EL COSMOS COMO BANDA DE SONIDO

 EL COSMOS COMO BANDA DE SONIDO

Por Alan Courtis  

En una de sus 120 Historias del Cine (Caja Negra, 2010) el director alemán Alexander Kluge retoma las reflexiones de Felix Eberty, quien en 1846 planteaba en su libro Los Astros y la Historia Universal que un rayo de luz que hubiera partido de la tierra en el año 30d.C. todavía seguiría viajando en el espacio, conteniendo información visual del mundo del cual partió. Si las estrellas que vemos en el cielo transportan luz de millones de años atrás, ellas podrían entonces revelar secretos de sus remotos tiempos y lugares de procedencia.

Los planteos de Eberty ponen de manifiesto una cadena universal de emisión de luz que estaría desarrollándose en todo el tiempo y lugar, a la que Kluge considera una suerte de “cine cósmico”. Claro que por aquel entonces, Eberty no la denominó de esa manera, en principio, porque el cine todavía no existía. Pero hacia 1923, cuando el cinematógrafo ya funcionaba, nada menos que Albert Einstein fue quien se encargó de escribir el prólogo para la reedición de su libro. Poco tiempo después, en marzo de 1925, Einstein visitó por única vez la Argentina. Ante la magnitud de estos eventos, algunas preguntas aparecen solas: ¿por dónde andarán viajando en estos momentos los rayos de luz que transportan la información visual de aquella visita porteña del ilustre físico alemán? ¿Y quienes estarán en condiciones de verlos?

Difícil dar respuesta a estas cuestiones. En cualquier caso si, como sugiere Kluge, el Cosmos puede ser pensado como cine, se hace imposible eludir otro interrogante: ¿y cómo sería la banda de sonido de este cine?

Por supuesto, la respuesta excede por lejos las posibilidades de un artículo tan breve, aunque seguramente sobrepase también las de cualquier posible texto. De todos modos, si bien el sonido en la forma en que acá lo conocemos no puede propagarse como tal en el vacío, en el espacio hay cantidad de ondas —en su mayoría electromagnéticas— moviéndose y llenando todo el espectro cósmico. Siguiendo el razonamiento de Kluge, todo esto nos permite pensar en una banda de sonido exponencial que, independientemente de si podemos o no percibirla, tendría una influencia constante sobre todos nosotros. Con este marco como referencia y a modo de posible respuesta provisoria, proponemos entonces, una selección de sonidos proveniente de distintos puntos del espacio. Si en este mismo instante hay infinidad de ondas viajando por la galaxia, no es tan descabellado pensar que algunas de ellas esperen ser escuchadas. Sólo queda entonces escuchar lo que el Cosmos nos permita: como toda buena banda de sonido, esta música puede disfrutarse hayamos visto o no la película.

Te invitamos a un viaje por el cosmos como banda de sonido. Al final la entrada, vas a poder descargar el primer capítulo de 120 historias del cine, de Alexander Kluge.

Sonidos de Saturno. Fuente: NASA

Sonidos de Venus. Fuente: Космическая программа СССР

Sonidos de Júpiter. Fuente: NASA

Sonidos del Sol. Fuente: European Space Agency

Sonidos de Marte. Fuente: NASA

Ráfagas Rápidas de Radio (FRB). Fuente: Breakthrough Listen Project

Sonidos de Urano. Fuente: NASA

Señales de Radio de Muy Baja Frecuencia (VLF) recibidas en Macedonia. Fuente: Mile Kokotov

Sonidos de Plutón. Fuente: NASA

Sonidos de la ISS. Fuente: International Space Station

Descargá “Una luz que traquetea fuerte”, incluido en 120 historias del cine de Alexander Kluge (Caja Negra, 20210)  

Alexander Kluge. Nacido en Halberstadt, Alemania, en 1932, sobrevivió al bombardeo que destruyó su ciudad natal en 1945. Ya en Berlín, en su juventud fue colaborador de T. W. Adorno y comenzó su carrera cinematográfica como asistente de Fritz Lang. Pocos años más tarde se erigió como “padre” del Nuevo Cine Alemán, movimiento que revitalizó el cine de su país y que posibilitó el surgimiento de directores como R. W. Fassbinder, Werner Herzog y Wim Wenders. Es fundador de la productora de televisión DCTP, en la que realiza contenidos culturales originales para la televisión. Hoy Kluge sigue en activo y es un reconocido cineasta y escritor, principalmente en Alemania, donde se le han concedido casi todos los grandes premios literarios, como el premio Georg Büchner que recibió en 2003, considerado el galardón literario más importante en lengua alemana.

Alan Courtis es músico. Integrante del grupo Reynols (junto a Miguel Tomasín y Roberto Conlazo) . Participa en más de 500 discos editados por sellos de todo el mundo como: P.S.F., Mego, SubRosa, RRR, Pogus, Blossoming Noise, Korm Plastics, Feeding Tube, Blackest Rainbow, Public Eyesore, Sedimental, MIE, etc. Ha realizado giras por China, Japón, Sudeste Asiático, Europa, EEUU, Oceanía, Latinoamérica, llegando inclusive a tocar en las cercanías del Polo Norte. Sus composiciones fueron presentadas por ensambles de Suiza, Inglaterra, Tailandia, Holanda, Gales, México, Estados Unidos, Canadá, España y Argentina. Recibió distinciones de medios internacionales como The Wire, The Chicago Reader, Dusted Magazine y difusión radial en: BBC, WFMU, Resonance-FM, Ö1-ORF, Radio France, SBS, RTVE, ART on AIR, Sveriges Radio, NRK y Český Rozhlas. Ha colaborado con artistas como: Pauline Oliveros, Lee Ranaldo (Sonic Youth), Merzbow, Keiji Haino, Otomo Yoshihide, Jim O’Rourke, David Toop, Yoshimi (Boredoms), Eddie Prevost (AMM), Rick Bishop, Phill Niblock, Makoto Kawabata, Daniel Menche, RLW, Damo Suzuki (Can), Okkyung Lee, C.Spencer Yeh, Tetuzi Akiyama, Jojo Hiroshige (Hijokaidan), Chris Corsano, Rapoon (Zoviet France), Gert-Jan Prins, BJ Nilsen, Toshimaru Nakamura, Kemialliset Ystavat, The New Blockaders y Lasse Marhaug. Ha dictado cursos y conferencias en Universidades e instituciones de Japón, Europa, Estados Unidos, Nueva Zelanda y Latinoamérica.

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 RESET. CRÓNICA DE LA PSICODEFLACIÓN #2

RESET. CRÓNICA DE LA PSICODEFLACIÓN #2

Por Franco “Bifo” Berardi

15 de marzo

En el silencio de la mañana, las palomas perplejas miran hacia abajo desde los techos de la iglesia y parecen atónitas. No alcanzan a explicarse el desierto urbano.

Yo tampoco.

Leo los borradores de Offline de Jess Henderson, un libro que saldrá en algunos meses (en fin, debería salir, ya se verá). La palabra «offline» adquiere un relieve filosófico: es un modo de definir la dimensión física de lo real en oposición, es más, en sustracción, a la dimensión virtual.

Reflexiono acerca del modo en que está mutando la relación entre offline y online durante la propagación de la pandemia. E intento imaginar el después.

En los últimos treinta años, la actividad humana ha cambiado profundamente su naturaleza relacional, proxémica, cognitiva: un número creciente de interacciones se ha desplazado de la dimensión física, conjuntiva –en la que los intercambios lingüísticos son imprecisos y ambiguos (y por lo tanto infinitamente interpretables), en la que la acción productiva involucra energías físicas, y los cuerpos se rozan y se tocan en un flujo de conjunciones– a la dimensión conectiva, en la que las operaciones lingüísticas son mediadas por máquinas informáticas, y por lo tanto responden a formatos digitales, la actividad productiva es parcialmente mediada por automatismos, y las personas interactúan cada vez más densamente sin que sus cuerpos se encuentren. La existencia cotidiana de las poblaciones ha sido cada vez más concatenada por dispositivos electrónicos relacionados con enormes masas de datos. La persuasión ha sido reemplazada por la impregnación, la psicósfera ha sido inervada por los flujos de la infósfera. La conexión presupone una exactitud lampiña, sin pelos y sin polvo, una exactitud que los virus informáticos pueden interrumpir, desviar, pero que no conoce la ambigüedad de los cuerpos físicos ni goza de la inexactitud como posibilidad.

Ahora, he aquí que un agente biológico se introduce en el continuum social haciéndolo implosionar y obligándolo a la inactividad. La conjunción, cuya esfera se ha reducido en gran medida por las tecnologías conectivas, es la causa del contagio. Juntarse en el espacio físico se ha vuelto el peligro absoluto, que debe evitarse a toda costa. La conjunción debe ser activamente impedida.

No salir de casa, no ir a encontrarse con los amigos, mantener una distancia de dos metros, no tocar a nadie en la calle…

Se verifica aquí entonces (es nuestra experiencia de estas semanas) una enorme expansión del tiempo vivido online; no podría ser de otra manera porque las relaciones afectivas, productivas, educativas deben ser transferidas a la esfera en la que no nos tocamos y no nos juntamos. Ya no existe ninguna red social que no sea puramente conectiva.

Pero entonces ¿qué? ¿Qué sucederá después?

¿Y si la sobrecarga de conexión termina por romper el hechizo?

Quiero decir: tarde o temprano la epidemia desaparecerá (siempre que esto suceda, en Italia tal vez el 25 de abril): ¿no tenderemos quizás a identificar psicológicamente la vida online con la enfermedad? ¿No estallará tal vez un movimiento espontáneo de acariciamiento que induzca a una parte consistente de la población joven a apagar las pantallas conectivas transformadas en recuerdo de un período desgraciado y solitario?

No me tomo demasiado en serio, pero lo pienso.

16 de marzo

La Tierra se está rebelando contra el mundo. La contaminación disminuye de manera evidente. Lo dicen los satélites que envían fotos de China y de la Padania completamente diferentes a las que enviaban hace dos meses, me lo dicen también mis pulmones que hace diez años que no respiraban tan bien –desde que me diagnosticaron un asma severa causada en gran parte por el aire de la ciudad.

17 de marzo

El colapso de las bolsas de valores es tan grave y persistente que ya no es noticia.

El sistema bursátil se ha convertido en la representación de una realidad desaparecida: la economía de la oferta y de la demanda está trastornada y permanecerá durante mucho tiempo indiferente a la cantidad de dinero virtual que circula en el sistema financiero. Pero esto significa que el sistema financiero está perdiendo su control: en el pasado, las fluctuaciones matemáticas determinaban la cantidad de riqueza a la que cada uno podía tener acceso. Ahora no determinan más nada.

Ahora la riqueza ya no depende del dinero que tengamos, sino de lo que pertenece a nuestra vida mental.

Debemos reflexionar sobre esta suspensión del funcionamiento del dinero, porque quizás aquí esté la piedra angular para salir de la forma capitalista: romper definitivamente la relación entre trabajo, dinero y acceso a los recursos.

Afirmar una concepción diferente de la riqueza: la riqueza no es la cantidad de equivalente monetario que tengo, sino la calidad de vida que puedo experimentar.

Debemos reflexionar sobre esta suspensión del funcionamiento del dinero, porque quizás aquí esté la piedra angular para salir de la forma capitalista: romper definitivamente la relación entre trabajo, dinero y acceso a los recursos.

La economía está entrando en una fase recesiva, pero esta vez no sirven de mucho las políticas de apoyo a la oferta, ni las políticas de apoyo a la demanda. Si las personas tienen miedo de ir a trabajar, si la gente muere, no se puede reactivar ninguna oferta. Y si estamos encerrados en casa, no se puede reactivar ninguna demanda.

Un mes, dos meses, tres meses… Son suficientes para bloquear la máquina, y este bloqueo tendrá efectos irreversibles. Aquellos que hablan de vuelta a la normalidad, aquellos que piensan que se puede reactivar la máquina como si nada hubiera sucedido, no entendieron bien qué es lo que está sucediendo.

Será cuestión de inventar todo de nuevo, para que la máquina vuelva a funcionar. Y nosotros tenemos que estar allí, listos para impedir que funcione como lo ha hecho durante los últimos treinta años: la religión del mercado y el liberalismo privatista deben ser considerados crímenes ideológicos. Los economistas que hace treinta años nos prometen que la cura para toda enfermedad social es el recorte del gasto público y la privatización deberán ser aislados socialmente; si intentan abrir la boca de nuevo, deberán ser tratados por lo que son: idiotas peligrosos.

Un mes, dos meses, tres meses… Son suficientes para bloquear la máquina, y este bloqueo tendrá efectos irreversibles. Aquellos que hablan de vuelta a la normalidad, aquellos que piensan que se puede reactivar la máquina como si nada hubiera sucedido, no entendieron bien qué es lo que está sucediendo.

En las últimas dos semanas leí Cara de pan de Sara Mesa, Lectura fácil de Cristina Morales y la escalofriante Canción dulce de la horrible Leila Slimani. Ahora estoy leyendo a una escritora azerí que habla de Bakú a principios del siglo XX, de las riquezas repentinamente acumuladas con el petróleo, y de su familia muy rica a la cual la revolución soviética le quitó todas las propiedades.

Este año, más por casualidad que por elección, leí solamente escritoras, comenzando con la maravillosa novela de Négar Djavadi llamada Desoriental, una historia de exilio y de violencia islamista, de soledad y de nostalgia.

Pero ahora basta con las mujeres y suficiente con los dramas de la humanidad.

Y entonces fui a buscar un libro relajante, que es el Orlando Furioso leído por Italo Calvino. Cuando enseñaba, siempre lo recomendaba a los jóvenes, y les leía algunos capítulos. Lo habré leído diez veces, pero lo releo siempre con mucho gusto.

18 de marzo

Hace unos años, con mi amigo Max (e inspirado por mi amigo Mago), publiqué una novela que no sabíamos cómo llamar. Nos gustaba el título KS, o bien el título Gerontomaquia. Pero el editor que publicó el libro (después de que comprensiblemente muchos lo habían rechazado) impuso un título bastante feo pero ciertamente más popular: Muerte a los viejos. El libro se vendió muy poco pero contaba una historia que ahora me parece interesante. Estalla una especie de epidemia inexplicable: jóvenes de trece, catorce años matan a los viejos, primero algunos casos aislados, luego cada vez más frecuentes y luego en todas partes. Ahorro los detalles y los misterios técnico-místicos de la historia. El hecho es que los jóvenes mataban a los viejos porque suavizaban el aire con sus tristezas.

Esta noche me vino a la mente que toda esta historia del coronavirus se podría leer metafóricamente así: el 15 de marzo del año pasado, millones de muchachas y muchachos salieron a las calles gritando: nos hicieron nacer en un mundo donde no se puede respirar, nos han apestado la atmósfera, deténganse ya, reduzcan el consumo de petróleo y de carbón, reduzcan las partículas finas. Quizás esperaban que los poderosos del mundo escucharan sus súplicas. Pero como sabemos, terminaron decepcionados: la Cumbre Climática de Madrid de diciembre, el último de los innumerables eventos internacionales en los que se discute sobre la reducción del cambio climático, fue tan solo el enésimo fracaso. La emisión de sustancias tóxicas no ha disminuido en absoluto en la última década, el calentamiento global ha seguido adelante alegremente. Las grandes corporaciones del petróleo, del carbón y del plástico no piensan detenerse. Y entonces los jóvenes en cierto punto se enfurecen y hacen una alianza con Gea, la divinidad que protege el planeta Tierra. Juntos lanzan una matanza de advertencia, y los viejos comienzan a morir como moscas.

Finalmente todo se detiene. Y un mes más tarde, los satélites fotografían una Tierra muy diferente de la que había antes de la gerontomaquia.

19 de marzo

Al no tener televisión, sigo los acontecimientos en Internet: CNN, The Guardian, Al Jazeera, El pais… Luego, a la hora del almuerzo escucho las noticias de Radio Popolare.

El mundo ha desaparecido de la información, solo existe el coronavirus. Hoy en el informativo de la radio no había una noticia que no se refiriera a la epidemia. Un amigo de Barcelona me cuenta que habló con un redactor de la televisión nacional española: parece que cuando mandan noticias sobre algo que no es el contagio, la gente llama por teléfono enfurecida, y alguien insinúa que están ocultando algo…

Entiendo la necesidad de mantener la atención del público concentrada en las medidas de prevención, entiendo que es necesario repetir cien veces al día que hay que quedarse en casa. Pero este tratamiento mediático tiene un efecto ansiógeno absolutamente innecesario; además, se ha vuelto casi imposible saber lo que está sucediendo en Siria del norte. Hace unos días en Idlib ocho escuelas fueron bombardeadas en un solo día.

¿Y qué está sucediendo en la frontera greco-turca? ¿Y no hay más barcos llenos de africanos en el Mediterráneo que corran el riesgo de hundirse o que sean detenidos y enviados de vuelta a los campos de concentración libios? Hay, hay: de hecho, para ser precisos, justamente ayer logré encontrar la noticia de un barco con ciento cuarenta personas a bordo que la guardia costera maltesa envió de regreso.

Para su conocimiento, aquí hay una lista parcial, desde el 1 de marzo hasta hoy, de lo que está sucediendo en el mundo, además de la epidemia. Desde el sitio web de PeaceLink transcribo los conflictos armados que no se han detenido en estas últimas tres semanas, mientras nosotros creíamos que nadie podía salir de casa:

Libia: estallan violentos enfrentamientos en todo el norte a medida que las fuerzas del Ejército Nacional de Libia (LNA) intentan avanzar. Las fuerzas de Haftar bombardean dos escuelas en Trípoli. República Democrática del Congo: al menos 17 muertos en enfrentamientos con las Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF) en Beni. Somalia: cinco miembros de al-Shabaab murieron en un ataque aéreo estadounidense. Nigeria: seis muertos en un ataque de Boko Haram a la base militar en Damboa. Afganistán: las fuerzas talibanes y afganas se enfrentan en la provincia de Balkh. Tailandia: un soldado muerto y otros dos heridos en enfrentamientos con militantes en el sur. Indonesia: cuatro rebeldes del Ejército de Liberación de Papua Occidental (WPLA) murieron en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad en la región de Papua. Yemen: 11 muertos en enfrentamientos entre rebeldes hutíes y el ejército yemení en Taiz. 14 rebeldes hutíes asesinados en enfrentamientos con las fuerzas del gobierno yemení en la provincia de Al-Hudaydah. Turquía: un caza turco derriba un avión de guerra sirio sobre Idlib. Siria: 19 soldados sirios muertos en ataques de drones turcos.

Un amigo me envió el video de una fila de camiones militares en Bérgamo.

Es de noche, proceden lentamente. Llevan al crematorio unos sesenta ataúdes.

20 de marzo

Me despierto, me afeito la barba, tomo pastillas para la hipertensión, enciendo la radio… Mierda… La musiquita del himno nacional. Explíquenme qué tienen que hacer los himnos nacionales en esta ocasión.

¿Por qué resucitar el orgullo nacional? Ese himno llevó a los soldados a Caporetto, donde murieron cien mil [N. del T.: se refiere a la Batalla de Caporetto o Kobarid, librada en 1917 durante la Primera Guerra Mundial en la frontera austroitaliana entre Italia y los Imperios Centrales].

Apagué la radio y me afeité en silencio. De tumba.

Jun Fujita Hirose es un amigo japonés que escribe libros sobre cine. En las últimas semanas viajó para presentar la edición en español de su libro Cine-Capital. Al regresar de Buenos Aires pensaba detenerse en Madrid y en Bolonia, donde Billi y yo lo estábamos esperando. Es una persona muy agradable e ingeniosa, y hospedarlo unos días es un placer, cada vez que pasa por Italia, aproximadamente una vez al año.

Cuando llegó a Madrid, la infección estaba explotando en la ciudad, por lo que se vio obligado a detenerse allí, donde es huésped de otro queridísimo amigo, Amador Fernández-Savater. Así que ahora pasan el tiempo juntos, y envidio un poco a Amador porque Jun es también un excelente cocinero y me gusta la cocina japonesa. Hacen un poco de cine debate por la noche, y hace unas noches vieron La Cosa de Carpenter, una película que viene como anillo al dedo. Entonces Amador escribió un artículo que leí en la revista argentina Lobo Suelto. Amador escribe: «La Cosa es una ocasión para el pensamiento. Debemos pensar la epidemia como una interrupción. Una interrupción de los automatismos, de los estereotipos, de lo que damos por descontado: la salud y la sanidad, las ciudades y la alimentación, los vínculos y los cuidados, es preciso repensarlo todo de nuevo».

Cuando termine la cuarentena –si termina, y no se ha dicho que terminará–, estaremos en una especie de desierto de reglas, pero también en una especie de desierto de automatismos.

La voluntad humana reconquistará entonces un papel ciertamente no dominante con respecto al azar (la voluntad humana nunca ha sido determinante, como nos enseña el virus), pero sí significativo. Podremos reescribir las reglas y romper los automatismos. Pero esto no sucederá pacíficamente, es bueno saberlo.

No podemos prever qué formas asumirá el conflicto, pero debemos comenzar a imaginarlo. Quien imagina primero gana: esta es la ley universal de la Historia.

Al menos eso creo.

No podemos prever qué formas asumirá el conflicto, pero debemos comenzar a imaginarlo. Quien imagina primero gana: esta es la ley universal de la Historia.

 

21 de marzo

Cansancio, debilidad física, leve dificultad para respirar. No es una novedad, me sucede a menudo. Es culpa de las píldoras para la hipertensión y también culpa del asma, que ha sido amable conmigo en el último mes, tal vez porque no quiere asustarme con síntomas ambiguos.

Jornada de sol dulce y cielo límpido en este espléndido primer día de primavera.

Me escribe una amiga de Buenos Aires:

«Llegó el terror,
se huele desde la ventana
contundente como una flor cualquiera.»

22 de marzo

El vicepresidente de la Cruz Roja china, Yang Huichuan, llegó a Italia, acompañado por los doctores Liang Zongan y Xiao Ning, profesor de medicina pulmonar en el Hospital de Sichuan y subdirector del Centro Nacional para la Prevención, respectivamente. Cincuenta y ocho médicos expertos en enfermedades infecciosas llegaron de Cuba.

Hace pocos días, el Ministro de Economía alemán, Peter Altmaier, respondió a una solicitud de Trump excluyendo la posibilidad de la cesión de los derechos exclusivos sobre el desarrollo de una vacuna contra el coronavirus estudiado por una empresa privada en Tubinga. Según los avances publicados ayer por Die Welt, Estados Unidos había propuesto a la compañía farmacéutica alemana CureVac, que está desarrollando la vacuna, la cifra de mil millones de dólares para adquirir el derecho de industrializar y, por lo tanto, vender el producto en exclusividad una vez disponibles y terminadas las pruebas.

En exclusiva. America First. En el país de Trump, se multiplican en los últimos días las filas frente a los negocios de venta de armas. Además de whisky y papel higiénico, compran armas. Disciplinadamente, mantienen la distancia reglamentaria de un metro, de modo que las filas se pierden en el horizonte.

Mientras tanto, el Partido Demócrata derrota a Sanders y mata la esperanza de que se pueda cambiar el modelo que ha reducido la vida de este modo.

Y el 81% de los republicanos continúa apoyando a la bestia rubia Trump.

No sé qué sucederá después del fin del flagelo, sin embargo hay algo que me parece ver claro: la humanidad entera desarrollará en relación al pueblo estadounidense el mismo sentimiento que se extendió después de 1945 en relación al pueblo alemán: enemigos de la humanidad.

Estaba mal entonces, porque muchos alemanes antinazis habían sido perseguidos, asesinados, exiliados; y está mal ahora, porque millones de jóvenes estadounidenses apoyan al candidato socialista a la presidencia mientras, naturalmente, no termina de ser eliminado por la máquina del dinero y de los medios de comunicación.

Pero poco importa si está bien o mal. No es una cuestión política: el horror no se decide racionalmente, se siente involuntariamente. Horror por esa nación nacida del genocidio, la deportación y la esclavitud.

23 de marzo

El médico que ha tratado mis oídos durante quince años es un profesional de extraordinaria agudeza diagnóstica y es también un cirujano excepcional: me ha operado seis veces en diez años, y cada operación tuvo un resultado impecable, permitiéndome prolongar durante quince años mi capacidad auditiva. Hace unos años decidió abandonar el hospital público en el que operaba, y desde ese momento tuve que ir a una clínica privada para poder aprovechar su habilidad. Como no entendía por qué había tomado esa decisión, me dijo sin muchas vueltas: el sistema público está cerca del colapso a causa de los recortes debidos a la situación financiera.

Es por eso que el sistema de salud italiano está por el piso, es por eso que el diez por ciento de los médicos y paramédicos contrajeron la infección, es por eso que las unidades de terapia intensiva no son suficientes para tratar a todos los enfermos. Porque quienes gobernaron en las últimas décadas siguieron los consejos de criminales ideológicos como Giavazzi, Alesina y compañía [N. del T: Francesco Giavazzi y Alberto Alesina, economistas italianos, activos y mediáticos promotores del neoliberalismo y sus recetas de austeridad, privatizaciones y reformas estructurales] ¿Estos sinvergüenzas continuarán escribiendo sus editoriales? Si el coronavirus nos obligó a aceptar el arresto domiciliario para toda la población, ¿es demasiado pedir que estos individuos tengan inhabilitado el acceso a la palabra pública?

No sé si saldremos vivos de esta tempestad, pero en ese caso la palabra «privatización» deberá ser catalogada en el mismo registro en el que se encuentra la palabra «Endlösung» [N. del T.: Solución Final].

La devastación producida por esta crisis no deberá ser calculada en los términos de la economía financiera. Tendremos que evaluar los daños y las necesidades sobre la base de un criterio de utilidad. No debemos plantearnos el problema de hacer que cierren las cuentas del sistema financiero, sino que debemos proponernos garantizar a cada persona las cosas útiles que todos necesitamos.

¿A algunos no les gusta esta lógica porque les recuerda al comunismo? Bueno, si no existen palabras más modernas usaremos todavía esa, tal vez antigua pero siempre muy bella.

¿Dónde encontraremos los medios para afrontar la devastación? En las arcas de la familia Benetton, por ejemplo, en las arcas de aquellos que se aprovecharon de políticos serviles para apropiarse de bienes públicos transformándolos en instrumentos de enriquecimiento privado, y dejándolos decaer hasta el punto de matar a cuarenta personas que pasan por un puente genovés [N. del T.: la referencia es al derrumbe del puente Morandi en Génova, ocurrido el 14 de agosto de 2018, que tuvo como saldo a la fecha 43 muertes y el destape de una trama de desidia estatal y negociados privados. El mantenimiento del puente era responsabilidad del grupo Atlantia, manejado por la familia Benetton].

La devastación producida por esta crisis no deberá ser calculada en los términos de la economía financiera. Tendremos que evaluar los daños y las necesidades sobre la base de un criterio de utilidad. No debemos plantearnos el problema de hacer que cierren las cuentas del sistema financiero, sino que debemos proponernos garantizar a cada persona las cosas útiles que todos necesitamos.

En la revista Psychiatry On Line, Luigi D’Elia escribió un artículo titulado «La pandemia es como un Tratamiento de Salud Obligatorio». Recomiendo calurosamente su lectura, y me limito a una breve síntesis.

El TSO se practica cuando las condiciones psíquicas de una persona la vuelven peligrosa para sí misma o para otros, pero todo psiquiatra inteligente sabe bien que no es una terapia aconsejable; de hecho, no es realmente una terapia. D’Elia nos aconseja a todos los que estamos en reclusión transformar la actual condición preventiva obligatoria en una condición activamente terapéutica, pasando de TSO a TSV (Tratamiento de Salud Voluntario); decimos por lo tanto que debemos transformar nuestro estado de detención necesaria en un proceso de autoanálisis abierto al autoanálisis de otras personas.

Creo que esta es la sugerencia no solo psicológicamente más aguda, sino también políticamente más sagaz que leí hasta ahora. Transformemos la condición de reclusión en una asamblea de autoanálisis de masas. D’Elia sugiere algo más preciso: el objeto de la atención analítica debe ser esencialmente el miedo. «El miedo, si está bien enfocado, es el principal impulsor del cambio. Jung lo dice claramente: “donde hay miedo, ahí está la tarea”», escribe.

¿Qué objeto tiene el miedo?

Tiene más de uno: miedo a la enfermedad, miedo al tedio y miedo a lo que será el mundo cuando salgamos de casa.

Pero dado que el miedo es un motor de cambio, lo que debemos hacer es crear las condiciones para que el cambio sea consciente.

El tedio puede ser elaborado de una manera psicológicamente útil, porque, como dice también D’Elia, «el tedio no es la apatía. La apatía es resignación en la impotencia, es calma absoluta, inercia. El tedio es inquietud, es interiormente muy vital, es insatisfacción, intranquilidad. El tedio despotrica: no es aquí donde debería estar, ¡esto no es para nada lo que tengo que hacer! ¡Tengo que estar en otro lugar para hacer otra cosa!».

Catorce de veintiséis países europeos han decidido cerrar sus fronteras. ¿Qué queda de la Unión? Lo que queda de la Unión es el Eurogrupo que se reunió hoy para discutir las medidas a tomar para hacer frente al previsible colapso de la economía europea.

Se enfrentan dos tesis: la de los países más afectados por el virus, que piden poder hacer operaciones de gasto público no vinculadas al criminal pacto fiscal basado en el equilibrio presupuestario que la improvisada clase política italiana ha constitucionalizado.

Holandeses, alemanes y otros fanáticos responden que no, que se puede gastar pero solo a condición de hacer las reformas. ¿A qué se refieren? ¿Por ejemplo, a la reforma del sistema de salud, que reduzca aún más las unidades de terapia intensiva y los salarios de los trabajadores hospitalarios?

El fanático más fanático de todos me parece que es este lúgubre Dombrovskis [N. del T.: Valdis Dombrovskis, ex primer ministro de Letonia y actual vicepresidente de la Comisión Europea], que debería conseguirse un empleo en una funeraria, ya que tiene el physique du role y se trata de un sector del que, gracias a aquellos como él, cada vez hay más necesidad de sus servicios.

24 de marzo

Mientras que en Italia Confindustria [N. del T.: la Confederación General de la Industria Italiana, principal agrupamiento empresarial del país] se opone al cierre de las empresas no esenciales, es decir, sostienen la movilización diaria de millones de personas obligadas a exponerse al peligro de infección, la pregunta que está surgiendo es la de los efectos económicos de la pandemia. En la portada del New York Times, un editorial de Thomas Friedman lleva el muy elocuente título «Get America back to work – and fast». [Hagamos que América vuelva al trabajo, y rápido].

Todavía no se ha detenido nada, pero ya los fanáticos están preocupados por hacerlo rápido, por volver pronto a trabajar y, sobre todo, por volver a trabajar como antes.

Friedman (y Confindustria) tienen un excelente argumento a su favor: un bloqueo prolongado de las actividades productivas acarreará consecuencias inimaginables desde un punto de vista económico, organizativo e incluso político. Todos los peores escenarios pueden ocurrir en una situación en la que las mercancías comienzan a agotarse, en la que la desocupación se extiende, etc.

Por lo tanto, el argumento de Friedman debe ser considerado con la debida prudencia, y luego desestimado con habilidad. ¿Por qué? No solo por la obvia razón de que, si se detienen las actividades durante dos semanas y luego se regresa a la fábrica como antes, la epidemia se reanudará con una furia renovada que matará a millones de personas y devastará a la sociedad para siempre. Esta es solo una consideración marginal, desde mi punto de vista.

La consideración que me parece más importante (de la que tendremos que desarrollar sus implicaciones en las semanas y los meses próximos) es precisamente esta: no debemos volver nunca más a la normalidad.

La normalidad es lo que ha vuelto al organismo planetario tan frágil como para abrir el camino a la pandemia, para empezar.

Incluso antes de que estallara la pandemia, la palabra «extinción» había comenzado a despuntar en el horizonte del siglo. Incluso antes de la pandemia, el año 2019 había mostrado un impresionante crecimiento de colapsos ambientales y sociales que culminaron en noviembre en la pesadilla irrespirable de Nueva Delhi y en el terrible incendio de Australia.

Los millones de jóvenes que marcharon por las calles de muchas ciudades el 15 de marzo de 2019 para pedir la detención de la máquina de muerte ahora han obtenido algo: por primera vez las dinámicas del cambio climático se han interrumpido.

Tras un mes de lockdown, el aire padano se ha vuelto respirable. ¿A qué precio? A un precio altísimo que ahora se paga en vidas perdidas y en miedo desenfrenado, y que mañana se pagará con una depresión económica sin precedentes.

Pero este es el efecto de la normalidad capitalista. Volver a la normalidad capitalista sería una idiotez tan colosal que la pagaríamos con una aceleración de la tendencia a la extinción. Si el aire padano se ha vuelto respirable gracias al flagelo, sería una idiotez colosal reactivar la máquina que hace que el aire padano sea irrespirable, cancerígeno y, en última instancia, presa fácil de la próxima epidemia viral.

Este es el tema en el que debemos comenzar a pensar, rápida y desprejuiciadamente.

La pandemia no provoca una crisis financiera. Por supuesto, las bolsas de valores caen a pique y continuarán cayendo, y alguien propone cerrarlas (provisoriamente).

«Lo impensable» es el título de un artículo de Zachary Warmbrodt publicado en POLITICO, en el que se examina con terror la posibilidad de cerrar las bolsas.

Pero la realidad es mucho más radical que las hipótesis más radicales: las finanzas ya han cerrado, aun si las bolsas permanecen abiertas, y los especuladores ganan su dinero sucio apostando a la bancarrota y la catástrofe, como han hecho los senadores republicanos Barr y Lindsay.

La crisis que vendrá no tiene nada que ver con la de 2008, cuando el problema era generado por los desequilibrios de las matemáticas financieras. La depresión por venir depende de la intolerancia del capitalismo para el cuerpo humano y para la mente humana.

La crisis en curso no es una crisis. Es un Reset. Se trata de apagar la máquina y volver a encenderla después de un tiempo. Pero cuando la reiniciemos, podemos decidir que funcione como antes, con la consecuencia de encontrarnos de vuelta dentro de nuevas pesadillas. O podemos decidir reprogramarla, de acuerdo con la ciencia, la conciencia y la sensibilidad.

Cuando esta historia termine (y nunca terminará en cierto sentido, porque el virus podrá retroceder pero no desaparecer, y podremos inventar vacunas, pero los virus mutarán) entraremos de todos modos en un período de depresión extraordinaria. Si pretendemos volver a la normalidad, tendremos violencia, totalitarismo, masacres y la extinción de la raza humana para finales del siglo.

Esa normalidad no debe volver.

La crisis en curso no es una crisis. Es un Reset. Se trata de apagar la máquina y volver a encenderla después de un tiempo. Pero cuando la reiniciemos, podemos decidir que funcione como antes, con la consecuencia de encontrarnos de vuelta dentro de nuevas pesadillas. O podemos decidir reprogramarla, de acuerdo con la ciencia, la conciencia y la sensibilidad.

No debemos preguntarnos qué es bueno para las bolsas de valores, para la economía de la deuda y del lucro. Las finanzas se han ido a la mierda, ya no queremos oír hablar de ellas. Debemos preguntarnos qué es útil. La palabra «útil» debe ser el alfa y omega de la producción, de la tecnología y de la actividad.

Me doy cuenta de que estoy diciendo cosas que me exceden, pero debemos prepararnos para enfrentar decisiones fuera de serie. Y para estar listos cuando esta historia termine, es preciso comenzar a pensar en aquello que es útil, y en el modo en que es posible producirlo sin destruir el ambiente y el cuerpo humano.

Y también tenemos que pensar en la pregunta más delicada de todas: ¿quién decide?

Atención: cuando surge la pregunta ¿quién decide?, surge la pregunta ¿cuál es la fuente de la legitimidad?

Esta es la pregunta a partir de la cual comienzan las revoluciones.

Lo queramos o no, es la pregunta que tenemos que hacernos.

Original en Nero editions / Fuente: sangrre.com.ar
Traducción: Emilio Sadier

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* Ilustraciones pertenencientes al manga Akira de Katsuhiro Otomo.


HACIENDO EXTRAÑOS, por SARA AHMED


HACIENDO EXTRAÑOS, por SARA AHMED

Traducción de Nicolás Cuello, marzo de 2020.

¿Qué clases de extraños se están produciendo en estos días de distanciamiento forzado? ¿Qué tipos de proximidades están siendo criminalizadas? Nicolás Cuello nos comparte su traducción de “Haciendo extraños”, texto publicado por Sara Ahmed en el año 2004 en su blog feministkilljoys.com, como un impulso para comenzar a pensar críticamente en la creación pública de sujetos extraños, formas del malestar, cuerpos infecciosos y economías raciales que vuelven a algunos sujetos en objetos del escarnio y a otros en meramente transmisores inocentes de virus. 

Se hacen extraños; los extraños no están hechos. Desde el principio, he estado escribiendo en compañía de extraños. La figura del extraño es familiar; el extraño es, por lo tanto, alguien que reconocemos (como un extraño) en lugar de alguien que no reconocemos. Neighborhood Watch (Brigadas Vecinales de Seguridad) ofrece un conjunto de técnicas disciplinarias para reconocer a extraños; aquellos que “están fuera de lugar”, que están merodeando, que están “aquí” sin un propósito legítimo. Para aquellos reconocidos como extraños, la proximidad es un crimen.

En el Epílogo de la segunda edición de The Cultural Politics of Emotion, publicada en 2014, expliqué cómo mis argumentos sobre los extraños me llevaron a pensar sobre y a través de la emoción. En Strange Encounters (2000) exploré cómo aparece el extraño como figura a través de la adquisición de una carga. Reconocer a alguien como un extraño es un juicio afectivo. Me interesaba cómo algunos cuerpos son “en un instante” juzgados como sospechosos o peligrosos, como objetos a los que hay que temer, un juicio que puede tener consecuencias letales. No puede haber nada más peligroso para un cuerpo que el acuerdo social de que ese cuerpo es peligroso.

Hay tantos casos, demasiados casos. Solo tome uno: Trayvon Martin, un joven negro asesinado a tiros por George Zimmerman, el 26 de febrero de 2012. Zimmerman participó de manera central en el programa Brigadas Vecinales de Seguridad. Estaba cumpliendo con su deber cívico de vecino: velar por lo que es sospechoso. Como George Yancy ha notado en su importante artículo, “Walking While Black” (Caminar siendo negro), aprendemos de una llamada realizada por Zimmerman, cómo se le apareció Trayvon Martin. Zimmerman dice: “Hay un tipo realmente sospechoso”. También dijo: “Parece que este tipo no es bueno o está drogado o algo así”. Cuando el despachador le preguntó, dijo, en cuestión de segundos: “Se ve negro”. Cuando se le pregunta qué lleva puesto, Zimmerman dice: “Una sudadera oscura, como una sudadera gris”. Más tarde, Zimmerman dijo: “Ahora viene hacia mí. Tiene las manos en la cintura”. Y luego: “Es un hombre negro”. (Yancy, 2013).

Hay que tener en cuenta esta escena pegajosa: “Sospechoso, nada bueno, viniendo hacia mí, con aspecto negro, una sudadera con capucha oscura, vestido de negro, siendo negro”. La última declaración hace explícito a quién Zimmerman estaba viendo desde el principio. Que estaba viendo a un hombre negro ya estaba implícito en la primera descripción, “un tipo realmente sospechoso”. Permítanme repetir: no puede haber nada más peligroso para un cuerpo que el acuerdo social de que ese cuerpo es peligroso. Y más tarde, cuando Zimmerman no es condenado, hay un acuerdo retrospectivo con ese acuerdo: que Zimmerman tenía razón al sentir miedo, que su asesinato de este joven fue en defensa propia porque Trayvon era peligroso, porque iba, como lo describe Yancy, caminando poderosamente “mientras era negro”, ya juzgado, sentenciado a muerte, por la forma en que apareció como un hombre negro a la mirada blanca.

“No puede haber nada más peligroso para un cuerpo que el acuerdo social de que ese cuerpo es peligroso.”

Hay que tener en cuenta esta escena pegajosa: “Sospechoso, nada bueno, viniendo hacia mí, con aspecto negro, una sudadera con capucha oscura, vestido de negro, siendo negro”. La última declaración hace explícito a quién Zimmerman estaba viendo desde el principio. Que estaba viendo a un hombre negro ya estaba implícito en la primera descripción, “un tipo realmente sospechoso”. Permítanme repetir: no puede haber nada más peligroso para un cuerpo que el acuerdo social de que ese cuerpo es peligroso. Y más tarde, cuando Zimmerman no es condenado, hay un acuerdo retrospectivo con ese acuerdo: que Zimmerman tenía razón al sentir miedo, que su asesinato de este joven fue en defensa propia porque Trayvon era peligroso, porque iba, como lo describe Yancy, caminando poderosamente “mientras era negro”, ya juzgado, sentenciado a muerte, por la forma en que apareció como un hombre negro a la mirada blanca.

“La más inmediata de nuestras reacciones corporales puede ser tratada como pedagogía: aprendemos acerca de las ideas al aprender cómo se vuelven automáticas sin pensar. Irónicamente, quizás, no hay nada más mediado que la inmediatez.”

En lugar de centrarme en los sentimientos que circulan entre los cuerpos, en mi trabajo he tendido a prestar atención a los objetos: los objetos que circulan acumulan valor afectivo. Se vuelven pegajosos. Un objeto de miedo (el cuerpo del extraño como un objeto fóbico, por ejemplo) se comparte con el tiempo, de modo que el objeto, al moverse, puede generar miedo en los cuerpos de quienes lo aprehenden. Entonces el miedo “en efecto” se mueve al ser dirigido hacia los objetos. Sigue siendo posible que los cuerpos no se vean afectados de esta manera; por ejemplo, alguien podría no sospechar de un cuerpo que con el tiempo se ha acordado que era sospechoso (no hay nada más afectivo que un acuerdo porque lo que está de acuerdo a menudo no tiende a registrarse).

Tengan en cuenta también que la percepción de los demás es a su vez una impresión de los demás: convertirse en un extraño es ser borroso. Desde entonces he descrito el racismo como un instrumento contundente, que es otra forma de hacer el mismo argumento (Ahmed 2012: 181). Detenerse y buscar, por ejemplo, es una tecnología que hace que esta franqueza sea un punto: ¡Deténgase! ¡Usted es marrón! ¡Podría ser musulmán! ¡Podría ser un terrorista! Cuanto más borrosa sea la figura del extraño, más cuerpos pueden ser atrapados por ella.

Aquí estoy hablando principalmente de cómo los extraños se convierten en objetos no solo de sentimiento sino también de gobierno: los extraños son cuerpos que se manejan. O tal vez deberíamos decir: el gobierno de los cuerpos crea extraños como cuerpos que requieren ser gobernados. La gentrificación, por ejemplo, es una política explícita para el manejo de extraños: formas de eliminar a quienes serían llagas oculares; aquellos que reducirían el valor de un barrio; aquellos cuya proximidad se registraría como precio. Aprendemos de esto. Existen tecnologías en el lugar que nos impiden ser afectados por ciertos cuerpos; aquellos que podrían interponerse en la forma en que ocupamos el espacio.

“Aquí estoy hablando principalmente de cómo los extraños se convierten en objetos no solo de sentimiento sino también de gobierno: los extraños son cuerpos que se manejan. O tal vez deberíamos decir: el gobierno de los cuerpos crea extraños como cuerpos que requieren ser gobernados.”

Las instituciones también hacen extraños. Investigué cómo las instituciones hacen extraños en mi libro Sobre ser incluido: racismo y diversidad en la vida institucional (2012), un estudio empírico sobre el “mundo de la diversidad”. La figura cargada del extraño es la que encontramos en la habitación. Y cuando las cosas están pegajosas, son rápidas: así es como la figura del extraño puede terminar “en la habitación” antes de que un cuerpo entre en esa habitación. Cuando estás atrapado en su apariencia, las emociones se convierten en trabajo: tienes que manejar tu propio cuerpo sin cumplir una expectativa. Permítanme compartir con ustedes dos citas del estudio. El primero es de un entrenador de diversidad negro:

El otro punto sobre ser un entrenador negro es que tengo que establecer una buena relación. ¿Lo hago siendo miembro del espectáculo de trovadores en blanco y negro o lo hago tratando de ganar respeto con mi conocimiento? ¿Lo hago siendo amigable o lo hago siendo frío y distante? ¿Y qué significa todo esto para la gente ahora? Desde mi punto de vista, probablemente no tenga nada que ver con el conjunto de personas que están en esa habitación porque en realidad el estereotipo que tienen en sus cabezas está bastante bien resuelto (Ahmed 2012: 160).

Establecer una relación se convierte en un requisito debido a un estereotipo, como el que se arregla, sin importar con quién se encuentre. La demanda de construir una relación toma la forma de un perpetuo auto cuestionamiento; el trabajo emocional de preguntarte qué hacer cuando hay una idea de ti que persiste, sin importar lo que hagas. De hecho, las consecuencias del racismo se manejan en parte como una cuestión de auto-presentación, de tratar de no cumplir con un estereotipo:

No le des a los blancos miradas desagradables a los ojos; no les muestres posiciones corporales agresivas. Quiero decir, por ejemplo, voy a comprar un par de anteojos porque sé que los anteojos suavizan mi rostro y mantengo mi cabello corto porque me estoy quedando calvo, así que necesito algo para suavizar mi rostro. Pero en realidad lo que estoy haciendo, estoy contrarrestando un estereotipo, estoy contrarrestando el estereotipo sexual masculino negro y sí, paso todo mi tiempo contrarrestando ese estereotipo, modifico mi comportamiento lingüístico y entono un tono tan inglés como puedo. Tengo mucho cuidado, eso, mucho cuidado (Ahmed 2012: 160).

Tener cuidado se trata de suavizar la forma misma de su apariencia para que no parezca “agresivo”, porque ya se supone que es agresivo antes de aparecer. La exigencia de no ser agresivo podría ser vivida como una forma de política corporal, o como una política de discurso: debes tener cuidado con lo que dices, cómo apareces, para maximizar la distancia entre tú y su idea de ti, que es a la vez la causa del miedo (“el estereotipo sexual masculino negro”). El encuentro con el racismo se experimenta como el trabajo íntimo de contrarrestar su idea de ti. La experiencia de ser un extraño en las instituciones de la blanquitud es una experiencia de estar en guardia perpetua: de tener que defenderte de aquellos que te perciben como alguien contra quien defenderse. Una vez que se carga una figura, aparece no solo afuera sino delante del cuerpo al que está asignado. Así es como, para algunos, llegar es recibir una carga.

El trabajo de diversidad no es solo el trabajo que hacemos cuando nuestro objetivo es transformar las normas de la institución, sino el trabajo que hacemos cuando no habitamos esas normas. Este trabajo puede requerir trabajar en el propio cuerpo en un esfuerzo por ser complaciente. El esfuerzo por reorganizar tu propio cuerpo se convierte en un esfuerzo por reorganizar el pasado. Este pasado no solo es difícil de cambiar, a menudo es lo que aquellos ante quienes apareces, no reconocen como presente.

Si hasta ahora me he centrado en cómo los extraños se convierten en objetos fóbicos, más recientemente he estado pensando en cómo se pueden crear extraños al no aparecer. Un extraño podría ser aquel con quien no estamos sintonizados.

Digamos que entramos en el estado de ánimo de una situación. Los estados de ánimo a menudo se entienden como orientaciones más generales o mundanas en lugar de orientarse hacia objetos específicos. Sin embargo, cuando pensamos en el estado de ánimo como un fenómeno social, está claro que la situación es importante. Cuando entras en el estado de ánimo de una situación (por ejemplo, al ser recogido por el buen ánimo de los demás), la situación puede convertirse en el objeto compartido. Quizás un objeto podría volverse más nítido en un momento de crisis. Podría destacarse: algo deliberado que se interpone en el camino. Por ejemplo, podría entrar en una situación que es alegre y recibir una buena alegría, solo para darme cuenta de que esta no es una situación que encuentro alegre. Digamos que la gente se ríe de una broma que no me parece graciosa, o incluso una broma que me parece ofensiva; también empiezo a reírme antes de escuchar el chiste. Cuando lo oigo y me parece ofensivo no solo perdería mi buen ánimo, sino que afectivamente estaría “desafinado” con los demás. Todo mi cuerpo puede experimentar la pérdida de sintonía como ira o vergüenza, un sentimiento que puede ser dirigido hacia mí mismo (¿cómo me dejé atrapar en esto?).

En parte, lo que sugiere este análisis es la necesidad de reflexionar sobre el camino de los estados de ánimo no como ajenos a los objetos a pesar o incluso cuando estos objetos son vagos e indistintos. Después de todo, compartir un estado de ánimo todavía puede implicar una valoración afectiva (lo que causa que la buena alegría sea buena) y, por lo tanto, una forma de orientar el cuerpo. Estar sintonizados el uno con el otro no solo es compartir los estados de ánimo (buenos o malos, vividos o no) sino también un cierto ritmo. Cuando “recogemos” un sentimiento podemos levantarnos unos a otros. Nos estamos riendo juntos, nos miramos cara a cara; nuestros cuerpos se estremecen juntos; estamos siendo sacudidos al mismo tiempo, reflejándonos el uno al otro. Cuando dejo de reír, me retiro de esta intimidad corporal. Incluso puedo romper esa intimidad; una intimidad puede romperse como una jarra rota. Podría quedarme teniendo que recoger las piezas.

Lo que sugiero es que la sintonización no es exhaustiva: uno puede entrar en la sala con ciertas inclinaciones. Estar en sintonía con algunos puede significar simultáneamente no estar en sintonía con otros, aquellos que no comparten sus inclinaciones. Podemos cerrar nuestros cuerpos y oídos a lo que no está en sintonía. Una experiencia de no sintonización podría referirse a cómo podemos estar en un mundo con otros donde no estamos en una relación receptiva, donde no tendemos a “captar” cómo se sienten. Esta sensación de no estar en armonía podría siquiera registrarse en la conciencia. Incluso podríamos haber eliminado de nuestra conciencia lo que no es consistente con nuestro propio estado de ánimo, lo que podría incluir una evaluación de los cuerpos que se inclinan de otra manera. Cuando este examen no tiene éxito, entonces esos cuerpos (y los estados de ánimo que podrían acompañarlos) se registran como qué o quién causa la pérdida de sintonización. No es de extrañar que el extraño se convierta en una figura malhumorada (¡y de hecho un aguafiestas!): A menudo pasan al frente, o se enfrentan, al momento de perder una buena alegría colectiva. Y podríamos pensar más aquí sobre las técnicas para descartar el sufrimiento provocado por esos extraños. Podríamos pensar aquí sobre el uso de escudos, o incluso la transformación de cuerpos en escudos. La esperanza política podría descansar en el fracaso de estas técnicas.

La sintonización puede crear la figura del extraño no necesariamente o no solo al convertir al extraño en un objeto de sentimiento (el extraño como aquel con quien reconocemos que no estamos), sino como el efecto de no inclinarse en la manera en la que debería. Los extraños, por lo tanto, reaparecen en los bordes de una habitación, apenas percibidos, o no percibidos, acechando en las sombras.

No es de extrañar que un extraño pueda ser una vaga impresión.

Referencias:

Ahmed, Sara (2014). “Emotions and their Objects.” Afterword to the second edition, The Cultural Politics of Emotion. Edinburgh University Press.

————(2012). On Being Included: Racism and Diversity in Institutional Life. Duke University Press.

———– (2000). Strange Encounters: Embodied Others in Post-Coloniality. Rourledge.

Fanon, Frantz (2008). [1967] Black Skin, White Masks. Trans. Charles Lam Markmann. London: Pluto Press.

Yancy, G. (2013). “Walking While Black,” New York Times. September 1st.

En nuestro catálogo, de Sara Ahmed, pueden leer “LA PROMESA DE LA FELICIDAD. Una crítica cultural al imperativo de la alegría”:

https://cajanegraeditora.com.ar/libros/la-promesa-de-la-felicidad-sara-ahmed/

Colección FUTUROS PRÓXIMOS.

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Como quien busca restos de purpurina en un cuerpo que atravesó la fiesta

 

Como quien busca restos de purpurina en un cuerpo que atravesó la fiesta

Por Marta Echaves

Nuestro último lanzamiento, Utopía Queer. El entonces y allí de la futuridad antinormativa, como todxs nosotrxs, ha sido puesto en cuarentena. La esperanza crítica y la utopía, ideas que vertebran este texto de José Esteban Muñoz, son herramientas estimulantes para navegar este extraño presente en el que estamos inmersxs. Por ese motivo, invitamos a leer uno de sus capítulos, “Gestos, rastros efímeros y sentimiento queer, en diálogo con el documental Shakedown, de Leilah Weinraub, liberado a través de la plataforma Pornhub por su directora durante este mes de marzo.

El documental retrata la escena underground de un club de striptease lésbico de la ciudad de Los Ángeles. Durante su juventud, tanto Weinraub como Muñoz encontraron en los clubs queer de esta ciudad espacios seguros y familias escogidas que movilizaban otro modo de existir en el mundo y en el tiempo. La pista de baile es un escenario esencial para la performatividad queer, los gestos que ahí se despliegan son iluminaciones anticipatorias, núcleos de posibilidades políticas que nos permiten exceder el presente heterosexual sofocante.

Creemos que la película y el texto, en tanto hermenéuticas del residuo, resuenan y se retroalimentan en la búsqueda de rastros efímeros que quedan suspendidos en el aire como un rumor, y en su invitación a preguntarnos cómo se pone en escena, y se representa, la utopía.

“La producción cultural queer es tanto un reconocimiento de la falta inherente a cualquier versión heteronormativa del mundo como la construcción de un mundo frente a esa falta.”


José Esteban Muñoz en Utopía Queer


Leé el capítulo 4 de Utopía Queer

Gestos, rastros efímeros y sentimiento queer. Un acercamiento a Kevin Aviace

Hacé click en la imagen para ver Shakedown


https://fourthree.boilerroom.tv/film/shakedown

Sobre Leilah Weinraub 

Nació en Los Ángeles en 1979. Es artista conceptual y directora de cine. En 2002, con 23 años, decidió registrar lo que pasaba todas las noches en un club lésbico underground ubicado en el barrio de Mid – City. Durante 6 años acumuló más de 400 horas de filmación. Ese material se convirtió en Shakedown, un documental estrenado en 2018 en Berlinale y proyectado en museos y festivales de todo el mundo. En marzo de 2020 la película fue liberada en Pornhub como la primera producción no pornográfica del sitio web.

Sobre José Esteban Muñoz (1967-2013)

Fue un académico, ensayista y pensador que transformó el campo de los estudios queer y de la performance. Nació en La Habana y al poco tiempo emigró a los Estados Unidos con su familia. Estudió literatura comparada y fue profesor y director del Departamento de Estudios de Performance en la Universidad de Nueva York. La obra de Muñoz, escrita en inglés y hasta este momento apenas traducida, se caracterizó por su investigación de las intersecciones de la cultura, la política y la diversidad sexual, con particular énfasis en la obra de artistas contemporáneos contraculturales en los Estados Unidos. Su primer libro, Disidentifications: Queers of Color and the Performance of Politics (1999) es un texto fundacional de la crítica queer de color y representa una de las grandes contribuciones a la investigación de minorías en el campo de Estudios de Performance.

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CRÓNICA DE LA PSICODEFLACIÓN #1

CRÓNICA DE LA PSICODEFLACIÓN #1

imagen bolsa caída

Por Franco “Bifo” Berardi

You are the crown of creation
And you’ve got no place to go
[Eres la corona de la creación
y no tenés adónde ir.]

Jefferson Airplane, 1968

«La palabra es un virus. Quizás el virus de la gripe fue una vez una célula sana. Ahora es un organismo parasitario que invade y daña el sistema nervioso central. El hombre moderno ya no conoce el silencio. Intenta detener el discurso subvocal. Experimenta diez segundos de silencio interior. Te encontrarás con un organismo resistente te impone hablar. Ese organismo es la palabra.»

William Burroughs, El boleto que explotó

21 de febrero

Al regresar de Lisboa, una escena inesperada en el aeropuerto de Bolonia. En la entrada hay dos humanos completamente cubiertos con un traje blanco, con un casco luminiscente y un aparato extraño en sus manos. El aparato es una pistola termómetro de altísima precisión que emite luces violetas por todas partes.
Se acercan a cada pasajero, lo detienen, apuntan la luz violeta a su frente, controlan la temperatura y luego lo dejan ir.
Un presentimiento: ¿estamos atravesando un nuevo umbral en el proceso de mutación tecnopsicótica?

28 de febrero

Desde que volví de Lisboa, no puedo hacer otra cosa: compré unos veinte lienzos de pequeñas proporciones, y los pinto con pintura de colores, fragmentos fotográficos, lápices, carbonilla. No soy pintor, pero cuando estoy nervioso, cuando siento que está sucediendo algo que pone a mi cuerpo en vibración dolorosa, me pongo a garabatear para relajarme.
La ciudad está silenciosa como si fuera Ferragosto. Las escuelas cerradas, los cines cerrados. No hay estudiantes alrededor, no hay turistas. Las agencias de viajes cancelan regiones enteras del mapa. Las convulsiones recientes del cuerpo planetario quizás estén provocando un colapso que obligue al organismo a detenerse, a ralentizar sus movimientos, a abandonar los lugares abarrotados y las frenéticas negociaciones cotidianas. ¿Y si esta fuera la vía de salida que no conseguíamos encontrar, y que ahora se nos presenta en forma de una epidemia psíquica, de un virus lingüístico generado por un biovirus?

La Tierra ha alcanzado un grado de irritación extremo, y ​​el cuerpo colectivo de la sociedad padece desde hace tiempo un estado de stress intolerable: la enfermedad se manifiesta en este punto, modestamente letal, pero devastadora en el plano social y psíquico, como una reacción de autodefensa de la Tierra y del cuerpo planetario. Para las personas más jóvenes, es solo una gripe fastidiosa.
Lo que provoca pánico es que el virus escapa a nuestro saber: no lo conoce la medicina, no lo conoce el sistema inmunitario. Y lo ignoto de repente detiene la máquina. Un virus semiótico en la psicósfera bloquea el funcionamiento abstracto de la economía, porque sustrae de ella los cuerpos. ¿Quieren verlo?
aeropuerto desierto

2 de marzo

Un virus semiótico en la psicósfera bloquea el funcionamiento abstracto de la máquina, porque los cuerpos ralentizan sus movimientos, renuncian finalmente a la acción, interrumpen la pretensión de gobierno sobre el mundo y dejan que el tiempo retome su flujo en el que nadamos pasivamente, según la técnica de natación llamada «hacerse el muerto». La nada se traga una cosa tras otra, pero mientras tanto la ansiedad de mantener unido el mundo que mantenía unido al mundo se ha disuelto.
No hay pánico, no hay miedo, sino silencio. Rebelarse se ha revelado inútil, así que detengámonos.
¿Cuánto está destinado a durar el efecto de esta fijación psicótica que ha tomado el nombre de coronavirus? Dicen que la primavera matará al virus, pero por el contrario podría exaltarlo. No sabemos nada al respecto, ¿cómo podemos saber qué temperatura prefiere? Poco importa cuán letal sea la enfermedad: parece serlo modestamente, y esperamos que se disipe pronto.
Pero el efecto del virus no es tanto el número de personas que debilita o el pequeñísimo número de personas que mata. El efecto del virus radica en la parálisis relacional que propaga. Hace tiempo que la economía mundial ha concluido su parábola expansiva, pero no conseguíamos aceptar la idea del estancamiento como un nuevo régimen de largo plazo. Ahora el virus semiótico nos está ayudando a la transición hacia la inmovilidad.
¿Quieren verlo?

3 de marzo

¿Cómo reacciona el organismo colectivo, el cuerpo planetario, la mente hiperconectada sometida durante tres décadas a la tensión ininterrumpida de la competencia y de la hiperestimulación nerviosa, a la guerra por la supervivencia, a la soledad metropolitana y a la tristeza, incapaz de liberarse de la resaca que roba la vida y la transforma en estrés permanente, como un drogadicto que nunca consigue alcanzar a la heroína que sin embargo baila ante sus ojos, sometido a la humillación de la desigualdad y de la impotencia?
En la segunda mitad de 2019, el cuerpo planetario entró en convulsión. De Santiago a Barcelona, ​​de París a Hong Kong, de Quito a Beirut, multitudes de muy jóvenes salieron a la calle, por millones, rabiosamente. La revuelta no tenía objetivos específicos, o más bien tenía objetivos contradictorios. El cuerpo planetario estaba preso de espasmos que la mente no sabía guiar. La fiebre creció hasta el final del año Diecinueve.
Entonces Trump asesina a Soleimani, en la celebración de su pueblo. Millones de iraníes desesperados salen a las calles, lloran, prometen una venganza estrepitosa. No pasa nada, bombardean un patio. En medio del pánico, derriban un avión civil. Y entonces Trump gana todo, su popularidad aumenta: los estadounidenses se excitan cuando ven la sangre, los asesinos siempre han sido sus favoritos. Mientras tanto, los demócratas comienzan las elecciones primarias en un estado de división tal que solo un milagro podría conducir a la nominación del buen anciano Sanders, única esperanza de una victoria improbable.
Entonces, nazismo trumpista y miseria para todos y sobreestimulación creciente del sistema nervioso planetario. ¿Es esta la moraleja de la fábula?
Pero he aquí la sorpresa, el giro, lo imprevisto que frustra cualquier discurso sobre lo inevitable. Lo imprevisto que hemos estado esperando: la implosión. El organismo sobreexcitado del género humano, después de décadas de aceleración y de frenesí, después de algunos meses de convulsiones sin perspectivas, encerrado en un túnel lleno de rabia, de gritos y de humo, finalmente se ve afectado por el colapso: se difunde una gerontomaquia que mata principalmente a los octogenarios, pero bloquea, pieza por pieza, la máquina global de la excitación, del frenesí, del crecimiento, de la economía…
El capitalismo es una axiomática, es decir, funciona sobre la base de una premisa no comprobada (la necesidad del crecimiento ilimitado que hace posible la acumulación de capital). Todas las concatenaciones lógicas y económicas son coherentes con ese axioma, y ​​nada puede concebirse o intentarse por fuera de ese axioma. No existe una salida política de la axiomática del Capital, no existe un lenguaje capaz de enunciar el exterior del lenguaje, no hay ninguna posibilidad de destruir el sistema, porque todo proceso lingüístico tiene lugar dentro de esa axiomática que no permite la posibilidad de enunciados eficaces extrasistémicos. La única salida es la muerte, como aprendimos de Baudrillard.
Solo después de la muerte se podrá comenzar a vivir. Después de la muerte del sistema, los organismos extrasistémicos podrán comenzar a vivir. Siempre que sobrevivan, por supuesto, y no hay certeza al respecto.
La recesión económica que se está preparando podrá matarnos, podrá provocar conflictos violentos, podrá desencadenar epidemias de racismo y de guerra. Es bueno saberlo. No estamos preparados culturalmente para pensar el estancamiento como condición de largo plazo, no estamos preparados para pensar la frugalidad, el compartir. No estamos preparados para disociar el placer del consumo.

4 de marzo

¿Esta es la vencida? No sabíamos cómo deshacernos del pulpo, no sabíamos cómo salir del cadáver del Capital; vivir en ese cadáver apestaba la existencia de todos, pero ahora el shock es el preludio de la deflación psíquica definitiva. En el cadáver del Capital estábamos obligados a la sobreestimulación, a la aceleración constante, a la competencia generalizada y a la sobreexplotación con salarios decrecientes. Ahora el virus desinfla la burbuja de la aceleración.
Hace tiempo que el capitalismo se encontraba en un estado de estancamiento irremediable. Pero seguía fustigando a los animales de carga que somos, para obligarnos a seguir corriendo, aunque el crecimiento se había convertido en un espejismo triste e imposible.
La revolución ya no era pensable, porque la subjetividad está confusa, deprimida, convulsiva, y el cerebro político no tiene ya ningún control sobre la realidad. Y he aquí entonces una revolución sin subjetividad, puramente implosiva, una revuelta de la pasividad, de la resignación. Resignémonos. De repente, esta parece una consigna ultrasubversiva. Basta con la agitación inútil que debería mejorar y en cambio solo produce un empeoramiento de la calidad de la vida. Literalmente: no hay nada más que hacer. Entonces no lo hagamos.
Es difícil que el organismo colectivo se recupere de este shock psicótico-viral y que la economía capitalista, ahora reducida a un estancamiento irremediable, retome su glorioso camino. Podemos hundirnos en el infierno de una detención tecno-militar de la que solo Amazon y el Pentágono tienen las llaves. O bien podemos olvidarnos de la deuda, el crédito, el dinero y la acumulación.
Lo que no ha podido hacer la voluntad política podría hacerlo la potencia mutágena del virus. Pero esta fuga debe prepararse imaginando lo posible, ahora que lo impredecible ha desgarrado el lienzo de lo inevitable.

5 de marzo

Se manifiestan los primeros signos de hundimiento del sistema bursátil y de la economía, los expertos en temas económicos observan que esta vez, a diferencia de 2008, las intervenciones de los bancos centrales u otros organismos financieros no serán de mucha utilidad.
Por primera vez, la crisis no proviene de factores financieros y ni siquiera de factores estrictamente económicos, del juego de la oferta y la demanda. La crisis proviene del cuerpo.
Es el cuerpo el que ha decidido bajar el ritmo. La desmovilización general del coronavirus es un síntoma del estancamiento, incluso antes de ser una causa del mismo.
Cuando hablo de cuerpo me refiero a la función biológica en su conjunto, me refiero al cuerpo físico que se enferma, aunque de una manera bastante leve –pero también y sobre todo me refiero a la mente, que por razones que no tienen nada que ver con el razonamiento, con la crítica, con la voluntad, con la decisión política, ha entrado en una fase de pasivización profunda.
Cansada de procesar señales demasiado complejas, deprimida después de la excesiva sobreexcitación, humillada por la impotencia de sus decisiones frente a la omnipotencia del autómata tecnofinanciero, la mente ha disminuido la tensión. No es que la mente haya decidido algo: es la caída repentina de la tensión que decide por todos. Psicodeflación.

6 de marzo

Naturalmente, se puede argumentar exactamente lo contrario de lo que dije: el neoliberalismo, en su matrimonio con el etnonacionalismo, debe dar un salto en el proceso de abstracción total de la vida. He aquí, entonces, el virus que obliga a todos a quedarse en casa, pero no bloquea la circulación de las mercancías. Aquí estamos en el umbral de una forma tecnototalitaria en la que los cuerpos serán para siempre repartidos, controlados, mandados a distancia.
En Internazionale se publica un artículo de Srecko Horvat (traducción de New Statesman).
Según Horvat, «el coronavirus no es una amenaza para la economía neoliberal, sino que crea el ambiente perfecto para esa ideología. Pero desde un punto de vista político el virus es un peligro, porque una crisis sanitaria podría favorecer el objetivo etnonacionalista de reforzar las fornteras y esgrimir la exclusividad racial, de interrumpir la libre circulación de personas (especialmente si provienen de países en vías de desarrollo) pero asegurando una circulación incontrolada de bienes y capitales.
«El miedo a una pandemia es más peligroso que el propio virus. Las imágenes apocalípticas de los medios de comunicación ocultan un vínculo profundo entre la extrema derecha y la economía capitalista. Como un virus que necesita una célula viva para reproducirse, el capitalismo también se adaptará a la nueva biopolítica del siglo XXI.
«El nuevo coronavirus ya ha afectado a la economía global, pero no detendrá la circulación y la acumulación de capital. En todo caso, pronto nacerá una forma más peligrosa de capitalismo, que contará con un mayor control y una mayor purificación de las poblaciones».
Naturalmente, la hipótesis formulada por Horvat es realista.
Pero creo que esta hipótesis más realista no sería realista, porque subestima la dimensión subjetiva del colapso y los efectos a largo plazo de la deflación psíquica sobre el estancamiento económico.
El capitalismo pudo sobrevivir al colapso financiero de 2008 porque las condiciones del colapso eran todas internas a la dimensión abstracta de la relación entre lenguaje, finanzas y economía. No podrá sobrevivir al colapso de la epidemia porque aquí entra en juego un factor extrasistémico.

graffitti

7 de marzo

Me escribe Alex, mi amigo matemático: «Todos los recursos superinformáticos están comprometidos para encontrar el antídoto al corona. Esta noche soñé con la batalla final entre el biovirus y los virus simulados. En cualquier caso, el humano ya está fuera, me parece».
La red informática mundial está dando caza a la fórmula capaz de enfrentar el infovirus contra el biovirus. Es necesario decodificar, simular matemáticamente, construir técnicamente el corona-killer, para luego difundirlo.
Mientras tanto, la energía se retira del cuerpo social, y la política muestra su impotencia constitutiva. La política es cada vez más el lugar del no poder, porque la voluntad no tiene control sobre el infovirus.
El biovirus prolifera en el cuerpo estresado de la humanidad global.
Los pulmones son el punto más débil, al parecer. Las enfermedades respiratorias se han propagado durante años en proporción a la propagación en la atmósfera de sustancias irrespirables. Pero el colapso ocurre cuando, al encontrarse con el sistema mediático, entrelazándose con la red semiótica, el biovirus ha transferido su potencia debilitante al sistema nervioso, al cerebro colectivo, obligado a ralentizar sus ritmos.

8 de marzo

Durante la noche, el Primer Ministro Conte ha comunicado la decisión de poner en cuarentena a una cuarta parte de la población italiana. Piacenza, Parma, Reggio y Modena están en cuarentena. Bolonia no. Por el momento.
En los últimos días hablé con Fabio, hablé con Lucia, y habíamos decidido reunirnos esta noche para cenar. Lo hacemos de vez en cuando, nos vemos en algún restaurante o en casa de Fabio. Son cenas un poco tristes incluso si no nos lo decimos, porque los tres sabemos que se trata del residuo artificial de lo que antes sucedía de manera completamente natural varias veces a la semana, cuando nos reuníamos con mamá.
Ese hábito de encontrarnos a almorzar (o, más raramente, a cenar) de mamá había permanecido, a pesar de todos los eventos, los movimientos, los cambios, después de la muerte de papá: nos encontrábamos a almorzar con mamá cada vez que era posible.
Cuando mi madre se encontró incapaz de preparar el almuerzo, ese hábito terminó. Y poco a poco, la relación entre nosotros tres ha cambiado. Hasta entonces, a pesar de que teníamos sesenta años, habíamos seguido viéndonos casi todos los días de una manera natural, habíamos seguido ocupando el mismo lugar en la mesa que ocupábamos cuando teníamos diez años. Alrededor de la mesa se daban los mismos rituales. Mamá estaba sentada junto a la estufa porque esto le permitía seguir ocupándose de la cocina mientras comía. Lucía y yo hablábamos de política, más o menos como hace cincuenta años, cuando ella era maoísta y yo era obrerista.
Este hábito terminó cuando mi madre entró en su larga agonía.
Desde entonces tenemos que organizarnos para cenar. A veces vamos a un restaurante asiático ubicado colinas abajo, cerca del teleférico en el camino que lleva a Casalecchio, a veces vamos al departamento de Fabio, en el séptimo piso de un edificio popular pasando el puente largo, entre Casteldebole y Borgo Panigale. Desde la ventana se pueden ver los prados que bordean el río, y a lo lejos se ve el cerro de San Luca y a la izquierda se ve la ciudad.
Entonces, en los últimos días habíamos decidido vernos esta noche para cenar. Yo tenía que llevar el queso y el helado, Cristina, la esposa de Fabio, había preparado la lasaña.
Todo cambió esta mañana, y por primera vez –ahora me doy cuenta– el coronavirus entró en nuestra vida, ya no como un objeto de reflexión filosófica, política, médica o psicoanalítica, sino como un peligro personal.
Primero fue una llamada de Tania, la hija de Lucía que desde hace un tiempo vive en Sasso Marconi con Rita.
Tania me telefoneó para decirme: escuché que vos, mamá y Fabio quieren cenar juntos, no lo hagas. Estoy en cuarentena porque una de mis alumnas (Tania enseña yoga) es doctora en Sant’Orsola y hace unos días el hisopado le dio positivo. Tengo un poco de bronquitis, por lo que decidieron hacerme el análisis también, a la espera del informe no puedo moverme de casa. Yo le respondí haciéndome el escéptico, pero ella fue implacable y me dijo algo bastante impresionante, que todavía no había pensado.
Me dijo que la tasa de transmisibilidad de una gripe común es de cero punto veintiuno, mientras que la tasa de transmisibilidad del coronavirus es de cero punto ochenta. Para ser claros: en el caso de una gripe normal, hay que encontrarse con quinientas personas para contraer el virus, en el caso del corona basta con encontrarse con ciento veinte. Interesante.
Luego, ella, que parece estar informadísima porque fue a hacerse el hisopado y por lo tanto habló con los que están en la primera línea del frente de contagio, me dice que la edad promedio de los muertos es de ochenta y un años.
Bueno, ya lo sospechaba, pero ahora lo sé. El coronavirus mata a los viejos, y en particular mata a los viejos asmáticos (como yo).
En su última comunicación, Giuseppe Conte, quien me parece una buena persona, un presidente un poco por casualidad que nunca ha dejado de tener el aire de alguien que tiene poco que ver con la política, dijo: «pensemos en salud de nuestros abuelos». Conmovedor, dado que me encuentro en el papel incómodo del abuelo a proteger.
Habiendo abandonado el traje del escéptico, le dije a Tania que le agradecía y que seguiría sus recomendaciones. Llamé a Lucia, hablamos un poco y decidimos posponer la cena.
Me doy cuenta de que me metí en un clásico doble vínculo batesoniano. Si no llamo por teléfono para cancelar la cena, me pongo en posición de ser un huésped físico, de poder ser portador de un virus que podría matar a mi hermano. Si, por otro lado, llamo, como estoy haciendo, para cancelar la cena, me pongo en la posición de ser un huésped psíquico, es decir, de propagar el virus del miedo, el virus del aislamiento.
¿Y si esta historia dura mucho tiempo?

9 de marzo

El problema más grave es el de la sobrecarga a la que está sometido el sistema de salud: las unidades de terapia intensiva están al borde del colapso. Existe el peligro de no poder curar a todos los que necesitan una intervención urgente, se habla de la posibilidad de elegir entre pacientes que pueden ser curados y pacientes que no pueden ser curados.
En los últimos diez años, se recortaron 37 mil millones del sistema de salud pública, redujeron las unidades de cuidados intensivos y el número de médicos generales disminuyó drásticamente.
Según el sitio quotidianosanità.it, «en 2007 el Servicio Sanitario Nacional público podía contar con 334 Departamentos de emergencia-urgencia (Dea) y 530 de primeros auxilios. Pues bien, diez años después la dieta ha sido drástica: 49 Dea fueron cerrados (-14%) y 116 primeros auxilios ya no existen (-22%). Pero el recorte más evidente está en las ambulancias, tanto las del Tipo A (emergencia) como las del Tipo B (transporte sanitario). En 2017 tenemos que las Tipo A fueron reducidas un 4% en comparación con diez años antes, mientras que las de Tipo B fueron reducidas a la mitad (-52%). También es para tener en cuenta cómo han disminuido drásticamente las ambulancias con médico a bordo: en 2007, el médico estaba presente en el 22% de los vehículos, mientras que en 2017 solo en el 14,7%. Las unidades móviles de reanimación también se redujeron en un 37% (eran 329 en 2007, son 205 en 2017). El ajuste también ha afectado a los hogares de ancianos privados que, en cualquier caso, tienen muchas menos estructuras y ambulancias que los hospitales públicos.
«A partir de los datos se puede ver cómo ha habido una contracción progresiva de las camas a escala nacional, mucho más evidente y relevante en el número de camas públicas en comparación con la proporción de camas administradas de forma privada: el recorte de 32.717 camas totales en siete años remite principalmente al servicio público, con 28.832 camas menos que en 2010 (-16,2%), en comparación con 4.335 camas menos que el servicio privado (-6,3%)».

10 de marzo

«Somos olas del mismo mar, hojas del mismo árbol, flores del mismo jardín».
Esto está escrito en las docenas de cajas que contienen barbijos que llegan de China. Estos mismos barbijos que Europa nos ha rechazado.

11 de marzo

No fui a via Mascarella, como generalmente hago el 11 de marzo de cada año. Nos reencontramos frente a la lápida que conmemora la muerte de Francesco Lorusso, alguien pronuncia un breve discurso, se deposita una corona de flores o bien una bandera de Lotta Continua que alguien ha guardado en el sótano, y nos abrazamos, nos besamos abrazándonos fuerte.
Esta vez no tenía ganas de ir, porque no me gustaría decirle a ninguno de mis viejos compañeros que no podemos abrazarnos.
Llegan de Wuhan fotos de personas celebrando, todas rigurosamente con el barbijo verde. El último paciente con coronavirus fue dado de alta de los hospitales construidos rápidamente para contener la afluencia.
En el hospital de Huoshenshan, la primera parada de su visita, Xi elogió a médicos y enfermeras llamándolos «los ángeles más bellos» y «los mensajeros de la luz y la esperanza». Los trabajadores de salud de primera línea han asumido las misiones más arduas, dijo Xi, llamándolos «las personas más admirables de la nueva era, que merecen los mayores elogios».
Hemos entrado oficialmente en la era biopolítica, en la que los presidentes no pueden hacer nada, y solo los médicos pueden hacer algo, aunque no todo.

12 de marzo

Italia. Todo el país entra en cuarentena. El virus corre más rápido que las medidas de contención.
Billi y yo nos ponemos el barbijo, tomamos la bicicleta y vamos de compras. Solo las farmacias y los mercados de alimentos pueden permanecer abiertos. Y también los quioscos, compramos los diarios. Y las tabaquerías. Compro papel de seda, pero el hachís escasea en su caja de madera. Pronto estaré sin droga, y en Piazza Verdi ya no está ninguno de los muchachos africanos que venden a los estudiantes.
Trump usó la expresión «foreign virus» [virus extrajero].
All viruses are foreign by definition, but the President has not read William Burroughs [Todos los virus son extranjeros por definición, pero el presidente no ha leído a William Burroughs].

13 de marzo

En Facebook hay un tipo ingenioso que posteó en mi perfil la frase: «hola Bifo, abolieron el trabajo».
En realidad, el trabajo es abolido solo para unos pocos. Los obreros de las industrias están en pie de guerra porque tienen que ir a la fábrica como siempre, sin máscaras u otras protecciones, a medio metro de distancia uno del otro.
El colapso, luego las largas vacaciones. Nadie puede decir cómo saldremos de esta.
Podríamos salir, como alguno predice, bajo las condiciones de un estado tecno-totalitario perfecto. En el libro Black Earth, Timothy Snyder explica que no hay mejor condición para la formación de regímenes totalitarios que las situaciones de emergencia extrema, donde la supervivencia de todos está en juego.
El SIDA creó la condición para un adelgazamiento del contacto físico y para el lanzamiento de plataformas de comunicación sin contacto: Internet fue preparada por la mutación psíquica denominada SIDA.
Ahora podríamos muy bien pasar a una condición de aislamiento permanente de los individuos, y la nueva generación podría internalizar el terror del cuerpo de los otros.
¿Pero qué es el terror?
El terror es una condición en la cual lo imaginario domina completamente la imaginación. Lo imaginario es la energía fósil de la mente colectiva, las imágenes que en ella la experiencia ha depositado, la limitación de lo imaginable. La imaginación es la energía renovable y desprejuiciada. No utopía, sino recombinación de los posibles.
Existe una divergencia en el tiempo que viene: podríamos salir de esta situación imaginando una posibilidad que hasta ayer parecía impensable: redistribución del ingreso, reducción del tiempo de trabajo. Igualdad, frugalidad, abandono del paradigma del crecimiento, inversión de energías sociales en investigación, en educación, en salud.
No podemos saber cómo saldremos de la pandemia cuyas condiciones fueron creadas por el neoliberalismo, por los recortes a la salud pública, por la hiperexplotación nerviosa. Podríamos salir de ella definitivamente solos, agresivos, competitivos.
Pero, por el contrario, podríamos salir de ella con un gran deseo de abrazar: solidaridad social, contacto, igualdad.
El virus es la condición de un salto mental que ninguna prédica política habría podido producir. La igualdad ha vuelto al centro de la escena. Imaginémosla como el punto de partida para el tiempo que vendrá.

Original en Nero editions / Fuente: sangrre.com.ar
Traducción: Emilio Sadier

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