¡REPARTIR! CRÓNICA DE LA PSICODEFLACIÓN #7, POR FRANCO “BIFO” BERARDI

¡REPARTIR! CRÓNICA DE LA PSICODEFLACIÓN #7, POR FRANCO “BIFO” BERARDI


¡Bien venga mayo/ y el gonfalón salvaje! / Bien venga primavera,/ que a todos enamora: / doncellas, en hilera/ con vuestros amadores, / que de rosas y flores, / os hace bellas mayo…
Angelo Poliziano, III

 

11 de mayo 

Desde que, tras un año de sufrimiento y de agonía, mi madre se fue en mayo de 2015, la muerte ha sido el tema dominante de mi reflexión.

La cortejaba, en cierto sentido, la desafiaba a que viniera a encontrarme posiblemente de noche, sin hacer ruido. La idea de una larga vejez doliente y obtusa, la idea del colapso repentino que quita la conciencia me aterrorizaba. Y además, francamente, jamás creí que la longevidad fuera una estrategia inteligente desde el punto de vista de la vida feliz, y tampoco me convencieron nunca todos los dimes y diretes acerca de los viejos que envejecen bien, que hacen gimnasia, etc. Digamos que la longevidad no va conmigo; los demás que hagan lo que quieran.

A mediados de 2019 había comenzado a escribir un libro del cual me gustaba sobre todo el título. Devenir nada. 

Buen título, ¿no?

Escribí unas cien páginas, pero muchos asuntos permanecían en estado de bosquejo, y, sobre todo, no estaba apurado. También había llegado a pensar que quizás un libro llamado Devenir nada debería desvanecerse suavemente con su temerario autor, y quedar incompleto al borde de la eternidad.

En los últimos dos años, después del maldito viaje a Houston, después de aquellos tres días en el lugar más horrendo en el que jamás había pensado encontrarme, también las ganas de viajar se estaban apagando un poco. Cada vez que iba a algún lado (seguí haciéndolo hasta febrero) me daba la sensación de someterme a un estrés inútil: hablar en público se había vuelto cansador. La última conferencia pública que di, en Lisboa, el 20 de febrero, la recuerdo como una pesadilla. Hablaba en un centro social dentro de una especie de garaje grande y largo lleno de una multitud ruidosa y colorida. El tema, vagamente yeta, si no recuerdo mal, era el apocalipsis irónico, o quizás la ironía apocalíptica. Poco importa, la cuestión es que estaba jugando con fuego.

Ese día no me sentía bien: me dolía el oído, me latía la cabeza, respiraba con dificultad y, en cierto momento, mientras le hablaba a esa multitud absorta, desde afuera llegó el aullido ensordecedor de una sirena. Tal vez una ambulancia, tal vez un coche de policía, no lo sé. Ese ruido infernal zumbó en la gran sala, me hizo perder el equilibrio, la calma y, sobre todo, el hilo del discurso. La ola de pánico duró unos diez segundos en un silencio inquieto, luego me recuperé normalmente, bromeando sobre mi estado de confusión mental. Dije que me estaba sintonizando con la psicósfera pánica, y que la sirena ululante era parte de la performance, y terminé prometiendo como de costumbre insurrecciones felices. Dos días después, regresaba a Italia y al llegar al aeropuerto de Bolonia me apuntaron con una pistola termómetro a la cabeza y tuve la prueba de que el mundo estaba entrando en una nueva era.

En los siguientes meses todo cambió, es decir, no realmente todo, sino muchísimo. En primer lugar, el viaje a Lisboa fue el último, al menos por ahora, y no puedo descartar que sea el último forever. Veremos.

Desde aquel momento, la curiosidad por el futuro capturó mi vida mental con una fascinación tan fuerte que le propuse a la parca que cortejaba insolentemente que esperara un rato; primero quisiera ver cómo va a terminar. Ya lo sé, sé que no va a terminar en ninguna parte, porque nunca nada termina y siempre todo continúa. Pero por lo menos ver qué giro toma la historia del mundo, si se me permite.

Detesto a los que se avergüenzan o incluso se escandalizan cuando se habla de la muerte, como si fuera algo poco delicado. Hace unos años, un filósofo muy respetado me dijo: oye, ya que hablas tan a menudo de la muerte, ¿por qué no te suicidas? Y agregó que para Spinoza solo la vida es un asunto del cual los filósofos se pueden ocupar. En ese momento me convencí de que el filósofo muy respetado no era más que un presuntuoso. Un filósofo que no se ocupa de la muerte, que me perdone Spinoza, no es un filósofo, sino un chocolatero.

En los Estados Unidos hay oficialmente ochenta mil muertos, lo que quiere decir que son al menos el doble. Esto no preocupa demasiado al presidente, quien hasta hace unos días enviaba mensajes despreocupados y beligerantes; pero en los últimos días suspendió las conferencias de prensa en las que daba consejos médicos y lo vemos con el ceño un poco fruncido. El semestre que lo separa de las elecciones corre el riesgo de no ser fácil para él; ahora, para colmo de males, tres personas que trabajan diariamente en la Casa Blanca dieron positivo en el test de coronavirus: la portavoz de Pence, un mayordomo y un consultor que frecuenta la protegidísima Ala Oeste del edificio presidencial. No podría ser peor para el capomafia: si incluso allí dentro, en el lugar más protegido que hay, tres personas fueron alcanzadas por el virus, es difícil seguir incitando a las personas a que vuelvan al trabajo.

Los desocupados son ahora alrededor de veinticinco millones y se espera que se conviertan en treinta y cinco millones el mes próximo. Y como en ese país los que no tienen dinero no pueden curarse, los pobres, los afroamericanos y los latinos mueren por miles cada día, cada día, cada día.

Una iluminación y una esperanza: ¿qué pasaría si Trump uno de estos días estirara la pata como un perro entre un tweet y otro? Tal vez no le disgustaría irse en este momento. Podría presentarse con San Pedro diciéndole “soy el presidente de los Estados Unidos, dejame pasar”, pero creo que San Pedro le diría “andate a la mierda”. Pero así al menos el charlatán podría evitar el papelón de ser derrotado por un caballo rengo como Joe Biden, mientras afuera protestan cuarenta millones de desempleados.

Cómo luego, pensando en el presidente de los Estados Unidos, me vino a la cabeza la novela Los novios, de Alessandro Manzoni, no lo sé, pero se los dejo a su imaginación. Anoche me acordé de la escena en la que don Rodrigo se despierta por la noche y descubre que tiene en el cuerpo «un repugnante bubón de un violáceo amoratado». Seguramente lo recuerden: «el hombre se vio perdido. Lo invadió el terror de la muerte y, con un sentido quizá más fuerte, el terror de convertirse en presa de los monatos, de ser llevado, arrojado al lazareto».

¿Qué hace entonces, aterrorizado, el jefe de los malvados, el raptor de Lucía? ¿Llama al vicepresidente? Más o menos:

Agarró la campanilla y la sacudió con violencia. Apareció al instante el Griso, que estaba alerta. Se paró a cierta distancia del lecho, miró atentamente al amo y comprobó lo que por la noche había conjeturado.

«Mike», exclama el desgraciado, «es decir, Griso, siempre me has sido fiel…»

«Sí, señor.» 

«Siempre te he hecho bien.»

«Por su bondad.» 

«De ti puedo fiarme…» 

«¡Diablos…!» 

«Estoy mal, Griso.» 

«Me había percatado de ello…» 

«¿Sabes dónde vive Chiodo el cirujano?» (Así en aquel entonces se llamaba Anthony Fauci…)

Don Rodrigo implora al Griso que vaya a buscar al cirujano y vuelva con él, pero previsiblemente el Griso lo traiciona, como ciertamente recuerdan mis veinticinco lectores.

En lugar de ir a lo de Fauci, va a lo de los monatos, les avisa que su amo tiene el coronavirus, los lleva a la casa del pobre don Rodrigo, quien, naturalmente, al verse traicionado, se pone muy, muy mal: «Los monatos lo tomaron, uno por los pies y el otro por los hombros, y fueron a colocarlo sobre una camilla que habían dejado en la habitación de al lado; luego, habiendo levantado el miserable peso, se lo llevaron.»

“Los Monatos”, de Gaetano Previati (ca. 1895–99)

12 de mayo 

A principios de mayo estaba prevista la salida de mi libro que más quiero, aunque solo sea por el hecho de que he trabajado en él durante más de veinte años y nunca termina, tanto es así que se llama E —como erotismo, estética, epidermis, extinción, etcétera.

Se llama E porque comienza citando a Rizoma, donde los dos viejos amigos dicen (¿recuerdan?) que la historia de la filosofía occidental está compuesta de disyunciones o… o… o… y en su lugar ahora debemos hacer una filosofía de conjunciones y… y… y…

Precisamente.

Mayo 13 

No me hago ilusiones de que el colapso pandémico tenga efectos socialmente positivos en lo inmediato. Por el contrario, como escribe Arundhati Roy, «el coronavirus entró en los cuerpos humanos y amplificó patologías existentes, entró en los países y sociedades y amplificó sus enfermedades y patologías estructurales. Amplificó la injusticia, el sectarismo, el racismo, las castas y, sobre todo, la desigualdad». Según Arundhati, el virus detuvo la máquina; ahora se trata de parar el motor, para volver definitivamente inoperante a la economía orientada al lucro. Cueste lo que cueste.

El ciclo de acumulación no se reanudará, porque las articulaciones están desquiciadas: la sanitaria, la psíquica, la productiva, la distributiva… todo se ha ido a la mierda.

En las últimas décadas, la precarización del trabajo ha fragilizado a la sociedad y ha debilitado su resistencia. El Covid-19 fue el golpe final: la sociedad fue disgregada por el encierro obligatorio y el miedo, y hasta el momento no es posible resistir con la acción. Por más paradójico que parezca, es precisamente la pasividad la que vencerá al capitalismo conduciéndolo a la muerte por asfixia. La forma más subversiva de pasividad es la insolvencia, que consiste en hacer saltar todo no haciendo nada, y, más precisamente, limitándose a no pagar por la sencilla razón de que no podemos pagar.

La insolvencia no tiene necesidad de ser propagandizada, predicada, gritada: vendrá por sí sola como consecuencia natural del colapso de la economía. La insolvencia no es una culpa sino una necesidad universal. Y la sociedad tendrá que comenzar a experimentar formas locales y autónomas de producción y distribución destinadas a la supervivencia y al placer.

En agosto del año pasado me llamó por teléfono Marco Bertoni, un músico a quien conocí quizás en los años ochenta, cuando formaba parte del Confusional Quartet, que tenía una posición particular, no marginal sino extrema, en la escena musical boloñesa de aquellos años. El viento punk-no wave había llegado a Bolonia y se había mezclado con las últimas ráfagas de la tempestad insurreccional del ’77. Por lo que la escena musical estaba abarrotada y apasionada: los espectaculares Skiantos, el radical-punk Gaznevada, los experimentales Stupid Set y otros que no recuerdo.

Los Confusional eran más cultos, refinados, más música contemporánea que pop, más jazz frío que punk-rock caliente. Cuarenta años más tarde, en agosto de 2019, Marco me llamó para decirme que tenía ganas de realizar una obra de la que solo tenía en la cabeza el título. Y que la quería hacer conmigo, no sé por qué. El título me fulminó, porque sintetizaba eléctricamente muchas de las líneas que atraviesan este tiempo: la gran migración, la gran expulsión, la violencia abstracta tecno-financiera y la violencia concreta del nazismo reaparecido.

Cuando me dijo el título que tenía en mente, estuvimos enseguida de acuerdo: Wrong Ninna Nanna.

“En las últimas décadas, la precarización del trabajo ha fragilizado a la sociedad y ha debilitado su resistencia. El Covid-19 fue el golpe final: la sociedad fue disgregada por el encierro obligatorio y el miedo, y hasta el momento no es posible resistir con la acción. Por más paradójico que parezca, es precisamente la pasividad la que vencerá al capitalismo conduciéndolo a la muerte por asfixia.”

Me imaginé a una joven madre hondureña que llegó al límite entre Tijuana y San Diego, pero en la frontera hay guardias armados y ahora ya no sabe a dónde ir y qué hacer y está allí, sentada en el suelo acunando a su bebé. Pero también podría ser una joven nigeriana o tunecina en un bote de goma rumbo a la costa siciliana.

Marco y yo hemos tratado de imaginar lo que siente una madre que ha traído al mundo a un ser sensible y vulnerable, sin pensar quizás lo suficiente sobre el mundo en el que el recién llegado debe crecer.

¿Hay alguna razón para reproducirse?

En la película Cafarnaúm, la directora libanesa Nadine Labaki cuenta la historia de un niño sirio de doce años en un campo de refugiados infernal de Beirut, que denuncia judicialmente a sus padres por haberlo traído al mundo. La película de Labaki fue para mí la principal inspiración de los textos que escribí para Wrong Ninna Nanna: son poemas estrujados en la angustia de una época sin más esperanza. Comenzamos a trabajar en septiembre, luego llegó el otoño de la convulsión, las revueltas gigantes y rabiosas de Hong Kong, Santiago, Beirut, París, Barcelona.

Marco empezó a componer con todos los instrumentos musicales provistos por la madre naturaleza: las hojas, el viento, los cuervos, los gorriones, el agua que fluye, y también su piano furiosamente tímbrico y coros de voces angelicales y misteriosas.

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Imagen de Cafarnaúm (2019), de la directora libanesa Nadine Labaki.

Luego le preguntamos a una amiga performer a quien recuerdo haber conocido en Nueva York cuando cantaba en locales punk del Lower East Side y yo hacía de periodista musical, y que Marco siguió en su carrera artística: Lydia Lunch, una de las más grandes performers musicales de nuestro tiempo. Dijo que sí, y grabó algunas pistas en su estudio, nos envió las grabaciones y así comenzó un largo trabajo de edición. Luego le escribí a Bobby Gillespie, el magnífico y muy delgado cantante de los Primal Scream que seguramente todos conocen. ¿Tenés ganas de poner tu voz recitando, cantando, haciendo lo que te parezca con estas palabras y estos sonidos? Dijo que sí..

Luego llegó el coronavirus, la pandemia, el lockdown, y a esa altura la maldición parecía cumplirse perfectamente, y creamos una canción introductoria llamada «Earth and World» [Tierra y Mundo], una melodía para voz abstracta, para voz no humana.

Una compañía discográfica nos propuso hacer una edición de vinilo. Sí, ¿pero cuándo? ¿Cuándo se podrá reanudar la producción de discos, de libros, de películas? 

Antes o después.

Mientras tanto, sin embargo, mientras esperamos que salga el vinilo, queremos dar a conocer online este trabajo que parece ser la banda sonora del apocalipsis. Hablamos con nuestros amigos Cuoghi & Corsello, artistas boloñeses que conozco desde cuando en los años ochenta algunas de sus etiquetas llenaban las paredes de los suburbios de Bolonia, y les propusimos colaborar en la realización en video de Wrong Ninna Nanna.

Nos encontramos justo el día anterior al inicio del lockdown, y en la soledad creativa de estos dos meses C&C realizaron el video de algunas canciones. Los otros los hizo Marco Bertoni con la ayuda de su hijo. Stay tuned.

14 de mayo 

Manifestantes milicianos armados ayudan a reabrir locales comerciales en Texas.

Según el periódico Folha de São Paulo, las milicias bolsonaristas no aceptarán la derrota y se están armando.

Guerra civil global en el horizonte.

Según Lorenzo Marsili, no debemos esperar demasiado del fin del mundo:

«Olvídense de los sueños silvestres de desaceleración. Basta pensar en esta paradoja: la aceleración vertiginosa del mundo y del tiempo que nos rodea se produce a través de una crisis que nos obliga a reducir la velocidad. Parece instaurarse un extraño mecanismo por el que, cuanto más nos detenemos, más la realidad es transformada por nuestro estar en casa. Lejos de desacelerar el mundo, el Covid-19 ha acelerado fuertemente los procesos de transformación personal, política y económica ya en marcha».

«Un deshilachamiento más que un colapso».

«Tampoco el Covid-19 hará saltar al mundo por los aires. Pero seguramente podrá llevar a su mayor deterioro: los negocios artesanales podrán cerrar cada vez más rápidamente en beneficio de la distribución organizada a gran escala; podrá haber un endurecimiento de las medidas de austeridad para expiar la culpa del endeudamiento necesario; podrá fortalecerse la tendencia de los más ricos a prepararse rutas de fuga, acelerando el proceso de separación de las élites de sus comunidades nacionales. El punto es que la crisis ya no es una interrupción de la normalidad. La normalidad es crisis. La crisis ya no es un momento decisivo, un divisor de aguas, un momento heroico. Y, por lo tanto, ya no es un concepto útil. Si tuviéramos que hacer una lista de las cosas que más extrañamos en esta cuarentena –ejercicio útil, aunque solo sea para darnos cuenta de la poca importancia que desempeña cierto consumismo en nuestras vidas–, las relaciones humanas sin duda estarían en los primeros puestos. Nos faltan los amigos. ¿Pero todos ellos? He aquí un ejemplo simple de lo que significa superar la elección binaria entre crecimiento y decrecimiento. Menos amigos y más amistad».

15 de Mayo 

Sentados a la orilla del río, el colectivo de escritores Wu Ming escribe en su blog Giap citando un comentario: «Se trata de una especie de principio de incertidumbre en el sentido heisenberguiano, entre el virus y la emergencia. No se puede mirar y mantener la mirada fija en ambos, ya que se subestima uno o el otro. Subestimados en los ojos del otro. Es decir: para aquellos que ven bien el virus (o creen verlo bien), la emergencia es solo una contingencia que pasará si el virus pasa; para aquellos que ven bien la emergencia (o creen verla bien), el virus, por serio y peligroso que sea, será cada vez menos letal que las consecuencias que las políticas de emergencia están provocando. Cada discusión tiene esta inestabilidad a su interior y sacarla a la luz no puede más que ser un bien».

Como suele sucederme después de leer a Wu Ming, me doy cuenta de que aprendí algo. Ahora me detengo por un momento y medito sobre ello. Esta noche, aquí en la terraza, hay una luz celestial que no quiere terminar y se desvanece lentamente melancólica. Hacemos media hora de yoga y un larguísimo mantra antes de que la luz del sol se vaya por completo.

En Bolonia, siete compañeros y compañeras del círculo anarquista Il Tribolo fueron arrestados con la acusación anómala de asociación con el propósito de terrorismo o de subversión del orden democrático. Se trata de compañeros y compañeras que se han distinguido en la solidaridad y el apoyo a los detenidos, plenamente comprometidxs con el movimiento anticarcelario transversal que ha vuelto a expresarse en los últimos meses en las prisiones de la cárcel de la Dozza y en iniciativas en la ciudad.

Toda la operación contra ellxs tiene características anómalas: desde el seguimiento con drones (porque, con la caza de los runners en vía de extinción, al parecer precisaban utilizarlos de alguna manera) hasta la irrupción en sus casas de carabineros con equipamiento antidisturbios, cascos y escudos. Transferidxs a las secciones de alta seguridad de Piacenza, Alessandria, Ferrara, Vigevano. ¿Por qué?

Único presunto delito específico: el daño a un puente repetidor, cuya atribución obviamente debe demostrarse, pero que tristemente hace recordar a montajes judiciales de otros tiempos en el Valle de Susa.

El comunicado de prensa de la Fiscalía tiene el carácter de documento político: afirma la naturaleza preventiva de la intervención «dirigida a evitar que en eventuales momentos futuros de tensión social, emanables de la particular descrita situación de emergencia, puedan asentarse otros momentos de más general “campaña de lucha antiestado”», en línea con la directiva emitida por la ministra Lamorgese a los prefectos para prevenir la «manifestación de semilleros de expresión extremista».

Se está preparando una ola de represión preventiva, en el clima de miedo y aislamiento favorecido por el lockdown.

16 de mayo 

Guido Viale me cae personalmente antipático desde que en julio de 1970 publicó en el periódico Lotta continua una extensa vituperación de mi primer libro llamado Contra el trabajo. Nunca se lo perdoné, pero admito que en los últimos tiempos escribe siempre cosas inteligentes. Hoy publica en Comune-info un artículo en el que habla sobre la normalidad «potenciada»: «Potenciada para recuperar el tiempo perdido: no el de Proust, sino el del PIB: más producción, más explotación, más precariedad –es decir, falta de perspectivas y de futuro– para todos, más deuda, más desigualdad entre ricos y pobres, más marginación de quienes se quedan atrás, más retrocesos para quienes no deben verse entre nosotros (para poder explotarlos mejor), más indiferencia en relación con las “vidas descartables”. Durante mucho tiempo, para los trabajos de reproducción o de cuidado –cuyo papel esencial en el funcionamiento de la sociedad, pero por mucho tiempo ocultado, fue sacado a la luz por los movimientos feministas– se ha reclamado “igual dignidad” y una remuneración proporcional a la de quienes eran reconocidos en el trabajo llamado “productivo”. En otras palabras, se trataba de empujar con la lucha el trabajo de cuidado dentro de la esfera del trabajo productivo. Hoy, sin embargo, aparece claro que el movimiento a promover es exactamente el opuesto: es necesario luchar para transformar todo el trabajo productivo en trabajo de cuidado de la Tierra, de lo viviente, de la convivencia humana, de la reproducción de la vida. Es el cuidado el que debe atraer, hospedar y transferir dentro de su esfera de sentido y revalorización al trabajo llamado “productivo”, realizando, dentro de esta transformación, ese equilibrio entre géneros y roles que el “desarrollo de las fuerzas productivas” no ha jamás sabido ni podía realizar: una inversión de campo para nada menor. Es desde esta perspectiva que la reivindicación de un ingreso incondicionado puede perder su carácter retributivo –“páguenme a cambio de algo”– para asumir las connotaciones de una reivindicación consustancial a la de una pertenencia común a un único género humano».

17 de mayo 

Después de meditar en las palabras de Wu Ming mencionadas hace poco, ahora toco una tecla sensible, y no quisiera que alguien la malinterprete.

Ciertamente no soy un fanático de la productividad, ni idolatro la libertad como un valor abstracto. Soy anarquista, pero no por esto creo que sea justo joder a los otros en nombre de la propia libertad. De hecho, realmente creo que el mito de la libertad (de algunos) a menudo se ha utilizado para imponer la esclavitud de la mayoría.

Pero cuando en marzo me enteré de la obligación de quedarse en casa, cuando vi los spots de celebridades publicitarias que nos invitaban a imitarlos quedándonos en casa, como si todos tuviéramos la piscina, la terraza y el mayordomo, inmediatamente pensé que había algo incorrecto allí. Pero aún más incorrecta era la invitación opuesta a reanudar a toda costa el trabajo en la línea de montaje. La Confindustria es peor que Fiorello.

Dejémonos de historias: para evitar que el virus se propague, matando a millones de personas, era correcto detener todo. Pero ahora, dos meses después, tenemos que ir a ver los datos relacionados con la letalidad del virus y descubrir que son bastante bajos. Además, es interesante el dato relativo a la edad promedio de los muertos. 80 años en Austria, 80 en Gran Bretaña, 84 en Francia, 81 en Italia, 84 en Suiza y 80 en los Estados Unidos. En la medida que tengo setenta años no pienso que sea correcto dejar que los viejos mueran sin recibir los cuidados necesarios. Pero en fin…

¿Debemos quizás reconocer que la peligrosidad del virus ha sido de alguna manera sobrestimada? En estos casos es mejor sobrestimar que subestimar, no cabe la menor duda. Pero lo que es preciso explicar es por qué se ha desencadenado la más angustiosa tempestad informativa de todos los tiempos.

Repito que soy un encendido partidario del lockdown y detesto a los «libertarios» que quieren hacer trabajar a las personas con total desprecio por el peligro. Sin embargo, sin absolutamente ninguna intención polémica respecto de las medidas de prevención, me pregunto: ¿por qué?

Mi respuesta es compleja pero simple.

En la primavera europea de 2020 asistimos a una crisis de pánico global cuya causa estuvo solo ocasionalmente vinculada a la pandemia, y en un modo más profundo dependía del estrés psíquico de una sociedad obligada a trabajar en condiciones precarias competitivas y miserables, así como del estrés físico de un organismo debilitado por la contaminación del aire y de los lenguajes.

Si no se hubieran impuesto las medidas de confinamiento, el virus habría matado muchas veces más –por lo que viva el lockdown.

Pero lo que es preciso contener y erradicar no es solo el virus que desencadena reacciones en algunos casos extremadamente dolorosas y a veces letales. Lo que es necesario erradicar es también la contaminación sistemática del medio ambiente, el estrés de la competencia económica y la hiperestimulación electrónica. Y esto no lo harán los médicos y no lo hará una vacuna. Tenemos que hacerlo nosotros, con la lucha de clases. Warren Buffett tenía razón cuando decía que la lucha de clases no había terminado en absoluto, que simplemente la habían ganado ellos, los chacales. Esto era ayer, pero ahora es mañana. La lucha de clases sigue, y esta vez los chacales están desorientados, al menos tanto como nosotros.

18 de mayo 

El New York Times publica un artículo de Roger Cohen, un periodista liberal, moderadamente progresista, muy culto. Tal vez mi periodista estadounidense favorito. El título «The masked against the unmasked» (Lo enmascarado contra lo desenmascarado) se anuncia bastante misterioso, pero el texto es clarísimo, desde las primeras líneas.

«… un vecino en Colorado me dijo: los otros (los trumpistas) están armados y no se detendrán ante nada. ¿Qué le diremos a nuestros nietos cuando Ivanka Trump asuma el poder como 46º presidente de los Estados Unidos en 2025 y sean abolidos los plazos de duración de la presidencia? ¿Les diremos que hicimos todo lo que pudimos con nuestras palabras, pero que ellos tenían el fusil?»

Por supuesto, inmediatamente después Cohen agrega que no está de acuerdo con su vecino y que la democracia estadounidense no es como la húngara.

Pero me interesa la sustancia, no las buenas intenciones del ilustrado liberal Cohen. Me interesa saber que en Estados Unidos se está preparando una guerra civil, o bien una psicopática victoria de los supremacistas. Y lo que se está preparando en Estados Unidos también se está preparando en Brasil y en muchos otros países del mundo: la guerra civil es la perspectiva más realista. ¿Tenemos que armarnos también? No creo, si se termina a los tiros no hay duda de que perderemos. Pero debemos saber lo que nos espera, y dejar de decir frases retóricas sobre la democracia que ya está muerta y enterrada, para inventar una resistencia a la altura de la tempestad que llega.

Tengo que hacerles una confesión embarazosa: en los últimos tiempos he cambiado, mi personalidad está alterada, en síntesis, ya no me reconozco. No como resultado de la pandemia o del lockdown, aclaremos, eso sería perdonable. No: sucedió por culpa de Netflix.

Me explico: desde hace unos quince años, Billi y yo nos hemos puesto de acuerdo en una cosa: basta de televisión. Durante años, cada noche nos habíamos arruinado la cena con esas caras de culo y con las avalanchas de mierda que salían de ella. Basta.

La pantalla de televisión quedó tapada por plantas trepadoras, cactus y rododendros, y después terminó en el basurero. Durante quince años nunca volví a ver la televisión, excepto por pocos segundos en algún bar infame.

Así fue que me convertí en un desadaptado social. En las discusiones con los conocidos la mitad de las referencias se me escapaban, personajes muy nombrados eran para mí completamente desconocidos. Tanto mejor para mí si no sabía quién era Giletti.

Luego llegó el lockdown y ¿saben lo que hice? No fui a comprar otra tele, no exageremos, sin embargo me suscribí a Netflix. Pagué nueve euros y tuve a disposición una lista de cosas de las que ignoraba su existencia. Más o menos por casualidad elegimos ver algo llamado La casa de papel  (creíamos, imagínense, que era la traducción de House of Cards). Es una producción española que cuenta sobre un asalto gigantesco a la casa de la moneda nacional. No es un asalto en realidad, sino la ocupación de la casa donde se imprime el dinero: el objetivo es imprimir unos 2.400 millones de euros con la colaboración de los rehenes. Entre los rehenes está la hija del embajador británico en España, y los héroes del asalto se atribuyen cada uno el nombre de una ciudad: Tokio, Moscú, Berlín, Nairobi, Río, Denver, Helsinki y Oslo.

“Pero lo que es preciso contener y erradicar no es solo el virus que desencadena reacciones en algunos casos extremadamente dolorosas y a veces letales. Lo que es necesario erradicar es también la contaminación sistemática del medio ambiente, el estrés de la competencia económica y la hiperestimulación electrónica. Y esto no lo harán los médicos y no lo hará una vacuna. Tenemos que hacerlo nosotros, con la lucha de clases. ”

Bueno, no voy a ponerme ahora a contarlo todo, pero tengo que decir una cosa. La casa de papel es hermosa, abrumadora, mejor que Dostoievski, mejor que Stendhal, mejor que toda la historia de la literatura universal. Por supuesto, algunas cosas pueden parecer inverosímiles (por ejemplo, la liberación de Tokio por parte de cuatro serbios barbudos). Pero cuando leemos la Odisea, ¿cómo podemos creer que Ulises atravesó a nado medio Mediterráneo? Lo creemos y basta, porque Homero lo dijo.

Confieso que siempre tuve una inclinación por los asaltos, desde que en la prisión de San Giovani en Monte, donde fui detenido por delitos políticos poco interesantes, conocí a Horst Fantazzini, que había robado una docena de bancos emilianos sin jamás usar un arma de fuego: se acercaba a los mostradores simplemente diciendo (con el ejercicio de lo que los lingüistas llaman «acto lingüístico performativo»): esto es un asalto. Los cajeros le daban todo lo que tenían en la caja y él se iba alegre y sonriente. Una vez en Piacenza, una cajera le dijo “váyase o llamo a la policía”, y Horst (que era un caballero refinado, hablaba un excelente francés, y en prisión llevaba un saco sport de terciopelo de amaranto) le respondió: “lo siento, pasaré en otro momento.”

Lamentablemente soy muy miedoso y nunca me atreví a robar un banco. Me limité a concebir insurrecciones improbables contra el Estado, y vivo con una modesta jubilación docente que probablemente en los próximos años desaparecerá junto con el Estado italiano y todos los demás.

Pero en resumen, hasta hace diez días estaba bien informado, leía todos los días el Financial Times, el New York Times, Le Monde, Il Manifesto, L’Avvenire, El País, más tres o cuatro semanarios y grandes libros de historia y de filosofía. Ahora no sé casi más nada, no pienso en otra cosa que en La casa de papel, en la amigable profesora, en la bellísima Tokio y en el enigmático e inquietante Berlín.

Mi odio por los bancos, por el dinero y por quienes lo acumulan en este momento se expresa así, pero espero que en los próximos meses, mientras el capitalismo continúa derrumbándose como un castillo podrido, la expropiación se popularice.

Quizás el cambio en mi personalidad también se deba al fin de la droga. He leído que las rutas de suministro se han agotado, más o menos, y en cualquier caso a los muchachos que me abastecían no los veo desde que el virus maldito los separó de mí. La abstinencia no me hace mal, que quede claro. De hecho, sin mis tres porros diarios el cerebro se excita exageradamente, y concibo pensamientos de los que no debería hablar tan alegremente. Solo con ustedes hablo de ellos, queridos amigos, pero manténganlo en secreto. Que no se sepa por ahí.

De cualquier modo, este séptimo sello es el último de mi larga crónica de la psicodeflación.

Los dejo, no sé bien qué voy a hacer ahora, pero como es sabido, un buen juego dura poco y este ya ha durado tres meses.

Ayer por decreto volvimos a la vida normal. Sort of.

Como sugiere Andrea Grop en un mensaje que compartí de inmediato, la consigna es: volver a salir [ripartire]. También nosotros queremos repartir, cómo no. Queremos repartir las riquezas que han sido privatizadas, queremos repartir los edificios desocupados que son propiedad de instituciones financieras, queremos repartir el dinero acumulado a través de la explotación del trabajo. La consigna es: reparto, distribución, expropiación, socialización de los medios de producción, ingreso garantizado para todos sin distinción de sexo, de credo religioso y de procedencia geográfica.

Verán que en un año casi todos entenderán que si los expropiadores no son expropiados la mayoría de las personas como ustedes y como yo terminarán en una miseria negra y morirán mal. Y es mejor morir bien, antes que morir mal.

Algunos se preguntaban si del confinamiento saldremos mejores o peores. Depende de qué quiere decir: el miedo, el distanciamiento, el chantaje económico ciertamente no nos volverán más solidarios, al menos por un tiempo. Los patrones usarán la desocupación como un chantaje; Los propietarios de la FIAT ya están chantajeando al Estado, pidiendo miles de millones de euros para su empresa apestosa, que después de haber explotado a los obreros y haberse aprovechado por décadas de los aportes del Estado italiano (no) paga los impuestos en los Países Bajos y despide en Turín y Pomigliano.

Sucederá, y sufriremos. Sufriremos muchas cosas en los próximos meses, sufriremos la violencia de los racistas contra los migrantes, sufriremos la arrogancia de los patrones y la de los fascistas. Pero no sufriremos para siempre, porque el poder no se consolidará, la máquina económica no se volverá a poner en marcha, está irreversiblemente desquiciada.

Todo será inestable, como una tripulación de borrachos en un barco en medio del mar en la tempestad. Es necesario prepararnos para un largo período de inestabilidad y de resistencia y es necesario hacerlo de inmediato. Resistencia querrá decir creación de espacios de autodefensa para la supervivencia, de producción de lo indispensable, de afecto y de solidaridad.

Existe al menos un ochenta y cinco, quizás un noventa y creo incluso creo que un noventa y uno por ciento de probabilidad de que la vida social empeore, de que las defensas sociales se desmoronen, de que las formas de control tecno-totalitario se encastren en el cuerpo enfermo de la sociedad, de que el nacionalismo belicista prevalezca. Es probable probable probable. Quizás inevitable.

“La consigna es: volver a salir [ripartire]. También nosotros queremos repartir, cómo no. Queremos repartir las riquezas que han sido privatizadas, queremos repartir los edificios desocupados que son propiedad de instituciones financieras, queremos repartir el dinero acumulado a través de la explotación del trabajo. La consigna es: reparto, distribución, expropiación, socialización de los medios de producción, ingreso garantizado para todos sin distinción de sexo, de credo religioso y de procedencia geográfica. ”

Pero si en la víspera de Año Nuevo nos hubiéramos encontrado en la calle y les hubiera dicho que en tres meses habría treinta millones de desocupados en Estados Unidos, que el precio del petróleo caería a cero dólares por barril, que el transporte aéreo se detendría en todo el mundo y que, en comparación, el 11 de septiembre era una broma, me habrían hecho internar en el manicomio.

En cambio, aquí estamos.

¿Saben por qué? Bueno, ya se los dije no sé cuántas veces: porque lo inevitable generalmente no sucede; de hecho, es lo impredecible lo que siempre prevalece. 

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AJEDREZ. CRÓNICA DE LA PSICODEFLACIÓN #6, POR FRANCO “BIFO” BERARDI

AJEDREZ. CRÓNICA DE LA PSICODEFLACIÓN #6, POR FRANCO “BIFO” BERARDI

«Cuando el Cordero abrió el séptimo sello,
hubo silencio en el cielo como por media hora.
Y vi a los siete ángeles de pie ante Dios,
y se les dieron siete trompetas.»
Apocalipsis 8, 1-2

29 de abril 

Hay un tipo cuyo nombre no diré (llamémoslo EffeZeta) que es mi amigo en Facebook, pero, ya se sabe, amigo es un decir. Nunca pierde la ocasión de decirme que soy un idiota, a veces le respondo amigablemente y otras veces no.

Pero siempre me ha caído simpático con sus comentarios despectivos de anarco-marxista radicalísimo que detesta a los intelectuales como yo. ¿Cómo no comprenderlo?

Hoy, por primera vez, se digna a enviarme un mensaje bastante largo, articulado y no polémico. Tal vez me perdonó, quién sabe, y lo leo.

A continuación cito una parte, no todo pero casi, tomándome la libertad de hacer algunas correcciones o aclaraciones, porque entiendo que EffeZeta lo escribió de apuro, no tiene tiempo que perder en mí.

«Si desde el punto de vista de la organización del poder, la historia de los últimos 14.000 años aparentemente ha sido fragmentada y no lineal, hay en cambio una tendencia absolutamente coherente. O sea, la eliminación de los espacios físicos [yo diría más bien la privatización de los espacios físicos, que conduce a su eliminación para la mayoría – nota mía]. Nos cuentan los arqueólogos que una de las primeras cosas que sucedió en las ciudades-Estado como Uruk fue justamente nombrar la tierra. Ese suelo era propiedad de un rey, de una ciudad, pertenecía a una entidad “jurídica”. En los años de las guerras entre hititas y sumerios, hubo acuerdos de extradición. Es decir, ya no tenías acceso libremente a la tierra. Estabas atado a un suelo, un lugar. Este proceso ha continuado siempre. Los enclosures (cercamientos) ingleses en el siglo XVII transformaron tierras comunes, tierras de nadie, en tierras estatales. A hoy, no hay un solo centímetro cuadrado de la tierra que no sea de alguien. Que no tenga un propietario. Y algo que tiene un propietario se puede vender. Un ejemplo espantoso de este proceso fueron las compras de tierras en Palestina por parte de los sionistas. Otro: los ingleses obligaban a las poblaciones indígenas en África a poner en práctica formas de control catastral del territorio, sabiendo que en ello residía el control colonial y la victoria.

Hoy estamos en un punto de inflexión histórico. Los libros de ciencia ficción hace tiempo relatan que las máquinas tomarán el control. Pasamos a reconocer como único espacio habitable a nuestra propiedad. Por consiguiente, todo debe pasar a ser propiedad. Cada calle, cada jardín. Podrá haber concesiones para recorrer ese territorio, pero en un contexto de espacio privado rentable. En un mundo así, como es lógico, el Estado debe terminar, la propiedad estatal ya no existe, el monopolio de la fuerza ya no pertenece a los Estados nacionales, los impuestos de Glovo, Google, Amazon no entran en las arcas nacionales, la jurisdicción ya no apela a la Constitución, el Estado ya no emite dinero porque la moneda nacional ya no existe, lo público desaparece. En este punto, para el control total es preciso que el consumidor esté conectado las 24 horas del día y que esté aterrorizado de la corporeidad. En esto estamos en un buen punto, la mayoría de las personas ya están de buena gana en casa. El 5G, en tal sentido, es indispensable. Una tecnología que permita administrar 2 mil millones de dispositivos subcutáneos, además de toda la domótica. Por lo tanto, lo que estamos viviendo con el 5G es esto: las grandes empresas privadas se están comprando nuestros lugares de vida: land grabbing (acaparamiento de tierras)».

PD: Obviamente, el virus en sí no tiene ningún papel en esta historia. El virus como un problema en sí mismo no existe. Existe el miedo, que, de hecho, ataca nuestra debilidad, el terror de morir, teniendo a nosotros mismos y a nuestro cuerpo como único horizonte».

Entonces EffeZeta concluye con un llamamiento: «Nos dijeron desde pequeños que el pueblo no puede vencer, y claramente lo dicen para incitarnos a la inacción. Si tienen hijos, o una pizca de dignidad, este es el momento de volverse nómadas. Es el momento de tirar la PC por la ventana. Todo el mismo día. En un acto épico de rebelión».

30 de abril

La administración Trump corta los fondos a los Estados precisamente cuando están bajo el ataque del virus. Deben arreglársela solos, le dice a los gobernadores de Nueva York y de California. Es un modo de presionarlos para que renuncien al lockdown y reanuden la actividad económica cueste lo que cueste, mientras grupos de trumpistas armados ingresan al edificio del gobierno de Michigan. Uno de los manifestantes anti-lockdown lleva un cartel en el que se reivindica el trabajo que da libertad. El cartel está escrito en alemán, y dice exactamente: «Arbeit macht frei».

1 de mayo

El Economist se preocupa con el realismo brutal que caracteriza desde siempre a este antiguo periódico: el libre mercado está en peligro. «Las adquisiciones de bonos del Tesoro por parte de la Reserva Federal se parecen mucho a imprimir dinero para financiar el déficit. El Banco Central ha anunciado programas para sostener el flujo de crédito a las empresas y a los consumidores. La FED actúa como prestamista de última instancia para la economía real, no solo para el sistema financiero… Larry Kudlow, director del Consejo Económico Nacional de Estados Unidos, denomina al estímulo fiscal decidido por la administración Trump “el mayor programa de asistencia para Main Street en la historia de los Estados Unidos”, comparándolo con los salvatajes de Wall Street de hace solo una década. En Estados Unidos, los ciudadanos recibirán cheques de mil doscientos dólares» (con la firma de Trump. Arrogancia suprema).

Además, el Economist escribe: «El modelo de Estado que se estableció en Europa entre los años cincuenta y setenta, en el que los burócratas controlaban los servicios, desde la electricidad hasta el transporte, sería inimaginable sin la experiencia de la guerra, en la cual el Estado controlaba prácticamente todo, y la gente común hacía enormes sacrificios tanto en el campo de batalla como en casa».

Las catástrofes (guerras, pandemias) promueven el fortalecimiento de los aparatos estatales, dice The Economist, que teme sobre todo que el Estado aplique impuestos a sus ricos lectores. «La nueva idea de que el gobierno debe salvar a toda costa las empresas, el empleo y los ingresos de quienes trabajan podría consolidarse. Un número cada vez mayor de países tratará de ser autosuficiente en la producción de bienes estratégicos como los medicamentos, el material sanitario e incluso el papel higiénico, lo que provocará una mayor retracción de la globalización. El rol del Estado podría cambiar definitivamente. Las reglas del juego han sido modificadas durante siglos en una dirección, pero ahora un giro radical se alza amenazador en el horizonte».

El socialismo de Estado que, según el Economist, está surgiendo de las medidas de apoyo a la demanda y del fortalecimiento de la intervención pública en áreas como la salud asusta al periódico fiel del neoliberalismo global. Comprensible. Pero ¿puede el intervencionismo de Estado salvar de por sí la situación, puede restituir energía a un cuerpo colectivo debilitado, distanciado, temeroso de moverse? No lo creo.

El poder del dinero parece haberse debilitado.

Por mucho tiempo la aceleración tecnofinanciera, por mucho tiempo la precariedad han llevado al agotamiento de las energías mentales del género humano: ahora el mundo parece haber entrado en un estado de debilitación permanente.

En 1976 Baudrillard había intuido que solo la muerte escapa al código del Capital. Largamente desplazada de la escena de la expansión ilimitada, la muerte ahora reaparece en el horizonte. En la época digital y neoliberal la abstracción financiera ha puesto en jaque a la sociedad. Y luego llegó el bio-info-psico-virus, una concreción matérica proliferante que ha puesto en jaque a la abstracción del Capital.

Ahora comienza una nueva partida.

Como en El séptimo sello, la película de Bergman, donde el noble caballero Antonius Block, de regreso de la cruzada, encuentra que la Muerte lo espera en la playa de un mar tempestuoso. Alrededor, en las tierras del Norte, azotan la peste y la desesperación, y Antonius desafía a la Muerte a una partida de ajedrez, y la Muerte acepta el aplazamiento. Así ahora en el horizonte de nuestro siglo se dibujan los colores de la extinción, y la partida de ajedrez puede comenzar. Le daremos el nombre de una obra de Samuel Beckett, Final de partida, en la que Nagg y Neil viven en tachos de basura, mientras que Hamm es ciego y no puede caminar.

Para ganar esta nueva partida, me parece, sería necesario hacer dos simples movimientos, o tal vez tres: redistribuir la riqueza producida por la comunidad, garantizar a cada uno un ingreso suficiente para llevar una existencia muy frugal, abolir la propiedad privada, invertir todo en investigación, en educación, en salud, en transportes públicos. Simple, ¿no? Lamentablemente no creo que estemos a la altura, me refiero a nosotros, al género humano. Simplemente el género humano no está a la altura de la situación, hay poco que hacer. Y como dice Pris, la replicante de Blade Runner: somos estúpidos, moriremos. No hay necesidad de hacer un drama de esto.

El bio-virus es la irrupción de la materia sub-visible en el ciclo abstracto del tecnocapital.

Los gritos de protesta, las bombas molotov arrojadas contra las ventanas de los bancos, el voto de la mayoría de los ciudadanos griegos no supieron detener la agresión financiera contra la vida social, ni pudieron algo las consideraciones razonables de economistas y periodistas que se habían dado cuenta del peligro extremo de esa concentración loca de riqueza en manos de una ínfima minoría.

Ahora el bio-virus se venga, pero no hay modo de gobernarlo, de doblegarlo a favor del bien común. Por lo tanto, deviene info-virus, se transfiere a la infósfera y satura la mente colectiva con el miedo, la sospecha, la distancia. El riesgo es que se estabilice como psico-virus, como patología tendencialmente fóbica de la epidermis, como parálisis del deseo erótico y, por lo tanto, como depresión generalizada y, finalmente, como psicosis agresiva latente, lista para manifestarse en la vida cotidiana o en la dinámica geopolítica desquiciada.

El circuito bio-info-psicótico del contagio ha vuelto inservibles a los instrumentos tradicionales de la intervención financiera, y ha paralizado la voluntad política, reduciéndola a ser ejecución militar de un programa sanitario.

3 de mayo 

Recibí un mensaje de Angelo que termina así: «Creíamos que la Tierra, ahora totalmente antropizada, no nos reservaría más sorpresas y, por el contrario, estamos entrando en una terra incognita donde los virus son los “leones” del pasado. En fin, sigo tu diario con cierta angustia, habiendo casi agotado las esperanzas de que los vaticinios que destilas, escudriñando día a día el horizonte, puedan volverse menos sombríos y desesperados de lo que parecen».

Nathalie Kitroeff cuenta en el New York Times que el embajador estadounidense en México está presionando para que las fábricas del norte mexicano, que abastecen el ciclo del automóvil yanqui, comiencen a funcionar nuevamente a pesar del contagio, a pesar de las medidas de confinamiento decididas por las autoridades del país que está bajo la amenaza constante del muro de Trump.

Christopher Landau, así se llama el embajador, dijo que si México no responde a las exigencias estadounidenses perderá los encargos que mantienen en funcionamiento esas fábricas. Es el embajador del país al que hemos considerado líder de Occidente, del país que ha inspirado las reformas impuestas por la fuerza de las armas y de las finanzas en los últimos cuarenta años. Pero es legítimo alimentar la esperanza de que este país no sobreviva a la catástrofe que lo está envolviendo. La miseria, la desocupación, la depresión, la violencia psicótica, la guerra civil pronto lo harán pedazos, ya lo están haciendo pedazos. Desafortunadamente, antes de desaparecer, el imperio psicótico estadounidense usará, o intentará usar, la fuerza devastadora de la cual su ejército es depositario a pesar de todo.

Es por esto, no por los efectos del coronavirus, que la extinción de la civilización humana en la Tierra es actualmente la perspectiva más probable. Después de cinco siglos es difícil no verlo: Estados Unidos ha sido el futuro del mundo, y ahora Estados Unidos es el abismo en el que el mundo parece destinado a desaparecer.

Desde su clausura parisina, Alex me escribe este mensaje: «El coronavirus es la forma de imaginación material con la que la Tierra nos reexamina sobre el devenir posible de nuestra especie y del planeta entero. Aquellos que pensaban que la imaginación pertenecía solo al hombre en las formas abstractas de la recombinación simbólica se equivocaban gravemente. Una pequeña mutación material (¿orgánica?, ¿inorgánica?, no es importante) destruye las grandes construcciones simbólicas que estaban aniquilando toda forma de vida en el planeta. Destruye y reimagina, dado que cada recombinación de lo virtual no puede dejar de demoler y de crear nuevos espacios de posibilidad. Caosmosis…».

En el sitio de Psychiatry Online, Luigi D’Elia sostiene la tesis de que el principio de reciprocidad está destinado a tomar el lugar del principio de la deuda, siempre que –esto no lo dice pero me parece implícito– la sociedad no haya decidido desintegrarse: todas las deudas son impagables, ahora es el momento de aceptarlo, de eliminar de la economía el concepto de deuda, y de sustituirlo por el de reciprocidad.

El primer ministro de Etiopía lo explica con absoluta claridad en un artículo publicado en el New York Times titulado «Por qué debe suprimirse la deuda global de las naciones pobres». Reciprocidad significa interdependencia e interconexión. Solo algo como una pandemia vuelve observable el hilo que une a todos. El plano evolutivo de la nueva racionalidad (antimercadista) es que ahora se vuelve «conveniente» (precisamente en el sentido utilitario clásico) colaborar y revisar las reglas del juego. Entre ellas, la tiranía de la deuda es la primera que debe caer.

Cuando ya no te puedo pagar la deuda, mi caída es tu caída. El contagio lo ha demostrado. Los alemanes tienen algunas dificultades para aceptar el concepto, pero pronto tendrán que asumirlo.

Si no somos capaces de modificar radicalmente la forma general en que se desenvuelve la actividad humana, si no somos capaces de salir del modelo de la deuda, del salario y del consumo, diría que la extinción está garantizada al cabo de dos generaciones. ¿Les parece una afirmación un poco arriesgada? A mí también; sin embargo, empiezo a no ver una tercera vía entre el comunismo y la extinción.

Luego hay que decir que la extinción en sí misma no es finalmente tan fea de imaginar. La Tierra se libera de su huésped arrogante y codicioso, y buenas noches.

Pero lamentablemente no sucederá todo en un santiamén –nos dormimos a medianoche y a la mañana no estamos más. La extinción es un proceso que ha comenzado hace algunos años y se desarrollará a lo largo del siglo: masas de población hambrienta que se desplazan desesperadamente en desiertos en expansión, guerras de exterminio por el control de las fuentes de agua, incendios que devastan territorios enteros, y, naturalmente, epidemias virales cada vez más frecuentes.

Deberíamos haberlo entendido: de ahora en adelante el capitalismo será solo un océano de horror.

Playa de San Agustinillo, Oaxaca, México. Imagen: Nicolás Espert

4 de mayo 

A media tarde inflamos las ruedas de la bicicleta y dimos una vuelta por el centro de la ciudad.

Los autos comenzaron a circular de nuevo, pero pocos. Muchachas en pantalones cortos y chicos sobre sus monopatines eléctricos. Todos tienen su barbijo. Casi todos.

Es el día de volver a salir. Wow. Pero ¿para ir adónde? La Confindustria está inquieta, para los patrones es normal que millones de personas se hundan en la enfermedad y en la muerte, siempre y cuando la competitividad no decaiga.

«Me da miedo la idea de que se normalice la distancia social, de no poder abrazarnos, tocarnos: esta perspectiva profiláctica me da pánico», me escribe Alejandra, que terminó su tesis doctoral dedicada a la identidad digital y debería defenderla. ¿Pero cuándo y cómo? Probablemente en septiembre, a distancia.

5 de mayo

Trump estaba convencido de que su nombre, ese monosílabo ridículo y vulgar, había ganado el récord absoluto en el mediascape (paisaje mediático) de todos los tiempos. Incluso ha dicho en alguna parte, si no recuerdo mal, que su nombre era lo más citado desde que existe una esfera pública global. Creo que ahora está enfurecido por el hecho de que la palabra «coronavirus» le ha arrebatado ese récord.

El Corriere della Sera, con su provincialismo que atrasa cincuenta años, deposita la confianza en los intelectuales franceses como si todavía existieran. Hoy, un breve texto de Houellebecq, que dice: «no creo medio segundo en las declaraciones del tipo “nada será como antes”. Por el contrario, todo permanecerá exactamente igual. El desarrollo de esta epidemia es de hecho notablemente normal».

Todo permanecerá exactamente igual, dice Houellebecq. Bendito sea.

Veo una suerte de desquiciamiento. La vida social ha hecho saltar los fundamentos formales y los fundamentos psíquicos. El fundamento del trabajo, el fundamento de la deuda, el fundamento del salario ya no funcionan. El fundamento de la oferta y la demanda ya no mantiene juntos a los flujos de mercancías, como el petróleo, que navega en los océanos porque todos los depósitos están llenos.

El dinero, fundamento que concatenaba antes todos los fundamentos, termina arrojado por montones aquí y allá desesperadamente en un esfuerzo por cerrar el gran agujero, pero ha perdido su encanto y la capacidad de movilizar energías.

De la malvada tierra de las pesadillas púrpuras emerge impensada una tempestad.

Una concreción matérica, invisible, proliferante corroe los fundamentos; sin embargo, sería superficial pensar que el virus, este agente biológico que se ha transferido a la información y desde allí ha transmigrado a la psique humana, es la causa que explica el desquiciamiento.

Durante mucho tiempo los fundamentos estaban cediendo. Chirriaban.

Pero parecía que no teníamos alternativa. De hecho, por el momento se confirma que una alternativa tarda en manifestarse, y no podemos descartar que nunca tome una forma coherente. Sin embargo, mientras tanto el edificio ya no está en pie.

En neurogreen, la lista más exclusiva y encantadora de la Infósfera, Rattus comunica que salió Rizomatica. Corro a verla, está llena de ideas. Vayan también a verla.

6 de mayo 

Mi viejo amigo Leonardo me invitó a participar de un seminario sobre perspectivas psicopatológicas y psicoterapéuticas abiertas (o cerradas) por el distanciamiento. Realizo los procedimientos habituales que me llevan a la reunión de Zoom, y encuentro un cenáculo de psicólogos que se encuentran en una decena de ciudades diferentes de América Latina y de Europa. La discusión es apasionante, estimulante, por momentos inquietante. No son intervenciones teóricas sino piezas de autoanálisis, fenomenología de lo experimentado por quienes cotidianamente se encuentran con pacientes, principalmente en forma virtual.

La pregunta central que veo surgir de estos relatos es: ¿cuáles son los tiempos, cuáles serán las modalidades de elaboración del trauma producido por el contagio y por el confinamiento?

En primer lugar, debemos prever una especie de sensibilización fóbica al contacto con el otro. El distanciamiento, la angustia del acercamiento a la piel del otro: todo esto actúa en un plano que no es el de la voluntad consciente, sino el del inconsciente.

De repente me doy cuenta de que estamos entrando en la tercera era del inconsciente y, por lo tanto, en la tercera era del psicoanálisis.

Antes, en el paisaje ferroso de la industria y de la familia monogámica, dominaba la neurosis, patología vinculada a la represión de las pulsiones, a la eliminación del deseo. La era del psicoanálisis freudiano. Luego el esquizoanálisis anticipó la ruptura del límite, el surgimiento del esquizo como figura predominante del panorama colectivo.

En la esfera del semiocapital el inconsciente se propaga, el imperativo general ya no es la represión, sino la hiperexpresión. Just do it. La explosión reticular del inconsciente produjo la propagación de patologías psicóticas de tipo narcisista, pánico y, finalmente, depresivo.

Luego, por efecto del bio-virus que ataca la Psicósfera, pasamos de la conexión voluntaria de las décadas de Internet a la conexión obligatoria en el distanciamiento. Zoom, Instagram, Google nos permiten continuar el flujo social e informativo, pero solo a condición de renunciar al contacto de la epidermis, a la respiración compartida. La tecnología 5G hará posible una penetración integral de la vida por parte de la conexión.

En la esfera pasada de la conexión voluntaria se desarrolló un proceso de hiperexcitación y de desensibilización; aplazamiento del placer en nombre de una excitación constante y de un deseo sin cuerpo. En la psicosis de la hiperexpresión, el deseo se movilizaba contra sí mismo, la imaginación delirante no encontraba el plano de la realidad.

Pero ahora que entramos en la esfera de la conexión obligatoria y del distanciamiento de los cuerpos, lo que se va delineando es quizás una sensibilización fóbica al cuerpo del otro. Miedo al acercamiento, terror al contacto. ¿O bien, en un giro ahora impredecible, la sobrecarga conectiva llevará a un rechazo, el hechizo virtual podría romperse?

El trabajo del trauma no es inmediato, se desarrolla en el tiempo: al principio se manifestará la sensibilización fóbica, junto con la angustia del acercamiento de los labios a los labios. ¿Podemos prever que luego del dominio de la neurosis freudiana, luego del dominio de la psicosis semiocapitalista, entraremos en una esfera dominada por el autismo como parálisis de la imaginación del otro?

Preguntas bastante inquietantes pero urgentes, a las que ahora no sé dar una respuesta.

¿Estoy confundido? Es cierto, estoy un poco confundido, sepan disculpar.

7 de mayo

Trump dice: hemos hecho todo lo que se podía, ahora basta, volvamos al trabajo.

En verdad, el país se encuentra en una fase de expansión imparable del contagio. La Universidad de Washington espera 134 mil muertes de aquí a agosto. Oficialmente mueren ahora entre dos y tres mil personas por día, el ritmo debería acelerarse hasta principios de junio. Pero Trump dice: dejémonos de historias, necesitamos ponernos en forma y make America great again. Treinta mil casos de infección por día en el país, y en muchos estados el número está creciendo. Pero Trump tiene prisa.

Uno de cada cinco niños pasa hambre en el país faro de Occidente. Tres veces más que en 2008, al comienzo de la que parecía una recesión tremenda. En aquel entonces había que salvar a los bancos; los salvaron y destruyeron las condiciones de supervivencia de la sociedad.

8 de mayo 

Sesenta mil inmigrantes, en su mayoría africanos, después de haber atravesado el desierto, después de haber sido detenidos y violados en los campos de concentración libios construidos por voluntad y designio de Marco Minniti, después de haberse arriesgado a ahogarse en el canal de Sicilia, llegaron al sur de Italia y encontraron trabajo en los campos. Diez, doce horas por día bajo el sol por tres o cuatro euros la hora. El verano pasado alguien murió bajo el sol de Apulia para recoger los tomates de mierda que los italianos ponen en los espaguetis con los que bien podrían atragantarse.

Ahora surge un problema: ya nadie está yendo a recoger los duraznos y los tomates.

Entonces, las empresas agrícolas pidieron movilizar lo más rápido posible a esos sesenta mil, y la buena de la Ministra de Agricultura propuso regularizarlos o al menos darles un permiso de residencia de seis meses, se entiende: es para hacerlos trabajar como esclavos, no para que vayan a bailar la tarantela.

Ayer fue el debate en el parlamento y en el parlamento hay un partido de ignorantes nazistoides a los que voté hace siete años (que dios me perdone) que se llama cinco estrellas de mierda. Las cinco estrellas de mierda se asustaron mucho ante la idea de que los negros pudieran ser regularizados, le tienen terror a la amnistía. Que los esclavos trabajen y se queden mudos es su moral de moralistas de mierda.

Ahora pueden quedarse tranquilos: el parlamento decidió que tendrán un permiso pero solo por tres meses. El tiempo suficiente para trabajar diez horas por día, alguno de ellos morirá infartado por el calor, recibirán dos euros la hora o tal vez tres. Y las cinco estrellas de mierda estarán contentas: a la espera de que este país de infames se hunda definitivamente en la miseria. Cuestión de esperar algunos meses.

 Una página muy interesante en el Financial Times. Con el título «Can we both tackle climate change and build a Covid-19 recovery?» (¿Podemos combatir el cambio climático y al mismo tiempo construir una recuperación del Covid-19?)  plantea la cuestión: ¿será posible lidiar con los efectos económicos del lockdown y al mismo tiempo reducir el consumo de energías de origen fósil para mitigar el calentamiento global?

Un voluntarioso artículo de Christina Figueres del secretariado de las Naciones Unidas comienza diciendo: «la pregunta no es si podemos enfrentar simultáneamente la pandemia y el cambio climático, la verdadera pregunta es si podemos darnos el lujo de no hacerlo». Muy débilmente la bien intencionada Figueres habla de crecimiento sostenible: «No podemos pasar de la pandemia a las brasas de un cambio climático acentuado… los programas de recuperación deben empujar a la economía global hacia un crecimiento sostenible y una mayor resiliencia».

El uso repetido de la palabra «sostenible» delata un poco la fragilidad del razonamiento. Recuperación sostenible, crecimiento sostenible, pero ¿cómo se hace?

La respuesta del malvado Benjamin Zycher, que trabaja para el ultraconservador American Enterprise Institute, suena dolorosamente más creíble, más concreta, no obstante el desinterés evidente por el destino al que están condenados los seres humanos.

«La energía no convencional no es competitiva en términos de costos, de otra manera, ¿por qué se necesitarían impuestos subsidiados y mercados garantizados para hacerla posible? La falta de confiabilidad del viento y del sol, el contenido de energía no concentrada en los flujos de aire y en la luz solar, los límites teóricos de la conversión del viento y del sol en energía eléctrica son las razones por las que mayores cuotas de mercado para las energías renovables han provocado un aumento en los precios tanto en Europa como en los Estados Unidos… Priorizar la política climática impedirá que muchas personas mejoren sus condiciones, especialmente después del terrible shock económico causado por el lockdown. Además, si los países experimentan una reducción de la riqueza tendrán menos recursos para la protección del medio ambiente. No es cierto que los defensores del crecimiento odien el planeta. Es cierto, sin embargo, que los ambientalistas odian a la humanidad».

Por supuesto, sé bien que el American Enterprise Institute es una asociación de criminales que en el pasado apoyó, por decir lo menos, las guerras de George Bush, y que vive de los financiamientos de organizaciones caritativas como la Exxon Corporation y etcétera.

Sin embargo, las consideraciones de este sinvergüenza son más convincentes que las consideraciones de la angelical Figueres. El problema es que el enunciado «crecimiento sostenible» es un oxímoron, con todas las nociones llenas de humo de quienes predican la economía verde para una recuperación dulce del capitalismo.

No hay ya ninguna posibilidad de crecimiento económico, no hay ya ninguna posibilidad de un aumento del producto global sin extracción, destrucción, devastación ambiental. Punto. Si «crecimiento» quiere decir acumulación de capital, competencia, expansión del consumo, el crecimiento es incompatible con la supervivencia a largo plazo de la humanidad.

Por otra parte, el club en Roma lo dijo con claridad hace ya cincuenta años, en el famoso Informe sobre los límites del crecimiento. «Un planeta finito no puede sostener un crecimiento económico infinito».

Simple, ¿no?

Para la supervivencia de los humanos no es necesario el crecimiento infinito, es necesaria una distribución igualitaria de lo que la inteligencia técnica y la actividad libre pueden producir. Es necesaria además una cultura de la frugalidad, que no significa ni pobreza ni renuncia, sino un desplazamiento de la atención de la esfera de la acumulación a la esfera del disfrute.

El capitalismo cambia siempre, pero en esencia no puede cambiar. Se basa en la explotación ilimitada del trabajo humano, del saber colectivo y de los recursos físicos del planeta. Ha desempeñado su función en los últimos quinientos años, ha hecho posible el enorme progreso de la modernidad, y el horror del colonialismo y de la desigualdad.

Ahora se terminó. Solo puede continuar su existencia acelerando la extinción del género humano, o al menos (en la mejor de las hipótesis) la extinción de aquello que hemos conocido como civilización humana.

Un estudio titulado Genitorialidad en tiempos del Covid-19 nos informa que no se espera un baby boom como efecto del lockdown.

Bocanada de alivio.

Las preocupaciones económicas sobre el futuro, y tal vez incluso cierto desgano por la proximidad, llevan a las parejas a aplazarlo. «El 37% de quienes planeaban tener un hijo antes de la pandemia ha cambiado de opinión». Como suele decirse: no hay mal que por bien no venga.

Según los demógrafos, para finales del siglo los seres humanos en la Tierra deberían ser entre nueve y once mil millones. Con una cifra así, no hay duda de que la partida de ajedrez la gana el jugador que porta la guadaña.

Pero la investigación da esperanza de que el virus nos haya hecho recobrar la razón al menos un poco.

9 de mayo El sol se filtra alegre por la ventana entreabierta, y me vino a la mente la playa inmensa de San Augustinillo. En realidad no se podía nadar en ese mar, era tan peligroso que allí cerca había una playa que se llamaba La playa del muerto, porque quienes se zambullían allí a menudo no volvían a la orilla. No es conveniente tomarse en broma al Océano Pacífico. Alquilamos una cabaña de madera en Punta Placer y al anochecer íbamos a comer a Nerón, y a la vuelta en la oscuridad caminábamos por la playa y yo decía: Lupita Lupita amor della mia vita.

Quizás este sea el final. O quizás no.

*El artículo original fue publicado en Nero Editions. Traducción para Sangrre de Emilio Sadier.

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OBJETOS DE AUDIO NO IDENTIFICADOS 

OBJETOS DE AUDIO NO IDENTIFICADOS 

Introducción y selección por Marta Echaves

Las ficciones sónicas y fonoficciones generan un paisaje que se extiende hacia el espacio de posibilidad. Producen de esa manera la poderosa sensación de que el disco es un objeto que es lanzado desde otro mundo. En esta interfaz entre ficción sónica y track, entre concepto y música, la ficción no se opone a la realidad, ni la verdad a la mentira. 

La tapa, el reverso de la cubierta, la cubierta desplegable, el sobre interno del disco, la etiqueta, la tapa del CD, las notas de cubierta, el CD mismo: son todas superficies para conceptos, plataformas-texturas para fonoficciones. El concepto retroalimenta la sensación y actúa como una máquina de subjetividad, una maquina que puebla el mundo con alucinaciones aurales.

Un jardín para escuchar. En esta entrega, nos detenemos en una selección de fragmentos de Más brillante que el sol, de Kodwo Eshun, donde el autor analiza las cubiertas. Al final, encontrarán una entrevista al autor en formato descargable. Prepárense para un fugaz vistazo al futuro: Nos adentramos en las matrices del discontinuum de las futurritmaquinas. 

[Click en las imágenes para escuchar los discos]

EL CONTINUUM ELECTRIBAL < > EL PASADO LLEGA DESDE EL FUTURO

En la tapa de Sextant un joven y una joven norafricanos bailan en un desierto aplanado como una pista de aterrizaje. Una luna llena de cráteres se mece sobre ellos. Una cadena de cuentas gigante, sus dos hebras abriéndose como antenas metálicas después de atravesar un amuleto, flota detrás de un híbrido de pirámide y zigurat, una especie de torre de observación egipcio < > babilónica. Si das vuelta el álbum, aparece un alien africano envuelto en una túnica con sus dedos puntiagudos señalando en dirección a la cadena gigante. Detrás de él hay una máscara de Buda azulada y de ojos rosáceos, con un sol que estalla por detrás y nubes abultándose.


ECUACIÓN ANIQUILACIÓN

En el arte de Don Brautigam para la contratapa del álbum de James Brown de 1973 The Payback, “Mind Power” [El poder de la mente] es ilustrado con el perfil de un hombre tallado en una piedra gris de aspecto piramidal. Su córtex está dividido en secciones inscriptas con ecuaciones arquetípicas: e = mc2. La mente resplandece con la luz del poder intelectual, astralizada por la matemágica. Brown establece una analogía entre el surco del vinilo y el groove del funk. Al abstraer el material y la Tecnología Rítmica Aplicada en el mismo plano material, abre la conceptécnica del funk. Las revoluciones de “Mind Power” sobre los tocadiscos tensan los músculos de la mente. Cada revolución del groove del funk traza un nuevo surco en la mente, hasta que esta se vuelve superpoderosa. The jb entrenan al público en este nuevo sistema nervioso, hasta que nos convertimos en el guerrero espiritual de un ejército infundido de Poder Soul.


CAPTURA DEL TERCER OJO 

El arte de tapa en acuarela de Efram Wolff para Innervisions de Stevie Wonder muestra un rayo óptico ocre-marrón que sale disparado de su párpado cerrado, el haz vegetal de un reflector iluminando la estratósfera como una versión botánica de Cíclope de x-Men. Si la visión de planta de Wonder desencadena toda una eco-óptica del ojo de la mente, Funkadelic son los aromanautas de la percepción,  provocando atormentadas alucinaciones en la nariz de la mente.


 MUTACIONES UNIDAS DE AMÉRICA 

Funkadelic te recluta para la causa de tus miedos más oscuros echando mano de los impulsos tóxicos de la tecnología. “Maggot Brain” puede llegar a “matarte del susto”. El arte de tapa del álbum de 1972 America Eats Its Young muestra a una Estatua de la Libertad con colmillos ensangrentados alimentándose de bebés. En “Eulogy and Light” el tiempo corre hacia atrás en lo que Clinton llamaría más tarde backwashpsychosis [psicosis de reflujo], un viaje de terror hacia los Estados Alterados y Mutaciones Unidas de América.


CICLOS PLATEADOS DE LA POLIRRITMÁQUINA 

El groove surge cuando patrones rítmicos superpuestos se entrelazan, cuando los beats se sincronizan formando una malla que genera un efecto de autolocomoción, una sensación inexorable y sin esfuerzo que te remolca desde atrás hasta volverte funky como un tren. Meterse en el groove es acoplarse al polirritmotor, es adaptarse a un propulsor de ritmos ficcionalizado que te arrastra con su propio impulso. 

“[It’s Not the Express] It’s The jb’s Monaurail” de The jbs ficcionaliza esta sensación de malla sincronizada, cuando los espacios a ambos lados de la expectativa te encierran en burbujas de aire temporales. El arte de tapa de Fred Marcellino para el álbum de 1975 Hustle With Speed ilustra el Monoaurriel, una vía férrea interestelar de un solo riel que serpentea entre satélites con un tren bala plateado deslizándose en su órbita funicular. El Monoaurriel es el Ritmotor visualizado como la única vía [track] por la que se desplaza el tren. Groove = Polirritmopropulsor = Ritmotor, no personificados, sino maquinizados como unidad de tren y vía, en una autolocomoción stratusphunk < > funkular. Para Kraftwerk, “los trenes son ellos mismos instrumentos musicales. Solíamos viajar de noche atravesando paisajes.”


MUTACIONES MARINAS EN EL ATLÁNTICO NEGRO 

Cada ep de Drexciya navega por las profundidades del Atlántico Negro, recorriendo los mundos subacuáticos habitados por drexciyanos, lardossanos, hombres pez Darthouven y hombres branquiados mutantes. En las notas a The Quest, su cd conceptual doble de 1997, se revela que los drexciyanos son una especie marina que desciende de “esclavas africanas embarazadas enviadas a América” que “fueron arrojadas por la borda de a miles en pleno trabajo de parto porque se habían vuelto un cargamento engorroso. ¿Podrían los humanos haber respirado bajo el agua? El feto en el útero materno evidentemente vive en un medioambiente acuático. ¿Podrían haber dado a luz en el mar a bebés que nunca necesitaron del aire? Experimentos recientes han mostrado que los ratones son capaces de respirar oxígeno líquido, y un neonato humano prematuro se ha salvado de una muerte segura al respirar oxígeno líquido mediante sus pulmones incipientes. Estos hechos, com- binados con los relatos de avistamientos de hombres branquiados y monstruos anfibios en los pantanos del sudeste de los Estados Unidos, hacen sorprendentemente factible la teoría del tráfico de esclavos”.


EL CÍBORG EN LA RED DE FUERZAS

Al adoptar el nombre Model 500, Juan Atkins afirma ese estado maquinal que solía ser llamado deshumanización. La foto de Günther Fröhling que ilustra la tapa de The Man Machine, de 1978, muestra un conjunto de máquinas célibes posando como coristas. El interior de la cubierta muestra a los integrantes de Kraftwerk vestidos de camisa roja y corbata negra, el pelo teñido de negro, delineador también negro y lápiz labial rojo sobre sus bocas minúsculas y selladas. Con el brazo derecho descansando sobre la cintura y mirando todos hacia la derecha, posan sobre una escalera de metal con la baranda pintada de rojo. Son pretendientes sin novias.


DESAPARECE CON LOS OJOS CERRADOS

Lejos de implorar superar los controles de pasaporte de la prensa musical mainstream estadounidense, el techno se aferra a la posibilidad de sustraerse de lo visible. Escuchar a Underground Resistance es someterse a un procedimiento que elimina tu visión y te sumerge en el sol de medianoche. Nada para ver, tanto para sentir. La visión nocturna despierta nuevos sentidos. Allí donde “Welcome to the Terrordome” se volvía una audiobomba, el doble ep de Suburban Knight Dark Energy se vuelve un ataque sónico. El comunicado impreso en la etiqueta anuncia “seis olas de energía oscura” que “sumirán la Tierra en el sol ultravioleta de medianoche”. El arte de tapa del visualista Frankie C. Fultz muestra un África atómica irradiando un campo rojo de energía oscura. El logo de ur es islamo-atómico: descansa sobre una pirámide con el símbolo de la energía atómica en su vértice iluminado y una luna creciente islámica a su izquierda.


FICCIONES DE ETIQUETA

La ficción impresa en la etiqueta del ep Undetectible de Scan 7 extiende por lo tanto estas estrategias de furtividad a una operación secreta de terrorismo digital. Los Programadores usan una Estación Emisora Central para transmitir al mundo su “rayo de control mental”. La Estación Emisora Central emplea una unidad de procesamiento central y poderosos chips.

 Trackmaster Lou de los aliados de Underground Resistance Scan 7 tiene dos tareas: infiltrar la eec para impedir que el rayo siga trans mitiéndose y luego reemplazar el chip por uno de ur. Este “nuevo chip de cpu llamado ‘Electro-3132030ur033’” ha sido desarrollado en Detroit por ingenieros de Metroplex.


KONCEPTOS INTRAPLANETARIOS

Ra usa la electrónica para generar una cosmología panteísta. La electrónica amplifica el antiguo sistema pitagórico en el que el cosmos es una correspondencia de armonía y número. “Astro Black”, de 1973, está ensamblado a partir de inputs transcrónicos: Egipto, Nubia, Europa. 

El genealogista de las máquinas Lewis Mumford presiona la tecla control sobre el archivo de ensamblaje: “Solo una cosa se necesitaba para reunir y polarizar todos los nuevos componentes de la megamáquina: el nacimiento del Dios Sol. Y en el siglo xvi, con Kepler, Tycho Brahe y Copérnico oficiando de parteras, iba a nacer este nuevo dios”. En la tapa del álbum de 1965 The Heliocentric Worlds of Sun Ra, Volume 2, al lado de Copérnico, Galileo, Tycho Brahe y Kepler, figura una ilustración de Ra. Viajando hacia atrás en el tiempo e insertándose a sí mismo en el siglo xvi, Ra convierte el heliocentrismo copernicano en adoración del sol. La astronomía del Renacimiento se vuelve una rama floreciente del culto egipcio al sol. Los sistemas de mitos egipcios abducen el universo cristiano. Su cosmología está ahora al servicio de Ra y sus fine




Descargá la entrevista a Kowdo Eshun incluida en Más brillante que el sol (Caja Negra, 2018)

KOWDO ESHUN. De ascendencia ghanesa, nació en Inglaterra en 1967. Estudió literatura inglesa en Oxford y actualmente trabaja como escritor y DJ.  Además es profesor en la Universidad de Londres como parte del Departamento de Culturas Visuales y ha colaborado con varias revistas como i-DThe GuardianSpinFrieze y The Wire. En 2002 fundó junto con Anjalika Sagar, The Otolith Group, un colectivo que trabaja proyectos que incluyen obras en video y films, escritos de artistas, exhibiciones y curadurías, con el objetivo de crear una práctica integrada que apunte a generar una “nueva cultura de cine”.

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¿NO HAY SALIDA?

 PLATAFORMAS Y DISTANCIA SOCIAL

¿NO HAY SALIDA? 

PLATAFORMAS Y DISTANCIA SOCIAL

Por Natalí Schejtman

Un amigo se va de un grupo de Whatsapp. Vive en Europa, donde el brote del Covid-19 ya lleva varias semanas de intensidad y miles de muertos y no puede soportar más hablar del tema. Pide perdón si resulta grosero, pero no da más. Otra amiga lo justifica en el mismo grupo, ya con un integrante menos: el único lugar del que se puede salir es de un grupo de Whatsapp. 

Puedo imaginar su liberación con ese portazo virtual que no logra cuando decide solamente ignorar su teléfono móvil, o justamente porque no logra despegarse de ese imán pegajoso y tremendamente hipnótico. Pero después pienso en lo que me dijo Daniel Miller cuando lo entrevisté el año pasado. Miller es un antropólogo que hace un tiempo largo estudia el uso de dispositivos en distintos países del mundo, distintas comunidades, por género, por edad, por clase social. Compara países muy distintos. Él, británico, me dijo que mientras en el Reino Unido todos estaban obsesionados por la falta de privacidad de sus datos, en algunos sectores de bajos ingresos en China, que desconocen el cuarto propio, el teléfono es visto como el único pasadizo hacia algo parecido a la intimidad.

El diario Clarín ilustró la nota sobre la mujer de 82 años que decidió violar la cuarentena y salir a tomar sol a los bosques de Palermo -algo estrictamente prohibido- con una foto genial de Fernando de la Orden. Ella, echada en una reposera con ropa suelta mientras tres policías uniformados la rodean, algo desconcertados ante tremenda rebelión. Todos ellos tenían un teléfono o handy en la mano. La señora no. La tecnología era símbolo de dependencia: una herramienta de trabajo para los policías; su falta, el condimento extra de la desobediencia. Y también del ocio, del que podía gozar la jubilada vecina de los bosques de Palermo. Pero mirando en detalle había algo más: ella tenía puestos auriculares, que probablemente conectaran con un móvil también, aunque en un segundo plano. Con la tecnología, desoía la ley y el orden.

Durante esta cuarentena en la que la gente está mayormente encerrada en sus casas, las suscripciones a Netflix explotaron globalmente y Amazon se corona como uno de los grandes ganadores del Covid-19, incluso aunque se hayan reportado infectados y se hayan denunciado falta de protocolos de seguridad sanitaria en sus depósitos europeos. Apple, Microsoft, Alphabet (Google), Facebook y Amazon fueron infladas por los inversores en las últimas semanas. Mientras el planeta vive asustado por un virus que amenaza con saturar los servicios de salud globalmente desfinanciados -aunque no en igual medida en cada país-, el capitalismo de plataformas, basado en la recolección de datos a cambio de alguna forma de consumo, información y entretenimiento, goza de buena salud. Y más que eso: mientras los consumidores están encerrados en sus confinamientos, las plataformas robustas son vistas y usadas como una forma de salida al exterior conocido, al afuera del diseño algorítmico. Son información global y también vinculación con otros. Mientras más confinados estamos, más solos, ansiosos o preocupados, más buscamos las ubicuas plataformas. Las plataformas exacerban la insperiencia, un fenómeno que las antecede: convertir en íntimo e individual una vivencia que en algún momento representó el contacto con el otro.

A la vez, la lógica de uso y la propuesta misma de estas plataformas ya habían dado pasos certeros para esfumar los bordes entre lo público y lo privado. Ahora vuelven a hacerlo en otro sentido. La crisis de lo público como lo colectivo, lo igualitario o lo que sucede en el exterior compartido o a la vista de todos tiene décadas y vaivenes por región, pero frente a la pandemia se regula con una prohibición estatal y se sostiene por el miedo al contagio. Ambas cosas, combinadas, potencian el único consumo permitido: aquel que está mediado por las plataformas, que ahora también son las administradoras y mediadoras entre el adentro y el afuera —el contacto con una amiga o una hamburguesa en tu puerta—. Esto genera otra paradoja: mientras que se habla como nunca de los servicios públicos de salud y de solidaridad, la indicación sanitaria es estar lo más aislados que sea posible. La conectividad, mediada por el mercado, es la única propuesta gregaria. Aunque ya sabemos que las plataformas basaron parte de su éxito en proponer un colectivo cómodo y conocido, que algunos llaman burbuja (no siempre tan diferente con la burbuja offline, por cierto).

“Mientras el planeta vive asustado por un virus que amenaza con saturar los servicios de salud globalmente desfinanciados -aunque no en igual medida en cada país-, el capitalismo de plataformas goza de buena salud. Y más que eso: mientras los consumidores están encerrados en sus confinamientos, las plataformas robustas son vistas y usadas como una forma de salida al exterior conocido, al afuera del diseño algorítmico. Son información global y también vinculación con otros.”

Este drama de la pandemia empezó con una optimista colectivización de la pena: todos somos iguales ante el Coronavirus, pero enseguida cayó de maduro que no es lo mismo pasar la cuarentena en una mansión en Beverly Hills que en un colchón prestado en el centro de Estados Unidos o en la Villa 31 sin agua. No es lo mismo estar en blanco, que en negro o que ser un desempleado. La salida es global, claro, pero no es lo mismo para un país del G7 que para uno del G20 o para un asentamiento de refugiados sirios en el Líbano. Nos tenemos que cuidar entre todos, pero las noticias de los escraches a médicos o a quienes circunstancialmente violan la cuarentena hacen mucho más ruido que la acción colectiva; los diarios sacan todos la misma tapa acordada con el gobierno pero son comprensiblemente más atractivos si desafían los consensos; algunos miembros de la intelligentzia progresista global tratan de empujar una agenda de rebooting sistémico que incluye impuestos a la riqueza, Renta Básica Universal o un Green New Deal, mientras Argentina negocia arduamente con los bonistas tenedores de su deuda. 

El Covid-19 nos tiene materialmente individualizados y separados, tratando de pensar lo que realmente compartimos como seres humanos. Algunos nos preguntamos cuál es el lugar que los Estados van a ocupar para dar una respuesta a esa pregunta. Pero si una revalorización del Estado como agente de igualdad y reconstrucción parece inevitable, también lo es que el capitalismo de plataformas tenga algo que decir al respecto. En definitiva, ¿hay algo más compartido que una compañía global y omnipresente con tintes monopólicos? Son ellas justamente las que vienen haciendo un uso cotidiano del verbo compartir y contribuyendo a tallar una acepción más inmediata y menos comprometida.

“Si una revalorización del Estado como agente de igualdad y reconstrucción parece inevitable, también lo es que el capitalismo de plataformas tenga algo que decir al respecto. En definitiva, ¿hay algo más compartido que una compañía global y omnipresente con tintes monopólicos? Son ellas justamente las que vienen haciendo un uso cotidiano del verbo compartir y contribuyendo a tallar una acepción más inmediata y menos comprometida.”

Pero entre la ansiedad por la nueva normalidad y el miedo al colapso y a la muerte, las preguntas caen ante cada click, cada conferencia de prensa, cada pensamiento a mediano plazo: ¿Qué compartimos los habitantes de un país, de una ciudad, de un barrio? ¿Queremos tener algo más en común, como ese Disc Jockey barrial que pone música fuerte desde su balcón, o queremos enseñarle con precisión a nuestro algoritmo de Spotify qué es exactamente lo que queremos escuchar? ¿Puede el Covid-19 afianzar los lazos sociales o es más probable que los dinamite?

Y, por cierto: ¿Qué lugar va a tener el robustecido capitalismo de plataformas en la nueva normalidad que, presumiblemente, nos tendrá más separados?

NATALÍ SCHEJTMAN (1983) es Licenciada en Letras (UBA),  tiene un máster en Medios y Comunicaciones (London School of Economics) y actualmente cursa su doctorado en Ciencias Sociales (UBA). Trabaja como periodista desde los 18 años y desde entonces escribió para TXT, Radar (Página/12), Perfil, Rolling Stone y La Nación, entre otros. Fue productora ejecutiva de proyectos digitales en canal Encuentro. Su primer trabajo en la revista Para Ti coincidió con la crisis política, social y económica del 2001. También, con el momento en el que internet empezaba a asomar tímidamente desde cada una de las computadoras de la redacción. La relación entre medios, tecnología y política la atrapa -en todos los sentidos posibles- desde entonces.

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LA ASTUCIA Y EL DOBLE.

 APUNTES PARA SUPERAR LA ANGUSTIA DE LA OBJETIVACIÓN

LA ASTUCIA Y EL DOBLE.

APUNTES PARA SUPERAR LA ANGUSTIA DE LA OBJETIVACIÓN

Por Juan Mattio y Facundo Nahuel Martín

En “Maximum Jailbreak”, un curioso ensayo recuperado en Aceleracionismo, Benedict Singleton reflexiona sobre la astucia como lógica subyacente a la técnica humana. El texto comienza evocando los viajes espaciales para luego recuperar el cosmismo de Nikolai Fedorov, con sus búsquedas de conquista del espacio exterior y también de abolición de la muerte sobre esta tierra, para terminar con algunas reflexiones sobre el diseño y la astucia como claves para una política aceleracionista. El paradigma básico de todo diseño, dice Singleton, es la fabricación de trampas para la caza. El diseño de trampas (y todo diseño, si seguimos la línea del texto) se basa en la imitación y la capacidad para manipular las tendencias actuantes en las cosas mismas. Una buena trampa debe conocer adecuadamente los hábitos de su presa, tenerlos en cuenta y no forzarla a apartarse de ellos. El diseño hace jiu-jitsu con las cosas. No busca imponerse con fuerza sobre los objetos, sino acompañar su propio movimiento para, operando sobre él, producir sobre ellos resultados inesperados y hasta fatales. La forma de inteligencia del diseño es la astucia, indispensable para la “navegación exitosa de ambientes ambiguos y cambiantes”.

Desde Odiseo enfrentando a Polifemo, la astucia es la virtud de los más débiles, de quienes no pueden triunfar oponiendo fuerza franca contra fuerza franca. Finalmente, solo la astucia derrota a la astucia. Dado un juego de oposiciones, allí donde una de las partes enfrentadas recurren a métodos basados en la astucia, la parte rival deberá hacer lo propio, so pena de verse frustrada o derrotada. La capacidad de habitar ambientes variables y complejos se basa, entonces, en la lógica de la astucia y la contra-astucia, cuya forma es la escapología generalizada. Esta lógica de la escapología se plasma, finalmente, en las empresas sociales que se enfrentan a potencias que no es posible derrotar por la mera fuerza. Tal sería el caso de la exploración espacial y la lucha contra la muerte: solo es posible conquistarlos conociendo, aceptando y reproduciendo sus maneras de existir propias.

Vamos a introducir una primera referencia de ficción para ampliar las conexiones del planteo de Singleton: el doble, en especial, el duplicado de lo humano técnicamente producido. La figura del doble habita ficciones literarias y de la cultura de masas desde hace mucho tiempo y de muchas maneras. En El hombre de arena de E. T. A. Hoffmann (1816) encontramos una primera forma: una muñeca mecánica que apenas habla, pero que imita tan bien las disposiciones humanas que es capaz de pasar por una joven de carne y hueso en un baile e, incluso, concitar el enamoramiento del desafortunado protagonista del cuento. En Metrópolis (1927), Fritz Lang nos propone otra vez la imagen de una robot imitadora, la temible y dañina falsa María. Las figuras del doble adquieren resonancias angustiantes en dos casos más cercanos, y más propios de la cultura de masas: Blade Runner (1982) y Westworld (2016). En ambos aparece una pregunta inquietante: ¿podría la humanidad ser imitada exhaustivamente?, ¿es posible que nuestros dobles tecnológicos nos copien hasta volverse indistinguibles de nosotros en inteligencia y sensibilidad? En el diseño del doble aparece, de vuelta, la lógica de la astucia como base de toda imitación. Si la máquina puede imitar al creador hasta volverse indiscernible de él, este último puede ser reemplazado, superado u olvidado por sus creaciones. Esta astucia implica, además, preguntas angustiantes sobre cuál sería la identidad del propio ser humano en primer lugar. Si se lo puede imitar, ¿no se lo podría, también, fabricar? El ser humano, como padre trascendente de sus artefactos técnicos, se ve entonces complicado en su identidad, cayendo en esa inmanencia radical que Mark Fisher llama gothic flatline.

Cuadro de Metrópolis (1927) de Fritz Lang.

DISEÑO Y ANTROPOMIMÉTICA

La imitación de cuerpos humanos no es, sin embargo, una preocupación alucinada de la ciencia ficción. Como suele pasar, las ficciones literarias hiperbolizan preocupaciones presentes en nuestras formas de vida y entornos técnicos. Por ejemplo, en el diseño de prótesis y robots, Masahiro Mori acuñó el conocido concepto de valle inquietante (bukimi no tani genshō). Para Mori, los artefactos que imitan al cuerpo humano (prótesis o robots) se vuelven más inquietantes cuanto más se parecen a nuestros cuerpos, sin llegar a ser indistinguibles de ellos. R2D2 no es demasiado tenebroso, mientras que un androide cubierto de piel artificial con un rostro gesticulante puede darnos una serie de impresiones perturbadoras entre el asco y el temor. De igual modo, una mano prostética cubierta de piel artificial puede volverse, apenas notamos que es una prótesis, bastante más perturbadora que una “prótesis franca” de fibra de carbono. Parece que el juego de la imitación debe ser perfecto, o nos provoca una distancia molesta. Los escenarios intermedios, donde el objeto en cuestión se nos parece bastante pero no lo suficiente, nos provocan incomodidad y rechazo. Mori extrae una lección interesante de esta situación: a lo mejor podemos aprender a construir artefactos menos antropomiméticos, con los que sea posible entablar relaciones amigables, seguras y juguetonas, capaces de ampliar nuestro sentido del disfrute con las cosas. Encontramos un ejemplo cotidiano de esta situación en el diseño de los anteojos, que de ninguna manera imitan órganos humanos y, en esa divergencia con respecto al cuerpo orgánico, admiten exploraciones estéticas con los colores y tamaños de los marcos, etc. Imaginemos, en cambio, lo perturbador que resultaría un par de anteojos de color piel con pelo artificial en las patillas.

El valle inquietante de Mori remite a angustias y ansiedades como las que tienen los humanos en Westworld o Blade Runner. Los dobles artificiales nos hacen sospechar cuánto nosotros mismos pertenecemos, desde un comienzo, al mundo de las cosas, del que solemos creernos separados como amos. Si podemos ser imitados por objetos, parece que no hay una frontera radical entre nuestra propia naturaleza y la de los objetos. A las especulaciones de ciencia ficción y los problemas de diseño subyace una pregunta por la ontología de la existencia humana ¿Somos sujetos separados del mundo de las cosas, replegados en una interioridad independiente, como dicen las ontologías dualistas? ¿O nos constituimos en el vasto mundo de los objetos sin poseer en él un lugar excepcional? El juego de astucias del doble pone en discusión nuestra posición como sujetos trascendentes y separados de la naturaleza, posición que tambalea cada vez que discutimos las posibilidades de instrumentalización técnica del cuerpo humano.

“Si podemos ser imitados por objetos, parece que no hay una frontera radical entre nuestra propia naturaleza y la de los objetos. A las especulaciones de ciencia ficción y los problemas de diseño subyace una pregunta por la ontología de la existencia humana ¿Somos sujetos separados del mundo de las cosas, replegados en una interioridad independiente, como dicen las ontologías dualistas? ¿O nos constituimos en el vasto mundo de los objetos sin poseer en él un lugar excepcional?”

UN MAPA DE LA IMITACIÓN

lTal vez, antes de seguir, haga falta construir un mapa del valle inquietante. Una topografía de la imitación que nos ayude a pensar qué tipo de temores y expectativas están en juego. Podríamos empezar trabajando sobre los dobles no artificiales, es decir, las duplicaciones que se nos ofrecen en la naturaleza sin mediación técnica. Como afirma Foucault en Los anormales, el monstruo, en tanto noción jurídica, es siempre producto de una transgresión anterior, una transgresión en el momento de la concepción, es la consecuencia de la fornicación de los padres. Los gemelos, por ejemplo, eran considerados el producto de una infidelidad de la madre en la Edad Media. Y los hermanos siameses fueron una de las formas privilegiadas de lo monstruoso durante el Renacimiento, figura que hacía colapsar las ideas de unicidad en el individuo y que arrastra consigo multitud de problemas jurídico-religiosos. Estas “aberraciones” nos ponen frente a dos hipótesis. En primer lugar, hacen manifiestos el temor y la fascinación atávica del ser humano ante su propia duplicación. Después, nos permiten construir una genealogía del doble dentro del ámbito abyecto de lo monstruoso.

Pero si damos el paso hacia el doble artificial, nos encontramos con que la humanidad juega con la fantasía de crear ella misma vida desde tiempos remotos. Ahí está la figura del Golem para comprobar la insistencia de esta visión. Una criatura hecha de arcilla y lanzada a la vida por el rabino de Praga. El problema es que en esa creación todavía interviene la chispa divina. Para hacer ingresar a la técnica como vía de acceso a la imitación, hay que pensar en los autómatas, hijos mecánicos del hombre, que van desde Herón de Alejandría en el siglo I hasta el hombre-máquina de Jacques de Vaucanson en el siglo XVIII. Como ingeniero mecánico, pero también como médico, Vaucanson se propuso imitar en sus artefactos la circulación de la sangre, la digestión, el juego de los músculos, tendones, nervios, etc. No mucho después llegará el Dr. Frankenstein de Mary Shelley que produce su criatura con restos de humanos muertos y electricidad. Es posible que en ese relato aparezca por primera vez la pregunta que el artefacto lanza sobre su creador: “Soy tu obra, y seré dócil y sumiso para con mi rey y señor, pues lo sos por ley natural. Pero debes asumir tus deberes, los que me debes”. La vida artificial se vuelve contra el Dr. Frankenstein destruyendo su soberbia intención prometeica. Desde entonces la literatura -pero también la ciencia- parece poblarse de dobles técnicos que siguen distintas trayectorias.

Sería posible generar al menos dos líneas de imitación. Por un lado, el linaje del autómata que intenta imitar la fisiología humana y que se enlaza con el imaginario del robot en el siglo XX. Por otro, el linaje de la inteligencia artificial, que busca construir un intelecto similar al humano y que desata su potencia, sobre todo, en la era informática. Muchas veces estos caminos se cruzan para generar un humano artificial con su mismo aspecto y sus mismas capacidades cognitivas como los Nexus 6 de Blade Runner o los anfitriones de Westworld. Fuera del ámbito de la ficción, tenemos a la robot Sophia, a quien le otorgaron la ciudadanía saudí en 2017, programada para aprender, conversar y trabajar con humanos y también fabricada para tener un aspecto similar (aunque todavía distante). Hay entonces un devenir humano de la máquina que nos permitiría pensar qué tipo de relaciones generamos con nuestros artefactos. Por lo general, desde el autómata hasta Sophia, estas criaturas están pensadas como sirvientes, esclavos o cuerpos instrumentalizados que hacen el trabajo pesado que la humanidad sueña con dejar atrás. Pero los problemas bioéticos que no suelen emerger de las imitaciones inorgánicas, sí están presentes si damos el paso a lo orgánico. La clonación de la oveja Dolly 1996 abrió las puertas a un debate múltiple sobre la posibilidad de clones humanos. La propia Iglesia Católica se pronunció en un documento llamado “Reflexiones sobre la clonación” donde advierten: “La clonación humana se incluye en el proyecto del eugenismo y, por tanto, está expuesta a todas las observaciones éticas y jurídicas que lo han condenado ampliamente”. De modo que la posibilidad de imitación enfrenta, en un proceso cada vez más acelerado, problemas éticos que reemplazan los obstáculos técnicos. La pregunta ya no parece ser es si podemos fabricar humanos sino si debemos hacerlo.

Sophia, primera robot con ciudadanía.

Por otro lado, asumiendo el devenir humano de la máquina, quizá valga la pena preguntarse por el devenir máquina de la humanidad. O, dicho de otro modo, ¿hasta qué punto los componentes artificiales de nuestra composición nos permiten pensarnos todavía dentro del ámbito de lo natural? Vamos, ahora, a seguir la pista del juego de la imitación desde otro ángulo, que va desde la inteligencia artificial hasta las hormonas sintéticas. En el cruce entre el rendimiento deportivo, las consideraciones de salud y las normativas sobre el género, esta historia de astucias e imitaciones dice muchas cosas sobre nuestras propias identidades híbridas y desarmadas.

LAS HORMONAS DE TURING

No solamente los cuerpos pueden ser imitados: también podrían reproducirse artificialmente la inteligencia y, a lo mejor, la sensibilidad humanas. Alan Turing fue un gran ironista de la imitación, que tempranamente discutió que la inteligencia fuera una cualidad excepcionalmente humana. En un famoso artículo de 1950 propuso el test que hoy lleva su nombre, que permitiría decidir si una máquina es capaz de imitar a un ser humano con éxito, constituyendo una delimitación clave en la búsqueda de la inteligencia artificial. La prueba es relativamente simple: se coloca a un juez a interactuar verbalmente con dos interlocutores sin poder verlos. A partir de la interacción, el juez debe decidir cuál de esos interlocutores es un ser humano y cuál una máquina. Si no lo logra, la máquina habrá pasado el test y jugado con éxito el juego de la imitación. Turing era un convencido de las falencias del excepcionalismo humano. La inteligencia, para él, podía imitarse y reconstruirse artificialmente. Podemos pensar, a lo mejor, que Turing aportó un nuevo descentramiento de la perspectiva en la historia de heridas a nuestro narcisismo producidas por la ciencia moderna, señalada por Freud. Si Copérnico y Darwin lesionaron nuestro narcisismo, el primero al remover a nuestro planeta del centro del universo y el segundo al enrostrarnos nuestra continuidad biológica con los demás animales, Turing nos ofendería al mostrarnos que nuestra inteligencia no sería única ni imposible de reproducir. Sabernos imitables no nos convierte en modelos originarios de nuestras criaturas, sino que que destierra nuestra idea de excepcionalidad en el cosmos.

 

“Si Copérnico y Darwin lesionaron nuestro narcisismo, el primero al remover a nuestro planeta del centro del universo y el segundo al enrostrarnos nuestra continuidad biológica con los demás animales, Turing nos ofendería al mostrarnos que nuestra inteligencia no sería única ni imposible de reproducir. Sabernos imitables no nos convierte en modelos originarios de nuestras criaturas, sino que que destierra nuestra idea de excepcionalidad en el cosmos.”

Es, a lo mejor, menos conocida la historia del suicidio de Turing. Como criptógrafo hizo contribuciones fundamentales en la Segunda Guerra Mundial, ayudando a romper varios códigos ligados a la Máquina Enigma, utilizada por los Nazis para codificar sus mensajes. Sin embargo, su vida como héroe de guerra duraría poco. En 1952 Turing fue procesado y condenado por ser homosexual. En el juicio se le dio a elegir entre la cárcel y la libertad condicional. La condición que se puso para su libertad fue que aceptara un tratamiento hormonal con estrógenos, que le causaría una castración química y una incipiente ginecomastia (desarrollo de senos). Dos años después de la condena, Turing consumiría una manzana empapada de cianuro que le causaría la muerte. Hubo varias controversias en torno al episodio, considerado un suicidio por algunos y un accidente desafortunado por otros. En cualquier caso, es claro que Turing fue víctima de una práctica altamente violenta de intromisión sobre el cuerpo y su química endógena, por la que las autoridades británicas se disculparon públicamente hace algunos años.

La historia del uso de hormonas en el tratamiento de la homosexualidad se enmarca en lo que Preciado llama la producción prostética de la sexualidad. Las categorías de género de nuestra sociedad son más algo impuesto normativamente que meras descripciones de cómo los cuerpos son o funcionan. Se espera de nosotros que hagamos las veces de varones y mujeres, desempeñando una serie de roles sociales y formas de habitar el lenguaje. Y, también, se dispone de una serie de suplementos para producir esos desempeños del género interviniendo en el cuerpo sexuado: pastillas anticonceptivas, viagra, dildos y, también, hormonas sexuales sintéticas. Nuestro género no es un producto cultural que se adosa a una base natural dada, sino un conjunto de disposiciones a la vez culturales, simbólicas y técnico-materiales que se despliegan sobre la biología.

HORMONAS SINTÉTICAS Y JUEGOS DE IMITACIÓN

Sigamos, entonces, la pista de las hormonas sintéticas. La castración química de Turing nos parece hoy una práctica brutal propia de normas culturales superadas. Sin embargo, la imposición normativa de pautas de género sobre la biología está más cerca de lo que nos gustaría imaginar. La velocista Caster Semenya ganó consecutivamente dos medallas de oro en carrera en 800 metros en los Juegos Olímpicos de Londres (2012) y Río de Janeiro (2016). Los espectaculares progresos de Semenya en su juventud llevaron a la Federación Internacional de Atletismo Amateur (IAAF) a exigirle tests de verificación de sexo (también sería sospechada de dopaje). De vuelta, vemos el miedo al juego de la imitación, que genera celos por la posible infracción de normativas socio-biológicas de género. Semenya, sospechaba la IAAF, podría no ser verdaderamente una mujer cis, obteniendo supuestas ventajas deportivas injustas por ello. Los estudios demostraron que es una mujer hiperandrogénica, es decir que sus gónadas producen más testosterona de la habitual en mujeres cis. La clasificación deportiva de las mujeres hiperandrogénicas ha dado lugar a varias controversias y juicios en las federaciones deportivas. Su biología les otorgaría, a juicio de algunas federaciones, ventajas competitivas inaceptables debido a la relación de la testosterona con el desarrollo de la fuerza y la velocidad. Desde 2018 (tras varias marchas y contramarchas) la IAAF estableció regulaciones que exigen a personas como Semenya someterse a una terapia hormonal para bajar sus niveles de testosterona.

Caster Semenya, atleta sudafricana especialista en la prueba de 800 metros, dos veces campeona olímpica.

La testosterna fue aislada por primera vez por el grupo Organon en Suiza en 1935. Ese mismo año, Leopold Ruzicka y Adolph Butendadt lograron sintetizar la hormona a partir del colesterol. Pocos años después se harían los primeros testeos de testosterona en humanos. La sustancia ha sido y es utilizada por varias razones y de diferentes maneras, que abarcan desde el tratamiento de hipogonadismo en varones cis hasta la reasignación sexo-genérica en varones trans. La hormona es una de las principales responsables del desarrollo de caracteres masculinos secundarios (vello facial, agravamiento de la voz, etc.), al tiempo que favorece el desarrollo de la masa muscular. En los años 40 comenzaron a desarrollarse los primeros esteroides anabólico androgénicos (EAAs), fundamentalmente como suplementos deportivos para incrementar la fuerza y el rendimiento. Se llaman esteroides por razones ligadas a su composición química, anabólicos porque estimulan el desarrollo de la masa muscular (el anabolismo es el aspecto del metabolismo que crea tejidos) y androgénicos por su relación con los caracteres masculinos secundarios (hasta hoy no se han sintetizado anabólicos completamente libres de efectos androgénicos). En 1976 fueron incluidos en la lista de sustancias prohibidas por el Comité Olímpico. Sin embargo, existen varias competencias donde su uso es legal o no hay testeos suficientes como para impedir su uso generalizado. Tal vez la más característica es el fisicoculturismo o bodybuilding.

En eventos de alto perfil como Mr. Olympia o Arnold Sports Festival se asume que el consumo de EAAs es una práctica habitual. Muchas sustancias anabólicas están prohibidas en los papeles -incluso son ilegales en varios países- pero su consumo no siempre es controlado efectivamente por las asociaciones deportivas. Daniel Secarecci, el fisicoculturista más pesado del que se tengan registros, llegó a subirse a los podios pesando 135 kg (normalmente pesa 150), con una estatura de 1,88 m y unas proporciones de tejido graso/tejido bajísimas. Evidentemente, esas masas magras son imposibles de lograr sin el aporte de sustancias químicas exógenas. En la comunidad se habla, entonces, de atletas químicos y naturales para diferenciar a los que utilizan anabólicos de los que no.

Daniele Seccarecci (1980 – 2013) fue un culturista italiano.

La testosterna fue aislada por primera vez por el grupo Organon en Suiza en 1935. Ese mismo año, Leopold Ruzicka y Adolph Butendadt lograron sintetizar la hormona a partir del colesterol. Pocos años después se harían los primeros testeos de testosterona en humanos. La sustancia ha sido y es utilizada por varias razones y de diferentes maneras, que abarcan desde el tratamiento de hipogonadismo en varones cis hasta la reasignación sexo-genérica en varones trans. La hormona es una de las principales responsables del desarrollo de caracteres masculinos secundarios (vello facial, agravamiento de la voz, etc.), al tiempo que favorece el desarrollo de la masa muscular. En los años 40 comenzaron a desarrollarse los primeros esteroides anabólico androgénicos (EAAs), fundamentalmente como suplementos deportivos para incrementar la fuerza y el rendimiento. Se llaman esteroides por razones ligadas a su composición química, anabólicos porque estimulan el desarrollo de la masa muscular (el anabolismo es el aspecto del metabolismo que crea tejidos) y androgénicos por su relación con los caracteres masculinos secundarios (hasta hoy no se han sintetizado anabólicos completamente libres de efectos androgénicos). En 1976 fueron incluidos en la lista de sustancias prohibidas por el Comité Olímpico. Sin embargo, existen varias competencias donde su uso es legal o no hay testeos suficientes como para impedir su uso generalizado. Tal vez la más característica es el fisicoculturismo o bodybuilding.

En eventos de alto perfil como Mr. Olympia o Arnold Sports Festival se asume que el consumo de EAAs es una práctica habitual. Muchas sustancias anabólicas están prohibidas en los papeles -incluso son ilegales en varios países- pero su consumo no siempre es controlado efectivamente por las asociaciones deportivas. Daniel Secarecci, el fisicoculturista más pesado del que se tengan registros, llegó a subirse a los podios pesando 135 kg (normalmente pesa 150), con una estatura de 1,88 m y unas proporciones de tejido graso/tejido bajísimas. Evidentemente, esas masas magras son imposibles de lograr sin el aporte de sustancias químicas exógenas. En la comunidad se habla, entonces, de atletas químicos y naturales para diferenciar a los que utilizan anabólicos de los que no.

En el mundo del fitness, donde se combinan discusiones sobre rendimiento deportivo y estética, las sospechas de dopaje en atletas, especialmente en modelos masculinos, son habituales. Cierto culturismo de competición, donde se presume el uso generalizado de esteroides, es después de todo una pasión para pocas personas: los niveles de hipertrofia muscular de los grandes culturistas, visiblemente químicos, son ajenos a los patrones sociales de belleza (en el caso de las culturistas mujeres esto es todavía más acentuado). Pocas personas, incluso entre quienes persiguen modelos de belleza hegemónicos, sueñan con cuerpos mutantes como los que se ven en Mr. o Ms. Olympia. Podemos decir que los fisicoculturistas desempeñan un biodrageo hiperbólico de la masculinidad que termina por constituir una forma de parodia, lo que los pone en el terreno de lo abyecto y lo monstruoso antes que entre los modelos hegemónicos de belleza.

Otras figuras del culturismo, con pretensiones de mutación menos radicales, buscan construir cuerpos atléticos (incluso exagerados o muy difíciles de lograr para la mayoría de las personas), pero sin los costados monstruosos y mutantes del culturismo extremo. Esto ha dado lugar a una nueva generación de aesthetic bodybuilders y atraído la atención de varones cis a las competencias de physique, con parámetros antes prevalecientes entre culturistas cis-mujeres. Este tipo de culturistas busca desarrollar menos hipertrofia y más definición, manteniendo masas magras superiores a las habituales pero que no alcanzan las corporalidades gigantes que podemos ver en las grandes competencias. Muchos de estos nuevos aesthetics llevan una vida más ligada a las redes sociales que a las competiciones homologadas. Por ejemplo, Zac Aynsley maneja una cuenta de Instagram de 1.400.000 seguidores.

Zac Aynsley, atleta e instagramer.

Por lo general, los varones de la generación aesthetic también consumen esteroides, solo que con objetivos diferente de la de los grandes bodybuilderes y, por lo tanto, recurriendo a sustancias menos potentes o en dosis menores. El juego de la imitación también aparece acá. En lugar de esculpirse cuerpos mutantes, los aesthetic buscan cuerpos químicos que se vean naturales  y se amolden más a modelos corporales hegemónicos. Con eso emergen también las discusiones del juego de la imitación. ¿Cómo saber si tu modelo de fitness favorito usa anabólicos? ¿Cómo detectar si es un “atleta natural” o un atleta químico haciéndose pasar por natural? Encontramos una guía interesante para conocer este mundillo en el canal de YouTube Villano Fitness.

El host del canal es un culturista español que comenzó a utilizar esteroides hace algunos años, lo hizo público y decidió entonces desdoblar sus audiencias. Conservó su viejo canal, Héroe Fitness, para consejos sobre entrenamiento en general, reservando el nuevo canal para discutir desprejuiciada y abiertamente el “culturismo no natural”. Allí aporta información sobre anabólicos, comenta experiencias personales y, también, da algunas claves sobre qué mezclas químicas deben usar los aesthetic.

 

POLÍTICA DESDE POSICIONES OBJETIVADAS.

Algunas figuras de la imitación y la duplicación son estrategias de astucia y contra-astucia. Las ansiedades ontológicas de los seres humanos ante los juegos de imitación son indiferentes, por lo que vimos, a la frontera que separa realidad de ficción. La angustia por la posibilidad de ser engañados por imitadores atraviesa la literatura, la cultura de masas, el diseño de prótesis, la interacción con robots, la inteligencia artificial, el deporte de competición y el fisicoculturismo, y esta colección de casos seguramente sea parcial y limitada. Tenemos una hipótesis interpretativa sobre esta angustia: a lo mejor, responde al hecho de que nos obliga a invertir la perspectiva sobre nuestra propia ontología, pensándonos más en continuidad con el mundo de las cosas que fuera de ellas. Llamaremos política desde posiciones objetivadas al conjunto de posibilidades que se abren si atravesamos esa angustia y nos pensamos desde ese plano de inmanencia donde no estamos separados de los objetos. Creemos que una política aceleracionista, que logre una reapropiación activa de las fuerzas sociales y técnicas desplegadas en la modernidad bajo la égida del capital, debe asumir estas posiciones objetivadas como sitios de enunciación y experimentación.

Singleton lee en el anhelo de los viajes espaciales los principios de formas más generales de pensamiento y acción. La escapología no es posible para un sujeto que se quiere exterior a sus ambientes y se enfrenta a ellos como dominador. En cambio, solamente quien sea capaz de pensarse desde una mirada auto-objetivante puede transitarla con éxito: “el hombre cazado tiene que aprender a interpretar sus propias acciones desde el punto de vista del depredador”. El diseño de artefactos para expandir la escapología no se realiza contra, sino a través de la alienación. Si se encuentra alienado el sujeto que ha sido puesto en el lugar de objeto, perdiendo la posición de una subjetividad autónoma o pura, las prácticas de la astucia que aporta Singleton (y las que sumamos en esta lectura) son también prácticas de auto-objetivación. Se trata, en todas ellas, de ponerse a sí mismo en la posición objetivada de quien se sabe en continuidad con el mundo de sus medios cósicos. Esto implica aceptar que los medios de los que disponemos tienen una lógica propia, que no es posible forzar desde fuera, y que por lo tanto es preciso conocer, acompañar y manipular parcialmente haciéndonos parte de contextos objetivos amplios.

En última instancia, es pertinente la pregunta: ¿de qué tratamos de escapar?la trayectoria de la máquina se humaniza y lo humano se enfrenta, cada vez más, con su propia condición artefactual, imitable, fabricable. Es posible que estas trayectorias no se completen, que no alcancemos a ver una máquina indistinguible de lo humano ni un humano totalmente maquínico. Sin embargo, la posición actual, aunque intermedia, ya nos permite generar la pregunta sobre si la identidad humana -una identidad, por otro lado, históricamente fechada que nace en la Ilustración- no está alcanzando sus propios límites. ¿Es el ser humano, tal y como lo entendimos hasta ahora, una categoría de la que escapar? Tal vez haga falta indagar ese afán de reinscribir lo humano en el interior de las leyes naturales, como dice Rosi Braidotti. En su lugar, ella propone la abolición del binarismo que separa naturaleza de cultura.

“La trayectoria de la máquina se humaniza y lo humano se enfrenta, cada vez más, con su propia condición artefactual, imitable, fabricable. Es posible que estas trayectorias no se completen, que no alcancemos a ver una máquina indistinguible de lo humano ni un humano totalmente maquínico. Sin embargo, la posición actual, aunque intermedia, ya nos permite generar la pregunta sobre si la identidad humana -una identidad, por otro lado, históricamente fechada que nace en la Ilustración- no está alcanzando sus propios límites.”

 

La escapología, la astucia y el juego de la imitación pueden generalizarse hacia la enunciación de una política desde posiciones objetivadas. A lo mejor, es posible pensar una libertad que no pertenece a un sujeto separado del mundo sino a la administración técnica de los entornos objetivos que co-construimos y nos constituyen, incluyendo nuestros cuerpos e inteligencias. El siglo XX estuvo caracterizado por el miedo a la alienación del humano en la técnica. Desde la protesta contra las burocracias y los grandes aparatos administrativos, hasta los reparos contra intervención sobre el cuerpo, parece que buena parte del pensamiento del siglo pasado (Weber, Heidegger, la Escuela de Frankfurt, el existencialismo, la fenomenología, por citar algunos ejemplos) reclamó contra la conversión de los seres humanos en objetos de intervención técnica. Con todo, parece que el intento por trazar fronteras claras que separen a los seres humanos de los objetos técnicos estaría condenado al fracaso. Las transformaciones técnicas y sociales ponen cada vez de nuevo en cuestión las delimitaciones que harían de los seres humanos seres excepcionales o únicos. Por lo demás, en un contexto de preocupaciones ecológicas y discusiones políticas en torno a la intervención sobre los cuerpos, parece que las posiciones objetivadas se convierten en el sitio de enunciación indispensable de la política. Más que de reponer fronteras que nos confirmen nuestra originariedad y expulsen el juego del doble, se trataría de convertir las maneras como hemos de ser objetivados en los espacios básicos de nuestra política. Por eso, la escapología, la astucia y el juego del doble nos ofrecen, al final, una posibilidad de libertad mediante la auto-transformación. “La cosa que escapa a la trampa no es la cosa que fue atrapada en ella”, dice Singleton. La exploración de lo desconocido nos espera en el espacio oscuro, pero también en los confines maleables de los cuerpos que somos.

JUAN MATTIO (1983) fue editor de las revistas culturales “Juguetes Rabiosos”, “La Granada” Y “Sonámbula”. Su novela Tres veces luz obtuvo una mención en el premio Casa de las Américas en 2015 y fue editada en Negro Absoluto. En 2017 la Biblioteca Nacional le otorgó una beca de investigación para trabajar sobre la obra de Ricardo Piglia. En 2018 recibió una beca de creación del Fondo Nacional de las Artes para escribir su segunda novela. Coordina talleres de lectura y escritura. Es parte de “Synco”, observatorio de tecnología, ciencia ficción y futuros.

FACUNDO NAHUEL MARTÍN (1984) es Doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, donde también da clases. Escribió los libros Marx de vuelta. Hacia una teoría crítica de la modernidad (El Colectivo, 2914) y Pesimismo emancipatorio. Marxismo y psicoanálisis en el pensamiento de T. W. Adorno (Marat, 2018). Edita la revista Intersecciones y es parte de Proyecto Synco, escribe sobre  ciencia ficción, cambio tecnológico y cuerpos intervenidos desde una perspectiva materialista y crítica.

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