londres (2012) y Río de Janeiro (2016). Los espectaculares progresos de Semenya en su juventud llevaron a la Federación Internacional de Atletismo Amateur (IAAF) a exigirle tests de verificación de sexo (también sería sospechada de dopaje). De vuelta, vemos el miedo al juego de la imitación, que genera celos por la posible infracción de normativas socio-biológicas de género. Semenya, sospechaba la IAAF, podría no ser verdaderamente una mujer cis, obteniendo supuestas ventajas deportivas injustas por ello. Los estudios demostraron que es una mujer hiperandrogénica, es decir que sus gónadas producen más testosterona de la habitual en mujeres cis. La clasificación deportiva de las mujeres hiperandrogénicas ha dado lugar a varias controversias y juicios en las federaciones deportivas. Su biología les otorgaría, a juicio de algunas federaciones, ventajas competitivas inaceptables debido a la relación de la testosterona con el desarrollo de la fuerza y la velocidad. Desde 2018 (tras varias marchas y contramarchas) la IAAF estableció regulaciones que exigen a personas como Semenya someterse a una terapia hormonal para bajar sus niveles de testosterona.

Caster Semenya, atleta sudafricana especialista en la prueba de 800 metros, dos veces campeona olímpica.

La testosterna fue aislada por primera vez por el grupo Organon en Suiza en 1935. Ese mismo año, Leopold Ruzicka y Adolph Butendadt lograron sintetizar la hormona a partir del colesterol. Pocos años después se harían los primeros testeos de testosterona en humanos. La sustancia ha sido y es utilizada por varias razones y de diferentes maneras, que abarcan desde el tratamiento de hipogonadismo en varones cis hasta la reasignación sexo-genérica en varones trans. La hormona es una de las principales responsables del desarrollo de caracteres masculinos secundarios (vello facial, agravamiento de la voz, etc.), al tiempo que favorece el desarrollo de la masa muscular. En los años 40 comenzaron a desarrollarse los primeros esteroides anabólico androgénicos (EAAs), fundamentalmente como suplementos deportivos para incrementar la fuerza y el rendimiento. Se llaman esteroides por razones ligadas a su composición química, anabólicos porque estimulan el desarrollo de la masa muscular (el anabolismo es el aspecto del metabolismo que crea tejidos) y androgénicos por su relación con los caracteres masculinos secundarios (hasta hoy no se han sintetizado anabólicos completamente libres de efectos androgénicos). En 1976 fueron incluidos en la lista de sustancias prohibidas por el Comité Olímpico. Sin embargo, existen varias competencias donde su uso es legal o no hay testeos suficientes como para impedir su uso generalizado. Tal vez la más característica es el fisicoculturismo o bodybuilding.

En eventos de alto perfil como Mr. Olympia o Arnold Sports Festival se asume que el consumo de EAAs es una práctica habitual. Muchas sustancias anabólicas están prohibidas en los papeles -incluso son ilegales en varios países- pero su consumo no siempre es controlado efectivamente por las asociaciones deportivas. Daniel Secarecci, el fisicoculturista más pesado del que se tengan registros, llegó a subirse a los podios pesando 135 kg (normalmente pesa 150), con una estatura de 1,88 m y unas proporciones de tejido graso/tejido bajísimas. Evidentemente, esas masas magras son imposibles de lograr sin el aporte de sustancias químicas exógenas. En la comunidad se habla, entonces, de atletas químicos y naturales para diferenciar a los que utilizan anabólicos de los que no.

Daniele Seccarecci (1980 – 2013) fue un culturista italiano.

La testosterna fue aislada por primera vez por el grupo Organon en Suiza en 1935. Ese mismo año, Leopold Ruzicka y Adolph Butendadt lograron sintetizar la hormona a partir del colesterol. Pocos años después se harían los primeros testeos de testosterona en humanos. La sustancia ha sido y es utilizada por varias razones y de diferentes maneras, que abarcan desde el tratamiento de hipogonadismo en varones cis hasta la reasignación sexo-genérica en varones trans. La hormona es una de las principales responsables del desarrollo de caracteres masculinos secundarios (vello facial, agravamiento de la voz, etc.), al tiempo que favorece el desarrollo de la masa muscular. En los años 40 comenzaron a desarrollarse los primeros esteroides anabólico androgénicos (EAAs), fundamentalmente como suplementos deportivos para incrementar la fuerza y el rendimiento. Se llaman esteroides por razones ligadas a su composición química, anabólicos porque estimulan el desarrollo de la masa muscular (el anabolismo es el aspecto del metabolismo que crea tejidos) y androgénicos por su relación con los caracteres masculinos secundarios (hasta hoy no se han sintetizado anabólicos completamente libres de efectos androgénicos). En 1976 fueron incluidos en la lista de sustancias prohibidas por el Comité Olímpico. Sin embargo, existen varias competencias donde su uso es legal o no hay testeos suficientes como para impedir su uso generalizado. Tal vez la más característica es el fisicoculturismo o bodybuilding.

En eventos de alto perfil como Mr. Olympia o Arnold Sports Festival se asume que el consumo de EAAs es una práctica habitual. Muchas sustancias anabólicas están prohibidas en los papeles -incluso son ilegales en varios países- pero su consumo no siempre es controlado efectivamente por las asociaciones deportivas. Daniel Secarecci, el fisicoculturista más pesado del que se tengan registros, llegó a subirse a los podios pesando 135 kg (normalmente pesa 150), con una estatura de 1,88 m y unas proporciones de tejido graso/tejido bajísimas. Evidentemente, esas masas magras son imposibles de lograr sin el aporte de sustancias químicas exógenas. En la comunidad se habla, entonces, de atletas químicos y naturales para diferenciar a los que utilizan anabólicos de los que no.

En el mundo del fitness, donde se combinan discusiones sobre rendimiento deportivo y estética, las sospechas de dopaje en atletas, especialmente en modelos masculinos, son habituales. Cierto culturismo de competición, donde se presume el uso generalizado de esteroides, es después de todo una pasión para pocas personas: los niveles de hipertrofia muscular de los grandes culturistas, visiblemente químicos, son ajenos a los patrones sociales de belleza (en el caso de las culturistas mujeres esto es todavía más acentuado). Pocas personas, incluso entre quienes persiguen modelos de belleza hegemónicos, sueñan con cuerpos mutantes como los que se ven en Mr. o Ms. Olympia. Podemos decir que los fisicoculturistas desempeñan un biodrageo hiperbólico de la masculinidad que termina por constituir una forma de parodia, lo que los pone en el terreno de lo abyecto y lo monstruoso antes que entre los modelos hegemónicos de belleza.

Otras figuras del culturismo, con pretensiones de mutación menos radicales, buscan construir cuerpos atléticos (incluso exagerados o muy difíciles de lograr para la mayoría de las personas), pero sin los costados monstruosos y mutantes del culturismo extremo. Esto ha dado lugar a una nueva generación de aesthetic bodybuilders y atraído la atención de varones cis a las competencias de physique, con parámetros antes prevalecientes entre culturistas cis-mujeres. Este tipo de culturistas busca desarrollar menos hipertrofia y más definición, manteniendo masas magras superiores a las habituales pero que no alcanzan las corporalidades gigantes que podemos ver en las grandes competencias. Muchos de estos nuevos aesthetics llevan una vida más ligada a las redes sociales que a las competiciones homologadas. Por ejemplo, Zac Aynsley maneja una cuenta de Instagram de 1.400.000 seguidores.

Zac Aynsley, atleta e instagramer.

Por lo general, los varones de la generación aesthetic también consumen esteroides, solo que con objetivos diferente de la de los grandes bodybuilderes y, por lo tanto, recurriendo a sustancias menos potentes o en dosis menores. El juego de la imitación también aparece acá. En lugar de esculpirse cuerpos mutantes, los aesthetic buscan cuerpos químicos que se vean naturales  y se amolden más a modelos corporales hegemónicos. Con eso emergen también las discusiones del juego de la imitación. ¿Cómo saber si tu modelo de fitness favorito usa anabólicos? ¿Cómo detectar si es un “atleta natural” o un atleta químico haciéndose pasar por natural? Encontramos una guía interesante para conocer este mundillo en el canal de YouTube Villano Fitness.

El host del canal es un culturista español que comenzó a utilizar esteroides hace algunos años, lo hizo público y decidió entonces desdoblar sus audiencias. Conservó su viejo canal, Héroe Fitness, para consejos sobre entrenamiento en general, reservando el nuevo canal para discutir desprejuiciada y abiertamente el “culturismo no natural”. Allí aporta información sobre anabólicos, comenta experiencias personales y, también, da algunas claves sobre qué mezclas químicas deben usar los aesthetic.

 

POLÍTICA DESDE POSICIONES OBJETIVADAS.

Algunas figuras de la imitación y la duplicación son estrategias de astucia y contra-astucia. Las ansiedades ontológicas de los seres humanos ante los juegos de imitación son indiferentes, por lo que vimos, a la frontera que separa realidad de ficción. La angustia por la posibilidad de ser engañados por imitadores atraviesa la literatura, la cultura de masas, el diseño de prótesis, la interacción con robots, la inteligencia artificial, el deporte de competición y el fisicoculturismo, y esta colección de casos seguramente sea parcial y limitada. Tenemos una hipótesis interpretativa sobre esta angustia: a lo mejor, responde al hecho de que nos obliga a invertir la perspectiva sobre nuestra propia ontología, pensándonos más en continuidad con el mundo de las cosas que fuera de ellas. Llamaremos política desde posiciones objetivadas al conjunto de posibilidades que se abren si atravesamos esa angustia y nos pensamos desde ese plano de inmanencia donde no estamos separados de los objetos. Creemos que una política aceleracionista, que logre una reapropiación activa de las fuerzas sociales y técnicas desplegadas en la modernidad bajo la égida del capital, debe asumir estas posiciones objetivadas como sitios de enunciación y experimentación.

Singleton lee en el anhelo de los viajes espaciales los principios de formas más generales de pensamiento y acción. La escapología no es posible para un sujeto que se quiere exterior a sus ambientes y se enfrenta a ellos como dominador. En cambio, solamente quien sea capaz de pensarse desde una mirada auto-objetivante puede transitarla con éxito: “el hombre cazado tiene que aprender a interpretar sus propias acciones desde el punto de vista del depredador”. El diseño de artefactos para expandir la escapología no se realiza contra, sino a través de la alienación. Si se encuentra alienado el sujeto que ha sido puesto en el lugar de objeto, perdiendo la posición de una subjetividad autónoma o pura, las prácticas de la astucia que aporta Singleton (y las que sumamos en esta lectura) son también prácticas de auto-objetivación. Se trata, en todas ellas, de ponerse a sí mismo en la posición objetivada de quien se sabe en continuidad con el mundo de sus medios cósicos. Esto implica aceptar que los medios de los que disponemos tienen una lógica propia, que no es posible forzar desde fuera, y que por lo tanto es preciso conocer, acompañar y manipular parcialmente haciéndonos parte de contextos objetivos amplios.

En última instancia, es pertinente la pregunta: ¿de qué tratamos de escapar?la trayectoria de la máquina se humaniza y lo humano se enfrenta, cada vez más, con su propia condición artefactual, imitable, fabricable. Es posible que estas trayectorias no se completen, que no alcancemos a ver una máquina indistinguible de lo humano ni un humano totalmente maquínico. Sin embargo, la posición actual, aunque intermedia, ya nos permite generar la pregunta sobre si la identidad humana -una identidad, por otro lado, históricamente fechada que nace en la Ilustración- no está alcanzando sus propios límites. ¿Es el ser humano, tal y como lo entendimos hasta ahora, una categoría de la que escapar? Tal vez haga falta indagar ese afán de reinscribir lo humano en el interior de las leyes naturales, como dice Rosi Braidotti. En su lugar, ella propone la abolición del binarismo que separa naturaleza de cultura.

“La trayectoria de la máquina se humaniza y lo humano se enfrenta, cada vez más, con su propia condición artefactual, imitable, fabricable. Es posible que estas trayectorias no se completen, que no alcancemos a ver una máquina indistinguible de lo humano ni un humano totalmente maquínico. Sin embargo, la posición actual, aunque intermedia, ya nos permite generar la pregunta sobre si la identidad humana -una identidad, por otro lado, históricamente fechada que nace en la Ilustración- no está alcanzando sus propios límites.”

 

La escapología, la astucia y el juego de la imitación pueden generalizarse hacia la enunciación de una política desde posiciones objetivadas. A lo mejor, es posible pensar una libertad que no pertenece a un sujeto separado del mundo sino a la administración técnica de los entornos objetivos que co-construimos y nos constituyen, incluyendo nuestros cuerpos e inteligencias. El siglo XX estuvo caracterizado por el miedo a la alienación del humano en la técnica. Desde la protesta contra las burocracias y los grandes aparatos administrativos, hasta los reparos contra intervención sobre el cuerpo, parece que buena parte del pensamiento del siglo pasado (Weber, Heidegger, la Escuela de Frankfurt, el existencialismo, la fenomenología, por citar algunos ejemplos) reclamó contra la conversión de los seres humanos en objetos de intervención técnica. Con todo, parece que el intento por trazar fronteras claras que separen a los seres humanos de los objetos técnicos estaría condenado al fracaso. Las transformaciones técnicas y sociales ponen cada vez de nuevo en cuestión las delimitaciones que harían de los seres humanos seres excepcionales o únicos. Por lo demás, en un contexto de preocupaciones ecológicas y discusiones políticas en torno a la intervención sobre los cuerpos, parece que las posiciones objetivadas se convierten en el sitio de enunciación indispensable de la política. Más que de reponer fronteras que nos confirmen nuestra originariedad y expulsen el juego del doble, se trataría de convertir las maneras como hemos de ser objetivados en los espacios básicos de nuestra política. Por eso, la escapología, la astucia y el juego del doble nos ofrecen, al final, una posibilidad de libertad mediante la auto-transformación. “La cosa que escapa a la trampa no es la cosa que fue atrapada en ella”, dice Singleton. La exploración de lo desconocido nos espera en el espacio oscuro, pero también en los confines maleables de los cuerpos que somos.

JUAN MATTIO (1983) fue editor de las revistas culturales “Juguetes Rabiosos”, “La Granada” Y “Sonámbula”. Su novela Tres veces luz obtuvo una mención en el premio Casa de las Américas en 2015 y fue editada en Negro Absoluto. En 2017 la Biblioteca Nacional le otorgó una beca de investigación para trabajar sobre la obra de Ricardo Piglia. En 2018 recibió una beca de creación del Fondo Nacional de las Artes para escribir su segunda novela. Coordina talleres de lectura y escritura. Es parte de “Synco”, observatorio de tecnología, ciencia ficción y futuros.

FACUNDO NAHUEL MARTÍN (1984) es Doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, donde también da clases. Escribió los libros Marx de vuelta. Hacia una teoría crítica de la modernidad (El Colectivo, 2914) y Pesimismo emancipatorio. Marxismo y psicoanálisis en el pensamiento de T. W. Adorno (Marat, 2018). Edita la revista Intersecciones y es parte de Proyecto Synco, escribe sobre  ciencia ficción, cambio tecnológico y cuerpos intervenidos desde una perspectiva materialista y crítica.

TÍTULOS RELACIONADOS

CIEN AÑOS DE CRISIS. SEGUNDA PARTE

CIEN AÑOS DE CRISIS. SEGUNDA PARTE

Por YUK HUI
@digital_objects

Traducción: Tadeo Lima

El coronavirus, al igual que todas las catástrofes, nos obliga a preguntarnos hacia dónde nos dirigimos. Aunque sabemos que nos dirigimos hacia el vacío, nos arrastra un impulso tragicista de “tratar de vivir”. En un contexto de competencia agudizada, los intereses de los Estados ya no se alinean con los de sus súbditos, sino exclusivamente con el crecimiento económico: cualquier cuidado de la población es subsidiario de la contribución que ella hace al crecimiento económico. Esto resulta evidente en la manera en que China intentó inicialmente silenciar las noticias sobre el coronavirus, y más tarde, cuando Xi Jinping advirtió que las medidas para contener el virus dañarían la economía, el número de nuevos contagios descendió dramáticamente a cero. Es la misma implacable “lógica” económica que llevó a otros países a adoptar una conducta expectante, debido al impacto que tendrían medidas preventivas como las restricciones de viaje (que la OMS desaconsejó), la implementación de controles médicos en aeropuertos o la suspensión de los Juegos Olímpicos.

Tanto los medios de comunicación como algunos filósofos presentan un argumento un poco ingenuo a propósito del “modelo autoritario” asiático y el modelo presuntamente liberal/libertario/democrático de los países occidentales. La manera autoritaria china (o asiática) –a menudo identificada erróneamente con el confucianismo, el cual no es en absoluto una filosofía autoritaria o coercitiva– mostró un eficiente manejo de la población mediante el recurso a tecnologías de vigilancia de los consumidores que ya estaban muy extendidas (reconocimiento facial, geolocalización a través de dispositivos móviles, etc.) y que permitieron trazar la propagación del virus. Cuando se dispararon los contagios en Europa, se seguía debatiendo si debía usarse o no este tipo de información personal. Si realmente tuviésemos que elegir entre los modelos de gobernanza “asiático autoritario” y “occidental liberal/libertario”, el primero parecería más aceptable a los fines de enfrentar catástrofes futuras, ya que la manera libertaria de gestionar este tipo de pandemias es esencialmente eugenista: permite que los mecanismos autorregulados de la selección eliminen rápidamente a la población más avejentada. De cualquier forma, todas estas oposiciones culturales esencialistas resultan engañosas, puesto que ignoran la solidaridad espontánea entre comunidades y la pluralidad de lealtades y obligaciones morales de las personas –hacia los mayores, la familia, etc.–. Pero es este tipo de ignorancia el que se requiere para entregarse a expresiones vanidosas de superioridad.

¿Pero hacia qué otro lugar puede avanzar nuestra civilización? La escala de esta pregunta abruma nuestra imaginación y nos lleva a refugiarnos en la esperanza de que podamos recuperar una “vida normal”, lo que sea que ello signifique. En el siglo XX diversos pensadores buscaron otras opciones y configuraciones geopolíticas para superar el concepto schmittiano de lo político. Uno de ellos fue Jacques Derrida, que en Políticas de la amistad le respondió a Schmitt deconstruyendo el concepto de amistad. La deconstrucción abre la diferencia ontológica entre amistad y comunidad para sugerir una política que se ubica más allá de la dicotomía amigo-enemigo fundamental para la teoría política del siglo XX, una política de la hospitalidad. La hospitalidad “incondicional” e “incalculable”, que cabría llamar amistad, puede ser concebida en el ámbito geopolítico como algo que socava la soberanía. En este sentido, el filósofo deconstructivista japonés Kojin Karatani afirmó que la paz perpetua con la que soñó Kant solo será posible cuando la soberanía sea dada como un don en el sentido de la economía del don de Marcel Mauss, que habría de suceder así al imperio capitalista global. Esta posibilidad está condicionada, sin embargo, por la abolición de la soberanía, en otras palabras, por la abolición de los Estados-nación. Para que ello suceda, según Karatani, probablemente necesitaríamos una Tercera Guerra Mundial seguida por la instauración de un organismo internacional gubernamental con más poder que las Naciones Unidas. De hecho, la política de refugiados de Angela Merkel y el principio “un país, dos sistemas” concebido por Deng Xiaoping en la transferencia de la sobreanía de Hong Kong del Reino Unido a China han avanzado en esa dirección sin necesidad de una guerra. Este último tiene el potencial para convertirse en un modelo más sofisticado e interesante que el sistema federal. Pero mientras que la primera ha sido el blanco de ataques feroces, el segundo está siendo destruido por nacionalistas cortos de miras y schmittianos dogmáticos. Una Tercera Guerra Mundial será la opción más próxima si ningún país está dispuesto a avanzar en otra dirección.

Antes de que llegue ese día, y antes de que una catástrofe aún más grave nos acerque un poco más a la extinción (que ya podemos sentir), quizás debamos preguntarnos qué aspecto tendría un sistema inmunológico global “organísmico”, más allá de la presunta capacidad de coexistir con el coronavirus. ¿Qué clase de coinmunidad o coinmunismo (neologismo acuñado por Sloterdijk) es posible si queremos que la globalización continúe, y que continúe de una manera menos contradictoria? La estrategia coinmunitaria de Sloterdijk es interesante aunque políticamente ambigua –acaso porque no la ha desarrollado lo suficiente en sus obras mayores–, oscila entre la política de fronteras del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (afd) y la inmunidad contaminada de Roberto Esposito. Pero el problema es que mientras sigamos ateniéndonos a la lógica del Estado-nación, nunca llegaremos a una coinmunidad. No solo porque un Estado no es ni una célula ni un organismo –por atractiva y práctica que pueda resultar la metáfora para los teóricos–, sino más fundamentalmente porque el propio concepto solo pude producir una inmunidad basada en la distinción entre amigo y enemigo, independientemente de que adopte la forma de organizaciones o consejos internacionales. Los Estados modernos, aunque compuestos por sus súbditos como en la célebre imagen del Leviatán de Thomas Hobbes, no tienen intereses más allá del crecimiento económico y la expansión militar, o al menos no los tienen hasta que no se topan con una crisis humanitaria. Acosados por una inminente crisis económica, los Estados-nación se vuelven la fuente (más que el blanco) de fake news manipuladoras.

“Si realmente tuviésemos que elegir entre los modelos de gobernanza “asiático autoritario” y “occidental liberal/libertario”, el primero parecería más aceptable a los fines de enfrentar catástrofes futuras, ya que la manera libertaria de gestionar este tipo de pandemias es esencialmente eugenista: permite que los mecanismos autorregulados de la selección eliminen rápidamente a la población más avejentada. De cualquier forma, todas estas oposiciones culturales esencialistas resultan engañosas, puesto que ignoran la solidaridad espontánea entre comunidades y la pluralidad de lealtades y obligaciones morales de las personas –hacia los mayores, la familia, etc.–.”

SOLIDARIDAD ABSTRACTA Y CONCRETA 

Volvamos sobre la cuestión de las fronteras e indaguemos en la naturaleza de esta guerra que estamos combatiendo, que el Secretario General de las Naciones Unidas António Guterres considera el mayor desafío que ha enfrentado la onu desde la Segunda Guerra Mundial. La guerra contra el virus es en primer lugar una guerra de información. El enemigo es invisible. Solo puede ser localizado a través de información sobre las comunidades y los movimientos de los individuos. La eficacia en la guerra depende de la habilidad para recolectar y analizar información y para movilizar los recursos disponibles con la mayor eficiencia. Para los países que ejercen una estricta censura en línea existe la posibilidad de contener al virus como se contiene una palabra clave “sensible” que circula por las redes sociales. El uso del término “información” en contextos políticos ha sido a menudo equiparado a la propaganda; deberíamos evitar entenderlo exclusivamente como una cuestión de los medios de comunicación y el periodismo, e incluso de libertad de expresión. La guerra de información es la guerra del siglo XXI. No es un tipo específico de guerra, sino su forma permanente.

En sus clases reunidas en Defender la sociedad, Michel Foucault invirtió el aforismo de Carl von Clausewitz “la guerra es la continuación de la política por otros medios” como “la política es la continuación de la guerra por otros medios”. Si bien la inversión sugiere que la guerra ya no adopta la forma bajo la cual la había pensado Clausewitz, Foucault no había desarrollado aún un discurso sobre la guerra de información. Hace más de veinte años se publicó en China un libro titulado 超限戰 [Guerra allende los límites] (oficialmente traducido al inglés como Unrestricted Warfare [Guerra irrestricta]), escrito por dos coroneles retirados de la Fuerza Aérea del Ejército Popular de Liberación. El libro fue rápidamente traducido al francés y se dice que influyó en el colectivo Tiqqun y más tarde en el Comité Invisible. Los dos coroneles retirados –que no habían leído a Foucault pero conocían bien a Clausewitz– llegaban a la conclusión de que la guerra tradicional acabaría por difuminarse y sería reemplazada en el mundo por guerras inmanentes, introducidas y posibilitadas en buena parte por las tecnologías de la información. El libro podía ser leído como un análisis de la estrategia de guerra global de los Estados Unidos, pero también y más significativamente como un penetrante estudio del modo en que la guerra de información redefine la política y la geopolítica.

La guerra contra el coronavirus es al mismo tiempo una guerra de información errónea y desinformación, como resulta característico de la política de la posverdad. El virus puede haber sido un evento contingente que desencadenó la actual crisis, pero la guerra en sí misma ya no es contingente. La guerra de información introduce a su vez otras dos posibilidades (en cierto modo farmacológicas): primero, la de una guerra que ya no tiene al Estado como unidad de medida, sino que está constantemente desterritorializándolo con armas invisibles y fronteras difusas; y segundo, la de la guerra civil, que adopta la forma de un choque entre infoesferas en competencia. La guerra contra el coronavirus es una guerra contra los portadores del virus, y es una guerra que se libra empleando fake news, rumores, censura, falsas estadísticas, desinformación, etc. En paralelo a la utilización que han hecho los Estados Unidos de las tecnologías de Silicon Valley para expandir su infoesfera y penetrar en la mayoría de la población de la Tierra, China también ha construido una de las infoesferas más grandes y sofisticadas del planeta, equipada con potentes cortafuegos que consisten tanto de máquinas como de humanos. Ello le permitió contener el virus en el seno de una población de 1400 millones de personas. Esta infoesfera está expandiéndose gracias a la infraestructura de la iniciativa “Cinturón y Ruta de la Seda”, así como a las redes ya tendidas en África, lo que ha provocado la respuesta de los Estados Unidos, que en nombre de la seguridad y la propiedad intelectual bloqueó la expansión de Huawei al interior de su propia infoesfera. Desde luego, la guerra de información no la libran solo los soberanos. Dentro de China, diferentes facciones compiten entre sí a través de los medios de comunicación oficiales, medios tradicionales como los periódicos y medios independientes. Por ejemplo, tanto los medios tradicionales como los medios independientes verificaron las afirmaciones de figuras del Estado acerca del brote epidémico, forzando al gobierno a corregir sus errores y distribuir más equipamiento médico en los hospitales de Wuhan.

El coronavirus hace explícita la inmanencia de la guerra de información al exponer la necesidad del Estado-nación de defender sus fronteras físicas al mismo tiempo que se expande tecnológica y económicamente fuera de sus límites para establecer nuevas fronteras. Las infoesferas las construyen los humanos, y pese a haberse expandido enormemente en décadas recientes, su devenir permanece indeterminado. En la medida en que la imaginación de una coinmunidad –como un posible comunismo o asistencia mutua entre naciones– solo puede ser una solidaridad abstracta, resulta tan vulnerable al cinismo como el concepto de “humanidad”. En las últimas décadas algunos discursos filosóficos han alimentado exitosamente una solidaridad abstracta que puede virar hacia comunidades sectarias cuya inmunidad es determinada por el acuerdo y el desacuerdo. La solidaridad abstracta es atractiva porque es abstracta: a diferencia de lo concreto, lo abstracto no está cimentado ni tiene una localidad; puede transportarse a todas partes y radicarse en cualquier lugar. Pero la solidaridad abstracta es un producto de la globalización, una metanarrativa (e incluso una metafísica) para algo que hace mucho ha enfrentado su propio fin.

“La guerra contra el coronavirus es al mismo tiempo una guerra de información errónea y desinformación, como resulta característico de la política de la posverdad. El virus puede haber sido un evento contingente que desencadenó la actual crisis, pero la guerra en sí misma ya no es contingente. La guerra de información introduce a su vez otras dos posibilidades (en cierto modo farmacológicas): primero, la de una guerra que ya no tiene al Estado como unidad de medida, sino que está constantemente desterritorializándolo con armas invisibles y fronteras difusas; y segundo, la de la guerra civil, que adopta la forma de un choque entre infoesferas en competencia. ”

La verdadera coinmunidad no es solidaridad abstracta, sino que parte de una solidaridad concreta cuya coinmunidad debería servir de base para la próxima oleada de globalización (si es que la hay). Desde el comienzo de esta pandemia ha habido numerosos actos de auténtica solidaridad, en situaciones donde resulta de suma importancia quién hará tus compras si tú no puedes ir al supermercado, quién te dará una máscara si necesitas acercarte al hospital, quién ofrecerá respiradores que salven vidas, etc. Hay también solidaridades entre las comunidades médicas que comparten información con vistas al desarrollo de vacunas. Gilbert Simondon distinguió entre lo abstracto y lo concreto a través de los objetos técnicos: los objetos técnicos abstractos son desmontables y móviles, como los que abrazaron los enciclopedistas del siglo XVIII y que (hasta el día de hoy) inspiran optimismo sobre la posibilidad del progreso; los objetos técnicos concretos son aquellos que se cimientan (acaso literalmente) en los mundos humano y natural, entre los que actúan como un mediador. Una máquina cibernética es más concreta que un reloj mecánico, que a su vez es más concreto que una simple herramienta. ¿Podemos concebir entonces una solidaridad concreta que sortee el impasse de una inmunología basada en los Estados-nación y la solidaridad abstracta? ¿Podemos considerar la infoesfera como una oportunidad que apunta en dirección a una inmunología de ese tipo?

Puede que necesitemos extender el concepto de infoesfera de dos maneras. En primer lugar, la construcción de infoesferas podría entenderse como un intento de construir tecnodiversidad, de desmantelar desde adentro la cultura monotecnológica y escapar a su “mala infinitud”. Esta diversificación de tecnologías conlleva una diversificación de modos de vida, de formas de coexistencia, de economías y demás, ya que la tecnología, en tanto es una cosmotécnica, integra diferentes relaciones con los no humanos y el cosmos en general. Esta tecnodiversificación no implica la imposición de un marco ético a la tecnología, ya que dicho marco llega siempre tarde y solo está allí para ser violado. Si no cambiamos nuestras tecnologías y nuestras actitudes, solo preservaremos la biodiversidad como un caso excepcional, pero no aseguraremos su sustentabilidad. En otras palabras, sin tecnodiversidad no podemos sostener la biodiversidad. El coronavirus no es la venganza de la naturaleza, sino el resultado de una cultura monotecnológica en la que la tecnología misma simultáneamente pierde sus cimientos y quiere convertirse en el cimiento de todo lo demás. El monotecnologismo en el que vivimos actualmente ignora la necesidad de coexistencia y ve la Tierra como un mero stock de existencias. Con la feroz competencia que fomenta, solamente puede producir nuevas catástrofes. De acuerdo con esta visión, al cabo del agotamiento y la devastación de la nave Tierra, solo nos queda repetir el mismo agotamiento y la misma devastación sobre la nave Marte.

En segundo lugar, la infoesfera puede ser considerada como una solidaridad concreta que se extiende más allá de las fronteras, como una inmunología que ya no toma como punto de partida al Estado-nación, con sus organizaciones internacionales que son virtualmente marionetas de las potencias globales. Para que emerja esta solidaridad concreta, necesitamos una tecnodiversidad que desarrolle tecnologías alternativas, como nuevas redes sociales, herramientas cooperativas e infraestructuras de instituciones digitales que sirvan de base para una colaboración global. Los medios digitales ya tienen una larga historia social, aunque pocas de sus formas que no sean las de Silicon Valley (o WeChat en China) alcanzan una escala global. Esto se debe en gran medida a la herencia de una tradición filosófica –con sus oposiciones entre naturaleza y tecnología, y entre cultura y tecnología– que es incapaz de ver una pluralidad de tecnologías como realizable. La tecnofilia y la tecnofobia se vuelven los síntomas de una cultura monotecnológica. Estamos familiarizados con el desarrollo a lo largo de la últimas décadas de la cultura hacker, el software libre y las comunidades de programadores de código abierto; sin embargo, el foco ha estado más en el desarrollo de alternativas a las tecnologías hegemónicas que en la creación de modos de acceso, formas de cooperación y, más importante aún, epistemologías alternativas.

“Si no cambiamos nuestras tecnologías y nuestras actitudes, solo preservaremos la biodiversidad como un caso excepcional, pero no aseguraremos su sustentabilidad. En otras palabras, sin tecnodiversidad no podemos sostener la biodiversidad. El coronavirus no es la venganza de la naturaleza, sino el resultado de una cultura monotecnológica en la que la tecnología misma simultáneamente pierde sus cimientos y quiere convertirse en el cimiento de todo lo demás.”

EEl incidente del coronavirus acelerará los procesos de digitalización y de subsunción por la economía de los datos, ya que esta ha demostrado ser la herramienta más efectiva para contener la propagación. Esto pudo verse ya en el reciente vuelco a favor del uso de datos recolectados por dispositivos móviles para trazar los contagios en países que suelen ser celosos de la privacidad. Quizás convenga hacer una pausa y preguntarnos si esta aceleración del proceso de digitalización no puede ser tomada como una oportunidad, como un kairos que resalta la actual crisis global. Los llamados a una respuesta global nos ponen a todos en el mismo bote y el objetivo de retomar la “vida normal” no parece una respuesta adecuada. El brote epidémico de coronavirus marca la primera vez en más de veinte años que la enseñanza en línea es ofrecida por todos los departamentos de las universidades. Ha habido muchas razones para oponerse a la enseñanza digital, pero en su mayoría se trata de razones menores, cuando no irracionales (institutos que se dedican a las culturas digitales consideran indispensable la presencia física para la gestión de recursos humanos). La enseñanza en línea no puede reemplazar por completo a la enseñanza presencial, pero amplía radicalmente el acceso al conocimiento y nos hace replantearnos la cuestión de la educación en un momento en que muchas universidades están siendo desfinanciadas. ¿Nos permitirá cambiar estos hábitos la suspensión de la vida normal a causa del coronavirus? Podríamos, por ejemplo, tomar los próximos meses (o años quizás), durante los cuales la mayoría de las universidades del mundo van a estar empleando plataformas de enseñanza digital, como una oportunidad para crear instituciones digitales de peso a una escala sin precedentes. Una inmunología global requiere este tipo de reconfiguraciones radicales.

La cita con la que abrí la primera parte de este ensayo pertenece al opúsculo inconcluso de Nietzsche La filosofía en la época trágica de los griegos, escrito en 1873. En vez de hacer referencia a su propia exclusión de la disciplina filosófica, Nietzsche identifica el anhelo de reforma cultural con los filósofos de la antigua Grecia que aspiraban a reconciliar ciencia y mito, racionalidad y pasión. Ya no estamos en la época trágica, sino en un tiempo de catástrofes del que ni el pensamiento tragicista ni el pensamiento taoísta, por sí solos, ofrecen escapatoria. En vista de la enfermedad de la cultura global, tenemos una necesidad urgente de reformas guiadas por un nuevo pensamiento y por nuevos marcos que nos permitan despegarnos de lo que la filosofía ha impuesto e ignorado. El coronavirus destruirá muchas instituciones ya amenazadas por las tecnologías digitales. También hará necesarios un aumento de la vigilancia y la implementación de otras medidas inmunológicas contra el virus, al igual que contra el terrorismo y las amenazas a la seguridad nacional. Este es también un momento en el que necesitamos solidaridades concretas y digitales más fuertes. La solidaridad digital no es un llamado a usar más Facebook, Twitter o WeChat, sino a sustraerse a la competencia feroz de la cultura monotecnológica, a producir una tecnodiversidad por medio de tecnologías alternativas y de sus correspondientes formas de vida y modos de habitar el planeta y el cosmos. Puede que en nuestro mundo posmetafísico no necesitemos pandemias metafísicas. Puede que tampoco necesitemos una ontología orientada a los virus. Lo que realmente necesitamos es una solidaridad concreta que permita diferencias y divergencias antes de que caiga el crepúsculo.

Quiero agradecer a Brian Kuan Wood y Pieter Lemmens por sus comentarios y sugerencias a los borradores de este ensayo. Este texto se publicó originalmente en la web e-flux en abril de 2020.

YUK HUI nació en China. Estudió ingeniería informática y filosofía en la Universidad de Hong Kong y en Goldsmiths College en Londres, con un enfoque en filosofía de la tecnología. Actualmente enseña en la Universidad Bauhaus en Weimar y en la Escuela de Medios Creativos de la Universidad de Hong Kong. Fue investigador asociado en el Instituto de Cultura y Estética de los Medios (ICAM), investigador postdoctoral en el Instituto de Investigación e Innovación del Centro Pompidou en París y científico visitante en los Laboratorios Deutsche Telekom en Berlín. Es el iniciador de la Red de Investigación en Filosofía y Tecnología, una red internacional que facilita investigaciones y colaboraciones en filosofía y tecnología. Hui ha publicado colaboraciones en distintos medios como Research in Phenomenology, Metaphilosophy, Cahiers Simondon, Deleuze Studies, Implications Philosophiques, Techné, etc. Publicó los libros 30 Years after Les Immatériaux: Art, Science and Theory (2015, con Andreas Broeckmann), On the Existence of Digital Objects (2016), The Question Concerning Technology in China -An Essay in Cosmotechnics (2016) y Recursivity and Contingency (2019). Próximamente publicará Art and Cosmotechnics. Sus escritos han sido traducidos a una docena de idiomas.Durante 2020 será uno de los autores publicados por Caja Negra Editora.   

TÍTULOS RELACIONADOS

CIEN AÑOS DE CRISIS.

 PRIMERA PARTE 

CIEN AÑOS DE CRISIS. PRIMERA PARTE  

Por Yuk Hui
@digital_objects

Traducción: Tadeo Lima

Allí donde la filosofía se mostró como una ayuda, como algo salvador, 

como algo protector, fue siempre con los sanos; 

a los enfermos los volvió aún más enfermos.
Friedrich Nietzsche, La filosofía en la época trágica de los griegos

EL CENTENARIO DE “LA CRISIS DEL ESPÍRITU”

En 1919, después de la Primera Guerra Mundial, el poeta francés Paul Valéry escribió en su ensayo “La crisis del espíritu”: “Nosotras, las civilizaciones, sabemos ahora que somos mortales”. Solo ante una tragedia semejante, y con posterioridad, nos damos cuenta de que somos seres frágiles. Cien años después, un murciélago en China –si efectivamente el coronavirus proviene de los murciélagos– ha precipitado al planeta entero en una nueva crisis. Si aún viviera, Valéry tendría prohibido salir de su departamento en París.

La crisis del espíritu de 1919 fue precedida por un nihilismo, una nada que agobió a Europa en los años anteriores a 1914. Como escribió Valéry acerca de la escena intelectual de preguerra: “No veo ¡nada! Nada, aunque haya sido una nada infinitamente rica”. En su poema El cementerio marino, de 1920, leemos una llamada afirmativa de ecos nietzscheanos: “El viento vuelve, intentemos vivir”. Este verso sería adoptado más tarde por Hayao Miyazaki como título para su película de animación sobre Jiro Horikoshi, el ingeniero aeronáutico que diseñó los cazas para el Imperio de Japón que fueron usados en la Segunda Guerra Mundial. Este nihilismo retorna recursivamente bajo la forma de una prueba nietzscheana: un demonio se introduce en tu más solitaria soledad y te pregunta si quieres vivir el eterno retorno de lo mismo –la misma araña, la misma luz de la luna entre los árboles y el mismo demonio que hace la misma pregunta–. Toda filosofía que no sepa convivir con este nihilismo y hacerle frente será incapaz de ofrecer respuestas satisfactorias. Una filosofía tal solo puede hacer a una cultura enferma más enferma, o en nuestra época, refugiarse en los grotescos memes filosóficos que circulan por las redes sociales.

El nihilismo impugnado por Valéry fue alimentado incesantemente por la aceleración y la globalización tecnológicas iniciadas en el siglo XVIII. Como escribe hacia el final de su ensayo:

Pero el Espíritu europeo –o por lo menos lo que contiene de más precioso– ¿es totalmente difusible? El fenómeno de la explotación del globo, el fenómeno de la igualación de las técnicas y el fenómeno democrático, que hacen prever una diminutio capitis de Europa ¿deben tomarse como decisiones absolutas del destino?

Esta amenaza de difusión –que Europa habría intentado afirmar– ha dejado de ser algo a lo que Europa pueda hacer frente sola, y probablemente ya nunca vuelva a ser superada por el espíritu “tragicista” europeo. “Tragicista” se refiere en primer lugar a la tragedia griega; es también la lógica del espíritu que se esfuerza por resolver las contradicciones que brotan de su interior. En “¿Qué comienza después del fin de la Ilustración?” y otros ensayos he intentado esbozar cómo, desde la Ilustración y luego del ocaso del monoteísmo, este fue reemplazado por un monotecnologismo (o tecnoteísmo) que encuentra su culminación en el transhumanismo de nuestros días. Nosotros, los modernos, los herederos de ese Hamlet europeo que en “La crisis del espíritu” de Valéry resume como el legado intelectual europeo sosteniendo los cráneos de Leibniz, Kant, Hegel y Marx, cien años después de su escrito aún creemos y queremos seguir creyendo que nos volveremos inmortales, que seremos capaces de equipar nuestros sistemas inmunológicos contra todos los virus, o simplemente huiremos a Marte cuando se presente el peor escenario. Pero en plena pandemia de la enfermedad por coronavirus, la exploración de Marte parece irrelevante a los fines de detener su propagación y salvar vidas. Los mortales que todavía habitamos este planeta Tierra posiblemente no tengamos la oportunidad de esperar hasta volvernos inmortales, como promocionan los transhumanistas en sus eslóganes corporativos. Todavía está por escribirse una farmacología del nihilismo después de Nietzsche, pero la toxina ya ha penetrado el cuerpo global y causado una crisis en su sistema inmunológico.

Para Jacques Derrida (cuya viuda, Marguerite Derrida, falleció recientemente de coronavirus), el ataque a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001 marcó la manifestación de una crisis autoinmune que disolvió estructuras de poder tecnopolíticas estabilizadas durante décadas: dos aviones Boeing 767 fueron usados como armas contra el propio país que los había inventado, a la manera de células mutadas o de un virus endógeno. El término “autoinmune” es solo una metáfora biológica cuando se lo emplea en un contexto político: la globalización es la creación de un sistema mundial cuya estabilidad depende de la hegemonía económica y tecnocientífica. De allí que el 11 de septiembre haya llegado a ser visto como una ruptura que puso fin a la configuración política deseada por el Occidente cristiano desde la Ilustración, desencadenando una respuesta inmune que se expresó como un estado de excepción permanente –guerras y más guerras–. El coronavirus ahora hace implosionar esta metáfora: lo biológico y lo político se vuelven uno. Los esfuerzos para contener al virus no incluyen solo desinfectantes y medicina, sino también movilizaciones militares, cuarentenas de países enteros, cierres de fronteras, suspensión de vuelos internacionales y paralización del transporte por tierra.

“El término ‘autoinmune’ es solo una metáfora biológica cuando se lo emplea en un contexto político: la globalización es la creación de un sistema mundial cuya estabilidad depende de la hegemonía económica y tecnocientífica.”

Kevin Frayer/ Getty Images – Foto para Der Spiegel.

A fines de enero de 2020, el semanario alemán Der Spiegel publicó una edición titulada Coronavirus, Made in China: Wenn die Globalisierung zur tödlichen Gefahr wird [Coronavirus, Made in China. Cuando la globalización se vuelve un peligro mortal], ilustrada con la imagen de una persona china luciendo un equipo de protección exagerado y mirando la pantalla de un iPhone con los ojos entrecerrados, como si le estuviera rezando a un dios. El brote de coronavirus no es un ataque terrorista –hasta ahora no ha habido evidencia clara del origen del virus previo a su primera aparición en China–, sino un evento organológico en el que un virus se acopla a redes de transporte avanzadas y se desplaza a 900 kilómetros por hora. Es también un evento que parece devolvernos a un discurso sobre el Estado-nación y a una geopolítica definida por naciones. Con “devolvernos” me refiero antes que nada al hecho de que restaura el sentido a fronteras que el capitalismo global y la creciente movilidad promovida por el intercambio cultural y el comercio internacional habían desdibujado. El brote epidémico global anuncia que hasta ahora la globalización ha cultivado una cultura monotecnológica que solo puede conducir a una respuesta autoinmune y a una gran regresión. En segundo lugar, el brote epidémico y el retorno al Estado-nación revelan los límites históricos y reales del propio concepto de Estado-nación. Los Estados-nación modernos han intentado disimular esos límites por medio de guerras de información inmanentes y de la construcción de infoesferas que se expanden más allá de las fronteras. Sin embargo, en vez de producir una inmunología global, estas infoesferas, por el contrario, usan la patente contingencia del espacio global para librar una guerra biológica. Aún no está disponible una inmunología global a la que podamos recurrir para hacer frente a este estadio de la globalización, y posiblemente no llegue a estarlo nunca si persiste esta cultura monotecnológica.

UN SCHMITT EUROPEO VE MILLONES DE FANTASMAS

Durante la crisis de refugiados en Europa de 2016, el filósofo Peter Sloterdijk criticó a la canciller alemana Angela Merkel en una entrevista con la revista Cicero, en la que afirmó: “Todavía nos falta aprender a glorificar las fronteras. […] Tarde o temprano los europeos desarrollaremos una política de fronteras común eficiente. A la larga, el imperativo territorial se impone. Después de todo, no existe una obligación moral a la autodestrucción”. Incluso si Sloterdijk estaba equivocado al sostener que Alemania y la Unión Europea deberían haber cerrado sus fronteras a los refugiados, cabe decir en retrospectiva que tenía razón acerca de lo poco pensada que estaba la cuestión de las fronteras. Roberto Esposito ha afirmado claramente en Immunitas que en relación a la función de las fronteras subsiste una lógica binaria (polar): por un lado, se insiste en la necesidad de controles más estrictos como una defensa inmunológica contra un enemigo exterior –una concepción clásica e intuitiva de la inmunología como oposición entre el yo y el otro–; por el otro, se propone la abolición de las fronteras para permitir la libre circulación y asociación de individuos y bienes. Esposito sugiere que ninguno de estos dos extremos –como se ha vuelto evidente hoy– es deseable ética y prácticamente. El brote de la enfermedad por coronavirus en China –que comenzó a mediados de noviembre de 2019 aunque la primera alerta oficial no se dio hasta después de mediados de enero de 2020, seguida por el cierre total de la ciudad de Wuhan el 23 de enero– llevó inmediatamente a controles indiscriminados en las fronteras internacionales de las personas de nacionalidad china o incluso de las de “rasgos asiáticos”, identificadas como portadoras del virus. Italia fue uno de los primeros países en suspender los vuelos de y hacia China; ya a fines de enero, el Conservatorio Santa Cecilia de Roma suspendió a los alumnos “orientales” y les impidió seguir asistiendo a clases, incluidos aquellos que nunca en su vida habían estado en China. Estos actos –que podríamos llamar inmunológicos– son llevados a cabo por miedo, pero más fundamentalmente por ignorancia.

En Hong Kong –próximo a Shenzhen, en la provincia de Guangdong, uno de los principales focos epidémicos fuera de la provincia de Hubei– se oyeron fuertes voces que reclamaron al gobierno el cierre de la frontera con China. El gobierno se negó, ateniéndose a las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, que instó a los países a evitar imponer restricciones a los viajes y el comercio con China. Como una de las dos Regiones Administrativas Especiales de China, se esperaba que Hong Kong no se opusiera a China y que quisiera evitar hacer más pesado el lastre de su menguante crecimiento económico. Sin embargo, muchos restaurantes colgaron carteles en sus puertas avisando que los hablantes de mandarín no eran bienvenidos. El dialecto mandarín es asociado a los chinos del continente en cuanto portadores del virus y se vuelve una señal de peligro. Un restaurante que en condiciones normales está abierto a todo aquel que pueda pagar solo admite a cierto tipo de personas.

Todas las formas de racismo son fundamentalmente inmunológicas. El racismo es un antígeno social, ya que distingue claramente entre el yo y el otro y reacciona contra cualquier inestabilidad introducida por el otro. Al mismo tiempo, no todos los actos inmunológicos pueden ser considerados racistas. Si no reconocemos la ambigüedad entre ambos tipos de actos, disolvemos todo en la noche donde todas las vacas son negras. En el caso de una pandemia global, es inevitable una reacción inmunológica cuando el contagio es multiplicado por los trenes de larga distancia y los vuelos intercontinentales. Cinco millones de habitantes huyeron antes del cierre de Wuhan, llevando involuntariamente el virus fuera de la ciudad. De hecho, es irrelevante que a uno se lo etiquete por provenir de Wuhan, ya que cualquiera puede ser considerado sospechoso si se tiene en cuenta que el virus puede permanecer latente durante días en un cuerpo sin que este desarrolle síntomas y todo ese tiempo estar contaminando los alrededores. Hay momentos inmunológicos a los que no es fácil escapar cuando la xenofobia y los microfascismos se vuelven moneda corriente en las calles y los locales: basta con toser sin querer para atraer todas las miradas. Más que nunca, las personas reclaman una esfera inmune –como sugirió Peter Sloterdijk–, como protección y como organización social.

Pareciera así que los actos inmunológicos, que no pueden simplemente ser reducidos a actos racistas, justifican un retorno a las fronteras –individuales, sociales y nacionales–. En la inmunología biológica tanto como en la inmunología política, al cabo de décadas de debates sobre el paradigma yo-otro y el paradigma organísmico, los estados modernos vuelven a los controles de fronteras como forma más simple e intuitiva de defensa, aun cuando el enemigo no es visible. En rigor, solo estamos luchando contra la encarnación del enemigo. Aquí estamos todos regidos por lo que Carl Schmitt llamó lo político, que se funda en la distinción entre amigo y enemigo –una definición difícil de rebatir y que probablemente se vea reforzada durante una pandemia–. Cuando el enemigo es invisible, tiene que ser encarnado e identificado: primero los chinos, los asiáticos, luego los europeos, los norteamericanos; o, dentro de China, los habitantes de Wuhan. La xenofobia alimenta el nacionalismo, ya sea porque el yo la considera un acto inmunológico necesario, ya porque el otro la moviliza para fortalecer su propio nacionalismo como inmunología.

“Aquí estamos todos regidos por lo que Carl Schmitt llamó lo político, que se funda en la distinción entre amigo y enemigo –una definición difícil de rebatir y que probablemente se vea reforzada durante una pandemia–. Cuando el enemigo es invisible, tiene que ser encarnado e identificado: primero los chinos, los asiáticos, luego los europeos, los norteamericanos; o, dentro de China, los habitantes de Wuhan. La xenofobia alimenta el nacionalismo, ya sea porque el yo la considera un acto inmunológico necesario, ya porque el otro la moviliza para fortalecer su propio nacionalismo como inmunología.”

La Sociedad de las Naciones fue fundada en 1919 después de la Primera Guerra Mundial y más tarde sucedida por la Organización de las Naciones Unidas con la misma estrategia de evitar la guerra en una organización común. Carl Schmitt hizo una crítica certera de este intento al señalar que la Sociedad de las Naciones –que hubiera tenido su centenario el año pasado– identificó erróneamente a la humanidad como fundamento común de la política mundial. La humanidad, para Schmitt, no es un concepto político. Antes bien, la humanidad es un concepto de la despolitización, ya que la identificación con una humanidad abstracta e inexistente habilita “un mal uso de la paz, el progreso, la civilización con el fin de reivindicarlos para uno mismo negándoselos al enemigo”. Como es sabido, la Sociedad de las Naciones, que reunía a representantes de los diferentes países miembros, fue incapaz de impedir una de las mayores catástrofes del siglo XX, la Segunda Guerra Mundial, y a raíz de ello fue reemplazada por las Naciones Unidas. ¿No es aplicable el argumento a la Organización Mundial de la Salud, en cuanto organización global que se supone trasciende los límites e intereses particulares de las naciones para aconsejar e implementar políticas de prevención e intervención en cuestiones de salud global? Considerando que la OMS prácticamente no tuvo ningún papel positivo en la contención del virus –si es que no tuvo un papel negativo: su Director General se negó hasta último momento a declarar la pandemia, cuando ya era evidente para todos los observadores–, ¿qué la hace necesaria en definitiva? Por supuesto que el trabajo de los profesionales que trabajan para y con la organización merece un gran respeto, pero el caso del coronavirus ha puesto al descubierto una crisis en la función política de la organización en su conjunto. Peor aún, solo podemos criticar a este enorme y costoso órgano gubernamental global por su fracaso en las redes sociales, que es como gritar al viento, pero nadie tiene la capacidad de cambiar nada, puesto que los procesos democráticos están reservados para las naciones. 

MONOTECNOLOGÍA VS. TECNODIVERSIDAD

Si seguimos a Carl Schmitt, la OMS es ante todo un instrumento de despolitización, ya que su función de advertir sobre el coronavirus podría haberla realizado mejor una agencia de noticias. En efecto, numerosos países actuaron con demasiada lentitud al basarse en las primeras evaluaciones que hizo la oms de la situación. Como escribe Schmitt en El concepto de lo político, un organismo internacional gubernamental representativo fraguado en nombre de la humanidad “no suprime la posibilidad de que haya guerras, en la misma medida en que no cancela los Estados. Introduce nuevas posibilidades de guerras, permite las guerras, favorece las guerras de coaliciones y aparta una serie de inhibiciones frente a la guerra desde el momento en que legitima y sanciona determinadas guerras”. ¿La manipulación de los organismos internacionales gubernamentales por las potencias mundiales y el capital transnacional desde después de la Segunda Guerra Mundial no es solo una continuación de esa lógica? ¿Este virus que era controlable en un primer momento no ha hundido al mundo en un estado de guerra global? Estas organizaciones contribuyen a una enfermedad global allí donde la competencia económica monotecnológica y la expansión militar son el único objetivo, arrancan a los seres humanos de sus localidades enraizadas en la tierra y las reemplazan con identidades ficticias moldeadas por los Estados-nación modernos y las guerras de información.

El concepto de estado de excepción o estado de emergencia tenía originalmente como función permitir al soberano inmunizar el cuerpo político, pero desde el 11 de septiembre ha tendido a convertirse en la norma política. La normalización del estado de emergencia no es solo expresión del poder absoluto del soberano, sino también de los esfuerzos a menudo malogrados del Estado-nación moderno para enfrentarse a la situación global defendiendo y expandiendo sus fronteras por todos los medios tecnológicos y económicos disponibles. El control de fronteras solo constituye un acto inmunológico eficaz si se entiende la geopolítica en términos de Estados soberanos definidos por sus fronteras. Después de la Guerra Fría, el incremento en la competencia ha resultado en una cultura monotecnológica que ya no busca equilibrar progreso económico y progreso tecnológico, sino que los asimila al tiempo que avanza hacia un final apocalíptico. La competencia basada en la monotecnología está devastando los recursos naturales de la Tierra en aras de la maximización de ganancias e impide a los actores adoptar caminos o direcciones diferentes, es decir, bloquea la “tecnodiversidad” sobre la que he escrito extensamente. Diferentes países produciendo la misma tecnología (monotecnología) con distinto branding y características ligeramente diferentes no son sinónimo de tecnodiversidad. Esta se refiere, por el contrario, a una multiplicidad de cosmotécnicas que difieren entre sí en términos de valores, epistemologías y modos de existencia.

“Diferentes países produciendo la misma tecnología (monotecnología) con distinto branding y características ligeramente diferentes no son sinónimo de tecnodiversidad. Esta se refiere, por el contrario, a una multiplicidad de cosmotécnicas que difieren entre sí en términos de valores, epistemologías y modos de existencia.” 

Si la forma actual de la competencia que emplea medios económicos y tecnológicos para pasar por encima de la política suele ser atribuida al neoliberalismo, su pariente cercano el transhumanismo considera a la política como una mera epistemología humanista que pronto será superada gracias a la aceleración tecnológica. Estamos frente a un impasse de la modernidad: el miedo a ser sobrepasado por otros en la competencia impide sustraerse a ella. Es como la metáfora del hombre moderno que describió Nietzsche: un grupo de hombres abandona su tierra y se embarca en una travesía marítima en busca del infinito solo para llegar al medio del océano y descubrir que el infinito no es un destino. Y no hay nada más aterrador que el infinito cuando ya no hay vuelta atrás.

YUK HUI nació en China. Estudió ingeniería informática y filosofía en la Universidad de Hong Kong y en Goldsmiths College en Londres, con un enfoque en filosofía de la tecnología. Actualmente enseña en la Universidad Bauhaus en Weimar y en la Escuela de Medios Creativos de la Universidad de Hong Kong. Fue investigador asociado en el Instituto de Cultura y Estética de los Medios (ICAM), investigador postdoctoral en el Instituto de Investigación e Innovación del Centro Pompidou en París y científico visitante en los Laboratorios Deutsche Telekom en Berlín. Es el iniciador de la Red de Investigación en Filosofía y Tecnología, una red internacional que facilita investigaciones y colaboraciones en filosofía y tecnología. Hui ha publicado colaboraciones en distintos medios como Research in Phenomenology, Metaphilosophy, Cahiers Simondon, Deleuze Studies, Implications Philosophiques, Techné, etc. Publicó los libros 30 Years after Les Immatériaux: Art, Science and Theory (2015, con Andreas Broeckmann), On the Existence of Digital Objects (2016), The Question Concerning Technology in China -An Essay in Cosmotechnics (2016) y Recursivity and Contingency (2019). Próximamente publicará Art and Cosmotechnics. Sus escritos han sido traducidos a una docena de idiomas.Durante 2020 será uno de los autores publicados por Caja Negra Editora.   

TÍTULOS RELACIONADOS