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La escucha como herramienta, el judaísmo como cuestión frente al genocidio israelí, una primera persona del singular que se enuncia desde la incomodidad y anuncia, a todas luces, una traición. Estos asuntos me atrajeron de Oreja madre ni bien salió. La oración final del prólogo, publicado desde Caja negra para su difusión terminó de convencerme: “podés cambiar el relato de tu vida”, escribe Dani Zelko que “le dijo” Ghassan Kanafani, un militante histórico de la causa palestina. A mí, que como Dani nací en los noventa en el seno de una familia judía, esa oración también me habla. Todos estos motivos eran suficientes para una lectura llena de expectativas. Lo que no imaginaba era que iba a terminar de leer este libro la misma mañana en que tuve que declarar ante un tribunal oral, como testigo en defensa de mi amiga Ana Contreras, docente judicializada por nombrar la existencia de Palestina en clase. Quisiera decir algunas palabras al respecto.
El espiral de violencia en el que estuvo envuelta Ana es uno dentro de una gran corriente persecutoria contra toda voz que critique el accionar del Estado de Israel que, desde el 7 de octubre de 2023 hasta la fecha, lleva más de 55,000 personas palestinas asesinadas y que, desde hace tres meses, mantiene un bloqueo humanitario que impide el ingreso de alimento y medicina para las personas que aún sobreviven en Gaza. Hoy el Estado de Israel, está siendo acusado por organismos internacionales de usar el hambre como arma de guerra. A lo largo de estos 18 meses de agonía, en Argentina se agudizó la persecución política a quienes se manifiestan contra el genocidio. En términos mediáticos, Alejandro Bodart (dirigente del MST) y Vanina Biasi (diputada y dirigente del PO), probablemente entre otrxs, también fueron judicializados por sus dichos. Pero lo de Ana empezó a finales de 2023 dentro del aula de una escuela pública de General Pico, en medio de la pampa. El padre de una alumna, que ya la había amenazado previamente por dar contenidos de ESI, la llevó a la justicia bajo la carátula de “violencia psicológica”. Estas dos palabras envuelven el siguiente episodio: Ana se encontraba enseñando contenidos vinculados al Holocausto y al concepto de Terrorismo de Estado en Argentina cuando una alumna levantó la mano para preguntar qué relación tiene eso con “el conflicto de medio oriente”, a raíz de un tik tok que había visto. Ana alertó sobre posibles fake news e intentó contextualizar históricamente, dijo que se trata de un conflicto de largo plazo y que en este momento el Estado de Israel tiene un gobierno de ultraderecha que anuncia acciones desmedidas. (Más detalles del caso, en esta nota)
Durante más de un año éramos pocxs lxs que sabíamos de esta causa. Hasta que en marzo de este año, Ana me escribe: “te va a hablar mi abogado”. Menos de 48 horas después, ingreso al zoom del Tribunal de Impugnación Penal de General Pico. Mi declaración, me explican antes, es en calidad de amiga, docente y judía. Me adelantan las preguntas. Juro decir la verdad. Me preguntan cómo es Ana. Me preguntan cuál es su posición respecto del judaísmo. Me preguntan qué opinión tiene respecto del “conflicto bélico” y qué opinión tengo yo. Me preguntan si tengo parientes en Israel. Me preguntan si mi posición representa una ofensa para mi familia. Digo que no, pero ahora pienso que no es cierto. Desde aquel octubre, la escalada de la masacre originó cortes vinculares que me reservo contar en otro contexto. Fueron, en total, cinco minutos. Después del miedo a equivocarme, después de medir cada palabra, sentía que algo se me rompía adentro del cuerpo. Necesité escribir. Automáticamente, le escribí, como Dani, una carta a mi familia. No era la primera vez.
Hace pocos años, en algún momento de auge del transfeminismo, en dónde las mesas familiares de este territorio llamado argentina se convirtieron en auténticos campos de batalla, creíamos que el vínculo entre lo político y lo personal se había derramado hasta instalarse subjetivamente más allá de nuestros guetos políticos. Y si bien algo se torció, fue ingenuo creer en su permanencia. Para la comunidad judía, la agudización de la masacre de Israel sobre Palestina volvió a sacudir la mesa. Los diálogos en las familias judías a partir de octubre 2023 tienden o a una lenta y dolorosa deconstrucción, o a una firme negación de la masacre. Se reitera el argumento de la victimización o se desliza una teoría de los dos demonios. “Yo no te presté a mi familia para que hagas eso”, trans/escribe Dani las palabras de su madre, que le pide tiempo para volver público lo privado. Posicionarse en este contexto, quebrando la identidad de víctima que ocupamos en tanto judíxs durante tantas décadas, es como tirar del mantel y romper toda la vajilla. “Hay que romper ese pacto”, repite Dani.
Marcha por la absolución de la docente Ana Contreras.
Mi bisabuelo, me cuenta mi abuela, brindaba en año nuevo por “el año que viene en Israel”. Le había prometido a su cuñado que, cuando se fundara el Estado, se irían con toda la familia para allá. Tirando del hilo de la historia potencial puedo decir: yo podría haber nacido en Israel. Pero mi bisabuelo incumplió su promesa. No quiso irse. Mi abuela, junto a su madre, fue al puerto a saludar a los que se iban en barco hacia la tierra prometida. Tal vez, en ese barco, iba también el tío abuelo de Dani, con el cuchillo bajo el brazo, listo para asesinar a quien se interponga en el camino de fundar, al fin, la tierra “sin pueblo” para el pueblo sin tierra, “un lugar seguro a dónde ir si pasa algo”.
Hace unos días discutía con una amiga acerca de una película. Ella decía que no siente una deuda moral con respecto a lo que hizo o no hizo su familia. O algo así. Me puso a pensar. Quizás eso es posible para alguien que tiene antepasados de los que se enorgullece y un sentido fuerte de pertenencia. Aún así, la deuda existe si se les rinde homenaje. Para quienes venimos de familias que han participado activamente de acontecimientos que terminaron con la vida de otras personas, sí hay una deuda. O, para correrlo de los términos económicos, una certeza de que nuestra genealogía está regada de sangre y la indiferencia nos vuelve cómplices. No por nada Hannah Arendt decía que el pensamiento es una empresa peligrosa.
La herencia, como el género, se construye a través de normas, roles y mandatos. La experiencia traumática del holocausto judío no puede servir de coartada para la perpetración de una nueva limpieza étnica. Quebrar lo heredado implica un movimiento. Y en ese movimiento, nace una forma de traición. Rompemos filas. Nos negamos a la reconciliación. Provocamos ruido. “No somos víctimas todo el tiempo, no somos victimarios todo el tiempo. No me siento culpable de lo que hace el Estado de Israel, sí entiendo que se hace en nombre de mi pueblo y eso me vuelve parte.” escribe Dani. No hay palabras que describan con justicia “la herida bifaz de víctima y victimario” que implica un genocidio que se lleva a cabo en nombre de algo a lo que pertenecemos. Se traduce en un dolor agudo en las tripas, un vacío en el pecho. Todo Oreja madre es un intento por habitar el dolor de esa zona fronteriza, que es geográfica pero también afectiva. Se trata de un dolor colectivo que no por originario es esencial. Es el rastro del dolor en una genealogía que, al decir de Foucault, se resiste a la “búsqueda del origen” para explorar, en cambio, “sendas embrolladas, garabateadas, muchas veces reescritas.”
Fotograma de “Z32” (2008) la película de Avi Mograbi en la que dialoga con un ex soldado israelí.
Con un amigo tuvimos discusiones acaloradas alrededor de este tema. Su línea es que necesitamos leer muchas más voces y plumas palestinas. Que sólo leemos Palestina a través de las voces judías antisionistas autorizadas. Es cierto que tenemos menos literatura palestina: Argentina es el quinto país con mayor población judía en el mundo. Nuestra comunidad es inmensa y una parte, millonaria, maneja los recursos del país. Un enorme poder económico y social de los judíos en Argentina garantiza que la masacre en Palestina permanezca invisible. La complicidad mediática es infalible, no parece haber otros rastros del genocidio que aquellas que vemos y oímos en las redes quienes tenemos el algoritmo orientado hacia allí. En este mismísimo momento, mientras escribo, el innombrable presidente de la república está viajando a Israel. Allí firmará un “memorándum de entendimiento” que implica acuerdos en materia de seguridad, defensa y cooperación económica. Que hay que leer voces palestinas es cierto. Pero he aquí varios motivos para leer judíxs antisionistas que traicionan lo que la fundación del Estado de Israel impuso como destino para el pueblo palestino. Las voces -y los textos- no deberían anularse, más bien podrían anudarse.
En algunas familias, como la mía, parecía que ser judíxs no era importante. Hasta que un día lo fue. A partir del 7 de octubre de 2023, judaísmo y sionismo se funden en la institución familiar. Cóleras. Gritos. Distanciamientos. Salidas de grupos de whatsapp. El dolor se individualiza, las personas temen por sus parientes y amistades, defienden una ideología que nunca antes habían sentido propia. Y que incluso se contradice con aquello que piensan sobre el estado de las cosas en Argentina. ¡Acuerdan con el actual presidente de ultraderecha que nos gobierna, aún si decían repudiarlo! “¿Cómo comprendo a mi especie? Con otras especies. ¿Cómo comprendo mi época? Con otras épocas. ¿Cómo comprendo mi pueblo? Con otros pueblos.” Y yo agregaría: con el tiempo. Dani lanza llaves para explorar(nos), entreabre la puerta y deja una advertencia: no hay verdadera exploración sin transformación, no hay transformación sin incomodidad, sin dolor. Nuestra identidad necesita estallar por los aires para crear otros posibles. En esos estallidos perdemos algo nuestro y perdemos a otrxs. Algunxs no necesitan estar muertos para que les recitemos un kaddish de duelo.
En la fundación del Estado de Israel está la instrumentalización del trauma colectivo del Holocausto para justificar la ocupación de un país entero, el despojo de un pueblo entero. Un proyecto colonial, hoy armado hasta los dientes. El llamado sionismo de izquierda pudo haber sido, hace muchas décadas atrás, un proyecto de emancipación. O al menos fue la creencia de que existía tal cosa. Los padres de Dani fueron parte de él. Pero él va más allá, hunde la oreja para escuchar formas de resistencia extremas bajo condiciones límite, como el bundismo en el ghetto de Varsovia. Pero, sin ingenuidad, antes escribe: “los integrantes de Hamas son huérfanos, hijos y hermanos de personas asesinadas. Los bombardeos potencian su deseo de venganza, su nada que perder.” Ochenta años antes, lxs judíxs del Bund de Varsovia, en un estado más cercano a la muerte que a la vida, montan una imprenta clandestina y se arman. Luchan sin esperanza y sin miedo, quieren morir habiéndose defendido. Y morir no es tan fácil. Algunos sobreviven. Bernard Goldstein se lo cuenta a Dani en inglés. Aunque hablan distintos idiomas maternos, sus familias se trenzan en el idish, lengua aniquilada por el sionismo. Goldstein cuenta que, al llegar la liberación del ghetto y el fin de la Segunda Guerra Mundial, quienes deberían alegrarse por la sobrevivencia de lxs judíxs los ignoraron. Lxs judíxs se habían defendido, pero no obstante la derrota era total. Los años de nazismo se metieron debajo de la piel en la subjetividad de sus compatriotas polacos y soviéticos. Pero mirar a otro sobreviviente, en luto silencioso, devolvía un pedacito de fe: “que este mar de vacío burbujee y hierva, que grite la condena eterna a los asesinos, que sea para siempre la vergüenza del mundo que vio el horror, escuchó los gritos y optó por permanecer en silencio”, dice Goldstein, escribe Zelko.
Antes y en paralelo al levantamiento del ghetto de Varsovia, quienes habitaron el seno del horror de los campos de trabajo y exterminio elaboraron formas de resistencia. Sabotajes masivos que arruinaron las armas de guerra que los nazis construían con mano de obra esclava, fugas, cuidados médicos, apoyo mutuo y hasta formas de asesinato a guardias o informantes nazis existieron en los campos. Se traficaron recetas de comida, poemas y canciones. ¡En Birkenau se tomaron cuatro imágenes con una cámara de fotos que hicieron ingresar clandestinamente! Aquí Didi-Huberman habla sobre eso. Para quienes sobrevivieron, contarlo, escribirlo, es la prolongación de esos gestos de resistencia. Para romper el pacto de silencio hace falta también ir a buscar esas historias en la actual Palestina arrasada por métodos de tortura escalofriantemente similares a los que sufrieron los parientes de los soldados que hoy ocupan el territorio y masacran a su gente. Como recoge una voz palestina en la película A stone’s throw (2024) de Razan Al Salah “debemos inventar algo más poderoso que la militarización. Algo que las armas nucleares no puedan cambiar. Un niño de 7 u 8 años con su honda en la mano, lanzándole una piedra a un tanque.”
Imagen de A stone's throw (2024) de Razan Al Salah.
Una narrativa de desempoderamiento sistemático se erige entre nosotrxs: desde el seno familiar hasta el poder judicial, se nos advierte que para hablar de Palestina es preciso antes que nada lamentar la pérdida de civiles israelíes. Que hay que advertir la creciente judeofobia que estamos viviendo, en un mundo que confunde judaísmo y sionismo. Que la estrella de David se liga ahora directamente con el sionismo genocida. Que eso ocurra es responsabilidad exclusiva del Estado de Israel. Como expresó Ari Feldman, el sionismo es la tumba del judaísmo. La victimización avanza y nos desconecta de gestos de resistencia que nos hermanarían a todo lo que hoy es “otro”. Otras voces dicen que tenemos suficientes problemas como para preocuparnos por lo que está pasando “allá, lejos”. La institución familiar y judicial silencian o domestican los discursos, forman parte de una misma empresa colonial que perpetúa la aniquilación de todo otro. La literatura puede perseguir el rastro de esas deudas antiguas hasta liberarse de ellas, y liberarnos. En este sentido, Oreja madre es una caja de resonancia en donde otras memorias, otras voces, ponen a temblar la propia. También es una caja de herramientas. No sólo por ser un libro que puede enseñar, sino por la activación de conversaciones e investigaciones a partir y más allá del libro mismo. Dani escribe escuchando y nosotrxs al leer disparamos nuevas escuchas.
Este texto fue publicado por primera vez en el newsletter Ver y poder. Pueden suscribirse desde esta dirección: https://verypoder.substack.com/