CORRESPONDENCIA ENTRE JARDINES  #QueridaCajaNegra 

CORRESPONDENCIA ENTRE JARDINES  #QueridaCajaNegra 

Prospect Cottage and Garden. Derek Jarman en su jardín | Art Fund © Howard Sooley

 

Javier Pérez Iglesias fue uno de nuestros aliados lectores en el encuentro en torno a Naturaleza Moderna de Derek Jarman que celebramos en Madrid el diciembre pasado, dentro de la exposición Like sparks through the stubble, curada por Jesús Alcaide. En esa actividad, leímos fragmentos de sus diarios y regalamos semillas a los asistentes para que, entre todxs, aunque cada unx desde su casa (casi previendo algo de lo que se nos venía encima) hiciéramos juntxs un jardín en homenaje a Jarman y su Prospect Cottage. Ahí estaría el jardín, en el balcón de cada unx de quienes pasaron esa tarde leyendo. 

A raíz de esta primera invocación, surgió la idea de enviarnos cartas contando nuestras experiencias con el libro y con los jardines. La primera que recibimos es esta, de Javier, bibliotecario de la Facultad de Bellas Artes. Javier es un amigo que trabaja rodeado de libros y cultiva un jardín. En esta carta de amor, él vincula esos dos espacios que lo rodean y crecen a su alrededor. Si un jardín es una apuesta a futuro que hay que trabajar en el presente, bibliotecas y espacios verdes tienen más similitudes que diferencias. 

Acompañamos esta carta con las entradas al diario Naturaleza Moderna correspondientes a mayo de 1990, hace exactos treinta años.


Descargá el fragmento “Mayo de 1990”

Incluido en Naturaleza moderna, de Derek Jarman

 

Querida Caja Negra, 

Es raro escribir cartas a una editorial pero estamos en tiempos de escribir a familiares lejanos y a amigos con los que no hablábamos desde hacía mucho. Al fin y al cabo, Caja Negra, eres una compañía constante en mi vida y, en estos últimos tiempos, has sido anfitriona de muchas de mis mejores conversaciones lectoras. Además, me encanta escribir a una editorial que ha tenido la idea de crear “jardines virtuales” para habitar esta pandemia que nos ha enclaustrado —cada casa, una caja cerrada— en nuestras vidas, con nuestros miedos y nuestras incertidumbres y nuestros placeres, también. 

Es una maravilla que tú, editorial, y yo, bibliotecaria, coincidamos en el jardín. “Tú editorial, yo bibliotecaria”. Eso ya sería el título de una canción de amor. Es más: las dos somos muy de reírnos del amor romántico y, al mismo tiempo, muy enamoradizas. ¡No sin nuestras contradicciones! 

Llevo un tiempo largo dando vueltas a la idea de jardín como una forma de repensar las bibliotecas. Esto viene de una entrevista que le escuché a mi amiga Michèle Petit en la que hablaba de ese paralelismo, entre jardín y biblioteca, a partir de una conversación entre ella y nuestro común amigo Daniel Goldin. 

El jardín es un lugar al que acudimos sin esperar algo práctico o utilitario de esa visita. Vamos a los jardines, o los cuidamos, por el placer del aire libre, de ver plantas, de escuchar a los pájaros, de abrazarnos bajo un árbol o de abrazar al árbol. ¿Por qué no pueden ser las bibliotecas lugares así? Vale, damos información (que es una cosa muy útil), servimos como instrumentos para la autoformación o para apoyar a la educación reglada: somos una puerta de acceso al conocimiento. Eso lo asumimos y nuestra formación y nuestra tradición nos preparan para ello. Pero, además, por qué no podemos ofrecer espacios de placer, lugares para concentrarse en lo que cada una quiera, sin imposiciones, sin formalismos. ¿Por qué no vamos a poder? 

También veo en la idea de jardín otras cuestiones que relaciono con las bibliotecas. El jardín nos obliga a pensar en los cuidados y en el futuro. Lo que plantamos hoy solo se verá, tal como lo imaginamos, cuando crezca. Un paseo con sombra, un parterre con determinadas plantas, que combinan colores y olores, solo serán lo que imaginamos cuando hayan pasado meses o años y requerirán nuestra dedicación. Con las bibliotecas también ocurre eso, debemos proyectar hacia el futuro y ese futuro tiene que ver con lo que ya estamos haciendo. Además, un jardín significa escuchar, atender a lo que nos dice la naturaleza. Al menos los jardines que me gustan. En las bibliotecas pasa exactamente lo mismo: sin una escucha atenta a lo que quieren nuestros públicos, no hay forma de dar un servicio coherente. En el jardín, como algunas pensamos que debe ocurrir con las bibliotecas, se disuelve esa falsa dicotomía entre naturaleza y cultura o entre utilidad y placer. 

Aquí es donde cobra tanto sentido ese libro que tú, Caja Negra, nos has regalado en una traducción maravillosa: Naturaleza moderna, los diarios de Derek Jarman. Derek Jarman escribió esos diarios (de los años 1989 y 1990) en plena crisis del sida. Él, que ya era muy conocido como artista y cineasta, había hecho pública su condición de enfermo y de marica. Eso le convierte en un militante, en un activista que se opone a las políticas necrófilas y a las declaraciones de odio del gobierno, de ciertos partidos y de la prensa. Coincide además con que se empiezan a manifestar los síntomas de la enfermedad y entra y sale del hospital y se siente débil, desprotegido y cercano a la muerte. 

Naturaleza moderna mezcla todo ese mundo con el afán de Jarman por crear un jardín, una alegría, en un entorno que se podría describir como desolado. Una costa agitada por las olas y quemada por el salitre. Vientos violentos y pocas precipitaciones. Solo prosperan plantas bajas o las que, pudiendo haber crecido más, se adaptan pegadas al suelo. Para completar el panorama al fondo hay una central nuclear. Es difícil no ver Prospect Cottage, el jardín, como una metáfora de esa vida de creatividad, de lucha, azotada por la enfermedad y las políticas miserables de destrucción. Y de ahí, de su vida y del jardín, ambos en condiciones extremas, Jarman es capaz de sacar belleza.

2 de marzo

Naturaleza moderna nos propone un jardín que no intenta domar a la naturaleza y ordenarla. Pero tampoco imita a una naturaleza idealizada que se admira, que se pretende pura. La modernidad de Jarman, y de esa naturaleza que nos propone, reside en la escucha, en intentar aliarse con esa tierra, esos vientos y esas condiciones ambientales dadas para averiguar lo que pueden ayudar a generar. Lo que ofrecen. La ofrenda de la tierra. La belleza, no tan obvia, de lo que está ya ahí. Ese deseo de belleza, de resistencia y de escucha que Jarman coloca en el jardín yo lo comparto con las bibliotecas. Así ha nacido otro proyecto que hemos bautizado, con mi socio Javi Álvarez, #jardinismos. Si “japonismos” designa las influencias del arte japonés en otras culturas, con “jardinismos” queremos significar todo lo que los jardines nos ayudan a crear para explicarnos el mundo. 

Javi y yo, “Javis Jardines”, tuvimos la idea de este proyecto justo al comienzo de la cuarentena. Aunque nuestras casas estén frente a frente, y podamos vernos desde los balcones, y a pesar de ser ambos muy de hacer barra en los bares, hemos tenido que recurrir a lo epistolar para comunicarnos. Nos hemos metido juntos en jardines que no sabemos a dónde nos van a llevar así que no está mal poner por escrito las cosas que queremos contarnos. De lo que nos contemos entre nosotros va a salir lo que le contemos a la gente. 

Escribir cartas es tomarse tiempo y si algo podemos encontrar estos días (siempre que sepamos protegernos de las urgencias que nos acosan, es verdad) es eso: tiempo para pararnos a pensar, a ordenar ideas, a escribirlas, a compartirlas y a mezclarlas. 

De momento sabemos que queremos que del proyecto nazca una pieza en la que convivirán libros (físicos, en papel) y músicas (también con soportes tangibles como el vinilo o la cassette) junto con nosotros dos (y seguramente otros objetos y seres vivos) en la que hablaremos a, ante, bajo, con, contra, de, desde, entre, hacia, hasta, para, por, según, sobre, tras los jardines. Lo hemos explicado en el Blog de la Biblioteca de la Facultad de Bellas Artes de la UCM y esa va a ser nuestra plataforma para, durante el periodo de confinamiento, ir publicando reseñas de libros y músicas que estarán presentes en la pieza.

Caja Negra querida, editorial de mi corazón, estamos entrando en un paisaje en el que hay mucho poliamor entre usted y yo y un activista musical y una biblioteca y un blog y lo que te rondaré morena. 

Con las mismas me despido. Espero que sea un hasta pronto y te deseo muchas buenas lecturas, aventuras sonoras y los más bellos jardines, 

                                                                                                                            Javier Pérez Iglesias

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Imágenes del jardín de Javier Pérez Iglesias.

Foto: Isabel Permuy

JAVIER PÉREZ IGLESIAS (1961) se define como “activista bibliotecario” porque piensa que las bibliotecas son unas herramientas colaborativas para la experimentación cultural y la transformación social. Ha trabajado en el mundo de la edición, en la cooperación universitaria y científica para el desarrollo en África y América Latina y en bibliotecas académicas dando apoyo al aprendizaje y a la investigación. Ha sido editor de dos publicaciones, Palabras por la Biblioteca (2004)  y Palabras por la Lectura (2007), que recogieron testimonios de editoras, libreras, bibliotecarias y escritoras sobre qué pueden significar la lectura y las bibliotecas en estos tiempos cambiantes. Una de sus áreas de investigación ha sido el papel social de las bibliotecas y su relación con las minorías dentro de la comunidad (“Nosotras red(volucionarias): como tejer una Red que haga las bibliotecas menos excluyentes”). Pero hay un momento definitivo para el giro que ha tomado su práctica bibliotecaria y tiene que ver con el encuentro y la contaminación con prácticas artísticas. Desde 2013 programa, escribe, lee, crea, investiga y ayuda a expandir lecturas desde la Biblioteca de la Facultad de Bellas Artes de la UCM. Allí trabaja con publicaciones bastardas o raritas, crea conferencias performativas y anima discusiones. En 2017 creó junto a Alejandro Simón la editorial Desiderata que está especializada en historia del arte con MAYÚSCULAS; en las prácticas (de riesgo) en bibliotecas y archivos; en las escénicas (y sus nomenclaturas); en la investigación artística y el interiorismo (como manifestación de esa artista que todas llevamos dentro). Quizá lo mejor sea ver su primera publicación, Desiderata, para hacerse una idea de todo esto. Actualmente, está aprovechando el confinamiento para desarrollar un proyecto de escucha y diálogo con el artista sonoro Javi Álvarez que se llama #Jardinismos..

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AISLADOS EN NUESTROS SILENCIOS. EDWARD HOPPER POR WIM WENDERS

AISLADOS EN NUESTROS SILENCIOS. EDWARD HOPPER POR WIN WENDERS

¿Qué poética pueden tener un común un pintor dedicado a retratar el aislamiento como Hopper y un cineasta que captura con delicadeza las subjetividades contemporáneas como Wenders? En este texto, incluido en Los píxels de Cézanne (Caja Negra, 2016), el director de Las alas del deseo y París, Texas vuelca sus impresiones sobre el realismo norteamericano de Hopper y sobre cómo a través de sus pinceladas lograba condensar la esencia de la soledad para reconocer la gravitante influencia que tuvo en su cine. 

Retomando la larga tradición del viaje inmóvil, les ofrecemos aquí un recorrido visual para hacer desde sus casas por la obra de Hopper acompañado por la interpretación de un admirador como Wenders, quien confiesa que en su juventud llegó incluso a copiarle algunos encuadres. Esta es una invitación a observar sus cuadros como escenas inquietantes, con sujetos que están a la espera de un suceso o que parecen detenidos justo después de que algo haya ocurrido. Retratan esa calma sospechosa que nos empuja a completar con nuestra imaginación el fuera de cuadro. ¿Pueden leerse las pinturas? ¿Es Hopper un narrador?

Wim Wenders en la exposición Edward Hopper de la Fundación Beyeler. Suiza, enero del 2020. Imagen: AFP

FOTOGRAMAS DE UN SUEÑO AMERICANO 

Por Wim Wenders

 

Un volumen gordo y pesado. Ese era mi libro de cabecera para todo lo relacionado con Edward Hopper. El libro tenía reproducciones de sus principales cuadros y había sufrido varias mudanzas, pero lo que más había padecido era el rodaje de El amigo americano (1976), porque en aquella época mi camarógrafo Robby Müller y yo sentíamos tal fascinación por Hopper que cargábamos a todas partes las reproducciones de esos cuadros y los tomábamos de modelo para muchos encuadres. Incluso arrancamos varias páginas y las clavamos en las paredes de los hoteles y de las oficinas de producción y, si bien después las volvimos a pegar en el libro, los agujeritos que dejaron las chinchetas todavía son testigos del “maltrato” que sufrió el pobre tomo.

 

Ese libraco dio todo lo que tenía para dar. Ahora, sobre mi escritorio, veo un estuche precioso, macizo, con cuatro tomos encuadernados en lino que contienen toda la obra de Hopper: en el volumen i está su obra gráfica, excepto las aguafuertes que ya habían sido publicadas con anterioridad; en el volumen ii, todas sus acuarelas; en el iii, todas las pinturas al óleo; y el iv, un tomo pequeño, es un cd-rom con el catálogo razonado, que es fantástico para deambular libremente por su obra y visualizar la historia de las exposiciones y la bibliografía de cada imagen. Además, se incluye por primera vez una edición tanto facsímil como transcripta del cuaderno de bitácora que iba haciendo la mujer de Hopper, Jo, también pintora, sobre cada pintura de su pareja.

 

La editora de esta obra completa es Gail Levin (que además se dedicó, desde 1976, a armar una extensa biografía del pintor que luego fue publicada por Knopf en Nueva York bajo el título Edward Hopper, an Intimate Biography). El primer tomo ya me da una gran sorpresa: no sabía que Hopper había tenido que subsistir en gran parte con trabajos por encargo hasta fines de la década del 20, es decir, hasta pasados sus cuarenta años. (¡En sus primeros veinte años de carrera solo vendió una obra al óleo!) Ilustraba libros, hacía anuncios para periódicos, folletos publicitarios, afiches y portadas para todo tipo de revistas. Al hojear esos trabajos industriales y mayormente anónimos recuerdo que en esa misma época vivía otro artista estadounidense que también tenía que mantenerse a flote con trabajos muy parecidos: Dashiell Hammett. Hammett escribía textos publicitarios y eslóganes, y sus primeros relatos breves se publicaron justamente en ese mismo formato de novelas baratas y ediciones pulp que ilustraba Hopper. Algunas de sus pinturas de asaltos a bancos, persecuciones en coche o peligrosas jóvenes pistola en mano (¡casi siempre al óleo!) podrían haber ido muy bien con las historias de “Continental Op”, un precursor de Sam Spade concebido por Hammett. Y, si se quiere, en esos encargos ya se pueden reconocer algunas características básicas de la firma de Hopper: la limitación a lo esencial; la simplificación (en particular de los fondos) a estructuras más bien planas y el aislamiento de las figuras humanas. 

 

Así como el estilo literario de Hammett estuvo pautado por la síntesis y la condensación, los principios de Hopper también podrían ser entendidos desde los comienzos en ese contexto ultraestadounidense de la publicidad. Además, desde esa perspectiva parece muy lógico que la generación de la nueva vanguardia del arte pop lo haya celebrado como un pionero cuando promediaba el final de su carrera, es decir, cuando Hopper tenía más de 80 años y después de que hubiese sufrido, durante décadas, reiterados hostigamientos por ser tildado de anticuado, conservador y de volcarse a lo figurativo. 

 

Hopper seguía pintando sus cuadros mágicos y figurativos sin dejarse perturbar por lo que ocurría a su alrededor, donde las corrientes estéticas iban y venían. A él lo tenía sin cuidado cómo pintaran los demás. Tampoco le molestaba que existiera la fotografía. En el fondo, pintaba contra ella. Ya por entonces pintaba como si supiera que la realidad física de las cosas solo podía existir y perdurar en el lienzo de un pintor y en ningún otro lado, por eso condensó esa realidad al máximo: sus cuadros son imágenes como cantos rodados. Imágenes amuralladas. Imágenes asfaltadas. Imágenes acristaladas. Los paisajes de nieve están muy próximos a Magritte, que también fue un pintor que amuralló la realidad pero de un modo muy distinto al de Hopper. Hopper trabajaba en la condensación para que algo sobreviviera y perdurara. En cambio Magritte trabajaba para que todo deviniera ilusión. En Hopper nada es ilusión. Ya nada lo vincula a los impresionistas de los que, siendo joven, había aprendido todo. No apunta a diluir el efecto visual, por el contrario: reforzarlo es lo que quiere. No es una celebración de lo fugaz, no. Es una proclamación de la perennidad, eso es lo que es. Es un narrador, no un pintor de naturalezas muertas. Sus cuadros no retratan a los Estados Unidos solo en las superficies, sino que escarban en las profundidades del sueño americano y exploran ese dilema tan consumadamente estadounidense del ser y el parecer. Sí, podrían ser parte de una gran película sobre “América”; cada uno, el inicio de un nuevo capítulo.

 

Esas personas captadas en habitaciones de hoteles han tenido un día extenuante. Están, una a una, enredadas; atadas a culpas muchas de ellas. Nadie está nunca “en casa”, todos viven en tránsito, y hasta las parejas de veraneantes delante de aquellas construcciones blancas de Cabo Cod no deshacen nunca sus maletas. (Y eso que Hopper no es un pintor de close-ups, algo que comparte con John Ford.)

Los estadounidenses no descubrieron verdaderamente a Hopper hasta mediados de los años 50. La revista Time le dedicó una portada: “Un nuevo capítulo en el realismo norteamericano, pintando un mundo nunca jamás representado”. En esa época el psicoanálisis generaba cada vez mayor fascinación en la sociedad norteamericana y no había prácticamente ninguna película que no jugara con elementos freudianos o junguianos. De pronto, “la soledad del hombre moderno de la urbe”, como uno de los temas centrales de Hopper, cobraba absoluta vigencia, y las novelas existencialistas de Camus y de Sartre también parecían haber sido calcadas de sus obras.

Excursion into Philosophy (1959) 

Irónica, casi cómica, podría ser la interpretación de un cuadro del año 1959, Excursion into Philosophy. Un hombre está sentado en el borde de una cama. A su lado se ve un libro de bolsillo (El extranjero, supongo yo, porque se parece a mi desgastada edición de estudiante, pero el cuaderno de bitácora de Jo me hace saber que no. “El libro abierto es de Platón”). El hombre sentado sobre la cama mira pensativo hacia el suelo y hacia la punta de uno de sus zapatos sobre la que repta, lenta, la luz del sol. (Si uno se queda observando el cuadro durante un rato, ve que el reflejo del sol se corre un poquito.) Detrás de él yace sobre la cama una mujer semidesnuda con el rostro hacia la pared, dándole la espalda al hombre. Afuera, ante la ventana, un cielo azul y una especie de duna. Un cuadro triste, que habla de separación y desamparo, similar a una de mis obras favoritas: Summer in the City, de 1949. Allí la escena está invertida: una mujer está sentada en el borde de la cama y a sus espaldas yace un hombre desnudo, recostado boca abajo con la cabeza hundida en la almohada. Esa mujer también mira pensativa hacia la luz del sol que entra por la ventana y cae sobre el suelo delante suyo. Afuera, una calle anónima que se abre a lo lejos con un par de edificios en bloque. Allí también se ve un cielo azul (“Una calurosa mañana de agosto”, apunta Jo). Ninguna de las dos parejas tendrá mucho que decirse cuando el otro se incorpore en la cama.

Summer in the city (1949) 

El sol seguirá subiendo, la sombra se irá corriendo y poco después volverá la tarde, como en el cuadro Hotel by a Railroad, en el que un hombre fuma y mira por la ventana mientras una mujer solo vestida con una enagua está sentada en un sillón leyendo un libro (¿cuál?). Anochecerá una vez más como en House at Dusk y quizás a eso le siga una obra de teatro o una salida al cine como en First Row Orchestra o Girlie Show. 

Hotel by a Railroad (1952) 

House at dusk (1935) 

Girlie show  (1941) 

Y llegará la noche, como en Hotel Room, en el que se ve a la mujer sentada con tristeza sobre el borde de la cama, esta vez sola, con el libro sobre las rodillas caído hacia delante. Ni siquiera lo lee. Tiene la mirada suspendida. O como en Room in New York, donde el hombre y la mujer están sentados en su sala de estar detrás de una gran ventana: él, compenetrado en el diario; ella, golpeando aburrida con un dedo una tecla del piano.

Las obras de Hopper surgieron en simultáneo al apogeo del cine narrativo clásico de los Estados Unidos y pueden ser leídas desde esa perspectiva. Todas, sin excepción, captan escenas que suelen estar a la espera de un suceso o, a veces, inmediatamente después de que algo haya ocurrido. Muestran la calma previa a la tormenta o a veces la escena desierta después del encuentro dramático. En Gas el empleado de la gasolinera acaba de llenar el tanque del coche. Es una escena tomada de Los amantes de la noche (They Live by Night), de Nicholas Ray.

Hotel room  (1931) 

Room in New York  (1932) 

Gas (1940) 

De los grandes narradores del cine clásico estadounidense como John Ford, Howard Hawks, Alfred Hitchcock, Anthony Mann, Nicholas Ray, Frank Capra o Raoul Walsh puede decirse, sin menoscabarlos, que todos hicieron a lo largo de sus producciones variaciones de una o de dos historias. Edward Hopper también narra una y otra vez escenas de personas en soledad, en habitaciones vacías. O de parejas que viven juntas sin cruzar palabra, aisladas en sus silencios. (Una única vez, en Four Lane Road, de 1956, una mujer chillona se asoma por la ventana y el hombre, sentado en una silla delante de la casa, mira amargado y con instinto asesino hacia la luz del atardecer.) Al fondo se ven las fachadas impenetrables de una ciudad hostil o un paisaje igual de inabordable. Y hay ventanas, siempre ventanas, ya sea que lleven hacia adentro o hacia afuera, eso da prácticamente igual, porque parecen no tener vidrio, nunca reflejan nada, no se abren para mirar hacia adentro ni ofrecen una perspectiva hacia afuera.

Four lane road (1956) 

Dentro y fuera reina un mismo cosmos irreal. El aire ajeno y distante que emana de ambas esferas es el mismo. Las ventanas a menudo están abiertas, y mis pinturas favoritas son justamente las que no plantean ningún otro tema más allá de esas aberturas, como una de sus últimas obras, Sun in an Empty Room, de 1963, o Rooms by the Sea, de 1951.

Pese a la amable luz del sol que inunda el ambiente vacío, en la primera da la tremenda impresión de que el bosque que se expande ahí fuera, delante de la ventana, se ha tragado a la persona que estaba en la habitación, la ha precipitado a la locura. Es un bosque hundido en una oscuridad que no será iluminada ni por el sol. La segunda obra, cuenta Jo Hopper en el cuaderno de bitácora, iba a llevar originalmente el título The Jumping Off Place. Y eso es algo que la pintura transmite en cada milímetro: por esa puerta abierta acaba de saltar alguien al mar, y ese mar golpea justo delante del umbral de la habitación como si la casa estuviese construida en un risco o se alzara en zancos en el agua. Al instante, a la distancia del horizonte, aparecerá un bote, pero estará demasiado lejos para pescar a quien acaba de precipitarse en ese mar infinito. Aquí también se ve el maravilloso sol de la tarde entrando en una habitación vacía (“Comienzos de octubre”, apunta Jo en el diario), aunque su preciosa luz tampoco logra que olvidemos la hostilidad del mundo.

Sun in an empty room (1963) 

Rooms by the sea (1951) 

Un amigo cuenta que cuando Hopper ya no sabía qué pintar iba al cine. Solía ir durante semanas enteras, día tras día. Dentro de su obra las pinturas en cines son las más despreocupadas. La acomodadora de su cuadro New York Movie, que está de pie, sumergida en sus pensamientos (ya conoce la película de memoria), apoyada en una pared a la media luz de la sala, irradia una paz y una serenidad que no tiene casi ninguna otra figura de sus cuadros. En la pantalla de fondo se llega a ver el recorte diminuto de un film en blanco y negro. ¿Tal vez Solo los ángeles tienen alas [Only Angels Have Wings], de Howard Hawks? Hopper, para esa pintura, fue varias veces y, por así decirlo, fundió cuatro cines neoyorquinos en uno: el Strand, el Public, el Republic y el Palace. ¡Y antes de eso hizo cincuenta y tres estudios y bocetos en lápiz! Jo hizo de modelo para la acomodadora en el pasillo de su apartamento, y también para las dos espectadoras que más que verse se intuyen en la sala. “Posé como dos espectadoras: una con sombrero negro, velo negro y abrigo de piel, y otra con un pequeño sombrero de fieltro marrón con plumas y un collas. Debían sentarse en la oscuridad pero si un haz de luz las iluminaba, debían brillar.” Así como Hopper “ponía en escena” e inventaba hasta el más mínimo detalle de sus cuadros, me asombra la intuición con la que captó la “verdad” de ese sitio y de esa pequeña escena. Regresó varias veces, cuenta el diario de Jo, para estudiar por ejemplo los pliegues de las cortinas de la puerta o el reflejo de la luz en el respaldo de las butacas.

New York movie (1939) 

En los cuadros de Hopper se ve claramente que él sentía una gran estima por el cine y que ese lienzo blanco ante el que se habrá visto tantas veces en su taller debe haberle sido un confidente y un aliado. Darle a cada cosa una forma firme, asignarle un lugar, superar el vacío, el miedo y el espanto capturándolos precisamente en esa superficie blanca son momentos que su obra comparte con el cine y que hacen que Hopper sea, desde el caballete, un gran narrador del lienzo junto a los grandes pintores del cine. 

**

Este texto se publicó con el título “Edward Hopper: Fotogramas de un sueño americano” en el libro de Wim Wenders Los píxels de Cézanne y otras impresiones sobre mis afinidades artísticas, Caja Negra, 2016. Fue escrito en 1996 con motivo de la publicación de Edward Hopper: A Catalogue Raisonné. Una primera versión reducida fue publicada también en el periódico Die Zeit en 29 de marzo del mismo año.

WIM WENDERS (1945) es un director de cine alemán. Junto con Fassbinder y Herzog fue uno de los principales impulsores del movimiento conocido como Nuevo Cine Alemán en los años 70. Consiguió fama internacional con su película de 1984, París, Texas, la cual ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes. En 1987 recibió el premio a mejor director en Cannes por la hermosa Las alas del deseo, en la que ángeles vagan por una Berlín contemporánea. El film, como todas sus obras, se volvió célebre por sus exquisitos simbolismos visuales. Otros de sus films son Tan lejos, tan cerca, Alicia en las ciudades, El amigo americano, Tokyo-Ga, Apuntes sobre ciudades y vestimentas y El estado de las cosas. Compartió junto a Michelangelo Antonioni la dirección de la película Más allá de las nubes. Desde mediados de los 90, Wenders se ha distinguido como un cineasta de no-ficción, dirigiendo aclamados documentales como Buena Vista Social Club (1999), Pina (2011) y La sal de la tierra (2014), los cuales recibieron varias nominaciones a los Oscar.

EDWARD HOPPER (1882- 1967) fue un pintor estadounidense, considerado  uno de los principales representantes del realismo del siglo XX. Estudió en la New York School con William Merrit Chase y Robert Henri. Más tarde viajó a Europa, donde también recibió influencias de Degas y Manet. Durante gran parte de su vida su obra no fue considerada por la crítica y el público y tuvo que trabajar como ilustrador para subsistir. La mayoría de sus cuadros representan lugares públicos como hoteles o bares prácticamente vacíos. Esto, sumado al tratamiento cinematográfico de las escenas y a su personal empleo de luces y sombras, los convirtieron en íconos de la vida y la sociedad moderna.  

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EL POLICÍA ESTÁ EN LA CABEZA

EL POLICÍA ESTÁ EN LA CABEZA

Crédito de la imagen: Silvio Lang

Por Bárbara Hang y Agustina Muñoz

¿Qué concedemos ante el miedo? ¿Qué buscamos obtener y qué obtenemos realmente en estos tiempos de excepcionalidad? El confinamiento, el cierre de fronteras, la presencia policial en las calles, el miedo y la paranoia que se propagan en las redes sociales y en los medios de comunicación, las restricciones a las libertades individuales, los himnos nacionales sonando en altoparlantes, son todos efectos de las políticas de cuidado colectivo que por ahora se presentan como las únicas posibles. El cuerpo individual y el cuerpo colectivo son los territorios sobre el que se despliega este laboratorio social y no podemos dejar de preguntarnos qué nos dejará esto en el futuro.

En el texto que compartimos a continuación, incluido en el libro El tiempo es lo único que tenemos. Actualidad de las artes performativas (Caja Negra, 2019), André Lepecki emplea el concepto de “coreopolicía” para referirse a los sistemas de control en los que estamos inmersxs diariamente y que se exacerban en momentos de crisis: aparatos que sugieren protegernos y que incluso velan por nuestra libertad a futuro, restringiendo de a poco lo que podemos ver, palpar, sentir, compartir y respirar.

Fragmento de un collage de Waldeman Strempler.

En este estado de excepción, la vigilancia mutua aflora y se instala mucho más rápido de lo que querríamos suponer. Por eso, la consigna que difundió la investigadora feminista Verónica Gago en los últimos días nos alerta y recuerda que “cuidarse no es yutearse”. La pregunta surge cada vez que un país, un pueblo, una comunidad pierde su libertad de acción y pensamiento: cómo podemos construir otras posibilidades de vivir y estar juntxs, incluso cuando no podemos reunirnos, tocarnos, olernos. 

En este texto anterior, pero que hoy ofrece nuevas lecturas, Lepecki propone realinear el movimiento, la subjetividad y los afectos a través de la imaginación colectiva y la imaginación especulativa; que al redefinir las condiciones y los regímenes bajo los que trabajamos coreográficamente, revelemos otros modos alternativos de existir, alejados del adiestramiento, la creatividad utilitaria y el control. No se refiere a  la imaginación estética y romántica, sino a la imaginación política y operativa, capaz de generar nuevas narraciones que abran nuevas posibilidades de pensar y sentir el presente y moldear el futuro

Lepecki une la imaginación a la idea de oscuridad, a lo que no se puede ver o es -aún- invisible. La negación de la luz opera resistiendo el estado de permanente iluminación inseparable del intercambio y la circulación que caracterizan al capitalismo. “La luz es hegemónica, de modo de que nada de lo que importa pueda ser realmente visto”, dice. Entonces la imaginación se vuelve central en obras performativas críticas al poder contemporáneo, que organiza la vida de forma tal que el control es justificado “como si este fuera el modo en que la vida debería ser”.  

Compartimos el texto “Las políticas de la imaginación especulativa en la coreografía contemporánea” de André Lepecki y una serie de videos, audios e imágenes que aparecen mencionados allí.

Descargá “Las políticas de la imaginación especulativa en la coreografía contemporánea”

Capítulo por André Lepecki incluido en El tiempo es lo único que tenemos

VIDEOS, IMÁGENES, TEXTOS Y SONIDOS SELECCIONADOS POR BÁRBARA HANG Y AGUSTINA MUÑOZ

Nada. Vamos ver (2009), Gustavo Ciríaco

Esta obra cuestiona el lugar del público y del artista. Se modifica el espacio de la audiencia y se reflexiona sobre los protocolos de comportamiento dentro del espacio de presentación artística.​

Nada. Ello dirá, Francisco de Goya

Nada. Ello dirá, Francisco de Goya, 1814 – 1815. Aguada, Aguafuerte, Aguatinta, Bruñidor, Punta seca sobre papel avitelado, ahuesado, 155 x 201 mm. No expuesto.  Museo del Prado

En el texto que compartimos, Lepecki habla sobre este cuadro que es el punto de partida para la obra Nada. Vamos ver de Gustavo Ciríaco. Se trata, de un boceto de la pintura con el mismo nombre. En el boceto aparece un detalle que no está en la pintura: el cadáver tiene una hoja en la que se lee “nada”. Muchas lecturas se hicieron sobre este texto. ¿El cadáver estuvo en la muerte y vuelve para decirnos que más allá de esta vida no hay nada? ¿No hay nada que ver, nada que oír, o más bien no hay nada que decir? 

Dice Ciríaco sobre la obra: “En el cuadro Nada. Ello dirá, donde un cadáver escribe la palabra “nada” en una tabla, el pintor español Goya alude a la expectativa de muerte, la evasión del mundo material y la ausencia de lo divino, a un vacío al que todas las personas parecían estar destinadas. Un mundo sin Dios, sin más allá.”

“¿Qué hubiese pasado si uno de los primeros posmodernos de Judson Church hubiese ido a bailar a la escena de ‘voguing ballroom’ en Harlem?”

Esta es la pregunta que dispara la obra de Trajal Harrell “Judson Church is Ringing in Harlem (Made-to-Measure) / Twenty looks of Paris Is Burning at the Judson Church”.


Ver el registro fotográfico de la obra en el contexto de las “Sunday Sessions” en el MoMA, Nueva York

Paris Is Burning (1990), Jennie Livingston

Filmado en la segunda mitad de los años 80, el documental relata la cultura del baile en la ciudad de Nueva York y a las comunidades que participan de ella: LGBTQ, transgénero, latinxs y afroamericanxs, todxs ellos muchas veces envueltxs en el riesgo de exclusión social y la pobreza.

Ciclo Talking Dance: Yvonne Rainer and Sally Banes (2001)

Entrevista de la historiadora y crítica de danza Sally Banes a la coreógrafa Yvonne Rainer, uno de los hitos del Judson Dance Theater Group. Juntas revisitan la historia de Judson Church.

Speculations (2011), Mette Ingvartsen

La imaginación, la especulación y la descripción, tres modos de dirigirse con cargas diferentes, se utilizan en esta obra para desarrollar ideas frente a una audiencia. El espectador no participa directamente en la performance, pero nunca deja de desempeñar un papel activo en el encuentro. Las ideas sobre la naturaleza artificial, las construcciones catastróficas y la autonomía de los objetos se procesan a través de la conversación, los gestos y el movimiento. El discurso y las acciones físicas tienen el mismo valor, mientras se utilizan para materializar una performance virtual dentro de la mente del espectador.

Teatro del oprimido, Augusto Boal

Boal creó el Teatro del Oprimido a comienzos de los años 60, en claro vínculo con el particular contexto histórico y político, y con la idea de subvertir las convenciones que regían la representación escénica. Sus técnicas quiebran todo presupuesto, convirtiendo al teatro en un ensayo para la realidad y al escenario en un espacio en el que actor y espectador se desdibujan.


Descargar libro en PDF (Editorial Patria, 1980)

This Variation, Tino Sehgal

En This Variation, los visitantes entran en una sala completamente oscura. Allí, un gran grupo de performers crea un paisaje cambiante y asombrosamente sensual, dirigiendo la atención a través del sonido, el habla y el canto. En el proceso, los sentidos se agudizan y el límite entre espectadores e intérpretes se desvanece.


Escuchar un fragmento de la performance

No Title (2014), Mette Edvardsen

Dice Edvardsen: “Se trata de la brecha entre el mundo y nuestras ideas sobre él, entre el pensamiento y la experiencia, entre el aquí y el allá. Es una escritura que traza y borra, que se mueve y se detiene, que mira las cosas que no están y recupera lo que permanece”.

*El título de esta entrada, “La policía está en la cabeza”, es una frase pronunciada por Augusto Boal.

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NUESTROS MALESTARES TAMBIÉN PUEDEN SER POTENCIA

NUESTROS MALESTARES TAMBIÉN PUEDEN SER POTENCIA

Aunque Mark Fisher escribió abiertamente sobre su depresión, se nos hace difícil explicitar qué papel jugó esta enfermedad en su escritura y en su proyecto crítico y militante. Nos cuesta invocar a Fisher como fantasma porque su pensamiento aún sigue vivo. Su estela se adivina en múltiples proyectos que se rebelan sin tapujos contra nuestro asfixiante presente. En el texto “Bueno para nada” afirma que la depresión colectiva es el proyecto de resubordinación de la clase dirigente, y nos insta a convertir la desafección privatizada en ira politizada. Estado de malestar, el ensayo audiovisual de la artista María Ruido, nos convoca también en esa dirección. Nuestros malestares también pueden ser potencia. Hoy, encerradxs en nuestras casas, no dejamos de recibir instrucciones para lidiar con nuestra claustrofóbica ansiedad. El coaching psicológico se ha revelado como una de las técnicas de control social fundamental para la gobernanza en tiempos de cuarentena y pandemia. La incertidumbre ante el costo social que implicará la vuelta a la normalidad del realismo capitalista no debe ser (al menos solo) gestionada con mindfulness o clases virtuales de yoga. La energía política que subyace a nuestras sintomatologías debe remar contra la docilidad y el disciplinamiento que nuestros cuerpos están experimentando en este contexto de laboratorio social en el que estamos arrinconadxs.

Te invitamos a leer las reflexiones de Mark Fisher en “La privatización del estrés” y a ver el documental de la cineasta española María Ruido, presentado por ella misma.


Descargá “La privatización del estrés”, de Mark Fisher

Capítulo incluido en Realismo capitalista. ¿No hay alternativa? (Caja Negra, 2016)

ESTADO DE MALESTAR. POR MARÍA RUIDO 

La privatización del estrés es un sistema de captura perfecto, elegante en la brutalidad de su eficacia.
El capital enferma al trabajador, y luego las compañías farmacéuticas internacionales le venden drogas para que se sienta mejor. Las causas sociales y políticas del estrés quedan de lado mientras que, inversamente, el descontento se individualiza y se interioriza.

Mark Fisher, Realismo capitalista

En los años 60, un grupo de artistas encabezados por G. Richter y S. Polke acuñaron el término realismo capitalista como contraposición al denominado realismo socialista, y es este mismo término el que retoma el escritor y crítico cultural británico Mark Fisher para articular una de las más certeras y dolorosas crónicas de nuestro sistema de vida y trabajo y sus consecuencias.

Partiendo del libro de Fisher, Realismo capitalista (2016), y de su análisis de la presión y burocratización del semiocapitalismo digital, de ese espejo crítico que pone frente al “No hay alternativa” que pronosticó la recién llegada Margaret Thatcher en 1979, este proyecto propone un análisis del malestar y las enfermedades propias del capitalismo informacional, de esta tristeza general privatizada y desarticulada, paliada con el consumismo (ya lo advertía Pier Paolo Pasolini…) y la farmacología, y confrontada con el “voluntarismo mágico”, epítome de la falsa autonomía liberal del “si quieres, puedes”.

Frente a la fábrica y sus instituciones paralelas de disciplinamiento y concentración, las sociedades digitales -con formas de producción y sujeción dispersas y deslocalizadas- ya no tienen un afuera del trabajo. En el mundo actual, el capitalismo neoliberal se impone sin que exista prácticamente ningún lugar que escape a su sombra. Si en 2011 salimos a las plazas de España para compartir nuestro malestar, en los últimos años las condiciones del trabajo han empeorado, y nuestras vidas parecen haber retomado el rumbo del hogar, convirtiendo la precariedad no en un hecho económico si no en una condición vital: una vida en la que es imposible planificar a medio plazo, una vida en la que estamos obligadxs a convivir con lo imprevisto, y en la que las nuevas políticas de clase y de relación no parecen acabar de nacer ante las viejas estructuras que están ya muertas hace tiempo.

Si en el capitalismo fordista, como nos recordaban Gilles Deleuze y Félix Guattari, la enfermedad social era la esquizofrenia, en el postcapitalismo robotizado e hiperburocratizado (donde el horizonte que se vislumbra es el del postempleo) la competitividad constante y la vigilancia sin fin nos convierten en depresivxs, en anoréxicxs, en bulímicxs. Como explica Franco “Bifo” Berardi en un texto de 2006 sintomáticamente titulado La epidemia depresiva, frente a las enfermedades confrontativas como las neurosis o las psicosis, las enfermedades de nuestro tiempo son enfermedades de la “acomodación”, de la sobrerrespuesta, de la disponibilidad absoluta: la anoréxica o la bulímica temen no responder al cuerpo que se demanda de ellas, el vigoréxico nunca es suficientemente musculoso y fuerte, y el depresivo o la depresiva ha descubierto sus flaquezas, no se sienten a la altura de lo que esperan de él/ella.

Nuestros cuerpos anómalos han experimentado el horror del sistema, su violencia estructural –pura necropolítica–, sus trampas implacables, y responden con la fatiga, la inmovilidad, la enfermedad, el dolor crónico, los síndromes de sensibilización central. Responden con lo que son los síntomas de un malestar que va mucho más allá de lo biológico, que apunta al hueso de lo social, de lo colectivo.

El realismo fue, ya desde sus diferentes etapas, una forma de codificar la realidad, una forma de hegemonizar lo que se entendía por “real”. El realismo burgués del siglo XIX construyó un imaginario a la medida de esa clase social y del primer capitalismo, y las vanguardias respondieron con nuevas formas y encuadres que evidenciaban el marco político en el que se escondía el realismo burgués.

Parece más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, pero ¿lo es? El realismo capitalista lo absorbe todo, incluso nuestra capacidad para imaginarnos fuera de él. Lo capitaliza todo y convierte este sistema en el único posible. No hay alternativa. No hay salida. “Las cosas son como son”, nos dicen… sustrayéndonos a algo que no deberíamos olvidar nunca: la realidad es un estilo, la realidad no “es”: la realidad “se construye”.

Todo sistema ha tenido un principio y un fin, pero este parece eterno y nos está venciendo por la tristeza, el consumismo y la desarticulación, y cuanto más deprimidxs, más endeudadxs y más solxs estamos, más frágiles somos. Más enfermxs. Parece la tormenta perfecta, ante la que, si queremos sobrevivir, debemos encontrar nuestras formas de engranaje político, una nueva crítica al realismo capitalista, una nueva hegemonía radical, que nos haga tomar conciencia de que sí es posible un afuera, de que sí hay alternativa. Tiene que haberla, porque este sistema es una máquina de guerra, de enfermedad y muerte.

De esta forma, a partir de algunos textos de Mark Fisher, Franco “Bifo” Berardi y Santiago López Petit, así como de algunas conversaciones con filósofxs, psiquiatras, enfermerxs, sociólogxs y, sobre todo, con amigxs y personas afectadas y usuarixs del sistema de salud mental y sus aledaños –especialmente con el colectivo de activistas InsPiradas de Madrid–, Estado de Malestar se propone como un ensayo visual sobre la sintomatología social y el sufrimiento psíquico en tiempos del realismo capitalista, sobre el dolor que nos provoca el sistema de vida en el que estamos inmersos, y sobre qué lugares y acciones de resistencia y/o cambio podemos construir para combatirlo.


Mirá Estado de Malestar, de María Ruido

MARÍA RUIDO

(España, 1967). Es artista visual, realizadora de vídeo, investigadora y productora cultural. Desde 1997 desarrolla proyectos interdisciplinares sobre los imaginarios del trabajo en el capitalismo postfordista, la construcción de la memoria y sus relaciones con las formas narrativas de la historia. Actualmente es profesora en el Departamento de Imagen de la Universidad de Barcelona, y está implicada en diversos estudios sobre las políticas de la representación y sus relaciones contextuales.

MARK FISHER

(Reino Unido, 1968-2017). Fue un escritor y teórico especializado en cultura musical. Colaborador regular de las publicaciones The Wire, Sight & Sound, Frieze y New Statesman. Ejerció como profesor de filosofía en el City Literary Institute de Londres y profesor visitante en el Centro de Estudios Culturales de Goldsmith, Universidad de Londres. Entre sus libros se cuentan Realismo capitalista (Caja Negra, 2016), Los fantasmas de mi vida (Caja Negra, 2018), Lo raro y lo espeluznante y K-Punk (Volumen I: Caja Negra, 2019). Su blog k-punk es uno de los blogs más populares sobre teoría cultural.

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Como quien busca restos de purpurina en un cuerpo que atravesó la fiesta

 

Como quien busca restos de purpurina en un cuerpo que atravesó la fiesta

Por Marta Echaves

Nuestro último lanzamiento, Utopía Queer. El entonces y allí de la futuridad antinormativa, como todxs nosotrxs, ha sido puesto en cuarentena. La esperanza crítica y la utopía, ideas que vertebran este texto de José Esteban Muñoz, son herramientas estimulantes para navegar este extraño presente en el que estamos inmersxs. Por ese motivo, invitamos a leer uno de sus capítulos, “Gestos, rastros efímeros y sentimiento queer, en diálogo con el documental Shakedown, de Leilah Weinraub, liberado a través de la plataforma Pornhub por su directora durante este mes de marzo.

El documental retrata la escena underground de un club de striptease lésbico de la ciudad de Los Ángeles. Durante su juventud, tanto Weinraub como Muñoz encontraron en los clubs queer de esta ciudad espacios seguros y familias escogidas que movilizaban otro modo de existir en el mundo y en el tiempo. La pista de baile es un escenario esencial para la performatividad queer, los gestos que ahí se despliegan son iluminaciones anticipatorias, núcleos de posibilidades políticas que nos permiten exceder el presente heterosexual sofocante.

Creemos que la película y el texto, en tanto hermenéuticas del residuo, resuenan y se retroalimentan en la búsqueda de rastros efímeros que quedan suspendidos en el aire como un rumor, y en su invitación a preguntarnos cómo se pone en escena, y se representa, la utopía.

“La producción cultural queer es tanto un reconocimiento de la falta inherente a cualquier versión heteronormativa del mundo como la construcción de un mundo frente a esa falta.”


José Esteban Muñoz en Utopía Queer


Leé el capítulo 4 de Utopía Queer

Gestos, rastros efímeros y sentimiento queer. Un acercamiento a Kevin Aviace

Hacé click en la imagen para ver Shakedown


https://fourthree.boilerroom.tv/film/shakedown

Sobre Leilah Weinraub 

Nació en Los Ángeles en 1979. Es artista conceptual y directora de cine. En 2002, con 23 años, decidió registrar lo que pasaba todas las noches en un club lésbico underground ubicado en el barrio de Mid – City. Durante 6 años acumuló más de 400 horas de filmación. Ese material se convirtió en Shakedown, un documental estrenado en 2018 en Berlinale y proyectado en museos y festivales de todo el mundo. En marzo de 2020 la película fue liberada en Pornhub como la primera producción no pornográfica del sitio web.

Sobre José Esteban Muñoz (1967-2013)

Fue un académico, ensayista y pensador que transformó el campo de los estudios queer y de la performance. Nació en La Habana y al poco tiempo emigró a los Estados Unidos con su familia. Estudió literatura comparada y fue profesor y director del Departamento de Estudios de Performance en la Universidad de Nueva York. La obra de Muñoz, escrita en inglés y hasta este momento apenas traducida, se caracterizó por su investigación de las intersecciones de la cultura, la política y la diversidad sexual, con particular énfasis en la obra de artistas contemporáneos contraculturales en los Estados Unidos. Su primer libro, Disidentifications: Queers of Color and the Performance of Politics (1999) es un texto fundacional de la crítica queer de color y representa una de las grandes contribuciones a la investigación de minorías en el campo de Estudios de Performance.

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