LA EXTINCIÓN DE LA MENTE CRÍTICA

LA EXTINCIÓN DE LA MENTE CRÍTICA

Fotos:  Julieta Colomer 

Por Franco “Bifo” Berardi 

 No niego que el volumen de información falsa esté aumentando dentro del discurso político, ni que ello resulte perjudicial para la democracia y sirva a los malos. Pero la información falsa en el discurso público no es nada nuevo. 

Periodistas y políticos manifiestan su indignación porque hackers rusos están influenciando elecciones en los países democráticos occidentales. Esto es malo, pero cuesta ver en ello algo novedoso, ya que durante los últimos setenta años el sistema de medios y los servicios secretos estadounidenses han influenciado elecciones sistemáticamente en numerosos países, no solo en Occidente, sino en casi todas partes del mundo.

El dinero estadounidense influenció las elecciones generales de Italia del año 1948, y los servicios secretos estuvieron involucrados en el derrocamiento de Mohammad Mosaddegh en Irán en 1953, por nombrar tan solo dos ejemplos. Los medios de comunicación estadounidenses, por su parte, jugaron un claro papel incitando a la gente a rebelarse (por supuesto, con buenas razones) durante las manifestaciones antisoviéticas de 1989 y en la insurrección ucraniana de 2014.

Así que no hay nada nuevo en las fake news

Lo que es nuevo son la velocidad y la intensidad de la infoestimulación, y por consiguiente la enorme cantidad de atención que es absorbida por la información (falsa o no). 

La saturación de la atención social pone en peligro nuestras habilidades críticas.

Las habilidades críticas no son algo naturalmente dado, sino un producto de la evolución intelectual a lo largo de la historia. La facultad cognitiva que llamamos “crítica” es la capacidad del individuo para distinguir entre proposiciones verdaderas y falsas, así como entre actos buenos y malos, y solo se desarrolla bajo condiciones especiales. De hecho, para ser capaz de distinguir críticamente, nuestra mente necesita procesar información, sopesar y luego decidir. La capacidad crítica implica una relación rítmica entre estímulo informativo y tiempo de elaboración.

Por encima de determinado nivel de intensidad, la información ya no es recibida e interpretada como un conjunto complejo de proposiciones. Pasa a ser percibida como un flujo de estimulación nerviosa, un asalto emocional al cerebro.

La facultad crítica que fue crucial para la formación de la opinión pública en la era burguesa moderna fue el efecto de una relación especial entre la mente individual y la infoesfera, en particular la esfera constituida por medios impresos, libros y discusión pública.

La mente alfabética estaba engranada para elaborar un lento flujo de palabras dispuestas sobre la página de manera secuencial, lo que hacía que el discurso público funcionara como espacio de evaluación consciente y discriminación crítica, y que la elección política estuviera basada en la evaluación crítica y el discernimiento ideológico.

La aceleración de los infoflujos llevó a la saturación de la atención, por lo que nuestra capacidad para discriminar entre lo que es verdadero y lo que es falso se ve confundida y perturbada; la tormenta de infoestimulación nubla la vista, y las personas terminan por envolverse en redes de autoconfirmación.

La segunda venida, el nuevo libro de Franco Bifo Berardi, es nuestro lanzamiento de abril. 

Hace veinticinco años, nuestra imaginación de la Internet naciente se basó en la idea de que esta nueva  dimensión estaba destinada a tirar abajo todas las fronteras y hacer posible un proceso de confrontación abierta y libre.

Pero tuvimos razón solo en parte: Internet se convirtió en un espacio donde reverberan incontables cámaras de eco, repitiendo siempre un idéntico mensaje: competencia, identidad, agresividad.

Hasta donde alcanzo a entender, el principal problema del paisaje de medios contemporáneo no es la propagación de fake news, sino la descomposición de la mente crítica, cuyos efectos incluyen la credulidad entre las muchedumbres y la agresividad autoconfirmatoria de la multitud.

En la entrevista con el Washington Post mencionada más arriba, Paul Horner ofrece la siguiente explicación del éxito de Trump: “Honestamente, la gente es decididamente más estúpida. Hace circular cualquier cosa. Nadie se toma ya el trabajo de verificar nada. O sea, así es como fue elegido Trump”. 

La regresión cultural de nuestro tiempo no tiene su raíz en el mayor número de mentiras que circulan en la infoesfera. Antes bien, es un efecto de la inhabilidad de la mente social para elaborar distinciones críticas, de la incapacidad de las personas para priorizar su propia experiencia social y crear un camino común para una subjetivación autónoma. Por eso la gente vota por manipuladores de los medios de comunicación que a su vez explotan su credibilidad.

En la Unión Europea se está debatiendo introducir regulaciones contra las fake news. Pero ¿quién va a decidir dónde está el límite entre lo falso y lo verdadero? ¿Debemos luchar por el restablecimiento de la verdad para restaurar la democracia?

“Así que no hay nada nuevo en las fake news. Lo que es nuevo son la velocidad y la intensidad de la infoestimulación, y por consiguiente la enorme cantidad de atención que es absorbida por la información (falsa o no). La saturación de la atención social pone en peligro nuestras habilidades críticas.”

La lucha por desenmascarar las mentiras de los medios oficiales ha sido siempre un punto esencial en la agenda de los movimientos sociales, pero no creo que la tarea principal de un movimiento social sea la lucha por la verdad.

A pesar de las complicaciones del discurso público y de las incontables mentiras que circulan en boca de los políticos, no es tan difícil saber la verdad, y la mayoría de las personas son conscientes de lo que es verdad: sabemos por experiencia que el capitalismo explota nuestro trabajo y que la dinámica financiera está empobreciendo la sociedad. Después de dos décadas de engatusamiento neoliberal, cada vez más personas han llegado a darse cuenta de que el capitalismo es una trampa. Lo que no sabemos es cómo salir de la trampa. No sabemos cómo reactivar la autonomía del cuerpo social. No necesitamos alguien que denuncie la realidad de la explotación: necesitamos alguien que nos diga cómo librarnos de la explotación.

Por eso tengo sentimientos encontrados acerca de la extraordinaria aventura de WikiLeaks. Cuando WikiLeaks reveló que el Ejército estadounidense había matado a civiles desarmados en Afganistán y otros lugares, le hizo un favor al mundo del periodismo, pero no agregó mucho a lo que ya sabíamos. Es sabido prácticamente por todos que un ejército hipermoderno mata inocentes en forma rutinaria. Solo el 9% de las víctimas de la Primera Guerra Mundial fueron civiles. En las guerras que se libraron desde fines del siglo XX, más del 90% de las víctimas han sido civiles. Por sí solo, estar al tanto de la depredación y la vio- lencia no ayuda a las personas a organizarse y a liberarse de las garras del poder. Y puede ser desalentador.

No es la verdad, sino la imaginación de líneas de escape lo que ayuda a las personas a vivir una vida autónoma y a rebelarse con éxito.

Pienso que Julian Assange hizo un gran trabajo al fortalecer el poder de la información independiente, pero su contribución al movimiento emancipatorio no consiste en haber revelado una verdad. Más interesante me resulta un costado diferente, acaso menos visible: WikiLeaks ha sido una importante experiencia de solidaridad entre periodistas, informáticos y personal militar que se rebelaron contra la hipocresía y la inhumanidad de la guerra. Ese es el mérito invalorable de WikiLeaks y otros actores hacktivistas. Pero la obsesión con la verdad que es propia de la cultura puritana ha producido efectos ambiguos, a tal punto de que algunas revelaciones han jugado en beneficio de Trump y de Putin.

La filosofía de WikiLeaks se basa en la descripción del poder en términos de secreto: los secretos son vistos como la fuente de autoridad y de mando.

Si uno devela el secreto, la verdad puede ser establecida. 

Pero la verdad es inefectiva en sí misma, porque el juego de la enunciación es infinito. Una vez que descubres el contenido secreto, te enfrentas al enigma de la interpretación. La interpretación es la que decide en última instancia y hace posible la acción, y es un juego infinito que solo puede ser decidido por un acto de voluntad o por un acto de inclinación estética.

Más que secretos, los signos del poder son enigmáticos. 

La fuente del poder es un enigma: nunca dejamos de buscar una autentificación, y no la encontramos porque el poder carece de autenticidad.

El secreto es un contenido oculto a la mirada del público. Necesitas la llave que abra la caja fuerte y sabrás la verdad oculta.

La aceleración de los infoflujos llevó a la saturación de la atención, por lo que nuestra capacidad para discriminar entre lo que es verdadero y lo que es falso se ve confundida y perturbada; la tormenta de infoestimulación nubla la vista, y las personas terminan por envolverse en redes de autoconfirmación.

Sin embargo, el proceso de subjetivación social no se basa en develar el secreto; se basa en el proceso de interpretación y de imaginación.

El enigma es un enunciado abierto que puede ser interpretado de infinitas maneras, y los enunciados del poder se asemejan más a enigmas que a secretos. Constantemente tienes que estar interpretando los signos del poder establecido para descubrir líneas de escape y de subjetivación.

El conflicto entre WikiLeaks y el establishment occidental se desarrolla dentro de la esfera del puritanismo anglosajón. Como captó con perspicacia Jonathan Franzen en Pureza, la cultura digital es el punto de llegada de la binarización epistemológica y de la purificación del lenguaje y el comportamiento social. 

Lo que tenemos aquí es un conflicto entre dos formas diferentes de la cultura puritana: el culto de la centroizquierda de la corrección política versus el culto de WikiLeaks de una verdad ética que la corrección política enmascara a menudo con hipocresía. 

Pero al final de la contienda, el ganador fue el barroco de Trump: el emperador de lo fake que surgió de las ruinas de la solidaridad social y el entendimiento crítico. 

El caos le gana al orden, y el ruido artificial les gana a las voces humanas.

Escritor, filósofo y activista nacido en Bolonia, en 1949. Es una importante figura del movimiento autonomista italiano. Graduado en Estética por la Universidad de Bolonia, participó de los acontecimientos de mayo del 68 desde esa ciudad. Fue fundador de la histórica revista A/traverso, fanzine del movimiento creativo en el que participó entre 1975 y 1981, y promotor de la mítica Radio Alice, primera radio pirata italiana. Vivió en París, donde conoció a Félix Guattari, y en Nueva York. En 2002 fundó TV Orfeo, la primera televisión comunitaria italiana. Actualmente es profesor de Historia social de los medios en la Academia de Brera en Milán. Como autor escribió numerosos ensayos y ponencias sobre las transformaciones del trabajo y los procesos de comunicación en el capitalismo postindustial. Sus textos fueron publicados en distintos idiomas. Algunos de sus títulos son: Mutazione e Cyberpunk, CibernautiLa fábrica de la infelicidadGeneración post-alfaFélix, y La sublevación.  

TÍTULOS RELACIONADOS

  • LA SEGUNDA VENIDA

    LA SEGUNDA VENIDA

    $23,000
    COMPRAR (ARG)
  • NEO-OPERAÍSMO

    NEO-OPERAÍSMO

    $34,000
    COMPRAR (ARG)
  • FENOMENOLOGÍA DEL FIN

    FENOMENOLOGÍA DEL FIN

    $35,000
    COMPRAR (ARG)

FILOSOFÍA MILITANTE: ACTUALIDAD DEL OPERAÍSMO EN AMÉRICA LATINA

FILOSOFÍA MILITANTE: ACTUALIDAD DEL OPERAÍSMO EN AMÉRICA LATINA

Por Emiliano Exposto 

I. 

La editorial Caja Negra publicó a mediados del 2020 el libro Neo-operaísmo, compilado por Mauro Reis. El texto reúne intervenciones de varixs autorxs, como Toni Negri y Silvia Federici, Franco “Bifo” Berardi y Verónica Gago, Maurizio Lazzarato y Andrea Fumagalli. La tradición del operaísmo es una caja de herramientas para repensar nuestras estrategias emancipatorias y practicar nuevos futuros.

Si nuestro desafío contemporáneo consiste en reimaginar las revoluciones, el “neo-operaísmo” nos ofrece materiales para conjugar las luchas feministas, populares, ecológicas, obreras y disidentes del actual periodo histórico. Y esto con una intuición elemental: las luchas populares tienen una prioridad epistemológica para combatir y comprender las formas de explotación, precariedad, extractivismo y dominio. Porque, como dice Verónica Gago, las revoluciones no han muerto. En cambio, hoy se han transformado los modos de imaginarla, practicarla y organizarla. Los feminismos y ecologismos populares, los sectores radicales del precariado y el sindicalismo combativo, entre otras figuras de protagonismo social, vienen a evidenciar las mutaciones subjetivas involucradas en los procesos de transformación. Estos movimientos populares y militancias revitalizan aquí y ahora la experiencia misma de las revoluciones, replanteando incluso la cuestión de la eficacia política. En este marco, el operaísmo resulta un archivo cardinal en la medida en que cada categoría examinada se relaciona con la naturaleza antagonista de la lucha de clases en el plano de las vidas, trabajos y territorios. Necesitamos retomar la ofensiva por una alternativa política: replantear el problema de la transición postcapitalista.

Estamos ante un artefacto de investigación militante que aporta a la reconstrucción actual de las estrategias emancipatorias en todos los frentes de lucha. Contribuye a la construcción de una contrahegemonía material. En este caso, la lucha ideológica y cultural no se resume a los medios de comunicación, a las campañas de concientización, a la denuncia o a la articulación discursiva de demandas “desde arriba”. La batalla contrahegemónica “desde abajo” se da en los conflictos en torno a las sensibilidades y malestares, en los espacios urbanos y domésticos, en las tecnologías y salud popular. Como sucede con muchos otros libros de la colección “Futuros Próximos”, este podría ser ubicado en la agenda de las lecturas políticas fundamentales para deshacer el consenso dominante, interviniendo en una coyuntura cuyas encrucijadas subjetivas se debaten entre crisis y revueltas, pandemias y fascismos.

II. 

Me interesa destacar un punto en particular del operaísmo: su contribución a la gestación de un método para una filosofía militante. Junto al escritor e investigador popular Mariano Pacheco, venimos llevando adelante un trabajo colectivo para actualizar la tradición de una filosofía militante que asume el punto de vista de las luchas populares. Una investigación cuyos conceptos se crean a partir de procesos de luchas. Militante es aquella filosofía practicada como un método específico de análisis y como un dispositivo concreto de politización. O en otros términos, es una práctica de comprensión y una herramienta organizativa de combate. La comprensión del antagonismo es inseparable de la organización de las resistencias para combatir las formas de poder, explotación del trabajo y precarización de las vidas. Se trata menos de una teoría crítica de la dominación que de una clínica política de las posibilidades de emancipación. Mantiene una escucha de los saberes que las luchas abren aquí y ahora. Es una suerte de etnografía encargada de detectar potencias de inservidumbre, desobediencia y desacato en el presente. Los movimientos populares abren deseos, imaginarios y prácticas de subjetivación que pueden desbordar la impotencia del realismo capitalista, ampliando nuestras autonomías y participación social.

El operaísmo explora los procesos destituyentes, constituyentes e instituyentes que las experiencias de lucha y organización movilizan para sabotear el realismo capitalista. Apunta hacia la construcción de saberes útiles al interior de las luchas. Son estas quienes ponen las premisas sensibles y cognitivas contra el mando del capital. En las luchas surgen saberes y deseos que tiende a superar los límites subjetivos del poder capitalista. Debemos escuchar los posibles emergentes en los movimientos y las resistencias cotidianas. Se trata de una búsqueda colectiva de modos de organización acordes a las nuevas formas de resistencia, contrapoder y sensibilidad. El operaísmo tiene como horizonte una subjetivación antagonista contra el capital y contra nosotros mismos en tanto subjetividad capitalista. Los procesos de subjetivación son comprendidos como prácticas concretas creadas en situaciones y dispositivos reales.

La co-investigación operaísta podría ser ubicada en la tradición de la filosofía de la praxis de Gramsci. A partir de nombres propios como Mezzadra o Virno, se hace de la filosofía un territorio de la lucha de clases en la teoría: un momento crucial de la batalla ideológica y cultural. Este archivo se nutre asimismo de herramientas de la (micro) sociología, los saberes subalternos o la crítica feminista de la economía política. El operaísmo comparte búsquedas con la pedagogía popular o el esquizoanálisis de Guattari-Deleuze. Ha sido fundamental su cruce con el postestructuralismo francés y con las luchas italianas de los sesenta y setenta. Hoy en día inspira investigaciones militantes en diferentes prácticas: salud mental, feminismos, economía popular, sindicalismo, comunicación, arte o urbanismo. ¿Cómo no ceder ante la tentación de ubicar cierto hilo rojo de filosofía militante en la tradición comunista, uno que hilvane a Luckács con Rosa Luxemburgo, pasando por Marx, Lenin o José Carlos Mariátegui?

El operaísmo es una investigación enfocada en la potencia política de las posibilidades creadas por las luchas populares. Estas potencias atravesadas por la fragilidad impugnan la impotencia progresista y la prepotencia de los neoliberales. Una filosofía militante, por esta razón, es aquella que habla la gramática de los “nuevos movimientos sociales”. El interrogante por la formación de nuevas subjetividades revolucionarias se prolonga en la cuestión de la eficacia de la praxis emancipatoria, sobre el fondo del cambio personal y colectivo. La investigación popular es parte de la formación, constitución y transformación del sujeto antagonista. No diferencia entre objeto y sujeto. Se realiza junto a colectivos autónomos en situaciones de lucha. Habita la incerteza, el no saber, la incertidumbre.

Hablamos de un materialismo activista surgido del contacto real con experiencias proletarias y disidentes, feministas y populares. Es en la resistencia de la vida precaria contra el extractivismo donde anidan las potencias emancipatorias para renovar los saberes, cuidados y contrapoderes. Porque en los procesos de emancipación emergen nuevos modos de vida y nuevas disposiciones de lucha. La investigación antagonista es un problema de la praxis situada, en la cual podemos hacer de nuestra experiencia una fuente de conocimiento para el combate. En la actualidad podríamos decir que las rebeliones antineoliberales desarrollan una politización de las subjetividades en esta dirección. Estas luchas expresan menos una “toma de conciencia” que la eclosión de una nueva sensibilidad. Contra la creencia según la cual viviríamos una lenta cancelación del futuro, las luchas arman nuevos futuros. Están creando estrategias desde abajo para una novedosa “toma de la inconsciencia de clase” (Fisher)

Todas las imágenes pertenecen al Taller Popular de Serigrafía, un colectivo de artistas que existióentre 2002 y 2007. Estuvo integrado por Diego Posadas, Mariela Scafati, Magdalena Jitrik, Omar Lang, Karina Granieri, Carolina Katz, Verónica Di Toro, Leo Rocco, Pablo Rosales, Christian Wloch, Julia Masvernat, Juana Neumann, Guillermo Ueno, Catalina León, Horacio Abram Luján, Daniel Sanjurjo y Hernán Dupraz.

III. 

Deseo resaltar brevemente tres conceptos operaístas: tendencia, crisis y composición de las clases trabajadores. Todas estas nociones están relacionadas con un problema de método: insistir en la centralidad del antagonismo, haciendo particular énfasis en las mutaciones en los poderes y resistencias, afirmando la autovalorización popular (autonomía) contra la valorización del capital (automatismos). Un operaísta es hábil para cargar de conflictividad a todas las categorías de la crítica práctica anticapitalista.

Por un lado, las tendencias del capitalismo no aparecen aquí como una flecha objetiva de la historia, sino un campo de posibilidades en disputa. Al contrario de cierto marxismo tradicional, las tendencias están cargadas de conflictividad, descubren un antagonismo entre fuerzas sociales en lucha. En las tendencias se debaten dominio y resistencia, servidumbre y desobediencia, explotación y sabotaje. Pues el capital es una relación contradictoria entre subjetividades antagónicas. Es una relación social dual: encierra mando y desobediencia. Los sujetos colectivos se constituyen en un lazo entre estructura y cambio mediado por las luchas. El desarrollo del capital es una reacción al movimiento antagonista de las clases trabajadoras, las cuales son capaces de poner en crisis y subvertir el sistema.

Por otro lado, las crisis no se presentan como resultado de las contradicciones internas del capitalismo, sino como efectos de las luchas de clases. Las crisis responden a la incapacidad del capitalismo de subsumir totalmente nuestras facultades subjetivas a la reproducción del capital. Crisis ante la imposibilidad de subordinar sin resistencias las vidas bajo la valorización. Como señala Diego Sztulwark en un libro que admite ser leído como filosofía militante, La ofensiva sensible, las crisis son una premisa del pensamiento operaista; no un objeto de estudio, un infierno del cual salir o una patología. Las “subjetividades de las crisis” son aquellas que manifiesta una inadecuación del poder. Forman una perspectiva para habitar situaciones de anomalía, donde implosionan las normalidades. En tiempos de crisis ecológicas, económicas, subjetivas, sanitarias y reproductivas, esto resulta útil para elaborar una política de las crisis. El operaísmo asume entonces la premisa de las crisis desde el punto de vista de las luchas populares. Es una fenomenología de las crisis en el campo estratégico de las luchas sociales.

“El operaísmo explora los procesos destituyentes, constituyentes e instituyentes que las experiencias de lucha y organización movilizan para sabotear el realismo capitalista. Apunta hacia la construcción de saberes útiles al interior de las luchas. Son estas quienes ponen las premisas sensibles y cognitivas contra el mando del capital. En las luchas surgen saberes y deseos que tiende a superar los límites subjetivos del poder capitalista. Debemos escuchar los posibles emergentes en los movimientos y las resistencias cotidianas.”

No hay política radical sin protagonismo de las clases trabajadoras. Esta fuerza social se está gestando en la radicalidad de los feminismos populares, el sindicalismo combativo y el precariado organizado. Los activismos de la disidencia sexual, mental o corporal, los ecologismos populares y las luchas antirracistas, también podrían ser comprendidos como momentos de una nueva lucha de clases ampliada. Estas luchas constituyen los vectores de radicalidad, pluralidad y masividad. Emergen como un nuevo protagonismo. Hablamos de unas luchas de clases interseccional, surcadas por conflictos sexuales, raciales, ambientales y clasistas. Estos configuran una política de las crisis: una politización de la precariedad y la explotación, partiendo de una condición compartida de dolor, desigualdad y desacato. Aquí el pensamiento militante busca combinar acumulación de fuerzas y crisis, en momentos de catástrofe, estallidos masivos, colapsos subjetivos, imaginarios apocalípticos y progresismos impotentes. Las luchas actuales revelan unas crisis de las subjetividades que exceden lo ideológico. Son crisis en los dispositivos de colonización de los sujetos. Patentizan los signos de una desobediencia contra el dominio, capaz de producir mapeo de violencias y conflictos, amplificando a su vez nuestros derechos, autonomías, capacidad de deliberación y decisión. El fracaso de la subjetivación neoliberal hace síntoma en las revueltas populares que conmocionan nuestra región, pero también en los nuevos fascismos.

Por último, el concepto de “composición de clase”. Este nos ha enseñado a practicar una filosofía militante desde la perspectiva de las clases populares en lucha; desde la visión de los saberes y contrapoderes subalternos en movimiento. La composición de esta clase racializada y sexualizada cuenta con una triple dimensión. La primera es la organización de la fuerza de trabajo en una clase trabajadora en las relaciones de producción (composición técnica). La segunda son las formas de vida en los campos del consumo, el intercambio y la reproducción social (composición subjetiva). La tercera es la organización de los oprimidos como una fuerza para las luchas de clases (composición política).

La composición técnica alude a la explotación y resistencia del trabajo en los automatismos de la máquina capitalista. La composición política refiere a los métodos de organización y lucha autónoma. Y la composición subjetiva remite a la interiorización de las contradicciones en la clase trabajadora y en los propios sujetos. Se trata de las sensibilidades, sentidos, deseos, imaginarios, signos y afectos. La lucha de clases atraviesa nuestros cuerpos, oscilando entre subjetivaciones normativas y disidentes. Me interesa particularmente este plano: incluye factores como las costumbres, las identidades, las creencias y aspiraciones, los parentescos, la salud, las memorias, los sentimientos, la educación, etc. Una multiplicidad de trabajadorxs sociales, terapeutas, docentes, artistas, programadorxs, sindicalistas, activistas y militantes del campo popular estamos en el centro de una lucha por la composición subjetiva de lxs subalternxs: una batalla por deseos, memorias y sensibilidades. Una disputa por los sentidos y fuerzas culturales que admite la figura de un sindicalismo social de las formas de vidas cotidianas. Donde la lucha se da de inmediato en los terrenos de los modos de vida, de la producción y la reproducción social, articulando las demandas salariales, contra el ajuste y la precariedad, junto a las luchas por la vivienda, la salud colectiva y la salud mental, la educación, los cuidados, los inmuebles, etc.

La composición de clase abre la pregunta por el trabajo, el territorio, el conflicto en el mundo del trabajo y la dinámica actual de la lucha de clase. Esto es lo que está en juego en este concepto como saber útil para los activismos y militancias. Porque, justamente, los feminismos y las economías populares complejizan ahora mismo la noción de trabajo, conflicto social, territorio y clase trabajadora, mapeando nuevas figuras de radicalidad, desacato y protagonismo social. Detectan el carácter diferencial y desigual en la explotación y precarización de las vidas. Captan la heterogeneidad de la composición actual de unas relaciones de clase racializadas y sexualizadas. Rastrean una multiplicidad de formas de trabajo y subjetividades resistentes, como los trabajos domésticos, “informales”, afectivos, psíquicos o cognitivos.

Vidas proletarias son lxs trabajadorxs “formales” y de la economía popular, lxs migrantes y campesinxs, lxs locxs, cientificxs y jóvenes precarizadxs. Estas vidas protagonizan unas luchas sociales múltiples, surcadas por conflictos anticapacitistas y feministas, étnicos y plebeyos. Las disidencias mentales, sexuales o corporales, al igual que los ecologismos populares, son parte de la conflictividad de una “nueva multitud”. Se trata de unas luchas con sus intensidades e historias, donde cada uno de conflictos ocupa un lugar diferencial en la dinámica coyuntural del cambio. Las clases populares se construyen en una tensión entre estructura y agencia política mediada por las luchas y las correlaciones de fuerzas. De aquí surge la necesidad de renovar ciertas imágenes de movilización y cambio, ciertos métodos de organización, para cuidar diversos modos de vida implicados en las politizaciones actuales.

Los conceptos de tendencia, crisis y composición de clase tienen una particularidad: acentúan el punto de vista desde las luchas populares y subrayan la centralidad del antagonismo y la subjetividad. Un antagonismo entre la cooperación proletaria y las reestructuraciones reactivas del capital; entre la automatización de las vidas bajo el capital y las luchas por la autonomización de las subjetividades populares. En oposición a la valorización capitalista, la “autovaloración obrera” amplifica la decisión, la deliberación y la desobediencia autónoma desplazando el poder a las organizaciones sociales, territorios y movimientos. Prescindiendo de todo esencialismo del sujeto, la subjetivación antagonista es resultado de conflictos. Se trata de unos sujetos concretos en situación, y no de un sujeto abstracto de la totalidad.

La producción de subjetividad es el reverso de la política: sin transición subjetiva no hay revoluciones deseables. La política operaísta es opuesta a la política populista: impulsa proceso de poder proletario desde abajo, politizando las economías y relaciones sociales de producción, consumo y reproducción social. Las inadecuaciones con el poder son el principio de una contracoherencia, porque la composición subjetiva de las vidas populares es arena de las luchas de clases. Ante la tristeza descripta por el realismo capitalista, el operaísmo promueve una reapropiación clasista de las máquinas técnicas y subjetivas. ¿De qué manera conjugar las visiones operaista de organización y subjetivación autónoma en los movimientos populares, con las perspectivas programáticas de la lucha por el poder, la formación de cuadros políticos, las estrategias de transición y de ruptura con las clases dominantes.

“No hay política radical sin protagonismo de las clases trabajadoras. Esta fuerza social se está gestando en la radicalidad de los feminismos populares, el sindicalismo combativo y el precariado organizado. Los activismos de la disidencia sexual, mental o corporal, los ecologismos populares y las luchas antirracistas, también podrían ser comprendidos como momentos de una nueva lucha de clases ampliada. Estas luchas constituyen los vectores de radicalidad, pluralidad y masividad. Emergen como un nuevo protagonismo. Hablamos de unas luchas de clases interseccional, surcadas por conflictos sexuales, raciales, ambientales y clasistas. Estos configuran una política de las crisis: una politización de la precariedad y la explotación, partiendo de una condición compartida de dolor, desigualdad y desacato.”

IV. 

El operaísmo pretende refutar el regocijo de ciertas teorías críticas contemporáneas. Nos referimos al pensamiento paralizado con los límites impuestos por la dominación. Un pensamiento que tiende a repetir las obviedades del gobierno neoliberal, reforzando los efectos postderrota del capitalismo en las fuerzas emancipatorias. Para el operaísmo, en cambio, los límites del capital también son subjetivos: los ponen quienes luchan y subvierten las sujeciones creando nuevos posibles. No piensa desde la impotencia. Es una escucha de las potencias de ciertas experiencias. Estas no son posibilidades puras del pensamiento abstracto, sino efectividades reales de las luchas concretas. Los movimientos populares crean lenguajes y fuerzas para exceder los límites inestables del realismo capitalismo.

El operaísmo es una contribución para recrear una cultura política de izquierdas. John William Cooke, referente esencial del peronismo revolucionario, escribió hace más de cincuenta años sus Apuntes para la militancia. El Colectivo Situaciones, mencionado en la introducción del libro aquí comentado, publicó hace unos veinte años un texto fundamental: 19 y 20. Apuntes para el nuevo protagonismo social. Durante los años noventa, tras el levantamiento zapatista, en Argentina se notaba una conspiración profunda entre el lenguaje de las luchas populares y los conceptos operaistas. Una suerte de contagio entre vidas, ideas y luchas. En 2019, en el libro Desde abajo y a la izquierda, el mismo Mariano Pacheco avanza en un concepto de filosofía militante. Lo hace pensando al interior de las posibilidades abiertas por “el ciclo de luchas autónomas”; opera como un fenomenólogo de las resistencias de los noventa hasta los gobiernos progresistas, pasando por las experiencias bolivianas o venezolanas, llegando incluso al ascenso del macrismo. La potencia feminista de Verónica Gago emplea el método de la investigación militante desde los feminismos. El artículo “La izquierda sin sujeto” de León Rozitchner es un clásico de filosofía militante argentina. He allí una crítica de la razón militante tradicional, preocupada por construir una “nueva racionalidad emancipatoria” donde no se escinda lo pensado de lo sentido, las formas de lucha de las imágenes fosilizadas de cambio social, las experiencias de organización de las representaciones intelectuales. Recuperando hipótesis del Che Guevara, Rozitchner aborda problemas de importancia actual: la eficacia política, la transformación de lo subjetivo, los enfrentamientos, la guerra. La revista Pasado y Presente también podría ser leída dentro de esta “tradición subterránea” de la filosofía argentina, cuyas preguntas resulta urgente actualizar en todos los frentes de lucha posibles.

En esos textos, la filosofía militante no debe confundirse con una teoría “para” las militancias o una teoría “de las militancias”, sino como la misma condición política de la filosofía. El criterio de verdad de los enunciados y prácticas se encuentra en lo real de los conflictos sociales. Con “militancia” no hablamos solo de referentes de un discurso o lugares de enunciación. Remitimos a una situación que conjuga la investigación política con la organización de las subjetividades antagonistas. No aludimos a una militancia de la filosofía, ni solo a las filosofías que hacen (e hicieron) las militancias. El operaísmo es un pensamiento hecho bajo el efecto de los fenómenos insurreccionales. Conecta modos de vida, luchas concretas y enunciados, presentando atención a la historicidad. Es una filosofía que piensa por los gestos de insubordinación que hacen vibrar el cuerpo social. Lxs operaístas escriben para incidir en los antagonismos sexuales, raciales y clasistas de unas luchas de clases plurales. Su gesto consiste en restituir el carácter constituyente de lo subjetivo, su signo excedente respecto del poder. Si el operaísmo asume que “conoce verdaderamente quién combate” (Tronti), es porque otorga prioridad cognitiva a las luchas concretas. Primero las luchas populares, luego el desarrollo capitalista, es una afirmación operaísta.

El término “filosofía militante” no designa una práctica intelectual específica organizada en una determinada fuerza social (intelectual orgánico); ni tampoco la condición del propio compromiso político de un grupo cultural, colectivo o autora en cuestión (intelectual comprometido). No apunta a una posición ideológica o a la acumulación de ciertos saberes a partir de las experiencias políticas. Al contrario, señala una disposición sensible del pensamiento: una experiencia de pensamiento implicada en los conflictos reales. Donde se anudan sensibilidad y militancia, historicidad y teoría. El carácter colectivo de estas investigaciones es crucial. A esto responde la inclusión de varias duplas o grupos en la compilación, como los colectivos “General Intellect” o “Commonware”. Asimismo, el sentido situado del pensamiento militante se percibe en diversas reflexiones sobre las mutaciones urbanas, la pandemia del Covid-19, las transformaciones tecnológicas de los últimos años, o las gramáticas de la politización que van desde el 15M hasta Podemos en España según el texto de Antonio Gómez Villar. Lo que está en juego entonces es la función intelectual, un “modelo de intelectualidad popular” al interior de las luchas.

La parcialidad de la perspectiva (el punto de vista proletario, la visión de las luchas populares) no implica prescindir de una comprensión estratégica de la totalidad y los desafíos emancipatorios. Al contrario, el operaísmo busca combinar situación y universalidad, cuestión nacional e internacionalismo. Por eso es un pensamiento del territorio, una investigación de los modos de vida, una filosofía de las fechas: involucra genealogías y mapeos concretos. Estamos ante un intento por realizar una lectura interna de las luchas, conjugando territorios situados y tiempos específicos. Es una fenomenología política, y no una descripción objetiva. El operaísta no es un intérprete exterior, sino un fenomenólogo de la situación. No corresponde a esta filosofía la figura del búho de minerva hegeliano, sino la de quien piensa al calor de las potencias, obstáculos, fragilidades y cuidados de las luchas.

La reimaginación de las revoluciones no vendrá de las hipótesis de laboratorio de los intelectuales. Hay movimientos sociales y revueltas populares que vienen desarrollando un nuevo protagonismo capaz de revivir la experiencia de los horizontes emancipatorios. Las luchas de los feminismos, el precariado, los indigenismos y los ecologismos forman el suelo sensible para repracticar nuestras revoluciones. Crean otras sensibilidades, ideas y experiencias de organización. Incluso redefinen el sentido del anticapitalismo, al discutir las estrategias con otras alianzas con el sindicalismo obrero y combativo. Es urgente otra política, otro cuerpo colectivo. Hoy la resistencia se convierte en un bloqueo de la normalización capitalista. Un sabotaje a la captura de la riqueza social que pone en crisis la dominación, dirimiendo la reapropiación colectiva de nuestros comunes. Estas luchas actualizan la imaginación política con otros conceptos de situación y enfrentamiento, emancipación y radicalidad, internacionalismo y poder popular, prefigurando un nuevo realismo político revolucionario. Las luchas actuales operan como lentes para leer nuestros conflictos. La contraofensiva fascista nos da una lectura a contrapelo de la fuerza de insubordinación de las luchas en curso. Aquí se juega la posibilidad de conquistar un nuevo concepto de eficacia política. A fin de cuentas, la filosofía militante del “neo-operaísmo” nos otorga saberes útiles para recomponer el vínculo entre luchas, deseos, malestares y teorías. 

Emiliano Exposto es investigador militante y docente de filosofía. Actualmente está realizando un doctorado becado por Conicet. Integra la Cátedra Abierta “Félix Guattari” de la Universidad de los trabajadores (IMPA) y la Cátedra “Construcción histórica de la subjetividad moderna” fundada por León Rozitchner en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA). Es autor de los libros El goce del capital. Crítica del valor y psicoanálisis (Marat), Manifiestos para un análisis militante del inconsciente (Red Editorial), y Las máquinas psíquicas: crisis, fascismos y revueltas (La docta ignorancia)

TÍTULOS RELACIONADOS

  • NEO-OPERAÍSMO

    NEO-OPERAÍSMO

    $34,000
    COMPRAR (ARG)
  • LA OFENSIVA SENSIBLE

    LA OFENSIVA SENSIBLE

    $25,000
    COMPRAR (ARG)
  • FENOMENOLOGÍA DEL FIN

    FENOMENOLOGÍA DEL FIN

    $35,000
    COMPRAR (ARG)

VIVIR UNA VIDA FEMINISTA 

 VIVIR UNA VIDA FEMINISTA 

Imágenes de Somos Mafia (@somosmafia), gentileza  del Centro Cultural Kirchner. 

Por Agostina Mileo 

Para empezar, mi manera de vivir una vida feminista no es una conclusión sino un proceso concomitante. Esto lo hace bastante complejo, involucra mi historia y todos los aspectos de mi vida. Pero la verdad es que no estoy en una cena en la que me lo están preguntando por casualidad, así que tal vez sea bueno que me refiera a ello a través del libro de Sara Ahmed que lleva ese título. Específicamente, creo que uno de los términos t-teóricos de Ahmed viene muy al caso para pensar mi vida feminista: la feminista aguafiestas.

Para los que no saben, un término “t-teórico” es el que es intrínseco a la teoría. Por ejemplo, «radioactividad» en Curie. Algo que dice Ahmed, que comparto y es lo primero que voy a decir sobre mi vida feminista es que el quehacer teórico no es un plan, algo creado en mi mente para ser ejecutado. Algunas formas en las que lo dice: “una escritura en la que una experiencia corporizada del poder constituía la base del conocimiento”, “demasiadas veces el trabajo conceptual se entiende como algo distinto de describir una situación: pienso aquí en una situación como algo que viene a demandar una respuesta”, “nos encontramos con el racismo y el sexismo antes de tener las palabras que nos permiten darle un sentido a eso con lo que nos encontramos”. En este caso, ofrecer una reflexión sobre la feminista aguafiestas es ofrecer mi tránsito por ese concepto, mi experiencia del concepto.

Para empezar, en mi interior la “feminista aguafiestas” no se llama así, porque “aguafiestas» es una palabra que no me interpela, a diferencia de la figura a la que refiere. Entonces, yo le digo “la feminista ortiva” o “la feminista conchaseca”. Lo primero que va quedando claro es que hicieron muy bien en elegir a otra traductora.

Me gustaría abordar a la feminista aguafiestas de Ahmed, esa que arruina reuniones diciendo sus cosas feministas, a través de una forma particular de la feminista ortiva, que es la aguafiestas de otras feministas, porque si el sexismo es estructural entonces está en todas nuestras estructuras, aún en las feministas. Me parece pertinente porque, excepto que alguien haya venido a esta presentación para “destruir el feminismo desde adentro” asumo que estamos acá porque compartimos ciertos acuerdos básicos. Entonces, el vivir una vida feminista se vuelve relevante en tanto no solo somos feministas cuando no hay feminismo alrededor sino en nuestros propios espacios.

Antes de empezar con esto quiero aclarar que de ninguna manera creo que haya una estructura de escalafones en la que primero sos aguafiestas de no feministas para después serlo de feministas y que, además, agradezco profundamente a las ortivas que me han puesto los puntos y a las que me los van a poner en el futuro. Creo que llegar a este punto no es una cuestión de «hacer carrera feminista». Es más una cuestión de irse volviendo cada vez más intensa en lo ortiva. Ahmed dice: “al volverte más intensamente una feminista aguafiestas, puede que tengas cada vez más cautela respecto de las consecuencias de llevar la contraria; una consecuencia, al fin y al cabo, puede ser lo que compartimos con otras personas. Una empieza a cuidarse para no desgastarse. Sabemos la energía que involucra: sabemos que algunas batallas no ameritan el gasto de energía, porque siempre nos chocamos con la misma cosa”. Yo creo que en un espacio feminista los costos de esa confrontación valen la pena.

Una de las cosas que señala Ahmed sobre el trabajo de las oficinas de diversidad en las instituciones, es que muchas veces tienen un rol de “lavada de cara”. Así como “la idea de que el documento produce algo es lo que podría permitirle a la institución no reconocer el trabajo que hace falta hacer” o como “la diversidad se ejerce, entonces, cada vez más como una forma de relaciones públicas: el esfuerzo planificado y sostenido para establecer y mantener la buena voluntad y el entendimiento entre una organización y los públicos”, he notado que la aguafiestas muchas veces se entiende como una forma de militancia autosuficiente y no como el producto de una militancia transversal.

En esto, lo que yo observo es una interpretación de “lo personal es político” como una propuesta en la que lo sistémico se modifica a partir de la suma de pequeñas acciones individuales, cuando en realidad en nuestra genealogía feminista lo que ha sucedido es lo inverso. Los grupos de concienciación nos permitieron ver que nuestras experiencias eran expresiones de lo estructural. Y así, lo que generamos es un movimiento político basado en una forma particular de conocimiento, que es el conocimiento situado.

El conocimiento situado señala que la universalidad es una ilusión, a través de mostrar que lo que hemos reconocido como cierto es en realidad el reflejo de una perspectiva: la del varón blanco heterosexual propietario. Y en ese camino, recupera las experiencias como valor en la producción de conocimiento. Sobre ese varón, Ahmed dice: «Cuando hablamos de varones blancos estamos describiendo algo. Estamos describiendo una institución. Una institución implica en general una estructura persistente o un mecanismo de ordenamiento social que gobierna la conducta de un conjunto de individuos al interior de una comunidad. Me refiero no solo a lo que ya se ha instituido o construido, sino también a los mecanismos que aseguran la persistencia de esa estructura”. Por eso no hay que confundir conocimiento situado con conocimiento particular e individual. Justamente, se trata de situar mis experiencias personales para poder caracterizar mi situación en tanto parte de un colectivo oprimido. La feminista aguafiestas señala cómo estas opresiones sistémicas se expresan el el ámbito privado porque ha decidido combatirlas a nivel sistémico.

Para esto es crucial tomar una decisión: si pensamos que el feminismo es una cuestión de género o de señalar la injusticia de la desigualdad. En mi caso, creo lo segundo. Por eso, me parece que el género en el feminismo funciona como un ejemplo paradigmático, mostrándonos que la desigualdad es constitutiva de la forma en que organizamos la sociedad. Yo no creo que un mundo en el que reemplacemos mujeres por varones en espacios de poder vaya a ser un mundo feminista. Y ahí entra la interseccionalidad, algo que Ahmed enfatiza a lo largo de todo el libro. No me parece que si las mujeres ricas tienen las mismas opresiones que los varones ricos y las pobres que los pobres vayamos a vivir en un mundo feminista. Y esto parece obvio de declamar, pero cuando vemos ciertas expresiones del feminismo no es tan obvio.

Las feministas ortivas no solo usamos nuestra voluntad para negarnos a someternos a los preceptos, sino que la reencauzamos hacia el deseo. No nos oponemos solo porque es injusto, nos oponemos porque queremos otras cosas. No somos aguafiestas como elección personal sino como requerimiento político. Ahmed dice: «no es que la niña sea voluntariosa porque desobedece, sino que la niña debe hacerse voluntariosa para desobedecer”. Vivir una vida feminista: cómo transformamos nuestras experiencias personales a través de entenderlas como desigualdades estructurales en el encuentro con otras y cómo usamos ese encuentro para cambiar el mundo en el que vivimos.

“He notado que la aguafiestas muchas veces se entiende como una forma de militancia autosuficiente y no como el producto de una militancia transversal. En esto, lo que yo observo es una interpretación de “lo personal es político” como una propuesta en la que lo sistémico se modifica a partir de la suma de pequeñas acciones individuales, cuando en realidad en nuestra genealogía feminista lo que ha sucedido es lo inverso. Los grupos de concienciación nos permitieron ver que nuestras experiencias eran expresiones de lo estructural.”

Va un ejemplo de esto. Unos días después del femicidio de Úrsula, estaba conversando con un varón querido que me dijo que se había sentido mal porque veía en las redes sociales que las feministas reclamaban que los varones se pronunciaran sobre el tema, dando por asumido que nos les preocupaba o que en el último tiempo no habían cambiado ningún tipo de actitud. Me desvío un poco de la anécdota, porque no es lo que me dijo este varón en particular pero sí es lo que me suele decir la institución varonil ante este tipo de reclamos, para resaltar esto que dice Ahmed sobre cuando se nos pide que esperemos señalando que estamos mejor que antes: “te piden que seas paciente, como si lo que está mal no fuera a continuar, como si alcanzara con la paciencia para que las cosas mejoraran. No estar dispuesta a esperar es no aceptar soportar eso que te dicen que disminuirá con el tiempo. Cualquier revolución en la que a algunas personas se les pide que esperen su turno terminará exactamente en el mismo lugar”. Volviendo al relato, yo entonces me pregunté cuál era la exigencia que se le estaba haciendo a los varones en esos actos de reclamo. Y llegué a la conclusión de que era un post de Instagram, entendido como una acción que iba a actuar estructuralmente por acumulación. Lo que se instanció como sentido común ahí es que, si las expresiones cotidianas son expresiones de la desigualdad sistémica, si cambiamos la cotidianeidad va a cambiar el sistema.

Mi lectura es otra. A Úrsula la mató su novio policía. 1 de cada 5 femicidios son perpetrados por las fuerzas de seguridad. En la provincia más poblada de nuestro país, el plan de gobierno se armó pensando en una política de mano dura que nos brindó episodios como el asesinato de Facundo Castro, la represión en Guernica y un sitiamiento de la Quinta Presidencial a modo de reclamo salarial. Y como feministas, ¿lo que le estamos pidiendo a los varones es que manden un mensaje al grupo de whatsapp que diga “uh bro que cagada los femicidios mejor no hagamos chistes de tetas por un tiempo”? ¿En serio? ¿Creemos realmente que así le estamos aguando la fiesta a alguien? Ahmed dice: “La historia de la represión estatal es la historia de aquello que el Estado reprime. La historia de la represión necesita ser empujada más fuerte para llegar a alguna parte porque tiene que ir contra la historia que cuenta el Estado, una historia que viaja rápidamente y con facilidad porque las líneas de comunicación se mantienen abiertas a ella” y después “La historia no solo describe su muerte; la sentencia a muerte”.

Y así, por ejemplo, es como una conversación que venía muy amena se tensa en un segundo.

Otra forma que tengo  de cagarle la cena a la gente es hablar de menstruación. Uno podría preguntarse ¿señora qué le pasa por qué habla tanto de menstruación? Y bueno, la cuestión es que desde 2017 coordino #MenstruAcción, una campaña basada en 3 reclamos: quita del IVA a los productos de gestión menstrual, provisión gratuita en espacios comunitarios y promoción de la investigación y socialización de datos sobre el tema. En estos 4 años logramos muchas cosas pero me voy a centrar en que se ha sentado un antecedente regulatorio a nivel regional, dado que 6 municipios y una provincia han aprobado leyes de provisión gratuita.

Ya voy a volver a esto, pero voy a empezar por el principio. Y el principio es esto que Ahmed describe como “ un cuerpo que no se siente como en casa en el mundo”. Hay una cita fabulosa en el libro, en la que se decribe ser un varón negro como “estar encerrado en esta objetividad aplastante”. Menstruar es un poco eso. El cuerpo menstrual es un cuerpo abyecto.

Y a mí me pasó siempre otra cosa que dice Ahmed, que es no entender bien algo que para todo el mundo es obvio sin intención de que así fuera y generar escandalización con esa falta de entendimiento. Nunca entendí el tabú de la menstruación en el sentido más experiencial de la cuestión, nunca me situé en el tabú. Y eso hizo que me hiciera varias preguntas. Ahmed dice “las descripciones del mundo de quien no se acomoda en él convierten a las cosas en preguntas”. En este caso, una pregunta muy simple ¿por qué no se puede decir menstruación?

En un testimonio, una profesional de la diversidad dice: “utilizar un término que no es aceptable implica no poder hacer nada. En cierto sentido, una necesita usar una palabra que no haga que la gente se sienta amenazada, si la intención es trabajar con esas personas”. Sin embargo, no hay sinónimos de menstruación. Entonces, lo que tuvimos que hacer con nuestra campaña fue volver aceptable la palabra inaceptable. ¿Cómo lo hicimos? Mostrando que la menstruación no tiene connotación moral. Esta estrategia sin dudas fue efectiva, pero me vuelve a llevar a la cuestión de la “lavada de cara”.

“Las feministas ortivas no solo usamos nuestra voluntad para negarnos a someternos a los preceptos, sino que la reencauzamos hacia el deseo. No nos oponemos solo porque es injusto, nos oponemos porque queremos otras cosas. No somos aguafiestas como elección personal sino como requerimiento político.”

Los proyectos presentados a lo largo y a lo ancho de todo el país cuentan con firmas de todo el arco político. Es difícil entonces no preguntarnos si no hicimos “demasiado aceptable” esa palabra y no llegamos a esto que Ahmed describe como “¿Qué sucede cuando las palabras que utilizamos nos permiten pasar por alto las razones por las que la usamos?”. En ese sentido, es fácil confundir el objetivo de aprobar leyes con el objetivo de mejorar la vida de las personas. En este caso, yo creo que hicimos las dos. Y estoy muy orgullosa y muy contenta. Pero también me pregunto si no le dimos la oportunidad a sectores reaccionarios de decir que están haciendo cosas feministas introduciendo medidas de bajo costo político para poder oponerse con más fuerza a otras modificaciones.

Realmente, lo ortiva no tiene límites. Pero lo feminista tampoco. Entonces, una contrapropuesta. Vivir una vida feminista puede ser instalar un término y luego disputar el sentido. No como diatriba teórica, sino haciendo teoría en las formas de instanciar ese término. En este caso, articulando la territorialidad de las herramientas del Estado. Ahmed lo describe como la necesidad de sostener, de seguir presionando. Igual que, por ejemplo, las compañeras socorristas que tienen que sortear los obstáculos de una ley de IVE aprobada con objeción de conciencia. Porque, de nuevo, las feministas no trabajamos para aprobar leyes, sino para mejorar nuestras vidas. Y esa mejora no es una cuestión objetiva de evolución de indicadores, es una cuestión de respetar nuestros términos, de disputar su apropiación, de definir un mundo en el que nuestros cuerpos se sientan en casa.

Agostina Mileo es comunicadora científica. Actualmente es miembro del colectivo Economía Femini(s)ta, donde coordina la campaña #MenstruAcción y edita la sección de ciencia. También escribe el newsletter de ciencia de Cenital y es tutora en el Programa Nacional de Educación Sexual Integral. En 2018 publicó su primer libro, Que la ciencia te acompañe (a luchar por tus derechos) y en 2019 el ensayo “Instonto maternal”. En redes sociales es conocida como La Barbie Científica. www.labarbiecientifica.com

TÍTULOS RELACIONADOS

  • VIVIR UNA VIDA FEMINISTA

    VIVIR UNA VIDA FEMINISTA

    $38,000
    COMPRAR (ARG)
  • EL OPTIMISMO CRUEL

    EL OPTIMISMO CRUEL

    $38,000
    COMPRAR (ARG)
  • LA PROMESA DE LA FELICIDAD

    LA PROMESA DE LA FELICIDAD

    $36,500
    COMPRAR (ARG)

MEDIOS ZOMBIS: CURVANDO EL CIRCUITO DE LA ARQUEOLOGÍA DE LOS MEDIOS

MEDIOS ZOMBIS: CURVANDO EL CIRCUITO DE LA ARQUEOLOGÍA DE LOS MEDIOS

Para entender adecuadamente la cultura de medios contemporáneos debemos comenzar por las realidades materiales que la anteceden: la historia de la Tierra, las formaciones geológicas y minerales, y la energía. Al reparar en esto nos enfrentamos con las profundas consecuencias sociales y medioambientales que tienen nuestras vidas conectadas en red. No solo se necesitan raros minerales para hacer que nuestras máquinas digitales funcionen, sino que las tecnologías de medios obsoletas vuelven a la tierra como residuo de la cultura digital, y contribuyen a acrecentar las capas de desechos tóxicos sobre las que trabajarán futuros arqueólogos. En esta entrada, un adelanto de Una geología de los medios, del pensador e investigador finlandés Jussi Parikka, escrito en colaboración con Garnet Hertz.  

EL TIEMPO ARQUEOLÓGICO-MEDIAL: LA HORA DE LOS MUERTOS VIVIENTES 

 Queremos reunir ahora todos estos elementos: la obsolescencia programada, la naturaleza material de la información y la basura electrónica. La obsolescencia programada fue introducida como la lógica de los ciclos de la tecnología de consumo, lógica que es parte de una cultura de tecnologías materiales de la información. En sí mismas, estas tecnologías deberían ser entendidas cada vez más a partir de las sustancias químicas, los componentes tóxicos y el residuo que dejan como huella una vez que su función de medio ha sido, por así decir, «consumida». El reconocimiento de que la tecnología de la información nunca es efímera y de que, por lo tanto, nunca puede morir completamente, es de importancia tanto en términos ecológicos como arqueológico-mediales. En cuanto ensamblaje material, la tecnología de la información también tiene una duración que no se restringe a su valor de uso centrado en lo humano: los objetos medial-culturales y la tecnología de la información están íntimamente conectados con el suelo, el aire y la naturaleza entendida como una realidad concreta, temporal. Así como la naturaleza sustenta el desarrollo de la tecnología de la información –el modo en que, por ejemplo, la gutapercha fue una sustancia fundamental para el aislamiento de los cables telegráficos submarinos en el siglo XIX, o la columbita-tantalita es un mineral esencial para una amplia gama de dispositivos de alta tecnología en la actualidad–, los dispositivos de esta tecnología retornan a la naturaleza.

Para resumir, la tecnología de la información supone la imbricación de múltiples ecologías, desde la economía política hasta la ecología natural. Este planteo guattariano (Félix Guattari, Las tres ecologías) de una ecología de los medios se conecta con una postura ecosófica: una conciencia de las ecologías superpuestas que alimentan las interrelaciones entre lo social, lo mental, lo somático, lo inorgánico y lo animal. En este sentido, siguiendo a Sean Cubitt, sostenemos que las arqueologías de la pantalla y los medios de la tecnología de la información deberían enfocarse cada vez más no solo en el pasado, sino también en el interior de la pantalla, a fin de revelar una visión enteramente distinta de la vanguardia  orientada al futuro:

El ámbito digital es una vanguardia en la medida en que está impulsado por la innovación y la destrucción permanentes. La obsolescencia integrada que caracteriza a la cultura digital, el incesante arrojar a la basura el modelo del año anterior, el despilfarrador desecho de baterías, teléfonos celulares, monitores, mouses… y todos los metales pesados, todas las sustancias tóxicas que son enviadas a algún remoto pueblo de reciclaje en China… eso es la vanguardia digital.

Nuestra propuesta de una arqueología alternativa centrada en el remiendo, la recombinación y el collage no partiría entonces de los experimentos de Duchamp y otros de su clase, sino del desmontaje del aparato, la pantalla y el sistema tecnológico.

Los métodos arqueológico-mediales han perfilado las temporalidades complejas, superpuestas, multidimensionales del mundo humano en términos de historias cultural-mediales, pero, en medio de una crisis ecológica como la que vivimos hoy, necesitamos una visión más decididamente no humana. En este contexto, la idea de curvar la arqueología de los medios para hacer de ella una metodología artística puede ser vista como un modo de explotar el potencial ecosófico de prácticas como el circuit bending, el hackeo del hardware y otras formas de reutilizar y reintroducir los medios muertos en un nuevo ciclo de vida para tales objetos. Ensamblados en nuevas construcciones, estos materiales e ideas se convierten en zombis que llevan consigo historias, pero también son recordatorios de las temporalidades no humanas involucradas en los medios técnicos. Los medios técnicos procesan y operan a velocidades y frecuencias subfenomenológicas, pero también explotan las temporalidades de la naturaleza, sus miles, incluso millones de años de historia no lineal y no humana

Las fases de los medios analizadas con relación a la economía política: los nuevos medios y la arqueología medial se superponen con los diagramas del Grupo Gartner en cuanto al ciclo de sobreexpectación y la curva de adopción, representaciones gráficas de la madurez económica, la adopción y la aplicación comercial de tecnologías específicas. Diagrama de Garnet Hertz.

A modo de conclusión, podemos decir que las comunicaciones se han desplazado más allá de la fase de los nuevos medios, atravesando la fase de la mercancía de consumo, y que mucho de eso «nuevo» es ya obsoleto y se encuentra hoy en una «fase de arqueología». La práctica del amateurismo y el bricolaje a modo de hobby caracteriza no solo a la fase temprana de adopción de las tecnologías, sino también a la fase de la obsolescencia. En términos cronológicos, los medios digitales han dejado de ser esa oportunidad especulativa que representaban en los años noventa para pasar a ser adoptados Generalizadamente como una mercancía de consumo en los años dos mil, y en nuestros días se han vuelto objetos arqueológicos. Como consecuencia de ello, estudiar temas como la reutilización, la recombinación y el sampleo se ha vuelto más importante que analizar los potenciales técnicos. Por otra parte, si la temporalidad circula, se modula y se almacena cada vez más en dispositivos técnico-mediales –los diagramas y circuitos concretos que explotan la microtemporalidad que está por debajo del umbral de la percepción humana consciente–, entonces necesitamos desarrollar similares prácticas activistas, artísticas y de circuit bending entendidas como una metodología analítica y creativa. De aquí el giro hacia los archivos en un sentido más general, que incluye también circuitos, conmutadores, chips y otros procesos de alta tecnología. Estas tareas epistemo-arqueológicas no son solo de interés artístico, sino que incorporan también la dimensión ecosófica con el objetivo de entender y reinventar las relaciones entre las distintas ecologías que atraviesan a la subjetividad, a la naturaleza y a la tecnología.

“Los métodos arqueológico-mediales han perfilado las temporalidades complejas, superpuestas, multidimensionales del mundo humano en términos de historias cultural-mediales, pero, en medio de una crisis ecológica como la que vivimos hoy, necesitamos una visión más decididamente no humana. En este contexto, la idea de curvar la arqueología de los medios para hacer de ella una metodología artística puede ser vista como un modo de explotar el potencial ecosófico de prácticas como el circuit bending, el hackeo del hardware y otras formas de reutilizar y reintroducir los medios muertos en un nuevo ciclo de vida para tales objetos.”

 Aunque la noción de la muerte de los medios puede ser útil como estrategia para oponerse a la discusión concentrada solo en lo novedoso de los medios, creemos que los medios nunca mueren: se deterioran, se descomponen, se arreglan, se recombinan y se historizan, se reinterpretan y se coleccionan. O bien subsisten como un residuo en el suelo y como medios muertos vivientes tóxicos, o bien son reapropiados a través de metodologías de manipulación artística.

Una geología de los medios estará disponible a partir de marzo en todas las librerías del país y en www.cajanegraeditora.com.ar 

Jussi Parikka es un escritor, teórico de nuevos medios y profesor finlandés. Actualmente dicta clases en Cultura y estética tecnológica en la Escuela de Arte de Winchester de la Universidad de Southampton. Es también profesor de Teoría de cultura digital en la Universidad de Turku, Finlandia. Ha publicado extensamente en las áreas de arte digital, cultura digital y teoría cultural tanto en finés como inglés en revistas como Ctheory, Theory, Culture & Society, Fibreculture, Media History, Postmodern Culture and Game Studies. Sus escritos han sido traducidos al húngaro, francés, turco, polaco, portugués, indonesio, español e italiano. Ha publicado  en finés Koneoppi. Ihmisen, teknologian ja median kytkennät, (2004) y en inglés, Digital Contagions: A Media Archaeology of Computer Viruses (2007), el premiado Insect Media (2010), What is Media Archaeology? (2012) y A Geology of Media (2015). 

TÍTULOS RELACIONADOS

  • FRAGMENTAR EL FUTURO

    FRAGMENTAR EL FUTURO

    $26,500
    COMPRAR (ARG)
  • LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL O EL DESAFIO DEL SIGLO

    LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL O EL DESAFIO DEL SIGLO

    $34,500
    COMPRAR (ARG)
  • FUTURABILIDAD

    FUTURABILIDAD

    $29,000
    COMPRAR (ARG)

DUEÑO DE MÍ, DUEÑO DE NADA

DUEÑO DE MÍ, DUEÑO DE NADA

Por Hernán Borisonik 

Se suele decir que antes de la Modernidad el “ser” determinaba el “hacer” (ser hijo del zapatero, dedicarse a hacer zapatos), pero que durante el tránsito histórico que desembocó en la Revolución Francesa se invirtieron los términos y, desde entonces, las personas pasaron a ser libres para “hacer” su camino y devenir, pasar a “ser”, objetos de su propia creación. Más allá de las grandes imprecisiones o parcialidades que contienen esas ideas, es cierto sin duda que el humanismo moderno se desarrolló a través de una imagen productiva (una productividad que nutrió e incluso dio forma al plano de la creación estética), y que eso modeló en gran medida a la subjetividad occidental por cerca de dos siglos. Tal vez por eso se fue dando naturalmente un proceso de atomización de la potencia creadora, hasta el surgimiento del tan trillado y mezquino self made man.

De cualquier modo, y aunque sigamos atándonos simbólicamente a muchos de los arquetipos modernos, hoy nos encontramos, de modo irrefutable, frente a un nuevo movimiento de esas (y otras) categorías que hace que el ser y el hacer se vinculen de formas hasta ahora desconocidas, cuestión que pone en jaque (¿mate?) la seguridad de los binarismos del tipo “moderno-premoderno”. En la actualidad, se dan simultáneamente una exacerbación de la autoridad sobre el sí (sobre el yo), que lleva a un rebasamiento de las clasificaciones normalizadas, y a la vez una regulación casi total de los modos y sentidos con los que estos “soberanos de sí” se expresan y agrupan. Lo que se aprecia es una especie de macro-estructura que absorbe y usa la información producida colectivamente generando en cada cual la ilusión de libertad de elección, pero minando en definitiva toda posibilidad de rechazar la reiteración tendencialmente infinita de los mecanismos de micro subjetivación.

Para decirlo más sencillamente: las subjetividades contemporáneas se encuentran fraguadas por nuevas constelaciones de fuerzas, que implican un potente control sobre el tiempo real y generan un enorme apego al instante. Se da, así, un juego de espejos entre la diversificación casi absoluta de las identidades y la forma en la que éstas son interpretadas por los mecanismos de normalización. Es cómodo, casi un regalo, para las (plata)formas digitales automatizadas el hecho de que permanentemente estemos diciendo que somos esto o lo otro y nos lo creamos. Sobre todo, porque lo decimos demasiadas veces e incluso con sentidos muy distintos. El resultado de este tipo de individuación es la contracción de la subjetividad a un presente sin historia ni barreras, con la consecuente creación de una identidad poco abierta a enterarse de la dinámica de los movimientos pulsionales que la configuran. Hace unos años participé de un equipo de investigación sobre el cruce entre subjetividad, trabajo y vocación. La investigación estaba enfocada sobre todo en las personas que buscaban o tenían empleos en los que la mayor motivación era ganar dinero. Nunca me voy a olvidar de los dichos de un empleado de Remax que era “muy libre y feliz” por no tener jefes a la vista ni horarios fijos, pese a declarar también que dormía poco y se sentía muy presionado.

Otro ángulo para mirar el mismo problema es la idea de “artista”. Nuestros tiempos facilitaron enormemente el acceso a tecnologías que permiten que cualquiera que así lo desee pueda fácilmente producir y consumir imágenes. Boris Groys lo mostró de un modo hermosamente claro en su Volverse público: durante los siglos XVIII y XIX los artistas eran una minoría que vivía de su trabajo y formaba el gusto del resto de los miembros de la sociedad. Pero desde comienzos del siglo XX, y cada vez con más fuerza, la dicotomía entre artistas y espectadores comenzó a colapsar debido a la introducción de tecnologías que facilitaron más y más los medios de expresión estética, a la vez que dinamizaron de manera espectacular los medios de expresión de las opiniones personales sobre cualquier tema. Uno de los resultados hoy tangibles de ese proceso es la dificultad (o, mejor dicho, la virtual imposibilidad) para fijar algún límite entre artistas y público, entre obra y autor o entre arte y (auto)diseño.

Una consecuencia adicional del mismo proceso es la desjerarquización de los discursos y los conocimientos, al punto de dar espacio para dudar sin bases de ninguna clase de la teoría de la evolución o de la redondez de la Tierra. Y no me refiero a las dudas honestas que puedan haber surgido desde ámbitos preocupados por el conocimiento del mundo, sino a las teorías conspirativas fundadas en el odio y la ignorancia que tantos años de maltrato, depresión y manía capitalistas han traído. En ese sentido, merecería la pena dedicar un rato a pensar en las fuentes de esas formulaciones y las afinidades políticas de cada caso, pero eso es para otro texto.

Imágenes de la obra One Million Dollars. 2002, de Wilfredo Prieto. Billete de un dólar estadounidense y espejos.

Volviendo al eje central, además de la ilusión del libre acceso a los medios (o la confusión de ese acceso con una real posibilidad de expresarse y comunicarse con otras personas), la digitalización de los medios de registro y expresión trajo una casi inmediata ilusión de inmaterialidad. Los recursos digitales se presentan como irrestrictos e ilimitados. Lo cual, por supuesto, es falso, ya que cada click implica un gasto energético. Y hoy una parte considerable de la producción y la polución mundiales se deben a las necesidades de los dispositivos que requieren recargar sus baterías y a la información que circula de un lado al otro de modo “inmaterial”).

Lo anterior se conjuga en términos bastante concretos si lo miramos desde el lado de la producción. Nos encontramos con una masa inmensa de personas cuyas vidas son tomadas como insumo (lo quieran o no, tengan trabajos remunerados o no, hayan alcanzado cierto nivel de educación o no…) para una economía que logra formalizar y mercantilizar esas existencias, al tiempo que hace uso de los mecanismos antidemocráticos que ha establecido el neoliberalismo para no repartir los beneficios ni ser blanco de grandes ataques. Se ha dicho ya bastante (y muy bien) cómo se dan varios canales de interrelación entre estos actores y el capital financiero. Pero otra de las líneas que merece ser analizada es aquella ya percibida por Herbert Marcuse (y últimamente retomada por Mauruzio Ferraris) de la desublimación.

Freud mostró que los seres humanos podemos mediar las metas pulsionales primarias permutándolas por otras, sin perder la intensidad original de la libido, a través de la sublimación. Ese desvío hacia nuevos fines se da principalmente en actividades artísticas o intelectuales. Según Freud (que en sus palabras refleja toda la tradición filosófico-política que lo precedía), para sostener la vida social es necesario controlar los deseos y por eso la mediación es saludable para la comunidad. Mientras tanto, hoy lo que vivimos es una era de desublimación, de inmediatez, de regreso a un estadio más primario de la vida, pre-verbal y pre-ético (toda ética implica una contracción de las posibilidades de los cuerpos). Desde el eco (un eco simplificador y parcial) de ciertos elementos del pensamiento de Nietzsche, Heidegger o Derrida, se estableció una suerte de anti-humanismo que se ocupó de recuperar la animalidad sustancial del hombre y la búsqueda de expresar un deseo “puro” (o pre-sublimado).

Marcuse vio con asustadora claridad que los avances tecnológicos dentro del entorno capitalista lejos de emanciparnos apoyan los lazos de dominación, a través de la disminución del Eros y la liberación de una sexualidad menos mediada (pero más opresiva). En su análisis, los sujetos de lo inmediato buscan la satisfacción rápida de los impulsos, volviéndose unidimensionales y fácilmente dependientes de cualquier cosa que los alivie. Y como contracara, las capacidades de lucha política decaen hasta el ridículo. Ferraris, por su parte, sostiene que los caminos contemporáneos del deseo no se dieron en los términos emancipatorios de Deleuze y Guattari, sino que, al contrario,  se perdieron en los laberintos de las redes digitales y devinieron mecanismos de tiranización y explotación.

Hoy en día, es cotidiano ver cómo el deseo se canaliza en odios, linchamientos, postverdades y formas de manipulación que tienen beneficiarixs concretxs. Hay una primarización de la experiencia vital que apunta a punzar sobre las emociones y apetitos más básicos para aprovechar las reacciones y reflejos individuales y rápidamente mercantilizarlos. Eso hace que nos entreguemos al goce de la repetición, en lugar de tomar distancia de nosotrxs mismxs. Ese punto se puede ver claramente en la música pop, concentrada cada vez más en reiterar frases pegadizas. Algo de eso fue aludido, por ejemplo, en una performance de 2017 del colectivo Lolo y Lauti en la que cantaban el estribillo de la canción pop-latina del momento, instalada en los labios y mentes de todo el mundo durante algunas semanas (https://loloylauti.com/thaluma). Pero el ritmo de capital nos insta, también, a que a cada rato busquemos un nuevo loop que nos entretenga. Las migajas de la libertad individual parecerían jugarse en esos microsegundos de “decisión” entre un ciclo y el siguiente, que son precisamente los que hoy se gobiernan algorítmicamente. Entonces, nos distraemos con las batallas por la propiedad de nuestro ser y nos evadimos de los problemas que acompañaron y acompañarán nuestra existencia en el universo: las necesidades insatisfechas, el retorno permanente del hambre y el sueño, la pujanza de los deseos sexuales y la dependencia de mecanismos colectivos para sobrevivir. Vivimos corriendo detrás de situaciones que no podemos resolver, a velocidades que nunca podremos alcanzar, y mientras tanto nos desorganizamos como cuerpos y potencias.

“Las subjetividades contemporáneas se encuentran fraguadas por nuevas constelaciones de fuerzas que implican un potente control sobre el tiempo real y generan un enorme apego al instante. Se da un juego de espejos entre la diversificación casi absoluta de las identidades y la forma en la que éstas son interpretadas por los mecanismos de normalización. Es casi cómodo, casi un regalo, para las (plata)formas digitales automatizadas el hecho de que permanentemente estemos diciendo que somos esto o lo otro y nos lo creamos.”

Lo anterior plasma la metodología de un régimen económico en el que la generación, división y extracción de datos producida en todos los aspectos de la vida de todos los seres humanos (y aledaños) y de manera permanente es tendencialmente la mayor fuente de acumulación. Como si las pulsiones y traumas más profundos pudieran ser sanitizados y organizados, mercantillizados y conducidos a actos que se presentan como espontáneos (como la reciente “toma” del Capitolio en Washington); pero que finalmente sólo redundan en frustración, depresión y más violencia.

Hernán Borisonik es doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, profesor adjunto en la Escuela de Humanidades de la Universidad Nacional de San Martín e investigador del Conicet. Dirige y forma parte de diversos proyectos vinculados a la filosofía y la teoría política. Realiza discontinuamente tareas de curaduría, performance y crítica de artes. Editó varios volúmenes académicos y de divulgación y escribió los libros Dinero sagrado. Política, economía y sacralidad en Aristóteles (2013) y Soporte. El uso del dinero como material en las artes visuales (2017).

TÍTULOS RELACIONADOS

  • NEO-OPERAÍSMO

    NEO-OPERAÍSMO

    $34,000
    COMPRAR (ARG)
  • LA OFENSIVA SENSIBLE

    LA OFENSIVA SENSIBLE

    $25,000
    COMPRAR (ARG)
  • FUTURABILIDAD

    FUTURABILIDAD

    $29,000
    COMPRAR (ARG)