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Por Emiliano Exposto
La Biblia Roja
Marx se retorcía por los obreros extenuados en los laboriosos infiernos de las fábricas londinenses y propuso a Engels apartar la mirada de las sutilezas metafísicas del valor. El monólogo de la fuerza de trabajo en El capital interrumpe el hechizo de la mercancía dando lugar a una nueva imaginación. A ese desplazamiento debemos infinitos eventos: el ritmo suicida del segundo disco de Dillom, el reiterado fracaso de la antipsiquiatría, los miles de muertos registrados en las cifras de accidentes laborales, el hashtag #FreeBritney, el tamaño mitológico del Sindicato de Pacientes Mentales, las fantasías de la Gran Dimisión, Frantz Fanon, la prosa imposible de La exhibición de atrocidades, la aclamada película El Joker, la inclusión del burnout en la tercera edición del DSM, los millones de dólares perdidos en la economía mundial por problemas de salud mental, el heroísmo de Luigi Mangione, los negros que desquició el colonialismo, la amotinada consigna “No es locura, es fascismo”, mi beca académica, los fríos matices de la medicina social latinoamericana, un desconocido tratado de psicopolítica cuyo autor es un desconocido traductor de Víctor Serge, las decididas y nerviosas manos de quienes intentaron asesinar al presidente alemán en 1973, El terapeuta radical, la risa de los fisherianos. Y además: el comunismo neurodivergente de Robert Chapman.
Ese deseo llamado Marx
Deleuze imaginó un “Hegel filosóficamente barbudo” y un “Marx filosóficamente lampiño”. Es una cuestión de estilos y métodos de investigación. Por ejemplo: ¿se puede hacer teoría crítica de la neurodiversidad en América Latina mirándose en el espejo tan temido de la historia oficial de la razón neurotípica?
Chapman es un filósofo autista nacido en el seno de una clase trabajadora inglesa golpeada por las derrotas y siempre al borde del estallido y la resignación. El imperio de la normalidad es un libro “académico, personal y político”, en cuyas páginas se guarda el secreto de imaginar un Marx filosóficamente neurodivergente.
Sorprende la fuerza de las ideas de Chapman. Son atrevidas y rigurosas. Su virtud radica en plantear conceptos de forma materialista a partir de un método que consiste en rastrear la opresión neurodivergente y la alienación neurotípica en las estructuras de la economía política del capital. La tesis principal afirma que la neurodiversidad es inherente a los sistemas interseccionales de clase, género y racialización en la disputa contra el colonialismo, el supremacismo y la eugenesia.
El “marxismo neurodivergente” no postula una nueva identidad: la neurodiversidad es aquí una categoría política, un suelo sensible de encuentros y desencuentros. Y en este sentido desafía a las líneas liberales del movimiento de la neurodiversidad y a la izquierda ortodoxa. Si el primero descubre sus límites en la gramática necesaria e insuficiente del reconocimiento y la representación en el marco del sistema; la segunda en ocasiones tiene dificultades para alojar las cicatrices íntimas, la debilidad corporal y la fragilidad compartida en los proyectos de transformación radical. Por eso es clave el programa de Chapman: construir “una teoría y una praxis de la neurodiversidad dentro de las luchas anticapitalistas”.
En este libro traducido por Nicolás Cuello se escuchan ecos de las anomalías salvajes de Imperio de Hardt y Negri y de las multitudes queer contra el Imperio Sexual en Paul B. Preciado. Quizás en un tiempo al operaismo mostri de Preciado y el spinozismo izquierdista de Negri le sumemos el marxismo raro de Chapman.
La “niña Marx” es un deseo oscuro y mutante, decía Lyotard.
Sin título
“El comunismo es una enfermedad del alma”, Javier Milei, Argentina, 2024.
“¡Enfermos del mundo, uníos!”, Colectivo Socialista de Pacientes, Alemania, 1971.
Sintomáticos
Fisher fue profesor de escuelas terciarias y en las clases percibía que sus jóvenes alumnos atravesaban una incipiente crisis de salud mental. No sólo su experiencia con la depresión le permitió anunciar el diagnóstico desesperante de una “plaga de enfermedad mental”. Al contrario, nació en 1968, cuando el ascenso del realismo capitalista coincidía con la captura de la libido contracultural sesentista y con la emergencia de una “epidemia de depresión colectiva”. Fisher aventuró una hipótesis estratégica tan problemática como audaz: las millones de personas que sufren daños afectivos en el neoliberalismo bien podrían convertiste en la “próxima clase revolucionaria”, ya que “realmente no tienen nada que perder”.
Tengo 36 años y para muchos de mi generación, K-punk fue nuestro maestro, un pasadizo entre dos mundos: entre la tradición y la vanguardia, entre los futuros insepultos del pasado y las potencias latentes del ahora. Si tal cosa es cierta, los adolescentes del pasado, en los que Fisher captaba los síntomas insidiosos del colapso psíquico, tal vez seamos nosotros de adultos en este presente. De hecho la objetividad del azar nos dice que Robert Chapman nació en 1989 y quién sabe si pudo haber sido parte de esos alumnos rotos que asistían a los cursos de K-punk.
El fisherismo sobrevuela las cabezas de una nueva generación de teóricos inconformistas preocupados por el vínculo estructural entre la crisis anímica y las tóxicas condiciones de vida del capitalismo. Considerando sólo el territorio inglés, notamos que Chapman integra una camada de investigadores neurodivergentes y activistas discas a la que podríamos añadir el Comunismo de la salud de Beatrice Adler Bolton y Artie Vierkant o Mad World de Mica Frazer Carroll. Entre nosotros Elian Chali propuso en este blog fundar una Asociación Internacional de Agotados.
Un fantasma sintomático asedia este planeta herido. Son los extenuados de la tierra.
Historia de la normalidad
“El idioma analítico de John Wilkins” es un texto de Borges que fascinaba a Foucault. Su “asombro” responde a que allí se cita “cierta enciclopedia china” donde los animales se dividen en las categorías más exóticas: “perros sueltos”, “pertenecientes al Emperador”, “incluidos en esta clasificación”, “innumerables”, “que se agitan como locos”, “etcétera”, “que de lejos parecen moscas”, “sirenas”, entre otros. La clasificación es inagotable, pero algo siempre se escapa. Por eso la enciclopedia ilustra uno de los mayores aportes de Chapman: una historia crítica de la normalidad en la cual la locura y la discapacidad son desvíos monstruosos.
El “paradigma de la patología” es el protagonista de esta historia basada en la ecuación normalidad = productividad = salud. Aquí la ficción moderna del “hombre promedio” (blanco, propietario, cisheterosexual, cuerdo) se postula como la norma estadística y moral a partir de la cual se juzgan las rarezas. Con Galton, primo de Darwin, la normalidad asume luego la forma de una política eugenésica de selección del más fuerte. Esto impone jerarquías cognitivas, patrones sensoriales y guiones emocionales estrechos. Y las vidas que no caben dentro de los estándares injustos del Imperio son devaluadas, segregadas o exterminadas.
Si Foucault es el autor de una influyente Historia de la locura en la época clásica, Chapman puede ser pionero en esta teoría crítica de la neuronormatividad capitalista. Su proyecto consiste en asumir el delicado punto de vista de las vidas dañadas: una comunidad de estresados, bruxistas y panicosos. La perspectiva de aquello que hace síntoma y cortocircuito en el cableado del capital. El problema, como en la enciclopedia china, es qué hace una sociedad con aquellos innumerables perros sueltos que se agitan como locos y de lejos parecen moscas.
Estimado Robert
¿Cómo estás?
Estoy estudiando tu libro. Es excelente.
Cuando te leía pensaba en cuáles serían los capítulos de una historia sudaca de la neuronormatividad situada en Argentina. Sin embargo, hay otras cosas que me generan dudas. Es un punto sensible que atañe al corazón de tu argumento: los conceptos de norma y enfermedad. Te comparto el link de YouTube de una conferencia del filósofo Santiago López Petit donde desarrolla mejor de lo que yo podría algunas ideas. Él plantea que el estatuto de la normalidad es radicalmente otro al de las instituciones disciplinarias del XX y los dispositivos de control de principios del XXI. Desde su punto de vista, el interrogante ya no es tanto qué hace el poder con los anormales. Porque el malestar se ha vuelto lo normal en este mundo. Ocurre “normalmente” a las “personas normales”. Cuando la verdad de la norma ya no está en lo patológico, ¿la locura explica la razón? Para Petit el problema es qué costo pagamos por soportar una normalidad que nos enferma. Porque “vivimos en el vientre de la bestia”, dice con una tesis que tal vez puede interesarte.
Gracias por escribir este libro, Robert.
Saludos!
Alianzas
“El baile de los que sobran” es una canción de Los Prisioneros, banda chilena de los ochenta. El estribillo dice así: “Únanse al baile / De los que sobran / Nadie nos va a echar de más / Nadie nos quiso ayudar de verdad”. Es un tema potente y pegadizo que resume una de las ideas más lúcidas de Champan: la “clase excedente”. La clase de los cuerpos costosos, ajustables y prescindibles para una sociedad que define el valor de una vida por la competencia, el rendimiento y el éxito. El carácter cuerdista y capacitista del trabajo divide las vidas explotables y no productivas, las eficientes y las fracasadas. El capital fragmenta a los precarios al distanciar a sanos e insanos, a los incluidos quemados de los abyectos expulsados.
El capitalismo es “discapacitante”. Y los contornos de los desechables son difusos y móviles. Opacos. Pueden incluir vidas discas y jubiladas y migrantes y más. Incluso los neurotípicos, explotados hasta la médula, a menudo padecen problemas de salud mental que los llevan a engrosar las filas de la multitud residual. ¿La clase excedente es acaso el destino incierto de cada uno de nosotros?
El pueblo sobrante está sujeto al “abandono extractivo”. Por un lado, configura una masa patologizada y criminalizada; y por otro, es un bloque de ganancias vampirizado por las farmacéuticas, las empresas del bienestar y la cultura terapéutica. Esto condena a poblaciones enteras al descarte y las deudas, el encierro y la desposesión. El desafío para Chapman es crear puentes entre clases trabajadoras y excedentes, pues el enemigo es el mismo: la pesadilla capitalista.
(Apunte del martes 18 de marzo. Termino este texto y mañana confluirán una vez más varios frentes de acción en defensa de los jubilados en una Plaza del Congreso militarizada. Esto le da la razón a Chapman a condición de dársela sobre todo a la historia argentina: la articulación entre multitudes trabajadores y excedentes constituye la columna vertebral de una lucha de clases ampliada).
Futuridades
En mi escritorio están desperdigados gran parte de los libros de la colección Futuros Próximos. Los repaso mentalmente e imagino que el “futuro brillante” deseado por Chapman en su última oración sintoniza con uno de los textos más extraños del catálogo de Caja Negra, en este caso de la colección Efectos Colaterales: la ciencia ficción crip de Tímidos radicales de Ahsan.
Invocar el comienzo de este libro quizás sirva para finalizar:
“Nosotros, el pueblo de Aspergistán, encarnamos la República Popular Tímida de Aspergistán: santuario, faro y patria de los pueblos oprimidos dentro del Espectro Tímido, Introvertido y Autista, y entendemos que los principios que coronan nuestra Nación servirán como baluarte contra la hegemonía del Orden Mundial Extrovertido / Reconocemos que las sucesivas generaciones de nuestros pueblos han sufrido el rechazo, el acoso, la humillación (…) nos ha desposeído y privado de nuestro derecho a la vida introspectiva, a la autoestima, a la igualdad y a la paz”.
Desconozco si los autistas anticapitalistas de Chapman entraron en contacto con los rebeldes introvertidos. Pero la insurrección pasiva de estas panteras negras silenciosas se parece bastante al sueño de un “futuro más allá de la normalidad”.
El sueño de un comunismo de las vidas rotas.